CRÓNICAS DE LECTURAS – 45
Librerías y Bibliotecas; Primeras Experiencias
I
Como se vuelve uno un Ratón de Librerías
Hacia mis ocho años de edad el
material de lectura que había en casa no era suficiente para cubrir mis
necesidades. Yo era lector rápido, indiscriminado y sujeto a delirium tremens por síndrome de
abstinencia. Pudiera ser que hubiera algo de cálculo familiar en la falta de
material lector, parece que yo no salía a la calle tanto como otros, trataban
de fomentarme algo más de calletano,
el mocoso les salía pálido por falta de luz solar y en aquellas épocas los
rayos ultravioleta eran saludables. Mi barrio (Barboncito) era bacán, no me
sentía mal solo, y aún eso era relativo pues a los cinco segundos de salir a la
calle me cruzaba con Fico, Liana, el hijo de Cuzman, Oswaldo, Alonsito, el
chino japonés, Chichi Uno y Dos, Alejandro, Ricardo, los ocho hermanitos
Mavila, Celia, Amparito, Rolo, Willy y/o María del Carmen, solos o en grupos de
diversos tamaños y formatos y eso sin contar los galifardos de mi edad de los
que jamás supe como se llamaban y viceversa. Supongo que la pasaba entre el
barrio, el cole, la incipiente tele y los libros. Me perecía por los
soldaditos, especialmente los medievales, creo que tenía que ver con el Ivanhoe de Walter Scott, como con el Ivanhoe
de Roger Moore en blanco y negro de
la tele. Para las mamis de la época parece que a cierta edad la presencia de
los hijos en casa era menos tolerada, el paisaje hogareño te botaba, habías
dejado de estar en el centro, no eras especial, más bien parecías un objeto
sobrante. No trataré de decir más, después de todo qué les importa a ustedes,
pero en términos lectores llega el momento en que ya no te ven ni a ti ni a tus
necesidades porque suponen que tú te estás haciendo cargo. Es decir los libros
de casa dejan de tener que ver contigo. Los libros de los adultos pueden hacer
el gasto, pero eso significa que dependes de las aficiones de casa, y a mí no
me gustaban ni Corín Tellado ni el
estafador británico Lobsang Rampa. Los
libros interesantes estaban bajo llave, y no hay como las prohibiciones para
aprender a violarlas.
En todo caso, tenía mi Biblioteca
personal, precursora de la actual y posible causa de ciertas obsesiones de hoy.
A los siete años mis libros cabían en una jaba de madera; pero a los ocho ya
no, y era imperioso tener mis libros reunidos y accesibles al lado de mi cama,
en el dormitorio que compartía con mi hermano. Percibía que había más libros en
el mundo, era raro no tenerlos. Con mis padres separados había nuevas parejas, nuevos
parajes y nuevos desconciertos. Mi padrastro resultó hombre de inmensa cultura,
pero un tanto angurriento y muy celoso de sus libros, los que mantenía bajo
llave, algunas otras de mis obsesiones tienen relación con ello. En los ratos
que no trataba de romper la cerradura, salía a la calle, al centro de
Miraflores, a no muchas cuadras. Me volví Ratón
de Librerías sin que en casa ni se enteraran. En aquellos remotos días las
Librerías prolongaban el estereotipo de la Biblioteca: Sitios semioscuros con
un ligero olor a papel guardado, sospecho que entonces se leía menos que hoy.
Aprendí con rapidez a tomar un libro desde un estante o una mesa, mantenerlo
firme en la mano, hojearlo… y leerlo a todo vapor. Era una exquisitez leerme
todo un libro ahí parado sin que el empleado de la Librería hiciera otra cosa
que levantar la vista cada cierto rato del libro que él mismo leía. Pero aún
entonces las Librerías eran negocios, en algún momento se esperaba que yo
hiciera algo más que leer. Lo descubrí cuando un empleado de la librería que
había al lado del cine Pacífico – cuyo nombre está borradísimo de mi memoria –
me recomendó de mal humor que me fuera a la mismísima Biblioteca. Ahí me enteré
de dos cosas: Que los libros costaban. Que había donde se podía leer GRATIS.
II
Cómo se vuelve uno un Ratón de Biblioteca
Recuerdo mi primera vez: La Biblioteca Municipal Ricardo Palma de Miraflores está donde hoy sigue, en el Centro Cultural de la Municipalidad de
Miraflores. No fue un día especial, más bien vulgar, nublado, lluvioso. Fue
la primera vez que pisé una Biblioteca Pública, y fue un shock darme cuenta de cuántos libros habían, del permiso teórico de
leerlos, de lo imposible de leerlos todos. Quedé petrificado en el sentido más
literal, una dama muy atenta y cortés a la que le interrumpía el paso me tomó
de los hombros por atrás y con delicadeza me retiró del camino que estaba
bloqueando. Paralizado, a la izquierda de la puerta, veía millones de libros, pues
todo entra por los ojos y a veces hay embotellamientos. No había leído a Borges hablando del Paraíso como
Biblioteca, pero cuando la leí se me vino el dejá-vu de esta imagen, en Tres
Dimensiones, Technicolor y Cinemascope, y trato de narrarla. Viví esa
ocasional y extraña sensación de saberlo todo a la perfección y a la vez no
tener ni idea de qué hacer. Había más gente, yo era un muchachito tímido y
desorientado, el asunto no se veía tan simple como ir al estante y tomar un
libro. Ví algo que conocía: José Espasa
andaba por ahí, yo tenía en casa unos tomos, no tan cuidados ni tan brillantes.
Eso me ayudó a romper el chivato: caminé al mostrador de la biblioteca, pregunté
cómo se hacía para leer un libro. Fue la primera vez que tomé un papelito y
llené una ficha de solicitud. Miré los ficheros por horas, llené cuatro o cinco
fichas para que luego me pidieran un carnet de lector que no tenía. La
vergüenza es mi eterna enemiga, me sentí ridículo parado allí con mis fichas
llenas, sin carnet, con la sensación de que todos estaban en la vaina menos yo,
y que todos se reían de mi ingenuidad: Tierra,
por favor, trágame, pero rápido. Quería correr, cerrar los ojos para
siempre y a la vez llorar. Para tener carnet tenía que venir mamá o papá, se
necesitaba un trámite con requisitos tales como fotos que costaban plata. No
podía ir a casa y decir necesito una foto
para la Biblioteca, porque habia ido clandestinamente y no quería que se
enteraran, me resondrarían por salir a la calle a leer y no a ser activo. Me
retiré contrito, no dejé a la bibliotecaria terminar, pasaron años antes que
osara entrar a otra Biblioteca Pública.
Moraleja: Aunque si a estas alturas no la saben es que necesitan
leer más: Una Biblioteca tiene que tener las puertas más abiertas del mundo y
ser totalmente acogedora, como sabe bien mi amiga Miriam, la mejor Bibliotecaria que conozco, la que siempre te
recibe con una sonrisa de oreja a oreja y a la que ningún niño ni joven le puede
tener miedo. Volver a una Biblioteca Pública significó procesar todos mis
miedos en medio de una pubertad y adolescencia muy turbulentas y complicadas, cuyos
detalles no son del caso. A mis catorce años había vivido ya ciertas
experiencias que no tengo por qué contar y que no cuento. Tenía mis amigos,
Dios los bendiga, y con ellos descubrí que no necesitaba tenerle miedo a nada. Nunca
agradeceré demasiado a la vida tener tales amigos, el haber sido parte de un
grupo disconforme e iconoclasta, crítico y antisistema; que iba a las Cantinas
con el mismo entusiasmo que a los Conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional,
y a veces a la Cantina después del Concierto. A los 14 años me apersoné en
total soledad a la Biblioteca Nacional
del Perú en su local de la Avenida Abancay, en el centro de Lima. Fue, cómo
decirlo, mayestático. Se respiraba una modesta y republicana solemnidad
en el silencio de las grandes habitaciones donde la gente leía, con sus paredes
decascaradas y despintadas, impregnadas del invisible olor a trementina.
Oscuramente sentí que eso estaba mal,
una Biblioteca Nacional no debería
tener paredes descascaradas y despintadas, ni olor a trementina. Me sorprendió qué
fácil fue sacar carnet, qué usados estaban los libros, cuánta gente leía en
silencio. Percibí que había más gente queriendo leer que libros para leer: De
mis cinco fichas primeras ninguna estaba disponible, los libros estaban en préstamo.
Y cuando me llegó el libro que busqué, el Tomo Uno de la Historia de la República de Jorge
Basadre (Antiguo Director de esta Biblioteca
Nacional del Perú), lo traté con
cuidado para dañarlo lo menos posible, entendía que alguien detrás de mí lo
leería, y probablemente lo necesitara más que yo. Así, entre otras realidades,
empecé a aprender en tiempo real lo que era y es la Patria.
III
Bibliotecas Escolares y Familiares
Por lo demás me pasaba más tiempo
en el cole que en casa, hasta que por razones que no son del caso – que creo ya
conté - mis huesos fueron a dar en un
internado. Eso hace dos bibliotecas escolares en total, algo ya comenté sobre
su inexistencia en los ambientes escolares. No creo que yo llegara a pensar que
había Biblioteca en el colegio precisamente por ser colegio, no asociaba ambas
instituciones. En mi primer colegio no entré a ella, y si lo hice ni me acuerdo
si saqué algún libro de ahí. En mi segundo cole sí había Biblioteca, que nadie
fomentaba y no tenía Bibliotecario, se le empujaba tal atribución (más
exactamente se le arrimaba el piano) a algún X, profe joven que hacía méritos
para quedarse en la chamba. Perdónenme la letra X pero la verdad es que, a
pesar de que yo era el único usuario escolar espontáneo de la Biblioteca – y
tal vez por eso –, nunca me enteré quien estaba a cargo. Pero como el Director
conocía mi afición por leer, yo tenía libre acceso a los libros sin llenar
fichas ni demás bobadas. Sólo entraba y sacaba lo que quería. Por otra parte,
no había tantos libros para justificar un fichero. El Director del Cole me
ponía de ejemplo por lo de lector, recuerdo sus palabras exactas y lo odiaba a
muerte por ello, pues ser el nativo lector en una tribu donde la función
lectora era más bien escasa, hace que el resto te estereotipe de extraño, friki, sobón, imbécil y otras lindezas.
Y créanme gente que eso en un internado no es bonito, desde entonces se me
incorporó a la personalidad una definida vocación por el anonimato
autodefensivo. Por cierto, una de las cosas en las que me fijo en los colegios
son las Bibliotecas: Si no son lugares donde se pueda estar y donde guste estar
lo digo en voz alta, porque en ese caso están educando fuera del recipiente. Los
chicos necesitan leer como necesitan jugar, y la función hace al órgano. ¿No
quieres que tu hijo lea? No lo expongas a los libros. Pero si ya lo hiciste, te
conviene adquirir la costumbre francesa de la Biblioteca familiar.
En mi muy larga historia como Preceptor
al que han puesto a cargo de niños – no creo que exista puesto de
responsabilidad peor pagado - he diagnosticado hogares y familias por la
explícita y por la implícita, y muchas veces no he dicho esta boca es mía
porque hay que vivir, y como Jardiel
Poncela hace decir a su personaje: Yo
creo que la Señora está bien, pero no haga la Señora caso de mi opinión, que yo
cobro sueldo en esta casa. He observado la existencia – o inexistencia – y rasgos
de las Bibliotecas Familiares, y cuando las he encontrado, he analizado su
ubicación, composición, disposición y cuidado: Si hay una sola Biblioteca de
Todos, o si cada cual tiene la suya. Qué lugares de la casa se emplean. Cuánto
se usan, qué accesibilidad tienen. Qué tipos de libros hay y en donde se
colocan: Los libros para niños, los de los padres, los de los jóvenes, los de
uso profesional, en donde se ubican los textos escolares. Si hay material de
escritura y cuál es, dónde se ubican los escritorios y qué equipo tienen. Qué
sitio le corresponde a la Computadora, cuántas hay, para qué se usan. Y de esa información
relevante extraigo las características cognitivas de la familia, reflejada
claramente en la existencia y disposición de sus libros, qué libros son, dónde
los tienen, qué hacen con ellos. No tengo reglas a las que recurrir para
definir una tipología, pero creo que sí puedo hablar sin rebozo de una
clasificación personal consistente grosso
modo en gente ignorantona, burros con plata, burros sin plata, plata sin
burros, y gente simplemente culta. He pisado casas de gran lujo en zonas muy
exclusivas donde he visto menos libros y material de lectura que en pueblos
jóvenes o casitas rurales: Hay palacios del saber con paredes de estera, como
muros de mármol que sirven básicamente para
guarecer de los elementos a los Pobres Ignorantes que los habitan.
IV
El Deber-Ser de las Bibliotecas
Conté en otra crónica mis
aventuras lectoras en Provincias, incluso el Delirium Tremens de los sitios aislados; las no-devoluciones de
Libros, como en la Biblioteca del Cusco. Lo cierto es que habiendo
sido y siendo tan ratón de biblioteca como siempre, no he encontrado Biblioteca
que me haya satisfecho, y como diría el gran Bibliotecólogo y Filósofo de la
Lectura Mick Jagger, no encuentro Satisfacción. Lo que en
verdad me molesta de las Bibliotecas es lo mismo que me molesta de las
Instituciones Educativas y en general de casi cualquier organización humana con
la que me cruzo: El burocratismo ese que pasma que la institución haga lo
que está pensada para hacer. Si por razones burocráticas un colegio no enseña o
lo hace pésimo, una biblioteca no tiene lectores, una comisaría no cuida de las
gentes o lo hace pésimo, y un hospital no atiende pacientes o lo hace pésimo,
pues el carro está delante del caballo y esa Institución no existe para servir
al público. Si la cosa es así pues yo no juego, la razón de ser de la tal
institución es proporcionar sueldos y salarios a un conjunto de zánganos y
parásitos. Entonces no se le llame Escuela, Biblioteca, Comisaría u Hospital;
sino “centro
de beneficencia para pagar favores políticos y construir clientelajes,
especializado en hacer la finta en Educación” (CEBE - Sector Educación),
o en Salud, Seguridad Ciudadana o el sector que corresponda. Yo quisiera saber, y quisiera en realidad que
alguien me responda, por qué habiendo tan tremenda emergencia lectora, y lo
importante que es todo esto, por qué miéchica se hace tan poco o nada al
respecto, considerando que según nos dicen a cada rato hay plata suficiente
para hacerlo. Es decir, yo sé que el Ministro de Economía quiere ahorrarse
harta plata por si hay que eventualmente rescatar Bancos, y ello no me parece
necesariamente mal, el ahorro no es mala costumbre, gana su interés y después
de todo es su chamba. Pero también es cierto que hay que gastar cuando hay que
gastar. Y gastar en Libros, Bibliotecas, Maestros, Escuelas, Ciencia y Cultura,
vamos Ministro Doctor Castilla, eso
no es gastar sino invertir. Claro que cuando se tienen ideas limitadas acerca
de todo lo que no sea la propia especialidad, se corre el riesgo de meter las
cuatro, y en estos días de interdisciplinariedad eso no es permisible, se
castiga en utilidades. Ni empresas ni gobiernos ni otras organizaciones pueden
permitirse hoy en día el lujo de la ineficacia por límites ideológicos, y
aunque el pragmatismo tenga sus límites, éstos son, como los proverbiales
brazos del Cardenal Landázuri, muy
amplios. Hasta para robarle al estado hay que evolucionar y volverse moderno,
cosa que algunos partidos políticos sí saben a la perfección, mientras que a
otros les cuesta mucho trabajo salir de nuestras estamentarias y coloniales
costumbres.
¿Cuánto costaría tener un Sistema
de Bibliotecas Ambulantes? ¿Cuánto poner en cada dependencia pública un “Cuenta
Historias”? No puede ser mucho, de hecho, si así fuera no se haría en muchísimas otras
partes del mundo, y no olvidemos que tampoco en este aspecto nuestro país es
paradigma de nada, porque no hacemos nada útil aún, no hemos aprendido a
hacerlo. Pero vamos, sorpréndanme y cuéntenme algo que estén haciendo. Como decía no sé qué sociólogo francés que
conocía muy bien el Perú, un estado que se respete debe aprender a hacer cosas,
empezando por cobrar los impuestos, y luego gastarlos con un algo de sentido común si no tienen criterios más técnicos, que no basta solamente ponerlos a disposición en forma de coimas, comisiones, sueldos y salarios. Y además ya
sabemos que para nuestro muy amado Ministro de Economía, la Educación no es inversión
y los Sueldos son gasto. Y es que cuando se trata de implementar una política educativa
o cultural no se puede asumir una única cosa qué hacer en este terreno, pues en
pocas cosas como en Educación, Ciencia y Cultura convienen los enfoques holísticos,
tanto que no me explico por qué tenemos Ministerio de Cultura cuando debíamos
tener un Súper-Ministerio de Educación, Ciencia y Cultura. Pero claro, en esto hay
opiniones encontradas y realpolitik
involucrada, así que mejor malo conocido que bueno por conocer. Pero insisto: Necesitamos Bibliotecas polivalentes y modernas, que salgan a la calle a donde está la gente, y no esperar pasiva y elitistamente que la gente vaya a ellas. Hay que superar de una buena vez por todas el síndrome de la Biblioteca como armario donde se guardan los libros, no los vayan a leer y se gasten ... .
V
Colofón
Es tan fundamental el tema de las
Bibliotecas que nunca se le puede ser exagerar. Comparto este dato para
escandalizar más aún si cabe: Colombia tiene menos Bibliotecas que el Perú, y tiene menos libros …
pero nos gana en lo que importa: TIENE
MAS LECTORES, QUE LEEN MÁS LIBROS QUE LOS PERUANOS, PER CÁPITA. Ahí está el quid del asunto, en tener una Política
de Lectura, porque una de libros solamente sirve a los intereses de ciertos
oligopolios. El que tenga Oídos, que Oiga. Y que lea.
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