Crónicas de Lecturas - 60
Lecturas Infames
I
De qué va la Infamia
Arranco esta Crónica de manera poco
elegante, con una cita del artículo De
qué va la lectura: algunas verdades políticamente incorrectas de alguien
que no soy yo: El estudioso de la Lectura Juan
Domingo Argüelles. Dice el caballero lo siguiente: Hay que liberar al arte y a la cultura de esas nociones fetichistas que
ponen a La Obra por encima de las personas. Ningún libro es mejor que la vida (…)
ninguna obra puede estar por encima de la ética. Las obras de arte que
sobreviven a sus autores están vivas (…) por sus cualidades éticas: por lo que
enseñan y siguen enseñando a las nuevas generaciones, (…). Sin la atrocidad del
nazismo, el Diario de Ana Frank no existiría. (…) resulta obvio que un lector
con ética mil veces preferiría que este extraordinario libro jamás se hubiera
escrito y que la joven y bella Ana hubiera vivido feliz en el más hondo olvido.
Ahora bien, ¿por qué recurro a una auctoritas
en franca y repudiable renuncia a mi propia capacidad de argumentación? Simple,
mi conjunta me armó un lío de polendas cuando le dije que andaba en esta Crónica de Lecturas Infames. Ella no
cree que haya tales lecturas, las rinde a la intención del que lee. No carece
de razón en algún aspecto, pero no consigo controlar su tendencia al comisariato
político confrontando los conceptos libro y lectura; o planteando la imposible
objetividad de la relación entre autores y lectores; o diferenciando los poemas de la oficina de Benedetti del Baldor de Trigonometría; ni
alejando el escribir del arte por hacer uso de palabras. Claro que la discusión
entre un neorrealista y una postmodernista es parte de nuestras intimidades y las cuento
para hacerme el interesante y meter contenido a esta Crónica de Lecturas Infames. Al final sí sirvió: Tras el lío, mi costilla conchabóse con nuestra hija (suelen hacer eso) para aprovecharse ladinamente de mi cumpleaños y obsequiarme con afán reconciliatorio un libro
de la Alice Munro que acaba de
ganar el Nobel. Ese es un obsequió perfecto para este humilde servidor, ese par de
sinvergüenzas saben qué me gusta. Pero no se crea que se compra así mi silencio
o mi honestidad intelectual, para eso cuando menos las Obras Completas…
Hasta el siglo XIX se usó el
término Libros infames para estigmatizar
a los que dinamitaban la religión, la moral y las buenas costumbres del Ancient Regime. Para la presente Crónica acepto el criterio de Argüelles: ningún libro puede estar por
sobre la ética ni la moral, y usaré de este criterio para discernir
reglas éticas objetivas; la primera de ellas contra prohibiciones y censuras: leer
un libro - aún el más infame - no puede prohibirse. Nada más penoso y
francamente idiota que “proteger” de los libros a niños y jóvenes, mientras se
les deja a merced de la TV Basura y el periodismo fascista: Los que se rasgan las vestiduras por la “infiltración marxista” en los textos escolares hacen el ridículo con vista al
mar. A la vez no podemos dejar solos a niños y adolescentes, hay que ser
claro en la valoración moral y ética. Por ende lo que sí cambia y debe cambiar
es la intención de la Lectura: Un libro no es malo o bueno en sí mismo, sino por el uso que se le dé: La Biblia, el Corán, el Tao-Te-King pueden usarse para justificar cualquier cosa adentrándose
en sus contradicciones y agarrándose de su aura de sacralidad. Acorde al Diccionario Manual de la Lengua Española de
la Editorial Larousse, Infamia es la Ofensa Pública que sufre la fama, el honor o la dignidad de una persona;
como una Acción mala y despreciable. Para
definir las Lecturas Infames es útil
unir la segunda acepción de la definición Larousse
con la ética de Argüelles: Una Lectura Infame es la que provoca
acciones malas y despreciables. Por supuesto hay gradaciones y
considerandos, eso de decir provoca
sé que es un terreno complejo, pero estamos para dilucidar. Hay libros que nadie
confiesa leer, les da vergüenza o descaro ideológico, como Veladas de San Petersburgo de Joseph
De Maistre, Camino de José María Escrivá de Balaguer o los
textos de Mussolini, Abimael Guzmán
o Pol Pot, que evidencian cercanías non
sanctas. Por otro lado, se puede leer Los
120 Días de Sodoma del Marqués de
Sade para contar los pronombres personales, y digo Sade porque se le condenó por su obra “infame” según la vieja
acepción. Si estoy en política, me conviene leer el Mein Kampf (Mi Lucha) de
Adolfo Hitler, lo que no me hará miembro
del partido Nazi (no a mí cuando menos), y conoceré mejor lo que combato,
porque las consecuencias del Nazismo son tan claras como las de Sendero
Luminoso. Esta es una decisión política, y quien dice política en este contexto
dice ética y moral. Y no hay tu tía.
II
Mi Lucha, de Adolfo Hitler
Se justifica leer Mi Lucha no porque tenga valor ético, Hitler no le concedía a la vida ajena
ningún valor, no vamos a buscar ejemplos morales en él. Lo podemos emplear para dilucidar la verdad más allá de fáciles condenas, y saber qué
había en la cabeza del asesino serial más exitoso de la Historia. La historia
oficiosa actual de la derrota de Adolfo Hitler
y los Nazis silencia todo aporte de
la Izquierda, cosa difícil, pues no se oculta fácil con un dedo 20 millones de cadáveres
soviéticos acumulados antes de la Victoria de 1945, ni se pueden eliminar los
testimonios escritos y gráficos, apenas relegarlos. Es más sencillo ocultar que
la Izquierda germana – particularmente los antecesores del actual SPD – fue la principal víctima de
la barbarie nazi junto con judíos, gitanos y personas con discapacidad; los infames
Campos de Concentración se inventaron para ellos. La Izquierda fue el verdadero
enemigo de los nazis, la Derecha se dejó absorber por el nazismo con más o menos
lasitud, y no defendió la República de Weimar. Los socialistas
lucharon solos por una democracia en la que sólo ellos creían, el comunismo
alemán estaba en la línea revolucionaria y espartaquista. Hace poco se produjo
la serie Hitler, The rise of evil, poco
fiel y muy sesgada, según ellos no había izquierda en Alemania, y el Mariscal Hindenburg era un paladín de la democracia,
nada más falso. Se rescata la soberbia actuación de Robert Carlyle como el Führer,
y la lección de que suprimir segmentos de verdad para crear un mundito propio
es tan letal como nombrar Canciller a Hitler.
En Mi Lucha Adolf Hitler (1889 - 1945) trata de combinar su autobiografía con la exposición de las ideas del
nacionalsocialismo, basadas en el odio al comunismo y al judaísmo puestos en
el mismo saco. Emplea fuentes panfletarias como El judío internacional, de Henry
Ford; y los Protocolos de los Sabios
de Sión, de la Policía Secreta Zarista, que reseñamos después. El
surgimiento del nacionalsocialismo alemán y su captura del poder en Alemania reconoce muchos factores como el
descrédito de la democracia liberal, la derrota germana en la Primera Guerra
Mundial, la tesis falsa de la “puñalada por la espalda”, la crisis de valores
del racionalismo, el auge del fascismo italiano, el culto de la guerra y la violencia,
el Führerprinzip, la popularidad del
racismo y el darwinismo social, el tradicional autoritarismo prusiano, entre
otros. Hitler no explica bien
las cosas en el libro, lo intelectual no es su fuerte, más bien lo altisonante de una propaganda que
da la sensación de sinceridad, pero no nos engañemos: La mentira es esencial al
nazismo: Hitler no escribió Mi Lucha por sí solo en su cárcel dorada
tipo Diroes, buena parte la redactó el número dos del Partido, Rudolf Hess. Al revés de lo que se dijo, las ventas fueron erráticas entre la primera edición de 1925 hasta
1933 que los nazis tomaron el poder y las ventas dispararon a un millón al año
hasta 1945. Así hizo plata Hitler pues
se obsequiaba por cuenta del estado un ejemplar del libro a los recién casados y a los estudiantes
graduados, y se tradujo a 16 idiomas, aunque las versiones se diferencian mucho
entre sí.
Hoy en día los derechos sobre el Mein Kampf pertenecen legalmente al
Estado de Baviera y expiran en 2015. Ni el gobierno bávaro ni el federal alemán permiten imprimir, vender o poseer el libro. Lo tienen algunas
Bibliotecas pero no se le hallará en las librerías alemanas. Hay variantes nacionales, los Países Bajos no lo permiten en nada y para nada, en otros
está más o menos tolerado. Las versiones en internet son casi todas hechizas,
hay muy poco respeto por la verdad, lo que es, por cierto, consistente con el carácter moral del autor. El franquismo español conchabado con editoriales y distribuidoras españolas y
latinoamericanas infiltró ediciones más o menos clandestinas de Mi Lucha hacia la
Argentina y Chile, de ahí rebotaron al resto de América Latina.
Se puede decir a estas alturas que la obra de marras alcanza solamente a ser más o menos útil como testimonio de la deformación ideológica que arrasó con toda una época. Los
más de 60 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial, los niveles de
barbarie y salvajismo que se alcanzaron en esas desgraciadas épocas son
argumento de condena más que suficiente. No nos ayudará demasiado este libro a
conocer al monstruo, que se presenta a sí mismo como el superhombre de Nietszche. Para conocer mejor a Hitler podemos acudir a sus mejores
biógrafos, los británicos Ian
Kershaw y Alan Bullock. En
cuanto al régimen nazi y sus características fundamentales, son recomendables
entre otros El Tercer Reich, ascensión y
caída del régimen nazi, del alemán H.
S. Hegner; y La Alemania Nazi, de
Enzo Collotti.
III
Los Protocolos de los Sabios de
Sión
Probablemente una de las obras
más infames que hayan sido malparidas, los Protocolos
de los Sabios de Sión se suponen ser un programa de dominio mundial
elaborado por una sociedad secreta judía que usaba de fachada al Sionismo de Theodor Herzl. Dícese que el panfleto
se elaboró en Basilea en paralelo al Primer Congreso Sionista de 1897. Sabemos
hoy que es un libelo antisemita diseñado para justificar los pogromos y la persecución que la Rusia
zarista le propinaba a su minoría judía, por ser nido de revolucionarios. Se fabricó
a pedido de la Okhrana, Policía Secreta
de los Zares, para difamar en la etnia a los revolucionarios rusos, en especial a los judíos Trotsky y Kerensky. No se publicitó mucho antes
de la revolución bolchevique, pero entre 1917 y 1933 los contrarrevolucionarios
editaron millones de ejemplares en todas las lenguas europeas (33 ediciones en
alemán, eso antes de Hitler) y en
árabe. Resulta difícil creer que esto fuera espontáneo, y si lo fue, muestra el cómo
“esto que le gusta a la gente” puede pasar por alto cualquier categoría moral. Los
que no creemos en pajaritos sabemos que traducciones, impresiones y difusión no se financiaron
desde la nube 47, sino desde las arcas del millonario filo-fascista
estadounidense Henry Ford, a quien
se admira y endiosa por ciertos logros visionarios, lo que prueba que los seres
humanos somos a la vez luz y sombra. Entre los que desenmascararon la farsa están
el periodista inglés Philip Graves,
que en varios artículos en el Times
de Londres en 1921 dejó claro que los
protocolos (…) son sólo un torpe fraude escrito por un plagiario inconsciente
que parafraseó un libro publicado en Bruselas en 1865. En enero de 1938, el
sacerdote católico francés Pierre
Charlés publica en la revista Nouvelle
Revue Théologique, a la letra: … los Protocolos [...]
son sólo (…) divagaciones sin importancia, que delatan a cada momento la
incoherencia del redactor y su ignorancia de las nociones más elementales.
Nadie podría jamás llevar a ejecución ese programa, porque hormiguea de
contradicciones y de visible insania. Está comprobado que
estos Protocolos son una falsificación, plagiada torpemente a partir
de la obra satírica de Maurice Jolý y compuesta con el fin de hacer odiosos a los judíos.
Que no se pretenda darle coartada a la falacia y la mentira reaccionaria, la denuncia no puede mediatizarse: Entre otros crímenes atribuibles a los autores mediatos e inmediatos de este panfleto están la histeria en la Rusia Blanca de 1917 y la consiguiente masacre de 60,000 judíos, el empleo de los protocolos como propaganda nazi de cobertura a la persecución antisemita, su uso como lectura obligatoria para envenenar las mentes de dos generaciones de jóvenes alemanes y para justificar el genocidio de seis millones de seres humanos, más el engaño y manipulación de las mentes de millones de jóvenes árabes y de otras etnias y culturas esparcidas en todo el mundo, con el fin de esparcir falsedades y fomentar el odio a los judíos. Dos cosas sabemos de cierto sobre los tales protocolos: No tienen justificación moral, y son completamente falsos. Ahora bien, ¿qué dicen los protocolos? Presentan a los malvados conspiradores judíos hablando sin caretas de cómo van a conquistar el mundo. Es gracioso que los que pretenden conquistar el mundo tiendan siempre a acusar a otros de querer conquistar el mundo, como Adolfo Hitler y su muchachada nazi. Otro rasgo de estos libelos es que usan cierto manual de estilo muy característico, que se reconoce en los psicosociales y manipulaciones fujimontesinistas de la prensa manejada por la Derecha Bruta y Achorada. Siempre están al servicio de grupos dominantes para lograr objetivos de control político de masas, y por eso los encontramos en los extremismos de derecha, los supremacistas, los racistas de toda calaña, las dictaduras y/o autocracias de Oriente Medio, ciertos grupos fundamentalistas cristianos y musulmanes, y en general en la mollera de gente estúpida o engañada, que se cree que lo escrito es verdad por que está escrito. Estos panfletos infames son adecuados para influir en las gentes acríticas, así mantenidas para explotarlos mejor. La Rusia de los Zares y su 90 % o más de analfabetismo fueron presa fácil; sorprende que los alemanes pisaran el palito, eso nos obliga a revisar nuestro concepto de “ser culto”, o asignarle a la propaganda más poder del que creíamos. Es un hecho vergonzoso que se puedan encontrar los protocolos con tanta facilidad en internet, pero esperemos que eso sea porque los que viven de eso necesitan justificar los pingües sueldos que les sacan a sus amos.
IV
Malleus Maleficarum, de
Heinrich
Kramer y Jacobus Sprenger
Una de las características de las
Edades Media y Moderna europea fue su desaforada religiosidad, desaforada para
el bien y desaforada para el mal. La búsqueda constante y obsesiva de Dios sólo
cedía a la búsqueda aún más obsesa y constante de espíritus malignos vinculados
al diablo, demonio, Lucifer, Satanás, etcétera – que con estos nombres
y más se le conoce. La obsesión de las gentes por el castigo eterno
en los Infiernos y la secular efectividad del control por el miedo venía de
entender la vida como un tránsito, un paso del casi-no-ser de esta vida cochina
y malvada al ser-pleno que se produciría en el Otro Mundo, todos esperaban que en
el Paraíso, pero a muchos les tocaría en el Infierno, que ancha es la senda que lleva a la perdición. La Divina Comedia del inmenso Dante
Alighieri, que comentamos en otra Crónica, no era alegoría ni símbolo, describía
la realidad del Universo. Es decir, las gentes de la Edad Media sabían en positivo
que el Paraíso está en el mismo plano de realidad que el mundo cotidiano; pero allá
arriba, encima de todas las esferas que giran alrededor del Mundo. El infierno
por supuesto está abajo, en el centro de la tierra, se llega a él por los
volcanes. Arthur Koestler en Los Sonámbulos constata que para el Pedro Nadie de entonces el cosmos no era geocéntrico sino diablocéntrico: Las erupciones volcánicas mostraban
los tormentos del infierno, y sus espantosos ruidos los lamentos de los
condenados. En un mundo así estar del lado del diablo es terrible, en especial si
ya no tienes remedio, si ya pecaste tanto que no te perdona ni tu madre. Pero
en ese caso… puede haber salida en hacerse
obsecuente servidor de Su Majestad Infernal, las posibilidades de un razonable
buen pasar para la eternidad mejoran. En todo caso con intentar no se pierde
nada.
Así hay espacio para brujos y
brujas, ritos y creencias asociados a la Magia, la Hechicería y la Brujería,
tres ideas que no dilucidaremos acá, nos interesa la última por su vínculo con
el Culto al Diablo. Como la misma Iglesia sostenía la realidad del Diablo, estar
de su lado podía ser casi ortodoxo, aunque parece que los fieles de entonces no
captaban muy bien eso del Monoteísmo. Las Iglesias por supuesto no toleraban
este culto que afecta de raíz el control por el miedo, y tomaron serias medidas
contra él: El dominico catalán Nicholas
Eymeric escribe en 1376 un popular manual para inquisidores, el Directorium Inquisitorium, donde
tipifica la brujería y distingue a los que controlan al Diablo de aquellos que se
someten a él, más pecadores todavía. Hacia el siglo XV la histeria colectiva aumenta, producto de la
espantosa inseguridad que se vivía entre guerras, epidemias y hambrunas; en 1431 se acusó de Brujería y se ejecutó en la hoguera a Juana de Arco. Las apariciones de brujas y los procesos legales al
respecto se hacen tan comunes que en 1484 el Papa Inocencio VIII emite la Bula Summis Desiderantis Affectibus que
reconoce la existencia de la Brujería: (…)en los últimos tiempos llegó a Nuestros
oídos (…) la noticia de que (…) muchas personas de uno y otro sexo, despreocupadas
de su salvación y apartadas de la Fe Católica, se abandonaron a demonios, íncubos
y súcubos, y con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otros execrables
embrujos y artificios, enormidades y horrendas ofensas. En 1486 se edita el
más famoso de los libros sobre brujería, el que marcó la pauta para los demás: Malleus Maleficarum (El martillo de los
brujos), escrito por dos monjes dominicos. Califica como lectura infame pues a
lo largo de los tres siglos siguientes se convirtió en el manual indispensable
y la autoridad final para todos los jueces, inquisidores, magistrados y
sacerdotes, tanto católicos como reformados, en la lucha contra la brujería en
Europa.
En él encontrábanse las
justificaciones legales para declarar a una persona o grupo como sujetos de Brujería, lo que
a veces se hizo en grupos de mil o más; se describía con todo
detalle las relaciones con el demonio, sus prácticas y poderes; y en lo esencial funcionaba como manual de instrucción para el maltrato y tortura mental
y física de los sospechosos, a fin de arrancarles sus confesiones; detallando cuándo
y cómo debía quebrantarse huesos, y cuándo y cómo condenar a muerte, e incluso
las instrucciones para elaborar la Hoguera y ejecutar a la Bruja. Hay pocas cifras realmente confiables para
la época, pero se ha hablado de decenas de millones de mujeres quemadas vivas
bajo acusación de brujería. Lo cierto es que la suma de sufrimiento humano que
este Libro hizo posible hace que no se le pueda leer ni tocar sino con tiento y
algo de aprensión. No se distingue qué se le pueda extraer a esta lectura de
positivo, fuera de información sobre el fanatismo de esos siglos. Leerlo puede servir para una investigación,
pero luego habrá que tomarse un tranquilizante y aprender a qué puede llevar la
ignorancia y el fanatismo.
V
Colofón
Recapitulemos: Las Lecturas
Infames no hay que confundirlas con lecturas desagradables o chocantes por su forma: los
Libros Negros de los crímenes nazis editados en la Segunda Guerra Mundial, o
ciertas partes del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la
Reconciliación son chocantes más no Infames, se limitan a narrar hechos que deben
conocerse. Por otra parte, las actas de la Conferencia de Wannsee que planeaban
la Solución Final, o los Manuales para Torturadores empleados en las dictaduras
chilena, argentina y uruguaya son un modelo de detalle y pulcritud verbal, pero
Infames por definición. Ningún libro es mejor que la vida (…) ninguna obra puede estar por
encima de la ética.
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