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martes, 29 de noviembre de 2011

CONTRA EL CASTIGO



Escena gris:
Los niños están resolviendo un problema de matemática. Un niño llama a la profesora y le dice “¿Cuánto es tres por seis, miss? No me acuerdo”. La profesora le responde: “¿Tres por seis? ¿No lo sabes? Eso te pasa por no saber las tablas de multiplicar ¿Ves? Tienes que saber la tabla. No sé. Sigue pensando”. Y el chico se quedará pensando hasta que concluya la hora.
Escena clara:
La misma escena. El niño: “¿Cuánto es tres por seis, miss? No me acuerdo”. La profesora: “¿Tres por seis? A ver. Es como si dijeras tres veces seis. ¿No? Saca la cuenta”. El niño “Seis y seis doce… … y seis… dieciocho…  Entonces, seis por tres ¡dieciocho! Ya lo sé”. La profesora: “Claro que lo sabes. Ahora puedes continuar ¿no?”
(Ejemplo de Manuel Valdivia Rodríguez – Blog de Educación y Pedagogía)

El colega Manuel Valdivia publica en su Gaceta de Educación y Pedagogía un esclarecedor artículo, del que he extraído el epígrafe que preside éste. El colega enfila sus baterías contra el negativismo y mala leche de los docentes en lo que a evaluación se refiere, expresado en la manía de los docentes de encontrar los errores que el alumno comete. De hecho, vivimos en una cultura evaluativa dedicada al aplastamiento de la autoestima a través del hallazgo, enumeración y concienzudo restregamiento en la cara de toda suerte de errores y omisiones que se presenten en los trabajos y tareas de los alumnos, como se ve en el masivo empleo de tinta roja para corregir y hacer notar el error. No estamos entonces ante un estímulo aversivo destinado a provocar en el alumno el deseo de trabajar, sino ante un castigo que aunque teóricamente se dirige a vehicular un cambio de conducta hacia lo positivo, en realidad produce lo contrario. A veces parece que los docentes resolvemos el problema personal-social del maltrato de la profesión, trasladándole la sensación de fracaso y desilusión a los alumnos. Por alguna razón, educadores, padres y madres de familia creemos que el castigo educa. Creemos que si maltratamos a los chicos, ellos usarán la sensación de fracaso como un reto para superarse. Nada más falso. Al margen de que el castigo en sí mismo tiene ribetes de inhumanidad, encima es la peor manera práctica posible de educar, en especial en las etapas más álgidas de formación de la personalidad.

Distinciones

Tratemos de distinguir la Educación basada en la punición, los estímulos aversivos y los castigos. He conversado varias veces con distinguidas personas de pensamiento conservador, que presentan una visión del mundo que justifica EL CASTIGO como forma de educar. El razonamiento latente que lo soporta es poco más o menos el que sigue: Hay un complot mundial comunista-islamista - que la Unión Soviética se evaporara en 1992 o que el Islam es una religión y el comunismo ateo no parecen afectar el argumento - que financia a los caviares vía ONG con plata de Hugo Chávez, para reblandecer nuestra sociedad desapareciendo los valores que la sostienen, y destruir las fuerzas armadas que los garantizan, y así vivimos en una sociedad que ha perdido sus valores. Sí, ya sé que el razonamiento es circular, pero así es como me lo han puesto montones de veces. Recibo a cada rato por Internet anécdotas e historietas que ilustran lo maravillosa que era la educación punitiva del pasado en comparación con la de hoy día, educación blandengue y maricona, que consiente a los alumnos y los trata con demasiado guante blanco, dejándoles hacer lo que les da la gana, con el resultado que son unos relajados morales que no aprenden nada. Y todo por falta de valores. A este holocausto educativo le oponen la defensa del autoritarismo y la violencia escolar, la añoranza y nostalgia por el bullying y matonería de profesores contra alumnos y alumnos contra alumnos, la apología del látigo, la palmeta y las orejas de burro, del pararse mirando a la pared, de la jaladera de patillas, del congelamiento durante el recreo; en suma de la aplicación de la DIS-CI-PLI-NA, señores, para formar los valores que la patria necesita y que deben imponerse como Dios manda, a fuetazo limpio y qué me mira cadete.

Estímulo aversivo y castigo

Distingamos. Una cosa es castigar, otra es aplicar un estímulo aversivo. Si mi hija de tres años acerca su mano hacia una tetera hirviendo llevada por su natural curiosidad por las cosas, no puedo ponerme a explicar. Un golpe directo y firme en la mano es muchísimo más eficiente para evitar el daño y establecer con claridad lo que no se debe hacer. Naturalmente el golpe debe ser medido pues señora, porque NO ES UN CASTIGO POR PORTARSE MAL ni es para que usted saque al fresco sus justificadas tensiones, es un estímulo aversivo para impedir que la niña se haga daño. A no ser que seamos sado-masoquistas o tengamos serios problemas emocionales, deberíamos poder diferenciar claramente el uno del otro. Por desgracia, mucha gente no los diferencia, porque hemos sido criados en una cultura punitiva y autoritaria, y tendemos a repetir la manera cómo nos trataron, quizá por una suerte de revanchismo escondido en el fondo, ahí al lado del recuerdo de nuestra resistencia pasiva. Somos aún demasiado “fieles al castigo”.

Todos sabemos, más que sea en lo teórico, que para educar no necesitamos estar dando de golpes. Si eres inteligente hace rato que empleas estímulos positivos y aversivos combinados y habrás condicionado a tus hijos a que obedezcan. Sabes además que tienes que explicar el estímulo aversivo, por qué lo aplicas y por qué lo sostienes, porque en otro caso no será sostenible, y en la adolescencia de los hijos pagarás las consecuencias de no haberlo explicado. No le tengamos miedo a la palabra condicionamiento o estímulo, es sólo una manera más descriptiva de hablar de “premios y castigos”, términos que no me gustan por su polisemia. No necesitas romperle el alma al chico para que haga lo que tú quieres. Alzar la voz, mirar de un determinado modo, y/o hacer un gesto determinado debería bastar y sobrar. Y no es que eso no sea agresivo, hay niveles de agresividad en juego, y los seres humanos no nos caracterizamos precisamente por ser blanditos. El chiste es usar de la agresividad y no dejar que la agresividad te use. Si tenemos dirección, sabemos a dónde vamos. Lo que pasa es que mezclamos todo, nos vamos al otro lado, y por “no castigar” dejamos de aplicar estímulos aversivos, y por supuesto, nos equivocamos otra vez, y esta vez al revés.

Castigo y coerción

¿Significa esto que todo castigo es malo? Pues mire, eso depende. Entendamos qué es un castigo. Quítesele al “castigo” todos los contenidos provenientes de la religión (pecado original, perdón, conciencia, culpa) o del derecho (punición, pena, falta, delito, justicia), y nos quedaremos con esto: El castigo es un procedimiento para hacer que una conducta cambie. Es decir, un procedimiento de coerción que se basa en el condicionamiento operante, y que por cierto tiende a funcionar en muchísimos casos. La amenaza de multa por pasarse la luz roja de los semáforos, o la misma existencia y sanciones de la SUNAT (Organismo recaudador de impuestos) son clarísimos condicionamientos operantes. Y funcionan, aunque no muy bien, porque están basados en una ley a la que se supone obedecen también los que la aplican, por lo que se erosionan cuando el común de las gentes percibe que las autoridades no las cumplen. Aún en el mejor de los casos encontraremos mil y una ocasiones en que la norma no se cumple, porque existe en el fondo de nuestro ser una resistencia a la autoridad, que salta hasta el techo cuando percibimos la arbitrariedad.

Si a un chico le quitamos el iPod o la Televisión hasta que haga la tarea, pues estamos “castigando”. Como las consecuencias de no usar el iPod o ver la TV son insatisfactorias y desagradables, se supone que el chico hará la tarea. Eso, mamis y papis, es terriblemente relativo. El chico en el mejor de los casos hará la tarea con desgano y aplicando la ley del mínimo esfuerzo, y de hecho como la situación de aprendizaje está rodeada, en su mente, de arbitrariedad, su aprendizaje es nulo. Sí, nulo, sin ambigüedades. Claro es que a veces necesitamos poner coto a conductas claramente disfuncionales, y ahí, a mi modesto modo de ver, el castigo se impone por vía de excepción. Pero las tareas no están en ese caso. No hay recetas unívocas para remediar una situación de este tipo ya instalada, lo que hay o debería haber es una combinación de estímulos positivos y aversivos. Si la situación de tarea y aprendizaje se rodea desde que el chico es pequeño de un ambiente acogedor y de una creciente autonomía, entonces el problema no debería ni siquiera presentarse. O si se presenta debería bastar con un pequeño estímulo aversivo adecuado, del tipo: ¿Qué no es hora de hacer la tarea, jovencito?

Castigo y autoritarismo

El problema del castigo es el autoritarismo, no la autoridad. Y aquí también hay que distinguir. ¿Qué hacemos cuando aplicamos la autoridad? Pues que aplicamos un estímulo aversivo para sostener una norma a la que nosotros mismos nos sometemos. Es decir, no soy yo que aplico la norma porque soy más fuerte que tú, o porque soy adulto, o porque soy tu padre. La aplico porque es lo correcto, y porque es correcto para ti y es correcto para mí. Notemos la enorme diferencia con el autoritarismo. Una cosa es la Norma y la Ley, que está por encima de todos nosotros, y al que papá, mamá, el profe, los hijos y los alumnos igualmente debemos obedecer. Otra cosa es el uso abusivo y punitivo de la Fuerza y del Poder como Padres y Maestros, estrictamente por ser quienes somos. Castigamos porque nos sentimos mal con el alumno o el hijo, no porque el hijo haya hecho algo incorrecto. Y si castigamos porque nos sentimos mal, ese es un uso déspota, discrecional y autoritario del poder que como maestros y padres tenemos, lo que nos descalifica y socava nuestra autoridad. El hijo y alumno aprenden que la voluntad del jefe es “la ley”, y que esta “ley” no tiene más sustento que la mayor fuerza. Y eso es autoritarismo, y si el chico o chica tienen carácter pues se rebelarán, sea por la activa, sea por la pasivo-agresiva. Claro que algunos padres y maestros solo se dan cuenta de lo que pasó cuando están camino a la Guillotina.

Castigo y sobreprotección

El castigo es el otro lado de la sobreprotección. ¿Qué es sobreproteger si no es establecer una situación de dependencia afectiva? ¿Y para qué estableces la dependencia? Pues para establecer una jerarquía hogareña, con alguien que ordena y otro que obedece, alguien que protege y alguien que es objeto de protección. La persona protege, la cosa es protegida. Es decir, autoritarismo clientelista de la peor especie, en la que el CASTIGO es parte esencial, en la forma de chantaje emocional del tipo “Cómo puedes hacer esto si yo hago tanto por ti”. Se mantiene a niñas y niños en situación dependiente precisamente para condicionarlos a la obediencia para toda la vida. Y si no obedecen, si resulta que se rebelan, entonces entra en acción el chantaje emocional, el acudir a la costumbre de la dependencia que tanto ha costado instalar permanentemente en la mente y el corazón del chico, de resultas que el acto de la rebelión - que visto positivamente encarna el inicio de la madurez -, es sentido por papi, mami o profe como una suerte de insulto personal, de ataque contra uno mismo. Y claro, se toma el rábano por las hojas (“Cómo puedes hacerme esto a mí, que soy tu madre”, “Tú no consideras a tu pobre madre”, “Me has desilusionado”, “Ahora ya sé quién eres y cómo te portas, de nada ha servido todo lo que he hecho por ti”), y la cosa termina en una reconciliación entre lágrimas o en la rebelión abierta, sin términos medios.

Vale la pena hacer aquí una acotación que le debe algo al psicoanálisis. Los varoncitos en particular se crían en una sociedad de madrecitas generosas y buenas, pero terribles a la hora del chantaje - castigo, pues que éste está instalado no en el exterior de sí mismos, sino en el interior. Y sufren horriblemente al desobedecer y saber que eso “hace sufrir a la pobre madre”, lo que además está pésimamente mal visto socialmente. Esta ambigua imagen femenina instalada en el propio interior, cuyas muestras más antiguas se pueden rastrear en el universal cultural de la vagina dentata, continúa desarrollándose en la adolescencia, juventud y madurez del varón, y el vicioso patrón de la relación se traslada a las relaciones afectivas con el sexo opuesto. Por supuesto, todos estamos enterados de las consecuencias de una sobreprotección mal curada, una de cuyas expresiones sociales es la mamitis, mientras que otra se expresa en los vividores de mujeres. El término mamitis es gracioso y a la vez dramático, y alude a una “inflamación” de la mami que vive en el interior del varón, y hacia la que éste es dependiente. Y las chicas de hoy no toleran la competencia, algunas de ellas por buenas razones, mientras que otras más bien repiten el patrón. Porque el machismo es como la hemofilia, lo padecen los hombres pero lo transmiten las mujeres.

Feminicidio y sobreprotección

Quizá aquí podríamos encontrar un factor – no una justificación, por favor – de un tema últimamente visibilizado, el del feminicidio. La ambivalencia de la relación entre madres e hijos varones se traslada a las situaciones de conflicto de pareja, y la rebelión contra la madre que no se produjo antes se produce ahora, pero sin recursos emocionales para manejarla y redirigirla a algo productivo o cuando menos inocuo y socialmente sano. Sin embargo y por fortuna no toda separación conyugal conduce al asesinato, y esto parece ser tanto porque el varón ha logrado superar la situación emocional previa de dependencia, como que la mujer – la de este siglo – se ve mucho más como persona autónoma y está menos necesitada de establecer dichas relaciones de dependencia. Lo triste es cuando hay desnivel entre ambos. Por otra parte es seguro que este factor no debe ser el único en juego.

(Un paréntesis para potenciales asesinos y abogados sinvergüenzas. Esto que digo no es una justificación para los varones ni constituye un permiso o atenuante para asesinar a la pareja o expareja. El asesinato sigue siendo un crimen, y si un varón sabe distinguir de una u otra manera entre lo que está bien y está mal – el razonamiento moral – entonces es positivamente culpable y debe pagar por ello. La sensación de culpa, por cierto, debe ser abrumadora, y quizá ello explique el alto índice de suicidios inmediatos que cometen algunos varones que han asesinado en su pareja o expareja a la madre simbólica. Por supuesto el suicidio no se vincula solamente a la culpa sentida, también al temor a la cárcel, al poder judicial, a la pobreza económica y a enfrentar el futuro, entre otros. Fin del paréntesis.)

Un Colofón

Creo que el punto queda claro. Estímulo aversivo en el hogar y la escuela, sí., Castigo, no. Castigo físico, menos aún. Y Educación basada en el Castigo, fuera. Si el profesor no sabe hacerse respetar en el salón de clase, que mire dentro de sí mismo por qué, y que trate de corregirse. El tema de la disciplina en clase necesita ser esclarecido por los profesionales del aprendizaje, y los profes deben ser reentrenados y actualizados todo el tiempo en Gestión de Aula. Respecto a los padres y madres, lo que puedo decirles es que todo lo que se haga con los hijos, aún lo desagradable, debe hacerse en función del Amor como principal valor en juego. Pero el Amor, como decía no me acuerdo quien, puede ser muy destructivo, así que miremos en nosotros mismos qué entendemos por Amor. Que los papis revisen su idea de autoridad. Que las mamis revisen su concepto de protección. Que papis y mamis, aún los que tengan rota su relación afectiva, continúen siendo amigos en función del bienestar de sus hijos.

Otro Colofón

El Amor no debería estar divorciado del cerebro. El único secreto real para hacer las cosas bien es tener un criterio claro y sano para hacerlas. Y los criterios, como toda cosa racional, se enriquecen y cambian con el tiempo. Nadie nació sabiendo y Roma no se hizo en un día, así que relajémonos un poco, porque la vida sigue y todos los días construimos nuestro hogar y nuestras relaciones humanas. Sin prisa y sin pausa dejemos de lado el castigo y pensemos un tanto en las situaciones que nuestros hijos y alumnos realmente viven. No olvidemos que sin querernos a nosotros mismos no podemos enseñarles a quererse a sí mismos. Punto por hoy.


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