CRÓNICAS DE LECTURAS - 11 -
Los Best Sellers (1): Mi libro predilecto
I
Lo contemporáneo, los best-sellers,
la literatura de auto-ayuda
Es relativo plantearse el tema de
los autores “contemporáneos”. Lo contemporáneo existe “mientras el lector vive”, y como uno sólo
vive en su tiempo y no en otro, no es lo mismo lo que se publicó cuando se tenía
veinte años que lo que de ahora, que se tiene algunas veintenas de meses más.
Por lo tanto lo que planteo es absolutamente personal e intransferible, aunque
espero que útil. El best-seller, como
su nombre lo indica, es un producto diseñado en función de sus características
comerciales. Es “el-mejor-vendido”, mejor aún, “el-mejor-vendedor”, y sólo
implica que vende, NO que es
moralmente bueno, deseable, conveniente, científico, adecuado, verdadero o
incluso verosímil. Best-Sellers son
la Biblia, el teatro de Shakespeare y las novelas de Umberto Eco; y best-sellers son Memorias de
una Pulga y ¿Quién se ha llevado mi
queso? El ser el que más vende
no dice nada de la calidad literaria, histórica o de otro tipo de los libros de
marras. Hay best-sellers que pueden
calificarse de perfectos bodrios por sus mentiras, exageraciones u otras
características indeseables. El Mein
Kampf (Mi Lucha) de Adolfo Hitler
fue un best-seller ampliamente
editado, difundido y leído, y las consecuencias de tal éxito editorial se
padecieron por la vía directa. Los best-sellers
se venden por su capacidad de capturar la lectura gracias al empleo adecuado de
códigos y registros literarios probados y universales por escritores que van
desde la genialidad (Mario Vargas Llosa
o Fedor Dostoiévsky), pasando por la
habilidad para contar historias (Stephen
King o Michael Crichton), hasta
llegar a la simple artesanía y exposición de lugares comunes. Aquí destacan
autores menores pero vendibles como Dan
Brown, cuyos El Código Da Vinci, La
Fortaleza Digital y Ángeles y
Demonios, son libros francamente malos, aunque siguen a rajatabla las
reglas y normas para producir un formato vendedor estereotipado que juega con
los prejuicios y creencias de las gentes, diciéndoles lo que quieren oír. Si tú
como escritor planteas una conspiración mundial donde “los buenos” enfrentan
con éxito a “los malos”, procurando seguir las simpatías y las antipatías de tu
público, y donde el héroe solitario – mejor aún si es una chica - derrota a la
poderosa y malvada organización, la venta queda asegurada … siempre y cuando
convenzas a la Editorial que te lo publique. En la ruta te amparas en la
ficción verosímil, das por cierto lo falso y cargas las tintas en hipótesis
cuestionables. Según se dice nace un tonto cada minuto, y todo sea por vender. El
negocio suele abarcar los derechos para hacer películas, a veces antes de
emprender la obra escrita. Confieso que me leí El Código Da Vinci en Máncora, en menos de un día, pues leerla nada
exigía ni me imponía esfuerzo alguno, y tenía una curiosidad análoga a la que producen los
bodrios detectivescos donde el asesino es el mayordomo.
Es obvio que no se edita sino lo
que puede venderse, según el olfato editorial, y así se empatan lectores con
autores. No me creo eso de que se escribe para uno, tarde o temprano quieres
ver lo que escribes en negro sobre blanco, por lo menos en tu blog. El hecho es
que para ser leído debes publicar, y para eso debes garantizar que te comprará
alguien más que tu mamá, que no te leerá pero le parecerá lindo. Autores como Dan Brown o Paulo Coelho despiertan así cierto interés por su artesanal
habilidad para contar historias, y en Paulo
Coelho el componente de auto-ayuda que es su principal argumento de venta, del
que podría perfectamente prescindir, aunque de seguro hubiera vendido 500,000
libros, no 50 millones. Su novela El
Alquimista me pareció interesante y fácil de leer, un cuentito vendedor,
extraído del acervo oriental, aunque simplón y con una moralina incorporada que
francamente crispa. Tras El Alquimista,
Coelho no ha hecho sino repetir la
fórmula que le ligó, que alcanzó una nueva cota con el Manual para el Guerrero de la Luz. Cuando un autor alcanza el
éxito, tiende a repetir la fórmula del éxito, impulsado por la industria
editorial que, como la mayoría de las industrias, es conservadora. Repite lo
que ya dijo bien en un principio, porque así lo exige la editorial, cuyo
interés es poner el gallardete de Nuevo éxito del autor de …, que vende.
Esto pasa con todos. Incluso Mario
Vargas Llosa, Alfredo Bryce
Echenique y Gabriel García Márquez,
por no mencionar otros, se han repetido a sí mismos. Alcanzaron la grandeza con
productos como Conversación en la Catedral,
Un mundo para Julius o Cien Años de Soledad; y después hacen
literatura francamente menor, como Kathy
y el Hipopótamo, La amigdalitis de
Tarzán o Memorias de mis Putas
Tristes. Pero aún así, Vargas Llosa,
Bryce y García Márquez tienen tanto qué decir, lo dicen tan bien y tanto
aporta su lectura, que se puede pasar por eso y a veces sorprenderse, como con
la magistral Guerra del Fin del Mundo,
de Vargas Llosa.
Mi problema cuando leo ciertos best-sellers es la sensación de perder
de tiempo, habiendo otras cosas qué leer. De mis lecturas espero sacar algún aporte
que me haga mejor en algún sentido. Si no, para qué leo. Hay best-sellers magníficos, que aúnan bien el
aprendizaje emocional o cognitivo con el entretenimiento, que no tienen por qué
separarse. Mucha excelente literatura ha sido best-seller antes de pasar la prueba generacional. Ejemplos de
polendas son Esta noche, la Libertad
de Dominique LaPierre y Larry Collins; Space de James Michener;
la Trilogía del Bounty, de Charles Nordhoff y J. Norman Hall; The Naked and
the Dead, de Norman Mailer; Los 900 Días de Harrison Salisbury; The Guns
of August, de Barbara Tuchman; El Padrino, de Mario Puzo; etcétera. En el Perú, la ausencia de Editoriales
capaces de lograr productos masivos, más las dificultades de comprensión
lectora de los eventuales lectores crean un círculo vicioso difícil de romper, a
pesar de esfuerzos históricos del estado o particulares reflejados en
iniciativas como la Editorial Peisa,
Populibros peruanos, los Munilibros, la Editorial del diario El Comercio y otros que han tenido impacto.
Pero la falta de continuidad de una política de lectura – no una del libro por
favor, eso es poner el carro delante del caballo – determina que no haya sinergias establecidas. En las librerías de viejo se encuentran aún muchos saldos
felizmente baratos procedentes de estas ediciones.
II
Más sobre auto-ayuda, y segundas partes
No confundamos esto de repetirse
con las segundas, terceras y cuartas partes de obras exitosas. Estas pueden ser
funcionales o no, y hay incluso series completas escritas y centradas en
situaciones específicas o personajes particularmente bien construidos. Hasta
Don Miguel de Cervantes mordió el
cebo de las Segundas Partes en El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y autores como Arthur Conan Doyle, J.K. Rowling, Alejandro Dumas, Henry
Ridder Haggard, Manuel Scorza, Upton Sinclair, Ernesto Sábato, Richmal
Crompton, Giovanni Guareschi, Alfredo Bryce Echenique, entre muchos
otros, la hicieron con personajes como Sherlock
Holmes, Lanny Budd, El Nictálope, Harry Potter, Don Camilo,
Allan Quatermain o D´Artagnan. Pero hay autores cuyos
malabarismos verbales o contenido novelesco no justifica ni segundas lecturas ni
segundas obras, pues repiten demasiado de muy poco. Así me pasa con Jaime Bayly, cuya opus prima, No se lo digas a nadie, se dejaba leer a
pesar de su fácil chismografía, escandalosa y vendedora, tema que aprovechan
también autores más cuajados, como Alonso
Cueto. En Bayly se encuentra cierto
original nihilismo alpinchista, más o menos testimonial. No lo podemos culpar por
emplearse a fondo para lograr que la gente meta la mano al bolsillo para
envidiarle su actitud vital. De algo hay que vivir. Pero leerlo de nuevo para
constatarlo de nuevo, en mi caso no rinde. Se puede ser testimonial, por
supuesto, un gran novelista como John
Maxwell Coetzee lo es en Desgracia,
clásica anécdota del maduro profesor que se propasa con una alumna, que bucea
en los motivos de un hombre que no controla sus impulsos. No se lo digas a nadie ha sido llevada al cine, no mal; pero Desgracia no.
Antes se separaba la “literatura
de auto-ayuda” de la “literatura-literatura”, pues había público para ambas.
Hoy la lectura está devaluada, se lee menos, y las editoriales segmentan a los
lectores de otro modo, recombinando géneros. La “autoayuda” de calidad
literaria es relativamente nueva, y presenta autores como Richard Bach (Juan Salvador
Gaviota) o el peruano Sergio Bambarén
(El Delfín) que de alguna manera
rescatan los códigos de las viejas fábulas de Esopo, Samaniego e Iriarte. Poco queda de la autoayuda
clásica, heredera de Carnegie o Mandino, venida a menos pues pocos se
comen el cuento que con tu esfuerzo te harás millonario. Libros como Quién se ha comido mi queso y Chocolate caliente para el alma de las
madres tendrán su público, pero Coelho,
Bach, Bambarén y Bayly son
mejores o menos malos. Es inaceptable que se empleen en el Plan Lector libros como Sopa de Pollo para el alma de las madres e incluso a autores como Bach, Coelho y Bambarén, me parece equivalente a emplear libros de astrología y
quiromancia para las clases de Física y Anatomía. Pero evitemos el sectarismo,
lo que gusta a unos puede no gustar a otros. Plantearé a continuación una sola
obra de entre las muchas que prefiero de “Literatura Contemporánea” sin
perjuicio de mencionar más en su momento.
III
Memorias de Adriano (Marguerite
Yourcenar).
Este es mi libro predilecto. Lo he
leído y releído hasta la náusea, sin que me den náuseas jamás. Lo abro en una
página al azar, y me admiro, disfruto, pienso, me emociono, me identifico. Eso
es lo que espero de una buena obra literaria. Sin esfuerzo repito de memoria
párrafos enteros, incluso sin recordar de donde vienen, lo que testimonia su
impacto. Si el azar de mi devenir me llevara a Desierta Isla, a lo alto de un
Faro, o a ejecutar talleres para pingüinos en la Antártida; con seguridad
estará en mi equipaje. Lo leí originalmente en castellano, pero pude hacerlo
también en su original francés, pese a mi ignorancia de tan bello idioma. Fue en
circunstancias tan fuera de lo ordinario, que el teclado me manda y escribo sin
pensar ni filtrar, pues las Memorias
se vinculan, como otras cosas en la vida, con alguien: Ingeborg poseía una
inmensa cultura literaria y artística y una gran pasión por las Memorias y por la Yourcenar. El azar quiso que nos cruzáramos con el mismo libro en
el equipaje. Pasó lo que tenía que pasar, y en inspirado equipo revisamos cada
frase en francés con su versión en español, saboreando la exquisitez de la Yourcenar y la de su traductor Cortázar. Fue una noche sin límites, una orgía literaria, y la
mejor de mi vida, perdónese o no la confesión, lo que me tiene sin cuidado
porque lo bailado nadie te lo quita. Inspirado en las Memorias y en la circunstancia nombré este Blog en que publico. Es
que las Memorias de Adriano me
parecen la mejor narración posible de las memorias vitales, me identifico en
absoluto con lo contado, y su lectura evoca, completa y mejora mi vida
interior. Si así no fuera, esta lectura podría ser entretenida y bacán, incluso
útil, pero no me dejaría marca. Las Memorias
narran en primera persona los eventos vividos más los sentimientos e ideas que inspiraron
al Emperador Romano Adriano en su vida y gobierno. Adriano emprende este
trabajo de recordar y escribir cuando siente que la muerte le ronda, como una
suerte de ajuste de cuentas consigo mismo y como un modo de prepararse para el
inevitable tránsito, ya que sus obligaciones y circunstancias le impiden
suicidarse: Mi muerte me parecía mi
decisión más personal, mi supremo reducto de hombre libre; me engañaba. (…) … no me sentía más libre para desertar
que cualquier legionario. Adopta la forma de una larga epístola dirigida a
su nieto por adopción, Annio Vero, conocido después como el Emperador Marco
Aurelio. Adriano, como buen político, piensa en lo útil de su acto para formar
al futuro Marco Aurelio en la política y en la vida, pero también para
definirse a sí mismo, quizá para
juzgarme, o por lo menos para conocerme mejor antes de morir. Esta
exquisita novela es confesado libro de cabecera de gobernantes y políticos,
porque la peripecia vital narrada, aunque común a todos los seres humanos, es
particularmente importante en el Príncipe, humano aunque gobernante, que trata
de llevar al mundo sus aspiraciones humanas, sus utopías ocultas o manifiestas.
En el caso de Adriano, su ideario de Emperador: A cada uno su senda; y también su meta, su ambición si se quiere, su
gusto más secreto y su más claro ideal. El mío estaba encerrado en la palabra
belleza, tan difícil de definir a pesar de todas las evidencias de los sentidos
y los ojos. Me sentía responsable de la belleza del mundo. Quería que las
ciudades fueran espléndidas, ventiladas, regadas por aguas límpidas, pobladas
por seres humanos cuyo cuerpo no se viera
estropeado por las marcas de la miseria o la servidumbre, ni por la
hinchazón de una riqueza grosera … . Asoma aquí algo detrás de las durezas
y suciedades en que la acción política se enfanga, y que para los incautos es
lo único que ofrece. Asoma su grandeza, pero también su decadencia, presentando
un hombre que vive plenamente hasta el final entre su voluntad y sus
circunstancias: Mi tarea pública estaba
cumplida; ahora podía volver a Tíbur, entrar en ese retiro que se llama
enfermedad, experimentar con mis sufrimientos, sumergirme en lo que me restaba
de delicias, reanudar en paz mi diálogo interrumpido con un fantasma. Mi
herencia imperial quedaba en manos del pío Antonino y del grave Marco Aurelio; (…).
Todo eso no estaba tan mal arreglado.
Marguerite Yourcenar consigue presentar a la persona que vive tras la
acción pública, incluso dejándole mentir,
como todos hacemos. La irrevocable perspectiva de la muerte imprime en el
narrador una sinceridad implícita, si Adriano miente – y lo hace – es también porque
se engaña a sí mismo, como todos
hacemos. A veces se aceptará y justificará a sí mismo, a veces no se dará
ese trabajo: Pero los dioses no se
levantan (…) No se levantaron para protegerle. Admira ver con qué coraje y
a la vez con qué conformidad de simple ser humano Adriano enfrenta a la muerte:
El porvenir del mundo ya no me inquieta
(…) dejo hacer a los dioses. No es que confíe más en su justicia que no es la
nuestra, ni tengo más fe en la cordura del hombre; la verdad es justamente lo
contrario. La vida es atroz, y lo sabemos. Pero precisamente porque espero poco
de la condición humana, los períodos de felicidad, los progresos parciales (…)
me parecen otros tantos prodigios, que casi compensan la inmensa acumulación de
males, fracasos, incuria y error. (…) las palabras libertad, humanidad y
justicia recobrarán aquí y allá el sentido que hemos tratado de darles. Es
que en el proceso entre el nacimiento y la muerte se despliegan las bondades y
las durezas de la existencia, como amores apasionados, guerras, negociaciones, amarguras,
reformas y placeres. Adriano las enfrenta como visionario realista, combinación
bien fuera de lo común. El carácter del hombre real se imprime en el
Estado, porque el Estado no es una entelequia sino un proceso diario de los
hombres y mujeres que lo dirigen, en el tiempo que va desde el pasado que nos
determina, hacia el futuro que queremos determinar con nuestras acciones: Cuando visitaba las ciudades antiguas,
sagradas pero ya muertas, sin valor presente para la raza humana, me prometía
evitar a mi Roma el destino petrificado de una Tebas, una Babilonia o una Tiro.
Roma debería escapar a su cuerpo de piedra; con la palabra Estado, la palabra
ciudadanía, la palabra república, llegaría a componer una inmortalidad más
segura. (…) Y sólo perecería con la última ciudad de los hombres. Y el
resultado está ahí: Roma vive.
IV
Más de las Memorias
de Adriano
Como narro y comento el libro que
prefiero sobre todos, debo decir que lo hago no porque sea el mejor de todos, no
pretendo ser objetivo. Es solamente el más querido de mi corazón y de mi mente,
el que más me habla desde mi interior. Que mis lectores me perdonen el
entusiasmo, porque voy a continuar. Los subtítulos de una obra, las partes en
que se divide, suelen decir mucho de ésta, y proporcionan esa llamada “cultura
de índice” que consiste básicamente en conocerlos y suponer lo que pueden
significar. Los de las Memorias de
Adriano están en latín y transmiten genialmente el sentido completo de la
obra. Mal traducidos serían los siguientes: “Pequeña
ánima mía”; “Vario, múltiple, multiforme”, “Tierra estabilizada”, “Siglo de
Oro”, “Disciplina Augusta”, “Paciencia”. Para Adriano representan
bastante bien las etapas vitales del individuo y del Estado que dirige. En la sólida investigación de Marguerite Yourcenar son también los lemas que ella encontró en las
monedas acuñadas en el reinado del Emperador Adriano, con excepción de la
primera que corresponde a un poema que se le conserva (Animula vagula blandula). Cuando lo leemos tendemos a olvidar el
hecho especialmente importante de que Adriano fue real, Emperador del mayor
Imperio del Mundo, y que por ende estamos conectados con él desde nuestra común
condición humana, pero a la vez separados porque de no haber sido un príncipe
gobernante, probablemente su destino individual no nos importaría tanto. En
este contexto, para mí el centro de toda la obra es esta parte, que me permito
transcribir: Por aquel entonces empecé a
sentirme dios. No vayas a engañarte: seguía siendo, más que nunca, el mismo
hombre nutrido por los frutos y animales de la tierra, que devolvía al suelo
los residuos de sus alimentos, que sacrificaba al sueño a cada revolución de
los astros, inquieto hasta la locura cuando le faltaba demasiado tiempo la
cálida presencia del amor. Mi fuerza, mi agilidad física o mental, se mantenían
gracias a una cuidadosa gimnástica humana. ¿Pero qué puedo decir sino que todo
aquello era vivido divinamente? Creo que ser un verdadero hombre entre los
hombres y vivir una vida plena, pasa para todos y cada uno de los seres humanos
de todos los tiempos, por tratar de ser dioses. Por vivir, sentir, amar y trabajar como
dioses, aunque sea por un corto lapso del corto lapso que nos ha sido dado bajo
el Sol. Así alcanzamos el sentido pleno de nuestra existencia. Y todo esto me
lo despierta esta pequeña obra maestra, que lo es porque en ella su autora y su
personaje se convierten en uno con el lector.
Complemento imprescindible de
esta pequeña obra maestra es su Cuaderno de Notas final, en el que en apurada
confesión análoga a la que fuerza a Adriano, la Yourcenar describe con gran franqueza y maestría literaria su
propio proceso de génesis, concepción y armado durante los años que fueron
necesarios para poder escribir el libro: Todos
esos manuscritos fueron quemados y merecieron serlo. El final es
particularmente inspirador, lo citaré de memoria: Lo que yo era capaz de decir ya está dicho, lo que hubiera podido
aprender ya está aprendido. Ocupémonos ahora de otras cosas. Me he
encontrado a mí mismo murmurando estas palabras cuando se cerraba un proceso en
mi propio devenir, no he encontrado aún palabras para expresarlo mejor. A esto
me refiero cuando digo que un libro me habla desde el interior, cuando puede
decir lo que siento y pienso mejor que yo mismo. Cuando te apropias de él al
extremo de ser indisoluble con tu propio interior. Pero no nos detengamos: La
pasión que un libro despierta no es la misma con otras obras del mismo autor. Opus Nigrum, por ejemplo, grande y
celebrada obra de la Yourcenar, no me
produce ni por asomo el efecto de Las Memorias
de Adriano, aunque posea oficio, sello propio, genialidad, acaso también la
misma estructura. Disfruto toda la obra de Marguerite
Yourcenar, pero es poco lo que puedo decir de ella. Puede que a otros
lectores les guste más o les inspire mejor Alexis
o el tratado del Inútil Combate, Una
Vuelta por mi Cárcel, o los Cuentos
Orientales, o Fuegos. Ninguna de
esas narraciones de gran potencia y oficio, alcanza a despertar en mí más que algunos
ecos de las Memorias … . ¿Por qué? Me
es difícil explicarlo. A veces es que un libro, ese y no otro, llegó en un
momento determinado, ese y no otro, y es posible que tales coordenadas den
lugar a una cierta actitud. A veces es el libro quien te escoge. A mí hay
libros que me han seguido toda la vida sin alcanzarme hasta después de mucho
tiempo, como el Ulises de James Joyce. Y libros que me han
esperado durante años, producto de herencia por ejemplo, a los que acudía mucho
después de haberlos ordenado en los estantes más altos, donde ponemos los
libros que no leemos, como Los Cuatro
jinetes del Apocalipsis de Vicente
Blasco Ibáñez. Ha habido libros que cuando los encontraba y los leía eran
maravillas, y luego al releerlos no me decían tanto, como los de Herman Hesse, que para mí no resiste el
paso de la adolescencia a la madurez. Pienso en El Lobo Estepario o en Siddhartta,
que tanto fueron para mí y hoy no es lo mismo. Otros en cambio empezaron por no
decirme nada, tal vez me esperaban que creciera, como Todas las Sangres, de José
María Arguedas. Yo sé de libros que he recomendado, fríos para mí y
calientes para otros; y he leído libros que me han recomendado con calor, pero
que me han dejado frío. Las Memorias
de Adriano sigue siendo hasta hoy el libro por excelencia para mí. Resiste
victoriosamente el paso de los años y supongo que así seguirá siendo. Es magnífico que
cada lector tenga su propio libro-interlocutor, con quien dialogar y dialogarse
y encontrarse un poco más a sí mismo.
V
Colofón
Tengo la sensación que en esta
Crónica se me escapa un algo el sentimentalismo de los que narran algo que
tienen en el corazón. No pido disculpas por las cursilerías en que incurro, pues
nuestro intercambio con los demás no se
produce más que por un cierto tiempo; se desvanece una vez lograda la
satisfacción, la lección sabida, el servicio obtenido, la obra acabada. Tengo
más libros predilectos, y no he terminado aún de leer todo lo que tengo que
leer, mientras tenga vida y vista. Libros como El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, La Guerra y la Paz de León Tolstoi, La agonía del cristianismo de Miguel
de Unamuno, o El largo camino hacia
la Libertad, de Nelson Mandela
me inspiran grandemente y se han ganado su espacio interlocutor. Pero el
corazón tiene razones que la razón no comprende. Ya hablaré de ellos, si puedo.
Lee lo que quieras, como quieras, donde
quieras. No te arrepentirás. Y si tienes un libro en el corazón, no olvides
que Mucho me costaría vivir en un mundo
sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera.
Hasta la próxima.
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