Leer a César Vallejo
I
Por qué Vallejo, y qué es (para mí) leer poesía
Me meto con César Vallejo, y sé que me equivoco al hacerlo. Quería hablar de
poesía peruana, y me encontré que mi Crónica no funciona para el Cholo Vallejo. Yo quería hablar de dos,
o tres o cuatro poetas peruanos. ¿Pero qué otros poetas pueden ser incluidos
con el Cholo? Ni jugando a la
perinola o metiendo papelitos en un sombrero podría elegir los otros: Eguren, Heraud, Calvo, Salaverry, Martín
Adán, Hinostroza, Oquendo de Amat, Hidalgo, Eielson, Romualdo, Delgado, Rose,
Sologuren, Corcuera, Hernández, Martos, Bueno, Carmen Ollé, Moro, Varela,
Churata, Nicomedes Santa Cruz, Chocano, Cisneros, Orrillo, Rossella Di Paolo,
Yerovi, Domingo de Ramos, Mora, Guevara, Scorza, La Hoz, Moromisato, Watanabe, González
Prada, Peña, María Emilia Cornejo, Westphalen, Florián, Dreyfus, Melgar, Valcárcel,
Abril, Carlos Germán Amézaga, Parra del Riego, Belli, Chirinos, Ureta,
Pollarollo, Valdelomar … no, no, no, no y no. Demasiados poetas, damas y
caballeros, demasiados. Qué país, Señor de los Milagros. ¿Quién nos manda tener
tantos poetas? ¿Quién me manda a mí, Dios de Israel, meterme en estas honduras?
Hay error de base, así que agarro y digo que no, que Vallejo es literalmente otro cantar, y elegir a otros para
acompañarlo es dejar a los demás fuera, y no hay derecho a hacer eso a los
poetas de este mi país.
Ahora bien ¿quién miéchica soy yo
para hablar de poesía? Nadie. Apenas un lector. Y solamente eso. Bastante iluso
de mi parte el intentar hablar de poesía, me imagino que tendría que entenderla
primero. Pues hay poesía que no entiendo por más que lo intento, como hay la
que me llega al alma a lo espontáneo, y se supone que la poesía es musical, y a
veces no le pesco la música para nada, y me siento ridículo; o a veces la
entiendo por las patas de los caballos, como mis amigos que sí saben me lo hacen
notar todo el santo tiempo, ojalá sus queridas y benevolentes almas se
achicharren en el infierno que Dios le reserva a los comentaristas literarios.
Lo único a que puedo apelar es que me gusta leer a Vallejo, y eso es todo. No he estudiado Literatura ni Lingüística,
menos Filología, así que mírenme por encima del hombro todos los expertos que
en el mundo son y han sido, tienen mi permiso para morirse de risa. Y así me
levanto sobre mi pedestal de lector, y nada más que de lector, y reivindico mi
dignidad: Así como soy nada más que lector, creo que sé algo de qué les pasa a
otros lectores cuando tratan de entender a Vallejo. Y si se trata de saber qué
es leer poesía y qué es leer a Vallejo,
trato de captarla por la simple. Y aunque he tratado de leer la teoría, al
final me quedo con Martín Adán, que poesía no dice nada / poesía se está callada
/ escuchando su propia voz.
II
La peripecia del silencio
En el silencio florece la poesía,
en el lenguaje que es inefable (= que no se puede hablar). Supongo que así como
vives cosas que así nomás no puedes expresar, cuando puedes y necesitas decir
algo, lo dices así porque no puedes decirlo de otro modo. Eso si llegas a estar
más allá del balbuceo. Te enamoraste de la mujer más bella del mundo y resultó
ser un basilisco con faldas, qué importa. Te botaron de esa chamba,
precisamente de esa, qué diablos. Te jalaron en ese curso y te corrieron dos
años el recibirte, al cuerno. No tienes plata, nada te alcanza, la vida es un
asco. Te sientas como un gorrión sobre un alto mástil y desde ahí miras, y te
miras. Te haces extraño a tu propio mundo, todo se te hace gestuar o gritar en
muda protesta, y como todos en la eterna adolescencia nacional – a no ser que
ya desde antes tuvieras mustio el corazón – pergeñas algo que dé cuenta de todo
eso, porque lo necesitas, porque te das cuenta - y no - de donde estás y qué
eres, y ser peruano te duele, porque repentinamente te percatas qué significa
eso de que Le daban duro con un palo, y
duro. Y te encuentras a ti mismo metido sin querer en la del Cholo Vallejo, porque estás en ese
momento en que Esta tarde llueve como
nunca; y no / tengo ganas de vivir, corazón.
Y así enfrentas lo que hay en el
ti mismo y en el Otro a quien no comprendes. Y a veces estás feliz – ¿No subimos acaso para abajo? / Canta, lluvia, en la costa aún sin mar
- y en medio te percatas qué precario es
eso, qué provisional había sido, y así lo llenas y vacías de tristeza, y te
preguntas por la voluntad de Dios, vestida de suertero, y te das cuenta que
todos tus huesos son ajenos, y ni Dios puede ayudarte, porque le duele el
corazón. Cual es mi explicación. / Esto
me lacera la tempranía. / Esa manera de caminar por los trapecios. / Esos
corajosos brutos como postizos. / Esa goma que pega el azogue al adentro. /
Esas posaderas sentadas hacia arriba. / Ese no puede ser, sido. / Absurdo. /
Demencia. / Pero he venido de Trujillo a Lima. / Pero gano un sueldo de cinco
soles. Y pensar que hay quien dice que el Cholo Vallejo es deprimente, y no lo lee porque es negativo para la
autoestima. Como si darse cuenta de quién eres y cómo vives fuera un no, palabreja
de tercio excluido. Será positivo taparse los ojos, entonces pues. Así no verás
sino la histérica farra que compras, y con qué cara se atreve el loco a decir
que el Cholo está loco: Jamás, señor ministro de salud, fue
la salud más mortal y la migraña extrajo tanta frente de la frente! Pero a algunos la cordura les pesa y se les
cae. Y hasta la misma pluma / con que
escribo por último se troncha.
III
Moriremos con aguacero
Preservar lo que sientes hasta la
vejez y la muerte es la vocación del que sabe que con poemas no te ganas la
vida y te pavimentas la ruta a la fosa. Allá, al fondo, está la muerte, pero en
medio hacemos algo, y el cadáver, ay,
siguió muriendo. Pero al final no muere, porque escribimos con un dedo
grande en el aire, y porque lo que hacemos hace sentido hasta que lleguemos a
ese Viernes Santo del cual tenemos ya el recuerdo, y qué viejos los 2 que mi
hija escribe en el cuaderno. Vallejo
no está acá para matar a carcajadas a los cuerdos, que se creen su cordura y su
discurso porque tienen tercio excluido y tarjeta de crédito, la cordura de la
gordura, porque el Viernes Santo no les llega ni de recuerdo, y porque esperan
que los cadáveres que siguen muriendo se mueran todos de una buena vez, que no
fastidien, que no se levanten, que no abracen, y menos todavía se echen a
andar. Y todo es así un dedo grande en el aire. Yo no debo estar tan bien; / Avanza, avanza el pie!
Como yo mismo soy, me siento y digo
lo que me es propio, leo y recito y me como a Vallejo como se me da mi real
gana, porque para eso es. Porque no se es cuerdo en la cordura universal de la
macroeconomía, sino en el desequilibrio de lo perennemente desequilibrado,
donde balancearse es la ley y la virtud. ¿Qué hace uno, último y mínimo frente
a esta inconmensurable locura, si no es remar contra el balanceo? Y eso te
garantiza la cordura, creemos, la que escupe de su boca el tercio excluido.
Porque Este piano viaja para adentro, /
viaja a saltos alegres. / Luego medita en ferrado reposo. Y por eso el
hermano Juan Gonzalo Rose, que
también se la sabía, pedía menos belleza,
padre, y más sabiduría.
IV
Vallejo hoy
El Cholo Vallejo no parece cuadrarse en nuestro optimismo de país que
crece. Eso dicen algunos cuerdos. Que junto con el Ribeyro ese, es amargo, resentido, deprimente, radical, iconoclasta,
calvo y zurdo. Se olvidan quien es nuestro mayor poeta vivo. Y digo vivo no por
la huachafería esa de seguir vivo en sus obras, porque el hombre Vallejo está muerto y bien muerto y
mejor que esté bien muerto y enterrado en Père
Lachaise, porque acá la cordura no está bien vista, y hay que reventarle el
sentido para que tenga sentido. Y así digo que Vallejo es un poeta vivo aunque está bien muerto porque me llega a
la tapa del órgano el tercio excluido. Que Vallejo
no quiso volver al Perú porque el destierro es el único remedio para la cordura
fundamental de ser peruano. Que el Perú lo saben mejor los ladinos tres
millones de peruanos que se largaron para no volver, lo saben mejor que los que
se quedaron (nos quedamos), porque la tierra
/ es un dado roído y ya redondo / a fuerza de rodar a la ventana, / que no
puede parar sino en un hueco, / en el hueco de inmensa sepultura. Y Georgette, que lo sabía también, no les
permitió a los fans del tercio excluido
extraer huesos del Père Lachaise para
matarlos de a de veras en un mausoleo con monumento incluido, porque Vallejo en París es el testimonio vivo
de lo único que es real del Perú: el destierro. Y así seguirá siendo hasta que
algo pase, de repente.
Algunos no lo leen porque es hermético,
difícil y complejo, triste y solidario, serio y apoya la cabeza en la mano para
siempre. Porque los profes tratan de meterles en sus cabecitas sus propios
esquemas, porque no saben leer, o porque los engañaron diciéndoles que eso que
hacen es leer. Cuando al Cholo Vallejo no hay que leerlo con los ojos sino con
los huesos húmeros, para, como dice Romualdo,
explotarlo como a Túpac Amaru, que es la
libertad, y para sentirle los huesos desintegrándose en París. No es Vallejo poeta menos que hombre, ni
separársele del España, aparta de mí este
cáliz. Y eso es feo dicen los cuerdos que se hacen la pufi en sus cojines
de raso. Porque eso de luchar por la justicia lo dice el Supermán cuando se
echa a volar con su tercio excluido. Pero allá en el fondo el Cholo nos sigue acechando: Fósforo y fósforo en la oscuridad / lágrima
y lágrima en la polvareda.
V
Colofón
Trato de decir sobre César Vallejo lo poco que sé y así es
como se me sale. Incompleto, que no soy digno de desatar las correas de las
sandalias de los especialistas. Es mi palabra, la de un hombre, humano, que lee
a Vallejo. Así como leemos para
aprender, para saber, para mejorar, para entender, también lo hacemos para
estar Más acá, más acá. Y ya sabes, lee lo que quieras, como quieras, donde
quieras. Lee al Cholo Vallejo y no
le hagas caso a los cuerdos.
Que bonito
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