CRÓNICAS DE LECTURAS – Diez
Lecturas des-agradables
I
Des-agrado y complejidad
A mí me gusta leer todo, y de todo. Pero hasta en el Paraíso de Adán y Eva se coló una serpiente, así que no extrañe que haya algunos libros que no solamente no me gustaron, sino que su lectura se me hiciera tan fastidiosa que incluso tuviera que abandonarla. No es ello culpa de los autores. A veces me he forzado para terminar de leer un libro, pensando que la disciplina de terminar una lectura que se te hace desagradable puede ser rendidora desde el punto de vista del desarrollo de ciertas habilidades. Es así que de las cuatro lecturas que ubico como desagradables para mí, llegara a terminar una, y aunque el resto aún no me ha derrotado, dudo mucho que las reemprenda a estas alturas, aunque mientras hay vida hay esperanza. Lo más seguro, como se dice, es que quién sabe. Me ha ocurrido que ciertos libros que me parecieron francamente insoportables en una primera aproximación, tras un ligero esfuerzo “se me arreglaran”. En todo caso, creo que es posible ubicar la “lectura des-agradable” en función de ciertas características del lector y del texto. Si algo es “des-agradable” de leer, es posible que el hecho esté asociado a las dificultades para leerlo. Lo que resulta interesante a mi entender es entonces indagar qué hace que una lectura sea difícil, y cómo la dificultad la hace des-agradable. Ello se relaciona en directo con la formación de hábitos lectores, así como con las habilidades de decodificación y comprensión, o con qué tipo de lecturas son las más recomendables en determinados casos. Estos son temas de “palpitante actualidad” (perdónenme el ripio) para los profesores e interesados en que la lectura sea algo más que un indicador para quedar bien en la lista de PISA. Y así en frío podemos decir, por ejemplo, que la “lectura por obligación” es por definición más difícil que la lectura por elección.
Por otro lado, cuando uno menciona que tal o cual libro o autor no le gusta, como que queda bonito el decir que se le ha leído. Se piensa, y no es errado, que debe haberse leído a alguien antes de declararlo un tal por cual. La Literatura, a diferencia de la Historia, las Matemáticas, la Física o la Filosofía, tiene por supremo juez al lector vulgar y corriente, pues después de todo lo que se busca en la obra literaria es muy diferente de lo buscado en un Libro dedicado a una disciplina cualquiera. Un libro de Matemáticas no tiene obligación de ser bonito o agradable. Para que califique como un buen libro de matemáticas debe cumplimentar las normas propias de esa disciplina científica, y si además, es “bonito” y/o “bien presentado”, ello aumenta su calidad al darle no solamente valor científico, sino además pedagógico. Don Aurelio Baldor y sus celebérrimos textos de Matemáticas no serían tan bien considerados si sus ecuaciones trigonométricas o sus ejercicios presentaran errores, y por más lindo que sea tendríamos que desecharlo. Pero es obvio que en este caso se da la conjunción de la validez científica con la calidad del lenguaje y de la edición. Además, este hecho es menos notable en un texto de Lógica Formal que en uno de Historia o Ciencias Sociales. Un caso al respecto es la monumental obra de Winston Churchill, La Segunda Guerra Mundial, que a más de poseer datos e informaciones de primera mano, está además escrito en una prosa de magnífica factura, que le valió a Churchill el Premio Nobel de Literatura. Un lenguaje elegante y/o interesante y/o accesible coadyuva al éxito de un texto, así sea de matemáticas, economía o química. El éxito se mide de maneras muy curiosas, y tal vez los textos clásicos de Economía y Administración de Paul Samuelson, Curso de Economía Moderna; y de Harol Koontz, Cyril O´Donnell y Heinz Weihrich, Elementos de Administración, pueden ser ejemplos interesantes. Es indudable que podemos entender mejor textos especializados si están presentados de manera que aúnen la solidez científica con la propiedad en el uso de la lengua, y en este caso estaremos frente a un manual o texto adecuado a los fines del aprendizaje. Pero los libros especializados no se venden masivamente, sino que los adquieren solamente los que los requieren.
II
El Tambor de Hojalata (Günther Grass), Opiniones de un payaso (Heinrich Böll);
Que Dios y el buen Günther me perdonen, el Tambor de Hojalata es una novela bien escrita, pero que tiene una trama tan detallada, enrevesada y repleta de alusiones, guiños y referencias a la germanidad de las primeras décadas del Siglo XX, que mi latinidad, seguramente demasiado naïve, terminó por considerarla absolutamente insoportable. Y ojo que me di el trabajo de leer completamente y con la debida atención todas y cada una de sus interminables 400 y pico páginas. A la página 50 ya la trama me tenía hasta la coronilla, así como la manera de contarla, y me convencí que si quería saber cómo se vivía en Königsberg durante el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, me sería más útil un libro de Historia. Pero dudé en dejarme vencer por este libro. Ciertos autores y obras, que según yo empiezan “mal”, luego “se arreglan”. Viví en esto las experiencias posteriores de Asesinato en la Gran Ciudad del Cusco, de Luis Nieto; y de Yo me Perdono, de Fietta Jarque. En todo caso, si iba a desechar a Günther Grass, lo menos que podía hacer era hacerlo con conocimiento de causa. Ello me preocupó lo suficiente como para preguntarme por qué emprendí la lectura de este libro, y la respuesta fue doble: era barato – formaba parte de una colección de autores contemporáneos – y años atrás había visto la película, que me había gustado mucho. Pero ni el precio se justificaba, ni veía la película por ninguna parte de la para mí farragosa y demasiado florida prosa de Grass. Aún así, terminé el libro, lo cerré con enorme alivio, y lo guardé pensando que su lomo quedaba bonito en el estante como adorno, porque la probabilidad de que volviera a abrirlo era mínima. Y así lo dejé reposar en su estante per sécula seculorum, moviéndolo solamente para mudarme de casa. Y sé que soy injusto, y sé que no debería largarme a decirlo, y sé que es muy probable que me equivoque, y que entre las consecuencias de dicha equivocación arriesgue el que los miembros del club de fans de Günther Grass me declaren persona non grata, pero qué quieren, pues, que les diga, si la vida es así.
Algunos, varios, en realidad muchos años más tarde volví al tema en circunstancias parecidas. La cosa era otra colección, donde figuraba el libro Opiniones de un Payaso, de Heinrich Böll. No sé si entre Grass y Böll haya algo en común fuera de ser alemanes, y no asocio necesariamente aburrimiento con germanidad, atendiendo en especial a que nunca había leído a Böll, y sentía cierta curiosidad. Los recuerdos se difuminan, y de mi lectura de Grass sólo me quedaba el vago recuerdo de que no me había gustado. Y esto de que un libro no consiga interesarme, vamos, es un espanto, peor aún si consigue derrotar mi capacidad de leer y comprender, lo que por cierto no me pasó con el Tambor. Además, ni Grass ni Böll son escritorzuelos cualesquiera, están bien considerados como novelistas y si algo les ven tantos, pues por algo ha de ser. Seguramente – me dije - mi mala experiencia con Grass debía atribuirse más a mi superficialidad e inexperiencia y/o a las circunstancias vitales que rodearon la lectura del Tambor. Así que me decidí por un nuevo intento, tratando de no asociar al susodicho con Heinrich Böll, y pasé de nuevo al ataque. Compré las Opiniones de un Payaso, las coloqué en mi mesa de noche, y leía algunas páginas justo antes de dormir. Craso error. Aunque las Opiniones de un Payaso eran bastante más potables y digeribles que el Tambor, tanto en la forma como en la trama, menos ambiciosa y más centrada, sin embargo sentía el germano testimonio de Böll tan ominoso como el de Grass. Los códigos de esa germanidad de la que había tenido tan devastadora experiencia me pasaron factura asaltando mis sueños nocturnos, y el fracaso existencial del payaso de marras se infiltró en mis contenidos oníricos. Vale decir, el Payaso se me mezcló con el Tambor, y que Freud, Jung o Bleuler traten de explicarlo si pueden. Habiendo pasado por la experiencia de Grass y su Tambor, las vicisitudes laborales, matrimoniales y religiosas del Payaso me dejaban, más que frío, deprimido. Perdí el interés, no quise leer más. Me imaginé que si yo fuera alemán o por lo menos europeo, probablemente la obra tal vez me daría para más, pero la verdad desnuda es que llegué hasta la mitad. Creo que la germanidad, sea ésta lo que sea, se me escapa. Espero que los fans de Böll, de Grass y de la germanidad me perdonen el pecado de lesa cultura.
III
Fenomenología de la Percepción (Maurice Merleau-Ponty) y la lectura rentable.
Pero existe un libro que me ha derrotado en toda la línea, y ese es la Fenomenología de la Percepción, de Maurice Merleau-Ponty, y no siento vergüenza alguna de confesarlo. Reto al más pintado de los lectores experimentados a emprender la lectura de este libro, a entenderlo plenamente desde el principio hasta el final. No es que no se pueda hacer, es que posee gran densidad – muchas ideas en pocas palabras – en su redacción y conceptos, y puede compararse a abstrusos textos análogos, como los de Martin Heidegger, por ejemplo. El que esto escribe tuvo la suerte de leer a Heidegger en una obra densa pero de corta extensión: ¿Qué es esto, la Filosofía? de la Editorial San Marcos, y he de decir que si bien era difícil de leer, el hecho que fuera delgadito ayudó muchísimo a asumir que interpretar sus pasajes complejos no me llevaría la vida entera. Es que la percepción cinestésica de un libro determina cómo se le lee. De hecho, vemos y sentimos el grosor del libro antes de leerlo, y mientras leemos vamos prediciendo más o menos cuánto nos llevará leerlo, y ello, unido a la dificultad conceptual intrínseca de leerlo abona al famoso enfoque abajo-arriba (Del texto al lector) que determina la “lecturabilidad” de un texto. El ¿Qué es esto …? era delgadito, podía preverse que cualquier dificultad que presentara sería de corta duración. Aunque la percepción de la extensión de un libro puede ser inconsciente, desde que lo tenemos en las manos o abierto frente a nosotros, en este caso se me volvió tan consciente como un queco en plena cara. Es que tomamos decisiones respecto a la lectura llevados no sólo del texto mismo, sino de otros elementos de “rentabilidad”, como el tiempo disponible y la capacidad lectora a invertir. Es decir, encontramos el enfoque de “lecturabilidad” de arriba-abajo (Del lector al texto). Nuestra percepción de la necesidad de leer este libro en específico nos hace invertir más o menos recursos personales en él. Si algo me molestaba del Tambor de Hojalata, mencionado líneas arriba, era que sabía que tenía unas 200 páginas de más de lo mismo, pero es que no era tan difícil de leer como la Fenomenología … así que pasaba piola. Imaginémonos lo que pasa cuando tomamos un señor mamotreto como el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, cuyas dos mil o más páginas auguran seguro desastre de no ser porque es un Diccionario, no se supone que uno se lo lea todo, sino que lo consulte. Qué alivio. Hay una relación entre el interés que despierta cierto libro en relación con la cantidad de páginas que te esperan, más su dificultad en leerlo. Viene a mi mente el caso diametralmente opuesto de un best-seller en inglés, The Far Pavilions, de M. M. Kaye, cuya apasionante trama, aunada a un profundo conocimiento del autor sobre la India de la Rebelión de los Cipayos, más un agudo uso del idioma inglés – una de mis intenciones al leerlo era mejorar mi inglés, y tuve éxito – determinaron el pleno disfrute de todas y cada una de sus 1189 páginas, en una edición de bolsillo, es decir de letra chiquita y sin figuritas. Con este libro incluso pasé por esa extraña sensación de desasosiego y decepción proveniente de que terminase “tan pronto”. Bueno, así es al derecho, y parece que así es al revés también.
Y no es que Fenomenología de la Percepción tenga una enorme extensión, en realidad es un libro bastante normal, de unas 460 páginas, y yo ya había emprendido antes lecturas filosóficas análogas, algunas verdaderamente complicadas, como Así Hablaba Zaratustra, de Federico Nietzsche; El Conocimiento Humano de Bertrand Russell; La Fe Filosófica frente a la Revelación de Karl Jaspers; el Leviatán de Thomas Hobbes, o la densa Historia de la Lógica Formal de I.M. Bochenski. No era yo un principiante ni tenía motivos para creer que esta lectura presentara mayor dificultad que otras. Pero cuando hice las primeras 65 páginas de Merleau-Ponty … me encontré con la curiosa sensación de que aunque podía, también no podía; y de que si quería, también no quería. Para ejemplo, un botón: “La pura sensación, definida por la acción de los estímulos sobre nuestro cuerpo, es el “efecto último” del conocimiento, en particular del conocimiento científico, y es gracias a una ilusión, por otro lado natural, que la colocamos al principio y la creemos anterior al conocimiento”. Sean mis lectores indulgentes y traten de mirar este problema desde la perspectiva de la “economía” de la Comprensión Lectora. La Comprensión es relativa a tu habilidad como decodificador. Es decir, si el vocabulario, la sintaxis o el registro son complejos, tu dificultad en decodificar será mayor, y por ende mayor el esfuerzo a invertir. Una consecuencia es que mucha tendrá que ser tu motivación para continuar esa lectura. Igualito pasa con las dificultades conceptuales en relación al tiempo que le dedicas, y a cómo lo ordenas. Si como lector yo debía detenerme a comprender el significado y sentido de oraciones como la transcrita, dado que casi todas se preveía eran más o menos así … ¿pues cuánto me demoraría en leer, de verdad, ese libro? ¿Y cuánto esfuerzo intelectual podía en realidad dedicarle? No era lectura “de transporte público” ni podía impunemente interrumpirse en un punto para retomarlo horas más tarde. Requería volver a páginas anteriores, meditarlo, trabajarlo. Además no lo leía por cumplir con obligación académica alguna, era por así decir el “libro de la semana”, sobre un tema que me interesa - la percepción- y me daba acceso a la fenomenología de Husserl. Vi que su lectura requería subrayado, glosas, fichas, anotaciones y organizadores visuales. Tras las primeras 65 páginas podía medir cuánto tiempo y esfuerzo debería invertir, pero no tenía claros los eventuales beneficios que me reportaría esta lectura. Tenía otras cosas qué leer, algunas obligatorias. Por otra parte, el esfuerzo de entenderlo era útil, aunque preveía que debería repetirlo oración tras oración, párrafo tras párrafo, capítulo tras capítulo, durante 463 páginas. De hecho, sentía que esta lectura no era exactamente “rentable”. Cuando leemos atendemos a conjuntos de signos colocados consecutivamente, cuya comprensión depende de la rapidez y eficiencia de la decodificación, y si debía detenerte tanto tiempo y dedicar empeño a decodificar la gramática y a comprender el sentido, el ulterior proceso de predicción de lo que lees se te entorpece y dificulta. En conclusión, la Fenomenología se hacía esfuerzo de largo aliento, que no me era posible emprender plenamente en mis circunstancias del momento. Y con un relativo dolor de corazón, decidí dejarlo para emprenderlo después. No dudo que la Fenomenología de la Percepción sea más accesible a especialistas, o, con el tiempo debido, a personas de medianas cultura y capacidad de comprensión, la que indudablemente saldría muy reforzada. Pero ni soy especialista, ni tenía el tiempo. Y narro todo esto tratando de distinguir por qué una lectura puede hacerse des-agradable, tanto desde el punto de vista del texto (enfoque abajo-arriba), como desde el punto de vista del lector (enfoque arriba-abajo) y tratando de relacionar esto con la motivación. Es curioso que otro libro de dificultad análoga, El calendario Inca, de Tom Zuidema, muy extenso y complejo conceptualmente, no me produce la misma sensación de “falta de rentabilidad”, y no me arredra continuar su lectura – y eso que tengo que devolverlo a su propietaria cada cierto tiempo. Pero me queda claro que en este caso percibo la utilidad de pasar por el aro y mido con otro rasero la economía de la comprensión lectora.
IV
Moby Dick (Herman Melville)
Böll me aburrió, Merleau-Ponty no era rentable. Dos buenas razones para dejar de leer. Pero mi historia con el clásico Moby Dick es bastante menos clara. De entre las muchas obras que se consideran importantes o clásicas – 1000 libros que leer antes de morirse uno -, nunca había intentado ésta hasta que me obsequiaron el libro. Por supuesto, estaba al tanto de la trama y había visto dos versiones en cine, una con Gregory Peck, y otra con Patrick Stewart como el Capitán Ahab. Los temas vinculados al mar me apasionan particularmente, y puede que lo mejor que haya leído en cuanto a este género sea Capitán de Mar y Guerra, de Patrick O´Brien, también llevada a la pantalla con éxito y mucha propiedad. Pero leer Moby Dick era otra historia. Entre las consignas que uno trae cuando lee puede uno echarse a la busca de contenidos simbólicos, metafísicos y filosóficos; del mismo modo que se podría buscar cuántos pronombres relativos tiene un texto. Es decir, la intención que determina una lectura es uno de los determinantes del interés y la motivación. En este caso me ocurrió como con algunos profes fanáticos de la literatura del Virreinato del Perú, que conocen a Juan del Valle y Caviedes y su Diente del Parnaso, y que ríen con dicha obra, pero que no consiguen compartir la gracia porque nadie más entiende el chiste, aún en el caso de leerlo. Y el problema es que yo parezco estar entre aquellos que no le encuentran la gracia a Moby Dick. Es decir, tampoco, tampoco, pues como relato se deja leer, y como historia no está nada mal. Pero es que ya sé en qué termina el cuento: la ballena gana, el Pequod se hunde, Ishmael es el único sobreviviente. Y tal vez mi error sea que traté de encontrar los tres pies del gato. En la búsqueda intencionada de guiños, anáforas y referencias del texto, me quedé desnudo. Nanay, naranjas, ñangas, no encontraba nada de esa supuesta profundidad filosófica que me habían vendido. Así que puedo decir, como se dice en el Perú, que me quedé en medio de la mismísima calle. Por más que trataba de ver lo que tuviera entre líneas, para mí seguía siendo la anécdota: La historia de Ishmael, muchacho que se embarca en un barco ballenero, un muy rayado capitán, las aventuras … pero ¿el sentido de la existencia? …. ¿las claves de la comprensión del proceso de iniciación? … ¿… el sentido de la vida …?. Taque no, no los veía, ni aún los veo. Y como sé cómo termina, bueno, pues aún no lo he terminado de leer …
¿Qué diagnóstico puedo hacer de mí mismo con respecto a este libro que me sigue mirando burlonamente desde el librero? Lo he puesto ahí a sabiendas, entre Edgar Allan Poe y George Orwell, para poder atacarlo en cualquier momento, que nunca llega. He leído de Herman Melville el cuento del notario autista Bartleby, recomendado y proporcionado por mi amigo Rafael Moreno, que me encantó. Pero soy consciente que al amigo Bartleby no traté de hallarle nada fuera del disfrute de una historia bien contada, y es que eso fue lo que Rafael me vendió. Vale decir, y a modo de hipótesis, tal vez las expectativas que se venden a los potenciales lectores respecto de una obra determinada determinen sus reacciones. Antes de la obra leí comentarios sobre la obra. Por cierto, las editoriales dan información en las contratapas y en la publicidad, precisamente para vender las obras. Moby y Bartleby son del mismo autor, y el uno me encanta mientras el otro me desalienta … “curioso y más curioso”, como dice Alicia en el País de las Maravillas. Y asimismo, no puedo dejar de pensar que nuestros escolares enfrentan sin anestesia libros que son supuestamente interesantes… en la mente de los burócratas del Ministerio de Educación, de los profesores de Comunicación que arman el Plan Lector, o, Dios nos asista, de los superdotados de los organismos intermedios, vulgo UGELES. No me extraña que Otra vuelta de tuerca, de Henry James; o Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, se encuentren en la mente de muchos alumnos en la misma situación en que yo tengo a Moby Dick, es decir, en un stand-bye que bien puede convertirse en permanente. La transmisión del entusiasmo que despierta una lectura no es automática de persona a persona. Las expectativas no saltan con resúmenes de contratapa, o con comentarios del sentido que pueden tener ciertas obras literarias. Así como hay motivaciones positivas las hay negativas, y quizá la más insidiosa sea la de las expectativas. Poner demasiado en una lectura suele acabar en aburrimiento, decepción o simplemente indiferencia frente a un texto. No se debe olvidar que un lector es diferente a otro, que sus experiencias, capacidades, intereses y expectativas no son mecánicamente refundibles en un “diagnóstico general” que guíe nuestra elección de textos, por ejemplo para el Plan Lector. Y así trato de convencerme a mí mismo de que tengo buenas razones para no leer el Moby Dick.
V
Colofón
Hay buenas razones por las que una lectura se puede hacer des-agradable. He tratado de explicar algunas de ellas: Aburrimiento, complejidad, falsas expectativas. Tal vez la moraleja debiera ser que la lectura es algo tan personal que en realidad sí pueden existir buenas razones para no leer ciertas cosas, y en ese sentido el lema que he asumido para mis pequeñas y humildes Crónicas no podría ser más adecuado: Lee lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás. Y si no puedes con algo, no te rayes, que hay oferta de sobra … pero trata de que los libros no te derroten. Y mientras esto escribo, la Ballena Blanca y el Payaso tocan el Tambor, mientras se parten de risa allá, en mi librero, junto con Merleau-Ponty … .
CRÓNICAS DE LECTURAS - Once
Leer autores contemporáneos (1): Mi libro predilecto
I
Lo contemporáneo, los best-sellers, la literatura de auto-ayuda
Es relativo plantearse el tema de los autores “contemporáneos”. Lo contemporáneo existe “mientras el lector vive”, y como uno sólo vive en su tiempo y no en otro, no es lo mismo lo que se publicó cuando se tenía veinte años que lo que de ahora, que se tiene algunas veintenas de meses más. Por lo tanto lo que planteo es absolutamente personal e intransferible, aunque espero que útil. El best-seller, como su nombre lo indica, es un producto diseñado en función de sus características comerciales. Es “el-mejor-vendido”, mejor aún, “el-mejor-vendedor”, y sólo implica que vende, NO que es moralmente bueno, deseable, conveniente, científico, adecuado, verdadero o incluso verosímil. Best-Sellers son la Biblia, el teatro de Shakespeare y las novelas de Umberto Eco; y best-sellers son Memorias de una Pulga y ¿Quién se ha llevado mi queso? El ser el que más vende no dice nada de la calidad literaria, histórica o de otro tipo de los libros de marras. Hay best-sellers que pueden calificarse de perfectos bodrios por sus mentiras, exageraciones u otras características indeseables. El Mein Kampf (Mi Lucha) de Adolfo Hitler fue un best-seller ampliamente editado, difundido y leído, y las consecuencias de tal éxito editorial se padecieron por la vía directa. Los best-sellers se venden por su capacidad de capturar la lectura gracias al empleo adecuado de códigos y registros literarios probados y universales por escritores que van desde la genialidad (Mario Vargas Llosa o Fedor Dostoiévsky), pasando por la habilidad para contar historias (Stephen King o Michael Crichton), hasta llegar a la simple artesanía y exposición de lugares comunes. Aquí destacan autores menores pero vendibles como Dan Brown, cuyos El Código Da Vinci, La Fortaleza Digital y Ángeles y Demonios, son libros francamente malos, aunque siguen a rajatabla las reglas y normas para producir un formato vendedor estereotipado que juega con los prejuicios y creencias de las gentes, diciéndoles lo que quieren oír. Si tú como escritor planteas una conspiración mundial donde “los buenos” enfrentan con éxito a “los malos”, procurando seguir las simpatías y las antipatías de tu público, y donde el héroe solitario – mejor aún si es una chica - derrota a la poderosa y malvada organización, la venta queda asegurada … siempre y cuando convenzas a la Editorial que te lo publique. En la ruta te amparas en la ficción verosímil, das por cierto lo falso y cargas las tintas en hipótesis cuestionables. Según se dice nace un tonto cada minuto, y todo sea por vender. El negocio suele abarcar los derechos para hacer películas, a veces antes de emprender la obra escrita. Confieso que me leí El Código Da Vinci en Máncora, en menos de un día, pues leerla nada exigía ni me imponía esfuerzo alguno, y tenía una curiosidad análoga a la que producen los bodrios detectivescos donde el asesino es el mayordomo.
Es obvio que no se edita sino lo que puede venderse, según el olfato editorial, y así se empatan lectores con autores. No me creo eso de que se escribe para uno, tarde o temprano quieres ver lo que escribes en negro sobre blanco, por lo menos en tu blog. El hecho es que para ser leído debes publicar, y para eso debes garantizar que te comprará alguien más que tu mamá, que no te leerá pero le parecerá lindo. Autores como Dan Brown o Paulo Coelho despiertan así cierto interés por su artesanal habilidad para contar historias, y en Paulo Coelho el componente de auto-ayuda que es su principal argumento de venta, del que podría perfectamente prescindir, aunque de seguro hubiera vendido 500,000 libros, no 50 millones. Su novela El Alquimista me pareció interesante y fácil de leer, un cuentito vendedor, extraído del acervo oriental, aunque simplón y con una moralina incorporada que francamente crispa. Tras El Alquimista, Coelho no ha hecho sino repetir la fórmula que le ligó, que alcanzó una nueva cota con el Manual para el Guerrero de la Luz. Cuando un autor alcanza el éxito, tiende a repetir la fórmula del éxito, impulsado por la industria editorial que, como la mayoría de las industrias, es conservadora. Repite lo que ya dijo bien en un principio, porque así lo exige la editorial, cuyo interés es poner el gallardete de Nuevo éxito del autor de …, que vende. Esto pasa con todos. Incluso Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique y Gabriel García Márquez, por no mencionar otros, se han repetido a sí mismos. Alcanzaron la grandeza con productos como Conversación en la Catedral, Un mundo para Julius o Cien Años de Soledad; y después hacen literatura francamente menor, como Kathy y el Hipopótamo, La amigdalitis de Tarzán o Memorias de mis Putas Tristes. Pero aún así, Vargas Llosa, Bryce y García Márquez tienen tanto qué decir, lo dicen tan bien y tanto aporta su lectura, que se puede pasar por eso y a veces sorprenderse, como con la magistral Guerra del Fin del Mundo, de Vargas Llosa.
Mi problema cuando leo ciertos best-sellers es la sensación de perder de tiempo, habiendo otras cosas qué leer. De mis lecturas espero sacar algún aporte que me haga mejor en algún sentido. Si no, para qué leo. Hay best-sellers magníficos, que aúnan bien el aprendizaje emocional o cognitivo con el entretenimiento, que no tienen por qué separarse. Mucha excelente literatura ha sido best-seller antes de pasar la prueba generacional. Ejemplos de polendas son Esta noche, la Libertad de Dominique LaPierre y Larry Collins; Space de James Michener; la Trilogía del Bounty, de Charles Nordhoff y J. Norman Hall; The Naked and the Dead, de Norman Mailer; Los 900 Días de Harrison Salisbury; The Guns of August, de Barbara Tuchman; El Padrino, de Mario Puzo; etcétera. En el Perú, la ausencia de Editoriales capaces de lograr productos masivos, más las dificultades de comprensión lectora de los eventuales lectores crean un círculo vicioso difícil de romper, a pesar de esfuerzos históricos del estado o particulares reflejados en iniciativas como la Editorial Peisa, Populibros peruanos, los Munilibros, la Editorial del diario El Comercio y otros que han tenido impacto. Pero la falta de continuidad de una política de lectura – no una del libro por favor, eso es poner el carro delante del caballo – determina que no haya sinergias establecidas. En las librerías de viejo se encuentran aún muchos saldos felizmente baratos procedentes de estas ediciones.
II
Más sobre auto-ayuda, y segundas partes
No confundamos esto de repetirse con las segundas, terceras y cuartas partes de obras exitosas. Estas pueden ser funcionales o no, y hay incluso series completas escritas y centradas en situaciones específicas o personajes particularmente bien construidos. Hasta Don Miguel de Cervantes mordió el cebo de las Segundas Partes en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y autores como Arthur Conan Doyle, J.K. Rowling, Alejandro Dumas, Henry Ridder Haggard, Manuel Scorza, Upton Sinclair, Ernesto Sábato, Richmal Crompton, Giovanni Guareschi, Alfredo Bryce Echenique, entre muchos otros, la hicieron con personajes como Sherlock Holmes, Lanny Budd, El Nictálope, Harry Potter, Don Camilo, Allan Quatermain o D´Artagnan. Pero hay autores cuyos malabarismos verbales o contenido novelesco no justifica ni segundas lecturas ni segundas obras, pues repiten demasiado de muy poco. Así me pasa con Jaime Bayly, cuya opus prima, No se lo digas a nadie, se dejaba leer a pesar de su fácil chismografía, escandalosa y vendedora, tema que aprovechan también autores más cuajados, como Alonso Cueto. En Bayly se encuentra cierto original nihilismo alpinchista, más o menos testimonial. No lo podemos culpar por emplearse a fondo para lograr que la gente meta la mano al bolsillo para envidiarle su actitud vital. De algo hay que vivir. Pero leerlo de nuevo para constatarlo de nuevo, en mi caso no rinde. Se puede ser testimonial, por supuesto, un gran novelista como John Maxwell Coetzee lo es en Desgracia, clásica anécdota del maduro profesor que se propasa con una alumna, que bucea en los motivos de un hombre que no controla sus impulsos. No se lo digas a nadie ha sido llevada al cine, no mal; pero Desgracia no.
Antes se separaba la “literatura de auto-ayuda” de la “literatura-literatura”, pues había público para ambas. Hoy la lectura está devaluada, se lee menos, y las editoriales segmentan a los lectores de otro modo, recombinando géneros. La “autoayuda” de calidad literaria es relativamente nueva, y presenta autores como Richard Bach (Juan Salvador Gaviota) o el peruano Sergio Bambarén (El Delfín) que de alguna manera rescatan los códigos de las viejas fábulas de Esopo, Samaniego e Iriarte. Poco queda de la autoayuda clásica, heredera de Carnegie o Mandino, venida a menos pues pocos se comen el cuento que con tu esfuerzo te harás millonario. Libros como Quién se ha comido mi queso y Chocolate caliente para el alma de las madres tendrán su público, pero Coelho, Bach, Bambarén y Bayly son mejores o menos malos. Es inaceptable que se empleen en el Plan Lector libros como Sopa de Pollo para el alma de las madres e incluso a autores como Bach, Coelho y Bambarén, me parece equivalente a emplear libros de astrología y quiromancia para las clases de Física y Anatomía. Pero evitemos el sectarismo, lo que gusta a unos puede no gustar a otros. Plantearé a continuación una sola obra de entre las muchas que prefiero de “Literatura Contemporánea” sin perjuicio de mencionar más en su momento.
III
Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar).
Este es mi libro predilecto. Lo he leído y releído hasta la náusea, sin que me den náuseas jamás. Lo abro en una página al azar, y me admiro, disfruto, pienso, me emociono, me identifico. Eso es lo que espero de una buena obra literaria. Sin esfuerzo repito de memoria párrafos enteros, incluso sin recordar de donde vienen, lo que testimonia su impacto. Si el azar de mi devenir me llevara a Desierta Isla, a lo alto de un Faro, o a ejecutar talleres para pingüinos en la Antártida; con seguridad estará en mi equipaje. Lo leí originalmente en castellano, pero pude hacerlo también en su original francés, pese a mi ignorancia de tan bello idioma. Fue en circunstancias tan fuera de lo ordinario, que el teclado me manda y escribo sin pensar ni filtrar, pues las Memorias se vinculan, como otras cosas en la vida, con alguien: Ingeborg poseía una inmensa cultura literaria y artística y una gran pasión por las Memorias y por la Yourcenar. El azar quiso que nos cruzáramos con el mismo libro en el equipaje. Pasó lo que tenía que pasar, y en inspirado equipo revisamos cada frase en francés con su versión en español, saboreando la exquisitez de la Yourcenar y la de su traductor Cortázar. Fue una noche sin límites, una orgía literaria, y la mejor de mi vida, perdónese o no la confesión, lo que me tiene sin cuidado porque lo bailado nadie te lo quita. Inspirado en las Memorias y en la circunstancia nombré este Blog en que publico. Es que las Memorias de Adriano me parecen la mejor narración posible de las memorias vitales, me identifico en absoluto con lo contado, y su lectura evoca, completa y mejora mi vida interior. Si así no fuera, esta lectura podría ser entretenida y bacán, incluso útil, pero no me dejaría marca. Las Memorias narran en primera persona los eventos vividos más los sentimientos e ideas que inspiraron al Emperador Romano Adriano en su vida y gobierno. Adriano emprende este trabajo de recordar y escribir cuando siente que la muerte le ronda, como una suerte de ajuste de cuentas consigo mismo y como un modo de prepararse para el inevitable tránsito, ya que sus obligaciones y circunstancias le impiden suicidarse: Mi muerte me parecía mi decisión más personal, mi supremo reducto de hombre libre; me engañaba. (…) … no me sentía más libre para desertar que cualquier legionario. Adopta la forma de una larga epístola dirigida a su nieto por adopción, Annio Vero, conocido después como el Emperador Marco Aurelio. Adriano, como buen político, piensa en lo útil de su acto para formar al futuro Marco Aurelio en la política y en la vida, pero también para definirse a sí mismo, quizá para juzgarme, o por lo menos para conocerme mejor antes de morir. Esta exquisita novela es confesado libro de cabecera de gobernantes y políticos, porque la peripecia vital narrada, aunque común a todos los seres humanos, es particularmente importante en el Príncipe, humano aunque gobernante, que trata de llevar al mundo sus aspiraciones humanas, sus utopías ocultas o manifiestas. En el caso de Adriano, su ideario de Emperador: A cada uno su senda; y también su meta, su ambición si se quiere, su gusto más secreto y su más claro ideal. El mío estaba encerrado en la palabra belleza, tan difícil de definir a pesar de todas las evidencias de los sentidos y los ojos. Me sentía responsable de la belleza del mundo. Quería que las ciudades fueran espléndidas, ventiladas, regadas por aguas límpidas, pobladas por seres humanos cuyo cuerpo no se viera estropeado por las marcas de la miseria o la servidumbre, ni por la hinchazón de una riqueza grosera … . Asoma aquí algo detrás de las durezas y suciedades en que la acción política se enfanga, y que para los incautos es lo único que ofrece. Asoma su grandeza, pero también su decadencia, presentando un hombre que vive plenamente hasta el final entre su voluntad y sus circunstancias: Mi tarea pública estaba cumplida; ahora podía volver a Tíbur, entrar en ese retiro que se llama enfermedad, experimentar con mis sufrimientos, sumergirme en lo que me restaba de delicias, reanudar en paz mi diálogo interrumpido con un fantasma. Mi herencia imperial quedaba en manos del pío Antonino y del grave Marco Aurelio; (…). Todo eso no estaba tan mal arreglado.
Marguerite Yourcenar consigue presentar a la persona que vive tras la acción pública, incluso dejándole mentir, como todos hacemos. La irrevocable perspectiva de la muerte imprime en el narrador una sinceridad implícita, si Adriano miente – y lo hace – es también porque se engaña a sí mismo, como todos hacemos. A veces se aceptará y justificará a sí mismo, a veces no se dará ese trabajo: Pero los dioses no se levantan (…) No se levantaron para protegerle. Admira ver con qué coraje y a la vez con qué conformidad de simple ser humano Adriano enfrenta a la muerte: El porvenir del mundo ya no me inquieta (…) dejo hacer a los dioses. No es que confíe más en su justicia que no es la nuestra, ni tengo más fe en la cordura del hombre; la verdad es justamente lo contrario. La vida es atroz, y lo sabemos. Pero precisamente porque espero poco de la condición humana, los períodos de felicidad, los progresos parciales (…) me parecen otros tantos prodigios, que casi compensan la inmensa acumulación de males, fracasos, incuria y error. (…) las palabras libertad, humanidad y justicia recobrarán aquí y allá el sentido que hemos tratado de darles. Es que en el proceso entre el nacimiento y la muerte se despliegan las bondades y las durezas de la existencia, como amores apasionados, guerras, negociaciones, amarguras, reformas y placeres. Adriano las enfrenta como visionario realista, combinación bien fuera de lo común. El carácter del hombre real se imprime en el Estado, porque el Estado no es una entelequia sino un proceso diario de los hombres y mujeres que lo dirigen, en el tiempo que va desde el pasado que nos determina, hacia el futuro que queremos determinar con nuestras acciones: Cuando visitaba las ciudades antiguas, sagradas pero ya muertas, sin valor presente para la raza humana, me prometía evitar a mi Roma el destino petrificado de una Tebas, una Babilonia o una Tiro. Roma debería escapar a su cuerpo de piedra; con la palabra Estado, la palabra ciudadanía, la palabra república, llegaría a componer una inmortalidad más segura. (…) Y sólo perecería con la última ciudad de los hombres. Y el resultado está ahí: Roma vive.
IV
Más de las Memorias de Adriano
Como narro y comento el libro que prefiero sobre todos, debo decir que lo hago no porque sea el mejor de todos, no pretendo ser objetivo. Es solamente el más querido de mi corazón y de mi mente, el que más me habla desde mi interior. Que mis lectores me perdonen el entusiasmo, porque voy a continuar. Los subtítulos de una obra, las partes en que se divide, suelen decir mucho de ésta, y proporcionan esa llamada “cultura de índice” que consiste básicamente en conocerlos y suponer lo que pueden significar. Los de las Memorias de Adriano están en latín y transmiten genialmente el sentido completo de la obra. Mal traducidos serían los siguientes: “Pequeña ánima mía”; “Vario, múltiple, multiforme”, “Tierra estabilizada”, “Siglo de Oro”, “Disciplina Augusta”, “Paciencia”. Para Adriano representan bastante bien las etapas vitales del individuo y del Estado que dirige. En la sólida investigación de Marguerite Yourcenar son también los lemas que ella encontró en las monedas acuñadas en el reinado del Emperador Adriano, con excepción de la primera que corresponde a un poema que se le conserva (Animula vagula blandula). Cuando lo leemos tendemos a olvidar el hecho especialmente importante de que Adriano fue real, Emperador del mayor Imperio del Mundo, y que por ende estamos conectados con él desde nuestra común condición humana, pero a la vez separados porque de no haber sido un príncipe gobernante, probablemente su destino individual no nos importaría tanto. En este contexto, para mí el centro de toda la obra es esta parte, que me permito transcribir: Por aquel entonces empecé a sentirme dios. No vayas a engañarte: seguía siendo, más que nunca, el mismo hombre nutrido por los frutos y animales de la tierra, que devolvía al suelo los residuos de sus alimentos, que sacrificaba al sueño a cada revolución de los astros, inquieto hasta la locura cuando le faltaba demasiado tiempo la cálida presencia del amor. Mi fuerza, mi agilidad física o mental, se mantenían gracias a una cuidadosa gimnástica humana. ¿Pero qué puedo decir sino que todo aquello era vivido divinamente? Creo que ser un verdadero hombre entre los hombres y vivir una vida plena, pasa para todos y cada uno de los seres humanos de todos los tiempos, por tratar de ser dioses. Por vivir, sentir, amar y trabajar como dioses, aunque sea por un corto lapso del corto lapso que nos ha sido dado bajo el Sol. Así alcanzamos el sentido pleno de nuestra existencia. Y todo esto me lo despierta esta pequeña obra maestra, que lo es porque en ella su autora y su personaje se convierten en uno con el lector.
Complemento imprescindible de esta pequeña obra maestro es su Cuaderno de Notas final, en el que en apurada confesión análoga a la que fuerza a Adriano, la Yourcenar describe con gran franqueza y maestría literaria su propio proceso de génesis, concepción y armado durante los años que fueron necesarios para poder escribir el libro: Todos esos manuscritos fueron quemados y merecieron serlo. El final es particularmente inspirador, lo citaré de memoria: Lo que yo era capaz de decir ya está dicho, lo que hubiera podido aprender ya está aprendido. Ocupémonos ahora de otras cosas. Me he encontrado a mí mismo murmurando estas palabras cuando se cerraba un proceso en mi propio devenir, no he encontrado aún palabras para expresarlo mejor. A esto me refiero cuando digo que un libro me habla desde el interior, cuando puede decir lo que siento y pienso mejor que yo mismo. Cuando te apropias de él al extremo de ser indisoluble con tu propio interior. Pero no nos detengamos: La pasión que un libro despierta no es la misma con otras obras del mismo autor. Opus Nigrum, por ejemplo, grande y celebrada obra de la Yourcenar, no me produce ni por asomo el efecto de Las Memorias de Adriano, aunque posea oficio, sello propio, genialidad, acaso también la misma estructura. Disfruto toda la obra de Marguerite Yourcenar, pero es poco lo que puedo decir de ella. Puede que a otros lectores les guste más o les inspire mejor Alexis o el tratado del Inútil Combate, Una Vuelta por mi Cárcel, o los Cuentos Orientales, o Fuegos. Ninguna de esas narraciones de gran potencia y oficio, alcanza a despertar en mí más que algunos ecos de las Memorias … . ¿Por qué? Me es difícil explicarlo. A veces es que un libro, ese y no otro, llegó en un momento determinado, ese y no otro, y es posible que tales coordenadas den lugar a una cierta actitud. A veces es el libro quien te escoge. A mí hay libros que me han seguido toda la vida sin alcanzarme hasta después de mucho tiempo, como el Ulises de James Joyce. Y libros que me han esperado durante años, producto de herencia por ejemplo, a los que acudía mucho después de haberlos ordenado en los estantes más altos, donde ponemos los libros que no leemos, como Los Cuatro jinetes del Apocalipsis de Vicente Blasco Ibáñez. Ha habido libros que cuando los encontraba y los leía eran maravillas, y luego al releerlos no me decían tanto, como los de Herman Hesse, que para mí no resiste el paso de la adolescencia a la madurez. Pienso en El Lobo Estepario o en Siddhartta, que tanto fueron para mí y hoy no es lo mismo. Otros en cambio empezaron por no decirme nada, tal vez me esperaban que creciera, como Todas las Sangres, de José María Arguedas. Yo sé de libros que he recomendado, fríos para mí y calientes para otros; y he leído libros que me han recomendado con calor, pero que me han dejado frío. Las Memorias de Adriano sigue siendo hasta hoy el libro por excelencia para mí. Resiste victoriosamente el paso de los años y supongo que así seguirá siendo. Es magnífico que cada lector tenga su propio libro-interlocutor, con quien dialogar y dialogarse y encontrarse un poco más a sí mismo.
V
Colofón
Tengo la sensación que en esta Crónica se me escapa un algo el sentimentalismo de los que narran algo que tienen en el corazón. No pido disculpas por las cursilerías en que incurro, pues nuestro intercambio con los demás no se produce más que por un cierto tiempo; se desvanece una vez lograda la satisfacción, la lección sabida, el servicio obtenido, la obra acabada. Tengo más libros predilectos, y no he terminado aún de leer todo lo que tengo que leer, mientras tenga vida y vista. Libros como El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, La Guerra y la Paz de León Tolstoi, La agonía del cristianismo de Miguel de Unamuno, o El largo camino hacia la Libertad, de Nelson Mandela me inspiran grandemente y se han ganado su espacio interlocutor. Pero el corazón tiene razones que la razón no comprende. Ya hablaré de ellos, si puedo. Lee lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás. Y si tienes un libro en el corazón, no olvides que Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera. Hasta la próxima.
CRÓNICAS DE LECTURAS - Doce
Leer Historia - Primera de
muchas partes
I
Para leer Historia
Si hay algo en que los peruanos
basamos en algo nuestra alicaída autoestima, es en la Historia. He discutido
mucho en otras partes – y lo seguiré haciendo - la oportunidad y pertinencia de
enseñar la Historia tal como lo hacemos, y no pienso tratar ahora el tema desde
la perspectiva educativa, sino desde mis gustos y experiencias como lector.
Pero el tema de dónde venimos y a dónde vamos nos llama a todos, más o menos. No
por nada se lee tanto sobre teorías de conspiración, fin del mundo o ucronías.
También esto explica la popularidad de los estudios genealógicos que nos atrapa
de vez en cuando, aunque reto al más pintado a que me diga los nombres y
apellidos de todos sus dieciséis tatarabuelos. Y la gran mayoría no podrá, pues
es un asunto que sólo importa en la medida que hay vida afectiva involucrada,
es decir suponiendo que hayamos conocido a alguno de nuestros choznos. Cuando
nacemos, bisas y tátaras están largamente fallecidos y convenientemente
olvidados, salvo que hayan sido presidentes de la república o asesinos en serie,
lo que ya nos da una pista sobre qué cosas recordamos y por qué. Tras tres
generaciones – parece ser el límite - el asunto tiende a olvidarse y hay que
recurrir a los abuelos para que nos hablen, a su vez, de sus propios abuelos. Pero
a falta de choznos y de abuelos (uno de los míos falleció antes que yo naciera,
y el otro cuando tenía ocho años), es posible que al leer Historia tratemos de
recuperar un sentido de pertenencia a un núcleo temporal, tal vez queramos sentirnos
parte de una continuidad. Pero la modernidad capitalista nos aleja cada vez más
de las tradiciones y nos orienta más hacia adelante-futuro que hacia
atrás-pasado, y no trataré de valorar si eso está bien o mal, que me parece como
juzgar si es mejor que el Sol salga por Oriente o por Occidente. Lo cierto es
que necesitamos “pertenecer”, y tal vez por ello es que tratamos de conocer
algo de la Humanidad que nos antecedió. Si para ello recurrimos a la lectura de
la Historia es porque tenemos la vaga sensación de su importancia, aunque no
sepamos cómo ni por qué. Y he aquí por qué tendemos a leer best-sellers de tema histórico, y por qué vemos series y películas
de carácter histórico, basados por lo general en dichos libros.
A no ser que seas especialista o
realmente te guste tanto el tema como para dedicarle tiempo y esfuerzo, tampoco
somos muy profundos en esto de leer Historia, para la mayoría es un gusto o
entretenimiento análogo al de leer novelas policiales. Sin embargo, repito, hay
algo en lo profundo que nos impele a leer Historia. Por ejemplo, muchos
peruanos poseen (otro tema es leerla) la Historia
de la República de Jorge Basadre,
monumental obra cuya gran extensión no ha sido problema para que varias
empresas la editaran y difundieran. Y estoy seguro que cada país tiene su obra
histórica, por así decir, epónima. Y sus leyendas por supuesto. La mayoría de
los lectores no se preocupan tanto de la “verdad” histórica, pues leer Historia
depende, como en toda lectura, del objetivo que te traces al leerla. Si
solamente la lees para entretenerte haces bien, pues siempre es útil aprender
entreteniéndose. No me atrevo a parangonar la lectura literaria con la
histórica, muchas veces es la misma. Pero como soy entre otras cosas profesor
de Historia y me apasiona la verdad histórica, tuve la suerte de poder aunar
varios objetivos: Conocer la Historia que debo enseñar, emplearla para fomentar
Ciudadanía, saber cómo se hace Historia y, no menos importante, aprobar mis
cursos universitarios. Así que leí y leo Historia de manera un poco menos
desordenada tal vez. Aunque ello no sea siempre del todo cierto: En estos días me
leo la Historia de Herodoto casi como una venganza muy
diferida, porque el acceso que tuve a ella años atrás fue a través de
fragmentos traducidos de manera cuestionable. Pero como esta es mi primera
Crónica sobre Historia, me concentraré en ciertos libros sobre los problemas
teóricos de la Historia, es decir la Historia de cómo se hizo y se hace
Historia. A esto normalmente se conoce con el nombre de Historiografía, y dejo pendientes las
Crónicas sobre Narrativa Histórica, Biografías, Novelas Históricas, Ucronías y
otros de la fauna correspondiente que con un poco de suerte, ganas y
oportunidad escribiré en su momento. Así que ahorita me concentro en tres de
estos libros historiográficos: ¿Qué es la
Historia? de Edward Carr; Idea de la Historia, de R. G. Collingwood; y Reflexiones
sobre la Historia Universal de Jacob
Burckhardt, en la esperanza de que la croniquita no me salga demasiado
aburrida.
II
¿Qué es la Historia?: Una buena introducción
Si alguien viene y me pregunta cómo
meterse en la teoría de la Historia, le recomendaría este libro. Y es que trata
un problema básico: qué rayos es eso de la
Historia. Los legos tendemos a pensar que el historiador es una suerte de
recopilador de datos, que luego se expondrán en libros y clases para que la
indiada los aprenda. Pero me temo que no es tan simple el asunto. La Historia
plantea diversas interrogantes que trascienden los hechos: ¿Por qué nos parece
más importante una guerra, revolución o suceso que otros? ¿Qué criterio tiene
el historiador para decir este dato sí y este otro no? ¿Con qué métodos se
obtienen dichos datos? ¿Cuál es el peso de los documentos? ¿Qué pasa si el
historiador miente u oculta? ¿Y si los datos son falsos o tendenciosos? ¿Se
puede falsear la Historia? ¿Se puede interpretar “mal” un suceso? ¿Qué peso
tienen los “héroes”, los individuos? ¿O es que la historia la hacen las masas y
los individuos no cuentan? Siempre hemos oído que la Historia la escriben los
vencedores … ¿Será cierto? ¿Hay leyes históricas que se cumplen siempre? ¿O la
cosa es hechos simplemente casuales? Nos metemos en estas y otras interrogantes
en este sabroso librito de lectura muy fácil y entretenida, que llama a reflexión.
En su origen fue un ciclo de conferencias que el historiador Edward Carr, especializado en historia soviética,
dictó en 1961 en la Universidad de Cambridge. El libro conserva el carácter de
conferencia dirigida a gentes no especialistas. Parece que los británicos
poseen el bicho de la difusión, quizá eso explique en parte por qué nos llevan
tanta ventaja. Dígase además, que la lectura de este librito es obligada para
todo aquel que pretenda estudiar Historia, sea de modo académico o libre. Una
cita al azar nos puede ayudar a orientarnos un tanto en el pensamiento de Edward Carr: Declaró (Benedetto) Croce que toda la historia es “historia
contemporánea”, queriendo con ello decir que la historia consiste esencialmente
en ver el pasado por los ojos del presente y a la luz de los problemas de
ahora, y que la tarea primordial del historiador no es recoger datos, sino
valorar: porque si no valora, ¿cómo puede saber lo que merece ser recogido? Naturalmente,
Carr no se queda en esto, pero para
nosotros, que estamos en el trance del “desencantamiento histórico” y que
tratamos de construir una identidad inclusiva y democrática, esto se nos hace
muy actual. Pensemos en nuestras propias leyendas históricas, en la “grandeza”
del Tahuantinsuyo, en el “heroísmo” de Miguel
Grau. O en nuestra propia historia reciente con Sendero Luminoso, que se trata de tapar con poco disimulada desesperación
por cierto sector político, que insiste en no aprender del pasado, pues este
tema le quema, y que ahora pagamos con el resurgimiento de un grupo análogo.
Que la gente sepa de qué hablamos cuando de historia hablamos parece ser más
importante de lo que parece … y por eso, qué bacán es que no se lea ni se
aprenda …
Recurro al índice del ¿Qué es la Historia? para dar mejor idea
del contenido de este libro, con una pequeña aplicación de nuestro propio
acervo: El historiador y los hechos
analiza el problema de las fuentes escritas como base tradicional de la
Historia; cabe preguntarse si nuestra secular rivalidad con Ecuador parte del
supuesto de las Crónicas de que Atahualpa era quiteño. La sociedad y el individuo trata del papel de los individuos y los
grupos en el devenir de los hechos; por ejemplo el rol de los héroes, en
nuestro país héroes de la derrota - siempre me he preguntado por qué. Historia, Ciencia y Moralidad trata de si
la historia es en verdad una ciencia, y aborda entre otros el problema de los
períodos históricos, hipótesis o
herramienta mental, válida en la medida en que nos ilumina, y cómo me perturba
que resumamos miles de años de historia peruana en esa monstruosidad que
llamamos preinca, cuando los Incas no
llegaron a dos siglos. La causación en la
Historia trata el grave asunto de cuándo un hecho que antecede a otro es su
causa, y las determinaciones de la historia, por ejemplo, cuando se dice que
nuestro atraso se debe a que somos indios. La
historia como progreso se adentra en si la historia tiene o no un sentido,
y ahora que corremos como ratas tras el desarrollo económico, vale la pena
preguntarnos a dónde queremos llegar, o si sólo tratamos de escapar hacia
adelante. Y por último, Un horizonte que
se abre enrumba hacia el futuro y el rol de la historia. Dado que ese
futuro de 1961 es en parte nuestra actualidad, es posible corroborar en parte las
previsiones del autor, y nuestras propias ideas al respecto. Lo repito, el que
quiera meterse en problemas y no comerse lo que otros le digan tendrá en este
librito un muy valioso compañero.
III
Idea de la Historia: Profundizar en la Filosofía de la Historia
No es este un libro fácil de
leer, pero sus dificultades se compensan por las amplias y profundas lecciones
que ofrece tanto en Historiografía como en Filosofía de la Historia. En cierto
modo, se le puede considerar la versión profunda y para especialistas del ¿Qué es la Historia? Por supuesto, el que
me llegara este libro y no otros fue algo azaroso. No tengo la más mínima idea
de por qué no me llegaron historiógrafos de otras nacionalidades, con excepción
de los peruanos Jorge Basadre (El azar en la Historia y sus límites), Pablo Macera y Alberto Flores Galindo, entre muchos otros, cuyos libros y
artículos procuro devorarme cada vez que puedo, y que como peruano que soy era
previsible que me llegaran. Lo cierto es que la teoría de la historia no es muy
leída, salvo excepciones como la de Carr,
señalada líneas arriba. Y resulta una suerte poder leer sobre aquello que los
historiadores dan por supuesto, y que los lectores no siempre conocemos. Pero
vuelvo a Collingwood. Lo que pasó
con este libro es casi una lección. Nuestro historiador realizó profundas
investigaciones y estudios sobre Historia, pero como a tantos, no le alcanzó la
vida para ver realizada su obra maestra. Y así sus manuscritos pasaron a manos
de su editor, T. Knox. Vale la pena
citar la Nota a la edición original inglesa de 1946: Era deseo de Collingwood que sus escritos póstumos fuesen juzgados
conforme a las altas normas de criterio antes de (publicarlos), y por eso la
decisión de sacar en limpio un libro a base de esos manuscritos (…) no se ha tomado
sin algún temor. Sin embargo, se pensó que contenían materiales que podrían ser
de utilidad (…) demasiado buenos para no publicarlos. Y así las lecciones,
apuntes y trabajos inéditos de Collingwood se vertieron a este libro, que es denso
porque se plantea un tema denso: Dar a conocer la naturaleza de lo que es la
Historia. Ahora bien, decir de un libro que es denso es casi como no
recomendarlo, y para bajar la gravedad del asunto diré que para que esta
lectura dé fruto, se requieren ciertas condiciones del lector: La principal, una
adecuada cultura filosófica e histórica que permita aprovecharlo a plenitud, o
si no corrernos el albur de quedarnos en Babia – región que ya visitamos en
otras Crónicas – cuando nos crucemos con cosas como esta: … en la Filosofía de la Historia, Hegel restringe el campo de su
estudio a la Historia Política. Aquí sigue a Kant; pero Kant tenía una buena
razón para hacerlo y Hegel no. Apoyándose en esta distinción entre fenómenos y
cosas en sí, Kant, como hemos visto, consideraba como fenómenos los
acontecimientos históricos, (…) en una serie temporal de la que el historiador
es un espectador. Nótese que la redacción en verdad no ofrece mayor
dificultad, pero presupone a un lector que conoce a Hegel y Kant, con cierta
cultura previa. No lo podemos culpar, porque la redacción final no fue de Collingwood sino de Knox o de sus “negros” (término
cariñoso referido a los que se ganan la vida escribiendo por encargo); y porque
no es un libro dirigido al gran público. Así que si no la captas no tienes por
qué sentirte culpable, salvo que seas un especialista.
Ahora bien, como todo libro, este
tiene partes de mayor o menor dificultad en el sentido que ya dije. Está
dividido en cinco grandes secciones, de las que considero de menor dificultad
relativa la primera (La Historiografía
grecorromana) y la quinta (Epilegómenos).
En esta quinta sección el editor reunió diversos artículos de Collingwood, cuyos títulos pueden ser
sugerentes y convocar la lectura: La
naturaleza humana y la historia humana, La
imaginación histórica, La evidencia
del conocimiento histórico, La historia como re-creación de la experiencia
pasada, El asunto de la historia, Historia y libertad y El progreso como creación del pensar histórico.
La ventaja de estos artículos es que conforman ideas completas desarrolladas en
corto por el autor, y pueden ser leídas aparte, fuera del contexto del libro.
Las primeras cuatro partes, en cambio, se concentran muy fuertemente en la Idea
de la historia en la Historia, y por eso tienen una pretensión de totalidad
que, como hemos dicho, presenta ciertas dificultades para el lector que no
tenga una cultura regular. Sin embargo, tratar de leerlo es un ejercicio válido
para todo aquél que pretenda introducirse en la Historiografía, más aún porque
no saldrá defraudado. Si a mí personalmente me gustó mucho fue, aparte de que
su redacción no ofrece especiales dificultades, por el hecho que yo mismo, como
profesor de Historia y Filosofía, tengo interés y alguna inmersión en los temas
de que trata.
IV
Reflexiones sobre la Historia Universal: Un visionario
Este fue el primer libro sobre
historiografía que leí, y se lo debo a un compañero mío de la academia
preuniversitaria “La Sorbona” (pretencioso el nombrecito) donde estudié para
postular a la Universidad hace ya largos años. No he visto desde entonces al
amigo que me lo prestó, que hoy es un afamado especialista en su área, y hasta puede
que lea esta Crónica. Espero que no me reclamará el libro, pero no lo culparé si
lo hace. Diremos simplemente que Jacob
Burckhardt (1818-1897) se merece ser reclamado. Casi leo en la mente de
alguno de mis lectores qué hacemos preocupándonos por un autor del siglo XIX, más
anacrónico y vetusto que las orejas de Lucifer. Pero, amigo lector, un autor es
válido por la permanencia de lo que dice, y así lo que dice suele adquirir carácter
intemporal, a nadie se le ocurre quitarle validez a la Biblia, a Platón o a Homero. Y oigo la réplica: que me deje
de floro, que si eso funciona con la Biblia
u Homero, ¿qué hacemos leyendo
libros científicos – si es que la Historia es una Ciencia – tan apolillados
como estas Reflexiones sobre la Historia
Universal, o La Cultura del Renacimiento
en Italia (ambos de Burckhardt)?
¿No es que la validez de una Ciencia, que es un producto en el tiempo, debe
medirse más bien por sus avances? ¿No es mejor, si queremos aprender
historiografía, acudir a lo ultimito, a lo moderno? ¿No es más fácil acudir a
Internet a buscar lo ultimito? Y mi respuesta, previsible por demás, es que
santo y bueno es buscar lo ultimito, aunque yo no confiaría tanto en Internet
para ello; pero que eso “ultimito” no apareció del aire. Bien cierto es que para
aprender la teoría atómica no acudimos a Demócrito,
pero es que la Historia no es Física ni Biología, y si algo estamos aprendiendo
en esta Crónica es que la Historia, más que ser una ruma de sucesos puestos
unos encima de otros, es una explicación y valoración de estos hechos,
y eso es lo que aún muchos no entienden y creen que se sabe historia porque
puedes repetir de memoria la Cápac Cuna,
cuando ni siquiera estamos seguros de si hubo más Sapa Incas que Pachacútec,
Túpac Yupanqui y Huayna Cápac.
Leer las Reflexiones de Burckhardt
nos sorprende por su terrible actualidad, por sus cualidades de visionario. El
libro fue producto de sus clases, compartiendo el destino de Colllingwood de ser interpretado por
sus editores. Pero no se libró de la polémica en vida. Considerado a-científico
en una candorosa y optimista época que hacía un ídolo del conocimiento
científico “exacto” - lo que en Historia significaba apegarse a las fuentes
escritas - sus Reflexiones fueron
tildadas de fantasías. Se pensaba que el progreso era una entelequia con
existencia propia y que el sentido de la Historia solo podía ir hacia mejor. Un
espejismo, sin duda, que las Guerras Mundiales, los campos de concentración, la
Guerra Fría y la devastación del medio ambiente desvanecieron. Lo cierto es que
Burckhardt vio con claridad la
catástrofe donde los demás no veían sino un progreso indefinido hacia arriba.
En esto se basaba en su propia filosofía, por supuesto, porque las gentes
construyen sus ideas con los ladrillos que su época les proporciona, y por eso
siempre me sorprende que se tilde de racista a Mark Twain, o de antisemita a Shakespeare.
Las categorías con las que se valora en la actualidad a las personas y obras
del pasado están teñidas de una inocencia autosuficiente y muchas veces
ignorante. Y se juzga el corpus
completo de las ideas por cuatro dichos, sin detenerse en la misma época en que
se escribe y en el sentido general de lo que se dice. Jacob Burckhardt estudió a profundidad el Estado, la Religión y la
Cultura, e incluso se metió con conceptos como la dicha y el infortunio en la
Historia, y en esto antecedió en muchos años a grandes historiadores del Siglo
XX como Philip Ariès, editor de una grandiosa
Historia de la Vida Cotidiana. Con
los límites propios de su tiempo, previó y advirtió sobre el afán de lucro y de
poder que se apoderaría de la sociedad occidental, la hipertrofia del estado, la
continuidad y escalada de las guerras, la abdicación general de la Cultura, las
persecuciones contra los judíos y otros pueblos, e incluso la aparición del
fascismo en la figura de Führers
“salvadores”, que observa venir con tal lucidez que podría pintarlo desde ahora. Y además: El placentero siglo XX verá otra vez al poder absoluto levantar su
horrible cabeza. Claro está, los anunciadores de apocalipsis no son
populares en épocas de ciego optimismo general. Es posible que sus
contemporáneos Julio y Michel Verne se
inspiraran en sus ideas para escribir la sombría novela Los quinientos millones de la Begum, que retrata un estado fascista
y la guerra moderna, donde el único modo de evitar la devastación total será
prevenir que ocurra.
V
Colofón
Ni abundan tanto ni se leen mucho
las teorías de la historia o los libros sobre historiografía. Sin embargo, me
parece que vale la pena empezar por tratar de adentrarse en ellos, en especial
cuando uno ya está más o menos harto, cansado o aburrido de leer la Historia
como un cuento de hadas. Lo cierto es que no estamos tratando aquí con el cuento
de la Historia, sino con estudios de carácter hermenéutico, filosófico y/o
científico, y ello puede dificultar la lectura. Sin embargo, hay encanto en
averiguar cómo se llega a los libros de Historia tal como los conocemos. Esta
Crónica será la primera de muchas dedicada, de frente o de perfil – jamás de
espaldas – a Leer Historia. Y, como
siempre, la cosa es Lee lo que quieras,
como quieras, donde quieras. No te arrepentirás. Incluso si parece
abstruso, el esfuerzo vale la pena.
CRÓNICAS DE LECTURAS – Trece
Materias Primas: Hablar en lenguas
I
Las Lenguas
La literatura es un mundo vasto, pero apenas una parte del universo del libro y la escritura. La experiencia oral antecede a la escrita, y se puede decir de algún modo que filogenia recapitula ontogenia, o a la inversa: La primera expresión de los pueblos y de los niños es oral y espontánea, mientras que la escrita requiere de aprendizaje en lo colectivo y en lo individual. Cuando se les expone los niños aprenden la lengua que oyen en su entorno, y así las lenguas humanas pasan la prueba del Tiempo. Los niños aprenden a ver y actuar el mundo a través de su lengua materna, pues que ésta los intermedia con su entorno. La pervivencia de una lengua depende de su uso, sin importar tanto los números. Lenguas como el vasco-euzkadi, el romaní o el runa-simi viven pues niños y adultos comparten cotidianamente ideas y sentimientos en esas lenguas. Mi lengua materna informa mi entendimiento de la realidad, me presta sus posibilidades, y de mí depende lo que haga con ella. No creo en la validez de la “prescripción lingüística”, horrorosa en sí misma y de utilidad cuestionable. En eso de imponer usos y costumbres lingüísticos, los medios de comunicación son mucho más potentes que la Real Academia de la Lengua Española, y aunque mucha gente guste de que venga la autoridad a prescribir los qués y los cómos, yo encuentro que Chespirito es más poderoso que la RAE, de la que no desprecio ni su pasado ni su presente, pues es útil limpiar, fijar y dar esplendor. Pero la lengua no se impone por decreto. Cinco siglos de fracasos contra el runa-simi y las lenguas originarias de España instrumentadas por monarquías absolutas y dictaduras fascistas que trataron de uniformar los pueblos. Pero se murieron Reyes y Dictadores; y vascos, catalanes y quechuas insisten en amar, trabajar y cantar canciones de cuna en sus lenguas. Los conservadores se empecinan en acostar la realidad en sus lechos de Procusto, pero suelen encontrar que la realidad no se les acomoda. Y estas lenguas “minoritarias” conviven con otras lenguas igualmente respetables en las propias mentes de sus hablantes, que en la práctica se apropian del mundo dos veces: En su lengua originaria y en castellano.
Yo, que soy castellano-hablante en un país con 52 lenguas reconocidas (y sabe Dios cuántas más), debo reconocer que mi ignorancia de las lenguas originarias de mi patria no es superada sino por un agujero negro. Y eso me da vergüenza. Porque con qué cara me atrevo a hablar sobre libros en mi propio país diverso y multilingüe, si soy fluente y hábil sólo en la lengua del conquistador de fuera. Claro es que no puedo asumir responsabilidad por haber nacido en mis coordenadas culturales. Pero vivir en mi país me obliga a saber qué terreno piso. Hoy el castellano es la lingua franca en los Andes, y también la del Inca Garcilaso de la Vega y José María Arguedas, y no voy a maltratar la lengua de Cervantes, García Lorca y Borges por creer que así elevo las prohibidas y vituperadas lenguas originarias de mi país. De hecho, en castellano reivindico las lenguas originarias de los Andes y la Amazonía, y debemos establecer políticas lingüísticas efectivas que traten de compensar que estas lenguas no pudieran competir lealmente con el castellano durante siglos. De haber sido así hubiéramos ganado al tener dos o más mundos a nuestra disposición, pues que cada lengua manifiesta una comprensión diferente de los objetos e ideas en el mundo, y poseerla es poseer el mundo dos veces. Pero de niño ignoraba la existencia de las lenguas originarias, y debí esperar a ser mayor y libre de utilizar mi propio criterio para darle la vuelta a esto de la diversidad lingüística. Me había preocupado del inglés y el francés, grandes y magníficas lenguas, pero sólo hace unos años traté de hacerlo con el runa-simi. No debería dejarse esto al libre mercado. Si los recursos no nos dan para más, por lo menos deberíamos aprender en las escuelas a decir en runa-simi y alguna otra lengua originaria Ima sutiyqui? Imanaylla cacancu? Allillancani, Ccaya cama, y además decir lo que podría ser eventualmente necesario o urgente: Masca manuiqui cani?, Imayquitaj nanan?, Ari tatay onghosga kani o munahuanquichu? Yo traté de aprender runa-simi como hice con el inglés, por mis propios medios y a través del uso. Pero a diferencia del inglés, el runa-simi es más oral que escrito, con poca literatura disponible. Las variantes de pronunciación y de escritura me llevaron a un callejón sin salida, y los pocos libros y diccionarios disponibles no me ayudaron. Es claro que necesitamos más ediciones bilingües, y para algo tenemos Ministerio de Cultura, bueno sería que nos enteraran qué hacen al respecto. Y si algo conozco del runa-simi, no se lo debo a la lectura, sino a nuestra amiga Norma Ccahuana, profesora cusqueña que nos hizo el honor de ayudarnos a criar a nuestros hijos, hoy emigrada a Europa. Río para mis adentros recordando cómo aprendí a pronunciar ñoqa rimani en ayacuchano, y cómo me costó reaprender a pronunciarlo en el cusqueño de Norma.
(Para los amigos que comparten conmigo la ignorancia, los significados de las expresiones arriba mencionadas en runa-simi son los siguientes: ¿Cómo te llamas?, ¿Cómo estás?, Estoy bien, Hasta mañana, y eventualmente: ¿Cuánto le debo?; ¿Qué te duele?; Sí señor, estoy enfermo; o ¿Me quieres?)
II
Los registros
Una lengua posee un sistema propio de símbolos con significado que relacionan las percepciones con objetos y conceptos. Se suele diferenciar la Literatura por lenguas, y así se habla de literatura en castellano, en inglés, en runa-simi, en búlgaro, en chino, en swahili, etcétera. El universo de la lectura depende del universo de la oralidad, y el lenguaje construye mi mundo desde mi entorno social y cultural. Al aprender otra lengua y alcanzar competencia en ella, por poco que lo pensemos nos maravillamos de las semejanzas y diferencias que existen entre los significados de las palabras, y de cómo estos componen una percepción diferente cuando circulamos de una lengua a otra. Varios años de mi vida trabajé en una Escuela de Interpretación y Traducción, y ello me dio la oportunidad única de trabajar en un medio donde se contrastaban unas lenguas con otras. El procedimiento de la Traducción incluye el empleo de Diccionarios Monolingües, Bilingües y Glosarios de toda especie, lo que lleva a contrastar palabras y expresiones problemáticas, con lo que distingues cómo cambia la manera de “decir el mundo” según la lengua, aunque los conceptos parezcan los mismos. Deploro que cada vez haya menos lenguas, pues mucho perdemos al homogenizar y perder variabilidad. Incluso la misma lengua varía en las distintas comunidades, por más que hablen y escriban en la misma. Castellano se habla en la Guinea Ecuatorial, en Guatemala, en Filipinas, en Uruguay y en Arizona. El chiste de que Inglaterra y Estados Unidos sean países separados por el mismo idioma deja de serlo cuando lo experimentamos. Las literaturas “nacionales” o “regionales” enfatizan las diferencias más que las semejanzas, pues el castellano no se habla igual en las frías alturas que en los áridos desiertos o en la pluviselva. Ni es el mismo expuesto a otras lenguas como el runa-simi o el tagalo. Ni el mismo en los chicanos de Los Ángeles que entre los mulatos y negros de Chincha, como se muestra genialmente en el Monólogo desde las Tinieblas de Gregorio Martínez o en Hombres de Maíz, que sólo pudo surgir en la Guatemala de Miguel Ángel Asturias. Del mismo modo Octavio Paz de México; Gabriela Mistral de Chile; Horacio Quiroga de Uruguay; Rubén Darío de Nicaragua o Ramón del Valle Inclán de España emplean el mismo sistema lingüístico, pero con sus diferencias de entorno geográfico y cultural. Añadamos a esta coordenada geográfica la coordenada temporal, y se nos complica la cosa, que no es igual Gonzalo de Berçeo que Rafael Alberti, aunque empleen el mismo o parecido idioma, e incluso el mismo registro poético. En las “literaturas nacionales” la cosa se complica, pues se le añade la evolución del lenguaje y los registros literarios: Juan de Espinoza Medrano es distinto de Mariano Melgar; y ellos no se parecen a Ricardo Palma o a Martín Adán. Ni poesía es ensayo, ni Azorín es Pérez Reverte. Los ejemplos se multiplican y el punto queda firme: Las aproximaciones son varias, múltiples y multiformes, y cualquier lector se encontrará con todas ellas.
Este tema es menos agudo cuando salimos de lo literario hacia las ciencias formales, fácticas o sociales. Hay diferencias entre ellas, atribuibles a sus distintos registros. La Ciencia expresa sus rasgos en el lenguaje que utiliza. El físico danés Niels Bohr aspiraba a reducir el lenguaje científico a una estructura lógica precisa, pues los rasgos lingüísticos comunes a las diversas lenguas no aclaraban las ambigüedades, y en el plano científico la objetividad – nombrar unívocamente la “cosa” – es de capital importancia. Un ejemplo: Todos podemos imaginarnos una dimensión más en el plano de nuestra existencia, porque nuestra percepción puede asumirlo y nuestro lenguaje cotidiano nombrarlo. Representamos la realidad tridimensional en planos bidimensionales con trucos visuales: los mapas y el 3D no son otra cosa. Pero en mi experiencia fue todo un descubrimiento caer en la cuenta - leyendo Otros Mundos, de Paul Davies, esas cosas no se me ocurren a mí dejado a mis recursos - que hay muchas más dimensiones en la realidad – mundos n-dimensionales - que no podemos ni “imaginar” ni “describir” ni “explicar” con palabras cotidianas. Requerimos del lenguaje lógico-matemático, aunque podamos “intuir” estos mundos en la literatura en un clásico de la Ciencia–Ficción como Ciudad, de Clifford Symak, poco conocido pero genial autor en este género. Para no meternos en honduras, digamos que en libros de Matemáticas y Lógica gozaremos de ventajas si conocemos la disciplina. Aunque se empleen palabras del lenguaje cotidiano, versan sobre el registro o “idioma” matemático o lógico-formal y su comprensión se facilita. Mis vetustos libros de Commercial Mathematics de Davies y Habakkuk; o Elements of Statistical Method, de Albert Waugh me plantean menos dificultades de comprensión que The snows of Kilimanjaro, de Ernest Hemingway o Sanctuary de Theodor Dreiser. Puedo confiar en la exactitud del registro lógico-matemático y así puedo acceder incluso a textos en ruso. En las Ciencias Fácticas (Física, Biología, etcétera) se usan más palabras cotidianas, pero éstas se estructuran en un registro lógico-formal, de enunciados y proposiciones, poseen estructura y consistencia lógica, son denotativos y más lecturables que la literatura en otras lenguas. Un ejemplo es el libro editado por Albert Galaburda, Dyslexia and Development – Neurobiological Aspects of Extra-ordinary Brains, que tuve el honor de traducir a nuestra lengua. Por último, leer textos de Ciencias Sociales en otra lengua es más difícil cuanto menos denotativo es su lenguaje, cosa por lo que se acusa a estas Ciencias de no serlo. Y aún así cuentan con un metalenguaje propio de la disciplina, que reduce notablemente las incertidumbres. Ejemplos de ello hay en Eric J. Hobsbawm en Primitive Rebels – Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th in 20th Centuries; o en Winston Churchill en The Second World War.
III
Accediendo a los libros en otras Lenguas: Leer el original
Leer libros en lengua no castellana pasa por uno de dos procesos: O se aprende la lengua meta hasta alcanzar competencia suficiente; o se accede a los libros a través de Traducciones. En cuanto a la primera alternativa, ya hemos visto que enfrentar la lectura de libros en lenguas diferentes a la propia depende del registro. No encuentro mucha dificultad en leer pedagogía en portugués o en francés, y es que ambos idiomas son lenguas romances como el castellano, semejantes en la construcción gramatical; y la pedagogía cuenta con un lenguaje más o menos normalizado, aún con préstamos como el término bullying. Para el castellano-hablante promedio, el leer en inglés no es tan difícil, pues dicho idioma incorpora en su sistema una estructura más o menos común a las lenguas romances, y no nos es tan extraño como el finlandés o el croata. Además estamos muy expuestos por los medios de comunicación al english, lingua franca universal, y a su variante el americanese. Así sus áreas de oscuridad se reducen en la medida que es menos literario, menos coloquial y menos sometido a variantes dialectales. En este mundo globalizado, todo el mundo sabe decir good morning y how you doing y muchos no necesitan más. Después de todo, aunque el inglés no es la primera lengua del mundo – el Chino Mandarín se lo lleva por varios centenares de millones – sí es la segunda lengua más hablada, leída y comprendida. El aprendizaje del inglés es por ende imperativo en todo sistema educativo, inclusive y principalmente en los países anglófonos. Y aprender la lingua franca de nuestro mundo globalizado no es cuestión menor. Naturalmente es absurdo sostener que el aprendizaje del inglés oblitera el de la lengua originaria propia. No hay competencia entre el runa-simi y el inglés. Catalanes y vascos demuestran que puedes aprender vasco o catalán, castellano e inglés a la vez y sin tanta vaina. La oposición al runa-simi en nombre del inglés es puramente política, y no resiste el más ligero análisis. No son excepcionales los casos de dominio de lenguas distintas: El polaco Joseph Conrad y el oriental Salman Rushdie son palpables ejemplos.
Otros idiomas como el ruso y las lenguas eslavas presentan más dificultad, pues emplean un alfabeto diferente, en este caso el cirílico, lo que a la dificultad de hablarlo – se puede hacer fonético – añade las de leerlo y escribirlo, porque aquí sí que hay que aprender a decodificar desde el ABC. Y eso que el cirílico no es tan distinto del alfabeto latino. Imaginemos la dificultad de leer a Tolstoi, Krylov, Akmátova, Berdiaev o Solzhenytsin en ruso. Peor es en lenguas como el árabe o el hebreo, cuyos signos alfabéticos nos semejan patas de araña. La dificultad se incrementa por la ausencia de referentes en nuestro alfabeto, lo que implica reaprender incluso las competencias motoras, pues estos idiomas, al contrario del alfabeto latino o del cirílico, se escriben de izquierda a derecha. Para los que no capten esta dificultad: En mi paso por la Escuela de Interpretación y Traducción les mostraba a mis alumnos un periódico israelí, y les decía que su “página Uno” era para nosotros “la última” y había que abrirlo “al revés”. Para remate ellos suprimen las vocales, que utilizan “de memoria”. Llegar a leer Las Mil y Una Noches en árabe no es nada fácil. Y las lenguas de extremo oriente – chino mandarín, coreano, japonés – nos resultan triplemente extrañas, pues se escriben de arriba hacia abajo en alfabetos ideográficos o silábicos totalmente extraños a nuestro temple fonético. Poseen una enorme dificultad intrínseca incluso para los mismos nativos, reflejada en varias modalidades de escritura cuyo dominio toma años a los naturales de esos países, no digamos a los aprendices de segundas y terceras lenguas. Afortunadamente para nosotros, estos países tomaron el toro por las astas en política lingüística, simplificaron y fonetizaron sus alfabetos, uniformaron sus sistemas educativos y se globalizaron de cara a la tecnología, en particular la de computadoras. En los años ´50 y ´60 el tradicional alfabeto ideográfico del chino mandarín se sustituyó por un alfabeto fonético de más de 50 signos – casi el doble que en el castellano. Esto se hizo para uniformar el alfabeto para las muchas lenguas que existen en China, como para facilitar la traducción y adaptación a las nuevas tecnologías. Nosotros lo notamos en el cambio de nombre de la capital Pekín o Peiping, por Beijing, que en chino mandarín se escribe como siempre, pero se pronuncia distinto. Me da escalofríos pensar cuánto esfuerzo se hizo para lograrlo. El canal chino de cable pasa teleseries en chino mandarín con subtítulos para la población china, lo que ilustra el hecho. Aprender otras lenguas requiere tiempo, recursos e inmersión, en especial en lenguas tan distintas a nuestro castellano. Y nuestro país es un crisol cultural donde convivimos gentes de origen cultural americano, europeo y asiático, y tiene la posibilidad de ser el “país de los traductores”. Claro, necesitaríamos primero aprender a respetar nuestras lenguas, todas, sin excepción alguna.
IV
Accediendo a los libros en otras Lenguas: Traducciones
La segunda manera y la más empleada para acceder a libros en lengua extranjera es a través de sus Traducciones al castellano, lo que presenta muchos y complejos problemas. La Traducción es un proceso largo y trabajoso, heroico muchas veces y raras veces cantado, que resulta en que una obra cualquiera se tome tiempo en estar disponible para lectores que no conozcan la lengua en el que se ha escrito. En áreas profesionales o académicas, científicas y técnicas, esto es un problema mayor, pues el rápido desarrollo de estas disciplinas se refleja en copiosas publicaciones, casi siempre en inglés. El que aspire a estar en el mainstream no puede depender de traducciones, so pena de vivir en el atraso permanente. La traducción es parte del proceso editorial y de necesidad encarece el producto y retrasa la publicación. El lector queda a merced de la voluntad o la capacidad de las editoriales o publicaciones periódicas, y así es imprescindible tener competencia en inglés para no quedar atrás. Los best-sellers, por serlo, tienden a traducirse más rápido, en tanto que muchos libros importantes no lo son por falta de mercado, en particular en las Humanidades. Así nos encontramos con traducciones más o menos antiguas, no siempre adecuadas a la modernidad o con límites de carácter no lingüístico, como por ejemplo resistencias de carácter ideológico o de otra índole, que casi siempre se reflejan en censuras de contenido, como los famosos Nihil Obstat e Imprimátur, de los que trataré en otra Crónica. También a veces la Traducción al castellano no es al castellano realmente existente. A ello alude el famoso refrán italiano Traduttore, tradittore (Traductor, Traidor). Y esto pasa incluso con obras muy importantes, pongo por caso La Crítica de la Razón Pura, de Emanuel Kant. Cuando traté de leerla por primera vez me encontré con la traducción del alemán del filósofo cubano José del Perojo, realizada contracorriente en el ambiente medio krausista, medio tomista de la España de fines del Siglo XIX. Llenó un vacío importante, pero se sostuvo más de un siglo antes de que apareciera otra. Es que las editoriales son conservadoras y cuidan sus costos, y no ven esencial actualizar traducciones cuando ya las tienen, más que sea regularonas. Perojo era muy competente en el castellano de fines del Siglo XIX, pero para poder acceder a Kant ello me presentaba una dificultad adicional a fines del Siglo XX. De hecho, me resultó más fácil leer la Crítica en inglés, en la edición MacMillan de 1949, traducida por Max Müller. Afortunadamente, el impulso dado por Internet a la lectura determina nuevas traducciones de obras clásicas en castellano de nuestros días, y como la antigüedad de las traducciones impacta en la habilidad decodificadora, y por ende en las ventas, las editoriales empiezan a tomarse el tema más en serio.
Sin embargo, la dificultad de la traducción no se detiene aquí. Pensemos en textos literarios en idiomas como el rumano, el urdu o el maya. En castellano hay pocos o ningún traductor de estos idiomas al castellano, a más de un mercado inexistente para sus obras, y por ello nuestro acceso a la literatura y otros registros en dichos idiomas es limitado. En la práctica, cuando un escritor camboyano o turco alcanza a posicionarse en el mundo anglosajón, normalmente será porque o escribe en inglés, o se le ha traducido al inglés. Y de ahí se le traduce al castellano, con el resultado que conocemos a Omar Khayyam, Rabindranath Tagore u Orhan Pamük a través de traducciones de traducciones, lo que hace al niño irreconocible hasta para su propia madre. En castellano ha pasado con infinidad de obras de todos los registros, y los traductores del árabe, chino, hindi o japonés al inglés o francés han sido a su vez re-traducidos al castellano. El problema es de simple ausencia de traductores competentes en estos idiomas que a su vez tengan el castellano como lengua materna. Otro problema grave es que normalmente necesitas un literato para traducir literatura, un ingeniero para traducir ingeniería y un matemático para traducir matemática, lo que es una trabajosa manera de decir que un buen traductor tiene que conocer el registro lingüístico y el metalenguaje de lo que traduce, so pena de quedar en ridículo en lengua meta. Afortunadamente, la traducción se ha profesionalizado, tecnificado y “cientifizado”, y por fortuna también sigue teniendo mucho de arte y oficio, dado que no se ha podido inventar aún un traductor universal – sueño de la ciencia-ficción – y ni siquiera un programa que sea medianamente tan eficiente como un traductor humano, en particular para la Literatura. Un buen traductor posee cuatro habilidades ideales: El dominio del idioma origen, el dominio de su propia lengua, el dominio del registro y metalenguaje del objeto que traduce, y el dominio de las técnicas propias de la traducción (fichas, diccionarios monolingües y bilingües, glosarios, etcétera). Y el ideal será que el traductor traduzca hacia su propia lengua, es decir la denominada traducción directa, que se contrapone a la Inversa, en la que el traductor traduce hacia la lengua que no es la propia, tarea muchísimo más difícil y a veces inevitable.
V
Colofón
Me parece que hemos tenido algo de éxito en encontrar ciertos factores de lecturabilidad referidos a las lenguas en que se escriben los libros, aunque sin agotar para nada el tema. Es un tema importante aunque invisible, y vale la pena hacerlo visible. No olvides: Lee lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás. Aunque sea en traducciones. Y aprende idiomas, empezando por los tuyos.
CRÓNICAS DE LECTURAS – Catorce
Leer Ciencia (II) y también verla: Carl Sagan
I
Televisión Abierta: La cultura y el entretenimiento
Si observamos el ambiente de la
Televisión abierta en el Perú, encontraremos que su orientación concreta se
dirige hacia un único y supremo objetivo: Ganar plata. Dejado a las solas
fuerzas del mercado, la tele se convierte casi invariablemente en expendedora
de basura. Conoce muy poco eso de los valores, y menos aún esa cosa de la
responsabilidad social. Invariablemente, cuando la sociedad le enrostra este
hecho, la justificación que ensayan casi siempre es patearle infantilmente el
asunto al público, en una suerte de estudiado yo no fui, que como decía
el inmortal Augusto Ferrando: Eso es lo que le gusta a la gente.
Cuando hacen algo decente, es porque el estado y/o la sociedad los obliga a
hacerlo. Como su valor fundamental es la ganancia económica, ocurre como con toda
escala de valores, que todos los demás valores se le subordinan. Si dicen otra
cosa, mienten o se engañan a sí mismos. Una consecuencia se ve en su lógica
subyacente, que divide esquizofrénicamente en compartimentos estancos lo que
ellos llaman “entretenimiento” de lo que ellos llaman “cultura”, separándolos
de modo que un programa de TV es puramente “entretenimiento” y otro es puramente “cultura”. Tal
segmentación podría considerarse en el mejor de los casos producto de la
inercia, y en el peor un complot para mantener estúpida a la gente. Quizá pueda
separarse el conocimiento del entretenimiento, aunque la verdad no sé cómo;
pero con el aprendizaje lo veo simplemente imposible. Aunque los genios de la
Tele lo pongan en duda, la gente aprende, aún si lo que se emite es “entretenimiento”.
Por ende, se puede asumir perfectamente lo contrario, es decir un programa
cultural también puede “entretener”. Y si yo, que no soy un experto, alcanzo
tan abstrusa conclusión, creo que ellos también podrían si no fuera por esa
inerte obnubilación que impide ver lo que hay dos centímetros más allá de la
plata: Todo lo que se emite por TV es objeto de aprendizaje, y por lo tanto
“enseña”. Nuestros hijos conocen mejor a los personajes de “Al fondo al sitio”
que a los Presidentes del Siglo XX, y eso es tan pero tan obvio, que hasta un
ejecutivo de TV debería verlo. Por otra parte, podemos rastrear la segmentación
entretenimiento-cultura en la idea aristocrática de “Cultura”, que la considera
propiedad de las clases pudientes que pueden financiarla; mientras el
“entretenimiento” se reserva para la Indiada. Desde el Siglo XIX liberales y
socialistas distinguieron a la educación universal como el medio para
democratizar la sociedad humana, elevando a las gentes desde la ignorancia al
ejercicio de las potencias del pensamiento. Y por supuesto, los conservadores y
sus sucesores modernos se opusieron y se oponen a ello, aunque no les sea de
buen tono aceptarlo. No están tan lejos los tiempos de gamonales quemando las
escuelas que las comunidades campesinas levantaban con esfuerzo, ni las quemas
de libros, ni las censuras, ni la represión. En los tiempos de la esclavitud se
castigaba en USA a los blancos que cometieran el crimen nefando de enseñar a
leer a los negros. En todos los casos se trata de que la indiada no “aprenda”
sus derechos, no vaya a ser se den cuenta y se rebelen. Y tienen razón, pues
como decía Bertolt Brecht: Estudia, hombre en el asilo / estudia,
hombre en la cárcel / Levanta el libro, hambriento / ¡es un arma!
Como el inmortal Maestro Longaniza, no veo absolutamente
ningún motivo, razón o circunstancia para separar entretenimiento de cultura. Y
menos aún para cometer el crimen de lesas ciencia y cultura de confundir
intencionalmente presentando babosadas seudo-científicas como si fueran Ciencia
y Cultura. Nos parece el equivalente moderno de incendiar escuelas. Repito, no
es condición de nada separar entretenimiento de cultura. Se sabe positivamente
que los centros cerebrales del aprendizaje y del juego son los mismos, y
aprendemos las reglas del juego a la velocidad de la luz. Mientras más nos
gusta algo, más y mejor aprendemos, y es ceguera, interesada o no, entender ciencia
y la cultura como obligatoriamente aburridas. Eso es mucho más peyor que mala
educación: es colonialismo mental, oligarquía intelectual, segmentación
inadmisible desde que los bienes del conocimiento deben estar a disposición de
todos los seres humanos. Y así como se aprenden conceptos, se aprenden valores.
Los educadores nos hemos cansado de indicar lo mal que se “enseñan valores”
cuando los medios “enseñan anti-valores”. Nosotros estamos aprendiendo a
enseñar/entretener. Y usamos los medios de comunicación para la enseñanza /
aprendizaje, y así como advertimos sobre el riesgo de los que operan sobre la
sociedad con absoluta impunidad, reconocemos los escasos esfuerzos a favor,
porque incluso algunos de ellos ya están empezando a aprender a
entretener/enseñar. Me atreveré a crear horribles neologismos: Los maestros
debemos aprender a ensetener, mientras los medios deben aprender a entreseñar.
Y así nos podremos encontrar a la mitad del camino, si es que están dispuestos
al cambio. Pero para ello mucho tendrá que ocurrir. Entre tanto, seguimos en la
pelea.
II
La Divulgación Científica
Una luz, sin embargo, ilumina de
cuando en vez el panorama. La TV de Cable todos los días cachetea, contrasuelea
y patea en salva sea la parte a la TV basura, demostrando que se hace TV de
calidad evaporando la distinción entre “entretenimiento” y “cultura”. Y en esto
coincide con las preocupaciones de los divulgadores científicos, constituidos
como espolón del cambio en este aspecto. Se puede definir la divulgación
científica como una serie de actividades mediáticas que hacen accesible el
conocimiento científico a la población en general, lo que significa un círculo
virtuoso en la combinación ensetener / entreseñar. Los
científicos y periodistas especializados que se compran el pleito logran
productos de inmensa calidad en toda una serie de disciplinas y medios, y me
referí a ellos en mi Crónica Leer
Ciencia (I). Merecen reconocimiento, empezando por nuestro único y
solitario periodista especializado: Tomás
Unger. Supuestamente hay otros, pero coquetean con la seudo-ciencia, e
incluso dirigen programas dedicados al esoterismo y el zodíaco, así que mejor
olvidémoslos. Pero vamos a lo positivo. La Divulgación Científica nació con la
Ciencia, se puede considerar como primer divulgador científico a Galileo Galilei, que en sus Diálogos sobre los dos máximos sistemas del
mundo de 1632 hace conversar a tres personajes, uno defendiendo el esquema
tolemaico del Universo, y el otro el copernicano, con el tercero haciendo
preguntas inteligentes. Durante los Siglos XVIII y XIX se entronizaron la razón
y la ciencia, y ello propulsó la divulgación científica: La revista Popular Science surge pionera en 1872 en
los Estados Unidos. Hoy en día la Divulgación Científica reina en canales de
televisión como Discovery Channel o National Geographic, pero tuvo sus
primeros balbuceos en los formatos impresos de la revista y el libro.
Mencioné algunos divulgadores en
mi anterior artículo Leer Ciencia (I),
y tal vez olvidé o no resalté lo suficiente a otros, así que cumplo con Jacob Bronowski (autor del libro y productor
de la serie El Ascenso del Hombre), Isaac Asimov (reconocido autor de
Ciencia-Ficción), Stephen Jay Gould,
Desmond Morris (El Mono Desnudo fue uno de los primeros libros que leí sobre
Ciencia, allá en mi remota infancia), Stephen
Hawking, Dorothy Vitaliano, Richard Dawkins, James Watson, y sobre todo a aquellos que se meten a difundir quizá
la ciencia más complicada de difundir: Las Matemáticas; donde brilla Martin Gardner, y en particular el
soviético Yákov Perelman, que trató
los más abstrusos temas de la Astronomía, la Física y las Matemáticas con fácil
palabra y harta facilidad: Matemáticas
Recreativas y otros de sus libros se encuentran para descargar fácilmente en
Internet, y parece la única manera de obtenerlo, pues desde el colapso de la
Unión Soviética la Editorial MIR dejó de editarlo en castellano. Mención aparte
por la tremenda importancia de su obra merece Rachel Carson, fallecida en 1964, cuyo libro Primavera Silenciosa (1962) lanzó la primera clarinada de alarma
sobre un tema al que en aquel entonces no se le daba bola, y que hoy entendemos
como trascendental: La contaminación
ambiental y la necesidad de cuidar el equilibrio de nuestro Planeta Tierra.
Este libro militante y esclarecedor denunció con tanta efectividad la acción de
las grandes empresas en la depredación y degradación de nuestro planeta, que Rachel Carson fue atacada desde todos
lados e injustamente acusada de comunista, lo que hasta hoy significa que le
estás pisando los callos a alguien que se siente culpable. La enorme
trascendencia de la Divulgación Científica se patentiza en este ejemplo, y me
encantaría saber dónde está el monumento a Rachel
Carson, para ojalá poder visitarlo y pensar durante unos momentos en el
eventual futuro de la especie humana.
III
Carl Sagan
La primera vez que supe de Carl Sagan fue, como tantos, a través
de la serie televisiva COSMOS: UN VIAJE
PERSONAL. La serie, de primera calidad, es visible hoy en día y no ha
envejecido demasiado a pesar de haber cumplido casi 30 años, lo que en Ciencia
no es poco decir. Me permito, con todo el exceso de confianza que un
articulista de Blog se puede permitir frente a sus lectores, a introducir sus
enlaces / links:
COSMOS, Episodio 1, http://www.youtube.com/watch?v=uVBC_CNLa9o
Después de Rachel Carson, tal vez el más importante, significativo,
paradigmático y trascendental de los divulgadores científicos sea el grande CARL SAGAN (1934 – 1996). Nacido en
Brooklyn e hijo de emigrantes judíos ucranianos, reconocía el importantísimo
papel que sus padres jugaron en su vocación científica: Mis padres no eran científicos. No sabían casi nada de ciencia. Pero al
iniciarme simultáneamente al escepticismo y a hacerme preguntas, me enseñaron
los dos modos de pensamiento que conviven precariamente y que son fundamentales
para el método científico. En 1939 sus padres le llevan a visitar la
Exposición Universal de Nueva York, y queda impresionado fuertemente por la
Cápsula del Tiempo enterrada en esos días, quizá inspiración de las Cápsulas
del Tiempo que envió al espacio en las Misiones Pioneer y Voyager muchos
años más tarde. Él mismo ha señalado qué importante fue que se le expusiera a
las maravillas de la Ciencia y el método científico, y considerando que su
hogar era modesto, podemos distinguir que no es tal vez tan necesario para los
chicos eso de pasarlos por clases de esto y aquello, cuanto de exponerlos
inteligentemente al aprendizaje y el conocimiento. Aprendan, papis, que es mucho
más barato así. Carl estudió en la
pública Universidad de Chicago, y gracias a su propia capacidad y esfuerzo
consiguió sus maestrías y doctorados en Física, Astrofísica y Astronomía.
Vinculado a la Investigación Científica, participó del Programa Espacial
estadounidense desde su mismo inicio, y fue pieza importante del programa Apolo. Tras la llegada de Armstrong y Aldrin a la Luna, y la consiguiente reducción de fondos, se hizo
cargo de los Programas de envío de naves espaciales no tripuladas de
exploración del Sistema Solar, inyectándole sus capacidades innovativas y visionarias.
La creatividad de sus experimentos para la búsqueda de vida en Marte (Viking) y la idea de remitir mensajes
que pudieran entenderse universalmente por civilizaciones extra-terrestres en
las naves que abandonarían el Sistema Solar (Pioneer – Voyager) capturaron la imaginación de las gentes, y
dieron nueva vida mediática a la alicaída investigación del espacio. Reseñar la
utilidad de toda una vida dedicada a la Ciencia y a la Divulgación Científica
rebasa ampliamente los límites de esta humilde Crónica, así que recomiendo a
mis lectores busquen su Biografía. Yo me dedicaré a reseñar algunos de sus
libros.
IV
Más de Carl Sagan: Libros, TV y películas
Antes de 1980, cuando se difunde Cosmos: Un Viaje Personal, Carl Sagan era relativamente poco
conocido. Si bien había ganado en Premio Pulitzer en 1977 con: Los dragones del Edén: especulaciones sobre la
evolución de la inteligencia humana, best-seller seguido casi
inmediatamente por otro: El cerebro de Broca: reflexiones sobre el apasionante
mundo de la ciencia. Había publicado antes Planetas (1966, con Jonathon Leonard), Vida
Inteligente en el Universo (1966, con Iósif
Shklovski), La conexión cósmica (1973), Marte y la mente del hombre (1973) y Otros Mundos (1975). Dicho sea de paso,
de los anteriores a Dragones del Edén
no he leído ninguno, pero todo lo demás me lo he devorado en diversas épocas de
mi vida. Pero aún con ese Premio
Pulitzer, en 1980 era uno más entre muchos divulgadores, si bien importante, y
conservando sus cargos académicos y en la exploración espacial, que le daban
una plataforma quizá más elevada desde la que expresarse. Sin embargo, es obvio
que su verdadera consagración y su consolidación como best-seller en el mundo del libro se produjeron con la miniserie Cosmos y su libro complementario,
vendido hasta la náusea, a caballo de la popularidad mediática obtenida. Se
calcula en más de 600 millones de personas los que han visto la miniserie, y la
edición y traducciones de sus libros alcanza cifras espectaculares para un
escritor científico. Con un éxito como éste y cómo la rana de la fábula, quizá
otro se hubiera envanecido, y empezado a repetirse a sí mismo hasta la
saciedad, y no se le podría culpar por ello, los científicos, a pesar de lo que
se piense al respecto, no suelen tener finanzas demasiado abultadas. Pero no
fue el caso de Carl Sagan, que se
mantuvo fiel a sus orígenes y personalidad, sin ninguna concesión al facilismo
populachero. El libro Cosmos: Un Viaje
Personal es una de las introducciones a la Ciencia más bellas que se ha
escrito. Libro y miniserie evolucionaron conjuntamente, como es lógico, ya que tendemos
a olvidar que hacer una buena serie para la pantalla, como un buen libro,
implican un dominio del lenguaje no solamente escrito sino visual, lo que
podemos notar más cuando vemos las mediocridades que nos endilgan normalmente. En
este punto me abstengo de decir más: Vean la serie, Lean el libro, lo pueden
bajar de Internet si les resulta caro (bájatelo desde acá: http://asasac.co.tripod.com/temas/cosmos_sagan.pdf
). Olvídense de mí.
Las obras posteriores editadas no
desmerecen absolutamente para nada a Cosmos:
Un Viaje Personal. Abarcan incluso una Novela de Ciencia Ficción Dura, Contacto, llevada exitosamente al cine
con Jodie Foster como directora y
actriz. Básicamente abundan sobre los temas que constituyen su preocupación y
en cierto modo están preludiados en Cosmos:
Un Viaje Personal. En todas impresiona profundamente, y hasta conmueve, tan
clara y amplia concepción de la Ciencia y el método científico aunada a tan
profunda preocupación por la ciudadanía y por la gente real y concreta. Tal
combinación, ya patente en Cosmos: Un
Viaje Personal, se hace más notable en otros libros como El Mundo y sus Demonios: La ciencia como una
luz en la oscuridad (se puede encontrar en http://paranoideo.com/upload/carl_sagan_-_mundo_demonios.pdf),
en que se preocupa de dotar a las gentes de herramientas conceptuales para
probar argumentos y detectar falacias y fraudes, siempre en el contexto del
empleo del pensamiento crítico, la hermenéutica, la sindéresis y el método científico. En pocas palabras incide siempre en lo mismo: No
te creas todo lo que te dicen, sé escéptico, pregunta, no te conformes. Miles de
millones: pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio (1997) fue su
última obra, y es considerada como su testamento ideológico, con consideraciones
importantes sobre el escepticismo, la religión, la superstición, el aborto, el
armamentismo. Puedes bajártela aquí, pirata : http://www.bibliotecapleyades.net/archivos_pdf/saganmilesmillones.pdf.
Incluye además al final el relato de su muerte por su viuda y colaboradora Ann Druyan. No olvidemos la Introducción
que le hace al libro de Stephen Hawking: Historia del Tiempo: del Big Bang a los Agujeros Negros.,
Otros libros de Carl Sagan que no
puedo reseñar cabalmente por no haberlos leído son: El invierno nuclear (1991,
con Richard Turco), del
que leído algunos fragmentos en una librería donde me lo encontré: Se analiza
acá las posibles consecuencias que tendría una guerra nuclear sobre el clima
terrestre, y se le debe el concepto de Invierno Nuclear. En Sombras de
antepasados olvidados (1993, con Ann Druyan)
se concentra en los orígenes de la especie humana y el desarrollo de las
sociedades prehistóricas. En Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en
el espacio (1994) trataba de plantear una secuela de Cosmos,
discutiendo la posición del ser humano en el Universo y sus posibilidades como viajero
del espacio. Quizá su obra póstuma más importante sea La diversidad de la ciencia: una
visión personal de la búsqueda de Dios (2006), recopilación
de las intervenciones de Sagan en
las Conferencias Gifford sobre Teología
Natural. Espero leerlos en algún momento.
V
Colofón
Me he escrito esta Crónica casi a
la carrera y llevado de un impulso. Al revés de otras, que me implican un poco
o mucho de revisión y a veces
remembranza de lo leído mucho tiempo atrás, me ha resultado muy fácil, y ello se
lo achaco a Carl Sagan. Él mismo,
aunque era hombre profundo, tenía la inmensa capacidad – que le envidio sanamente,
si eso es posible – de hacer de los temas complejos todo lo fácil que se puede
hacer algo, pero no más fácil de lo que son en verdad, y además problematizarte
con ello. Ello demuestra que se puede ser sencillo sin caer en la chabacanería
o el simplismo, todo está en la claridad de la estructura que tengas en la
cabeza. Al revés de lo que se cree, no es que mientras más sabes o lees más te
complicas la vida. En realidad más se te aclaran las cosas y más lúcido te vuelves,
cada vez. Y ello no tiene fin. La diferencia entre la erudición y la sabiduría
está en lo que le pones tú. Por ello Lee
lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás.
CRÓNICAS DE LECTURAS – 15 - NAVIDAD
Para leer en Navidad: Canción de Navidad de Charles Dickens
I
Navidad en la Nieve y la Arena
Escribir sobre la Navidad siempre es una complicación, porque cuando uno es chico la fecha tiene un significado, y cuando se crece otro. En el proceso se nos pierde el encanto, la ilusión y la alegría que se suponen asociadas a esta época del año. Al final, como dice Gabriel García Márquez, la Navidad es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Vale decir, una farsa sin atenuantes, una feria comercial donde el más regalado es el sistema financiero, que te financiará y refinanciará la deuda en que incurras por los regalos que tienes que hacer y por el pavo y los licores que tendrás que regurgitar. Se supone que debes estar contento por obligación social, aunque se te estruje el corazón y tengas la vida hecha trizas. No consigo transigir con la hipocresía adjunta a esta Fiesta, por más que sé que hay que respetar la alegría inocente. Pero por otra parte, y suponiendo que consigamos dominar la depresión navideña, puede ser una buena oportunidad de hacer fiesta de lo que es fiesta. Y algo que se me ocurre es que se puede pasar un momento interesante leyendo el famoso Cuento de Navidad de Charles Dickens. Digo leerlo, aunque sea preferible no hacerlo la misma Nochebuena, no vaya a ser que la televisión, los regalos, los videos, el pavo, los nacimientos y los árboles de navidad nos devoren el momento y nos perdamos de lo que en verdad puede ser la Navidad. Porque esta historia, leída a media luz, en su versión original, es espeluznante.
De todas las historias de Navidad, el Cuento de Navidad, Canción de Navidad o Villancico de Navidad (A Christmas Carol), es la que más ha capturado la imaginación del mundo anglosajón, y de rebote al nuestro. En su original es una novela corta estructurada como canción o villancico, dividida en Cinco Estrofas. No hay literatura navideña que no lo mencione. Aunque también se hace pesado porque hay tantas, tan variadas y tan desiguales versiones cinematográficas y televisivas, que hoy es un lugar común navideño, y todo el mundo se sabe a la superficial la anécdota sin entender mucho de qué se trata la cosa, porque el estereotipo de Ebenezer Scrooge (no el personaje, inconmensurablemente más rico) como el malvado usurero y avaro prestamista (Yo no celebro la Navidad, y no puedo permitirme el lujo de que gente ociosa la celebre a mi costa.) que repentinamente se convierte, desaparece totalmente el proceso del por qué y el cómo se convierte. Charles Dickens vivió una infancia difícil y conoció desde dentro el hambre y el abuso, no extraña que tuviera la compulsión de escribir sobre niños abusados y orfanatos, lo que conocía de primera mano. Sus obras son casi siempre de títulos simples: Oliver Twist, Nicholas Nickleby, David Copperfield, La pequeña Dorrit, usando de nombres propios como si debiéramos saber que estos niños tienen nombre y no son cifras de una estadística. La calidad humana de Dickens nacía del hondo sentimiento de compartir la desgracia, de sentirla tan injusta y horrible en el corazón que no se soporta que otros la padezcan. Tal vez no hay nada peor que saber qué es lo que sienten los miserables, y así uno se identifica con la rabia, la ira y la cólera, eso que algunos despistados llaman resentimiento. Claro que hay que superarlo si quieres hacer las cosas bien, que de la amargura no surge nada bueno, y aunque Dickens no creía en la revolución social - que para ello hay que estar convencido que la miseria de los unos está en función de la riqueza de los otros - sí que puso manos a la obra en lo que sabía hacer: contar historias, y eso es bastante más de lo que la mayoría hacemos. Y así la Canción de Navidad nos muestra a Dickens colocándose – y colocándonos – en el otro lado de sus personajes, en el sitio de los que deberían – deberíamos - estar haciendo algo para que los niños de carne y hueso sean niños y no monstruos. Charles Dickens parece llegó antes de tiempo a donde llegan los sabios: Al humor solidario y bondadoso. Y es este humor el que quiero compartir, así que ahí va mi reseña de:
II
Canción de Navidad (Charles Dickens)
Canción de Navidad narra la peripecia de Ebenezer Scrooge: Duro y agudo como un pedernal al que ningún eslabón logró jamás sacar una chispa de generosidad; (…) secreto, reprimido y solitario como una ostra, que se retrae en su soledad en plenas fiestas navideñas, que desea que los pobres se mueran para eliminar el exceso de población, y cuya figura se contrapone a la de su sobrino, vivaz muchachón que sí sabe vivir la vida, y que nos dice que siempre he pensado que (las navideñas) son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino. Dickens presenta a Scrooge en contrapunto tanto con su sobrino como con su empleado Bob Cratchit, explotado sin misericordia. La historia se inicia en la Nochebuena en que Scrooge es despertado por la inesperada visita del fantasmal espectro de Jacob Marley, su socio muerto, condenado a vagar por la Tierra sin poder hacer lo que debió hacer en vida, y con quien sostiene una charla esclarecedora (Pero tú siempre fuiste un buen hombre de negocios, Jacob, balbuceó Scrooge (…). ¡Negocios! - exclamó el fantasma entrelazando otra vez las manos - El género humano era asunto mío. El bienestar general era negocio mío; la caridad, compasión, paciencia y benevolencia eran todas de mi incumbencia. Mis relaciones comerciales no eran más que una gota de agua en el anchuroso océano de mis asuntos). Y aunque Scrooge duda de la oportunidad que Marley le trae de ultratumba, éste se la ofrece: Esta noche estoy aquí para advertirte que aún te queda una oportunidad para escapar a un destino como el mío. Una oportunidad, una esperanza que yo te he conseguido, Ebenezer (…) Vas a ser hechizado por Tres Espíritus. Dado que las versiones de pantalla han hecho de todo con estos tres fantasmas, parece que vale la pena reseñar a los tales espíritus respetando lo que el mismo Dickens quiso decir. Así que ahí voy:
El Fantasma de la Navidad del Pasado era un extraño personaje, como un niño, y sin embargo parecía un anciano visto a través de una cierta áurea (…). El cabello le caía hasta los hombros y era blanco; como el de un anciano, sin embargo no había arrugas en su rostro (…). Tenía unos brazos muy largos y musculosos, igual que las manos, dando una impresión de fuerza excepcional. (…) Pero lo más sorprendente era el chorro de luz fulgente que le brotaba de la coronilla y hacía visibles todas estas cosas. Este Espíritu pasea a Scrooge por su infancia solitaria y los escasos afectos de su pasado, y lo confronta con sus propias decisiones, en especial la renuncia al amor por haber decidido vivir para el lucro. Y así empiezan a resurgir sentimientos, esa vacilante llama que pervive aún en el más empedernido de los pecadores. Pero el pasado lo tortura, y no lo quiere ver: ¡Déjame! ¡Llévame de vuelta! ¡No sigas hechizándome! Y llega el momento del Fantasma de la Navidad del Presente, y el hechizado Scrooge entra en una habitación repleta de pavos, ocas, caza, pollería, adobo, grandes perniles, lechones, largas ristras de salchichas, pastelillos de carne, tartas de ciruela, cajas de ostras, castañas de color rojo intenso, manzanas de rojo encendido, naranjas jugosas, deliciosas peras, inmensos pasteles de Reyes y burbujeantes boles de ponche que empañaban la estancia con sus efluvios deliciosos. Y en medio de toda esta abundancia, un gigante festivo, de esplendoroso aspecto, que sostenía una antorcha encendida, parecida a un cuerno de la abundancia (…) vestido con una simple túnica, o manto, de color verde oscuro, ribeteado con piel blanca (que dejaba) al descubierto su ancho pecho como si desdeñara protegerse u ocultarse (…). Sus pies, visibles bajo los amplios pliegues del manto, también estaban desnudos, y en la cabeza no llevaba más cobertura que una guirnalda de acebo salpicada de brillantes carámbanos. (De) rostro cordial; chispeante mirada, mano generosa, animada voz, ademanes espontáneos y aire festivo. El Fantasma simpatiza con los pobres y los que sufren escasez, en especial los trabajadores, y muestra a Scrooge a pobres y ricos que por igual viven la alegría de la Fiesta, mientras otorga su espíritu a quien más lo necesita y de paso lanza un dardo contra los puritanos: En esta tierra tuya hay algunos, (…) que pretenden conocernos y que cometen sus actos de pasión, orgullo, mala voluntad, odio, envidia, beatería y egoísmo en nuestro nombre; pero son tan ajenos a nosotros y nuestro género como si nunca hubieran vivido.
III
Más de Canción de Navidad
El Fantasma de la Navidad Presente conduce a Scrooge a la intimidad del mísero pero amoroso y feliz hogar de su propio empleado Bob Cratchit. No todo es felicidad en este hogar, pues Tiny Tim, hijo menor de estas buenas gentes, está tullido y enfermo, pero lleva su condición con coraje y es que, después de todo, es Navidad. Dickens contrasta con exquisitez y delicadeza la pobreza de la cena navideña con la alegría y solidaridad de la familia, la que a su vez contrasta con la soledad de Scrooge, que pregunta al Fantasma si Tiny Tim vivirá. Cuando el Fantasma le contesta que no, le recuerda que dijo eso de que los pobres mueran para eliminar el exceso de población: Hombre (…) si tienes corazón humano, no de piedra dura, olvida esa malvada jerga hasta que hayas descubierto qué es el exceso y dónde está el exceso. ¿Quién eres tú para decidir qué hombres deben morir y qué hombres deben vivir? Es posible que a los ojos del cielo tú seas menos valioso y menos merecedor de vivir que millones, como el hijo de ese pobre hombre. ¡Oh Dios! ¡Tener que escuchar al insecto en la hoja disertando sobre lo demasiado que viven sus hambrientos hermanos en el suelo! Hago notar que esta lúcida e iracunda cita no la he visto jamás en las versiones para niños, ni en las dulzonas versiones navideñas, y hago formal juramento que lo transcribo del original sin atenuante alguno. Continuamos. Cuando Bob Cratchit se atreve a brindar a la salud de Scrooge, su esposa le reconviene: Tiene que ser Navidad (…) para beber a la salud de un hombre tan odioso, tacaño, duro e insensible como (…) Scrooge. ¡Sabes que es cierto, Robert! ¡Nadie lo sabe mejor que tú (…)! Y Robert: Querida, los niños, es Navidad. Y es que No había nada de alta categoría en lo que hacían. No eran una familia distinguida; no iban bien vestidos; sus zapatos estaban lejos de ser impermeables; sus ropas eran escasas (…) Pero estaban felices, agradecidos y satisfechos unos de otros, y contentos con el presente.
Pero el Fantasma aún no termina de darle su chiquita a Scrooge, y le conduce por un tour que normalmente no aparece en las versiones convencionales, mostrándole cómo viven la Navidad los mineros del carbón, los hombres de los faros y los marineros en alta mar; cómo es la Navidad en los lechos de los enfermos y los hogares de todo calibre, en los hospicios, hospitales y cárceles. Y aterriza mostrándole a Scrooge la carcajada de su propio sobrino (Si por una improbable casualidad el lector conociera a un hombre con una risa más feliz que la del sobrino de Scrooge, todo lo que puedo decir es que también a mí me gustaría conocerle) que celebra la Navidad burlándose de su tío con su algo de británica, maliciosa y varonil ironía: ¡Dijo que las Navidades eran tonterías, os lo juro!, (…) ¡Y además se lo creía! (…) La riqueza no le sirve de nada. No hace con ella nada bueno. No la utiliza para su bienestar. Ni siquiera tiene la satisfacción de pensar, ja, ja, ja, que algún día nosotros la disfrutaremos. (…) Me da lástima; no puedo enfadarme con él. El que sufre por sus manías es siempre él mismo. Le da por rechazarnos y no querer venir a cenar con nosotros. Y he aquí quizá la escena más dramática de todo el Cuento de Navidad: Scrooge distingue una garra tras el ancho abrigo del Espíritu, que entonces le descubre (…) dos niños; unos niños harapientos, abyectos, temibles, espantosos, miserables. Se arrodillaron a sus plantas y se colgaron del manto. (…) Eran un niño y una niña. Amarillos, flacos, mugrientos, malencarados, lobunos (…). Donde la gracia de la juventud debió haberles perfilado los rasgos y retocado con sus más frescas tintas, una mano marchita y seca, como la de la vejez, les había atormentado, retorcido y hecho trizas. Donde podrían haberse entronizado los ángeles, acechaban los demonios echando fuego por sus ojos amenazadores. Monstruos tan horribles y temibles como aquellos no se han dado en ningún cambio, degradación o perversión de la humanidad a lo largo de toda la historia de la maravillosa Creación. Scrooge, aterrorizado y asqueado, pregunta si son del Fantasma, que le responde: Son del hombre (…). Y se agarran a mí apelando contra sus progenitores. Este chico es la Ignorancia. Esta chica es la Necesidad. Guárdate de los dos y de todos los de su género, pero guárdate sobre todo de este chico porque en la frente lleva escrita la Condenación, a menos que se borre lo que lleva escrito. Y ahí el Espíritu – la voz del propio Dickens - dirige su mano a la ciudad, a la que acusa con voz tonante: ¡Niégalo! (…) ¡Difama a quienes te lo dicen! ¡Admítelo para tus propósitos tendenciosos y empeóralo todavía más! ¡Y aguarda el final!
IV
El final de la Canción de la Navidad
El Fantasma de la Navidad del Futuro es muy diferente a los anteriores: Iba envuelto en un ropaje de profunda negrura que le ocultaba la cabeza, el rostro, las formas, y sólo dejaba a la vista una mano extendida, de no ser por ella, habría sido difícil vislumbrar(le) y diferenciarle de la oscuridad que le rodeaba. (…) Scrooge notó que era alto y majestuoso y que su presencia misteriosa le llenaba de grave temor. Nada más podía discernir pues el espíritu ni hablaba ni se movía. Scrooge, remecido por el Pasado y el Presente, sabe que este Espíritu representa el Futuro y siente miedo y horror, pero asoma pequeña la esperanza de que todo puede ser distinto. Ve hombres de negocios que hablan con displicencia de un muerto reciente, y poco a poco transita desde la compasión por el muerto al horrible convencimiento de que ese cadáver que todos desprecian y cuyas pertenencias se arrebatan los buitres de la muerte, podría ser él mismo. Y el Fantasma le muestra en silencio el cadáver con afán documental y frío, con una indiferencia que añade más horror si cabe a estas escenas: (sobre el lecho) yacía el cadáver de aquel hombre, despojado, desposeído, sin que le velaran, sin que le lloraran, sin que le atendieran. Scrooge ruega al Fantasma le muestre un buen sentimiento asociado a este muerto, y el Espíritu le muestra una familia que no tendrá que pagarle la deuda al usurero. Scrooge no quiere saber que el muerto es él mismo, y pide al Fantasma le enseñe un afecto relacionado a un fallecido, y el silencioso Espíritu le muestra a Bob Cratchit que vuelve de visitar la tumba de Tiny Tim, así como la congoja de la honrada familia, en dolorosísima contrastación con la indiferencia que despierta el otro muerto. Y cuando el Fantasma le muestra su propia lápida con su propio nombre, Scrooge es presa del pánico y suplica una oportunidad: Haré honor a la Navidad en mi corazón y procuraré mantener su espíritu a lo largo de todo el año. Viviré en el Pasado, el Presente y el Futuro; los espíritus de los tres me darán fuerza interior y no olvidaré sus enseñanzas. ¡Ay! ¡Dime que podré borrar la inscripción de esta losa!
Y, de repente, Scrooge despierta en su cama, y se siente raro, pues ha pasado por un reajuste cognitivo y afectivo de raíz: (…) el tiempo que le quedaba por delante era su propio tiempo y podía enmendarse. (…) Viviré en el Pasado, el Presente y el Futuro, repetía Scrooge mientras luchaba por salir de la cama. Los tres espíritus me darán fuerza. ¡Oh, Jacob Marley! El Cielo y la Navidad sean loados. ¡Lo digo de rodillas, viejo Jacob, de rodillas! Y suenan las campanas, porque hay más alegría en el Reino de los Cielos por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no lo necesitan. El viejo renegrido usurero se ha transformado, ha renacido, se ha reformado, está chiflado de contento: ¡No sé qué hacer! decía Scrooge llorando y riendo al mismo tiempo, (…) Me siento tan ligero como una pluma, tan feliz como un ángel, tan contento como un colegial (…) tan embriagado como un borracho. ¡Feliz Navidad a todos, feliz Año Nuevo para el mundo entero! (…) ¡No sé en qué fecha estamos! (…) No sé cuánto tiempo he estado con los espíritus. No sé nada. Estoy como un niño. Qué más da. No me importa. Es mejor ser como un niño. ¡Hola! ¡Yuppy! Y se entera que aún es Navidad, y muere de risa al imaginarse la cara de la buena señora Cratchit cuando vea el pavo enorme que le envía de incógnito, y le baila la panza de contento al hacer copiosa donación para ayuda a los pobres: Ni un ochavo menos dice al sorprendido filántropo que recibe la donación Le aseguro que van incluidos muchos atrasos. Pero, y sobre todo, descubrió que todo le resultaba un placer. Luego se invita a sí mismo a casa de su sobrino, a tratar de recuperar los afectos tan tontamente relegados. Y así arregla su vida, pone las cosas en su lugar, repara sus muchas faltas con Bob Cratchit. Y fue así que cumplió más de lo prometido. Lo hizo todo y muchísimo más; fue un segundo padre para Tiny Tim, que no murió. Se convirtió en el amigo (…) y hombre más bueno que se conoció en la vieja y buena ciudad o en cualquier otra buena ciudad, pueblo o parroquia del bueno y viejo mundo. Algunas personas se reían al ver el cambio, pero él les dejaba reírse sin prestarles atención (…) Su propio corazón reía y con eso le bastaba. (…) en adelante (…) siempre se dijo de él que sabía mantener el espíritu de la Navidad como nadie. ¡Ojalá se pueda decir lo mismo de nosotros, de todos nosotros! Y así, como dijo Tiny Tim, ¡que Dios nos bendiga a todos, a cada uno de nosotros!
V
Colofón
Y no queda más que desear a todos mis lectores una Feliz Navidad, y que lean la Canción de Navidad y lo que quieran, y como quieran, y donde quieran. Y como dijo Tiny Tim: ¡Que Dios nos bendiga a todos, a cada uno de nosotros!
CRÓNICAS DE LECTURAS - 16
Leer sobre Lectura (i)
I
Crisis económica y Clases Particulares
En los años ´80 en el Perú se
produjo un doble trauma de carácter catastrófico, aunque por lo general
tendemos a solamente recordar sólo uno: Sendero Luminoso inició la Lucha
Armada, y Alan García gobernó el Perú por primera vez. No me extenderé en una
descripción sobre ambas calamidades, sus consecuencias son evidentes aún.
Simplemente menciono un efecto que estos cataclismos produjeron en el devenir
de mi existencia, y de hecho no fue un efecto tan trascendental. Pero en honor
a la verdad debo decir que si me orienté a mirar a profundidad los fenómenos
del aprendizaje y entre ellos los de la lectura, puedo decir que se lo debo a
Abimael y a Alan Damián, en partes iguales. Nunca ha sido fácil ganarse la vida
en el Perú, pero a fines de los ´80 y principios de los ´90 se había hecho
extremadamente complicado. Para muchísimos esa etapa fue de cambios de ciento
ochenta grados: Yo andaba en administración, finanzas e investigación de
mercados; y de repente tuve que volverme a donde podía hallar trabajo, la educación.
Diantres, educar siempre fue mi vocación, lo estudié, pero nunca esperé que
tendría que usarlo para ganarme la vida. Sabía lo mal considerada que está la
carrera, y aunque siempre fue mi vocación personal, era lo suficientemente
sensato para saber que no sería por su ejercicio que armaría una situación
económica razonable. Mi expertisse en
el tema había empezado a los 15 años, que me metí de apóstol voluntario, y así
antes de iniciar mi carrera ya había acumulado cinco años enseñando en colegio
primario. Como la crisis económica en la que el Perú se debatía desde los ´70
parecía adoptar carácter permanente, las empresas en que trabajaba o eran
privatizadas o quebraban (algunos maliciosos amigos especulaban que las
quiebras tenían sospechoso vínculo conmigo), y ganarse la vida se volvía más
peliagudo, en especial cuando estás criando hijos y tratas, como se dice, de
“darles lo mejor”. Así que desempolvé papeles, y entré de lleno en la educación
del modo en que se hacían más cobres: Por la libre, como free-lance. Que eso de tener jefes que te explote era algo ya
experimentado. Además gracias a Alan Damián todo el mundo era free-lance (que era decir desempleado,
pero con caché), así que aproveché de
una pequeña propiedad y le saqué partido residiendo y trabajando en ella.
Así que heme aquí de profesor y
promotor de mi empresa Servicios
Educativos Eiffel, que así le llamé con toda pompa. Recibía alumnos de
escolar, preuniversitaria y universitaria, que la manera de ganar alumnos era
ofrecer un servicio adecuado y efectivo. Y así me encontré a mí mismo haciendo
Constructivismo sin siquiera tener una idea de la existencia del concepto, que
aún no había llegado a estas latitudes. Y mi “constructivismo” avant-la-lettre empezaba por operar
haciendo coaching individualizado y
operando “por competencias”, términos que tampoco se usaban porque, como el
chiste alemán, aún no habían llegado. En todo caso o llegué a ciertas
sistematizaciones de modo espontáneo, o simplemente estaba subido sin saberlo
en la tendencia internacional, porque en esos mismos años se salía del modelo
de la Tecnología Educativa y se hacía fuerte crítica de los modelos educativos tradicionales.
Desde mi perspectiva la cosa era simple: Interrogaba a mi alumno sobre su
necesidad, sobre lo que visualizaba como problema y determinaba qué era
necesario hacer. Y así tratábamos de resolver el problema. Tuve algunas
experiencias muy interesantes: Recibía niñas pequeñas que necesitaban cercana
tutoría durante el viaje al extranjero de los padres, jóvenes de primaria con
problemas de “disciplina”, jóvenes secundarios que necesitaban aprobar sus
cursos, preuniversitarios y universitarios que “no la agarraban”. Incluso
jóvenes y adultos con requerimientos especiales, en los que no me explayaré,
pero que estaban en lo que hoy llamamos inclusión educativa. Fueron así varios
años en los que fui acumulando experiencias educativas de diversa índole, y en
los que me hice bien conocido en mi barrio. Y aunque había enseñado siete años en
colegio nacional, e incluso por nueve meses fui unidocente multigrado en la
sierra, hay siempre algo nuevo en enseñar, pues que no trabajas con arcilla y
piedras sino con mentes y corazones. Recuerdo una señorita de fuerte
personalidad que llegó proclamando su odio por las Matemáticas, su absoluta
falta de interés por ellas, y que me necesitaba para poder dejar de verlas el
resto de su vida, pues tenía que aprobar un examen sobre álgebra que incluía el
Binomio de Newton. Debo haber trabajado muy bien con ella, porque al final dejó
el Derecho y estudió Administración. De aquí extraje mucho de importante: El
papel de la motivación, la necesidad de tener currículas abiertas y flexibles,
lo importante que es lo individual - coaching,
tutoría y tutorización -, lo esencial que es comprender las diferencias
individuales, lo necesario de orientar y facilitar más que enseñar e imponer; y
por obre todo, cuán necesario se estaba haciendo enseñar a aprender más que
paporretear.
II
De la Preceptiva al Constructivismo
Así que me encontré por muchos
años en el rol del Preceptor, y tuve alumnos con los que trabajé desde el
tercero de primaria hasta el segundo de Universidad. Eventualmente continúo en
la Preceptiva, y soy caro porque aseguro resultados, en fin, nunca es de más
hacerse un poco de propaganda. Fue a través de algunos de mis alumnos del Humboldt
que llegó Sandra P. a mi oficina, a
quien nunca agradeceré lo suficiente el haberme confiado el curso de
Metodología del Estudio y la Investigación en la Escuela de Interpretación y Traducción de Lima (ESIT). Imagino que
algo debió verme para planteármelo, pero tampoco vamos a hacernos los
retrecheros, lo cierto es que se presentó la oportunidad y traté de plantear la
cosa pedagógica que tenía en mente de la manera más coherente posible. Por
primera vez tenía en las manos la posibilidad de investigar lo que era
necesario para formar Traductores e Intérpretes. En realidad y sin saberlo, tras
varios años de hacer coaching, me
había vuelto constructivista, Y me computaba mismo revolucionario en la
Educación, hasta que una colega me saludó años después como constructivista y
ahí me enteré cómo era la cosa. Pero por entonces arranqué por lo obvio: Qué
querían de mí mis empleadores, lo que me llevó a la malla curricular, los
requerimientos de las dos carreras, los perfiles de ingreso y egreso, las
características y rasgos de la Traducción y la Interpretación; y de ahí a las
habilidades y capacidades que debía formar, y de ahí a los contenidos de mi
curso. Todo estaba en mi Syllabus, que empecé a entender también como un
Manual: el curso se desarrolla en dos
niveles paralelos, uno teórico y otro práctico, tendiendo a establecer una
praxis constante, que entendemos como base del proceso del aprendizaje. Ya estaba, por ende, centrando la cosa no en la Enseñanza, sino en el Aprendizaje. Y eso
fue lo único verdaderamente revolucionario que hice, y que mis colegas imitaron
por la razón más sencilla del mundo, porque funcionaba. Por esa razón mi curso
siempre resistió la tentativa de reducirlo a tres horas semanales, y tuvo
cuatro horas semanales en dos bloques de dos horas durante diecisiete semanas.
El debate que años después
presenciaría en el Ministerio de Educación y otros lugares entre Objetivos y
Competencias siempre me pareció estéril. De hecho yo no me hacía problemas y
planteaba Objetivos para la parte Teórica (Un
concepto claro de la Metodología y su importancia; el aprendizaje de las bases
del conocimiento científico; y la comprensión de las técnicas básicas de la
Investigación Bibliográfica y de Campo), y Competencias para la Práctica (Comprensión de lectura y elaboración de
resúmenes - captación y transmisión de contenidos; Aprendizaje de las
modalidades y técnicas de Toma de Apuntes, lectura y fichaje, dirigidos a la
autoeducación y autoformación; y Elaboración de Trabajos de Investigación,
incluyendo Investigación Bibliográfica y de Campo). Porque después de todo
mi Objetivo General era que al final del
curso el participante debe hallarse habilitado para tomar en sus propias manos
el proceso de aprendizaje, de manera que esté en condiciones de aplicar las habilidades
adquiridas en todos los aspectos de su vida intelectual, entre ellos los cursos
que llevará en su Institución u otros lugares, así como a su vida profesional. (…)
el participante debe hallarse mejor capacitado emocional e intelectualmente
para enfrentar las dificultades que ofrece el aprendizaje, y obtener resultados
positivos prácticos pero con base firme en el rigor de los esquemas del método
científico. Y dado que pensaba en términos de Praxis, pues podía aplicar la
teoría en la práctica y hacer que mis alumnos leyeran, tomaran apuntes,
ficharan e hicieran investigación bibliográfica y de campo precisamente sobre
los temas teóricos. No es difícil si tienes clara la diferencia entre problemas
sustantivos y problemas técnicos. Aquí me sirvió muchísimo la expertisse alcanzada como Investigador
de Mercados. Y la verdad es que nunca abrigué la más mínima duda que mis
alumnos aprenderían. Y por ello algunos
otros aspectos cayeron, llamémoslo así, de cajón, aunque no con la misma
claridad todo el tiempo, temas como la importancia de la metacognición y la
evaluación por competencias. Lo cierto es que, tal como preconizaba yo mismo,
la Práctica me aclaraba la Teoría y yo asumía cualquier cambio en mi syllabus
como hipótesis a demostrar.
III
El Aprendizaje de las Competencias Lectoras
Una de las cosas que necesaria y
obligadamente tiene que hacer un Traductor en su vida profesional, es leer.
Leerá mañana, tarde y noche, lo hará en varios idiomas y registros, y sus
ingresos y su forma de vida dependerán en mucha medida de la rapidez y
eficiencia de sus procesos lectores. Me parecía de extrema importancia que el
participante supiera qué hace cuando lee. Y ello significaba que yo, el
profesor, debía saberlo a la perfección. Yo leía desde tiempos inmemoriales,
con gran rapidez y entendiendo bien, es decir, era bastante práctico en esto de
leer; pero carecía de la Teoría. Naturalmente me sorprendí al enterarme cómo,
siendo yo mismo tan aficionado a leer, y consciente de que la mayor parte de
mis conocimientos provenían de la lectura; ignorara tan absolutamente la teoría
de la lectura. No había hecho mi tarea. El Curso de Metodología me dio el
pretexto perfecto para hacerlo, y conforme iba aprendiendo iba aplicando
directamente, con lo que mejoré drásticamente mi capacidad lectora, a la vez que
el dominio teórico sobre ésta. Echarse a buscar los elementos teóricos de los
procesos lectores no era fácil en aquellos días, los procesos no se veían
claros y la comprensión lectora no era el problema acuciante que hoy en día se
distingue. Busqué en Bibliotecas Públicas, y encontré muy poco sobre Lectura.
Pero tanto va el cántaro a la fuente que al fin hallé casi todo lo que quise en
una de las poquísimas Bibliotecas Privada-Públicas existentes, la de CEPAL (en aquel entonces solamente Centro Peruano de Audición y Lenguaje).
Fue ahí que gracias a su amabilísima bibliotecaria pude leer y fichar los
primeros textos que leí sobre Lectura y Comprensión Lectora; empezando con los
de INIDE (Instituto Nacional de
Investigación en Educación) que me
proporcionaron algunas luces, en especial el Estudio de los niveles de comprensión de lectura en una muestra de
docentes en servicio del Perú de 1977; que me dio a conocer el problema lector
que pocos años después se evidenciaría, y así mismo cuán asociado estaba al
problema de la didáctica. Otro INIDE
fue Lenguaje: Linguística y
Metodología,
compilado
por Ibico Rojas y Lilly García. Encontré asimismo
al estudioso de la lectura en el Perú Danilo
Sánchez Lihón, investigador y compilador cuyos trabajos me devoré. Recuerdo
además a Olga Manyari
Rey de Córdova, Los Niveles de
Comprensión de Lectura en los alumnos de Primer Ciclo de Educación Superior,
cuyos resultados yo trataba de extrapolar a mi experiencia, aunque no empleaba
los mismos instrumentos en mi propia práctica docente. Quedé muy impresionado
con un artículo de 1986, de la Revista de Psicología-PUCP, de Juana Pinzás García, cuya claridad y
precisión me fueron muy útiles: Del
símbolo al significado-El caso de la comprensión de lectura. Posteriormente
leí su Leer pensando – Introducción a la
visión contemporánea de la lectura (2001). También devoré grandes
cantidades de lectura sobre los procesos cerebrales, en particular la dislexia
(Albert Galaburda), las técnicas de
redacción (College Reading and Study skills,
de Katherine McCormack), y las técnicas remediales de Comprensión
Lectora, donde hallé los inapreciables trabajos de Mabel Condemarín y toda la tribu chilena. También fue la primera
vez que me crucé con Lev Vygotsky,
cuyo Pensamiento y lenguaje me ha
acompañado desde entonces. Hubo más, claro, pero estos son los que recuerdo particularmente
de manera especial y que me dieron a conocer lo que buscaba.
En todo esto yo estaba llevado del concepto
metacognitivo de que si sabes qué estás haciendo pues entiendes mejor y llegas
a su dominio (mastering phase). Por
supuesto todos nosotros lo sabemos, pero no lo tenemos demasiado presente todo
el tiempo. El aprendizaje es una cosa compleja en sí misma, y los procesos
metacognitivos son importantes cuando sobre pasamos determinado nivel. Para
Traductores e intérpretes me parecían absolutamente esenciales, pero la
Comprensión Lectora no es un Fin en Sí mismo. Se trabaja para ser utilizada en
los procesos de Traducción e Interpretación, y por ello me parece importante
darle al asunto desde el primer momento: La Comprensión de Lectura es un
proceso conformado por operaciones de predicción sucesivas y concéntricas:
Microoperaciones a nivel de palabras, oraciones y párrafos; y Macrooperaciones
a nivel de conjuntos de párrafos, capítulos, grupos de capítulos, libros y
conjuntos de libros. El paso de las Microoperaciones a las Macrooperaciones
implica un salto en el nivel de los procesos mentales vinculados, pues en
definitiva relacionar conjuntos de textos implica el uso de habilidades muy
superiores a relacionar oraciones. Estas operaciones requieren del ejercicio de
procesos mentales que hallamos en cualquier Taxonomía de habilidades más o
menos coherente. Y basado en ello planifiqué y ejecuté formas de tortura
intelectual con mis alumnos, que sin excepción me odiaban cuando tenían que
hacer sus tareas de una semana a otra. Las Tareas consistían en el resumen de
textos complejos, en el que cada párrafo debía reducirse a una ficha siguiendo
un conjunto de microoperaciones detalladas. Reconozco que los textos cuyo
resumen solicitaba por fichas y marcando el paso eran grandes y malosamente
elegidos: El Discurso del Método de René Descartes; Los
Sonámbulos de Arthur Koestler; El Crepúsculo de los Ídolos de Federico Nietszche; Sobre la Inducción, de Bertrand Russell; Sobre el método deductivo de Alfred
Tarski;, Los límites de la comprensión científica del
hombre de Gunther Stent. Creo a estas alturas que era excesivo
ponerles estos textos a mis alumnos de entonces, pollitos recién salidos de la
Secundaria. Y sin embargo, no me arrepiento para nada, y lo justifico por razón
de la evaluación del curso. Por supuesto, el Curso de Metodología del Estudio y
la Investigación se evaluaba entonces, como ahora, empleando el increíblemente
vetusto sistema vigesimal. A estas alturas me parece increíble que las
Universaidades sigan empleando este sistema. Pero para mi sorpresa, cuando
dicté mi Curso las primeras veces no generaba desaprobados, y más bien las
notas eran altas, aunque el Curso era considerado el más difícil de todos los
de Primer Ciclo. La respuesta es sencilla: La valla era alta, pero no
impasable. Y si mis alumnos la conseguían pasar no había ninguna razón para no
ponerles … 20. Vale decir, en la práctica solamente habían dos notas: 0 y 20.
Es decir, o tienes la Competencia, o no la tienes. Punto. Al término del
proceso de enseñanza / aprendizaje, no pueden haber Competencias a medias: o
sabes manejar el carro o no sabes manejarlo; o sabes nadar o te ahogas. Es una
cuestión de manejar adecuadamente capacidades, habilidades y conceptos. Y
actitudes, claro está. Porque hay una manera de desaprobar el Curso, y así se
lo decía a mis alumnos: Si no quieres.
IV
Más Libros sobre Lectura
Posteriormente y en base a los
años que me pasé dictando el Curso de Metodología del Estudio y la
Investigación, más otros cursitos como Realidad Peruana y Latinoamericana;
Realidad Mundial Contemporánea; Ciencia y Tecnología; Lógica Matemática;
Introducción a la Economía; Organización y Administración de Empresas de
Servicios, Seminarios de Tesis y otros más de la misma calaña, en ESIT y en otras partes; me percaté de
las profundas falencias de la Educación Superior y Universitaria. No las
indicaré de nuevo, ya algo al respecto he hecho en otras de estas Crónicas de
Lecturas. Pero por alguna razón el Curso de Metodología del Estudio y la
Investigación es uno de los engreídos de mi corazón, y como ya dije me obligó a
aprender mucho, muchísimo más sobre lectura. Y es que cuando te subes a un
carro ya es difícil bajarse. Y así entonces mis intereses sobre la Comprensión
Lectora se abrían en diversas direcciones, empatando particularmente con el
tema de las neurociencias, y así entonces libros como la Introducción
a la Neuropsicología de Arthur
Benton, y Cerebro y Lenguaje, de Archibaldo Donoso poseen algunos
capítulos dedicados a explicar de modo profundo y más o menos sencillo sobre la
neuropsicología de la lectura y escritura. Otros títulos interesantes son Léeme un Cuento: Desarrolle en sus niños el
amor a la lectura; de Bernice Cullinan, Andar entre Libros, de Teresa Colomer; Leer, pensar, entender,
de Ester Ruth Tuchsznaider; Aprender
a leer, de G. Wells; Análisis psicolingüístico de la lectura y su
aprendizaje, de Frank Smith; Modelos de Lectura, de Lucía Araya; el excelente y jocundo Lector in fabula, de Umberto Eco; Progress in Understanding Reading: Scientific Foundations and New
Frontiers, de Keith Stanovich,
que en referencia a la estructura y funcionalidad de la capacidad racional, plantea
el famoso “efecto Mateo” (El que más tiene, más recibe), aplicable entre
otros muchos aspectos a la Comprensión Lectora. Naturalmente no he leído todo
lo que me gustaría leer sobre lectura. Ojalá me dé el tiempo y la vida para,
sobre todo, tener la oportunidad de aplicar lo leído en algún momento.
Hay otros libros que sin tratar
directamente sobre Lectura o Comprensión lectora se refieren a éstas en
diferentes contextos. Uno de los que más me gustaron lo leí con ocasión precisamente
de la planificación del Curso de Metodología y no dudo en recomendarlo con todo
entusiasmo: Cómo se hace una Tesis de
Umberto Eco debería ser el libro de
cabecera de todos los que están haciendo trabajos de investigación. A
diferencia de muchos otros cuenta con una suerte de frescura que le quita
solemnidad y pone las cosas en su lugar. Y finalmente, vale la pena mencionar
que mi tiempo a cargo de este Curso de Metodología del Estudio y la
Investigación – así como todos los demás cursos que dicté durante mi
permanencia en ESIT - coincidió con un acontecimiento de enorme importancia que
estaba ocurriendo paralelamente por entonces: El origen e introducción de
Internet en nuestro país, que según parece se produjo durante toda la década de
los ´90, o por lo menos fue por entonces que yo lo noté. Tuve la buena suerte
de aprender mucho sobre lectura y comprensión lectora a través de la cuenta de
Internet (Red Científica Peruana) que ESIT tenía. Claro, la velocidad de
conexión era muy baja, y la información se demoraba un siglo en cargar, por
comparación con la actualidad. Pero era rapidísimo en relación con la búsqueda
en Biblioteca. Y me parecía absolutamente extraordinario poder utilizar un
exótico motor de búsqueda, escribir “lectura” y encontrarme con montones y
montones de páginas con información relevante al respecto. Claro, el
revolucionario Google no existía aún,
los motores que empleábamos eran básicamente Altavista, el excelente Lycos,
Excite, WebCrawler y otros, pero para lo que necesitábamos entonces era más
que suficiente. Y en realidad,
reflexionando un poco, siempre fue más que suficiente, ahora tenemos mucho más
de lo que necesitamos, a no ser que afinemos la búsqueda.
V
Colofón
Mucho de lo que aprendí en los
años que estuve en ESIT me fue de extraordinaria utilidad posteriormente,
cuando dediqué tiempo y energías a capacitar Maestros secundarios de la
educación pública. Lo cierto es que cuando se lee, nada se pierde y todo
encuentra utilidad y aplicación. Por ello me ratifico en que uno debe Leer lo que quiera, como quiera y cuando
quiera.
CRÓNICAS DE LECTURAS - 17
Leer a César Vallejo
I
Por qué Vallejo, y qué es (para mí) leer poesía
Me meto con César Vallejo, y sé que me equivoco al hacerlo. Quería hablar de
poesía peruana, y me encontré que mi Crónica no funciona para el Cholo Vallejo. Yo quería hablar de dos,
o tres o cuatro poetas peruanos. ¿Pero qué otros poetas pueden ser incluidos
con el Cholo? Ni jugando a la
perinola o metiendo papelitos en un sombrero podría elegir los otros: Eguren, Heraud, Calvo, Salaverry, Martín
Adán, Hinostroza, Oquendo de Amat, Hidalgo, Eielson, Romualdo, Delgado, Rose,
Sologuren, Corcuera, Hernández, Martos, Bueno, Carmen Ollé, Moro, Varela,
Churata, Nicomedes Santa Cruz, Chocano, Cisneros, Orrillo, Rossella Di Paolo,
Yerovi, Domingo de Ramos, Mora, Guevara, Scorza, La Hoz, Moromisato, Watanabe, González
Prada, Peña, María Emilia Cornejo, Westphalen, Florián, Dreyfus, Melgar, Valcárcel,
Abril, Carlos Germán Amézaga, Parra del Riego, Belli, Chirinos, Ureta,
Pollarollo, Valdelomar … no, no, no, no y no. Demasiados poetas, damas y
caballeros, demasiados. Qué país, Señor de los Milagros. ¿Quién nos manda tener
tantos poetas? ¿Quién me manda a mí, Dios de Israel, meterme en estas honduras?
Hay error de base, así que agarro y digo que no, que Vallejo es literalmente otro cantar, y elegir a otros para
acompañarlo es dejar a los demás fuera, y no hay derecho a hacer eso a los
poetas de este mi país.
Ahora bien ¿quién miéchica soy yo
para hablar de poesía? Nadie. Apenas un lector. Y solamente eso. Bastante iluso
de mi parte el intentar hablar de poesía, me imagino que tendría que entenderla
primero. Pues hay poesía que no entiendo por más que lo intento, como hay la
que me llega al alma a lo espontáneo, y se supone que la poesía es musical, y a
veces no le pesco la música para nada, y me siento ridículo; o a veces la
entiendo por las patas de los caballos, como mis amigos que sí saben me lo hacen
notar todo el santo tiempo, ojalá sus queridas y benevolentes almas se
achicharren en el infierno que Dios le reserva a los comentaristas literarios.
Lo único a que puedo apelar es que me gusta leer a Vallejo, y eso es todo. No he estudiado Literatura ni Lingüística,
menos Filología, así que mírenme por encima del hombro todos los expertos que
en el mundo son y han sido, tienen mi permiso para morirse de risa. Y así me
levanto sobre mi pedestal de lector, y nada más que de lector, y reivindico mi
dignidad: Así como soy nada más que lector, creo que sé algo de qué les pasa a
otros lectores cuando tratan de entender a Vallejo. Y si se trata de saber qué
es leer poesía y qué es leer a Vallejo,
trato de captarla por la simple. Y aunque he tratado de leer la teoría, al
final me quedo con Martín Adán, que poesía no dice nada / poesía se está callada
/ escuchando su propia voz.
II
La peripecia del silencio
En el silencio florece la poesía,
en el lenguaje que es inefable (= que no se puede hablar). Supongo que así como
vives cosas que así nomás no puedes expresar, cuando puedes y necesitas decir
algo, lo dices así porque no puedes decirlo de otro modo. Eso si llegas a estar
más allá del balbuceo. Te enamoraste de la mujer más bella del mundo y resultó
ser un basilisco con faldas, qué importa. Te botaron de esa chamba,
precisamente de esa, qué diablos. Te jalaron en ese curso y te corrieron dos
años el recibirte, al cuerno. No tienes plata, nada te alcanza, la vida es un
asco. Te sientas como un gorrión sobre un alto mástil y desde ahí miras, y te
miras. Te haces extraño a tu propio mundo, todo se te hace gestuar o gritar en
muda protesta, y como todos en la eterna adolescencia nacional – a no ser que
ya desde antes tuvieras mustio el corazón – pergeñas algo que dé cuenta de todo
eso, porque lo necesitas, porque te das cuenta - y no - de donde estás y qué
eres, y ser peruano te duele, porque repentinamente te percatas qué significa
eso de que Le daban duro con un palo, y
duro. Y te encuentras a ti mismo metido sin querer en la del Cholo Vallejo, porque estás en ese
momento en que Esta tarde llueve como
nunca; y no / tengo ganas de vivir, corazón.
Y así enfrentas lo que hay en el
ti mismo y en el Otro a quien no comprendes. Y a veces estás feliz – ¿No subimos acaso para abajo? / Canta, lluvia, en la costa aún sin mar
- y en medio te percatas qué precario es
eso, qué provisional había sido, y así lo llenas y vacías de tristeza, y te
preguntas por la voluntad de Dios, vestida de suertero, y te das cuenta que
todos tus huesos son ajenos, y ni Dios puede ayudarte, porque le duele el
corazón. Cual es mi explicación. / Esto
me lacera la tempranía. / Esa manera de caminar por los trapecios. / Esos
corajosos brutos como postizos. / Esa goma que pega el azogue al adentro. /
Esas posaderas sentadas hacia arriba. / Ese no puede ser, sido. / Absurdo. /
Demencia. / Pero he venido de Trujillo a Lima. / Pero gano un sueldo de cinco
soles. Y pensar que hay quien dice que el Cholo Vallejo es deprimente, y no lo lee porque es negativo para la
autoestima. Como si darse cuenta de quién eres y cómo vives fuera un no, palabreja
de tercio excluido. Será positivo taparse los ojos, entonces pues. Así no verás
sino la histérica farra que compras, y con qué cara se atreve el loco a decir
que el Cholo está loco: Jamás, señor ministro de salud, fue
la salud más mortal y la migraña extrajo tanta frente de la frente! Pero a algunos la cordura les pesa y se les
cae. Y hasta la misma pluma / con que
escribo por último se troncha.
III
Moriremos con aguacero
Preservar lo que sientes hasta la
vejez y la muerte es la vocación del que sabe que con poemas no te ganas la
vida y te pavimentas la ruta a la fosa. Allá, al fondo, está la muerte, pero en
medio hacemos algo, y el cadáver, ay,
siguió muriendo. Pero al final no muere, porque escribimos con un dedo
grande en el aire, y porque lo que hacemos hace sentido hasta que lleguemos a
ese Viernes Santo del cual tenemos ya el recuerdo, y qué viejos los 2 que mi
hija escribe en el cuaderno. Vallejo
no está acá para matar a carcajadas a los cuerdos, que se creen su cordura y su
discurso porque tienen tercio excluido y tarjeta de crédito, la cordura de la
gordura, porque el Viernes Santo no les llega ni de recuerdo, y porque esperan
que los cadáveres que siguen muriendo se mueran todos de una buena vez, que no
fastidien, que no se levanten, que no abracen, y menos todavía se echen a
andar. Y todo es así un dedo grande en el aire. Yo no debo estar tan bien; / Avanza, avanza el pie!
Como yo mismo soy, me siento y digo
lo que me es propio, leo y recito y me como a Vallejo como se me da mi real
gana, porque para eso es. Porque no se es cuerdo en la cordura universal de la
macroeconomía, sino en el desequilibrio de lo perennemente desequilibrado,
donde balancearse es la ley y la virtud. ¿Qué hace uno, último y mínimo frente
a esta inconmensurable locura, si no es remar contra el balanceo? Y eso te
garantiza la cordura, creemos, la que escupe de su boca el tercio excluido.
Porque Este piano viaja para adentro, /
viaja a saltos alegres. / Luego medita en ferrado reposo. Y por eso el
hermano Juan Gonzalo Rose, que
también se la sabía, pedía menos belleza,
padre, y más sabiduría.
IV
Vallejo hoy
El Cholo Vallejo no parece cuadrarse en nuestro optimismo de país que
crece. Eso dicen algunos cuerdos. Que junto con el Ribeyro ese, es amargo, resentido, deprimente, radical, iconoclasta,
calvo y zurdo. Se olvidan quien es nuestro mayor poeta vivo. Y digo vivo no por
la huachafería esa de seguir vivo en sus obras, porque el hombre Vallejo está muerto y bien muerto y
mejor que esté bien muerto y enterrado en Père
Lachaise, porque acá la cordura no está bien vista, y hay que reventarle el
sentido para que tenga sentido. Y así digo que Vallejo es un poeta vivo aunque está bien muerto porque me llega a
la tapa del órgano el tercio excluido. Que Vallejo
no quiso volver al Perú porque el destierro es el único remedio para la cordura
fundamental de ser peruano. Que el Perú lo saben mejor los ladinos tres
millones de peruanos que se largaron para no volver, lo saben mejor que los que
se quedaron (nos quedamos), porque la tierra
/ es un dado roído y ya redondo / a fuerza de rodar a la ventana, / que no
puede parar sino en un hueco, / en el hueco de inmensa sepultura. Y Georgette, que lo sabía también, no les
permitió a los fans del tercio excluido
extraer huesos del Père Lachaise para
matarlos de a de veras en un mausoleo con monumento incluido, porque Vallejo en París es el testimonio vivo
de lo único que es real del Perú: el destierro. Y así seguirá siendo hasta que
algo pase, de repente.
Algunos no lo leen porque es hermético,
difícil y complejo, triste y solidario, serio y apoya la cabeza en la mano para
siempre. Porque los profes tratan de meterles en sus cabecitas sus propios
esquemas, porque no saben leer, o porque los engañaron diciéndoles que eso que
hacen es leer. Cuando al Cholo Vallejo no hay que leerlo con los ojos sino con
los huesos húmeros, para, como dice Romualdo,
explotarlo como a Túpac Amaru, que es la
libertad, y para sentirle los huesos desintegrándose en París. No es Vallejo poeta menos que hombre, ni
separársele del España, aparta de mí este
cáliz. Y eso es feo dicen los cuerdos que se hacen la pufi en sus cojines
de raso. Porque eso de luchar por la justicia lo dice el Supermán cuando se
echa a volar con su tercio excluido. Pero allá en el fondo el Cholo nos sigue acechando: Fósforo y fósforo en la oscuridad / lágrima
y lágrima en la polvareda.
V
Colofón
Trato de decir sobre César Vallejo lo poco que sé y así es
como se me sale. Incompleto, que no soy digno de desatar las correas de las
sandalias de los especialistas. Es mi palabra, la de un hombre, humano, que lee
a Vallejo. Así como leemos para
aprender, para saber, para mejorar, para entender, también lo hacemos para
estar Más acá, más acá. Y ya sabes, lee lo que quieras, como quieras, donde
quieras. Lee al Cholo Vallejo y no
le hagas caso a los cuerdos.
CRÓNICAS DE LECTURAS - 18
LEER LA BIBLIA (I)
I
Confesiones
Si el lector pretende encontrar
en estas líneas una apología de la ortodoxia cristiana católica o de cualquier
otra, no es el caso. Respeto a los creyentes de toda confesión, incluyendo a
los que hacen gala de no confesar nada – manera muy propia de confesar algo. Reconocer
tanto los aportes de toda religión e iglesia, como sus monumentales metidas de
pata. Sin apologías ni negacionismos, sino al revés y por todo lo opuesto, me
arriesgo a la contradicción en un terreno donde hay más de dos extremos.
Emprendo el tema de Leer la Biblia
porque ningún lector que lea puede decir que lee si no la ha leído. Como en
toda lectura, los motivos por los que se lee cuentan mucho. La Biblia es un importante referente moral
y ético, y guste a o no a neopaganos, irreligiosos y arreligiosos la Biblia es parte esencial de la cultura
escrita, el Libro más leído de la Historia, el más editado, el primero en ser
impreso, el más traducido, el más citado y puede que el que haya desatado más
humanas energías para bien y para mal. Sal a la calle y verás iglesias de toda
laya que se basan en ella. En Lima sus citas adornan el atrás de los buses de
servicio público, taxis y automóviles particulares, y también te aconsejan Lea la Biblia. Muchos la adoptan, otros
la rechazan. Me gustan los temas de los que se dice no debe hablarse, así que
trataré de acercarme a la Biblia
desde mi propia y personal obsesión por los libros y la lectura, como persona
común y silvestre más o menos informada, que trata de ponerse a un lado – sin
éxito, estoy seguro - para ver qué puede significar eso de Leer la Biblia. Por ende, si alguno se sintiese
ofendido por alguna idea que proponga, que me acuse de hereje o pecador vitando,
si le hace feliz; yo, como dice Antonio
Machado: estoy en paz con Dios y en
guerra con mis entrañas.
Cuando se trata de religión todos
pretenden igual derecho a opinar, y no se puede ser objetivo en este tema. Pero
sí es obligación intelectual decir desde dónde se hacen las cosas. No se me
oculta lo complicado que es, se suele acabar en una indiscriminada recepción de
pedradas desde diversas y democráticas direcciones, más aún en época de Sede
Vacante. Pero la verdad desnuda es que no me entusiasman las Iglesias, dada la
combinación del mensaje divino con el márketing y las finanzas. Por ello me
aproximo al Libro Sagrado pensando más en la perspectiva individual de la
relación personalísima con Dios, Diosa, Eso,
Yo-Soy, Krishna, Manitú, Wiraqocha o lo que sea que sea “Eso Que
Está Ahí”. Creo que esa relación es importante, de un modo u otro. Como
muchos, tengo en difícil suspenso mi definición religiosa: La Iglesia Cristiana
Católica me tiene en stand-bye dado
mi problemático estado civil. Pero en el siglo XXI adscribirse a una confesión
religiosa no es tan esencial como solía ser. Como dice Miguel de Unamuno en su Agonía
del Cristianismo: Todos vivimos
juntos pero cada uno se muere solo. La mayoría de los expectorados de la
Iglesia Católica no están a la puerta de los templos implorando penitencia ni
que les permitan volver, ha habido demasiado autosuficiente regodeo de la
jerarquía oficial en su propio poder, que nada tiene que ver con la salvación
eterna, y es natural que se desconfíe. Un mínimo de autonomía espiritual exige
un mínimo de dignidad espiritual, y la hipocresía y manipulación de las reglas
en las diversas Iglesias en función de obtener ventajas corporativas no me hace
sentir cómodo: Me repugna el fingimiento beato que sigue la corriente y plantea
seguridades en materia de fe que se está lejos de poseer. Por aquello de Fe que no Duda es Fe Muerta (otra vez Unamuno) no me ajusto a ninguna
ortodoxia. Si hay un Dios, me parece que los rasgos que presentan de Él los que
se suponen lo conocen mejor no son consistentes con las eventuales cuentas a
rendirle. Como muchos, hay ciertas preguntas que me gustaría hacerle: agnosticismo
light que le llaman, y creo estar
mucho más allá – o más acá, cuestión de perspectivas - del hedonismo ingenuo
postmoderno. Pero mi formación y mi ética personal son cristianas y católicas, en
la vida tratamos de hacer las cosas lo mejor posible con lo que tenemos a mano.
Si hay Dios, en Sus manos estamos; y si no lo hay, como decía no sé si Schiller o Schelling, peor para Él. Y a nadie fuerzo a pensar como yo ni a
escuchar lo que tengo qué decir.
(Nota: Las citas de la Biblia que se harán en adelante se hacen
indistintamente de la Biblia Latinoamericana, Edición
revisada 1995, XIII Edición, Editorial San Pablo / Verbo Divino, España 1996;
y/o de la Biblia de Jerusalén, edición de bolsillo, Desclee de Brouwer,
Bilbao, 1976, según me parezca pertinente, excepto en donde formalmente se diga
otra cosa)
II
Interpretaciones, hermenéuticas, traducciones; y No Uno, sino Muchos
Libros
He dado buenas razones para
tratar sobre Leer la Biblia, pero
añadiré otra: La Biblia es una de mis
lecturas más recurrentes, particularmente profusa y militante durante mi
juventud. Significa muchas cosas diferentes para distintas personas, soporta
muchas formas de ser leída. Posee diversos géneros: Narrativa y poesía;
epístolas, cuentos, profecías, apocalipsis. Hay códigos de leyes, crónicas
históricas, ensayos filosóficos, pastillas morales. Elige presentar ciertos
hechos, a los que aporta su interpretación. Sus enseñanzas morales poseen trascendencia,
para algunos importantísima. Otros hay que se le oponen militantemente, otros
la esgrimen como rayo para fulminar. Un profe marxista la puede usar para
demostrar la Lucha de Clases, otros para demostrar que no hay tal cosa como la
Evolución de las especies. El de acá ve extraterrestres, el de allá piensa un
mundo de 6000 años de edad. Menos gentes de las que creemos ajustan su conducta
a sus planteamientos, y tal vez eso no sea tan terrible, atendiendo a las
notables contradicciones éticas en que incurre, si la aceptamos como un único
libro. Conservadores y liberales, Izquierdas y Derechas se justifican con citas
de la Biblia, a veces las mismas. En
una sociedad tradicionalmente católica como la nuestra, es un paisaje que
enmarca la moral social e individual, pero tengo la impresión que se la conoce
muy poco más allá de la cita descontextualizada, empleada para autojustificar
la propia conducta. Como con el Corán,
el Bhagavad-Gita, los Upanishads, el Tao-Te-King y otros tantos libros sagrados, interpretar la Biblia – materia de la hermenéutica y la exégesis – no es acto neutral. No faltaran nunca citas para hacer
justos ciertos hechos que estoy seguro el Buen Dios reprobaría sin reservas:
Cruzadas y guerras santas, quema de brujas y cacería de herejes, ignorancia e
intolerancia, imposición de ortodoxias e infames autos de fe, pogromes y
numerus-clausus, guerras y asesinatos, excesos de ascetismo y violencia física
y emocional, represión intelectual y demás bellezas que la especie le ha
endilgado a la familia desde la revolución neolítica. Ninguna confesión se
salva de haber usado los Libros Sagrados con fines despreciables. Creo
firmemente que no hay Dios Personal que se pueda imaginar que lo apruebe.
Para empezar, la Biblia no es “un libro”, ni siquiera
desde su etimología. Biblia significa los
libros, y eso significa desde la exégesis que hay muchos hagiógrafos
– escritores que se entienden como inspirados por la divinidad.
Inevitablemente, los hagiógrafos transmiten el Mensaje en géneros y registros
en los que se sienten a gusto o que creen necesarios, y, como pasa con
cualquiera, están desigualmente dotados de recursos estilísticos, culturales,
intelectuales y morales. Así en el mismo paquete nos encajan - fuera del
Mensaje Divino - contenidos propios de su persona, su lugar y su tiempo. No es
igual Moisés que el apóstol Juan, o Jesús Ben Sirá que el rey David,
o Nehemías que el evangelista Marcos. Y están presentes con sus
prejuicios, ideas y estereotipos tanto los hagiógrafos como sus lectores. La Biblia surge en Medio Oriente, pero es importante
para la identidad monoteísta de Occidente. Las diferencias entre las confesiones
se suelen atribuir a distintas versiones del Libro Sagrado, generadas a veces
por diferencias en las traducciones, lo que justifica sistemas de creencias
apenas diferenciables unos de otras, por poco que se examinen. El Cristianismo
Ortodoxo, por ejemplo, basa su diferencia en la cláusula filioque del Credo de Nicea, y la sustenta en textos de la Biblia, sin perjuicio de que el
Cristianismo Católico Romano sustente lo contrario en otros, o los mismos,
textos. Las confesiones derivadas de la Reforma se basan en la lectura personal
y el libre examen de la Biblia, lo
que explica las muchas Iglesias que aparecen como natural consecuencia del
choque entre dos necesidades tan contrapuestas como importantes: La necesidad
de fijar un texto único, y la necesidad de asegurar la propia Salvación. El
titánico esfuerzo de traducir la Biblia
a las lenguas vulgares de Martín Lutero
y otros trataba de levantar el velo que sobre la Palabra de Dios echaba la
Iglesia Católica a través de la Vulgata
Latina - traducción oficial católica de la Biblia al Latín por San
Jerónimo, en el siglo V. Asimismo, la brecha entre el magisterio del Libro
Sagrado y la práctica de la Iglesia del Siglo XVI era tan grande que todo
individuo con cabeza acordaba en la necesidad de cambios profundos. Por ahí se
produjeron cismas y herejías, la necesidad de religión personal chocaba con la
institucionalidad. Desiderio Erasmo de
Rotterdam fue tal vez el primero en romper el cerco impuesto sobre la Biblia. Conocía a profundidad las
lenguas bíblicas y sus best-sellers al
respecto – se estrenaba la Imprenta de Gutenberg
-, le abrieron paso al Libre Examen. Del Siglo XVI en adelante se leyó cada
vez más la Biblia pese a las prohibiciones.
En los ´60 del Siglo XX el Concilio
Vaticano II hace caer los últimos límites: La Biblia en lengua vulgar es ya completamente accesible a los
católicos, y ya era hora, pues tras varios siglos se había erosionado la
parafernalia conceptual intermediadora de la libertad de cada persona en su
relación personal con Dios, entendida cada vez más como invasiva, y resistida
desde fuera y dentro de la Iglesia. Hoy parece que la Iglesia Católica no termina
de adaptarse a estas circunstancias. Veremos qué pasa tras el Cónclave.
III
Mi relación personal; y los Hagiógrafos
Mi larga relación con la Biblia tiene que ver con ediciones muy
diferentes, a las que estuve expuesto. La primera fue la enorme Biblia
Católica Familiar, Edición Barsa,
The Catholic Press, Inc., Chicago-Illinois, de 1963, que llegó a casa junto
con la Enciclopedia Barsa. Una
edición de lujo, muy completa, traducción directa de los textos originales de
la Vulgata de San Jerónimo llevada a cabo por el erudito Obispo argentino Juan Straunbinger. Fue una suerte para
mí, el muy cuidado texto bíblico venía con importantes complementos:
Introducciones y Prefacios donde se enfocaban diversos aspectos del Libro.
Reproducciones de obras de grandes maestros del arte religioso (Rubens, Corot, Andrea Del Sarto, Veronese,
Poussin, Rembrandt, Rafael, Giorgione, Murillo, Carpaccio, David, Botticelli,
Durero, el Greco, Velásquez, Tintoretto, Delacroix, Tiépolo, Mantegna, Fra Angélico,
etc). Una sección de Mapas de la Biblia. Fotografías de Tierra Santa, de Roma y
el Vaticano. La narración de la Vida de María Madre del Señor. El Vía Crucis.
Artículos sobre Liturgia y Semana Santa. Una sección dedicada a La Vida de
Nuestra Familia (matrimonios, nacimientos, bautismos, etc.). Y un completo
Diccionario Católico al que he recurrido innumerables veces desde entonces.
Esta Biblia se editó durante el pontificado de Juan XXIII y el Concilio
Vaticano II, refleja una etapa de transición en la Iglesia Católica. Otra
edición fue la de la Biblia
Latinoamericana (Ediciones Paulinas /
Verbo Divino, XV Edición, España 1972). Aunque para 1973 ya poseía cierta
cultura bíblica, el llano estilo y fácil lectura de esta Biblia me impresionaron y me llevaron a la lectura de los pasajes
que había dejado atrás por difíciles. Esta es Mi Biblia, la más subrayada y anotada. Posee valor personal, pues el
Padre Héctor De Cárdenas SS.CC. la
tuvo en sus manos al fallecer, y no diré más. Otra edición es la de la Biblia de Jerusalén de bolsillo
(Desclée de Brouwer, Bilbao, 1976), que mi amigo César Chacón me obsequió en 1980 en Cusco, en dramáticas
circunstancias personales. Prestó servicios como Biblia portátil de campaña, y la tengo en particular estima. Sé que
esto suena contradictorio con el agnosticismo light del que hablé, lo admito llanamente. Me hago cargo de mis
contradicciones e inconsistencias, y no veo por qué voy a pedir disculpas por
ser yo mismo. Sigo adelante.
Entre los autores de la Biblia hay escritores dignos de aparecer
en cualquier antología literaria universal. También debe haber habido grandes
chapuceros. Pero no los notamos pues todos están más o menos igualados por
copistas y traductores, en especial San
Jerónimo. Pocos libros más copiados y traducidos que la Biblia, hasta el extremo que acceder a
la fuente primigenia es imposible para el lego. La sacralidad del Libro debe
haber impulsado espontáneamente a traductores y copistas a crear una suerte de
“lenguaje bíblico” estereotipado. A lo largo de los siglos, se fue creando un
“aire de familia” con el que el Génesis
y el Apocalipsis, el Libro de Job y los Hechos de los Apóstoles nos suenan “de oído” más o menos igual. De
ahí la sensación de intemporalidad que produce, pues no leemos la Biblia desde la perspectiva de una
Historia Salvífica que se despliega en el Tiempo, cuanto desde el inmóvil y
tradicional Tiempo Sagrado, donde el Profeta Isaías, el Rey Saúl, el
Juez Sansón, el Legislador Moisés, el Sacerdote Esdras y el Apóstol Pedro son más o menos contemporáneos,
hablan del mismo hierático modo, se visten con las mismas sábanas, usan las
mismas sandalias, piensan las mismas cosas y tienen las mismas costumbres e
ideas. Esta especie de encuentro entre lo inmóvil y lo móvil, entre lo
Histórico y lo Religioso, entre el Cambio y la Permanencia, es tal vez el rasgo
que mejor define el Libro Sagrado. Y a la vez es el rasgo que más lo oscurece,
al otorgarle el mismo valor de verdad a todas y cada una de sus partes, igualando
donde no se debe igualar, y sin diferenciar donde hay que hacerlo.
IV
El Autor – o autores - del Pentateuco
Hay acres controversias respecto
a los hagiógrafos en general, en especial entre las distintas tradiciones
religiosas, cada cual con sus estudiosos y dogmas propios. La tradición judía
(y la más rancia de las cristianas) quiere que Moisés sea el Primer Hagiógrafo, autor de todo el Pentateuco, los cinco primeros libros de
la Biblia (Génesis,
Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio). Ello incluye el majestuoso relato
de la Creación del Mundo: En el principio
creó Dios los cielos y la tierra. / La tierra era caos y confusión y oscuridad
por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba sobre las aguas. (Gén.
1, 1-2), además de toda la historia del mundo y de los hebreos hasta la conquista
de Canaán, más unos cuantos códigos legislativos completos, poemas, cantares, y
hasta censos. Menuda chamba para un hagiógrafo, que entre tanto tenía otras
nimiedades de qué ocuparse: Liberar a los hebreos del yugo del Faraón de
Egipto, echarse a la espalda la organización de toda una emigración a la Tierra
Prometida, gobernar a esta antipática nación en ciernes. Parece harto
improbable que Dios le haya encargado a Moisés
bancarse todo eso. Por otra parte, el relato tiende a repetirse, a veces contradictoriamente,
con poco orden y con cambios de estilo y términos para referirse incluso a
Dios. Ello indica haber más de un hagiógrafo, y la hipótesis más plausible es
que el Génesis cuenta cuando menos
con tres autores: El yahvista, pues
usa el nombre Yahvé o Yavé para
referirse a Dios, probable veterano de los reinados de David y Salomón (aprox.
1000 a.C.). Él habría redactado uno de los dos relatos de la Creación (Gén. 2,
5-25): El día en que Yahvé Dios hizo la
tierra y los cielos, no había sobre la tierra arbusto ni ninguna planta silvestre
había brotado, pues Yahvé Dios no había hecho llover todavía sobre ella, ni
existía el hombre para cultivar el suelo (Gén 2, 5), y una buena parte del
resto, a veces copiando relatos orales sin mayor retoque. Por cierto, se le
atribuye también el detallado relato del reinado de David en el Libro Segundo de Samuel y el Primero de Reyes. Otro hagiógrafo es el
elohista, que usa del término elohim para referirse a Dios, y habría
escrito un siglo más tarde. Se le debería la dramática relación del sacrificio
de Isaac: Toma a tu hijo, al único que
tienes y al que amas, Isaac, y anda a la región de Moriah. Allí me lo
sacrificarás en un cerro que yo te indicaré (Gén. 22, 2). El significado de
esta escena de la misericordia de Dios y su distancia de los dioses paganos que
reclamaban la vida de los primogénitos, se presenta magníficamente en la escena
final de la película de John Huston, La Biblia, que debió llamarse Génesis.
La pasan siempre por semana santa, es una joyita que siempre vale la pena ver
(Me parece que anda por YouTube también). El Sacerdote, tercer Hagiógrafo a
considerar, aparece hacia 600 a.C., durante la Deportación de los judíos a
Babilonia, cuando había urgencia de condensar los textos sagrados y mantener
unido a un pequeño pueblo sin tierra y sin estado. El Sacerdote habría
compendiado los textos, combinando Yahvista
y Elohista, “puntuándolos” con
pequeños añadidos para mantener la cohesión del texto. Y creó la monumental Creación
del Mundo que da inicio a toda la Biblia,
y que añadió sin aparentemente percatarse que ya había otro del Yahvista.
Los tres hagiógrafos (Yahvista, Elohista y Sacerdote)
más el llamado Deuteronomista,
serían así autores de los cinco libros del Pentateuco,
la sagrada Torah judía. El Génesis
abarca las historias de Adán y Eva, Caín y Abel, Noé y el Diluvio Universal, la
Torre de Babel, los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob (llamado Israel) y sus
doce hijos; y culmina con la muerte de José y los Hijos de Israel avecindados
en Egipto. El Libro del Éxodo narra
la esclavitud y la épica de la liberación de los Hijos de Israel, y su elección
como Pueblo de Dios. La escribió principalmente el elohista, y se centra en una detallada biografía de Moisés, con todos los ingredientes de
la Iniciación de un héroe fundador. Hay partes realmente memorables: La
revelación del Dios desconocido a Moisés, la escena de la zarza ardiente, en
donde se combinan las narrativas yahvista
y elohista: Dios dijo a Moisés: Yo soy el que Soy. Así dirás al pueblo de Israel:
YO-SOY me ha enviado a ustedes (…) Este será mi nombre para siempre, y con este
nombre me invocarán sus hijos y sus descendientes (Ex. 3, 14 y 15); los
intercambios verbales de Moisés y Aarón con el Faraón; las Diez Plagas de
Egipto; la Institución de la Pascua; amén del famoso Paso del Mar Rojo. Aquí me
detengo para mostrar los relatos elohista,
yahvista y sacerdotal combinados y yuxtapuestos en dos versiones paralelas de la
épica fundacional del pueblo hebreo, marcado por la intervención divina. Según
el yahvista el asunto fue que Moisés extendió su mano sobre el mar, y
Yahveh hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el
mar, y se dividieron las aguas. (Ex. 14, 21); y luego … miró Yahveh (…) hacia el ejército de los egipcios, y sembró la
confusión (…). Trastornó las ruedas de sus carros, que no podían avanzar sino
con gran dificultad. Y exclamaron los egipcios: Huyamos ante Israel, porque
Yahveh pelea por ellos … (Ex. 14, 24-25). Notemos que se atribuye a Yahveh el viento del este que seca el
barro y estorba las ruedas de los carros, pero parece que al Sacerdote no le bastó eso, e intercala inocentemente
ciertos efectos especiales: Los
israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras las aguas formaban
muralla a izquierda y derecha. / Los egipcios se lanzaron en su persecución,
entrando tras ellos en medio del mar, todos los caballos de Faraón, y los
carros con sus guerreros (Ex. 14, 22-23). En estos versículos se basa la
grandiosa escena de la partición de aguas en Los Diez Mandamientos, de
Cecil B. De Mille, y hasta Tolkien pone en boca del Rey Théoden
una variante del cántico a Yavé: Cantaré
a Yahvé que se hizo famoso / arrojando al mar al caballo y su jinete (Éxodo
15, 1). Si lo que quería el Sacerdote era subirle la moral a los deportados
en las orillas del Tigris y Éufrates, despertando su orgullo nacional y la fe
en el Dios de los Ejércitos que liberó al Pueblo Elegido, nadie puede culparlo
de recargar tantito las tintas, con columna de fuego y todo (http://www.youtube.com/watch?v=Rv5imrLYo8g).
El resto del Éxodo, el Deuteronomio,
el Levítico y los Números relatan las vicisitudes del
Pueblo Elegido, en especial el constante contrapunto entre la fe del caudillo Moisés con la terquedad del Pueblo
Elegido, de dignidad bien cuestionable: ¿Acaso
no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto?
¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en
Egipto: Déjanos en paz, queremos servir a los egipcios? Porque mejor es servir
a los egipcios que morir en el desierto – Ex. 14, 11-12. Quizá la mejor versión
fílmica del conflicto entre Yahvé
Libertador y el pueblo que no le da la gana de ser liberado esté en la bella
miniserie de la Televisión Italiana Moisés
el Legislador, con un inspirado Burt
Lancaster en el papel de Moisés, y
no menos inspirados Irene Pappas y Anthony Quayle como sus hermanos Miriam y Aarón. Qué pena que solo la he
encontrado en italiano (http://www.youtube.com/watch?v=AXJrIBldZoY).
V
Colofón
Hasta aquí la primera parte de
esta Crónica sobre Leer la Biblia. En
posteriores Crónicas presentaré aquellas partes que me llaman particularmente
la atención, tratando de dar una visión panorámica. En el caso de la Biblia
quizá sea más cierto que con ningún otro Libro que uno lee lo que quiere, como quiere, donde quiere. Pero lo cierto
también es que de esta lectura uno nunca
se arrepiente.
CRÓNICAS DE LECTURAS – 19
Leer Filosofía (1)
I
Qué tan útil es la Filosofía: Contenidos y propedéuticas
La Filosofía tiene mala prensa.
Me equivoco, no tiene mala prensa, la tiene realmente muy mala. Llegas a la
sílaba “Fi…” y ya te cansaste de leer, te quieres ir. Pese al esfuerzo de
divulgadores ciertamente muy capaces, como los que presento aquí (parece el
siglo de los divulgadores), para la gran mayoría de las personas la Filosofía se
asocia sin remedio a farragosas y eternas discusiones, clases obligatorias y
aburridísimas, nombres kilométricos de tipos cuyas ideas nadie sabe a qué
cuernos se refieren, impronunciables títulos en alemán de libros que todos
mencionan y nadie abre, palabras en cursiva con un significado que nadie tiene
claro y a nadie le interesa, ancianos con anteojos que hablan y hablan (los
ancianos, no los anteojos), abstrusas disquisiciones y disertaciones con
abundantes palabras en griego a las que asisten entre tres y cuatro personas.
Es decir, pura carnecita para nerds y
frikis de todo calibre. Desde el
punto de vista editorial la Filosofía es veneno, entre Yo me comunico con los extraterrestres por telepatía cuando estoy en el
baño y el Tractatus
Logico-Philosophicus; entre Sixto
Paz y Ludwig Wittgenstein, la
elección no es dudosa. Todo esto es caricatura pero la realidad no le queda tan
lejos. La Filosofía parece una disciplina poco útil y de dificultad
completamente injustificada. Es difícil, claro, si te metes a fondo, si te
dedicas a ella, cosa que no recomiendo tampoco así como así, porque si lo que
quieres es ganar plata, más útiles son la Ingeniería o el Narcotráfico. No es
que sea inútil hacer Filosofía, pero no es demasiado adecuada si tu objetivo
vital es ganar plata. Imagino que cuando sobre la plata gracias al desarrollo
económico, se contratará a Filósofos para que filosofen. La verdad, no lo creo.
Lejos de mí dorar píldoras, pero tampoco la Filosofía es tan terrible como se
dice. En cualquier caso se cree suficientemente importante como para
“enseñarla”. Es cierto que no se “necesita” de “toda” la Filosofía, como no
necesitamos “todo” el tiempo de “toda” la Ingeniería, “toda” la bisutería, o
“todo” el repujado en cuero. En realidad sí necesitamos, y es discutible, de
ciertas dosis de Filosofía. Y como no todo el mundo va a ser Filósofo, lo que
de la Filosofía necesitamos son ciertas destrezas y actitudes. Cuando yo
enseñaba Lógica y Filosofía en la Universidad, mis colegas esperaban de mí que
“enseñara a pensar” a mis alumnos, y creían que eso se hacía trabajando contenidos.
Me chantaban así la responsabilidad si en sus cursos un alumno resultaba una
nulidad en el ejercicio del pensamiento: Bellina
tenía la culpa de las barrabasadas dichas o escritas por los estudiantes. Son cosas
del Orinoco, que tú no sabes ni yo tampoco. En todo caso, se me hace curioso
asociar la Lógica y la Filosofía con la destreza en el pensamiento. Por el lado
de la Lógica parece claro, pues esta disciplina trata de formalizar el
lenguaje, véanse y léanse la Introducción
a la Lógica de Irving Copi, texto
excelente en esto de operar con enunciados y proposiciones, fórmulas
moleculares, equivalencias y demás fauna heredada de Boole, Frege, Cantor y Lukasiewicz.
Pero con la Filosofía no se ve
tan claro eso de “enseñar a pensar”. Para empezar, me pregunto si se puede. Enseñar
tiene su contraparte en aprender, supone una acción con un agente (el docente)
y un paciente (el discente, estudiante o alumno), de ida y vuelta: El agente hace
cosas que producirán un cierto cambio en la mente del paciente, cuyo resultado
debiera ser una mejora en la capacidad de entender la realidad y accionar sobre
ella. Es decir: “pensar”, lo que en lenguaje universitario no es un conjunto de
operaciones mentales que aprendemos espontáneamente a no ser que nos hayan
extirpado el cerebro, sino la capacidad de razonar disciplinada, ordenada y
creativamente sobre los contenidos de los distintos cursos universitarios. Se
otorga así a la Filosofía un gran valor propedéutico (Propedéutica: Conjunto de saberes y disciplinas que se requiere conocer
para preparar el estudio de otra materia, ciencia o disciplina), que es que
parece útil estudiarla como una suerte de prolegómeno cuando estás estudiando
otra cosa. Podemos decir sin error que se justifica la Filosofía en la escuela
y la universidad – más en la segunda que en la primera – por las habilidades
que se adquieren al estudiarla, creo que acertamos. Pero así podríamos
preguntarnos con justicia por qué en vez de Filosofía no estudiamos Genética de
Poblaciones, Psicología del Lenguaje o Mecánica Cuántica, para el caso
igualmente propedéuticos. Ahí todos ponen los ojos en blanco y dicen que los
conceptos y proposiciones de la Filosofía poseen utilidad “por sí mismos”, y
así podemos discutir unos añitos sin agotar el tema. Ahora bien, mi perspectiva
es pedagógica y así la despacho: No se puede separar el pensar de lo pensado,
sólo se puede “pensar filosóficamente” sobre conceptos y proposiciones de
carácter filosófico. Y esto porque el “pensar” tal como lo entiende la
Filosofía es diferente de “pensar” en ciencia o de “pensar” en cotidiano, y es
importante saberlo y circular entre esos modos de pensar. Parece que así se
alcanza la sensación de “tener la mente abierta”, de vivir en horizontes
mentales más amplios, y así se justifica aprender a reflexionar en filosófico. Y
he dicho, parafraseando a Emanuel Kant, “aprender a reflexionar
en filosófico”, no “aprender filosofía”. No aprendemos filosofía, aprendemos a
filosofar. Y a no ser que quieras ser Filósofo con licencia, lo que necesitas
es el reflexionar más que el objeto al que le aplicas la reflexión. Vas a hacer
cosas con la mente, no a paporretear. No sé a otros, pero esto a mí me cambia
la perspectiva: La Historia de la Filosofía es bacán, pero no me es rentable
para reflexionar en filosófico memorizar qué dijeron las auctoritas. La disciplina Historia no es la disciplina Filosofía. Prefiero
ver a mis alumnos resolviendo dilemas éticos, epistemológicos o metafísicos como
los que hallarán en su desempeño como profesionales y seres humanos.
II
La Filosofía – Una invitación a
pensar (Jaime Barylko)
Considero este libro muy adecuado
para introducir a las gentes comunes y silvestres en la reflexión filosófica, y
eso que sigue la tradicional estructura de la Historia de la Filosofía,
probablemente porque innovar editorialmente era arriesgado, y hacerlo a la
tradicional aseguraba cierta previsible lectoría. Más, al revés de muchos autores,
el filósofo Jaime Barylko no se confunde,
es pedagógico cuando piensa en filosófico, no se enreda en los datos, no trata
de impresionarte, sino que emplea la información para presentar diferentes
formas de pensar, no para memorizar, sino para emplearlas en lo concreto. Esta
obra parte de que la reflexión filosófica no puede envejecer ni pasar de moda, porque
las preguntas que uno se hace en los momentos de crisis son más o menos las
mismas en todas las épocas. Es, por cierto, un abordaje clásico, pero no menos
cierto en nuestro tiempo que en otros. Lo que algunas mentes bien ordenadas
dijeron tratando de enfrentar sus propios períodos críticos, sus desconciertos
y desazones tuvo y tiene importancia, pues en esta época del desencanto pueden proporcionar
si no guía, cuando menos un paradigma. Y así no tenemos que partir de cero
todas las veces, aunque también esa pueda ser, como con René Descartes, una posibilidad. Las crisis existenciales, tan
parecidas y a veces presupuestas por las económicas, nos caen siempre de
sopetón porque nadie la espera ni las quiere, y nadie se lanza a reflexionar a
profundidad a no ser que las circunstancias lo obliguen. A mí me salva haber vivido
varias crisis, y si bien el pensar en cuanto actividad no me ha rendido dividendos
en plata, sí sería retrechero no reconocer cuánto me ha dado sub specie aeternatis (que se puede
traducir como desde la perspectiva de la
eternidad perdonadme el latinajo, culpa de Baruch Spinoza): Capacidad para mirar más allá y más ampliamente,
recurso a la resignación cuando no queda otro remedio, reformulación de la
propia persona cuando empiezas a resolver problemas desde la posibilidad de ubicarte
en terreno alto y amplio. Las opciones que se visualizan así resultan por lo
general mucho más viables y de mayor calidad que lanzarse hacia la realidad
como un pelotón de búfalos mojados y desconcertados, mal aconsejados por gente
o por libros de autoayuda que plantean minimalismos referidos a la voluntad y
la actitud. No, mi amigo, creer que eres un jet
no te hará volar. No, mi amiga, no puedes detener la corrupción solamente con
tu buena voluntad. Ya lo dijo Fito Páez:
No se puede vivir del amor / le dijo un
soldado romano a Dios. Si bien es cierto que la actitud que tengas y la
voluntad que pongas sí influyen, también cuenta la realidad, que no es un tema
puramente subjetivo ni solipsista. Porque es verdad que no hay tal cosa como
una solución desde fuera, pues que toda solución a todo problema parte de
adentro de uno mismo, pero eso es porque no existe problema que no te venga
desde fuera. La dinámica entre uno mismo y el mundo es total y gestáltica: No
es solamente la cosa económica, o la afectiva, o la religiosa. Pero hay que
decir que tampoco es tonto tomarse un día a la vez y resolver las cosas una por
una, las reglas clásicas del buen pensar suelen orientar muy bien en esto. Por
ende, lo que requerimos son modelos, ejemplos, paradigmas; no recetas. Así, la
manera en que Barylko aborda la
Filosofía de la Religión, por ejemplo – terreno minado, porque muchos intereses
hay de por medio – no puede ser más equilibrada y aplicable, tal como sus
aproximaciones a la Filosofía Analítica y la Filosofía del Lenguaje nos dan
buena pista para el despegue. Nada mejor podemos pedirle.
La Filosofía – Una invitación a pensar, llegó a mí a través de mi
amigo el filósofo Gonzalo Cobo, en la
dichosa época en que junto con brillantes colegas llegados de todas partes de
nuestro Perú, tratábamos de enseñarle a enseñar filosofía a nuestros profes de
colegio, muchos de ellos legos a la perfección en dicha materia. Se nos imponía
a nosotros mismos contar con materiales adecuados, y así la aportación de Gonzalo resultó esencial. La labor del
maestro no es saberse Filosofía como un Filósofo, pues para eso son los
Filósofos. Por desgracia vivimos en medio del renacentista malentendido de que
todos debemos saber todo, y eso no solamente en Filosofía: El maestro debe
pensar la disciplina en su perspectiva de guía y facilitador, no es que debe
saberse de paporreta los contenidos. Claro que no estorba sabérselos, y hay
contenidos mínimos que deben saberse, por eso de que no se puede separar el
pensar de lo pensado. Pero presumir de erudito es bobada, cuando lo que hay que
hacer es enseñar a “reflexionar en filosófico”. Como nadie da lo que no tiene,
y nadie aprende en cabeza ajena, por lo tanto debíamos cubrir la doble
exigencia de por una, reflexionar en filosófico, y por otra, plantearse la
didáctica de cómo hacerlo. Y así La
Filosofía – una invitación a pensar nos presentaba la posibilidad de un
mejor material de trabajo que casi todo lo que he visto, antes o después (Con una
clamorísima excepción: El texto del Bachillerato español, no pensado para el
gran público, Aprender filosofía es
aprender a razonar, de Boldiú, Bría,
Lasterra, López, Manjón, Marías y Serrano).
Es curioso que los mejores libros que he visto para poder lograr esto, pues no estén
a la venta. Yo mismo los poseo en fotocopia, y pocas fotocopias cuido más que
estas, no creo que se den muchas ediciones. Otros libros que hay en el mercado
son muy difíciles de aplicar porque carecen de la intencionalidad pedagógica:
El Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, o la Historia de la Filosofía de Johannes Hirchsberger son muy buenos
como Diccionario y como Historia, pero no son para docentes sino para Filósofos,
o para consulta de alto vuelo. Nuestro gran filósofo peruano Francisco Miró Quesada se disparó Para iniciarse en la filosofía, libro que
pese a arrancar magnífico, a partir del Capítulo 2 se engolosina y regodea en
el pensamiento abstracto, y no consigue del todo plasmar su intención
divulgadora. Se entusiasmó Don Paco y se le salió el Indio Filósofo, y no va a
ser. Pero se le pasmó la didáctica.
III
El hombre rebelde (Albert
Camus)
Quería hablar de Unas lecciones de metafísica de Ortega y Gasset, pero veo que me he
referido en otras Crónicas ya a este libro, una y otra vez. Claro, lo tengo
asociado a la primera vez que armé mi Curso de Metodología del Estudio y la
Investigación, y eso así nomás no se olvida. Pero hay más libros, menos mal, y
además, la vida te termina por aclarar los libros. Hoy que escribo esta Crónica
ha fallecido Hugo Chávez, Presidente
de Venezuela, y en medio del duelo por la pérdida de un ser humano que no estaba
en el común de las gentes, el acontecimiento mismo me genera el libro para
comentar: El Hombre Rebelde, de Albert Camus. Porque en esta
Latinoamérica, continente concreto donde la personalidad cuenta muchas veces
más allá de las fuerzas impersonales y colectivas de la Historia, la Revolución
puede que sea algo muy marxista leninista, pero más latinoamericana parece la
Rebeldía a lo Albert Camus. La
opción vital de Albert Camus, ese
“pie cochino” (pied-noir) francoargelino,
era ubicarse, como hubiera dicho Karl Jaspers,
en el mero centro de la cisura de la experiencia humana, y por ende elegir
cotidianamente no cometer seppuku,
sin dramatismo pero con pasión, cada día y cada hora. Esto lo decía Camus – entre muchísimas otras cosas -
en El mito de Sísifo, y lo mostró
descarnado y desnudo en El extranjero.
Y qué nos queda en el entre tanto (ese feroz entretanto que es el entretanto
existencialista) si no es la rebeldía. Y la rebeldía no se da solamente en lo
abstracto. Empieza así El hombre rebelde
recordándonos que estamos en el mundo y no en una perfumería ni un convento
trapense, escupiéndonos que hay crímenes de pasión y crímenes de lógica, y que desde el instante que el crimen se razona,
prolifera como la razón misma, toma todas las formas del silogismo (….) Ayer
juzgado, ahora dicta leyes. Y dado el hecho: El propósito de este ensayo es, una vez más, aceptar la realidad del
momento, que es el crimen lógico, y examinar precisamente sus justificaciones:
esto es, un esfuerzo para comprender mi tiempo. (…) es necesario que se comprenda su culpabilidad. En tiempos de
gelatina postmoderna, de fórmulas tipo sopita de enfermo para metafísicos y
débiles estómagos, en tiempos donde un hombre que se juega es, básicamente, un
hombre que se quema; reconforta el recuperar textos como éstos, hechos por y
para gentes con la mente y el corazón de los maquis y los resistentes. Es que la realidad está ahí, exigiendo, y
la rebeldía constituye una ineludible respuesta para un ser humano que se
considere vivo.
El gravísimo problema de la
obligatoria lucidez a que esto te obliga es que suele convertirse en un
callejón sin salida. El punto desde el cual se ubica uno – entre la ideología y
un prudente pragmatismo, entre la pasión y la lógica, tratando de no caerse
nunca en ninguna dirección, guardando algún equilibrio – determina y a la vez
es determinado y no es posible escaparse de alguna vez no tener razón o no
haber sido suficientemente apasionado. La revolución, entonces, se extrema, se nihiliza,
y el origen rebelde, suerte de virtud original del movimiento, se pierde, porque
vienen el desencanto y el alpinchismo, y el intento desesperado de aterrizar en
algún sentido: El tiempo apremia
entonces, la persuasión exige el ocio, la amistad una construcción sin fin; el
terror sigue siendo, por lo tanto, el camino más corto hacia la inmortalidad.
Pero estas perversiones extremas gritan, al mismo tiempo, la nostalgia del valor rebelde primitivo. El espíritu de
la rebelión, jamás satisfecho, siempre exigente, contiene su propia elección
moral, su propia y libre ética y su correr particular, su propia manera de
empujar la roca de Sísifo. En el choque y conflicto entre la rebeldía
individual y la revolución colectiva, más aún con lo colecticio en que termina lo
revolucionario, es que empieza a conocerse el asesinato organizado, el
nihilismo absurdizado de la reacción y el alpinchismo que esconde la cabeza en
el caparazón y es capaz de acabar con el mundo con tal que lo dejen en paz. Que
hay alpinchismos para adelante como el estalinista, y para atrás como el
reaccionario; y avances y retrocesos. Y así como puede decirse esto, también
podría cuestionarse si realmente se avanza, hacia dónde, desde dónde, y si hay
algo así como unas coordenadas no dependientes de la subjetividad. Cómo hizo Albert Camus para llegar hace tres
cuartos de siglo hasta esta preocupación mayor de las mentes auténticamente
postmodernas de la actualidad, es para mí un misterio. Pero en realidad parece
que solamente trataba de comprender la culpa de nuestro tiempo. Y no era inmune
a la esperanza: Más allá del nihilismo
todos nosotros, desde las ruinas, preparamos un renacimiento. Pero muy pocos lo
saben. (…) La rebelión, sin pretender resolverlo todo, puede ya, por lo menos,
hacer frente. Misma primavera árabe, mismo Anonymous, mismo Hugo Chávez.
IV
Ética para Amador (Fernando
Savater)
Fernando Savater es autor de moda, que basa su estar de moda en
vivir en esa especie de ecotono que combina el ecosistema académico con el de
los medios de comunicación. Saber comunicarse no es fácil, tiene mérito hacerlo
bien, pasa con Barylko como vimos líneas
arriba, como con los divulgadores en Ciencia. La divulgación humanística, de la
que la filosófica es sólo una parte, presenta más dificultad todavía, porque penetrar
las ideas en las disciplinas humanísticas, o en la mente de pensadores que
tratan de ser sólidos – lo que les lleva a veces a ser abstrusos y complejos en
la expresión del pensamiento – requiere habilidades particulares. Estas
habilidades las posee Savater,
incluso para la Televisión. El problema de la divulgación en Humanidades es que
su utilidad no es inmediatamente evidente. El público, y más todavía los
superdotados de la televisión, no la ven “entretenida”. Trato de imaginarme
como presentaría un canal nacional de televisión basura un programa de Savater, y no lo consigo, sus
parámetros mentales son muy reducidos, parten de muy abajo, se limitan a
comprar y vender. Y sin embargo resulta esencial aprender a transmitir habilidades,
pues no es tanto el objeto o concepto lo que se aprende, cuanto el modo en que
se piensa. Y resulta más fácil de lo que parece. Pero vender a gentes brutas es
más fácil que vender a gentes sensatas, entonces para qué hacerse harakiri manejando un sobrecosto
inaceptable, cuando la competencia me va a comer. Y así, a nosotros, sufridos
receptores de todo esto, no nos queda más que ir al libro: Fernando Savater tiene el mérito de lograr una obrita sabrosa y
sencilla, dedicada a una cuestión actual e importante, la Ética, así como
presentarla como una reflexión dirigida a su propio hijo Amador. Ello empata con la preocupación de los papis de entender a
su prole – en especial la adolescente, e insuflarle más que sea un simulacro de
Valores. Claro que para eso se necesitaría que papis y mamis se planteen el
problema, y mucho me temo que si nuestro medio no nos prepara para ejercitar la
libertad en general, menos aún lo hace para ejercitar la ética. Basta ver el
bajísimo nivel de la discusión política en la Revocatoria en nuestro país. Yo
creo a la franca que los adolescentes y jóvenes la tienen mejor que nosotros en
eso de la ética, porque ellos honestamente “no saben” y prefieren por ende
aislarse del contagio; en cambio nosotros creemos saber, con toda petulancia. En
el actual proceso de revocatoria que se vive en Lima, se observa en muchísimas
personas supuestamente capaces de razonamiento moral una aceptación consciente
de las conductas delincuenciales y mafiosas en función del mantenimiento de un
determinado orden al que están acostumbrados y que proporciona seguridad. Hay
temores y angustias sociales manejados desde bambalinas, que son los que
presiden las decisiones políticas. No es un tema únicamente ético, es también
cognitivo: Nuestra ética está basada y presidida por la idea de que lo correcto
proviene de una autoridad – auctoritas iluminada,
que la “verdad” viene de los cielos. Lo curioso para mí es cómo esto es tan
fácilmente manipulado hacia una lógica utilitarista – que hubiera avergonzado a
Bentham. Estos nuestros rasgos éticos
me llevan a aconsejar a los papis que se lean el libro, y traten de no hacer el
ridículo ético-moral con sus pequeños monstruos, en especial cuando éstos
empiecen a pedirles cuentas de sus creencias, lo que siempre pasa.
Decíamos que la Ética para Amador está escrita de modo
coloquial, el de un padre que trata de explicarle a su hijo de qué va la ética. Y la verdad es que
su lectura atrapa, gracias a una estructura sólida, un lenguaje simple,
ejemplos cotidianos, el hecho que Savater
sabe de lo que habla, y algunas frases memorables como ¿Sabes cuál es la única
obligación que tenemos en esta vida? Pues no ser imbéciles. De
ahí que pueda emplearse incluso en el nivel escolar, aunque de eso no estoy tan
seguro, si a PISA nos remitimos. La obra es fiel al desarrollo histórico de la
Ética, a la que entiende a la manera clásica como arte del buen vivir (La ética no es más que el intento racional
de averiguar cómo vivir mejor. Si merece la pena interesarse por la Ética es
porque nos gusta la buena vida. Sólo quien ha nacido para esclavo (…) vive de
cualquier manera.). Su principal valor a mi ver es que no se arredra en
presentar la realidad tal como es, y su reflexión sobre la libertad es digna de
ser repetida: Si deseas saber en qué
puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote ya desde el
principio al servicio de otro o de otros, por buenos, sabios y respetables que
sean: interroga sobre el uso de la libertad … a la libertad misma. El
problema es que estoy casi seguro que debe haber pocas personas e instituciones
en mi país que puedan firmar esta declaración, que no estén desesperados
buscando auctoritas a las que
amarrarse, que no estén demasiado comprometidos con la contención, el
autoritarismo, la manipulación. Pero es bueno que los que lean usen de este
libro para autoeducarse, y para educar a sus hijos. Por ello lo recomiendo con
tanto calor que ya quema, y espero que todos mis lectores emprenderán
eventualmente su lectura, si no lo han hecho ya. Encima, es barato y está muy difundido,
no hay excusa para no leerlo. Y qué tristeza me da que todos estos conceptos
favorables a la Ética para Amador no
sea posible repetirlos para la Política
para Amador, del mismo Fernando
Savater. La Política es la continuación social de la Ética, y se imponía un
libro sobre ella dirigido a jóvenes, y lo esperábamos. Por desgracia para Savater se cumplió la norma cervantina
de nunca segundas partes fueron buenas.
Y no porque Savater no haya hecho su
tarea o sea menos brillante. La Política
para Amador resulta particularmente limitada porque se centra en el
desconcierto político europeo, tan poco vinculado a nuestra realidad, y como
texto para introducir a los jóvenes en la Política con mayúscula, es inferior. Puede
que en esto yo mismo peque de ver la Política como Ciencia y Arte más que
Filosofía. Pero estoy seguro que hay mejores libros para introducir a los
jóvenes en Política.
(Nota: Acabo de enterarme que Savater acaba de publicar un libro que continuaría
la Ética para Amador, la Ética de lo Urgente, o algo así. No lo
he leído, no puedo decir nada propio aún, pero las críticas son buenas, aunque
no sé de cierto si justificadas, imagino que si el libro es malo o no demasiado
bueno, tampoco los críticos lo dirán, Savater
se impone demasiado, la mayoría de los críticos no están a su altura y temen
faltarle el respeto, como si eso importara. Por cierto, habrá que leerlo,
porque para uno la propia crítica es la que cuenta.)
V
Colofón
Solemos confundir la actividad
con el corpus del conocimiento. La Ingeniería, la Medicina, la Antropología,
dominar el saxofón o manejar un Caza de Combate son cosas tan difíciles como la
Filosofía. Pero son entendidas cómo… ahí va … útiles. En ese sentido, la Filosofía no es para ganar plata y
consumir a lo bestia. Sin embargo, la reflexión a la filosófica es necesaria, y
que la Filosofía esté en las mallas curriculares de las universidades es
adecuado. Lee lo que quieras, como
quieras, donde quieras. Y reflexiona, es difícil, pero funciona.
Me encantan tus Crónicas Javier. No te detengas.
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