Para Álvaro.
"El
mal uso de las drogas no es una enfermedad. Es una decisión, como pararte enfrente de un coche en movimiento.
Podrías llamarlo un error de juicio." (Phillip K. Dick, escritor estadounidense de ciencia ficción .)
“El
LSD abrió mis ojos. Si sólo usamos una decima parte de nuestro cerebro, imagínate
lo que podríamos lograr usando el resto. Si los políticos usaran LSD, no habría
más guerras, o pobreza o hambre."
(Paul McCartney, músico inglés.)
(Paul McCartney, músico inglés.)
"No
son las drogas sino las prohibiciones que pesan sobre ellas las causas de su
uso desinformado, irresponsable, autoindulgente y personal y socialmente
autodestructivo." (Thomas Szasz, Psiquiatra)
Introducción
Sexo, drogas y agresión. Qué rica
la combinación, así me decía un amigo, fallecido a causa tanto de estrés laboral
como por el concomitante consumo inmoderado de alcohol. En un artículo anterior
que escribí sobre Drogas y Sexo llegaba a algunas ideas sobre el tema
referentes a lo que ha ocurrido generacionalmente en algunos segmentos de
nuestra sociedad. Intencionalmente me quedé en el terreno minimalista, centrado
en lo educativo. Aunque sigo sin ser un experto en Drogas, estoy seguro que
todo ciudadano necesita tener algunas ideas sobre estos problemas. La vez
pasada lo veía como educador, ahora intentaré una aproximación desde la perspectiva
ciudadana. La reciente noticia de la existencia de locales vespertinos y
nocturnos cuyo marketing se concentra en los adolescentes de 12 a 18 años de
edad, que funcionan como discotecas, y donde se expende y consume libremente
alcohol y tabaco, ha levantado cierto escándalo. No nos hemos librado de la
moralina con que se suelen tratar estos temas, y tuvimos que aguantar la voz
engolada de un locutor o locutora condenando dicho consumo en nombre de los
valores conculcados. Estoy casi seguro que esa dama se toma sus tragos en un
bar de Barranco los sábados por la noche, y apuesto que hay una gran
probabilidad tanto de que fume como que alguna vez se haya excedido con el
alcohol. No impide esto que se estructure una perorata sobre valores y la falta
de éstos en la sociedad, para variar. Así que me parece que siempre conviene
volver sobre estos temas y añadirle algo más de datos, a ver si así le quitamos
algo de esa facilista e inútil condena.
Drogas
Según Paul McCartney, a quien tuvimos
en casa hace algunos meses, el LSD es más que interesante y tiende a favorecer su
consumo. El consumo de ciertas drogas en los años 60 y 70 parece que era visto
de manera más que positiva en ciertos segmentos de las sociedades desarrolladas,
como un modo de ampliar los horizontes mentales. Hoy el uso de la ayahuasca y
otras drogas es más o menos tolerado en el mismo sentido, pues se supone que el
empleo de ciertos psicotrópicos abre ciertas posibilidades y entusiasmos
existenciales. Es posible, no hay por qué negarlo. El consumo de drogas ha sido
tradicionalmente una manera de contactar con otros aspectos o facetas del ser.
No otra cosa hacían los indios norteamericanos con el tabaco: la famosa “pipa
de la paz” tenía funciones básicamente alucinógenas, no tanto por la potencia
de su alcaloide - la nicotina - como por las circunstancias de su uso al
interior de una tienda llena de humo. Siempre me ha hecho gracia pensar en las
cabezas clavas de Chavín y de otras sociedades precolombinas como galerías de
Grandes Sacerdotes, mostrados en pleno “viaje” gracias a los alcaloides
obtenidos del cactus San Pedro. Todas las sociedades registran en su tradición
cultural y religiosa el empleo de sustancias psicotrópicas para ayudarse a
alcanzar estados extáticos. Parece que por ello el alcohol de los hombres
blancos resultaba ser tan apreciado por las culturas originarias, dado que los
licores destilados son mucho más potentes que los fermentados, y sus efectos muchísimo
más intensos y rápidos.
Drogas y sociedad
En otro artículo traté las drogas
legales e ilegales de la misma manera, y no veo por qué no vamos a considerar
el tabaco, el alcohol, el LSD, la marihuana, la cocaína, etc. como drogas de
pleno derecho, dado que cumplen con la definición de modificar ciertas
funciones del organismo. Es claro que su consumo inmoderado produce daños
específicos en lo físico y lo mental, bastante demostrados, pero también las
produce tomar agua o comer verduras en exceso. En nuestra sociedad el consumo de
tabaco y alcohol es libre dentro de ciertos parámetros, básicamente por una
larga tradición de uso y por las ganancias que genera. A diferencia del consumo
ritual realizado tradicionalmente con fines religiosos y ceremoniales, hoy prima
un uso social que se centra en la evasión de ciertas realidades demasiado duras
para poder tolerarlas sin apoyo exterior, y/o para aceitar ciertas relaciones
sociales producidas en ocasiones de interacción y/o para vehicular los ritos de
pasaje de la adolescencia a la juventud.
Existen ingentes intereses
económicos alrededor de la fabricación y expendio de las drogas consideradas legales.
Sabemos que su uso inmoderado causa graves daños, pero los toleramos por una
suerte de compensación: El tabaco y el alcohol están gravados fuertemente con
impuestos de toda clase, producen enormes utilidades para las empresas
productoras, y proporcionan al fisco montos sustanciales. Con la excepción de
aquellos a los que se les pasa la mano, todos ganan. Inclusive el estado
fomenta el consumo de alcohol o tabaco por razones económicas, como en el caso
del pisco peruano, suerte de bebida de bandera, o de los habanos de Cuba. Desde
que tengo memoria he visto publicidad que favorece el consumo del alcohol tanto
fermentado (cervezas y vinos) como destilados (ron y otros). Y así seguimos
conviviendo con las indeseables consecuencias de su uso, entre ellas las
cotidianas muertes en las calles y carreteras producidas por la ebriedad de los
conductores, entre otros males.
Esto no evita que siga habiendo publicidad,
aunque con mucha mayor cautela que antes. Hoy en día aparecen avisos que
fomentan el uso moderado del alcohol y que tratan de crear una cultura
alcohólica que tienda a evitar el exceso. Existe normativa que restringe de
plano el consumo de drogas legales en personas menores de edad, o en
determinados lugares públicos, entre otras, y me parecen correctas, aunque yo
mismo haya sido un consumidor de “tabaco y ron”, y ya no me podría tomar mi cafecito o
mi chela con un cigarrito en ningún lugar público. Aceptar las prohibiciones
legales produce un ajuste personal relativamente sencillo porque entendemos que
existe una libertad de los ciudadanos para consumir o no drogas legales. Esta
libertad es lo suficientemente importante para que incluso se haya dicho que el
aumento del precio de la cerveza suele producir mayores desórdenes sociales que
el aumento del precio del pan. Podemos concluir provisionalmente que las drogas
legales resultan funcionales para la sociedad. No por otra razón podemos
entender el que su fabricación, comercio, expendio y consumo sigan siendo
legales.
Libertad de elección
La libertad de elección es una
característica particular de los seres humanos. Podemos elegir entre consumir ciertas
drogas o no consumirlas. Se supone que es cosa personal saber si te metes la
tranca hasta la muerte o no. O si fumas como un vampiro a pesar que te ponen la
foto de un desdichado falleciendo por algún tipo de cáncer. Las prohibiciones
se instalan en el interior de la personalidad por la intervención de la
sociedad, sea ésta compulsiva – la ley que prohíbe fumar en lugares públicos,
por ejemplo -, o sea que trate de inducir un patrón de consumo menos dañoso –
como la ley zanahoria. Muchas otras drogas fueron no solamente legales sino
inclusive fomentadas según la sociedad de que se trate. En muchos casos se reservaban
para el consumo de una élite, y el consumirlas resultaba signo de la
pertenencia a dicha élite. Por consiguiente ello debía crear en los que no la
consumen la asociación libre entre su consumo y la pertenencia a un estrato
social más alto, como ocurre hoy con los licores caros. En nuestro caso, el
consumo de drogas legales se reserva a los adultos, masiva élite ciudadana con
ciertos derechos y obligaciones. El Documento Nacional de Identidad es el
pasaporte hacia el consumo de alcohol y el tabaco. Los adolescentes y jóvenes
ven que el DNI es la manera de obtener estas sustancias, y la sensación de lo
prohibido - y por ello deseable - se instala en adolescentes y jóvenes. No
parece que se pueda hacer mucho al respecto, dada la naturaleza humana. Sabemos
que basta con prohibir algo para que su necesidad crezca en aquellos a quienes
se prohíbe. Esto es patente en el fracaso de la persecución que se le hace a la
fabricación, expendio y consumo de drogas ilegales, que no solamente no ha
reducido su uso, sino más bien parece aumentarlo y fortalecerlo.
Libertad y Adolescencia
Se supone que educamos a nuestros
adolescentes y jóvenes en la posibilidad de elegir, es decir en el ejercicio de
la Libertad. La Libertad es un valor importante, pues en nuestro orden social
heredado de las revoluciones burguesas, se constituye como base esencial para
entender la sociedad y desempeñarse en ella, y la Ley no puede conculcarla,
sino dirigirla. La Libertad es un valor tan básico, que sin él los otros
valores sociales ni tienen base ni pueden entenderse. La vida civil, política,
económica y cultural se fundamentan en la libertad de los ciudadanos, y la
autoridad legal deriva en todos los casos, por la directa o la indirecta, de la
libertad de elección que los ciudadanos ejercen. En consecuencia, el ejercicio
de la Libertad es una cuestión de ciudadanía, de personas que usan de esa
libertad, y se entiende que aquellos que están en vías de ser ciudadanos deben
ser formados en su ejercicio. La madurez de la persona humana es condición para
el ejercicio de la Libertad, cosa de adultos, y por eso a ellos se les reserva.
¿Qué pasa entonces con la
libertad de los adolescentes y jóvenes? Aparte de la mencionada tendencia a lo
prohibido, que es una constante en personas en formación que están integrándose
a la sociedad y sus goces, en todas las sociedades hay el problema de quiénes
son los ciudadanos, y el momento en que adquieren las libertades civiles que permiten,
por ejemplo, beber hasta la cirrosis o fumar hasta el cáncer. Establecer los
límites de la libertad resulta extremadamente complejo. Pensemos en la simple
libertad de contratar, por ejemplo para comprar y vender, acordada a los
ciudadanos, pero que todos los días la vemos más que relativizada. Que yo sepa,
no hay bodeguero que exija la presencia del padre, madre o apoderado cuando el
chico de seis años quiere comprar un chocolate y tiene el dinero para hacerlo.
Este hecho parece absolutamente inevitable, y cualquier sociedad que se pusiera
majaderamente exigente con el cumplimiento de la Ley sin mayor criterio que la
majestad de ésta, se encontrará con un callejón sin salida constituida por miles
de excepciones de toda índole. El cumplimiento de la Ley está de facto sometido
al criterio de realidad, y esa es la razón fundamental por la que es tan
difícil hacer buenas leyes, y más aún aplicarlas, y es lo que justifica los
sistemas policiales, judiciales y penales.
Responsabilidad y Libertad
Siempre he escuchado hablar de la
Libertad Responsable, y siempre me ha parecido una suerte de contrasentido. La
gente supone que la Responsabilidad es un valor que se opone a la Libertad, y
así se produce un conflicto cognitivo entre la Libertad y su opuesto, que se hace
muy compleja a niños, adolescentes y adultos. Ejercer la Libertad con Responsabilidad
es un problema. Y a mi entender la manera en que los ciudadanos manejamos ambos
conceptos es algo bastante absurdo, que se basa en la paradoja de que la
Libertad solamente existe cuando no la ejerces. Algo así como que está bien que
protestes, mientras no lo hagas. O que tienes libertad para beber y fumar, pero
que no debes hacerlo. Pienso que aquí el problema básico está en que no
entendamos la relación de la Libertad con la Responsabilidad. Es curioso que
cuando hablamos a los adolescentes sobre la Libertad sentimos que es necesario
ponerle su opuesto, y así le añadimos una nota paradójica a la Libertad, y
decimos “Libertad Responsable”.
Pero la Responsabilidad no es opuesta
a la libertad, ni añadírsela a la Libertad la desaparece, como algunos parecen
creer. Veámoslo en el caso del trago. Si yo decido tomarme mis tragos sé que
eso va a traer una serie de consecuencias, como por ejemplo que mi capacidad
para conducir un vehículo va a ser muy limitada, y puede producir un accidente
con consecuencias complicadas. Mi decisión de beber enfrenta un dilema ético, que
eventualmente me puede llevar a no beber, por supuesto, pero que podría
decidirme también a no manejar un vehículo bajo los efectos del alcohol. La
Libertad Responsable no me lleva a no beber necesariamente. Si decido
libremente empujarme una botella de pisco, y a la vez no manejar, mi decisión
sigue siendo libre y responsable. Es un tema de tecnología ética, de toma de decisión,
de una especie de cálculo ético-moral, no de balancear valores opuestos, en que
uno cancela al otro. La responsabilidad consistirá en prever las consecuencias
de los actos que llevo o llevaré a cabo en ejercicio de mi libertad, y aceptar
que en la realidad concreta mi decisión de beber y manejar trae consecuencias
que deberé eventualmente afrontar. Podría decidir beber y manejar, matar a
alguien en el transcurso, y la responsabilidad me llevaría a aceptar las terribles
consecuencias del hecho, y con toda seguridad soy persona responsable al
hacerlo. Responsable, aunque estúpida al no prever las consecuencias de mis
actos. ¿Están nuestros adolescentes y jóvenes – y para el caso, los adultos -
preparados para ejercer esta suerte de inteligencia ético-moral?
Veámoslo desde otra perspectiva.
Un fumador no necesariamente puede evitar serlo cuando sufre el vicio, dado que
la nicotina es eventualmente muy adictiva. Pero sí mantiene un margen de
decisión libre extremadamente importante: La de obedecer las leyes que le
impiden fumar en lugares cerrados o públicos. Si no lo hace y acepta y
cumplimenta las consecuencias del acto, y por ende paga las multas
correspondientes, pues sigue siendo una persona responsable. Responsable, aunque
bote estúpidamente su dinero. ¿Están nuestros adolescentes y jóvenes preparados
para ejercer esta suerte de razonamiento ético-moral?
Veamos otro caso proveniente de
un tema que los medios de comunicación no se cansan de condenar, pero que
ocurre constantemente en nuestro país: las protestas populares con toma de carreteras.
La Libertad responsable no consiste en no bloquear una carretera para
protestar, como muchos creen, es saber que el bloqueo es un delito que se
castiga y puede echar mis huesos a la canasta, y si aún así acepto las
consecuencias de mis actos, bloqueo la carretera y luego voy preso por ello,
soy persona responsable. Pensemos en esto: Si considero que mis razones para
bloquear la carretera son más importantes que el hecho de ir preso por ello, y
asumo las consecuencias de mis actos, pues entonces estoy ejerciendo mi responsabilidad.
¿Están nuestros ciudadanos y autoridades preparados para ejercer esta suerte de
razonamiento ético-moral e inteligencia política?
La responsabilidad individual se
asemeja a las Leyes en que no limitan la Libertad. Tanto la Responsabilidad
individual como las Leyes coaccionadoras y coercionadoras proporcionan
dirección a las decisiones axiológicas, que siempre se basan en el ejercicio de
la Libertad. No son, pues, un dique para mantener la paz social, sino un canal
para darle dirección y lograr que la sociedad avance. La Responsabilidad no es
opuesta a la Libertad, sino que proporciona elementos de juicio moral para
tomar decisiones. El problema de fondo entonces no es contraponer valores, es
ver cómo se relacionan en los casos específicos de la vida cotidiana. Es un
problema de operatividad ética, de juicios morales, de pensamiento dirigido a
tomar decisiones.
Inconsistencias
¿Por qué un adolescente no
debería fumar o beber alcohol? Decimos que es porque se hace daño a sí mismo, y
nos decimos que los protegemos al prohibírselos. Pero muchísimos adultos fuman
y beben (entre ellos muchos que se oponen a que los adolescentes fumen y
beban), y socialmente se permite la fabricación, comercio, expendio y consumo
de tabaco y alcohol, si bien con límites. El contrasentido es flagrante y, como
hemos visto, tiene poderosa relación con la ausencia de la capacidad de
establecer juicios morales, y por ende poseer autoridad moral. Mientras creamos
que decir que beber o fumar es malo lo convierte mágicamente en malo por
nuestra autoridad de adultos, vamos perdidos. El problema de las drogas,
legales o ilegales, no es que sean malas. Muy por el contrario, su consumo
lleva a agradables estados de euforia que gustan a adolescentes y adultos, pero
que no son apreciados ni aquilatados, con lo que se pierde de vista que su
disfrute implica pagar un precio individual y social. El ejercicio de la
adultez ciudadana en el consumo de drogas legales no es un conjunto de deberes
y derechos, es más bien una constante toma de decisiones ético-morales y
políticas. Los valores que aprendemos en la práctica se constituyen en guías
para ello, pero no basta instilar valores, hay que crecer cognitivamente hacia
el razonamiento moral.
¿La capacidad para beber y fumar
legalmente se alcanza a los 18 años cumplidos? Parece que creemos que sí, y lo
corroboramos solicitando el DNI cuando estamos en duda. Entiendo que las cosas
necesitan definiciones operativas, y que en alguna parte debemos establecer el
límite, lo que es materia de grandes discusiones según los países. En algunos
la ciudadanía se alcanza a los 21 años, pero la tendencia general es a rebajar
la edad de la ciudadanía. En varios países, entre ellos nuestro vecino Brasil,
la ciudadanía se alcanza a los 16 años. ¿Quiere decir ello que los brasileños
son más maduros que los jóvenes de 16 años peruanos o de otros países? Algunos
estarían tentados a decir que sí. Pero lo único que esto en verdad demuestra es
la necesidad de entender bien el problema de los valores sociales y del
razonamiento moral, a fin de establecer políticas educativas al respecto, según
la realidad de cada país. En nuestro país el razonamiento moral no es mucho
mayor a los 16 que a los 32 o 48 años. De hecho la Educación Ética y Moral es
tan complicada, que según alguna investigación – cuyo detalle me gustaría
recordar en este momento - solamente una tercera parte del total de los
ciudadanos alcanza un cierto nivel de razonamiento moral.
El problema de las drogas
El problema no sería pues, como
nos gusta decir tan simplistamente, de valores. Sería más bien de razonamiento
moral, de toma de decisiones. En el nivel educativo sería de coaching, en el
real sentido del término. No veo razón alguna para tratar a jóvenes de 16 o 17
años como si fueran bebés de pecho o niños juguetones. De hecho seguimos
manejando el pensamiento mágico cuando pensamos que los valores son “cosas”. Se
puede educar en la Libertad y en la Responsabilidad, pero ello será efectivo en
la medida no solamente qué enseñemos valores, sino además qué hacer con ellos.
Punto por hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario