Escena gris:
Los niños están resolviendo un problema de matemática. Un niño llama a la profesora y le dice “¿Cuánto es tres por seis, miss? No me acuerdo”. La profesora le responde: “¿Tres por seis? ¿No lo sabes? Eso te pasa por no saber las tablas de multiplicar ¿Ves? Tienes que saber la tabla. No sé. Sigue pensando”. Y el chico se quedará pensando hasta que concluya la hora.
Escena
clara:
La misma escena. El niño: “¿Cuánto es tres por seis, miss? No me acuerdo”. La profesora: “¿Tres por seis? A ver. Es como si dijeras tres veces seis. ¿No? Saca la cuenta”. El niño “Seis y seis doce… … y seis… dieciocho… Entonces, seis por tres ¡dieciocho! Ya lo sé”. La profesora: “Claro que lo sabes. Ahora puedes continuar ¿no?”
La misma escena. El niño: “¿Cuánto es tres por seis, miss? No me acuerdo”. La profesora: “¿Tres por seis? A ver. Es como si dijeras tres veces seis. ¿No? Saca la cuenta”. El niño “Seis y seis doce… … y seis… dieciocho… Entonces, seis por tres ¡dieciocho! Ya lo sé”. La profesora: “Claro que lo sabes. Ahora puedes continuar ¿no?”
(Ejemplo de Manuel Valdivia Rodríguez –
Blog de Educación y Pedagogía)
El colega Manuel Valdivia publica
en su Gaceta de Educación y Pedagogía un esclarecedor artículo, del que he
extraído el epígrafe que preside éste. El colega enfila sus baterías contra el
negativismo y mala leche de los docentes en lo que a evaluación se refiere,
expresado en la manía de los docentes de encontrar los errores que el alumno
comete. De hecho, vivimos en una cultura evaluativa dedicada al aplastamiento
de la autoestima a través del hallazgo, enumeración y concienzudo
restregamiento en la cara de toda suerte de errores y omisiones que se
presenten en los trabajos y tareas de los alumnos, como se ve en el masivo
empleo de tinta roja para corregir y hacer notar el error. No estamos entonces
ante un estímulo aversivo destinado a provocar en el alumno el deseo de
trabajar, sino ante un castigo que aunque teóricamente se dirige a vehicular un
cambio de conducta hacia lo positivo, en realidad produce lo contrario. A veces
parece que los docentes resolvemos el problema personal-social del maltrato de
la profesión, trasladándole la sensación de fracaso y desilusión a los alumnos.
Por alguna razón, educadores, padres y madres de familia creemos que el castigo
educa. Creemos que si maltratamos a los chicos, ellos usarán la sensación de
fracaso como un reto para superarse. Nada más falso. Al margen de que el
castigo en sí mismo tiene ribetes de inhumanidad, encima es la peor manera
práctica posible de educar, en especial en las etapas más álgidas de formación
de la personalidad.
Distinciones
Tratemos de distinguir la
Educación basada en la punición, los estímulos aversivos y los castigos. He
conversado varias veces con distinguidas personas de pensamiento conservador,
que presentan una visión del mundo que justifica EL CASTIGO como forma de
educar. El razonamiento latente que lo soporta es poco más o menos el que
sigue: Hay un complot mundial comunista-islamista - que la Unión Soviética se
evaporara en 1992 o que el Islam es una religión y el comunismo ateo no parecen
afectar el argumento - que financia a los caviares vía ONG con plata de Hugo
Chávez, para reblandecer nuestra sociedad desapareciendo los valores que la sostienen,
y destruir las fuerzas armadas que los garantizan, y así vivimos en una
sociedad que ha perdido sus valores. Sí, ya sé que el razonamiento es circular,
pero así es como me lo han puesto montones de veces. Recibo a cada rato por
Internet anécdotas e historietas que ilustran lo maravillosa que era la
educación punitiva del pasado en comparación con la de hoy día, educación blandengue
y maricona, que consiente a los alumnos y los trata con demasiado guante blanco,
dejándoles hacer lo que les da la gana, con el resultado que son unos relajados
morales que no aprenden nada. Y todo por falta de valores. A este holocausto
educativo le oponen la defensa del autoritarismo y la violencia escolar, la añoranza
y nostalgia por el bullying y matonería de profesores contra alumnos y alumnos
contra alumnos, la apología del látigo, la palmeta y las orejas de burro, del
pararse mirando a la pared, de la jaladera de patillas, del congelamiento
durante el recreo; en suma de la aplicación de la DIS-CI-PLI-NA, señores, para
formar los valores que la patria necesita y que deben imponerse como Dios
manda, a fuetazo limpio y qué me mira cadete.
Estímulo aversivo y castigo
Distingamos. Una cosa es
castigar, otra es aplicar un estímulo aversivo. Si mi hija de tres años acerca
su mano hacia una tetera hirviendo llevada por su natural curiosidad por las
cosas, no puedo ponerme a explicar. Un golpe directo y firme en la mano es
muchísimo más eficiente para evitar el daño y establecer con claridad lo que no
se debe hacer. Naturalmente el golpe debe ser medido pues señora, porque NO ES
UN CASTIGO POR PORTARSE MAL ni es para que usted saque al fresco sus
justificadas tensiones, es un estímulo
aversivo para impedir que la niña se haga daño. A no ser que seamos
sado-masoquistas o tengamos serios problemas emocionales, deberíamos poder
diferenciar claramente el uno del otro. Por desgracia, mucha gente no los
diferencia, porque hemos sido criados en una cultura punitiva y autoritaria, y
tendemos a repetir la manera cómo nos trataron, quizá por una suerte de
revanchismo escondido en el fondo, ahí al lado del recuerdo de nuestra
resistencia pasiva. Somos aún demasiado “fieles al castigo”.
Todos sabemos, más que sea en lo
teórico, que para educar no necesitamos estar dando de golpes. Si eres
inteligente hace rato que empleas estímulos positivos y aversivos combinados y
habrás condicionado a tus hijos a que obedezcan. Sabes además que tienes que
explicar el estímulo aversivo, por qué lo aplicas y por qué lo sostienes,
porque en otro caso no será sostenible, y en la adolescencia de los hijos
pagarás las consecuencias de no haberlo explicado. No le tengamos miedo a la
palabra condicionamiento o estímulo, es sólo una manera más descriptiva de
hablar de “premios y castigos”, términos que no me gustan por su polisemia. No
necesitas romperle el alma al chico para que haga lo que tú quieres. Alzar la
voz, mirar de un determinado modo, y/o hacer un gesto determinado debería
bastar y sobrar. Y no es que eso no sea agresivo, hay niveles de agresividad en
juego, y los seres humanos no nos caracterizamos precisamente por ser blanditos.
El chiste es usar de la agresividad y no dejar que la agresividad te use. Si
tenemos dirección, sabemos a dónde vamos. Lo que pasa es que mezclamos todo, nos
vamos al otro lado, y por “no castigar” dejamos de aplicar estímulos aversivos,
y por supuesto, nos equivocamos otra vez, y esta vez al revés.
Castigo y coerción
¿Significa esto que todo castigo
es malo? Pues mire, eso depende. Entendamos qué es un castigo. Quítesele al
“castigo” todos los contenidos provenientes de la religión (pecado original,
perdón, conciencia, culpa) o del derecho (punición, pena, falta, delito,
justicia), y nos quedaremos con esto: El
castigo es un procedimiento para hacer que una conducta cambie. Es decir,
un procedimiento de coerción que se basa en el condicionamiento operante, y que
por cierto tiende a funcionar en muchísimos casos. La amenaza de multa por
pasarse la luz roja de los semáforos, o la misma existencia y sanciones de la
SUNAT (Organismo recaudador de impuestos) son clarísimos condicionamientos
operantes. Y funcionan, aunque no muy bien, porque están basados en una ley a
la que se supone obedecen también los que la aplican, por lo que se erosionan
cuando el común de las gentes percibe que las autoridades no las cumplen. Aún
en el mejor de los casos encontraremos mil y una ocasiones en que la norma no se
cumple, porque existe en el fondo de nuestro ser una resistencia a la
autoridad, que salta hasta el techo cuando percibimos la arbitrariedad.
Si a un chico le quitamos el iPod
o la Televisión hasta que haga la tarea, pues estamos “castigando”. Como las
consecuencias de no usar el iPod o ver la TV son insatisfactorias y
desagradables, se supone que el chico hará la tarea. Eso, mamis y papis, es
terriblemente relativo. El chico en el mejor de los casos hará la tarea con
desgano y aplicando la ley del mínimo esfuerzo, y de hecho como la situación de
aprendizaje está rodeada, en su mente, de arbitrariedad, su aprendizaje es
nulo. Sí, nulo, sin ambigüedades. Claro es que a veces necesitamos poner coto a
conductas claramente disfuncionales, y ahí, a mi modesto modo de ver, el
castigo se impone por vía de excepción. Pero las tareas no están en ese caso.
No hay recetas unívocas para remediar una situación de este tipo ya instalada,
lo que hay o debería haber es una combinación de estímulos positivos y
aversivos. Si la situación de tarea y aprendizaje se rodea desde que el chico
es pequeño de un ambiente acogedor y de una creciente autonomía, entonces el
problema no debería ni siquiera presentarse. O si se presenta debería bastar
con un pequeño estímulo aversivo adecuado, del tipo: ¿Qué no es hora de hacer
la tarea, jovencito?
Castigo y autoritarismo
El problema del castigo es el
autoritarismo, no la autoridad. Y aquí también hay que distinguir. ¿Qué hacemos
cuando aplicamos la autoridad? Pues que aplicamos un estímulo aversivo para
sostener una norma a la que nosotros mismos nos sometemos. Es decir, no soy yo
que aplico la norma porque soy más fuerte que tú, o porque soy adulto, o porque
soy tu padre. La aplico porque es lo correcto, y porque es correcto para ti y
es correcto para mí. Notemos la enorme diferencia con el autoritarismo. Una
cosa es la Norma y la Ley, que está por encima de todos nosotros, y al que
papá, mamá, el profe, los hijos y los alumnos igualmente debemos obedecer. Otra
cosa es el uso abusivo y punitivo de la Fuerza y del Poder como Padres y
Maestros, estrictamente por ser quienes somos. Castigamos porque nos sentimos
mal con el alumno o el hijo, no porque el hijo haya hecho algo incorrecto. Y si
castigamos porque nos sentimos mal, ese es un uso déspota, discrecional y
autoritario del poder que como maestros y padres tenemos, lo que nos
descalifica y socava nuestra autoridad. El hijo y alumno aprenden que la
voluntad del jefe es “la ley”, y que esta “ley” no tiene más sustento que la
mayor fuerza. Y eso es autoritarismo, y si el chico o chica tienen carácter
pues se rebelarán, sea por la activa, sea por la pasivo-agresiva. Claro que
algunos padres y maestros solo se dan cuenta de lo que pasó cuando están camino
a la Guillotina.
Castigo y sobreprotección
El castigo es el otro lado de la sobreprotección.
¿Qué es sobreproteger si no es establecer una situación de dependencia
afectiva? ¿Y para qué estableces la dependencia? Pues para establecer una jerarquía
hogareña, con alguien que ordena y otro que obedece, alguien que protege y
alguien que es objeto de protección. La persona protege, la cosa es protegida. Es
decir, autoritarismo clientelista de la peor especie, en la que el CASTIGO es
parte esencial, en la forma de chantaje emocional del tipo “Cómo puedes hacer
esto si yo hago tanto por ti”. Se mantiene a niñas y niños en situación
dependiente precisamente para condicionarlos a la obediencia para toda la vida.
Y si no obedecen, si resulta que se rebelan, entonces entra en acción el
chantaje emocional, el acudir a la costumbre de la dependencia que tanto ha
costado instalar permanentemente en la mente y el corazón del chico, de resultas
que el acto de la rebelión - que visto positivamente encarna el inicio de la
madurez -, es sentido por papi, mami o profe como una suerte de insulto
personal, de ataque contra uno mismo. Y claro, se toma el rábano por las hojas
(“Cómo puedes hacerme esto a mí, que soy tu madre”, “Tú no consideras a tu
pobre madre”, “Me has desilusionado”, “Ahora ya sé quién eres y cómo te portas,
de nada ha servido todo lo que he hecho por ti”), y la cosa termina en una
reconciliación entre lágrimas o en la rebelión abierta, sin términos medios.
Vale la pena hacer aquí una
acotación que le debe algo al psicoanálisis. Los varoncitos en particular se
crían en una sociedad de madrecitas generosas y buenas, pero terribles a la
hora del chantaje - castigo, pues que éste está instalado no en el exterior de
sí mismos, sino en el interior. Y sufren horriblemente al desobedecer y saber
que eso “hace sufrir a la pobre madre”, lo que además está pésimamente mal
visto socialmente. Esta ambigua imagen femenina instalada en el propio interior,
cuyas muestras más antiguas se pueden rastrear en el universal cultural de la vagina dentata, continúa desarrollándose
en la adolescencia, juventud y madurez del varón, y el vicioso patrón de la
relación se traslada a las relaciones afectivas con el sexo opuesto. Por
supuesto, todos estamos enterados de las consecuencias de una sobreprotección
mal curada, una de cuyas expresiones sociales es la mamitis, mientras que otra se expresa en los vividores de mujeres. El
término mamitis es gracioso y a la
vez dramático, y alude a una “inflamación” de la mami que vive en el interior
del varón, y hacia la que éste es dependiente. Y las chicas de hoy no toleran
la competencia, algunas de ellas por buenas razones, mientras que otras más
bien repiten el patrón. Porque el machismo es como la hemofilia, lo padecen los
hombres pero lo transmiten las mujeres.
Feminicidio y sobreprotección
Quizá aquí podríamos encontrar un
factor – no una justificación, por favor – de un tema últimamente visibilizado,
el del feminicidio. La ambivalencia de la relación entre madres e hijos varones
se traslada a las situaciones de conflicto de pareja, y la rebelión contra la
madre que no se produjo antes se produce ahora, pero sin recursos emocionales
para manejarla y redirigirla a algo productivo o cuando menos inocuo y
socialmente sano. Sin embargo y por fortuna no toda separación conyugal conduce
al asesinato, y esto parece ser tanto porque el varón ha logrado superar la
situación emocional previa de dependencia, como que la mujer – la de este siglo
– se ve mucho más como persona autónoma y está menos necesitada de establecer
dichas relaciones de dependencia. Lo triste es cuando hay desnivel entre ambos.
Por otra parte es seguro que este factor no debe ser el único en juego.
(Un paréntesis para potenciales
asesinos y abogados sinvergüenzas. Esto que digo no es una justificación para
los varones ni constituye un permiso o atenuante para asesinar a la pareja o
expareja. El asesinato sigue siendo un crimen, y si un varón sabe distinguir de
una u otra manera entre lo que está bien y está mal – el razonamiento moral –
entonces es positivamente culpable y debe pagar por ello. La sensación de
culpa, por cierto, debe ser abrumadora, y quizá ello explique el alto índice de
suicidios inmediatos que cometen algunos varones que han asesinado en su pareja
o expareja a la madre simbólica. Por supuesto el suicidio no se vincula
solamente a la culpa sentida, también al temor a la cárcel, al poder judicial,
a la pobreza económica y a enfrentar el futuro, entre otros. Fin del
paréntesis.)
Un Colofón
Creo que el punto queda claro.
Estímulo aversivo en el hogar y la escuela, sí., Castigo, no. Castigo físico,
menos aún. Y Educación basada en el Castigo, fuera. Si el profesor no sabe
hacerse respetar en el salón de clase, que mire dentro de sí mismo por qué, y
que trate de corregirse. El tema de la disciplina en clase necesita ser
esclarecido por los profesionales del aprendizaje, y los profes deben ser
reentrenados y actualizados todo el tiempo en Gestión de Aula. Respecto a los
padres y madres, lo que puedo decirles es que todo lo que se haga con los
hijos, aún lo desagradable, debe hacerse en función del Amor como principal
valor en juego. Pero el Amor, como decía no me acuerdo quien, puede ser muy
destructivo, así que miremos en nosotros mismos qué entendemos por Amor. Que
los papis revisen su idea de autoridad. Que las mamis revisen su concepto de
protección. Que papis y mamis, aún los que tengan rota su relación afectiva,
continúen siendo amigos en función del bienestar de sus hijos.
Otro Colofón
El Amor no debería estar
divorciado del cerebro. El único secreto real para hacer las cosas bien es
tener un criterio claro y sano para hacerlas. Y los criterios, como toda cosa
racional, se enriquecen y cambian con el tiempo. Nadie nació sabiendo y Roma no
se hizo en un día, así que relajémonos un poco, porque la vida sigue y todos
los días construimos nuestro hogar y nuestras relaciones humanas. Sin prisa y
sin pausa dejemos de lado el castigo y pensemos un tanto en las situaciones que
nuestros hijos y alumnos realmente viven. No olvidemos que sin querernos a
nosotros mismos no podemos enseñarles a quererse a sí mismos. Punto por hoy.
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