CRÓNICAS DE LECTURAS – 80
Literatura Infantil (III) - Hans Christian Andersen
I
Biografía de un exilio interior
En Crónicas anteriores exploramos
los cuentos infantiles y les hallamos una suerte de fin pedagógico de enseñar a
los niños “qué es la vida”sin ocultar sus rigores y dificultades. En la
actualidad la moda se ha volteado hacia el ocultamiento de lo desagradable, por
razones igualmente honorables y pedagógicas, aunque sospecho más bien una
sensación de culpa enlos adultos respectode la realidad, disfrazada de censura y
“rebaje” de los cuentos, con lo que no hay que explicarle a los niños por qué no
hacemos nada para arreglar las cosas.Charles
Perrault inicia esta “autocensura”, aunque sus cuentos aún son fuertes para
la delicada sensibilidad del Siglo XXI. Los Hermanos Grimm censuran y modifican en función del “buen gusto” de
la decimonónica burguesía germana y no por proteger a los niños, pues los cuentos
que recogen son para niños y adultos por igual, o cuando menos eso creen. En
cambio, Hans Christian Andersen (1805
– 1875) rompe el molde y responde a otra categoría, a otro modo de ver las
cosas, a otro tipo de narrador, a una raza diferente de escritor. A diferencia
de Perrault o los Grimm, está más comprometido consigo
mismo que con sus argumentos o sus lectores, se le podría definir como una desigual
mezcla de Jack London, Franz Kafka y sus gotas de Howard Lovecrafty lo real-maravilloso, si tal mescolanza es
posible. Andersen es producto de la movilidad
social de la Dinamarca de entonces, su ubicación social dependía de una
permanente habilidad para doblar el espinazo y mostrar el debido agradecimiento por
el privilegio de ser gente. Importaba mucho dejar constancia de la humildad del
propio origen a fin de no pasar por molestos cuestionamientos. Andersen venía de familia pobre, y
aunque contemporáneo de Karl Marx y
del fantasma del comunismo que en sus
días recorre Europa, no da traza alguna de acusar recibo del hecho, que con él
no es. Estaba demasiado ocupado trabajando como una mula y empleando su talentoen
no volver a la pobreza, se parece en esto a ese otro grande y desesperado
chambeador, Charles Chaplin.
El frágil Hans fue protegido por los amigos que hace en sus oscuros y amargos principios en
una hosca Copenhague. Trata de ser cantante de ópera,actor o bailarín, y
consigue ser protegido del Rey Federico VI,
que le enviará a la escuela, donde se encontrará a sí mismo como poeta.La
retorcida y epicena personalidad de Hans refleja
el gusto romántico de la época, lo que lo hace a veces ilegible hoy día, pero
que le ayudó en su creación literaria.Se vinculó con mujeres y varones en
amores platónicos e inalcanzables; frustrantes por no poder realizarlos, y limitados
por tener que quedarse, como decimos hoy, dentro
del clóset. Tales penas largas y profundas,tan del gusto de la época,
continuaban sus desgracias, desde la temprana pérdida de su padre y la miseria
y abyecto alcoholismo de su madre, que le inspiraría el cuento La niña de los fósforos. Como otros
autores procedentes de países pequeños y subordinados, tuvo que alcanzar éxito primeroafuera,
en Alemania, Suiza, Francia e Inglaterra, y sólo entonces Dinamarca le dio bola
(Si hubiese sido francés o inglés,
entonces el mundo conocería mi nombre. Ahora me marchito, y mis canciones
conmigo; nadie las escucha en la distancia, miserable Dinamarca).Idealista
y soñador a la usanza romántica, ello es el forro de un realista y arrugado pesimismo,
la mezcla sale algo desconcertante. No se sabe muy bien para quien escribe, su
obra presenta altibajos: A su primer gran éxito, El Improvisador (1835)le siguen O.T.
en 1836;Sólo un violinista en 1837;Aventuras para los niños en 1839; Las dos baronesas en 1847; Ser o no ser en 1857; y los Cuentos, escritos y publicados en series
entre 1835 y 1872, casi lo único de él que hoy se lee. Le fascinaba viajar, puede
que por escapar de su miseria de manera tanto simbólica como monetaria, parte sustancial
de su obra sonsus artículos periodísticos convertidos en Libros de Viajes (El
mejor parece ser El Bazar del Poeta,
de 1842). También compuso infinidad de poemas, piezas teatrales y guiones de
ópera, por los que no obtuvo tanto éxito, pero que en definitiva paraban la
olla, lo que en ninguna época es poco.
II
Del eventyr al historier
Andersen no apreciaba exageradamente sus propios Cuentos, tal vez
por ello son tan “adultos”, no parece se sintiera muy realizado escribiendo
para niños, el estatus asociado al escritor para niños no era el mismo que para
un novelista “serio”.No sentía tampoco antipatía por los niños, pero tampoco
mucho no los entendía. Es bastante probable que escribiera más bien para un
solo niño, el que tuvo metido en el alma toda su vida, bien sabido es que nos
pasamos la vida tratando infructuosamente de resolver nuestros traumas de
infancia, y bastante se nota en los cuentos de Andersen que es un magnífico narrador y poeta que se narra a sí
mismo lo que ya conoce. En su obra hay unos 168 relatos que podrían decirse “infantiles”,
aunque los cánones no siempre son del todo claros. A diferencia de sus
antecesores y contemporáneos, recopila menos de lo que saca de su imaginación. Arranca
del llamado eventyr (historia más o
menos fantástica que incluye seres sobrenaturales, propiamente infantil) y
desde ahí avanza hacia el historier,
es decir, el relato o cuento dirigido a adultos y basado en la realidad. Sin
embargo, entre sus eventyr y sus historier los límites son difusos, y
esa es una de las grandes genialidades del hombre, el estacionarse en el medio de
su desconcierto:En sus relatos hay los clásicos finales felices, pero no siempre;
y encontraremos hadas, pero no muchas ni en todos los cuentos; y hallaremos en
sus relatos seres fantásticos hasta en las historias propiamente de adultos, y
los objetos inanimados hablarán y actuarán tan sibilina e insidiosamente como lo
hacen los seres humanos. Como el Yin /
Yang, su obra es desigualmente luminosa y oscura, y cuando le gana la
oscuridad, lo dark, se nota que las
sombras de la existencia no solamente no le son extrañas, sino que de ahí proviene
su estro. En inventiva e imaginación parece superar con mucho a la gran mayoría
de los autores actuales, incluso cuando cae en esas efusiones románticas llenas
de signos de admiración tan normales en el romanticismo decimonónico.
Posiblemente el secreto del
éxito de la obra de Andersen es que
no se ubica en un contexto del todo claro, los relatos persisten montados sobre
ciertos límites que le permiten llegar a diferentes audiencias. No podemos
culparlo, el éxito para él era una necesidad absoluta e hizo lo necesario para obtenerlo.
Hoy en día esta característica de multisegmentación marquetera es buscada
adrede por los escritores profesionales, pero por entonces aún no se inventaba
el marketing ni los focus groups, y el éxito quedaba librado
a la mayor o menor inspiración de los autores, y a la mayor o menor intuición
de los editores. En el primer cuento del primer conjunto de relatos de 1835, El encendedor de yesca o El yesquero, se atisban los rasgos que
marcan esa única y original combinación entre fantasía y realidad: El soldado
protagonista no posee ni siquiera un anteproyecto de inquietud moral, actúa con
un alegre egoísmo en sus tratos con la bruja y con la princesa – clásicos
personajes de cuentos- y parece que se inaugura un nuevo tipo de personaje,
vulgar y verdadero, que le reventará la película a los clásicos tipos de los
cuentos. Tales personajes expresan la doble naturaleza humana, bondadosa pero
también inherentemente malvada, y la muestra tanto en la gente como en sus entes
“inanimados” a los que les encanta dar vida.Veamos la indiferencia y cursilería
de la Princesa que no puede dormir por un guisante (La Princesa y el Guisante); la necedad de Reyes y Emperadores y la intriga
y adulación palaciega en El traje nuevo
del Emperador y Los cisnes salvajes, en
este último aumentadas con el furor de una plebe ignorante y supersticiosa; la tonta
solemnidad y la indiferencia ante las emociones del Emperador de la China y su
estrafalaria corte en El ruiseñor;
las rivalidades y desdenes en el medio ambiente de El firme soldadito de plomo; las burlas y ataques constantes que soporta
El patito feo; el injusto castigo que
sufre Karen en Los zapatos
rojos, debido a una sombra de envidia y resentimiento social; la injusticia
del destino en Una historia de las dunas;
y sobre todo y de modo extraordinario el que podríamos considerar el cuento mejor
narrado de Hans Christian Andersen, La Sombra, poco conocido en castellano, lindante
con el género de terror y de fantasmas, y en donde refleja con sanguinario
patetismo al parásito adulador, el arribista sin límites que vence sin
atenuante alguno al honesto y amable sabio, desarmado frente el control que la sombra extiende sobre él, hasta
arrebatarle incluso el final feliz, pues cuando ya no sirva a los fines del
sinvergüenza,(el) sabio no se enteró de
nada, porque le habían quitado la vida.
III
Cuentos para Niños que no son para Niños
De toda la obra de Andersen, en su época lo menos
apreciado es lo que hoy se aprecia más, y a la inversa, en extraña reversión
que probablemente hable más de la diferencia entre las épocas que del autor
mismo. Posiblemente el secreto del actual éxito de Andersen estribe en el extremo vigor de sus caracteres y de las
situaciones que plantea, que les da a los guionistas de cine y televisión
muchas posibilidades para expresar sus propios talentos. No es sin embargo, el
único factor a considerar. Tomemos el caso de uno de los cuentos más conocidos
de Andersen: La reina de las nieves, de 1845, que se considera de lo mejor que
hizo, y que da base a la reciente película de animación Frozen, el reino de hielo, ganadora de un Oscar. La reina de las nieves es todo un
clásico, más novelita corta que cuento largo, y aunque considerada una de las
mejores, en realidad no está reflejada en la animación sino en su séptimo y
último Episodio. Tratemos de juzgar a Hollywood con ecuanimidad, porque aunque tienda
a hacerle a la Literatura zamarrada y media, sin embargo tuvieron en este caso
la conciencia de no ponerle La Reina de
las Nieves a la película. Para los que quieran disfrutar La reina de las nieves en su versión
original, hela aquí: http://bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/31000000098.PDF.
En todo, caso, al revés de La Sombra,
este cuento-novelase ha publicado muchísimas veces en español, en ediciones de
todo tipo entre ellas las ilustradas, a las que parece prestarse por su extrema
visualidad, que en realidad es reflejo de la extraordinaria capacidad de Andersen para la descripción literaria,
la que casi nunca se incluye en las ediciones contemporáneas, que prefieren o pasarla
por alto o elipsizarla con ilustraciones en las publicaciones. Frozen es la última de una larga lista
de películas de animación, dramas televisivos, y videojuegos basados de modo
sumamente desigual en los cuentos de Andersen,
autor infantil al que probablemente sea al que más han cambiado a la hora de
adaptarlo.
Sin embargo, el respeto que los
autores de Frozen mostraron a Andersen no alcanzó a La Sirenita, obra tan representativa de
su autor, que Copenhague la consideró a la hora de levantarle el respectivo
monumento, mundialmente conocido como carácter fundamental de la ciudad capital
del Reino de Dinamarca. A La Sirenita de Andersen, Disney en 1989
le hizo lo que le suele hacer a la literatura, y el resultado no puede menos
que considerarse penoso, pero en todo caso, como no le parece así a millones de
niños y niñas en el mundo entero, es posible que tenga algunos méritos que yo
personalmente no le distinga, y es posible que quejarse de ello sea más bien
algo fútil.El anime japonés Andersen
Dowa: Ningyo Hime de 1975 es muchísimo más pegado al original, final
infeliz incluido. Pero es bien cierto que latal Sirenita Ariel (nombre que no
aparece en ningún momento), coleccionista de objetos de las tierras emergidas, no
es absolutamente para nada la misma que la menor de las seis hijas del Rey
del Mar, que espera con desespero el momento de cumplir los quince años
para poder subir con sus hermanas a la desconocida y atrayente superficie del
océano. Pero dejemos que sea el mismo Andersen
el que lo narre, y notemos en esto la dificultad de la película de Disney para captar la poesía interna de
la narración del danés:
"Cuando las hermanas subían de tal manera tomadas del brazo, la más
pequeña se quedaba totalmente sola y las miraba como si fuese a llorar, pero
las sirenas no tienen lágrimas: así se sufre mucho más.
-
Ay, si
solamente tuviera quince años… - decía – y sé bien que querría al mundo de
arriba y a los seres humanos que construyen casas y viven allá arriba.
Al fin cumplió los quince años.
-
Mira,
ahora ya eres lo suficientemente grande – dijo su abuela, la vieja reina viuda
-. Ven ahora, déjame adornarte como a tus otras hermanas – y le puso en el
cabello una corona de azucenas blancas; cada pétalo de la flor era la mitad de
una perla; a continuación, la vieja permitió que ocho grandes ostras se
prendieran a la cola de la princesa, con el fin de demostrar su alta clase.
-
Pero duele
mucho – dijo la sirenita.
-
Si uno
quiere lujos, algo ha de sufrir por ellos."
IV
Más cuentos y situaciones
Traducido a más de 80 idiomas,
adaptado al cine y la televisión hasta la saciedad, inspiración para obras
artísticas de todas clases, inclusive la pintura y escultura, el ballet, la
música, el teatro, el cine de animación y el de actores,etcétera, este
cuentista no teme escribir sobre la muerte, el término de todo, el fin, y acaba
así muchos de sus cuentos: La niña de los
fósforos, El abeto, La sirenita, El firme soldadito de plomo, Historia de
una madre, Las zapatillas rojas, La margarita, La casa vieja, La piedra
filosofal, El muñeco de nieve, entre otros. Vale la pena ver cómo acaba El
Abeto, pobre ente vivo que empieza a vivir precisamente cuando se está
quemando: Ahora todo había acabado y el
árbol había acabado como el cuento. Acabado, acabado, que es lo que ocurre con
todos los cuentos. No me resisto en este punto a reseñar ligeramente la
pequeña incursión de Andersen por la
Ciencia Ficción en su cuento Dentro de
Mil Años en el que resume su experiencia como autor de libros de viaje con
su fantasía final y algo irónica en la que recorre Europa como el gran viajero - aquí se cita un nombre conocido en aquel tiempo
- ha demostrado en su famosa obra: Cómo visitar Europa en ocho días. No
dejará de mencionar en dicho sabroso relato el electromagnetismo, descubierto
por su amigo, tocayo y coterráneo Hans
Christian Oersted. Por otra parte, y ya que de amigos hablamos, el
sentimiento doble y finalmente trágico que alcanza a tantos de sus cuentos
parece se alimenta del mismo medio ambiente de donde extrajo su crítica
existencial su contemporáneo Sören
Kierkegaard. Tanto Andersen como
Kierkegaard reclaman un cristianismo
desde el corazón, desprecian la institucionalidad burguesa en la que han caído
las iglesias luteranas escandinavas, y ambos en sus escritos mostrarán una fe
religiosa basada en la esperanza de superar la existencia de este mundo ingrato,
como se distingue claramente en La Sirenita
y en El último sueño del viejo roble.
Sin embargo, su fe religiosa, como la de Unamuno,
es atormentada, agónica, a veces escéptica, véanse Tía Dolor de Muelas o Lo que
contó el viento sobre Valdemar Daae y sus hijas. Es probable que estos
encontrados sentimientos se hayan expresado plenamente, como tantos han
intuido, en el personaje del famoso Patito Feo.
Algunos de los cuentos de Andersen más representados fuera del
ámbito del libro – y fuera de los ya mencionados - han sido Las Habichuelas Mágicas, Las zapatillas rojas (clásica película
británica de 1948, en color, de Michael
Powell), Pulgarcita (producción
irlandesa-estadounidense de 1994), Los
cisnes salvajes (mediometraje animado de la soviética Soyuz Mosfilm de 1962,
y anime japonés de 1977: Hakuchou no Ouji),
El ruiseñor del emperador (producción
checa de 1949, de animación al peculiar estilo checoslovaco), etcétera. Un poco
como para hacerse perdonar sus faltas pasadas, Disney y Pixar se arriesgaron en 2009 a producir un corto de siete
minutos de duración narrando la triste historia de La Niña de los Fósforos.
Aquí se los dejo, vale la pena verlo: http://www.youtube.com/watch?v=UdH1hhImJaU.En
este punto podemos mencionar la película con actores de a de veras La reina de las nieves, del 2002,
producción canadiense-estadounidense con Bridget
Fonda, dirigida por David Wu, en
una adaptación muy extensa – tres horas – y bastante cuidada. Volviendo al
lenguaje escrito podemos en este punto presentar una bonita y amplia selección
de cuentos que se puede uno bajar sin remordimientos: http://www.bibliotecaspublicas.es/donbenito/imagenes/Hans_Christian_Andersen_-_Cuentos_-_v1.0.pdf;
pero los cuentos y otros escritos completos de Andersen se encontrarán mejor en
esta página web: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/hca.htm
V
Colofón
Me está gustando mucho esta serie
de Crónicas sobre Literatura Infantil, pues estoy descubriendo e integrando
aspectos de la misma que no conocía. Bien dicen que si quieres aprender bien
una cosa, enséñala. Tengo en preparación dos (quizá tres) más de estas Crónicas
y debo decir que espero les guste a mis lectores leerla tanto como me ha
gustado a mí escribirla. Lean, chicos, no saben lo que se pierden al no hacerlo.
Crónicas de
Lecturas - 81
Aia Paec y
los Hombres Pallar
I
Leyenda Peruana
Es mi orgullo y motivo de peligroso
nacionalismo ser peruano. Sé que todo país enorgullece a sus nacionales, qué
bueno es que así sea. Yo lo aprendí desde chico leyendo a gentes de muchos
países, el amor a la tierra es compartido por todo ser humano, con ese amor te
lo aprendes cómo somos iguales en nuestras diferencias, que por distinta que
sea la tierra el vínculo es el mismo: No importa la tierra o el agua - díganlo
los inmigrantes de todas las épocas - sino el corazón: Tu patria es donde puedes
ser feliz siendo tú mismo. Por eso me concedo tratar de ser feliz en mi tierra,
el Perú milenario donde la civilización proviene desde siglos insondables. Vivir
es ganarte el sustento con tu trabajo, y en ese proceso la tierra te cambia tanto
como tú a ella. Los hombres - algunos mis antepasados – que llegaron a estas tierras
diez o más milenios atrás la fecundaron ingeniándose la agricultura (hoy a eso
le llaman Ingeniería Genética, pero es la
misma vaina), y se inventaron plantas desde las especies salvajes: El maíz
y la papa, la quinua y la cañigua y el yacón y la yuca y la kiwicha y la maracuyá y el aguaymanto,
todos los cuales rodearon con mitos, cuentos y leyendas. Hoy aspiro a rendir
homenaje en un libro de Carmen Pachas
a una de estas plantas, El PALLAR (phaseolus lunatus), humilde menestra
como la alubia, el garbanzo o la lenteja, que desde miles de años comemos los
peruanos, entre ellos mis choznos, abuelos, padres y yo mismo; grano
insuperable sancochado en ensalada con su cebolla y su ajicito y su tomatito,
que espero lo seguirán comiendo mis hijos y descendientes por los siglos de los
siglos, a ver si llegan siquiera a parecerse a sus antepasados, jardineros del
desierto, el páramo altiplánico, las pendientes de montañas y los selváticos piedemontes.
Para entenderse a sí mismo el peruano necesita
verse como ser histórico, y quizá más que otros, construye su autoimagen en
ambivalente relación a la milenaria Cultura Andina. Si no lo hace más no es por
falta de ganas, sino porque la Identidad es un artículo tan de primera
necesidad como el pan y la sal, y algunos lo acaparan. Ya lo dijo un gran
hombre: En el Perú la Nación es muy
superior al Estado, que tantas veces ha servido sólo para perpetuar
injusticias. Por eso a veces exageramos lo antiguo buscando ahí la grandeza que
hoy se nos niega, hurgamos desesperados por un paradigma. Si lo haces bien y
superas el que no te guste ser cholo,
llegas a la constatación, como individuo y como comunidad, que eres - que somos
- Cholos; y a mucha y españolísima
honra. Y como mucha bola le hemos dado a nuestra hispanidad, tratamos hoy de
profundizar en la otra parte de nuestros genes y conductas, y empezamos con el
modo en que nuestros antepasados andinos conservaban la memoria: Con Cánticos y
Cuentos y Mitos y Leyendas. Es imposible ser indoamericano sin ellos, todo
esfuerzo en recuperar todo eso es encomiable, necesario, imprescindible. La
labor que mi primita Carmen Pachas
se echó al hombro - con el fundamental apoyo del concepto gráfico de Marie Isabel Musselman y la capacidad
ilustradora de Andrea Lértora –
construye así patria en el mejor sentido del término, y proporciona modelos a
todos nuestros queridos hermanos de la América Latina, a los de la Ibérica
península, y quien sabe más allá. Por eso dedicamos esta humilde Crónica a este
Volumen Primero – deseamos que haya muchos más – de Mágicos Cuentos Prehispánicos para Niños: Aia Paec y los Hombres Pallar.
II
Aia Paec y
la Civilización Moche
Las Leyendas son el corazón de los pueblos, y
sus personajes sus paradigmas. El Perú es su historia y sus historias, y parte
de dicha historia es la vieja civilización moche. Mil ochocientos años atrás en
la costa del norte del Perú floreció en los valles de los ríos Moche y
Jequetepeque lo que se llama una “cultura arqueológica”. Dichas “culturas
arqueológicas” son muchas veces casi sacadas de la manga por los dichos
arqueólogos en base a algunos ceramios o tejidos, pero reconozcamos que en este
caso hay mucho más base que eso. Todo indica una larga presencia, de milenios,
de un pueblo que por cierto continúa allí a la fecha. Después de todo, las
expresiones culturales pasan y dejan su impronta sobre las siguientes, tras
unas vienen otras, y por eso tras Salinar vino Virú, tras Virú Moche, que luego
cambiaría para ser Lambayeque y Chimú, hasta la llegada de Incas, Españoles y
Libertadores, hasta el Perú de nuestros días y el futuro más allá del siglo
XXI. De allí que más que de “cultura arqueológica” hablemos directamente de una
civilización lo suficientemente importante para habernos dado el cuerpo
momificado del primer gobernante que conocemos del Perú, anterior a
Presidentes, Virreyes, Sapa Incas y Chimo Cápacs: el Señor de Sipán. En mi país todo es continuo hace más de diez mil
años, somos nada más y nada menos que una de las cunas de la civilización, y sin
embargo, qué poco sabemos de nosotros mismos. Nuestras viejas civilizaciones,
sólo comparables en vetustez al Imperio Antiguo de Egipto, a Indo-Harappa o a
la primera Mesopotamia, no nos dejaron testimonios que supiéramos descifrar sin
profusa semiótica e interpretación. Tenemos que suponer demasiadas cosas, y eso
significa que muchas veces el desespero termina haciéndonos inventar data donde
no la hay, o rodear de suposiciones con valor de verdad un diminuto núcleo de
certeza, o elaborar media docena de hipótesis para dar cuenta de un hecho,
color o hebra.
Eso pasó con Aia Paec, traducido cariñosamente como “el dios degollador”. Su
imagen más conocida la descubrió en 1990 el arqueólogo Daniel Morales en Huaca de la Luna e impresionó, e hizo la fortuna
de artesanos y ceramistas, que lo reprodujeron hasta la náusea. Pero se le
conocía desde decenios antes, Rafael
Larco Hoyle lo había identificado como parte de la dualidad andina, un Dios
Supremo o Supremo Hacedor o Dios Todopoderoso, tan importante como su Otro Yo (Chico Paec) o como la Luna, Shí. La imagen nos presenta el
impresionante y aterrador rostro de un dios asemejado a un hombre, con
colmillos de felino y olas marinas rodeándolo. A veces le darán forma de araña,
con sus ocho patas rodeándolo; o de pulpo, con tentáculos. Puede portar cabezas
de guerreros muertos en sus brazos y serpientes brotando de su cabeza. El
terrible Aia Paec, dios degollador de
mochicas, vive sediento de sangre, y por eso exige sacrificios humanos. Los
gobernantes Ciequich, y los Alaec de los valles le ofrendan jóvenes
guerreros que pletóricos de fe combaten en explanadas al efecto en los magníficos
templos de Huaca de la Luna, Huaca el Brujo, Huaca Pañamarca y Huaca Rajada,
entre otros. Estos combates y la sangre derramada y ofrendada son agradables al
creador, que en su contento provee de agua, alimentos y triunfos a sus súbditos
moches, y así mantiene el equilibrio del universo. O al menos de eso estaban convencidos
los susodichos moches, y más valía que lo estuviesen, pues que una de las
maneras de sostenerse en el poder, como bien sabe nuestro sagaz Arzobispo, es
ser intermediario con la divinidad e interpretarle sus antojos. Algunos
arqueólogos explican la decadencia de los moches (relativa, por cierto) por la
incapacidad de los sacerdotes moche de convencer al resto de la sociedad de
continuar con los sacrificios humanos, dada la percepción de su inutilidad en
el contexto de un desastroso fenómeno del Niño.
III
Los Hombres Pallar
Hacia 3000 A.C. los hombres de los Andes
estaban en pleno proceso de domesticación de plantas y animales. En ese
contexto es que se domestica el pallar, menestra que hoy forma parte de
excelentes potajes peruanos, españoles y vietnamitas (eso leí en wikipedia), lo
que hace que uno se sorprenda de las extrañas rutas que suelen seguir los productos
culturales. Los moches, al igual que otros muchos pueblos de aquí y de allá,
veían algo maravilloso en el hecho de que nazcan frutos de la tierra que
parecían destinados a nutrir a los hombres. Y trataban, cómo no, de manifestar
el agradecimiento y unción correspondiente, para que el obsequio continúe. Como
el trigo y la vid en otras latitudes, el pallar fue alimento de dioses y dios
él mismo, y más aún en la mente de los moches: Fue un “comunicador”, una
“escritura” en sí misma, un “código” secreto a descifrar, tan misterioso en sus
peculiares manchitas blancas y negras, diferentes en cada generación de
pallares, que no parece menos sino que el propio Aia Paec trata de decirnos algo, de recordarnos su presencia. Claro
es que solo los sacerdotes pueden dar razón de estos arcanos mensajes. Pero el
hombre, ay, es rebelde y desobediente, e irrespetuoso con sus dioses y hay que
hacerle recordar de vez en cuando a lo que se arriesga. Los moches sacrificaban
a Aia Paec las ofrendas debidas,
humanas cuando era preciso. Pero un día la cosecha fue tan buena, tanto habían
trabajado los agricultores en sus campos, acueductos y diques; tan hábiles
fueron los ingenieros hidráulicos en el diseño de los canales y reservorios;
tan capaces los líderes en movilizar los recursos, que la cosecha de pallares
fue simplemente extraordinaria. Y en el medio de la gran fiesta que se generó,
los moches se olvidaron de honrar a su dios. Y esto a Aia Paec no le gustó nadita de nada. Naturalmente, la idea de
exterminar a estos desagradecidos destripaterrones debió pasarle por la mente,
pero Carmen no nos lo dice, aunque
seguro que se lo sabe. La cosa es que al final elucubró un castigo más sutil y
menos definitivo: Mientras los moches estaban dándose la gran vida metiéndola a
la chicha con ganas, cayeron en cuenta que sus cuerpos se redondeaban y
cambiaban de color. Se convertían ellos mismos en pallares. Y como Aia Paec no solía hacer las cosas a
medias, también transformó a los animales, y así venados, zorros y otros bichos
adquirieron la forma de pallar.
Los múltiples inconvenientes surgidos de este
hecho les causaron a los moches muchas molestias y debieron acostumbrarse de
nuevo a realizar de otro modo incluso las tareas más sencillas. Y es que tener
forma de pallar puede ser muy molesto. Sin embargo, la energía de los pallares
es tan grande que así y todos los valerosos mochicas se sostuvieron en sus
lugares, se conservaron a sí mismos y resistieron a sus enemigos mientras
continuaban con sus acostumbradas labores. Probablemente sin la protección del
mismísimo Aia Paec no habrían podido
mantenerse, pero eso ya es una especulación mía. La cuestión es que entre unas
cosas y otras se tomaron su buen tiempo en caer en que no le habían hecho las
ofrendas debidas al Degollador, y que
éste les había jugado la jugarreta. Por ello llamaron a sus mejores artistas y les dijeron que preparen unas
ofrendas como nunca antes lo habían hecho para que el dios se ponga contento de
nuevo. Los artesanos mochicas trabajaron sus ofrendas de día iluminados por
el Sol, y de noche por la Luna y las Siete Cabrillas, esmerándose para
contentar a su Todopoderoso, y una
vez terminados ceramios y tejidos se los entregaron a sus más veloces
mensajeros para reunir todo en los Templos y ejecutar la más grande ceremonia
de ofrenda jamás realizada. El centro del asunto eran las representaciones que
los artistas moche habían practicado en las réplicas de los pallares,
dibujadas, tejidas o esculpidas: Cada réplica de pallar pintado de negro sobre
blanco, cada uno de manera algo diferente, cada cual con un mensaje diferente
para Aia Paec, según lo que cada
artista había querido y tratado de representar. Y así el dios se apiadó y devolvió a hombres y
animales sus formas originales. La felicidad fue grande y los moches
prometieron no olvidarse más de las ofrendas a sus dioses. Pero considerando la muy mala memoria que suele afectar a los seres
humanos cuando les va bien, Aia Paec
dispuso en su sabiduría que los pallares nacerían de ahora en adelante con
manchas negras sobre fondo blanco – o blancas sobre fondo negro, lo mismo da –
como repitiendo o devolviendo los mensajes que el Dios había leído en las réplicas
de los pallares. Así en adelante estos sinvergüenzas no se olvidarían.
IV
Historias,
ediciones y pallares
Por supuesto la historia es más larga y con
más acontecimientos, y además las ilustraciones son sencillamente
extraordinarias. Por si fuera poco, la edición es bilingüe (inglés y
castellano), cuenta con actividades lúdico – educativas y con un excelente
apéndice para enterarnos de más cosas; ello aparte de un completo glosario y,
como no puede ser menos en un trabajo de tan excelente calidad, sus fuentes de
investigación debidamente detalladas. Probablemente el principal defecto de
este libro sea su pretensión de tratar de ser absolutamente completo, pero
¿será eso un defecto? En fin, queremos ser justos y tratar de no dejarnos
llevar por el entusiasmo, pero así somos y qué hay con ello. Pare el caso
entonces le cedemos la palabra a la autora, Carmen Pachas, para que hable de sí misma: ¿Qué lleva a una contadora a utilizar su tiempo libre e investigar
sobre la sabiduría de los antiguos peruanos (Yachay), traducirla a un lenguaje
lúdico (Pucllay) y transmitirla a los niños a través de un cuento que los
transporta atrás en el tiempo y en distintos puntos del territorio nacional
(Pacha)?. Bueno, averígüelo por sí mismo, mi estimado lector. Y para eso le
doy este enlace: https://yachaypucllaypacha.pe/index.php/nuestros-cuentos-2/alimentos/aia-paec-y-los-hombres-pallar#.U3t1gNJ5OSo
Es muy importante mencionar que la
inspiración de los gráficos empleados en Aia
Paec y los Hombres Pallar viene en línea recta de la iconografía mochica
original, estudiada desde decenios atrás y clarísima fuente para Marie Isabel Musselman y Andrea Lértora. No es la primera vez
que se emplea esta iconografía aparte de los estudios propiamente arqueológicos
e históricos. El empuje creativo de la recopilación de mitos tuvo un ejercicio
importante gracias al Instituto de Estudios Peruanos (IEP), que lanzó en 1993
una corta edición (3,000 ejemplares) de Las
aventuras del Dios Quismique y su ayudante Murrup; y otra parecida en 1994
de La rebelión contra el Dios Sol, como
partes primera y segunda de una serie - Los
Dioses de Sipán -, del conocido intelectual e investigador Jürgen Golte. Ignoramos si se han
editado más. El formato de Aia Paec y los
Hombres Pallar, siendo mucho más ambicioso, completo y de intenciones
lúdico – educativas más claras y desarrolladas, parece claramente inspirado en Golte y sus Quismique y Rebelión. La
diferencia está en la parte que podemos denominar de recreación: Pachas – Musselman – Lértora logran recrear
el mundo moche a partir de la iconografía asumida como fuente, con solvencia y
creatividad. Las intenciones de Golte
son más precisas y menos ambiciosas, utiliza bien las fuentes pre-existentes
para narrar mitos, y eso lo hace definitivamente bien.
¿Y los pallares peruanos negriblancos? Pues
que los tenemos en casa y hemos sembrado la enredadera. Dícennos que esta
semilla provino de otra semilla obtenida de una antiquísima ofrenda moche encontrada
en Túcume, y que data de siglos. Yo no sé si eso será verdad, pero me gustaría
creerlo. La bonita enredadera da cada tres meses unas vainas con tres o cuatro
semillas dentro, con un patrón de diseños negros sobre blanco variable de
generación a generación. De hecho los pallares que sembramos se nos vuelven un
poco más negros cada vez que los cosechamos. Se me ocurre que de repente es una
adaptación genética al feo microclima urbano. Lo que sí se nota es que necesita
mucho sol y poca agua, ciertamente es una planta peruana. Regalamos semillas
cada vez que podemos, quisiéramos que en cada hogar peruano haya una de estas
plantas. Así que ya saben, chicos, planten sus pallares y cuando los cocinen,
sancóchenlos algo más de lo que se hace con los pallares “modernos”, o si no,
no les quedarán bien.
V
Colofón
Ahora que acabo me doy cuenta, como siempre,
que me faltan cosas qué decir. Seguro para eso son los colofones. No dije que la palabra “pallar” dicen que
viene del muchik pajek o pegyec que
significa “noble guerrero moche” o “guerrero que se encarga del enemigo”.
Seguro que Carmen se inspiró en
esto. Hasta la próxima.
Crónicas de Lecturas - 82
Lecturas Prohibidas - I
I
El Acto de Prohibir, para Dummies (Parte Uno)
Iba a titular esta Crónica
“Libros Prohibidos”, pero pensando pensando me tropecé con que lo que le
interesa prohibir a quienes poseen el poder de prohibir no es el libro, que
suena feísimo en un mundo orientado a la democracia liberal o cuando menos donde
mucha gente se cree el cuentazo. Lo que interesa prohibir o cuando menos
dificultar es el acto de leer. El genial Bradbury
comentando su Fahrenheit 451 decía
con donaire que no se necesitas quemar bibliotecas, sino despoblarlas. Parece
que viene a cuento describir algunos de tales modus operandi para prohibir la lectura en tiempo real, porque el
pasado no está tan muerto como usualmente se cree. Una decena y pico de años
atrás, por ejemplo, se publicaba en el Perú el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación(in extenso, acá: http://www.cverdad.org.pe/ifinal/),
y dada la inexistencia de relatos del tiempo de la Lucha contra el Terrorismo
la fuente parecía inatacable. Pero se visibilizó clarito el interés por
invisibilizar una buena mitad de ese período: el de la violación masiva y
descarada de los Derechos Humanos. Los que trataban de esconder el sol con un
dedo no nos daban nada a cambio, pretendían ni más ni menos que no leamos ni
averiguamos ni aprendamos, y de preferencia que no pensemos. Toda la
alternativa que presentaron era creerles a ellos y a su versión limitada,
desaprensiva, atrabiliaria, parcial y sesgada. En varias polémicas que sostuve
en espacios virtuales – relativamente fáciles de encontrar por poco que se
busquen – respetables oficiales en retiro de ciertos Institutos Armados
demostraban seguir estacionados mental y emocionalmente en la Guerra Fría, y
decían con todas sus letras que el Informe podía ser elaborado y almacenado en Archivos
y Bibliotecas para su consulta por los futuros historiadores del siglo XXX,
suponemos, pero que era inadmisible que fuera leído libremente por la gente.
Tal censura disimulada está de moda cuando un texto le pisa los callos al
poder.
En 1440 se produjo la diabólica
invención de la Imprenta de Tipos Móviles por el conocido radical y subversivo
comunista Johann Gutenberg. La
Iglesia y el Estado, desde premisas diferentes, estaban bien advertidos de los
riesgos que envuelve que la gente lea y, Dios no lo permita, piense con
libertad. Es común asociar Libre Examen con Imprenta, pero las primeras normas
para regular la Imprenta y proteger los grandes capitales vinculados a la
empresa en Italia y Europa son muy anteriores a Martín Lutero. El Imprimátur
al que me he referido en otras Crónicas fue establecido por Inocencio VIII (Papa de raras habilidad
y astucia, nada “Inocencio”, por cierto) en 1487, y duró casi medio milenio.
Entretanto, las primeras normas de la República de Venecia de 1469
salvaguardaban los intereses comerciales de los impresores. Se evidencia así
desde temprano la unidad de intereses entre el poder económico y el poder
político en los medios de comunicación, que se potencia hacia 1540 gracias a la
aparición de un enemigo común: La Reforma y su indeseable Libre Examen. Como es
obvio, hay dos maneras de lograr que la gente no lea, una es no imprimiendo
libros y la otra prohibir leerlos. Pero como la Imprenta es un negocio y los
intereses comerciales terminan por imponerse, el paso de la prohibición de leer
a la de imprimir se vio como signo de civilización, y de bárbaro se tildó al
que reprimiera el ejercicio de la lectura. El malhadado Humanismo fue el
culpable de esta vuelta de tuerca, que dio alas a los pensadores y utilizó
artera e insidiosamente la Imprenta para difundir su material atentatorio
contra la autoridad divina y humana, atreviéndose incluso a aspirar a la
peligrosa utopía de la societas
litteratorum, apoyada en los libros y en la libertad de ejercer el llamado ars scribendi artificialiter.
II
El Acto de Prohibir, para Dummies (Parte Dos)
A principios del siglo XV la
situación estaba inclinada a favor de los scribendi.
Quemar prójimos como JanHuss o Giordano Bruno estaba muy mal visto y
la naciente opinión pública no lo consideraba cristiano.Parecía momento de
hablar, y de hablar alto: Martín Lutero
clava sus 95 Tesis en la puerta de la
Iglesia de Wittenberg en 1517 porque sabe que se las van a leer y sabe que
tendrán impacto, y desde entonces ya no habrá vuelta atrás. Pese a
excomuniones, represiones y prohibiciones, la Iglesia Católica no consiguió
detener la progresión de las ideas de Lutero y otros reformadores, igual como
no puede detener hoy a fuerza de represiones que sus fieles usen
anticonceptivos o practiquen el aborto, y de entonces acá continúa en retirada.
La unidad del cristianismo se hizo trizas cuando por vez primera en Occidente
el Pueblo hizo saber que no cumpliría otra ley que la que ellos mismos
aceptaran. La Lectura había derrotado a la Autoridad: En 1519 el editor y
librero Giovanni Froben informaba a Lutero que sus escritos aparecían en
toda Europa como los hongos después de la lluvia y que incluso ilustres
caballeros italianos “devotos de las musas” compraban ediciones populares y las
repartían por miles gratuitamente en las ciudades: No lo hacen por hacer dinero sino para ofrecer apoyo al renacimiento de
la piedad cristiana.La Iglesia no toleró esto por mucho tiempo, y acusó a
los editores de materialismo y corrupción (Algunas estrategias no cambian aunque
pasen los siglos). Pero como suele ocurrir el mal había contaminado a los de
adentro también: católicos sinceros conformaban una resistencia interna,
creando tendencias espirituales de retorno a las enseñanzas del Cristo de los
evangelios, y rechazaban la opulencia y el decaimiento moral en los prelados. En
1515 el papa León X establecía
la censura previa para Occidente, según lo
acordado en el V Concilio Lateranense, que prohibió imprimir libros
sin autorización episcopal. La orden se aplicóipso factocon la ruptura de la cristiandad por la Reforma. En 1523 Carlos
V prohíbe difundir la obra luterana en España y Alemania, y en
1524 Clemente VII extenderá la
prohibición al resto del mundo. Pero en el annus
horribilis de 1527 la soldadesca germana de lansquenetes protestantes de Carlos V saqueó Roma, lo que se
interpretó urbi et orbi como castigo
de Dios sobre la impiedad de la Iglesia Católica. El trauma trajo un efecto aún
visible en la estructura eclesial: Reforma hacia adentro, Contrarreforma hacia
afuera.
En 1538 el Papa Pablo III (Alejandro Farnesio) delineaba los primeros rasgos de una Reforma
interna en profundidad, y esa Reforma ya incluía en su primera fase ese enojoso
asunto del control de los Libros. Dos posiciones entraron en conflicto durante
el decisivo Concilio de Trento (1542 – 1564): Los “renacentistas”, con el Papa Farnesio, apoyaban los esfuerzos
conciliadores y unificadores del Emperador Carlos
V, y esto significaba dar pasos concretos hacia la tolerancia y la
convivencia, y quien sabe así podría ser posible la reunificación de la Iglesia
de Cristo. Por el otro lado, los “contrarreformistas”, con el Papa Caraffa (Pablo IV), uno de los autores del primer intento de censura,
representaban la posición dura del no compromiso y no aceptación de nada que
viniera del protestantismo, con los que se asociaba los libros y la lectura,
incluso en su variable humanista católica. En el Concilio las posiciones terminaron
por unirse en la formulación de estándares morales conservadores que
proporcionarían la base para la censura y prohibición de lecturas. La Iglesia sólo
era autoridad en los Estados Pontificios, y necesitó organizarse para ejercer
el control moral que permitiera censurar la lectura. Así se fundó en 1542 la Congregación para elSanto Oficio de la
Inquisición (o deberíamos decir refundó, había habido antes otra), y en
1572 la Sagrada Congregación para el
Index Librorum Prohibitorum. Pareciera que tenemos que encontrar la
motivación de todo esto en el miedo a que las bases de la autoridad se
desvanecieran, el miedo a la desorganización del mundo, el miedo a perder el
poder.
III
La Prohibición por las Iglesias
Retrocedamos un poco en busca de
tendencias generales: El Concilio de Nicea, en 325 d.C. no se limitó a
establecer el Credo de la Fe Cristiana, también inició la seguidilla de
condenas, prohibiciones y quemazones de escritos considerados paganos, herejes
y/o cismáticos. La prohibición se extendía a los discípulos y seguidores del
condenado en cuestión, tal vez la más famosa sea la condena a Arrio en la mismaNicea, pues el
arrianismo casi desplazó a la doctrina ortodoxa, y para desplazarla a ella los
prelados recurrieron a la manu militari
del emperador Constantino. La lista
de herejías y escritos relacionados a lo largo de los siglos es tan grande que
me libero de la obligación de mencionarlas una por una, quizá le dedique en su
momento alguna otra Crónica. Que baste con señalar que las Biblias en las que basaban sus ideas más sus escritos propios eran
sacados de la circulación para evitar que sus pestíferas ideas influyeran sobre
la masa de los creyentes: Tal era el objetivo final, relativamente sencillo de
alcanzar pues nunca había demasiados ejemplares de dichas obras, que debían ser
copiadas a mano, y cuya posesión era casi indicio seguro de pecado. Por ello la
quemazón de libros era más bien simbólica, a veces junto a la quemazón de los
cuerpos vivos de sus autores, ya mencionamos a Bruno y Huss. Este
simbolismo lo heredarían algunos sucesores en la historia, como el Partido Nazi
de Alemania, también entusiasta en esto de quemar libros para sentar
posiciones. En todo caso, la imprenta lo cambiaba todo, ya no se podía
pretender que una quemazón de libros eliminara el problema; y más aún, matar al
autor podía convertirlo en mártir. Por ello el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, dentro de la
vigilancia general a que sometía a los fieles, observaba con suma atención qué
decían o escribían, lo que indicaba con bastante seguridad qué pensaban y sobre
todo qué leían. En Los Anales de la
Inquisición en Lima (1863), de Ricardo
Palma, se describe con sabor criollo y librepensador el cómo la Inquisición
vigilaba a la sociedad del Virreinato del Perú, encuéntrala aquí: https://archive.org/details/analesdelainqui00palmgoog.
La novela histórica La Gesta del Marrano
(1991) de Marcos Aguinis mira el
asunto desde la perspectiva mucho más dramática del heroico perseguido Francisco Maldonado da Silva, bájala
desde aquí: http://inabima.gob.do/descargas/biblioteca/Autores%20Extranjeros/A/Aguinis,%20Marcos/Aguinis,%20Marcos%20-%20La%20gesta%20del%20marrano.pdf
Las prohibiciones y controles
“invisibles” fueron así más rastreras e insidiosas, “prevenían” el problema.
Las restricciones aplicadas a la producción de libros implicaban vigilar las
Imprentas. Y por cierto, cualquier parecido con circunstancias análogas
actuales NO es coincidencia y tiene exactamente el mismo propósito. Ahora bien,
vale la pena dejar claro que este asunto no puede achacarse a una sola iglesia
con preferencia a las demás, ni yo ni nadie conocemos Iglesia tan tolerante que
acepte las obras que la atacan, o atacan alguno de los dogmas en los que se
sostienen. Y donde la censura resulta peor es donde se junta el Estado con la
Iglesia. Pruebas al canto hay miles, señalemos sólo algunas de las
contemporáneas: Los Versos Satánicos
de Salman Rushdie desataron una ola
de histeria colectiva y prohibiciones en los países musulmanes al tocar el Corán. Leer Jinnah de Pakistán, de Stanley
Volpert se prohíbe en dicho país desde 1982 pues el musulmán Mohamed Alí Jinnah, padre de dicha
nación, disfrutaba su chicharroncito de chancho acompañado de algún vinito aloque, menú que para el Islam parece
inadmisible. La relación del Islam jurídico con la mujer se critica en No sin mi hija de Betty Mahmoody, y fue prohibida en el Irán de los Ayatollahs desde 1990. No se crea que
por acá en el Occidente cristiano o en América Latina estamos mejor, sólo la
hacemos distinta: Tendemos no a la censura directa y escueta, sino a la
vergonzante y medio escondida adoctrinación y manipulación de ciertos sectores
sociales a través del control de la Educación, o al empleo del aparato del
estado para la censura disimulada – o no tanto - de las lecturas consideradas
peligrosas. Las Peregrinaciones de una
Paria de Flora Tristán y las
obras de Clorinda Matto de Turner
fueron quemadas en plazas públicas y a sus autoras les hicieron cuadritos la
vida, eso solamente por mencionar dos casos del Perú republicano. Durante
decenios ser liberal, librepensador, anarquista, socialista, o a veces
sencillamente humano, pasaba por denunciar y combatir la connivencia de la
Iglesia con el estado para la censura, connivencia que en diversos aspectos aún
subsiste, y que fue extremadamente marcada en el mundo hispano, en particular
durante el régimen franquista en España.
Por cierto, y para los que crean
que le pego demasiado a las Iglesias, espérense a la segunda parte de esta
Crónica, donde le pego al Estado.
IV
El Índex
El Índex librorum prohibitorum,
Índex Expurgatorius o Índice de libros prohibidos es la
lista de publicaciones que la Iglesia Católica entendía como perniciosas para
la fe, sea porque la atacaran, la ofendieran, la criticaran o la minaran
actuando sobre la Moral de los fieles. Lo primero fue las normas y criterios
para censurar libros, con el efecto buscado declarado de evitar que los tales
textos y libros se leyeran, es decir que su contenido actuara sobre la
conciencia de los fieles dificultando así su “salvación”. En la práctica el Índex
servía para elaborar pruebas contra los autores o poseedores de libros
perniciosos. Lo pernicioso no abarcaba únicamente el protestantismo en sus
diversas variantes, sino también a la superstición, la magia, la alquimia, la
necromancia y la astrología. Sin embargo, se observa en las listas de libros y
autores censurados una cierta i-lógica, basada tanto en las necesidades
políticas del momento como en los procesos en que una obra o autor llegaba a
alcanzar el honor de ser prohibida.
Alguna vez esperamos hallar una historia de estos procesos que arroje luz sobre
el tema. El Índex constaba de tres listas que agrupaban: Uno - Todas las
obras y escritos de un autor prohibido. Dos - Libros específicos de un autor
prohibido. Tres - Escritos específicos de un autor incierto, como el caso del Lazarillo de Tormes, cuyo autor parece
prefirió prudentemente pasar desapercibido. Con estas tres listas se abarcaba
un Universo de prohibiciones cuya progresiva acumulación ponía a los
intelectuales y fieles en general frente a un dilema insoluble: Para ser un
buen católico debías renunciar a ciertos saberes. Me permito opinar que nunca
estuvo tan amenazada la libertad de los
hijos de Dios por la propia Iglesia.
Entre 1564 y 1571 las listas
fueron elaboradas - a petición del Papa
y los Obispos - por las Universidades, lo que verdaderamente escandaliza, pues
las dichas Universidades no solamente no se negaron sino que fueron incluso
entusiastas en demostrar su adscripción a la fe. Y precisamente por lo complejo
de la situación es que el papa Pío V crea una Congregación especial al efecto, la que
operó entre 1564 y 1966, en que fue suprimida por el Papa Paulo VI. En sus cuatro siglos de existencia emitió cuarenta
ediciones del Índex, la última en 1948. Para los curiosos, acá la edición de
1612, donde consta la prohibición de toda la obra del sumamente peligroso Desiderio Erasmo de Rotterdam, en el Índex
desde 1500, que amenaza con poner en riesgo la salvación de los lectores del Elogio de la Locura: http://www.uco.es/humcor/behisp/informacion/documentacion/indice_censorio_expurgatorio.pdf.
En la primera versión del Index
Librorum Prohibitorum se prohibía toda versión de laBiblia escrita o autorizada
por Martín Lutero, así como las
que se parecieran a ellas o estuvieran escritas en lengua vernácula, con
detalle incluso de la lista de los tipógrafos o impresores vetados por
reproducirla. Puede que el caso que describa mejor el modus operandi de la Censura sea el de Galileo Galilei, a quién convocó el Santo Oficio en 1633 paraconversar
amigablemente sobre su Diálogo sobre los
principales sistemas del mundo. La obra había pasado la censura, pero tuvo demasiado éxito al ser interpretada como
heliocentrista ya favor de Copérnico.
Galileo parece pensaba que pasaría
la censura por su superior inteligencia y prestigio, y ser protegido del Papa Urbano VIII. Pero la Censura
carece de escrúpulos tanto como de sentido del humor, e igual lo llevó a juicio.
Finalmente el anciano Galileo
decidió no complicarse, pasó por el aro y pronunció la famosa abjuración, tras
la que no pudo evitar murmurar el mítico Eppur si muove (y sin
embargo se mueve). Si será verdad eso.
Que en el transcurso de los
siglos el asunto no debió ser muy cuidadoso se nota por las inconsistencias,
puede que por la diversidad de políticas aplicadas o los distintos contextos
históricos. Hay autores cuya no-presencia en el Índex extraña, como Arthur
Schopenhauer, Karl Marx o FriedrichNietzsche, amplísimamente conocidos
por su ateísmo o su hostilidad hacia la Iglesia Católica. Están, sin embargo,
aparte del mencionado Erasmo, Nicolás Copérnico, François Rabelais, Michel de
Montaigne, Giordano Bruno, René Descartes, Blas Pascal, Thomas Hobbes,
Samuel Richardson, Francis Bacon, David Hume, Denise Diderot,
Jean Jacques Rousseau, Heinrich Heine, George Sand, Honoré de
Balzac, Émile Zolá, Anatole France, Alejandro Dumas, Edward
Gibbon, Henri Bergson, Leopold von Ranke, Auguste Comte, Claude Henri
de Saint Simon, Emilio Castelar,
Gabrielle D´Annunzio, John Stuart Mill, Víctor Hugo, Maurice
Maeterlinck, Gustave Flaubert, Emanuel Kant, André Gide, Pierre Larousse,
Jean Paul Sartre, y un sumamente
largo etcétera. La elección que el católico tendría que hacer entre la salvación
de su alma y el saber del siglo podría de alguna manera considerarse cuestión
de conciencia, si bien jalando muchísimo la pita, pues parecería que lo que no
estaba explícitamente permitido estaba totalmente prohibido. Pero la sociedad
hispanoamericana estaba tan dominada por la Censura Católica que el precio
pagado por no leer ni imprimir a estos autores fue el retraso, el fracaso y/o
la aceptación de la estupidez como elemento de la salvación personal. Y yo no sabo qué opinará el Buen Dios al
respecto.
V
Colofón
En este colofón deseo rendir
homenaje a Sobre el infinito Universo y
los mundos, libro que fue quemado junto con su autor: Giordano Bruno. El crimen cometido fue decir que el Sol era una
estrella, que hay en el Universo un infinito número de mundos habitados por
seres inteligentes. La emoción del descubrimiento llevó a Bruno a proponer una
forma de panteísmo. Estoy seguro que el Buen Dios no va a castigar una visión
portentosa y emocionada de la inmensidad del Universo con las llamas. Hasta
otro día y otra Crónica.
CRÓNICAS DE LECTURAS – 83
Literatura Infantil (IV) – El Siglo XIX y más allá
I
El Siglo XIX, y más allá
En el Siglo XIX la Literatura
Infantil fija las características que le dan personalidad hasta el día de hoy,
los autores se profesionalizan y consideran los intereses y vivencias del niño
en su obra, y en definitiva superan la recopilación folklórica y la creación
tradicional para escribir historias originales. Entre otros, en 1904 aparece como
obra teatral Peter Pan o el niño que no
quería crecer, de J. M. Barrie
(1860 - 1937). Con Peter Pan el
cuento infantil y sus personajes son ya productos comerciales, y por ello aquí
empezaría el sancochado de las diferentes versiones, secuelas, precuelas y profuso merchandising asociado. En 1935 Pamela Travers publica Mary
Poppins; en 1943 Antoine de
Saint-Exupéry saca El principito;
en 1945, Astrid Lindgren pone en
circulación Pippi Longstockings (Calzaslargas en castellano); en los ´60 Gianni Rodari sale con sus Cuentos por Teléfono y Maurice Sendak con Donde viven los Monstruos. Otros autores como Michael Ende, Leo Leonni
y Roald Dahl producen obras de excelente
factura e indudable calidad, muchas se llevan a las pantallas de cine y
televisión, e invaden hogares y mentes. Ya señalé antes que los cuentos
infantiles no son inocuos, es obvio que los Cuentos producen efectos duraderos
y profundos en la mente y el corazón de niñas y niños, y en nosotros mismos por
poco que los leamos. Eso es lo que se supone debe hacer la buena Literatura,
pero la Literatura infantil se debate todo el tiempo entre el ser y el deber
ser, trata de mostrar lo que está bien y lo que está mal, y es un problema de
fondo que reflejen Valores y expectativas de la época en que se escribieron. Por
ello sus estereotipos y personajes suelen ser demasiado estereotipados y
unidimensionales para nuestro gusto, por ejemplo insufrible e irrealmente
“buenos”, o “malos” hasta para avergonzar a la maldad más malvada.
Los cuentos tradicionales no tuvieron
nunca por objeto fomentar la equidad de género, y esto fue empleado en los
Cuentos de Princesas de Disney, Barbie y otras empresas. Al margen de
la modernidad democrática se utilizan en la segmentación marquetera para
favorecer prejuicios y estereotipos destinados a reproducir un mercado. El
profuso merchandising asociado no
tiene por lo general ningún valor pedagógico, y eso simplemente no me parece. No tengo nada contra el
valor fundamental de la ganancia económica, en especial si hacen plata
manipulando a sus hijos y no a los míos. A los chicos de toda edad no hay que esconderles
la realidad, y hay que comunicarse con el debido cuidado in extenso sobre todos los temas. Esto no es tan fácil hoy como antes,
cuando no se hacía nada al respecto, que los padres le dejaban a la realidad el
cuidado de mostrarse a sí misma, y se dedicaban a lo creían conveniente. El
marcado carácter moralizador más o menos tosco de la primera Literatura
Infantil de Charles Perrault, los
hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, tal como vimos
en sus Crónicas, cede a la sustitución de sus literarios estereotipos por otros
mucho más comerciales y “modernos”. Menos mal nadie nos prohíbe cambiar los
cuentos de modo que se adapten un tanto mejor a algunos valores que
consideremos deseables: Podemos inventarnos un Ceniciento y una Sastrecilla
Valiente, pueden cambiarse los roles de las hermanastras y las brujas,
echándoles miel o acíbar según el caso; y siempre está disponible sin necesidad
de cambiarlos el magnífico Hans
Christian Andersen y otros buenos clásicos como Oscar Wilde y otros, incluyendo los cuentos folklóricos de todos
los países. En esto hay, afortunadamente, amplia libertad. Examinaremos ahora
algunos de los cuentos clásicos “sucesores”, algunos que superan a punta de
talento a los comerciantes:
II
Alicia en el País de las
Maravillas y A través del espejo (Lewis Carroll)
Ser un buen escritor de
literatura infantil y juvenil no es nada fácil, más fácil es escribir para adultos,
pues que supuestamente lo somos, y creemos que es más fácil escribir para
nuestros iguales. A fuer de adultos nos identificamos con las necesidades adultas,
en particular la de ser decisores de compra de cuentos y películas infantiles, y
a partir de ello nos lanzamos a escribir “para niños”, algo más falso que un
billete de doce dólares de Ruritania, y así los guiones de las películas
“infantiles” se diseñan para atraer a los adultos más que a los niños (porque
hoy nadie deja ir a los niños solos al cine, como antes sí se solía hacer). Y
ello por la sencilla razón que de esos bolsillos salen los dineros para las
entradas, y es cosa que se aburran mientras los niños se la pasan bomba. En los
libros para niños, los adultos que escriben para adultos tratan con un igual a
través de un protocolo previo, y eso francamente lo puede hacer cualquier mono.
Otro cantar es ponerse en el lugar de un niño conservando el propio sitio, ser
didáctico y divertido, reglado y libre a la vez, y al final conseguir ese
inestable y delicioso equilibrio que hace que el libro sea fabuloso y no la
insoportable ñoñez que algunos creen literatura infantil. Hay escritores que
hacen literatura demasiado didáctica, porque así creen que las editoriales los
contratarán más y que los adultos los comprarán más, pero eso no quiere decir
que los niños los leerán más. Para hacer una buena novela infantil y/o juvenil es
preciso ser políticamente incorrecto y en cierta medida friki. Y eso lo era vastamente Lewis
Carroll (seudónimo del reverendo Charles
Dodgson, 1832 – 1898), por quien siento la penosa identificación de
aquellos que siendo zurdos o ambidiestros de nacimiento fueron forzados a ser diestros
manu militari. Para remate Carroll estaba adornado de tartamudez,
sordera parcial y epilepsia; aparte una posible opiomanía y un intelecto
brillante. Todo eso le complicaba relacionarse con el mundo, y lo licuaba, como
tantos trataron antes y después, cultivando el humor y la aceptación de las
propias taras.
La soledad interior de una
persona así es más para ser imaginada que descrita. Es verdad que la tartamudez
y la zurdera fue una suerte de carácter familiar y tal vez por ello el daño no
fue muy notable ni permanente, y ello tal vez explique que en 1854 superara los
miedos y publicara algunas obritas reconocidas. En 1856 llega a su vida el
reverendo Henry Liddell, su joven
esposa y sus hijas Lorina, Alice y Edith. Carroll se
convierte en amigo, confidente y niñero honorario de las niñas, por las que
sentía un afecto al que hoy se tilda, con razón o sin ella, de enfermizo.
Nosotros, que no sabemos nada de nada, concederemos el beneficio de la duda
basados en la pacata contención emocional de la Inglaterra Victoriana. El 4 de
julio de 1862 todos se fueron de picnic, y el reverendo Lewis Carroll se inventó una narración que entusiasma a Alice, que la quiere escrita para Navidad.
Los que leen el manuscrito lo elogian sin reservas, y eso lo conduce en 1865 hasta
el Editor MacMillan, que nombra al
relato como Alice's Adventures in
Wonderland, y contrata a John
Tenniel para ilustrarlo. El éxito llega ipso
facto, y se reedita en la secuela: A
través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Through the Looking-Glass and what Alice Found There). Yo tuve la
mala suerte de acceder a Alicia a través de Disney, mala suerte que padecen ya tres o cuatro generaciones
seguidas. No creo que la tal versión sea mala per se, pero se impone como algo que ha perdido su perspectiva
literaria en función del lenguaje visual y de los códigos de una industria cuyo
valor fundamental es la ganancia. Me temo que eso ha pasado en casi todo donde Disney puso la mano. Y una de las tantas
cosas que se le perdió a Disney fue
el insigne sin sentido de varios poemas, del que el más bonito es quizá el
poema Jabberwocky. Y no continuaré
con ello, léanlo ustedes, amables lectores, que aquí está uno de los libros: http://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Carroll.AliciaEnElPaisDeLasMaravillas.pdf,
mientras que el otro anda por acá: http://www.biblioteca.org.ar/libros/11391.pdf
III
El SuperZorro (Roald Dahl)
Probablemente no tenga yo mejor
recuerdo de la Literatura Infantil “profesional” que esta deliciosa historia
del habilidoso y muy profesional narrador Roald
Dahl (1916 – 1990). Mi experiencia con este cuento fue casual como ella
sola, lo he conocido en mi cincuentena por culpa de mi hija, con la que compartimos
el gusto por el cuento de antes de dormir. No sé yo si Roald Dalh trató conscientemente de hacer de este librito un “pageturner”, es decir un objeto libresco
devorado en pocos días por encarnizados lectores que tratan desaforadamente de
llegar al final sin perderse nada de en medio. Un autor puede conseguir ello
haciendo uso inteligente de los recursos literarios en función de las
características neurológicas-psicológicas de su grupo objetivo de lectores,
pero también puede pasar – y suele pasar - cuando el libro es realmente bueno, porque
se lamenta uno que se acabe pese a la compulsión de leerlo a la mala y
terminarlo a lo bestia. Conseguir que eso pase siempre ha de ser lo más cerca del
paraíso que vive el escritor, y es curioso que ello haya sido incluso tema para
un cuento de Ciencia Ficción del mismo Roald
Dahl, El Gran Gramatizador Automático,
publicado en la antología Strange Orbits
de 1976. En dicho cuento, Dahl inventa
una máquina en la que el escritor introduce ciertos valores que configuran
ciertas variables, y voilá, saca por
el otro extremo un relato listo: Una perfecta fábrica de cuentos que aunque no exista
aún, que sepamos, sería el sueño dorado de los fabricantes de best-sellers. Y a la vez haría banal la
ética del escritor: Señor, danos fuerzas
para dejar que nuestros hijos mueran de hambre. Pero a estas alturas ya aburro.
Lo que cuenta es que sin maquinitas ni pases mágicos, El Superzorro es un perfecto libro de 125 páginas (edición
Alfaguara Infantil), que a mi hija y a mí nos dio un par de horas
indescriptibles, gracias a que mamá se quedó dormida esa noche. Y ya que
estamos en esto, y aunque tenga la horrible sensación de estar faltando a la
ley al colocar este vínculo que alguien cargó en scribd, se me importa tres pepinos el asunto, y ahí va: http://es.scribd.com/doc/81359364/El-Super-Zorro-de-Roald-Dahl
Roald Dahl fue un escritor prolífico y lo conocemos mucho más de lo
que creemos, por poco que hayamos ido al cine: Los Gremlins, relato de 1943 dedicado a los duendecillos que
producían averías desastrosas en los aviones de la Royal Air Force, fue adaptada por Disney en un par de películas con sus más y sus menos. Su novela Charlie y la Fábrica de Chocolate (1964)
se llevó dos veces al cine, una como Willy
Wonka y la Fábrica de Chocolate (1971), y otra reciente (2005) de Tim Burton con el mismo título del
libro, con un genial Johnny Depp. Matilda (Libro de 1988, y Película) le
encantó a mi hija, y yo le creo que uno y otra deben ser muy buenos. Por
motivos estrictamente pecuniarios –todos tenemos nuestras malas épocas – Dahl adaptó a destajo para el cine dos
disímiles novelas de Ian Fleming,
una de la serie de James Bond (Sólo se vive dos
veces), y la otra Chitty Chitty Bang
Bang, dirigida al público infantil. Algunas de sus novelas para adultos
alcanzaron también a ser adaptadas al cine, me parece, por Hitchcock y Tarantino,
nada menos. Así que sí, le hemos visto en acción varias veces. También tiene libros
que no han sido llevados al cine y que son famosos por mérito propio: James y el melocotón gigante parece
recoger alguna inspiración de la Alicia
de Lewis Carroll, con sello original
de Dahl: el tema de niños u otros
seres m
ás o menos indefensos, como el zorro y su familia en Superzorro frente a adultos malvados,
profesores autoritarios u otros abusadores, en Dahl hallaremos siempre un acerbo crítico de la educación
impositiva y déspota, que desprecia y destruye las emociones que nos hacen
humanos. Por eso disfruta (y nos hace disfrutar) de cómo niños y demás seres
“indefensos” se las arreglan para no serlo tanto y conseguir derrotar y
burlarse de estos malvados (Los tres
granjeros, muy serios, esperaban sentados la salida del zorro … y esperaron … y
esperaron … ¡y todavía esperan!), en ocasiones con la ayuda de adultos que
están “de este lado”. El gran gigante
bonachón es un excelente ejemplo, personaje que le da el torniquete al Gigante Egoísta de Oscar Wilde, y que parece antecedente del buen y algo despistado Hagrid
de J.K. Rowling. Por otro lado, Dahl no diferencia demasiado sus textos
para niños y adultos, y se pasea entre géneros manteniendo a sus obras en medio
de varios. La ironía - a veces el sarcasmo – y la violencia suelen estar
presentes como hechos más o menos normales de la vida, y suelen formar parte de
las tramas: Charlie y la Fábrica de
Chocolates fue muy cuestionada e incluso prohibida en algunos lugares por
el racismo y el estado de explotación rayana en la esclavitud en los que se
presentaba a los Oompa Loompas. Al final tuvo que cambiar el relato para evitar
el escándalo, y en la segunda parte (Charlie
y el Gran ascensor de Cristal de 1973) apenas hay mención al tema. Otras
obras para niños son El dedo mágico, Las Brujas, Los Cretinos, Danny y el
campeón del mundo, El enorme
cocodrilo, La maravillosa medicina de
Jorge y otras más que no me acuerdo.
IV
Mujercitas (Louisa May
Alcott)
Trato de hacerme disculpar de la
madre de mi hija la subversiva rebelión narrada líneas arriba – y de la que me
parece no sabe nada aún – dando cuenta de la relación de mi hija con la novela Mujercitas, que proviene en línea recta
de una costumbre que tiene sus más y sus menos, la de traerle a nuestros hijos
lo que hizo nuestras delicias a la edad de ellos. Tal costumbre es seguramente cuestionable
porque los tiempos cambian, pero es extremadamente fácil de perdonar, porque no
hay mayor ternura que la compartida. Por lo demás, no hay que olvidar las
gracias de las editoriales ni el hecho que las versiones de los libros para
niños traen variantes espectaculares y eliminan aquello que los editores – o
los obispos – creían perjudicial. Y cuando se trata de mujercitas el asunto es bastante peor, porque por alguna razón que
sí puedo entender pero que por motivos retóricos haré como que no, los varones de
las diversas épocas se creían – y en ciertos casos aún se creen - en el derecho
de “proteger” la castidad, inocencia, ingenuidad y ceguera de las mujeres, y
así hasta a la mismísima Louise May
Alcott (1832 – 1888) sus editores (varones ellos, qué duda cabe) le enmendaron
la plana desde la mismísima primera edición de Mujercitas. Habrá que esperar hasta 2004 para que aparezca, por
fin, una edición que reflejara lo que su autora verdaderamente tratara de
narrar. No es extraño, ni sería el primero ni el último caso en el que una
mujer talentosa y dotada tuviera que emplear un seudónimo masculino (A.M. Barnard) para que más de la mitad
de su obra pudiera ser escrita, publicada y tomada en serio, pues ciertos
géneros y estilos les estaban aún vedados a las mujeres. Dicho sea de paso,
éste no era el caso con Mujercitas,
donde ser mujer y autora constituía más bien una ventaja de cara a las ventas,
existía un magnífico mercado en los Estados Unidos para los géneros que se
suponían femeninos, y porque mientras se escribiera como se esperaba lo hiciera una
decente dama de Nueva Inglaterra del siglo XIX, todo iba sobre ruedas. De este
modo fue que Mujercitas fue un gran
éxito, incluyendo todas sus largas secuelas, que aseguraron a la autora
notables ingresos.
Como yo soy niño no se supone que
haya leído Mujercitas. Pero sucede
que Louise May Alcott trató de hacer
potable la serie para los varones también, y así se mandó con secuelas y
continuaciones: Pequeñas Mujercitas
pone a las protagonistas de Mujercitas
en el trance matrimonial, mientras que Hombrecitos
y Los muchachos de Jo trataban de
presentar lo mismo que Mujercitas,
pero al revés. En realidad y mirando el asunto con la debida cordura y
perspectiva, las vicisitudes de las hermanas March contadas en Mujercitas son mucho más interesante que
el bodrio contrario ese llamado Hombrecitos.
Cuestión de opiniones, supongo, siempre he estado más interesado en el sexo
opuesto que en el propio. Y la cosa es que sí que me leí Mujercitas a temprana edad, que esa es la ventaja de tener primas,
de las de a de veras y las de cariño. Por lo demás la Alcott culmina las aventuras de la familia March acá,
pero continuará en – para decirlo con parámetros actuales – el mismo Universo
con Una chica a la antigua, La bolsa de retazos de la Tía Jo (seis
volúmenes de lo mismo) y La Rosa que
florece. Y el éxito que la acompañó fue siempre inmenso, y parecía que sus
lectores simplemente no se cansaban de ella ni de sus historias. Posiblemente Little House in the Prairie (La familia Ingalls en el mundo hispano)
de Laura Ingalls, haya gozado de la
misma popularidad por haber tratado de temas análogos. Mujercitas posee probablemente uno de los personajes más
paradigmáticos y con los que las niñas suelen identificarse más: Jo.
Aunque la vetustez de los principios morales sostenidos y los rápidos cambios
de la modernidad y postmodernidad arrojan dudas sobre la posibilidad de que Mujercitas y sus secuelas pasen otra
prueba generacional más, y se sigan leyendo, a mí me tinca que seguirán
leyéndose igualito. Probablemente será más útil para des-contextualizar a
nuestras niñas y niños hacia tiempos más estables y quien sabe más felices. Las
partes menos potables – las del didactismo moralista y algo fundamentalista en
lo religioso, tan diferente del alegre desasimiento de Mark Twain por ejemplo, se pasarán
alegremente por alto, como pasa con los anacronismos de Salgari, Verne, Stevenson y de los cuentos infantiles.
Encuentra Mujercitas y bájalas desde
acá: http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/a/Alcott,%20Louisa%20May%20-%20Mujercitas.pdf,
y bueno, ya, si quieres dale a Hombrecitos
también, imagino que de repente te gustará:
http://biblio3.url.edu.gt/Libros/homb.pdf
V
Colofón
Los tiempos cambian y los temas,
estilos y géneros se renuevan, la preponderancia de la imagen y la necesidad de
ser comercialmente rentable atenta a veces contra la creatividad, pero la
literatura infantil siguen versando sobre los mismos eternos temas: La amistad,
el amor, las aventuras, la pandilla y el buen humor. Debo decir que me encanta
releerlos ahora de viejo, y me dan más de lo que nunca pensé. Haz la prueba, y
lee lo que quieras.
CRÓNICAS DE LECTURAS – 84
La Primera Guerra Mundial
¿Qué era eso por lo que nosotros, los soldados, nos apuñalábamos unos a
otros, nos estrangulábamos, nos cazábamos como perros rabiosos? ¿Qué es eso por
lo que combatimos hasta la muerte sin tener nada en contra los unos de los
otros personalmente?
(Stefan Westmann, veterano,
entrevista de 1964)
I
Cien Años de la Hecatombe
En este Anno Domini 2014 se cumple un Siglo del estallido de la Primera
Guerra Mundial y del Fin de la Inocencia.
No fue la primera vez que la humanidad o Europa como supuesto centro de
la humanidad perdieron la virginidad. Las invasiones bárbaras que pusieron fin
al Imperio Romano, la invasión mongola, la Guerra de los Treinta Años y las
Guerras Napoleónicas no fueron precisamente caramelos de limón. Pero en cada
una de estas situaciones había al parecer argumentos que justificaban combatir
y cumplir con el penoso y horrible deber: Defender la civilización
grecorromana, el cristianismo o la Libertad Religiosa, o la Liberté, Egalité, Fraternité. Nada de
ello hay en la Primera Guerra Mundial, que a pesar de su falsa aureola de guerra que terminaría con todas las guerras,
fue probablemente la más estúpida e inconsciente de todas, donde un medio dedo
de frente bastaba para no encontrarle ninguna razón para meterse, donde
cualquier tipo medianamente equilibrado vería la deserción como un deber. Claro
que desde acá es bien fácil ser profeta. A veces encuentro calificativos que le
endilgan a la Gran Guerra, y pienso que nada aprendimos: “Demencial”,
“psicópata”, “insana” parecieran más destinados a ocultar las culpas de los
responsables más que rescatar algo, ¿o soy el único que se percata que declarar
locura o alienación es liberar de culpa? Una argumentación tan vacua da paso a la
banalidad del mal tal como la plantea Hannah Arendt, que como explicación del por qué la humanidad tenía
que hundirse en semejante baño de sangre no solamente no convence al intelecto,
sino que desespera a la voluntad.
Los argumentos de dis-culpa son
para los bebés; para los adultos - en especial para los que disfrutan jugando a
la guerra – hay algo peor todavía: la responsabilidad. Porque hubo quienes
vendieron la Gran Guerra como la que acabaría con todas las guerras,
y resultó que dio inicio a una escalada militar de vesanía sin precedentes, que
continúa a la fecha. Con esto levantaré polémica, pero qué me importa: Los
únicos que en verdad se opusieron a la Guerra, los únicos que objetivamente
unieron el sentimiento humanista y la necesidad racional, los únicos que
levantaron la cabeza para protestar contra el baño de sangre en medio del
nacionalismo trasnochado de la Union Sacrée
y la locura de las trincheras, fueron los socialistas de la Conferencia de Zimmerwald, con Vladimir Ilitch Lenin a la cabeza a
falta del asesinado Jean Jaurés. Y
ellos le sacarían el mayor y revolucionario provecho a la amargura de la
postguerra y a los millones de huesos sembrados en la Tierra de Nadie, porque
tras tanta sangre demarrada a quien le importaba que se derramara más. Mirando
desde acá, un siglo más tarde, se distingue el principio del fin de la Europa
como Centro del mundo, el colapso de la razón y la ilustración, el fin de los
Valores de la Burguesía. Entre las pocas lecciones aprovechadas de esta Guerra
y de la siguiente hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, más la amenaza de las
bombas nucleares durante la Guerra Fría surgieron la Sociedad de Naciones, las
Naciones Unidas, la Unión Europea y otras organizaciones que se diseñaron
teniendo a la vista millones de sepulturas abiertas y jugando con el temor de
que se abrieran más.
El historiador británico Eric Hobsbawm motejó de corto al siglo
XX, lo inicia en 1914 y finaliza en 1989. Si algún rasgo tiene este corto siglo
sería a mi modesto entender, el de la Ceguera de la elite: Ceguera Cognitiva para no ver y Emocional para no sentir. La
brecha entre ricos y pobres era cuestión de ingresos y de derechos, desde
1814-1815 y el Congreso de Viena la historia era la expansión del dominio de la
Burguesía, las guerras eran encontronazos coloniales entre ellas o sus
súbditos, y el proletariado recién se empezaba a organizar tras el Socialismo y
el Manifiesto Comunista. Mandar a los
proletarios a masacrarse parecía una forma de solución del problema social, los
campesinos proporcionaban abundante carne de cañón, y los oficiales siempre
podían reunirse en los clubes a brindar por la victoria mientras los poilús franceses, los pickelhaube alemanes y los tommies ingleses se rebelaban contra la
matanza para no sacrificar sus vidas por el capricho de soldaditos de salón,
sino para hacer relevante su sacrificio por la patrie, la mutterland y
el King and Country. Porque la
Derecha Bruta y Achorada que gobernaba allí entonces como ahora acá, entendía
que los Valores eran su propiedad y los expropiaban del resto, a cambio del
“honor” de morir en el campo de batalla. Elite
ignorante de la tecnología y la política, abocada al reparto del mundo, que
declara la guerra antes de levantar cosecha, indiferentes a la suerte de los
millones que enviarán al matadero. Si la democracia sirve para algo debería ser
para que los que estamos en el mismo barco seamos solidarios de los demás
pasajeros, y si esta fraternité no
aparece, a lo mejor habrá que cerrar el quiosco y probar otra cosa. Porque este
asunto no se ha terminado.
II
En el Testimonio: Algo de la Poesía de la Gran Guerra, y las Memorias
de Guerra - Los Siete Pilares de la Sabiduría, de Thomas Edward Lawrence
Antes que cualquier reformulación
estilística, histórica o literaria, y frente a hechos como las máscaras
antigás, las trincheras encenagadas y los piojos que martirizan a los soldados
con el tifus, está el Testimonio, el Recuerdo Necesario, la Memoria conservada
sin la que no se puede licuar el trauma, porque hay cosas que no se pueden
dejar atrás. La poesía es una de las maneras en que el corazón le opone resistencia
al mundo, y la Guerra obliga a crecer, como saben todos los que han pasado por
ella. Para el soldado Wilfred Owen,
muerto en 1918, morir por la patria es el revés de Horacio: Ni dulce ni honroso (Si
pudieras oír (…) la sangre / vomitada por pulmones de espuma corrompidos, /
obsceno como el cáncer, amargo como pus / (…) no contarías con tanto entusiasmo
/ a los niños que arden ansiosos de gloria / esta mentira: Dulce et decorum est
/ pro patria mori). Robert Graves (1895
– 1985), oficial herido en la Batalla del Somme al que se recuerda por sus
novelas, escribe poemas en las trincheras porque en la poesía yace una esperanza de cordura. El dolor de Vera Brittain (1893 – 1970) la hizo
aguerrida enfermera, feminista y pacifista, mientras pierde en la Guerra a su
prometido Ronald A. Leighton, su hermano Edward
y sus amigos Victor Richardson y Geoffrey Thurlow: (...) Quizá algún día no me venza la pena / Al ver otro nuevo año
pasar. / Y oír las canciones de Navidad de nuevo, / Que tú nunca podrás
escuchar (...). - "Para R. A. L., muerto a causa de las heridas
recibidas en Francia, 23 de diciembre, 1915." Diecinueve días antes, el 6
de diciembre, el cirujano de campaña canadiense John McCrae, publica En los
Campos de Flandes, el poema más famoso de la Primera Guerra Mundial: En los campos de Flandes soplan las amapolas
/ entre las cruces, hileras sobre hileras, / que marcan nuestro territorio; y
en el cielo / las alondras, que aún siguen cantando con bravura, vuelan / y apenas
se las escucha bajo el clamor de los cañones. // Somos los Muertos. Hace pocos
días / vivíamos, sentíamos el amanecer, veíamos el resplandor de la puesta del
sol, / amábamos y éramos amados, y ahora yacemos / en los campos de Flandes.
La Poesía de esta absurda Guerra no canta el patriotismo absurdo de los
emboscados que mandan a morir a los pobres y excluidos, sino que expresa hasta
el paroxismo la melancolía bélica, mitad horror y mitad fatalismo.
Los abundantes Libros de Memorias
sobre la Guerra incluyen de todo: Robert
Graves escribe su Adiós a Todo Eso,
expresión de profundo asco y valeroso aguante. El italiano Gianni Stuparich escribe La
Guerra del 15, descripción de su participación como voluntario. El germano Ernst Jünger (1895 – 1998) está al otro
lado, pues sobrevivir con el cuerpo cosido a tiros de ametralladora y con la
Cruz de Hierro cuajó en unas Tempestades
de Acero de exaltación guerrera que preludiaría la venganza de 1939 – 1945.
Al otro lado está Parte de guerra, de
Edlef Köppen, artillero del ejército
alemán, irreverente y antibelicista. Otros autores como Louis Barthas, Gerald
Brennan, Ludwig Renn, Charles Woolley y otros suelen quedar
obliterados por el hecho de haber ganado o perdido la guerra. Cuando hay leyenda
incorporada, peor para las Memorias, como las del militar, arqueólogo y
escritor Thomas Edward Lawrence
(1888 – 1935), más conocido como Lawrence de Arabia y su libro de
1926 Los siete pilares de la sabiduría,
ambicioso y realmente muy poco descriptivo título para un mamotreto de casi un
millar de páginas. A pesar de ello fue un éxito de librería en los años ´20,
pese a la pesadez de su estilo, que trata de combinar el relato histórico, las
memorias y la novela de aventuras exóticas. Tan grande le salió el librito a T. E. Lawrence, que los editores le
pidieron una versión más manejable, y de ahí surgió Rebelión en el desierto, base de la versión cinematográfica de David Lean de los años ´60, Lawrence de Arabia. A pesar que la
película lo soslaya, es conocido el episodio en el que la ciudadela de mi integridad se había perdido irrevocablemente,
terrible secuela de guerra dejada de lado por lo masiva. Sin embargo vale la
pena recordar esta otra frase del libro: Existen
dos clases de hombres: aquellos que duermen y sueñan de noche y aquellos que
sueñan despiertos y de día... esos son peligrosos, porque no cederán hasta ver
sus sueños convertidos en realidad. Aparte, Louis Ferdinand Céline escribe en 1932 la muy desencantada,
desenfadada e irrespetuosa y genial Viaje
al Fin de la Noche, de la que ignoramos si es biográfica o novelesca, es
decir si es testimonial o literaria. En situación análoga está El buen soldado Svejk, del checo Jaroslav Hasek, casi una novela
picaresca.
III
En la Literatura: Sin novedad en
el Frente, de Erich Maria Remarque / Nick
Adams y Adiós a las Armas, de
Ernest Hemingway / Stefan Zweig y bastantes más
La cantidad de expresión
artística – en particular la literaria – generada por la Guerra Estúpida que dice Emil
Ludwig (1881 – 1948), es ingente, tanto que se quedará muchísimo por decir,
porque una Crónica no me basta, pero dos me parecen demasiado, así que correré
el riesgo del abigarramiento. Como toda expresión literaria y artística tuvo
que haber sido traumatizada a fondo por la Gran Guerra, la línea que divide el
testimonio de la creación literaria es realmente tenue: El austriaco Stefan Zweig (1881 – 1942) fue en buena
medida un emboscado, no pisó el frente de guerra ni de casualidad por ser de
buena familia. Su obra El Mundo de Ayer.
Memorias de un Europeo es testimonio de cordura en medio de la insanía
guerrera. El más clásico ejemplo literario de relato de guerra es el del alemán
Erich Maria Remarque (1898 – 1970)
en su novela Sin novedad en el frente (1929),
obra antibelicista por antonomasia, alegato sólido contra la guerra que cuenta
la historia del soldado Paul Bäumer, alistado con toda su
clase por instigación de sus profesores, y al fin último sobreviviente de ésta.
Su intención es claramente la denuncia de las falacias y mentiras del patriotismo
y la guerra. Dos veces se llevó al cine y una o más a la TV. Recuerdo en
particular el papel de un Ernest
Borgnine maduro, que muestra en su actuación cómo la humanidad termina
destruida por lo nauseabundo de la guerra. En 1929 se publicó el libro en
Alemania, y se ha traducido desde entonces a 50 idiomas, con más de 20 millones
de copias vendidas. En 1933 los nazis lo prohibieron, lo que es indicio de
humanidad y recomendación suficiente para que sea leído.
Ernest Hemingway (1899 -1961) es otro escritor al que se le puede
rastrear la inspiración. Los cuentos de juventud que conforman su Nick Adams tienen fuerte carácter
autobiográfico, y por ende incluyen diversos aspectos del servicio militar
voluntario del propio Hemingway,
realizado en Italia durante la Guerra como conductor de ambulancias. De este
conocimiento y experiencia de primera mano es que proviene Adiós a las armas (1929), novela fundamental que consagra a su
autor y mantiene su carácter autobiográfico. Cuenta una historia de amor entre el
voluntario Frederick Henry y la enfermera Catherine Barkley. El
título lo tomó de un verso del poeta George
Peele, y sus descripciones y realismo muestran las dificultades reales del
veterano que no sabe ni puede decir adiós a las armas. Entre otras obras que
presentan la Primera Guerra Mundial están Memorias
de África (1937) de Isak Dinesen (1885
– 1962), que recuerdan el frente
olvidado del África Oriental Británica y la Tangañica alemana en la vida de Karen Blixen; La iniciación de un hombre de John
Dos Passos (1896 -1970), que describe la tensión del joven médico
voluntario Martin Howe al quedar inmerso en la barbarie de la guerra total;
la pro-francesa Los Cuatro Jinetes del
Apocalipsis del español Vicente
Blasco Ibáñez (1867 – 1928), novela que alcanzó gran éxito. Senderos de Gloria (1935) de Humphrey
Cobb (1899 - 1944) narra la rebelión del ejército francés contra la masacre
inútil, que puso en jaque a Francia, y que fue resuelta por el General Henri Petain con una combinación de
fusilamientos y trato humano, y que produjo una extraordinaria adaptación
cinematográfica de Stanley Kubrick y
Kirk Douglas. El miedo, de Gabriel Chevallier
(1895 – 1969) es la contraparte francesa de Sin
Novedad en el Frente. Mención
especial merece el ruso Aleksandr
Solzhenytsin (1918 – 2008), que en sus novelas históricas Agosto de 1914, Noviembre de 1916, Marzo de
1917 y Abril de 1917, narra no
sólo la Guerra Mundial sino el proceso de la Revolución Rusa, en un conjunto
formado por estas novelas y otras que llamó La
Rueda Roja.
IV
En la Historia: Los Cañones de
Agosto y El Telegrama Zimmerman,
de Barbara Tuchman / La Gran Guerra,
de Marc Ferro, y bastantes más.
Probablemente lo chocante entre
la situación previa a la guerra y al más o menos repentino estallido de ésta se
refleja muy bien en Los cañones de agosto (1962),
el clásico de la periodista e historiadora Barbara
W. Tuchman (1912 – 1989). Es uno de los libros de Historia mejor escritos
que he tenido oportunidad de leer, incluyendo el hecho que lo leí en su idioma
original (el inglés). El detalle, orden y profesionalismo con que trata de los
antecedentes de la Guerra es insuperable dada la doble calidad de periodista e
historiadora, pero se interrumpe en el resultado de la Primera Batalla del
Marne, con lo que nos deja con la desagradable sensación de lo interrumpido e
incompleto, aunque en realidad no lo sea. Es todo un clásico, comparable tanto
con la obra de Max Hastings, 1914, El Año de la Catástrofe, como con Sonámbulos – Cómo Europa fue a la Guerra en
1914, de Christopher Clark; y 1914, De la Paz a la Guerra, de Margaret MacMillan, que se centra menos
en las grandes fuerzas de la Historia cuanto en la importancia de las
decisiones de los individuos, haciendo una suerte de Historia Moral de la
época. Otra obra importante de la Tuchman
es El Telegrama Zimmerman, que se
centra en los acontecimientos de 1917 que llevaron a Estados Unidos a
participar en la Guerra. En todo caso, es probable que el libro más leído,
editado, reimpreso y traducido sea La
Gran Guerra, 1914-1918, de 1968, del historiador Marc Ferro (París, 1924). Es probable
que su popularidad provenga del hecho que hace una selección de hechos e
interpretaciones de éstos que arrojan verdadera luz sobre las causas y
acontecimientos, es decir que se lanza a algo que suena fácil pero que en
realidad es lo más difícil que existe, en especial en Historia: Explicar – dar
razón por la que existió como fue – la Guerra. Cualquiera puede presentar
listas de batallas, campañas y generales o contar anécdotas que mantengan el
interés de los lectores y permitan vender libros. La capacidad de síntesis de Ferro permite el análisis conjunto de los
rasgos esenciales militares, económicos, geopolíticos y sicológicos. Como introducción al tema vale su peso en oro,
y no exagero.
La primera parte de esta
recomendable obra está aquí, discúlpenme pero no he encontrado la segunda: http://www.fcp.uncu.edu.ar/upload/Ferro,_Marc_La_Gran_Guerra_(Primera_Parte).pdf.
Ahora hablemos someramente de otros autores importantes. Uno centrado en los
aspectos propiamente militares de la Guerra es John Keegan (The First World
War – 1998). En cambio, Paul Fussell
produce el clásico La Gran Guerra y la
Memoria Moderna (1975), en que mueve el tema de la interacción entre guerra
y literatura desde la perspectiva inglesa, en una aproximación de gran interés
y que hemos empleado en parte para esta Crónica. Un libro interesante es Los soldados de la vergüenza, de Jean-Yves Le Naour sobre los soldados
franceses que sufrieron neurosis de guerra (o shell-shock), hoy llamado Trastorno por Estrés Postraumático, y
denominado entonces simple e injustamente cobardía, y castigada como tal. David Stevenson en su Historia de la Primera Guerra Mundial la
examina con atención aunque con inevitable superficialidad dada la limitada
extensión de la obra. Winston Churchill
(1974 – 1965), protagonista de esta Primera Guerra incluso más directamente de
lo que lo fue en la Segunda – preparamos una Crónica con su obra al respecto –
es autor de La Crisis Mundial 1911 – 1918,
en la que como vemos hace un recuento histórico desde el año 1911, que
considera importante como inicio de la crisis militar y política desde el punto
de vista británico, e inevitablemente centrándose en buena medida en su propia
acción como Primer Lord del Almirantazgo y cerebro del ataque a Gallipoli. Martin
Gilbert es un importante historiador británico que produce una obra
exhaustiva, La Primera Guerra Mundial.
Una perspectiva posiblemente más integral del siglo XX europeo y la importancia
de la Primera Guerra Mundial en un contexto amplio estaría expresada en el
libro de Julián Casanova Europa contra Europa, 1914- 1945, en el
que el concepto de Guerra Civil europea parece importante. Asimismo, John Morrow observa el conflicto desde
la perspectiva de los Imperialismos enfrentados, saliéndose de la tradicional
visión europea en su obra La Gran Guerra,
obra reciente que según parece debería estar aportando una historiografía algo
diferente de la tradicional.
V
Colofón
A veces los procesos creativos
son especiales: La Guerra y el riesgo de muerte parece que obligaron a muchos a
correr en su creatividad, sea por temor a no decir todo lo que querrían decir,
sea por evadir la realidad constante de la guerra. Así tenemos a Ludwig Wittgenstein con sus Diarios Filosóficos, escritos entre
incursión e incursión en Tierra de Nadie, o en la nutrida correspondencia entre
el escultor Gaudier-Brzeska y Ezra Pound. Como colofón vale la pena
preguntarse ¿Ha cambiado algo realmente? ¿Será que desde la “Gran Guerra”
estamos en un estado constante de conflicto que sólo varía en intensidad? ¿Bastará
una muchas veces hipócrita condena, sin intentos de comprender? Durante muchos
años de Segunda Guerra Mundial y de Guerra Fría se pensó que sí, y solamente se
esperaban los cómos y los cuándos, como en la novela La Hora 25, de Constantin
Gheorghiu. La cosa es que aún no podemos entender el Hoy sin este ayer ya
centenario. Por cierto, una excelente página para consultar es http://www.firstworldwar.com/ . Y
hasta otro día.