Leer Ciencia y Tecnología - Uno
I
Literacidad científico-tecnológica, y el Amanecer del cómo se mete uno
en la Ciencia
Uno de los grandes problemas en
nuestro país es el del analfabetismo científico y tecnológico.
En parte es porque no leemos nada de nada y de Ciencia menos, en parte porque tenemos
poco acceso a libros sobre el tema, en parte también porque cuando de Ciencia
se trata los Medios de Comunicación nos sirven un menú “científico” basado en
una parodia de ciencia, si no en la seudociencia y la superstición. En pocos
aspectos como en éste se percibe mejor la influencia destructora que poseen los
medios. Pero no insistiremos en ello, lo hacemos ya y lo seguiremos haciendo.
Digamos que entre los registros lingüísticos que debiera dominar todo alumno y ciudadano
está el científico tecnológico. Esto significa, por una parte la capacidad para
decodificar los lenguajes científicos –tecnológicos (si no lo puedes hacer eres
un analfabeto científico); y por otra la llamada literacidad
científico-tecnológica, que PISA describe cómo la capacidad para
usar del conocimiento científico para identificar problemas y poder sacar
conclusiones basadas en la evidencia, que ayuden a entender y tomar decisiones
respecto al mundo natural y los cambios que produce en él la actividad humana.
Notemos en esta definición esas habilidades cognitivas: identificar
problemas, obtener conclusiones basadas en evidencia, comprender,
tomar decisiones; y nos percataremos lo muy huérfanos que andamos los
peruanos en estos aspectos. Y si antes el conocer y operar con el lenguaje
científico ya era importante, hoy en día ya es imprescindible. Pensemos nomás
en ese extraño idioma paralelo que se ha enseñoreado en tantos segmentos
poblacionales: el computés, cuyo
dominio está reservado a algunos iniciados en los arcanos de las ciencias de la
Informática y la Computación. Pensemos en los siguientes términos procedentes
de estas disciplinas y pensemos si sabemos qué significan (nivel de
decodificación) y más aún si los podemos utilizar (nivel de
comprensión): bit, byte u octeto, Ley de Zipf, procesador, meme, código Ascii (pronunciado asqui), matriz,
interfase, conector de salida, fractal, bus, hashback, memoria RAM,
microprocesador, plotter, fibra óptica, ancho de banda, Kbps, input, output,
coma flotante, lenguaje hexadecimal, sistema operativo, etcétera, etcétera,
etcétera. Y pasa con las computadoras lo mismo que pasa con los automóviles o
las refrigeradoras; que las utilizamos sin pensar y sin entender los principios
fundamentales de cómo operan. Si por nosotros es, podría ser por magia. Pero no
es así para los que las pensaron, planificaron y construyeron. Y esos no fuimos
nosotros, fueron ellos, y esos ellos hoy en día nos cobran esa chamba
que se dieron, y la pagamos fuerte, créanme.
¿De dónde rayos me salió a mí el
gusto por la Ciencia y la Tecnología? Pues, como en todo, de las experiencias
vividas. Distingo dos momentos estelares: El amanecer y el mediodía (no quiero
ni pensar en el ocaso). De chibolín le eché el ojo a los libros técnicos de mi
padre, recuerdo de sus épocas universitarias en la Facultad de Química
Farmacéutica en San Marcos. Yo tenía menos de diez años y nadie suponía que viera
esos libros, ni tampoco captaba una jota de ellos. Muchas letras, pequeñitas. Figuras
aburridas, en blanco y negro. Las enciclopedias de casa me habían familiarizado
ya con contenidos científicos bien mezclados con otros, y como yo ni
diferenciaba ni discriminaba, me limitaba a absorberlo. Eso funciona por un
tiempo, pero a la larga hay temas más fuertes que otros, según a qué seas
expuesto, y empieza uno a centrarse sobre ciertas cosas con preferencia a otras.
Por suerte entre los libros en casa había parte de la colección Ciencia
Creativa, traducción de la auspiciada por el American Museum de Nueva York, de Historia
Natural. Los títulos eran Planetas,
Estrellas y Espacio, de Joseph Chamberlain y Thomas Nicholson; e Historia de la Tierra, de Gerald Ames y
Rose Wyler. Los he releído más veces de lo que podría contar, y aunque eran
para principiantes no los entendí plenamente al principio. Pero no importaba. Tenían
fotos y dibujos de enorme interés, y textos bien redactados y sencillos. Me
familiaricé y apasioné para siempre con la Astronomía, la observación del
firmamento, la Historia Geológica, la Historia de la Vida, la exploración
espacial y la Geografía. La satisfacción vital que siento al respecto es tan
profunda y marcada que me resulta imposible narrarla con objetividad. Había
entrado sin saberlo a la Ciencia, sin saber leer ni escribir, sin anestesia, sin
aviso; y ya no me iría jamás. Es que cuando eres niño el refuerzo positivo es decisivo:
Mirar el firmamento y reconocer las constelaciones del libro; caminar por un
valle, la playa o la selva, y reconocer las rocas, los animales y los fósiles del
libro, todo eso no tiene precio. Si me
preguntas de dónde surge la pasión por el conocimiento, yo lo respondo con mi
experiencia: De aplicar a la realidad lo
que aprendiste por medios intelectuales. De experimentar con tu propio cuerpo y tus propios sentidos aquello que
leíste, te dijeron o averiguaste. De
corroborar las cosas por ti mismo, con tus ojos y con tu cerebro. Se
liberan así más endorfinas en el cerebro que fumándose una de la buena. En esto,
lo repito, los refuerzos positivos cuentan muchísimo. En casa se adquirió un
telescopio, al que le debo horas de observación, y eso que el cielo de Lima es
un asco para ver las estrellas, pero los planetas sí que se dejan ver. Una vez me
llevaron al Planetario del Morro Solar, una sola, pero quedó indeleble en mi
memoria hasta hoy. En un paseo escolar al valle del río Santa Eulalia descubrí
un caracol medio fosilizado, y lo entregué al pequeño museo del colegio. Y jamás
me sentí tan orgulloso en toda mi vida.
II
El Mediodía de la pasión por la Ciencia, y la Hepatitis C
El mediodía de mi pasión por la Ciencia
coincidió con una fulminante, agresiva y discapacitante enfermedad que me mandó
varios meses a la cama: La Hepatitis C. Parece ser mi destino que me pasen las
cosas “por adelantado”, a veces me he sentido el conejillo de indias de toda mi
generación. Tenía 31 años de edad cuando me dio la dichosa enfermedad, y esa
maldita ni siquiera existía clínicamente. Le llamaban Hepatitis “ni A ni B”, y
francamente era de pararse los pelos, y hasta un poco ridículo, enfermarse de
algo que nadie sabía qué cuernos era. Y encima, en provincia. Aún recuerdo lo
que me dijo mi amigo el Doctor Sabino Gonzales, Médico Decano del Hospital de
Huarmey: Flaco, te jodiste, tienes
hepatitis aguda. Así, sin anestesia. Entregué el Hotel a la Cajera, medio
moribundo me despedí de los amigos, y me vine a Lima, más amarillo que un chino.
Terminé en cama en casa de mi madre, y las cuatro paredes blanco humo del
cuarto de visitas fueron mi paisaje por varios meses. Pero aquí no digo verdad,
porque mi verdadero paisaje fueron los libros de la colección Biblioteca Científica Salvat, que por entonces
aparecía semanalmente. Metido en cama sin poder apenas moverme, con permiso por
enfermedad, harto de la programación de la televisión nacional – no había cable
en aquellas antediluvianas épocas – me leí todos y cada uno de esos libros,
amén de muchos más sobre otros temas. La Hepatitis C es una enfermedad curiosa,
que hasta la fecha no tiene cura, apenas un tratamiento con interferón y
ribavirina para sostener calidad de vida, tratamiento desconocido por entonces,
y que tampoco me hubiera servido de gran cosa. El bendito virus está
emparentado con el del VIH, ataca al hígado con devorador entusiasmo y sin que
nada sino tu sistema inmunológico se interponga entre él y tú, pues ni había
medicinas para curarla ni doctores capaces de algo más que de dilucidar con qué
letra mayúscula iban a apellidarla. Hay tres rutas posibles cuando
el virusillo te agarra: Uno, se te vuelve crónica – cosa que
a mí ya no me pasaría, pues me dio la aguda. Dos, evoluciona hacia la cirrosis,
el cáncer al hígado, y eventualmente te mueres. O tres, te curas
“espontáneamente”. Todo se resume a una carrera entre el maldito bicho y tu
sistema inmunológico, a ver si el uno consigue fabricar los anticuerpos antes
que el otro te haga paté el hígado. Si tu organismo no resiste ese Le Mans, fuiste.
Los médicos aquí eran tan útiles como las plantas ornamentales, y lo único que
pueden hacer es firmar el certificado de defunción y darle palmaditas en la
espalda a la viuda inconsolable. Antes que mi organismo decidiera ganar esta
mortal carrera, perdí 30 kilos de peso y al final me dejó con un poco de piel ajada
para envolver mis huesos. Créanme que entonces ganarle a la Hepatitis “ni A ni
B” no era moco de pavo, entraba en juego mucho de eso que llaman voluntad de
curación, que de seguro afecta el desempeño del sistema inmunológico. Al tercer
mes pasé por una profunda depresión, producida por estar convencido de que si
alguna vez salía de esa habitación, lo haría con los pies por delante. Y una de
las cosas que me ayudó a superarla fue tener a disposición las decenas de
libros de la colección Salvat, que me dieron algo más en qué pensar que en el
posible diseño de mi ataúd, y además me distraían del espectacular rasca-rasca
que la ictericia produce. Puestos al alcance de una persona con cultura general
y con forzado tiempo de sobra para leer, me los devoré. El hecho lirondo es que
si estoy aquí escribiendo estas líneas es porque estoy vivo - por lo menos eso
creo - para mi propia confusión y la de mis enemigos.
Poseo hasta hoy los cien
volúmenes de la Biblioteca Científica
SALVAT, todos de autores reconocidos, todos magníficamente bien escritos, y
algunos verdaderos clásicos de la Divulgación Científica e incluso de la
Ciencia. Un clásico científico no significa que sea lo último en Ciencia, más
aún en esta época de investigación constante y creciente, pero sí es de gran
importancia como punto de partida si quieres saber algo del tema. Me permito
reseñar algunos de ellos. Gorilas en la
Niebla – 13 años viviendo entre los gorilas, de Dian Fossey (Volumen 2), probablemente es el único libro de
carácter científico en el mundo que se ha llevado a la pantalla grande,
protagonizada por Sigourney Weaver. La película comparte con el libro apenas el
título y algo de la peripecia de Dian Fossey. Probablemente jamás se hubiera
filmado si no fuera por la muerte violenta de Dian, asesinada por los cazadores
furtivos que ella tanto detestaba y que militantemente trató de detener. Es
fácil de leer, y muy interesante. Cuenta con algunas fotografías que claramente
inspiraron algunas de las escenas más conmovedoras de la película, como cuando
Dian consigue tras ímprobos esfuerzos tomar de la mano a un Gorila. Otro
clásico es La evolución de la Física,
de Albert Einstein y Leopold Infeld
(Volumen 24). El nombre Einstein está asociado a explicaciones abstrusas y
asusta un poco, pero el libro fue pensado como explicación sencilla de la
Física. Posee la virtud de explicar la Teoría de la Relatividad situándola en
el contexto del que proviene: La Física newtoniana clásica, así que es bastante
más accesible de lo que parece. Doce
pequeños huéspedes – Vida y costumbres de unas criaturas insoportables, de Karl von Frisch, Premio Nobel, es un
encantador librito que narra la vida, costumbres, adaptaciones y modos más
adecuados de exterminar a esa docena de bichos tan simpaticones que son la
mosca, el mosquito, la pulga, la chinche, el piojo, la cucaracha, la hormiga,
el lepisma, la araña, la garrapata, la polilla y el pulgón. Una plausible
teoría sobre la evolución del comportamiento de los animales y el hombre es
explicada en El Gen Egoísta – Las bases
biológicas de nuestra conducta, de Richard
Dawkins (Volumen 9), que en su momento levantó harto polvo, y que en la
actualidad lo sigue levantando. Conceptos como la inmortalidad de los genes que
sobreviven a la selección natural, y el hecho que nosotros, con todas nuestras
ínfulas antrópicas no seamos más importantes para los genes que las vacas para
las tenias, son escandalosos y dañan nuestra autoestima. No resisto la
tentación de citarlo: “… el título de
este libro (debió ser) El levemente egoísta gran trozo de cromosoma y el aún
más egoísta pequeño trozo de cromosoma. (…) éste no es un título muy
fascinante ni fácil de recordar, de tal manera que opté por definir el gen como
un pequeño trozo de cromosoma que, potencialmente, permanece por muchas
generaciones, y titulé el libro El gen egoísta.”(Pg.´46-47). En la
senda de Gorilas en la Niebla, Jane Goodall escribe En la senda del Hombre – Vida y costumbres
de los chimpancés (Volumen 23). Como sabemos, los grandes antropoides en
acelerada extinción son nuestros parientes genéticos más cercanos, y parece que
tenemos más en común con el agresivo y antipático chimpancé que con el pacífico
y agradable Gorila, y lo sabemos gracias a las investigaciones de Goodall, la
que por cierto, comparte con Dawkins y otros la calidad de gurú científico.
III
Más sobre la Biblioteca Científica
Continúo con otros clásicos
científicos o de divulgación científica. Pocos libros he disfrutado tanto como La Lógica de lo Viviente del nobel François Jacob (Volumen 47), y eso que
no es de lectura fácil, pues es lo que solemos llamar denso, es decir, cargado
de ideas y conceptos. Sin embargo, como ocurre con aquello que nos da más
trabajo, pero que conseguimos superar, llegar a entenderlo es una gran
satisfacción. Lo interesante es que explica genialmente algo que por lo general
no se explica: Cómo pensaban la Biología las diferentes épocas, cómo la
poderosa dinámica histórica de los relatos y metarrelatos de una época determinan
el curso de la investigación científica. Jacob es un materialista duro, rechaza
los azares y las visiones ideales, y se inclina por las grandes tendencias. En
Historia estamos tan acostumbrados a que nos hablen de mitología o conquistas
políticas y militares, que se nos olvidan las ideas preponderantes y las
determinaciones económicas y sociales de una época. Creemos en suma que los
griegos clásicos o los renacentistas eran tipos que pensaban como nosotros.
Este libro me abrió una perspectiva de la Historia de la Ciencia completamente
diferente a la común y silvestre. No podemos pasar por alto el clásico La Doble Hélice, de James Watson (Volumen 85), best-seller
internacional publicado originalmente en 1968, que narra en primera persona el
proceso de la comprensión de la naturaleza del ácido desoxirribonucleico (DNA,
o ADN). La idea preponderante del altruismo científico es hecha trizas en este
libro, donde descubrimos que los tales son gentes tan iguales como el resto de
la indiada, con sus petulancias, mezquindades, tonterías y luchas por la
precedencia, tan iguales como las que puede haber entre los empleados de una
peluquería o los socios de un club de golf, y así se entera uno sobre qué es tener
éxito en Ciencia. En el estudio del comportamiento animal y humano la colección
cuenta con tres grandes clásicos más: Naturalistas
curiosos, de Niko Tinbergen
(Volumen 19); y Guerra y Paz, y Amor y Odio, de Irenäus Eibl-Eifesteldt (Volúmenes 69 y 63). El primero es una narrativa de cómo Tinbergen,
Konrad Lorenz y otros alcanzaron una mayor comprensión del comportamiento de
los animales en su ambiente natural. Los otros dos echan harta leña al fuego de
la discusión entre genética y medio ambiente, continuando el proceso iniciado
por Darwin, Wallace y otros de destronamiento evolutivo del ser humano. Vaya
hombre, somos básicamente iguales a los animales, lo que en realidad no es tan
difícil de captar, pero la verdad es que nos creemos lo máximo y no tenemos grandes
motivos para ello.
Que los científicos escriban
sobre Ciencia mirando al común de las gentes es conveniente para ellos y
conveniente para la indiada. Hacen su parte en la labor de alfabetizar en
ciencia, y menos mal no están solos. En la Biblioteca
Científica está la Academia
Norteamericana de Ciencias, con su Física
Nuclear, un Estado del Arte al año 1985 de cómo andaban los conocimientos
sobre el tema (Volumen 96); así como la Organización
Mundial de la Salud (OMS), que con la FAO
edita Los Alimentos y la Salud
(Volumen 79). A este volumen le debo haberme sacudido los pajaritos de la
cabeza respecto a los temas de Nutrición y Alimentación. La razón es sencilla,
es obvio que las toneladas de información contradictoria e inútil que la web y
los medios de comunicación presentan sobre nutrición y alimentación son más
reflejo de los intereses de los oligopolios y transnacionales de la medicina y
la nutrición, que de una visión equilibrada sobre el tema centrada en el
Bienestar de las personas. OMS/FAO se constituye como una voz autorizada
alejada de los grandes intereses, o por lo menos no tan a sueldo de los interesados
en vender sus productos. Aparte de científicos e instituciones, entre los
autores hay periodistas y otros especialistas expertos en divulgación
científica. Considerando lo increíblemente ignorantes que somos en nuestro
medio sobre estos temas, es magnífico encontrar periodistas que emplean sus
habilidades en despojar a la Ciencia de su hermetismo. Entre ellos consideremos a Martin Gardner, autor de Izquierda y Derecha en el Cosmos
(Volumen 14), El Escarabajo Sagrado
(Volúmenes 41 y 42), La explosión de la
relatividad (Volumen 45) y Miscelánea
Matemática (Volumen 49); a John
Gribbin, autor de En busca del gato
de Schrödinger (Volumen 20), Génesis
(Volumen 48), La Tierra en Movimiento
(Volumen 50) y El Clima Futuro
(Volumen 58); a Paul Davies, autor
de Superfuerza (Volumen 4), La Frontera del Infinito (Volumen 12), Otros Mundos (Volumen 28), El Universo accidental (Volumen 56) y En busca de las ondas de gravitación
(Volumen 84); a James Trefill, autor
de De los átomos a los Quarks
(Volumen 8), El momento de la creación
(Volumen 31), y El panorama inesperado
(Volumen 39). Es difícil dar cuenta de tanto buen autor y título, hay en esta
Colección pocos libros de relleno, y hasta esos son interesantes. Así que algo
bueno surgió de la Hepatitis C, después de todo: La reflexión sobre cómo era posible que hubiera
vivido hasta entonces sin entender por lo menos en algo el mundo que me rodea.
Me enteré así del enorme tamaño de mi ignorancia. Ví que leer libros de
divulgación científica no es estudiar una disciplina científica. Adquirí así un
nuevo respeto por la Ciencia y la Tecnología, en especial gracias a los Filósofos
y Pensadores incluidos también en la colección, tales como Gerald Feinberg, el genial Arthur
Koestler o el Psicólogo B. F.
Skinner, que me abrieron nuevas rutas de pensamiento. Le tomé gusto a las
ciencias duras, lo que a veces me hace caerles pesado a mis amigos y otras gentes.
Ese fue el resultado de algunos meses en cama en compañía de esa magnífica y
hoy desfasada colección, pues el tiempo pasa y la ciencia avanza con enorme
rapidez en estos días. Mi curiosidad por la ciencia obtuvo nuevo impulso, y he
de decir que es parte importante de mi felicidad personal el entender algo del
Universo en el que me ha tocado pasar mi vida.
IV
Más, más y más sobre Ciencia y Tecnología
En Ciencia y Tecnología, como en
todo, no puede uno detenerse. Si no te pones al día, te quedas y te anquilosas,
más aún en una actividad con tanto de innovación e investigación. El primer
riesgo que el apasionado de la Ciencia corre es la increíble amplitud de la
data involucrada. Otro igualmente desagradable es que se te pierda el método,
te creas el cuento de la auctoritas,
y empieces a tratar la Ciencia y la Tecnología como si fueran Religión o
Filosofía; o peor aún, Astrología o Metafísica ingenua. La pequeña sabiduría siempre, siempre, siempre, siempre es
peligrosa. Y otro riesgo más es el aislamiento, el individualismo, el
regodearse solito en el asunto que solo te lleva a una estúpida pedantería
intelectual, a creértela, más aún en nuestro medio ambiente donde ser tuerto en
tierra de ciegos suele rendir réditos. Contra estos riesgos encuentro que lo más
aconsejable es colarse a lo bruto en el mainstream
(“corriente principal”), en los trends
(“tendencias”) de actualidad. Y eso, en
primer lugar, implica que tarde o temprano deberás decidirte a concentrar
tu atención y tu tiempo, porque no puedes hacerlo todo, y ni lo intentes, es
muy frustrante. Céntrate en dos, máximo tres temas de los más cercanos a tu
interés, tu actividad, tu necesidad y/o tu pasión. Y mientras más puedas
empatar esas cuatro cosas, mejor todavía. Date todo el tiempo que necesites
para administrarte. En segundo lugar,
maximiza tu tiempo, por más poco de él que dispongas. Yo, como docente,
encontré tema de especialización en las funciones cognitivas de la Lectura y en
la Biología del Aprendizaje, temas en los que sigo investigando por mi cuenta,
montado en mi labor docente, en mi curiosidad, en mi pasión por conocer y en el
fabuloso y extraordinario instrumento que es la Internet, que te permite si no
estar al día, cuando menos saber qué se está haciendo en esas áreas que te
fascinan. Suscríbete a revistas científicas de especialidad, es plata bien
gastada, y si no tienes plata, pues hay informativos gratis. Como condición
heurística obligatoria, tendrás que alcanzar competencia en la lectura en
Idioma Inglés. Si esperas a que te traduzcan lo importante vas frito,
compañero. Por cierto, gracias a esto mejoré tanto mis competencias que, sin
haber seguido sino circunstancialmente cursos de inglés, alcancé inmersión y
competencias suficientes para ganarme la vida, entre otras cosas, traduciendo
del inglés al español textos de Ciencia y Tecnología.
Por supuesto, me sigue gustando
la Astronomía, pasión de décadas, y hoy en día la tengo empatada con mi gusto por
la Historia. La Arqueoastronomía es una disciplina en la que me estoy metiendo
a la mala, montado en el simple hecho que a diferencia de muchos arqueólogos,
indudablemente competentes en su área, entiendo cómo funcionan los objetos del
firmamento, aunque siempre se puede aprender más. Me estoy leyendo el librote
de Tom Zuidema, El calendario Inca, y
aunque el hombre para redactar es la muerte, con mucho esfuerzo lo voy entendiendo
un poco más cada vez. Si bien los artículos sobre Ciencia son interesantes y te
ponen al día, no basta con ellos, hay que tratar de seguir leyendo libros de
Ciencia, so pena que se te difumine tu habilidad adquirida. Así pasa con la Lectura,
la función hace al órgano. Me pasó que tuve la suerte y la desgracia combinadas
de acceder de chico a un texto universitario de Astronomía, Introducción a la Astronomía, de Cecilia
Payne-Gaposchkin. Por desgracia, este libro me fue impuesto para participar de
mocoso en uno de esos detestables concursos que premiaban con dinero la memoria
eidética - disfrazada de “erudición” -
de jovencitos que por su leer sabían algo más que el resto sobre Genghis Khan,
Astronomía o la Segunda Guerra Mundial. Por suerte, este libro me dejó sembrado
el convencimiento de lo mucho que hay por aprender, y con los años se convirtió
en una fuente de consulta importante. Además, cada capítulo estaba presidido
por citas literarias procedentes de Esquilo, Safo, Shakespeare, Milton, Dante,
Tennyson, Browning, Spenser y otros afamados narradores y poetas. Si no lo han
notado, he copiado esta característica en los artículos de mi blog. Entre otros
libros sobre Ciencia que he leído en estos años, quizá los más interesantes son
Historia del Tiempo – Del big bang a los
agujeros negros, de Stephen Hawking,
best-seller probablemente entendido
por mucho menos gente que la que lo compró, pero que yo, gracias a mis lecturas
previas, pude captar más o menso. Un libro hermoso en su complejidad y que amplió
mucho mis horizontes sobre la Biología del Aprendizaje: Biología Celular y Molecular, del argentino Eduardo De Robertis, que mi amigo el eximio profe de Ciencias
Atilio Florencio (a) “Viceministro” siempre miró con envidia y estuvo al borde
de birlármelo muy amistosamente. El azar
y la necesidad, de Jacques Monod,
es un clásico sobre la Filosofía de la Biología, y lectura obligada si quieres
realmente reflexionar sobre lo que es y hace la ciencia. Matt Ridley escribe un best-seller
de gran factura y muy detallado, Genoma,
dedicado al extraordinario logro del desciframiento de la estructura genética
del genoma humano, y adecuada introducción para entenderlo para los que no
somos biólogos o especialistas, e importante fuente para apreciar sus
consecuencias.
V
Colofón
Que el ciudadano promedio
comprenda en algo la Ciencia y la Tecnología que afectan su vida cotidiana es imperativo,
so pena de caer en la demagogia. Incluso para nosotros, tan alejados de los
centros del saber científico, temas como el de los impactos ambientales de la
Minería o de los Transgénicos, se nos vuelven política diaria. Estoy plenamente
seguro que si nuestros políticos y clases dominantes se hubieran preocupado
algo más de educar al pueblo, y algo menos de llenar sus propias arcas, la
situación actual pintaría diferente.
No pretendo que los libros
reseñados sean ni los únicos ni los más importantes. Fueron y son importantes a
mí, coincidieron con circunstancias vitales importantes, y no es que sean
necesariamente los mejores o más importantes en su área, sino simplemente los
más cercanos a mis sentimientos y emociones, que me acompañan desde siempre y
lo seguirán haciendo hasta que llegue la que deshace las reuniones. Creo que lo
importante acá es el proceso de la pasión, más que los títulos mismos, aunque
no hay libro reseñado que no tenga su valor intrínseco. Quizá por ello no he
enfatizado lo suficiente lo importante de alfabetizarse y “literasizarse” (como
diablos se escribirá eso) en Ciencia y Tecnología. En todo caso, cuando de
ciencia se trate, lee lo que quieras,
como quieras, donde quieras. Pero lee.
La siguiente Crónica de Lectura sobre Leer Ciencia está en el siguiente link: http://memoriasdeorfeo.blogspot.com/2012/12/cronicas-de-lecturas-catorce-leer.html
CIENCIA Y TECNOLOGIA, SABERES Y CAPACIDADES, PERSPECTIVAS Y COTIDEANEIDADES. QUE UNA A UNA LAS TRAIGA EL AIRE.
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