CRÓNICAS DE LECTURAS – 25
LEER LA BIBLIA (VI)
I
El Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento parece que presentara un cierto aire más moderno
respecto al Antiguo. Se centra en la
figura, presencia, predicación, vida y muerte de Jesucristo, el Mesías de
los judíos; y la acción de sus inmediatos seguidores, los cristianos. El Nuevo
Testamento goza de la misma sacralidad que el Antiguo, y contiene la mayor parte de lo que es original en el
Cristianismo con respecto a su matriz semita, para las confesiones cristianas es
el mismo centro de la Biblia. Para
los judíos, bueno, no tiene el mismo carácter, exceptuando un muy pequeño grupo,
pero imagino que lo leerán por curiosidad y por hallar las claves de lo escrito
en el Nuevo Testamento en el Antiguo, igual que es posible para los
cristianos rastrear el Nuevo en la
Misa y demás liturgias. Lo Original del Nuevo
Testamento con respecto al Antiguo
es el convencimiento de que el Mesías
esperado por los Judíos es Emanuel Jesús, llamado el
Cristo. Y así lo Esencial del Nuevo
Testamento – de toda la Biblia
para los cristianos – es el relato de la llegada del Mesías, pues esta es la
Buena Noticia (Evangelio en griego)
que se está anunciando. El Nuevo
Testamento consta así de Cuatro versiones de esta Buena Noticia, Cuatro Evangelios, tres de ellos denominados
Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), aparte de un
cuarto, muy original, cuyo hagiógrafo sería el Apóstol Juan, a su vez autor de Epístolas y del Apocalipsis. Además Lucas,
hagiógrafo del Tercer Evangelio,
parece ser también autor de los Hechos de
los Apóstoles, en apariencia editado originalmente junto a su
correspondiente Evangelio, y luego
editado aparte para tener los Cuatro Evangelios
en un solo bloque. Viene luego un conjunto de Cartas o Epístolas,
también dividido en dos grupos: El primero y más numeroso es el de Epístolas Paulinas, cuyo autor sería el
apóstol Pablo, nacido Saulo de Tarso, judío de la dispersión
convertido a la fe de Jesús en
dramáticas circunstancias, y que dedica su celo apostólico y epistolar a las
primigenias comunidades cristianas. Al otro grupo lo forman las epístolas católicas o universales, por estar dirigidas en su
mayoría a la comunidad cristiana en su conjunto. Sus autores habrían sido otros
apóstoles: Pedro, Juan, Judas y Santiago. Ya
mencionamos en otras Crónicas al último de los Libros, el Apocalipsis de Juan,
centrado en las visiones que el mencionado habría tenido durante su destierro
en la Isla de Patmos, y cuyo parentesco con otros libros del Antiguo Testamento ya hemos comentado.
El Nuevo Testamento comprende en total 27 libros en el canon de la
Iglesia Católica Romana, que es más o menos el mismo de la mayoría de las
Iglesias de la Reforma. Hay dudas sobre la Epístola
de Santiago, que Lutero llamaba con
desprecio epístola de cartón, dado
que defiende la necesidad de buenas obras para la salvación personal (la fe que no produce obras está muerta –
Santiago, 2, 26), cuando el monje alemán estaba convencido que la justificación
paulina por la Fe es la que cuenta (quien
no tiene obras que mostrar, pero en cambio cree en el que hace justos a los
pecadores, a ese tal se le toma en cuenta su fe y se le considera justo –
Romanos, 4, 5-6), así que se me hace que su oposición era algo interesada. En
todo caso, me ha sonado siempre como una discusión tipo la de qué es primero,
si el huevo y la gallina. Pero por menos la gente se mata. El idioma en el que
se escribe el Nuevo Testamento es casi
todo griego koiné, menos una parte
del Evangelio de Mateo. La traducción
de la Biblia al koiné se inició hacia el 250 a.C., cuando un grupo de sabios judíos
helénicos residentes en Alejandría de Egipto, conocidos como los Setenta,
empezaron a traducir el Antiguo
Testamento para las sinagogas (sinagoga es término de origen griego,
precisamente) dispersas en el mundo de habla griega. A esta obra se le conoce
como la
Biblia de los LXX, e incluye partes del Antiguo Testamento cuyo original en hebreo se ha perdido, motivo
por el que algunas iglesias dudan de su canonicidad. Aunque es posible que la
lengua materna de Jesús fuera el arameo,
no se descarta que supiera griego, pues Galilea parece era bilingüe en aquellos
días, y lo emplea Jesús frente al
procurador romano Poncio Pilato. Hay
grandes variantes en las formas del griego empleado en el Nuevo Testamento: Las epístolas de Santiago, Pedro y a los Hebreos (atribuida a Apolo), así como el evangelio de Lucas y los Hechos de los
Apóstoles, presentan un griego literario y elegante, escrito por gentes con
el griego por lengua materna. Las epístolas
paulinas tienden a ser más coloquiales, en tanto que el Evangelio de Juan y sus cartas presentan un estilo sencillo pero correcto. El Apocalipsis en cambio está escrito en un
griego complejo y recargado. El empleo de muchos giros semíticos en estos
libros sugiere que sus hagiógrafos pensaban en arameo u otras lenguas semitas,
pero trataban con mayor o menor solvencia de emplear el idioma en el que sabían
que su mensaje sería más leído y entendido.
II
Los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles
Es muy difícil hablar de los Evangelios, lo reconozco. La sensación
de su Sacralidad invade el espíritu, desde que los que vivimos en países
fundamentalmente cristianos y católicos nos hemos criado en su interior, por
así decirlo. El carácter sagrado de los Evangelios
es reforzado en la liturgia de la Misa Católica a través de ritos particulares,
y no se le menciona ni cita sin añadir al final “esta es la palabra de Dios”, a la que, para emplear una expresión
de catecismo, “el pueblo se adhiere
diciendo amén”. Que si los Evangelios
Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) fueron posteriores o anteriores al Evangelio de Juan, como sostienen algunos masones y/o francmasones,
y por lo tanto la versión arriana – atanasiana de la divinidad de Jesús resulte siendo la primordial por
sobre otras, es aspecto doctrinal de una discusión que debo decir me tiene
francamente sin cuidado. En todo caso sí es discernible una clara diferencia
entre los tres Evangelios Sinópticos
y el de Juan en cuanto a las
fuentes, pues Juan narra los hechos
empleando fuentes diferentes, en muchos casos de más exactitud y detalle que
las de los Sinópticos, que en realidad parecen escritos mirándose los unos a
los otros. Además el plan del Evangelio
de Juan es muy diferente y altamente teológico, en tanto que los
hagiógrafos que escribieron los Sinópticos parecen más bien pensar en términos
de demostración histórica tangible de la realidad y presencia de Jesús. La cuestión más interesante a mi
modo de ver es de ese orden, el tratar de dilucidar qué evangelio fue escrito primero, y por ende haya sido utilizado como
fuente para los otros. Todo abona a que el Evangelio
de Marcos fuera uno de los primeros en escribirse, si no el primero, en
principio por su corta extensión, comprimida en dieciséis intensos capítulos, y
por el hecho que parezca una especie de Manual para Uso del Predicador
Aficionado. Debe así haber estado en la faltriquera de los otros Hagiógrafos, Mateo y Lucas, que lo emplearían junto con otras fuentes. En el principio existía la Palabra, dice
Juan (Juan 1,1), y el verbo dicen
otras traducciones. Y esto pareciera referirse al hecho que todas las
relaciones escritas sobre Jesús el
Cristo tienen como antecedente la palabra, la oralidad de los predicadores,
heredera directa de la predicación de los profetas, y por ende semejante a ella
en varios de sus caracteres. Algunas de las historias de los Hechos de los Apóstoles referidas a la
Predicación parecen sacadas de los Profetas del Antiguo Testamento. Es el caso del milagro de curación que Pedro y Juan aplican a un tullido en Hechos 3, 1-10, en la que podrían
cambiarse los nombres por los de Elías
y Eliseo; o el martirio de Esteban (Hechos, 7); o el bautizo del
eunuco por el apóstol Felipe
(Hechos, 8, 26ss.). En este contexto de predicación intensa se habría empezado
a sistematizar la información, poniéndola por escrito, agrupándola en sucesión
cronológica de hechos, o siguiendo algún otro criterio. La narrativa parece
seguir criterios análogos para todos los sinópticos, incluso a veces con
análogas o iguales anáforas o referencias que seccionan y dividen las
narraciones, como por ejemplo: “y sucedió
que …”, preferida de Lucas; o “en aquellos días …” o “en aquel tiempo …” (in illo témpore en la Vulgata),
preferida de Mateo. De algún modo
pareciera que Lucas emplea a Marcos y a Mateo como fuentes primarias, aunque pasando por alto el sentido
hebreo-judío del Evangelio de Mateo,
que trata de ubicar a Jesús dentro
de una genealogía, además de detenerse en los relatos de su concepción,
nacimiento, huida a Egipto y demás
hechos de su Infancia, indicando siempre su predicción por los Profetas. Lucas añade más datos al respecto,
aunque claro está, en un plan diferente al de Mateo, pues Lucas es un
helenizante y se dirige a helenizantes, y por ende ordena y clasifica la
información de un modo diferente.
Es difícil determinar qué parte o
partes de los evangelios puedan ser más centrales que otras. La predicación de Jesús debe haber durado entre dieciocho
meses y tres años, y los Evangelios hacen básicamente dos cosas: Contar los
sucesos acaecidos a Jesús, y presentar
la Buena Nueva que el Cristo trae. Mateo vincula Dichos y Hechos de manera
íntima y bien planteada, pues el hagiógrafo narra secciones que empiezan con
milagros y otros acontecimientos, y que culminan en conversaciones o discursos,
como en Mateo 15, cuando se acercan a Jesús
algunos fariseos y mantienen un tenso intercambio, que luego culmina en un
pequeño discurso de Jesús con una o varias enseñanzas: ¿No comprenden que que todo lo que entra por la boca va a parar al
vientre y después sale del cuerpo, mientras que lo que sale de la boca viene
del corazón y eso es lo que hace impuro al hombre? (Mateo 15, 17-18). O
Mateo 22, 15ss., en donde los fariseos preguntan a Jesús sobre la pertinencia de pagar el impuesto al César, y la enseñanza: den al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios (Mateo 22, 21). Ya hemos visto que Marcos tiende a contar menos y más bien reseña impactos. Lucas, por su parte, poseía marcadas cualidades
para la observación y la descripción
detallada, más un cierto sentido práctico, que no sorprende si atendemos a que
era médico. Su evangelio (y su
continuación los Hechos de los Apóstoles)
se los dedica al converso cristiano Teófilo,
persona acomodada a la que espera convencer para que le financie copias de
estos escritos. En cierto modo es una investigación donde Lucas hizo a conciencia su tarea: Empleó las mismas fuentes del
evangelio de Marcos, cuyo orden
sigue, así como ciertos documentos (Logia) que debió obtener de las
iglesias más antiguas de Palestina, Jerusalén y Cesarea, con los que alimenta
los capítulos 9 a 18 de su evangelio; y es posible que tuviese a su disposición
el evangelio de Mateo. Además
completó la chamba con información de primera mano, testimonios de apóstoles y
gentes que conocieron a Jesús, incluyendo casi con seguridad en este grupo a María, Madre de Jesús, pues hay información que solamente podría haber sido
suministrada por ella misma: Entró el
ángel a su casa y le dijo: Alégrate tú, la Amada y Favorecida, el Señor está
contigo. Estas palabras la impresionaron y se preguntaba qué querría decir este
saludo. (Lucas, 1, 28). A diferencia de Mateo y Marcos, que
escriben manuales para predicadores, Lucas
se interesa en registrar los hechos en forma muy parecida a lo que hoy llamamos
Historia y trata de describir con fidelidad tanto los Hechos como los Dichos.
El Evangelio de Juan, por el
contrario, no tiene intenciones historicistas sino más bien de carácter
teológico y religioso. Donde los Sinópticos abundan en milagros y hechos, Juan solamente narra Siete Milagros,
número simbólico, y los discursos de Jesús
los centra en determinados conceptos y términos que Juan trabajó cuidadosamente. La intención de este evangelio es clara:
Esto ha sido escrito para que crean que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y que por esta fe tengan la vida que él
solo puede comunicar (Juan, 20, 31). De hecho muchas de las creencias
actuales alrededor de la persona del Cristo
y su relación con los planes de Dios
proceden en línea recta de este Evangelio: A
Dios, nadie lo ha visto jamás, pero Dios, Hijo único, comparte la intimidad del
Padre: éste nos lo dio a conocer (Juan 1, 14).
III
Las Epístolas Paulinas
El estilo de Pablo de Tarso ha marcado las epístolas neotestamentarias de manera
tan indeleble, que podemos considerar fácilmente al susodicho como el autor de
género epistolar más leído en el mundo. Incluso en la liturgia católica aparece
mencionado muchas más veces que los otros Apóstoles, lo que es posible por la
muy sencilla razón de que la mayoría de las Epístolas
se le adjudican. En todo caso tiene propaganda gratis en todas las Misas, pues
las epístolas se leen de cajón, y es muy probable que sea de una de las suyas,
y ello fuera de que hay liturgias en las que se emplean sí o sí, como en el
caso del Matrimonio, donde los novios leen el Himno a la Caridad de I Corintios 13, 1-13: Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo
caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe … . Las correrías
del hagiógrafo Pablo de Tarso están
profusamente mencionadas en los Hechos de
los Apóstoles, ocupando algo más de la mitad. Pablo, como apóstol de los gentiles, acapara la atención de Lucas, que lo conoce en persona y
trabaja con él en la predicación. Y por si fuera poco en sus cartas se describe
a sí mismo con sinceridad digna de elogio: Circuncidado
el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de
hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la
Iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, intachable. Pero lo que era para mí
ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo (Filipenses, 3, 5-7).
Al principio su celo de fariseo lo lleva a perseguir cristianos y enredarse en
el asesinato del protomártir Esteban,
pero se convierte a la Fe de Jesús
en apariencia por directa intervención divina y arrebatamiento al Tercer Cielo:
Sucedió que, yendo de camino, cuando
estaba cerca de Damasco, (…) le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra
y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (…) Yo soy
Jesús, a quien tú persigues (…) entra en
la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer (Hechos 9, 3-6); cae de
inmediato en un estado de aparente arrobamiento, del que lo sacará Ananías, y de ahí Saulo el perseguidor de cristianos se convertirá en el apóstol Pablo, que asume el ministerio de viajar
y predicar por el Mediterráneo Oriental y Central, y escribir incansablemente un
total de catorce epístolas conocidas y varias no conocidas, haciendo trabajar a
la mala a sus secretarios a lo largo de tres viajes de evangelización, que lo
llevarán hasta la mismísima Roma. Su personalidad es tan acusada que se ha
dicho que sostenía correspondencia con Séneca.
La tradición quiere que haya fallecido en Roma el mismo día que el apóstol Pedro, motivo por el que su fiesta es
compartida: San Pedro y San Pablo, el 29 de Junio. Pablo de Tarso combinó las cualidades del fanático medio
fundamentalista, de sangre caliente; y la del frío razonador oportunista, y de
ahí que despliegue un estilo para escribir dirigido a lograr impacto, muy
coloquial y de notable oralidad, a la que colaboró sin duda el hecho que
dictara las cartas a sus secretarios, los que de cuando en vez añaden una línea
de saludo. Por cierto, el estilo oratorio paulino ha sido copiado a mansalva
por los predicadores evangélicos de hoy, y según parece funciona muy bien,
examinemos si no las nutridas cuentas bancarias de Billy Graham, Jimmy Swaggart y otros “apóstoles” más, que
en este tema, ay, también puede hacerse negocio. De hecho, hay tanta plata en
los medios de comunicación, que hay también en el cable canales católicos, y
sacerdotes y monjas mediáticos. En fin, pecado no parece ser.
Las epístolas paulinas están
unidas a los acontecimientos de la Predicación y de la propia vida del apóstol,
y así encontramos que el libro más antiguo del Nuevo Testamento, la Primera
Carta a los Tesalonicenses (circa 51 d.C.) fue escrita por Pablo de Tarso, y ya contiene y describe
la mayor parte de los artículos de fe: El Dios Trino y Uno (aunque nunca se
mencione la Trinidad por su nombre), la resurrección de los muertos, la
redención por Jesucristo y su
Segunda Venida, que muchos daban por inminente: … sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón
en la noche (I Tes., 5, 2). Parece que de aquí proviene también la creencia
de algunas iglesias en el rapto, que incluso se ha
representado en algunas películas evidentemente financiadas por grupos
religiosos: … los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después
nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes,
junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires (1 Tes., 4, 16-17). Por
cierto, Pablo no se libró de
imitadores, pero esto no parece le haya desagradado, pues eran canónicos en sus
creencias, y más bien parece se los arrejuntaba en una suerte de Escuela o
Equipo de Predicadores. Parece ser el caso de Apolo, mencionado en Hechos 18, 24-26 y nuevamente en 1 Corintios,
1, 12. Podemos especular que, como algunos escritores modernos, Pablo tenía sus
“negros” (escritores por encargo) que le hacían las epístolas, que él sólo
revisaba y firmaba. Es el caso aparente de la Segunda Carta a los Tesalonicenses, las cartas a los Colosenses y Efesios, la Epístola a Tito
y las dos a Timoteo. Es muy
interesante el hecho que haya general acuerdo en los estudiosos, incluso en los
revisionistas, que las epístolas Primera
a Tesalonicenses, Filipenses, Gálatas, Romanos, Filemón, y Primera y Segunda a los Corintios son originales definitivos del exfariseo y
converso Pablo de Tarso. Es la
personalidad más delineada de su época, e inapreciable como fuente histórica
del cristianismo primitivo, pues las epístolas parecen incluso anteriores a los
evangelios. Parece indudable que hubo una suerte de escuela paulina, que habría
sido responsable de la conservación de su corpus epistolar. Las epístolas
tratan de diversos temas de moral y fe, pero en todas se percibe la tensión
entre los cristianos de origen judío y los de origen gentil, desenredada a
medias en el Concilio de Jerusalén, y problemática por la dificultad de
comunicarse, por la Dispersión misma y por la multiplicidad de predicadores.
Siempre me ha parecido curioso que de doce, trece o catorce apóstoles
originales – pues parece que ese número de doce nunca fue muy exacto - la
mayoría se hayan dedicado a los judíos y solamente uno o dos (Pablo y Bernabé) a los gentiles.
IV
Más sobre las Epístolas, la Fe, y cómo terminan “los Libros”
Ya hemos visto que in illa témpore – En aquellos días - se creyera que el Fin del Mundo y la Segunda
Venida de Cristo andaban cerca y
ocurrieran en cualquier momento. Había profecía de Jesús al respecto, que registran los tres sinópticos: Mateo 24;
Marcos 13 y Lucas 21: … cuando veáis que
sucede ésto, sabed que el reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará
esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero
mis palabras no pasarán (Lucas, 21, 31-33). Ya hemos visto a Pablo tomando medidas con los tesalonicenses al respecto, y hemos
examinado someramente el papel del Apocalipsis
de Juan. De hecho, las circunstancias históricas, sociales y políticas parecían
dirigirse en el mundo cultural judío hacia lo que en los Andes llámase un pachacuti, una inversión del mundo, el
fin de una era y el principio de otra, una “revolución”, quizá, en vocabulario
más moderno. Nuestra cronología refleja dicho hecho, ya que escribo estas
líneas en el año 2013, después de Cristo,
o, como dicen los anglosajones, A.D., es decir Anno Domini … Año del Señor. La teología de las
epístolas nos lo indica en su evolución y en la narrativa de los problemas de
fe y comportamiento que atravesaban las comunidades. Las epístolas paulinas a Timoteo son importantes por su
preocupación ética, por ejemplo, referida a las condiciones que deben reunir
los Obispos. Y las Siete Epístolas
Universales, escritas supuestamente por otros apóstoles y reunidas en
colección aparte, dan fe también de las dificultades del Cristianismo
Primitivo. Los estudiosos no están seguros de la paternidad de los apóstoles en
referencia a estas epístolas. Juan
en particular, tendría que haber llegado a ser realmente bien viejo para
escribir las epístolas que se le
atribuyen, y el Apocalipsis más. Y la
de Judas y las dos de Pedro parecen tener partes añadidas, y
definitivamente hay más de tradición en su aceptación canónica que estudio
científico. Por supuesto eso no les quita a ninguno de estos escritos
canonicidad alguna, en la medida que son aceptados como parte de la Biblia
desde tiempos inmemoriales por tradición, y que eso de decir que son de
Santiago o Judas o Juan puede perfectamente ser nada más que un título,
producto de suplantación piadosa. Por ello no necesariamente los hagiógrafos son
exactamente quienes se dice que son, por los motivos que hemos reseñado ya para
otros libros y hagiógrafos de la Biblia.
La necesidad de acordar la verdad
como valor racionalista con la verdad religiosa es, a mi manera de ver, muy
relativa cuando hablamos de Libros Sagrados en general. Imaginemos que se
demostrara científicamente que Siddharta
Gautama Buda no hubiera existido jamás, ¿invalidaría ello el corpus de la
predicación budista y las creencias de estas personas? Seguramente la respuesta sería afirmativa para
muchísimos no-budistas, lo que nos llevaría a preguntarnos más bien por la
pertinencia de los que no son budistas a meter la cuchara en las creencias de
los budistas. Y es que me parece está aquí precisamente el problema, que ya
toqué en referencia a los creacionistas, a la identidad de los hagiógrafos y la
paternidad de muchos libros de la Biblia: el tema de la Fe en tanto que
creencia en enunciados no demostrados, e inclusive indemostrables. La Biblia es
uno de esos hechos de la realidad que puede someterse a pruebas racionales para
encontrar la “verdad”. Y por ende pueden encontrarse “verdades” sostenidas en
los valores del racionalismo opuestas a las “verdades” sostenidas en los
valores religiosos. Pueden existir perfectamente creencias sostenidas en
fantasías: Cada cierto tiempo aparece siempre alguien que asegura haber
fotografiado los restos del Arca de Noé
en el monte Ararat, y todavía estamos esperando esas fotos. El cuando una
creencia adquiere valor de “verdadera” es todo un tema, porque a pesar de toda
nuestra parafernalia sobre el asunto, la inmensa mayoría de las afirmaciones en
las que creemos son no-demostradas. Empezando por si mi casa está ahí donde
debe estar cuando no estoy en ella. Como
profesor de Filosofía que soy he enfrentado este tema, tanto como persona
individual como con mis alumnos, entendiendo que debo mantener el respeto
debido por las creencias del resto, pero a la vez aplicando el lenguaje y la
aproximación filosófica, que excluye de necesidad la aceptación de cualquier doxa, y por ende de cualquier ortodoxia.
Y es un tema que seguramente continuará,
y que dejo aquí planteado, por lo que pueda valer. Después de todo, no leemos
la Biblia necesariamente para averiguar las costumbres de los romanos de los
primeros siglos de nuestra era, sino también para encontrar guía y consuelo en
nuestras circunstancias vitales. A estas alturas me pregunto si he hecho bien
este trabajito, por aquello de que todo lo que vale la pena de hacerse, vale
la pena de hacerse bien. Pero adolezco de profundidad, reconozco. Si algo he
hecho es, tal vez, inducir a mis lectores a leer por sí mismos, que no es más
que lo que nos propusimos desde el principio en estas humildes Crónicas.
V
Colofón
Vaya si me han costado trabajo
estas crónicas sobre Leer la Biblia. No
es que estén realmente terminadas. Durante el proceso encontré por lo menos dos
Crónicas más que se inspiran en Leer la Biblia,
y que publicaré llegado el momento. Pero espero haber culminado con estas
Crónicas sobre la Biblia misma, y no haberlo hecho demasiado mal, en el espíritu de
lo que se suele leer en la espalda de muchos vehículos en Lima: Lea
la Biblia. Parece por último pertinente, por ende, finalizar estas
Crónicas con las últimas palabras de la Biblia: El que da fe de estas palabras dice: Sí, vengo pronto. Amén, ven, Señor
Jesús. Que la gracia del Señor Jesús esté con todos. Amén. (Apoc. 22,
20-21)
Viene de LEER LA BIBLIA Parte 5: http://memoriasdeorfeo.blogspot.com/2013/03/cronicas-de-lecturas-24-leer-la-biblia.html
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