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miércoles, 31 de octubre de 2012

CRÓNICAS DE LECTURAS - 11 - Los Best Sellers


CRÓNICAS DE LECTURAS - 11 -
Los Best Sellers (1): Mi libro predilecto

I
Lo contemporáneo, los best-sellers, la literatura de auto-ayuda

Es relativo plantearse el tema de los autores “contemporáneos”. Lo contemporáneo existe  “mientras el lector vive”, y como uno sólo vive en su tiempo y no en otro, no es lo mismo lo que se publicó cuando se tenía veinte años que lo que de ahora, que se tiene algunas veintenas de meses más. Por lo tanto lo que planteo es absolutamente personal e intransferible, aunque espero que útil. El best-seller, como su nombre lo indica, es un producto diseñado en función de sus características comerciales. Es “el-mejor-vendido”, mejor aún, “el-mejor-vendedor”, y sólo implica que vende, NO que es moralmente bueno, deseable, conveniente, científico, adecuado, verdadero o incluso verosímil. Best-Sellers son la Biblia, el teatro de Shakespeare y las novelas de Umberto Eco; y best-sellers son Memorias de una Pulga y ¿Quién se ha llevado mi queso? El ser el que más vende no dice nada de la calidad literaria, histórica o de otro tipo de los libros de marras. Hay best-sellers que pueden calificarse de perfectos bodrios por sus mentiras, exageraciones u otras características indeseables. El Mein Kampf (Mi Lucha) de Adolfo Hitler fue un best-seller ampliamente editado, difundido y leído, y las consecuencias de tal éxito editorial se padecieron por la vía directa. Los best-sellers se venden por su capacidad de capturar la lectura gracias al empleo adecuado de códigos y registros literarios probados y universales por escritores que van desde la genialidad (Mario Vargas Llosa o Fedor Dostoiévsky), pasando por la habilidad para contar historias (Stephen King o Michael Crichton), hasta llegar a la simple artesanía y exposición de lugares comunes. Aquí destacan autores menores pero vendibles como Dan Brown, cuyos El Código Da Vinci, La Fortaleza Digital y Ángeles y Demonios, son libros francamente malos, aunque siguen a rajatabla las reglas y normas para producir un formato vendedor estereotipado que juega con los prejuicios y creencias de las gentes, diciéndoles lo que quieren oír. Si tú como escritor planteas una conspiración mundial donde “los buenos” enfrentan con éxito a “los malos”, procurando seguir las simpatías y las antipatías de tu público, y donde el héroe solitario – mejor aún si es una chica - derrota a la poderosa y malvada organización, la venta queda asegurada … siempre y cuando convenzas a la Editorial que te lo publique. En la ruta te amparas en la ficción verosímil, das por cierto lo falso y cargas las tintas en hipótesis cuestionables. Según se dice nace un tonto cada minuto, y todo sea por vender. El negocio suele abarcar los derechos para hacer películas, a veces antes de emprender la obra escrita. Confieso que me leí El Código Da Vinci en Máncora, en menos de un día, pues leerla nada exigía ni me imponía esfuerzo alguno, y tenía una curiosidad análoga a la que producen los bodrios detectivescos donde el asesino es el mayordomo.

Es obvio que no se edita sino lo que puede venderse, según el olfato editorial, y así se empatan lectores con autores. No me creo eso de que se escribe para uno, tarde o temprano quieres ver lo que escribes en negro sobre blanco, por lo menos en tu blog. El hecho es que para ser leído debes publicar, y para eso debes garantizar que te comprará alguien más que tu mamá, que no te leerá pero le parecerá lindo. Autores como Dan Brown o Paulo Coelho despiertan así cierto interés por su artesanal habilidad para contar historias, y en Paulo Coelho el componente de auto-ayuda que es su principal argumento de venta, del que podría perfectamente prescindir, aunque de seguro hubiera vendido 500,000 libros, no 50 millones. Su novela El Alquimista me pareció interesante y fácil de leer, un cuentito vendedor, extraído del acervo oriental, aunque simplón y con una moralina incorporada que francamente crispa. Tras El Alquimista, Coelho no ha hecho sino repetir la fórmula que le ligó, que alcanzó una nueva cota con el Manual para el Guerrero de la Luz. Cuando un autor alcanza el éxito, tiende a repetir la fórmula del éxito, impulsado por la industria editorial que, como la mayoría de las industrias, es conservadora. Repite lo que ya dijo bien en un principio, porque así lo exige la editorial, cuyo interés es poner el gallardete de Nuevo éxito del autor de …, que vende. Esto pasa con todos. Incluso Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique y Gabriel García Márquez, por no mencionar otros, se han repetido a sí mismos. Alcanzaron la grandeza con productos como Conversación en la Catedral, Un mundo para Julius o Cien Años de Soledad; y después hacen literatura francamente menor, como Kathy y el Hipopótamo, La amigdalitis de Tarzán o Memorias de mis Putas Tristes. Pero aún así, Vargas Llosa, Bryce y García Márquez tienen tanto qué decir, lo dicen tan bien y tanto aporta su lectura, que se puede pasar por eso y a veces sorprenderse, como con la magistral Guerra del Fin del Mundo, de Vargas Llosa.

Mi problema cuando leo ciertos best-sellers es la sensación de perder de tiempo, habiendo otras cosas qué leer. De mis lecturas espero sacar algún aporte que me haga mejor en algún sentido. Si no, para qué leo. Hay best-sellers magníficos, que aúnan bien el aprendizaje emocional o cognitivo con el entretenimiento, que no tienen por qué separarse. Mucha excelente literatura ha sido best-seller antes de pasar la prueba generacional. Ejemplos de polendas son Esta noche, la Libertad de Dominique LaPierre y Larry Collins; Space de James Michener; la Trilogía del Bounty, de Charles Nordhoff y J. Norman Hall; The Naked and the Dead, de Norman Mailer; Los 900 Días de Harrison Salisbury; The Guns of August, de Barbara Tuchman; El Padrino, de Mario Puzo; etcétera. En el Perú, la ausencia de Editoriales capaces de lograr productos masivos, más las dificultades de comprensión lectora de los eventuales lectores crean un círculo vicioso difícil de romper, a pesar de esfuerzos históricos del estado o particulares reflejados en iniciativas como la Editorial Peisa, Populibros peruanos, los Munilibros, la Editorial del diario El Comercio y otros que han tenido impacto. Pero la falta de continuidad de una política de lectura – no una del libro por favor, eso es poner el carro delante del caballo – determina que no haya sinergias establecidas. En las librerías de viejo se encuentran aún muchos saldos felizmente baratos procedentes de estas ediciones.
  
II
Más sobre auto-ayuda, y segundas partes

No confundamos esto de repetirse con las segundas, terceras y cuartas partes de obras exitosas. Estas pueden ser funcionales o no, y hay incluso series completas escritas y centradas en situaciones específicas o personajes particularmente bien construidos. Hasta Don Miguel de Cervantes mordió el cebo de las Segundas Partes en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y autores como Arthur Conan Doyle, J.K. Rowling, Alejandro Dumas, Henry Ridder Haggard, Manuel Scorza, Upton Sinclair, Ernesto Sábato, Richmal Crompton, Giovanni Guareschi, Alfredo Bryce Echenique, entre muchos otros, la hicieron con personajes como Sherlock Holmes, Lanny Budd, El Nictálope, Harry Potter, Don Camilo, Allan Quatermain o D´Artagnan. Pero hay autores cuyos malabarismos verbales o contenido novelesco no justifica ni segundas lecturas ni segundas obras, pues repiten demasiado de muy poco. Así me pasa con Jaime Bayly, cuya opus prima, No se lo digas a nadie, se dejaba leer a pesar de su fácil chismografía, escandalosa y vendedora, tema que aprovechan también autores más cuajados, como Alonso Cueto. En Bayly se encuentra cierto original nihilismo alpinchista, más o menos testimonial. No lo podemos culpar por emplearse a fondo para lograr que la gente meta la mano al bolsillo para envidiarle su actitud vital. De algo hay que vivir. Pero leerlo de nuevo para constatarlo de nuevo, en mi caso no rinde. Se puede ser testimonial, por supuesto, un gran novelista como John Maxwell Coetzee lo es en Desgracia, clásica anécdota del maduro profesor que se propasa con una alumna, que bucea en los motivos de un hombre que no controla sus impulsos. No se lo digas a nadie ha sido llevada al cine, no mal; pero Desgracia no.

Antes se separaba la “literatura de auto-ayuda” de la “literatura-literatura”, pues había público para ambas. Hoy la lectura está devaluada, se lee menos, y las editoriales segmentan a los lectores de otro modo, recombinando géneros. La “autoayuda” de calidad literaria es relativamente nueva, y presenta autores como Richard Bach (Juan Salvador Gaviota) o el peruano Sergio Bambarén (El Delfín) que de alguna manera rescatan los códigos de las viejas fábulas de Esopo, Samaniego e Iriarte. Poco queda de la autoayuda clásica, heredera de Carnegie o Mandino, venida a menos pues pocos se comen el cuento que con tu esfuerzo te harás millonario. Libros como Quién se ha comido mi queso y Chocolate caliente para el alma de las madres tendrán su público, pero Coelho, Bach, Bambarén y Bayly son mejores o menos malos. Es inaceptable que se empleen en el Plan Lector libros como Sopa de Pollo para el alma de las madres e incluso a autores como Bach, Coelho y Bambarén, me parece equivalente a emplear libros de astrología y quiromancia para las clases de Física y Anatomía. Pero evitemos el sectarismo, lo que gusta a unos puede no gustar a otros. Plantearé a continuación una sola obra de entre las muchas que prefiero de “Literatura Contemporánea” sin perjuicio de mencionar más en su momento.

III
Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar).

Este es mi libro predilecto. Lo he leído y releído hasta la náusea, sin que me den náuseas jamás. Lo abro en una página al azar, y me admiro, disfruto, pienso, me emociono, me identifico. Eso es lo que espero de una buena obra literaria. Sin esfuerzo repito de memoria párrafos enteros, incluso sin recordar de donde vienen, lo que testimonia su impacto. Si el azar de mi devenir me llevara a Desierta Isla, a lo alto de un Faro, o a ejecutar talleres para pingüinos en la Antártida; con seguridad estará en mi equipaje. Lo leí originalmente en castellano, pero pude hacerlo también en su original francés, pese a mi ignorancia de tan bello idioma. Fue en circunstancias tan fuera de lo ordinario, que el teclado me manda y escribo sin pensar ni filtrar, pues las Memorias se vinculan, como otras cosas en la vida, con alguien: Ingeborg poseía una inmensa cultura literaria y artística y una gran pasión por las Memorias y por la Yourcenar. El azar quiso que nos cruzáramos con el mismo libro en el equipaje. Pasó lo que tenía que pasar, y en inspirado equipo revisamos cada frase en francés con su versión en español, saboreando la exquisitez de la Yourcenar y la de su traductor Cortázar. Fue una noche sin límites, una orgía literaria, y la mejor de mi vida, perdónese o no la confesión, lo que me tiene sin cuidado porque lo bailado nadie te lo quita. Inspirado en las Memorias y en la circunstancia nombré este Blog en que publico. Es que las Memorias de Adriano me parecen la mejor narración posible de las memorias vitales, me identifico en absoluto con lo contado, y su lectura evoca, completa y mejora mi vida interior. Si así no fuera, esta lectura podría ser entretenida y bacán, incluso útil, pero no me dejaría marca. Las Memorias narran en primera persona los eventos vividos más los sentimientos e ideas que inspiraron al Emperador Romano Adriano en su vida y gobierno. Adriano emprende este trabajo de recordar y escribir cuando siente que la muerte le ronda, como una suerte de ajuste de cuentas consigo mismo y como un modo de prepararse para el inevitable tránsito, ya que sus obligaciones y circunstancias le impiden suicidarse: Mi muerte me parecía mi decisión más personal, mi supremo reducto de hombre libre; me engañaba. (…) … no me sentía más libre para desertar que cualquier legionario. Adopta la forma de una larga epístola dirigida a su nieto por adopción, Annio Vero, conocido después como el Emperador Marco Aurelio. Adriano, como buen político, piensa en lo útil de su acto para formar al futuro Marco Aurelio en la política y en la vida, pero también para definirse a sí mismo, quizá para juzgarme, o por lo menos para conocerme mejor antes de morir. Esta exquisita novela es confesado libro de cabecera de gobernantes y políticos, porque la peripecia vital narrada, aunque común a todos los seres humanos, es particularmente importante en el Príncipe, humano aunque gobernante, que trata de llevar al mundo sus aspiraciones humanas, sus utopías ocultas o manifiestas. En el caso de Adriano, su ideario de Emperador: A cada uno su senda; y también su meta, su ambición si se quiere, su gusto más secreto y su más claro ideal. El mío estaba encerrado en la palabra belleza, tan difícil de definir a pesar de todas las evidencias de los sentidos y los ojos. Me sentía responsable de la belleza del mundo. Quería que las ciudades fueran espléndidas, ventiladas, regadas por aguas límpidas, pobladas por seres humanos cuyo cuerpo no se viera  estropeado por las marcas de la miseria o la servidumbre, ni por la hinchazón de una riqueza grosera … . Asoma aquí algo detrás de las durezas y suciedades en que la acción política se enfanga, y que para los incautos es lo único que ofrece. Asoma su grandeza, pero también su decadencia, presentando un hombre que vive plenamente hasta el final entre su voluntad y sus circunstancias: Mi tarea pública estaba cumplida; ahora podía volver a Tíbur, entrar en ese retiro que se llama enfermedad, experimentar con mis sufrimientos, sumergirme en lo que me restaba de delicias, reanudar en paz mi diálogo interrumpido con un fantasma. Mi herencia imperial quedaba en manos del pío Antonino y del grave Marco Aurelio; (…). Todo eso no estaba tan mal arreglado.

Marguerite Yourcenar consigue presentar a la persona que vive tras la acción pública, incluso dejándole mentir, como todos hacemos. La irrevocable perspectiva de la muerte imprime en el narrador una sinceridad implícita, si Adriano miente – y lo hace – es también porque se engaña a sí mismo, como todos hacemos. A veces se aceptará y justificará a sí mismo, a veces no se dará ese trabajo: Pero los dioses no se levantan (…) No se levantaron para protegerle. Admira ver con qué coraje y a la vez con qué conformidad de simple ser humano Adriano enfrenta a la muerte: El porvenir del mundo ya no me inquieta (…) dejo hacer a los dioses. No es que confíe más en su justicia que no es la nuestra, ni tengo más fe en la cordura del hombre; la verdad es justamente lo contrario. La vida es atroz, y lo sabemos. Pero precisamente porque espero poco de la condición humana, los períodos de felicidad, los progresos parciales (…) me parecen otros tantos prodigios, que casi compensan la inmensa acumulación de males, fracasos, incuria y error. (…) las palabras libertad, humanidad y justicia recobrarán aquí y allá el sentido que hemos tratado de darles. Es que en el proceso entre el nacimiento y la muerte se despliegan las bondades y las durezas de la existencia, como amores apasionados, guerras, negociaciones, amarguras, reformas y placeres. Adriano las enfrenta como visionario realista, combinación bien fuera de lo común. El carácter del hombre real se imprime en el Estado, porque el Estado no es una entelequia sino un proceso diario de los hombres y mujeres que lo dirigen, en el tiempo que va desde el pasado que nos determina, hacia el futuro que queremos determinar con nuestras acciones: Cuando visitaba las ciudades antiguas, sagradas pero ya muertas, sin valor presente para la raza humana, me prometía evitar a mi Roma el destino petrificado de una Tebas, una Babilonia o una Tiro. Roma debería escapar a su cuerpo de piedra; con la palabra Estado, la palabra ciudadanía, la palabra república, llegaría a componer una inmortalidad más segura. (…) Y sólo perecería con la última ciudad de los hombres. Y el resultado está ahí: Roma vive.

IV
Más de las Memorias de Adriano

Como narro y comento el libro que prefiero sobre todos, debo decir que lo hago no porque sea el mejor de todos, no pretendo ser objetivo. Es solamente el más querido de mi corazón y de mi mente, el que más me habla desde mi interior. Que mis lectores me perdonen el entusiasmo, porque voy a continuar. Los subtítulos de una obra, las partes en que se divide, suelen decir mucho de ésta, y proporcionan esa llamada “cultura de índice” que consiste básicamente en conocerlos y suponer lo que pueden significar. Los de las Memorias de Adriano están en latín y transmiten genialmente el sentido completo de la obra. Mal traducidos serían los siguientes: “Pequeña ánima mía”; “Vario, múltiple, multiforme”, “Tierra estabilizada”, “Siglo de Oro”, “Disciplina Augusta”, “Paciencia”. Para Adriano representan bastante bien las etapas vitales del individuo y del Estado que dirige. En la sólida investigación de Marguerite Yourcenar son también los lemas que ella encontró en las monedas acuñadas en el reinado del Emperador Adriano, con excepción de la primera que corresponde a un poema que se le conserva (Animula vagula blandula). Cuando lo leemos tendemos a olvidar el hecho especialmente importante de que Adriano fue real, Emperador del mayor Imperio del Mundo, y que por ende estamos conectados con él desde nuestra común condición humana, pero a la vez separados porque de no haber sido un príncipe gobernante, probablemente su destino individual no nos importaría tanto. En este contexto, para mí el centro de toda la obra es esta parte, que me permito transcribir: Por aquel entonces empecé a sentirme dios. No vayas a engañarte: seguía siendo, más que nunca, el mismo hombre nutrido por los frutos y animales de la tierra, que devolvía al suelo los residuos de sus alimentos, que sacrificaba al sueño a cada revolución de los astros, inquieto hasta la locura cuando le faltaba demasiado tiempo la cálida presencia del amor. Mi fuerza, mi agilidad física o mental, se mantenían gracias a una cuidadosa gimnástica humana. ¿Pero qué puedo decir sino que todo aquello era vivido divinamente? Creo que ser un verdadero hombre entre los hombres y vivir una vida plena, pasa para todos y cada uno de los seres humanos de todos los tiempos, por tratar de ser dioses. Por vivir, sentir, amar y trabajar como dioses, aunque sea por un corto lapso del corto lapso que nos ha sido dado bajo el Sol. Así alcanzamos el sentido pleno de nuestra existencia. Y todo esto me lo despierta esta pequeña obra maestra, que lo es porque en ella su autora y su personaje se convierten en uno con el lector.

Complemento imprescindible de esta pequeña obra maestra es su Cuaderno de Notas final, en el que en apurada confesión análoga a la que fuerza a Adriano, la Yourcenar describe con gran franqueza y maestría literaria su propio proceso de génesis, concepción y armado durante los años que fueron necesarios para poder escribir el libro: Todos esos manuscritos fueron quemados y merecieron serlo. El final es particularmente inspirador, lo citaré de memoria: Lo que yo era capaz de decir ya está dicho, lo que hubiera podido aprender ya está aprendido. Ocupémonos ahora de otras cosas. Me he encontrado a mí mismo murmurando estas palabras cuando se cerraba un proceso en mi propio devenir, no he encontrado aún palabras para expresarlo mejor. A esto me refiero cuando digo que un libro me habla desde el interior, cuando puede decir lo que siento y pienso mejor que yo mismo. Cuando te apropias de él al extremo de ser indisoluble con tu propio interior. Pero no nos detengamos: La pasión que un libro despierta no es la misma con otras obras del mismo autor. Opus Nigrum, por ejemplo, grande y celebrada obra de la Yourcenar, no me produce ni por asomo el efecto de Las Memorias de Adriano, aunque posea oficio, sello propio, genialidad, acaso también la misma estructura. Disfruto toda la obra de Marguerite Yourcenar, pero es poco lo que puedo decir de ella. Puede que a otros lectores les guste más o les inspire mejor Alexis o el tratado del Inútil Combate, Una Vuelta por mi Cárcel, o los Cuentos Orientales, o Fuegos. Ninguna de esas narraciones de gran potencia y oficio, alcanza a despertar en mí más que algunos ecos de las Memorias … . ¿Por qué? Me es difícil explicarlo. A veces es que un libro, ese y no otro, llegó en un momento determinado, ese y no otro, y es posible que tales coordenadas den lugar a una cierta actitud. A veces es el libro quien te escoge. A mí hay libros que me han seguido toda la vida sin alcanzarme hasta después de mucho tiempo, como el Ulises de James Joyce. Y libros que me han esperado durante años, producto de herencia por ejemplo, a los que acudía mucho después de haberlos ordenado en los estantes más altos, donde ponemos los libros que no leemos, como Los Cuatro jinetes del Apocalipsis de Vicente Blasco Ibáñez. Ha habido libros que cuando los encontraba y los leía eran maravillas, y luego al releerlos no me decían tanto, como los de Herman Hesse, que para mí no resiste el paso de la adolescencia a la madurez. Pienso en El Lobo Estepario o en Siddhartta, que tanto fueron para mí y hoy no es lo mismo. Otros en cambio empezaron por no decirme nada, tal vez me esperaban que creciera, como Todas las Sangres, de José María Arguedas. Yo sé de libros que he recomendado, fríos para mí y calientes para otros; y he leído libros que me han recomendado con calor, pero que me han dejado frío. Las Memorias de Adriano sigue siendo hasta hoy el libro por excelencia para mí. Resiste victoriosamente el paso de los años y supongo que así seguirá siendo. Es magnífico que cada lector tenga su propio libro-interlocutor, con quien dialogar y dialogarse y encontrarse un poco más a sí mismo.

V

Colofón

Tengo la sensación que en esta Crónica se me escapa un algo el sentimentalismo de los que narran algo que tienen en el corazón. No pido disculpas por las cursilerías en que incurro, pues nuestro intercambio con los demás no se produce más que por un cierto tiempo; se desvanece una vez lograda la satisfacción, la lección sabida, el servicio obtenido, la obra acabada. Tengo más libros predilectos, y no he terminado aún de leer todo lo que tengo que leer, mientras tenga vida y vista. Libros como El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, La Guerra y la Paz de León Tolstoi, La agonía del cristianismo de Miguel de Unamuno, o El largo camino hacia la Libertad, de Nelson Mandela me inspiran grandemente y se han ganado su espacio interlocutor. Pero el corazón tiene razones que la razón no comprende. Ya hablaré de ellos, si puedo. Lee lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás. Y si tienes un libro en el corazón, no olvides que Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera. Hasta la próxima.

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