CRÓNICAS DE LECTURAS – 33
Leer Novelas de Aventuras
I
Adolescencia y Aventura
Dicen los editores que las
novelas de aventuras siempre tienen mercado, y este mercado es de adolescentes.
Para los que aún no saben, la adolescencia es una enfermedad cuya única cura es
el tiempo, se le suele comparar con una botica abandonada por aquello de que no
tiene remedio. Dada la condición incurable, sólo se puede mejorar la calidad de
vida del entorno familiar, pues el paciente vive muy cómodo esta enfermedad. El
entorno social combate el carácter endémico de la adolescencia con dosis
masivas de tranquilizantes, pues aunque los papis padecen en vivo y en directo la
adolescencia de sus hijos, la sociedad en su conjunto padece todo el tiempo gran número de adolescentes en acción. La Fisiología sostiene que la
adolescencia arranca con ciertas hormonas operando a lo loco, lo que se traduce
en los “que adolecen” en desajustes, movidas, desadaptaciones y permanente
sensación de tener un rascapié en salva sea la parte. Por ello actúan de una
manera más o menos enervante más o menos todo el tiempo. Entre otras cosas se
ha detectado en los adolescentes las ganas de salir al mundo, de aventurarse, si es que son sanos y normales. En apariencia esto no es del todo posible sin desajustar
sin remedio el tejido social, como puede observarse en nuestro vecino Chile, que se la pasa complicadísima con los pingüínos (así llaman allá a los estudiantes), y eso que aquí no pasan nunca esas noticias, no vaya a ser contagiosa la cordura, no vaya a ser que nos demos cuenta que el crecimiento económico no lleva a ninguna parte. Yo supongo que una Educación más humana - menos carrera de ratas - sería una maravilla para los adolescentes, que ya no tendrían que salir a la calle a protestar por oportunidades y podrían resolver sus necesidades aventureras a través de la lectura de historias de aventuras.
Este rasgo aventurero de la
adolescencia de todos los tiempos se refuerza con la cultura visual, que matiza
si no sustituye al texto escrito. El género de aventura vende como pan
caliente, necesita producir material excitante y ya no basta el socorrido
recurso de editar la acción a velocidad supersónica. Los argumentos pesan y
cuentan para producir guiones, y la cultura visual depende en enorme medida de
los clásicos de aventuras para construir blockbusters
en los diferentes soportes y mercados, para ganar copiosa audiencia adolescente
y hacer plata como cancha. El cine y la tele de aventuras sustituyen al texto
escrito, con el efecto colateral aprovechable de desplazar el polo lector al
hogar. Claro, eso si los papis están en la nota aventurera y en las dinámicas
visual y lectora, lo que les exige estar vivos y actuantes. Se trata de poner
coto a la personalización de la pantalla, de modo que no se llegue al extremo
ludópata, y chequear bien chequeados esos video-juegos de aventura, como Zelda, Warcraft y unos cuantos miles más. La diferencia entre video-juegos con cine, TV y libros está en la
interactividad, que exige distintos y mayores compromisos neuro-musculares.
Pero lo que no cambia es la trama,
el guión, el argumento, el movimiento, lo que pasa, ocurre y acontece en el
libro, la película, el programa de televisión o el video-juego. De ahí que
resulte importante revisar siempre los parámetros de la novela de aventura, que
no es nada vetusta como se cree a veces, ni se ha muerto. Por el contrario, los
argumentos tienden a repetirse y encontramos en lois libros la mayor parte de
lo que hay en manga, video-juegos, cómics, películas o series. Así que, papis y
mamis, ustedes no están quedados sin remedio. Por el contrario, es más que
probable que ustedes sean los expertos en el tema este de las aventuras. Les
comento que así me pasa con mi hijo Alejandro,
un artista del manga, con el que
discuto los códigos literarios de la aventura, que él entiende mejor que yo.
II
Los Tres Mosqueteros / Veinte Años Después / El Vizconde de Bragelonne
(Alejandro Dumas padre).
Se recuerda poco en estas épocas
que los editores españoles y latinoamericanos solían hasta no hace mucho
pedirle a los obispos católicos un checking
del texto que publicaban, dando fe que su contenido no chocaba con las verdades
promovidas por la Santa Religión Católica, Apostólica y Romana. Cuando era el
caso aparecía en las primeras páginas el Nihil Obstat (Nada Impide), que indicaba
a los católicos que podían leer el libro sin riesgo para su salvación eterna.
Los editores más acuciosos añadían al Nada impide el Imprimátur (Imprímase),
sutil orden, no sólo permiso, de lectura. Esto constituía un auspicio de la
autoridad eclesiástica, lectura no sólo permitida sino casi impuesta a través
de la sacrosanta Que se Imprima.
Supongo que los editores estaban felices por los lectores que se sentían
autorizados por su Iglesia para ejercer la lectura y por ende comprar el libro.
Los libros que ostentaran el Imprimátur serían lectura casi
edificante según la jerarquía eclesiástica, casi obligatoria para los que
sujetaran su juicio al de la jerarquía. Allá al fondo acechaba el Índex Librorum Prohibitorum, lista de
libros a los que ningún católico debía acceder sin arriesgar su salvación
eterna, según criterio de los censores. La Iglesia Católica ejercía la censura
no prohibiendo sino desaconsejando ciertas
lecturas. Ustedes dirán que a qué cuento viene esto de la censura respecto a Alejandro Dumas y las aventuras de Athos,
Porthos,
Aramis
y D´Artagnan
en Los Tres Mosqueteros y sus
continuaciones. Lo diremos con claridad de agua bendita: La mayor parte de las
ediciones de Los Tres Mosqueteros en
castellano se censuraron y mutilaron. Partes enteras figuraban en el Índex, en especial las que sugerían o relataban
las aventuras sexuales de Milady con Athos y D´Artagnan,
al marido de Constance consintiendo en la sacada de vuelta de ésta con D´Artagnan,
así como las que simpatizaban con los Hugonotes protestantes. Y esa fue la
primera versión que leí, concentrada en las aventuras de D´Artagnan y sus
compañeros, pobre en la intriga y sugerente que la ejecución extrajudicial de Milady
por los Tres Mosqueteros, Lord de Winter, los lacayos y el
verdugo de Lille se justificaba en el pecado de Milady, el ser ligera
de cascos y mala esposa del Conde de la Fère.
La primera vez que leí Los Tres Mosqueteros tal como la escribió
Dumas yo ya andaba por mis treinta
años, y era otra cosa de lo que había leído en mi niñez. En España e
Hispanoamérica muchísimas obras literarias (todas) fueron censuradas y mutiladas por el
control eclesiástico apoyado en el autoritarismo franquista español y de sus
aliados conservadores en América Latina. Los editores fueron víctimas, pero
también en algo cómplices, y dicho esto, podemos continuar con Los Tres Mosqueteros y sus
continuaciones tal como fueron escritas. Las aventuras de D´Artagnan, Athos,
Porthos
y Aramis;
no se escribieron para jóvenes, sino para el público adulto francés, que los
editores de la Tercera República veían ansiosos de leer sobre la vida de antes
de la Revolución Francesa. Estas novelas no ocultan nada, y lo que me permitió
descubrir este asunto de la censura fue que me leí Veinte Años Después, continuación de Los Tres Mosqueteros, y era tan buena que parecía de otro autor que
el de Los Tres Mosqueteros. En la
práctica los editores hicieron puré de Los
Tres Mosqueteros, y eso que leí ya no era Dumas. La edición de Oveja Negra a la que accedí era tres veces más
grande que la que leí antes, y mostraba la realidad del liberal sexo de
entonces, la discriminación a los gascones, las jesuitas hipocresías de Aramis,
el matrimonio por conveniencia de Porthos. Me pregunto a qué le tenían
miedo los censores, y a qué se lo tienen, pues las versiones cinematográficas actuales
también censuran, como en La máscara de
Hierro, de Randall Wallace –
guionista culpable de falsear la Historia escocesa en el Corazón Valiente de Mel
Gibson –, y ello a pesar de Leonardo
Di Caprio (Philip / Louis), Jeremy Irons (Aramis), Gerard Depardieu (Porthos), Gabriel Byrne (D´Artagnan) y en especial el
magnífico Athos construido por John
Malcovich. No sé cuál sea peor: La censura eclesiástica de antes o la
autocensura de los productores, directores, guionistas y demás yerbas
cinematográficas y de la TV de hoy. Porque solamente leyendo las tres obras nos
enteraremos por qué son Los Tres
Mosqueteros, y no los Cuatro del Uno para Todos y Todos para Uno: Al final
de la última novela - El Vizconde de Bragelonne – Aramis,
que ahora es General de los Jesuitas, voltea casaca, traiciona y enfrenta a sus
amigos, y al final los Tres mueren honorablemente. Por alguna razón que nunca
comprenderé se pretende proteger a los jóvenes de que hay traiciones e
hipocresías. Qué absurdo. Como si no lo vieran diario en la vida cotidiana.
Para bajar y leer:
http://dominiopublico.es/libros/Alejadro_Dumas/Alejadro%20Dumas%20-%20Los%20Tres%20Mosqueteros.pdf
Para bajar y leer:
http://dominiopublico.es/libros/Alejadro_Dumas/Alejadro%20Dumas%20-%20Los%20Tres%20Mosqueteros.pdf
III
Veinte Mil Leguas de Viaje
Submarino / La Isla Misteriosa; y
en otra línea Los Hijos del capitán Grant
(Julio Verne)
En estas Crónicas de Lecturas me
he referido in extenso a Julio Verne, pero siempre podemos ir un
poco más allá. La serie de novelas a que me refiero ahora surgió de forma
peculiar, pues Julio Verne no tenía intención
de escribirla. Es decir que cuando se mandó con Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino no sabía que escribía el
primer libro de una serie. Se ve ello en la extensión de la obra y la maestría
con la que cierra los hechos que narra. Como obra es redonda, tanto que debe ser una de las novelas mejor escritas en la
historia. El contrapunto entre Pierre Aronnax (narrador en primera
persona) y el capitán Nemo da sentido a toda la novela, lo que a Verne no le costó nada, a fuer como
quien esto escribe, de gran aficionado al mar y a la navegación. El viaje de
iniciación del francés a bordo del extraordinario submarino Nautilus marca el paso de una infantil
admiración por el Sabio al desencanto de notar la tortura emocional en que se
debate Nemo, su no resuelta confrontación con los demonios del pasado
de los que trata de escapar en lo profundo del mar. Demonios que le alcanzan en
la forma de las fragatas inglesas de guerra que Nemo, ante el horror de Aronnax,
Conseil
y Ned Land, hunde sin piedad con el espolón de su portentoso
buque submarino. El capitán Nemo no se reconoce parte de una humanidad que siente
le rechaza, que le niega patria y nacionalidad, y Aronnax se separa de esta
exigente figura paterna. La novela culmina en la catástrofe de la desaparición
del Nautilus en el remolino
Maelström de las Islas Löfoten, que a más de ser guiño y homenaje al Edgar Allan Poe de Un descenso al Maelström, desaparece a Nemo de la escena sin
matarlo. La obra termina así con brillantez, hasta con cita bíblica del Libro
de Job. En cambio, la serie Los Hijos del capitán Grant sí parece
haberse pensado como serie dirigida a jóvenes, en especial por la iniciación
del joven Robert Grant. La historia es tan extensa como la de Veinte Mil Leguas …, por lo que se edita
en tres novelas, o como una gran novela en Tres partes: La búsqueda en América
del Sur, Australia y el Océano Pacífico del Capitán Grant por sus hijos, generosamente
auspiciados por el aristócrata Glenarvan y su entorno, que incluye al geógrafo
francés Santiago Paganel. El largo periplo culmina con un final desdichado y
otro feliz, en uno el traidor Ayrton a.k.a. Ben Joyce es
abandonado en una isla desierta para expiar sus culpas, en el otro los hijos se
reúnen con el padre perdido, con matrimonios por medio y hasta el galán cómico
(Paganel)
encuentra tarde, pero encuentra, a su dama cómica (Lady Arabella). Ahora
bien, ¿qué podrían tener así en común Veinte
Mil Leguas de Viaje Submarino con Los
Hijos del capitán Grant? Pues de arranque, nada. Me ocurrió como a todos
los lectores de Verne, que no me
enteré de nada hasta que leí La Isla
Misteriosa.
Estoy casi seguro que a Julio Verne tampoco se le ocurrió atar
cabos sueltos sino cuando estaba escribiendo el segundo tercio de La Isla Misteriosa. La anécdota del
principio era más que suficiente para la aventura: Prisioneros unionistas de la
Guerra de Secesión encerrados en Richmond escapan en globo, tropiezan con un
huracán que los arrastra al Pacífico Sur, hasta una pequeña y deshabitada isla
volcánica, que bautizan Isla de Lincoln. Ahí vivirán a lo Robinson Crusoe, que inspira esta obra. Hay cuando menos un
personaje muy bueno: el Ingeniero Cyrus Smith, que representa
brillantemente al paradigma del progreso y la revolución industrial. Pero tengo
para mí que acá Julio Verne se tropieza con que tiene a sus
personajes en el Pacífico Sur, está en una isla … y … ¿por qué no enlazar los
cabos sueltos …? Desde el final de Los
hijos del capitán Grant, Ayrton sigue en la Isla Tabor /
María Teresa, a pocas millas de la Isla de Lincoln, cuyo origen volcánico deja
jugar con la idea de súbitos surgimiento y desaparición. Y ahí es que se le
debe haber venido a la cabeza el capitán Nemo, el Nautilus y el Maelström. No había cometido el error de Arthur Conan Doyle en
Reichenbach y Nemo estaba disponible para traerlo y utilizarlo como deus ex machina … y ya está. Solamente
hubo de superar el inconveniente de que al no haber planeado la serie se le
enredaban las fechas, que no cuadraban ni con la mejor buena voluntad, lo que
resolvió bonitamente con notas al pie de página, introduciendo sin percatarse un
“universo paralelo”, truco y técnica hoy bien conocida de escritores y editores,
que no estoy seguro fuera tan evidente en los tiempos de Julio Verne.
Para descargar y leer:
http://nuestraslecturasdotcom.files.wordpress.com/2013/03/vernejulioveintemilleguasdeviajesubmarinoresumen.pdf
Para descargar y leer:
http://nuestraslecturasdotcom.files.wordpress.com/2013/03/vernejulioveintemilleguasdeviajesubmarinoresumen.pdf
IV
Las Minas del rey Salomón / Allan
Quatermain / La Guerra Zulú (Henry
Ridder Haggard)
He leído y releído Las Minas del Rey Salomón ad
náuseam. La culpa es de la solvencia con la que Henry Ridder Haggard escribe en primera persona. Un escritor del siglo
XIX de antes del cine y la televisión estaba
obligado a ser eficiente y específico en la composición del lugar, en la descripción
y la narración de hechos consecutivos o no. Qué podemos decir sino que la
narrativa y descriptiva de Ridder
Haggard parecen escritas antes de ayer. No es raro que se hayan hecho tantas
versiones en cine de sus libros. Abundan incluso los pastiches, entre ellos el cómic pastiche Los Caballeros de
la Liga Extraordinaria que, discúlpenme, no me cuaja ni convertido en la
película de última La Liga Extraordinaria,
que a pesar de Sean Connery en el
papel del legendario cazador no le hace la más mínima justicia. Para mis
lectores que ignoran lo que es un pastiche,
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice Imitación
o plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de la
obra de un artista y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una
creación independiente. Y así sucede con continuaciones espurias de
ciertas obras literarias escritas por autores de segunda o tercera categoría
ávidos de un poco de fama o de ingresos (Nunca
segundas partes fueron buenas, Cervantes dixit), tales como pergeñar las aventuras de Planchet, Grimaud, Mosquetón
y Bazin,
lacayos de Athos, Porthos, Aramis y D´Artagnan; o qué pasó con Ishmael
tras el hundimiento del Pequod; o
cómo Paco
Yunque se metió al Partido Comunista. Dumas, Melville y Vallejo dejaron ahí a sus personajes, y
bien dejados estuvieron. La línea que separa una obra bien escrita de un pastiche es tenue. Si está bien hecho,
el pastiche tiene cierto artesanal
encanto. También es pastiche tomar
personajes de ficción y combinarlos con otros o con personajes reales, como
para ver qué pasa al juntar al cocainómano Sherlock Holmes con el psicoanalista
Sigmund Freud, en la novela Elemental, Doctor Freud, del Director de
Cine Nicholas Meyer. En la novela de
Umberto Eco La Isla del Día de Antes se toma a Biscarat, un muy menor
personaje de Dumas en Los Tres Mosqueteros, como antagonista.
En todo caso, a Allan Quatermain le han hecho de todo en el mundo anglosajón,
hasta cambiarle el nombre a Quartermain, y ello porque el
personaje en sí mismo es interesante, se come la novela y cualquier versión en
cine, porque los guiones a veces se apartan demasiado del sentido de la obra
original, y para salvar el asunto hay que cambiar el personaje.
Se puede decir de Ridder Haggard un par de cosas: Creó a Quatermain,
y qué bien narra en primera persona el maldito, qué fluido, directo y excelente
descriptor de la naturaleza y las situaciones. Conserva estas fortalezas con pocas
excepciones en la serie de Allan
Quatermain como en la serie Ella,
excelente también por donde se le mire. Pensemos algo en esto: Narrar en
primera persona algo que ha pasado es como servir una sopita fría, es casi
empezar por el final, porque ya sabemos que si el narrador está narrando es que
está allí para contarlo, no importa qué terribles riesgos o peligros haya
vivido, no se ha muerto, y esto no es poco en una novela de aventuras. Así que
la narración se desliza a cómo la hizo para salir bien del asunto. Porque si de
aventuras se trata, pocos han vivido tantas como Allan Quatermain, que
representa una especie de oda al colonialismo liberal británico del siglo XIX
en la extensa África inglesa, en especial Sudáfrica. Ridder Haggard no hace el papel de propagandista barato de la civilización
inglesa, en el que sí se siente cómodo Rudyard
Kipling en Kim, El Libro de la Jungla y otras obras
ambientadas en la India. Se le creen a Allan Quatermain sus increíbles
aventuras porque él es verosímil, porque piensa y habla y actúa como un hombre
que conoce la realidad, con opiniones propias, y que va a contramano de los
muchos ingleses dedicados a explotar y disfrutar su imperio colonial sin
considerar nada de lo que hoy llamamos interculturalidad. De ahí que, a
diferencia de sus contemporáneos, sus valoraciones sobre los nativos africanos
sean escandalosas para su tiempo (¿Qué es
un gentleman? (…) no lo sé y, sin embargo he tenido que tratar con negros …
Pero no, voy a tachar la palabra ´negros´ porque no me gusta. He conocido
nativos que lo eran (gentlemen) (…) y blancos inteligentes, de buena familia y
con dinero que no lo eran), e incluso ventajosas para los africanos, como
en la comparación entre el valiente amazulu Umslopogaas y el cobarde
europeo Alphonse en la novela Allan
Quatermain. La calidad de la narración no decae nunca, y abarca todo el
periplo vital de Quatermain, hombre de 55 años de edad en Las Minas del Rey Salomón, cuando nos es presentado. El éxito del
libro llevó a Ridder Haggard a
escribirle secuelas, como Allan
Quatermain; así como lo que hoy se llama “precuelas” (odioso término),
tales como La guerra Zulú, La esposa de Allan y La venganza de Maiwa, entre otras. Así
podemos conocer la biografía completa de los 18 a los 68 años de este personaje,
coincidente con el apogeo del Imperio Británico en África.
Para descargar y leer:
http://www.medellin.edu.co/sites/Educativo/Repositorio%20de%20Recursos/Haggard_H.%20Rider-Las%20Minas%20del%20Rey%20Salomon.pdf
Para descargar y leer:
http://www.medellin.edu.co/sites/Educativo/Repositorio%20de%20Recursos/Haggard_H.%20Rider-Las%20Minas%20del%20Rey%20Salomon.pdf
V
Colofón
Pienso que nos gustarán siempre
las novelas de aventuras. Hay una cierta necesidad eterna en el ser humano de
vencer dificultades, de mostrar logros, de atravesar por circunstancias
difíciles y superarlas. Cuando no podemos vivir esas aventuras por nosotros
mismos, tratamos de hacerlo por interpósitas personas. Sea en la realidad o en
los libros necesitamos vivirlas, y no tenemos que ser adolescentes para ello.
Así que ya saben: El que tenga Ojos, que
Lea.
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