CRÓNICAS DE LECTURAS – 63
Biografías de Religión
I
Religión, Historia, Hagiografía, Biografía
Que no se debe hablar de Religión
es algo de lo que mi Santa Abuela – descansen en paz sus santos huesos – nunca
se cansó de prevenirme. Esté donde esté me perdonará que lo haga porque no hubo
cosa que no me perdonara, ni nunca el perdón fue tan sanador, lección de vida
que me dejó la Anciana Señora y que hoy en día debiera aplicarse más. Pero la
experiencia ni es gripe ni se contagia, así que sigo adelante: Entre los
personajes propios de la Religión hay caracteres especialmente curiosos, que
conforman en sí mismos todo un Universo: ángeles y arcángeles de los diversos
coros celestiales, demonios de diversos rangos, profetas de varios tipos,
escritores sagrados, discípulos y apóstoles, predicadores y por supuesto santos
y fundadores de religiones. De entre todos estos hay muchos que existieron de
verdad sin duda alguna, como Ignacio de
Loyola, Maximiliano Kolbe, el Bab o Juan Calvino. De otros estamos igualmente seguros en su existencia,
pero sabemos casi sólo lo que sus primeros seguidores querían, creo que el Baha´ullah de los baha´is está en ese caso, así como Kung-Fu-Tze e incluso Francisco
de Asís; en tanto que otros son definitivamente legendarios, como San Cristóbal el patrón de viajeros y caminantes o Arjuna, el santo guerrero del Baghavad-Gitä.
Escribir Biografías sobre ellos - en la medida que tratan de ser Historia, esto
es relatos fidedignos – tendrá dificultades fuera de las tradicionales de la investigación histórica, como los
ataques contra su verosimilitud. El tema religioso está muy manoseado, la vieja
separación entre el fuero individual y el colectivo tiene más bisagras y roces
de los que se suponían, y las creencias de hoy, más relativas que nunca, juegan
en una especie de walk-over axiológico.
En teoría el fuero interno de las
personas es sagrado por ser aposento de la libertad de conciencia, e incluso se
reconoce la libertad negativa de guardar reserva de las propias convicciones si
ello sometiera a algún riesgo a la persona; y tal riesgo existe. La
intolerancia en materia religiosa está desagradablemente extendida, aún en
personas cuya posición las hace supuestamente tolerantes. Parece que estamos de
vuelta de esas bobadas del respeto al derecho ajeno, y la postmodernidad – como
constatan los pensadores más lúcidos en la actualidad - no deriva en la
coexistencia pacífica sino en la imposición del más fuerte, normalmente el que
más plata tiene. Así a nadie llama hoy la atención que se elija Religión por necesidad
económica, y que la intolerancia sirva más bien a los que lucran con ella que a
los defensores de la libertad de conciencia de cualquier credo. Hace pocos días
fui amenazado de represalias si cometía el crimen de realizar un acto de
conversión, el que manifesté como eventual y medio en broma medio en serio. Y la
tal amenaza a la libertad de mi conciencia vino de alguien que no solamente se
computa supertolerante, sino que sostiene – o sostenía - sentir afecto por mi
humilde persona, y de esto hago cuestión de estado aunque a otros no les parezca.
Creo que lo único que cabe concluir es que ese afecto es análogo al expresado
por la criollísima frase No es amor al
chancho sino al chicharrón. Vale decir: Te
quiero mientras pienses, sientas y hagas como yo quiero. No sé qué pensarán
mis lectores, pero en mi modestísima opinión quien no te respeta no te quiere aunque lo jure ante cualquier altar.
Y a otra cosa, mariposa. Creo que
los tres personajes que he elegido para reseñar (Un santo católico, un
reformador y un fundador de religión) muestran algunas de estas dificultades y
cómo sus autores trataron de superarlas. Ojalá que aprovechen en beneficio de
la libertad de toda persona de encontrar su propia verdad espiritual, sin
coacciones ni coerciones.
II
Lutero, de Albert Greiner
Cómo resuelve Albert Greiner el problema de las
intenciones en su biografía de Martín
Lutero (1483 - 1546) es interesante y aleccionador. Profesor universitario
sólidamente instalado dentro del racionalismo francés, a la vez que pastor
luterano en el mismo centro de un país eminentemente católico; era de esperar
que su obra cabalgaría con cada pie en distinto caballo, entre la Historia y la
Apología; y efectivamente se acusó a su libro de hagiografía, véase si no como
termina: … es necesario, ante todo, que
el Evangelio sea predicado, a fin de que Jesús reine y toda criatura le
reconozca como Salvador y Señor. Y sin embargo es un libro simple, escrito
sin pretensiones, que reconoce sin mojigaterías la peculiar situación de su
escritor. En su Nota previa, Greiner
manifiesta conocer qué terreno pisa: Conoce a Cristiani y Lortz,
católicos ecuménicos que se esfuerzan por entender honradamente a Lutero; al
laico Lucien Febvre en su notable intuición (sobre) la crisis religiosa del
monje; así como a sus correligionarios Lilje,
Strohl y Kooman, en quienes reconoce la inspiración espiritual. Sí, el
historiador y académico ha hecho su tarea, y también es consciente del encargo
recibido y de cómo le afecta personalmente como Pastor de una Iglesia, alguien
a quien la neutralidad le está vedada: Presentar a su personaje a un vasto
público francés que ni le tiene simpatía religiosa al biografiado ni le
perdonará al biógrafo no hablar francamente.
Así que se aproxima a su objeto de estudio con sencillez, sin aparato crítico
ni inútiles arreos que le quiten o le añadan al testimonio de vida de Martín Lutero no en cuanto
“reformador”, sino renovador de la vida religiosa. Como historiador y Pastor, Albert Greiner espera inducir con
sencillez a que se conozca un poco mejor lo que realmente cuenta: la
experiencia religiosa de Martín Lutero.
Y así la virtud principal que esta biografía consigue es el equilibrio entre el
dato histórico y la necesidad espiritual que este dato ha de satisfacer.
Por eso puede empezar por
describir lo que fue espiritualmente la época de Lutero en un capítulo primero
titulado La llamada de Dios. La Edad
Media se ha resuelto en el Renacimiento y la recuperación del pensamiento; el
mundo de los señores y los vasallos está dejando de ser; y nuevos problemas
materiales y espirituales sacuden la conciencia de un individuo que recién se
descubre como tal. Dos siglos atrás Francisco
de Asís había marcado pautas nuevas, pero el impulso parecía haberse pasmado
y aún apestaban los restos de la hoguera en la que se quemó a Jan Hüss. La crisis espiritual y
religiosa del siglo XVI exigía un profeta
y un director de conciencia, y este es el doble ministerio que el Señor de la
Historia puso en manos de Martín Lutero. La cólera de Dios, lo irrevocable
de su juicio, la inminencia de un Dies
Irae (Día de la Ira) donde a duras penas el justo estará seguro; todo esto
produce literalmente un miedo de muerte, más espantoso aún porque la misma
muerte no se agota en ella misma como antesala del Eterno Castigo. Al joven Martín este temor le lleva al Convento
y al sacerdocio, en medio de una durísima lucha interior, en la que a
diferencia de los muy convenientes e interesados conflictos de conciencia
actuales, no caben componendas ni relativismos y son perfectamente inútiles las
autodisculpas convencionales, pues la crisis no se oculta tras palabras o
hechos, al final de todo eres tú y sólo tú lo que está en juego y autoengañarse
es la más soberana estupidez. Que esta crisis interna no era cosa sólo de Lutero se ve en los combates interiores
de muchos otros, entre ellos el monje soldado Iñigo López de Recalde, reflejados en sus Ejercicios Espirituales. Lutero
se bancó su crisis él solito sin una orden religiosa que le respaldara, y el
resto es Historia que puede leerse en este enlace: http://semla.org/portal/wp-content/uploads/2011/05/Lutero-de-AlbertGreiner.pdf
III
Mahoma, de Washington Irving
En todo momento, el objetivo del autor ha sido resumir en un relato
fácil, claro y fluido los hechos conocidos sobre Mahoma, junto con sus leyendas
y tradiciones que se han introducido en todo el conjunto de la literatura
oriental … . En otras palabras, aunque el autor está tratando de ser fiel a
la verdad histórica, pues le pasa lo que a Stefan
Zweig con sus biografías, es decir que le gana la literatura, y eso es
completamente natural porque esta biografía apenas merece tal nombre, y más
bien debiera decírsele, como sugiere el mismo Washington Irving (1783 – 1859), un relato sobre lo que se sabe de Mahoma (562-632). Ahora bien, esta obra a mí me
gusta mucho, por el peculiar estilo del
autor de los deliciosos Cuentos de la
Alhambra, de alguna manera como si fuera un cuento más que no obedece
demasiado a los parámetros ni de la Biografía ni de la Historia. Esta es su
peculiar manera de resolver el problema de la Verdad Histórica: Prescindir de
ella y asumir el asunto como una cuestión de verdad literaria, sin pronunciamientos
a favor o en contra de la verdad histórica, narrando lo que se sabe de los
hechos de la vida del personaje tal como le llegan, incluyendo las historias y
leyendas que se cuentan sobre él. Apenas se puede llamar biografía a esto me
parece, porque no cumple con los requerimientos más primarios de la Ciencia de
la Historia. Pero a diferencia quizá de otros libros que se imponen por sesudos,
es más bonito leerlo porque tiene exotismo, porque está bien narrada,
porque cuenta bien un relato ya por sí mismo interesante. Podría ser una
biografía novelada o una novela histórica, pero el título, por decirlo simple,
nos complica algo: Mahoma. Nada más.
Y es bonito que esta obra tenga
más de ciento cincuenta años de publicada y se le pueda seguir leyendo no
solamente porque los datos no han cambiado tanto, sino porque así hubiera más
datos, su valor fundamental es que está bellamente escrito, y si se quiere una
razón más porque el personaje Mahoma
mantiene en la actualidad una vigencia mayor que nunca. En términos modernos a
esta Biografía (casi digo novela) se le podría clasificar de Romance Histórico
o Historia Novelada, según los pasajes que se eligieran. Por otra parte no se
abstiene de hacer al final juicio histórico medio positivista, con las virtudes
y los defectos de esa manera de historiar de principios del Siglo XIX. El arte
del retrato y la descripción literaria estaban en boga pues las imágenes aún no
habían ganado presencia en el imaginario colectivo como hoy, y había que
describir situaciones y personajes meticulosamente: Su porte era (…) tranquilo y ecuánime; algunas veces gastaba bromas,
pero lo más normal era que estuviera con ademán grave y digno, aunque también
se dice que poseía una sonrisa cautivadora. Esta es solamente una pequeña
parte de las muchas que Irving
dedica a la descripción, y no cabe duda que es solvente dentro de los cánones
prescriptos. Y se hace preguntas inteligentes y de gran interés: ¿fue un impostor sin principios, como
algunos parecen opinar? ¿Fueron todas sus visiones y revelaciones mentiras
deliberadas? ¿Fue todo su sistema una sarta de mentiras? Qué preguntitas, que
por cierto podrían aplicarse a los milagros de Jesús o al cruce del Mar Rojo de Moisés, y por ello conocerán diferente respuesta según la
particular fe religiosa a que se adscriba. El tercio excluido funciona más
rudamente en cuestiones de fe que de ciencia, me sorprende la inconsistencia de
que se le ataque en una y se le tolere en la otra. En estas cosas creo en una
prudente equidistancia que evite todo fundamentalismo. En cualquier caso leer
esta Biografía sigue siendo bonito.
No he encontrado en red esta
biografía, pero puedo entregar Los Cuentos
de la Alhambra en versión de la Biblioteca
Digital Miguel de Cervantes, que les aproveche, chicos: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/90251735431269485732457/index.htm
IV
San Martín de Porras (Martín de
Porras Velásquez), de José Antonio Del Busto Duthurburu
Mi curiosidad por los santos y
por cómo se vivían las circunstancias de la santidad en una determinada época,
o para el caso la manera que los seres humanos tenemos de enfrentar desde el
punto religioso las muchas vicisitudes humanas, encontraron ciertas respuestas
en este libro, que encontré por completa casualidad un día que pesquisaba
librerías en el centro de Lima, cual cazador experimentado pero sin idea alguna
de cuál sería mi presa. Yo ni siquiera sabía que existía esta biografía y fui
el primer sorprendido de encontrarla, y decidí su compra por las
consideraciones ya manifestadas, por estar advertido de la calidad del autor
del que alguna vez fui alumno, y por último y para nada menos importante,
porque era un saldo y estaba baratísimo. Sorprendía ver a Del Busto emprendiendo la Biografía de un Santo, no se asocia a los
académicos de fuste con el Santoral. Y no es lo mismo en las biografías de
Santos que te cuenten la historia los que tienen interés en ella por razones
religiosas que los que tratan de dilucidar la verdad científica e histórica. En
este terreno hay hartas minas plantadas, y José
Antonio Del Busto era un católico definitivo y practicante, que se supone por
obligación debía creer en las verdades que enseña la Santa Madre Iglesia,
incluyendo entre ellas los milagros de San
Martín de Porres. Pero también era un historiador de polendas, por ende ducho
en esto de poner límites entre una cosa y otra, lo que nos habla del grande problema
ético y deontológico de posibles lealtades enfrentadas que hubo de resolver.
Pero José Antonio Del Busto sortea
la dificultad con elegancia y hasta con cierta agradable y acriollada rudeza.
Tras comentar las diversas
fuentes y donde se encontraban, nos suelta este detallito: En consecuencia, hemos tenido que centrar nuestra búsqueda en el
Proceso de Beatificación de Fray Martín de Porras (…) continúa siendo la fuente medular sobre
el biografiado; sin ella sería imposible elaborar la biografía del santo.
Lo que es como decir: miren muchachos traté de encontrar otra cosa, pero como
no había … aquí está esto. Pero no se queda acá el hombre, y trata de superar
la dificultad de índole positivista dando un paso atrás, respirando hondo y atacando
desde otra dirección historiográfica: esta
biografía se ha elaborado reconstruyendo el pasado como pasado, tal como fue y
no como creemos que fue, tal como sucedió y no como quisiéramos que hubiera
sucedido. Y dado que yo soy peruano, de Lima, y hasta casi diría paisano
del Barrio de Fray Martín, pues que me
agrada la cosa y lo leo porque no es posible entender el Perú sin San Martín de Porres y su proverbial perro, pericote y gato. Porque yo
defiendo mi libertad religiosa y mi conciencia a ultranza y seré todo lo
agnóstico y librepensador que me parezca según mis honestos saber y entender, y
así mismo declaro que con todo eso a mi
negro San Martín no me lo toca nadie.
Que en la identidad religiosa la coherencia no es valor principal, ni a nadie
obligo a variar sus creencias por mí. Por eso cuestiono con dureza el racismo de
la Iglesia Católica, que no tiene empacho en canonizar a Rosa de Santa María en poco tiempo, en tanto que con Fray Martín necesitó tres siglos. Que la
época no estaba preparada me suena a excusatio
non petitia, que acusatio manifiesta.
En esto la Iglesia está obligada a marcar la pauta o no cree lo que enseña. San Martín de Porres es el primer Santo
de raza negra, canonizado recién en 1963 por el reciente Santo Juan XXIII, el Papa Bueno. Mejor tarde
que nunca, parece.
En todo caso, si logras obtener
este libro, hallarás una narración muy bien hilvanada, y sobre todo muy bien
navegada por su autor. Creo que podría considerarse esta biografía como una
joyita en su género, y es una lástima que no se haya digitalizado cuando se ha
hecho con otras biografías de dudosa calidad en su documentación. Pero dejo un
enlace a un texto del historiador Teodoro
Hampe, especializado en temas religiosos del Virreinato Peruano, que puede contextuar
la búsqueda bibliográfica, si hubiera el interés para ello: http://halshs.archives-ouvertes.fr/docs/00/82/81/23/PDF/redial_1997-98_n8-9_pp53-67.pdf
V
Colofón
Si existe algo que debe
respetarse a como dé lugar es la libertad religiosa. Que este concepto como
tantos otros solamente adquiera dimensión y profundidad en tanto lo manifieste
y sostenga el homo economicus – un sesgo
limitante de la persona humana integral – me parece sumamente agresivo y más
penoso mientras más inconsciente. Hay una ceguera axiológica análoga a la ceguera al lenguaje corporal de las personas
de condición Asperger, mucho más grave cuanto que es más dañosa para los demás.
Que el que tenga Oídos, que Vea.
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