CRÓNICAS DE LECTURAS – 48
Las Mil Noches y Una Noche
(1)
En el nombre de Alá,
el Clemente, el Misericordioso.
el Clemente, el Misericordioso.
I
Contar Cuentos
A mí siempre me ha gustado contar
y actuar los cuentos e historias, cantar canciones de cuna y más que eso. He
sido feliz haciéndolo con mis hijos, he dictado mis clases como si fueran narrativas
y creo que a veces he tenido éxito con mis alumnos, en cualquier caso lo he
disfrutado y me he fabricado así frondosos recuerdos que me acompañarán hasta
el día que le luzca el pelo a la que
deshace las reuniones. Estos últimos años he vuelto a ser feliz leyendo
cuentos con mi hija. Y como en nada somos los primeros en este mundo cochino y
como todo está dicho - aunque todo esté para
volver a ser dicho - pues en esto de contar cuentos e historias se me adelantaron
todas las culturas de todas las generaciones de seres humanos. Es que los
cuentos no se han fabricado para los niños, aunque por supuesto para ellos
también, tampoco me tomen los rábanos por las hojas. Lo cierto es que narrar
cuentos e historias satisface una profunda necesidad del ser humano. La
oralidad es poderosa, y lo creado para ser contado en las hogueras de los
campamentos y los dormitorios de las chozas se convierte en escrito, menos mal.
Entre los cuentos e historias que han hecho el gasto los últimos diez mil años
de la existencia humana están los que se recopilaron para formar las
famosísimas Mil y Una Noches. Esta
obra es en definitiva un clásico, pero hay que pensarla como una obra viva, pues
la oralidad en ella es tan evidente, que incluso uno de sus recopiladores /
traductores (Mardrus) le añadió con
toda la del buey cuentos e historias escuchados por él en las barberías y zocos
de Damasco. Pero también contiene algunas paradojas: No podemos fechar con
exactitud la antigüedad de las Mil y Una
Noches, dada la cantidad de versiones que tiene, y el número de cuentos e
historias incluidas o no incluidas según la versión. Lo único evidente es que
muchas de estas historias son arcaicas. Y aunque tiene un notable sustrato
Islámico, hay orígenes de los cuentos y escenarios establecidos en todo el
mundo musulmán y más allá: Egipto, China, la India, Persia, Siria, Rum, etcétera.
A pesar de su origen oral y sus
grandes indeterminaciones, hay en las Mil
y Una Noches una suerte de impersonalidad objetiva, una manera de contar
que está ahí y a la vez tiene demasiada dignidad para decir que está ahí, muy
análoga a la de otras grandes obras literarias como la Ilíada, la Odisea, el Mahabharata, el Ramayana, los Eddas, el Quijote, el Fausto, la Divina Comedia,
etcétera; que nos da la sensación a nosotros, lectores modernos, de haber en la
colada un solo autor o cuando menos un solo criterio para determinar qué está y
qué no está en la obra. Por otra parte, las Mil
y Una Noches no constituyen una narración continua al estilo de los Poemas
Homéricos, donde se puede discernir una suerte de linealidad por encima de los
eventos narrados. Tiene más semejanzas con la Biblia, que pertenece a la misma tradición oriental, en el sentido
que es más abigarrada, a-lineal, arrejuntada. Y sin embargo posee más coherencia
que la misma Biblia, dada su
estructura narrativa de principio y final, y al hecho incontrovertible que allí
donde la Biblia es un montón de
libros, las Mil y Una Noches es uno
solo, como el Corán. A semejanza del
libro de Job y algún otro, la pequeña Historia original de Shahriar
y Sheherezada
se partió en dos para colocar en medio mucho más contenido. A diferencia de la Biblia y sus diversas lenguas (Hebreos,
Griegos, Arameo, etcétera), las Mil y Una
Noche están escritas en árabe de punta a cabo, y además son completamente
islámicas y mahometanas todo el tiempo (Pero
Alá es el más sabio). Por otra parte los cuatro estilos retóricos del
idioma árabe están presentes, aunque es el llano (transliterado sazich) el que predomina casi
absolutamente, reservándose los otros a efectos muy particulares. Es, pues, por
esta y por muchas otras razones que trataremos de dilucidar en esta y otras
Crónicas, una obra de origen, desarrollo y final popular, y aparecerán en ella
Nobles, Califas, Sultanes, Princesas, Efrits, junto a barberos, cargadores
de bultos, vendedores de dátiles, leñadores, marineros, pastores, comerciantes,
peregrinos a La Meca, domesticadores de monos y demás fauna humana.
Para información de mis lectores,
la edición que empleo es la mexicana de 1989 de Aguilar, traducción y notas de R. Cancinos Assens; primera edición de
1955, de donde extraeré las citas, salvo que se diga lo contrario.
II
La anécdota de las Mil Noches y
Una Noches
Apenas encuentro que la palabra
anécdota sea descriptiva para contar el drama que da cuerpo y estructura a esta
monumental recopilación de historias de tantos y diversos tipos y procedencias.
El drama es común y terrible, más terrible aún porque es común: La infidelidad.
El Rey del Siglo (expresión miliunanochesca para diferenciar a Alá
– soberano de la eternidad - de los reyes mundanos) Shahriar es un monarca
justo y equitativo, caballero valiente y leal, pero ingenuo y caído del palto, que por tener
babuchas cree que el suelo es de cuero, debido a su crianza – de él y de su
hermano menor, el rey Shahsemán – en el artificial
ambiente cortesano. Ambos descubren la realidad de la vida al enterarse de la
infidelidad de sus respectivas esposas, que por supuesto, y para variar, son los últimos en enterarse. Shahsemán es el primero: … acordóse el soberano de una cosa que
dejara en su palacio olvidada, y tornóse allá, y al llegar, encontróse a su
esposa tumbada en el lecho, abrazada al cuello de un esclavo negro de entre los
esclavos, y al ver ello ennegrecióse el mundo ante los ojos del soberano.
Tras asesinar al negro y la esposa, visita a su hermano Shahriar, pero es obvio
que está triste y amargado, y no es para menos con su mundo destruido y sus ingenuas creencias hechas trizas. Además y para colmo, Shahsemán descubre las
orgías que su cuñada organiza a espaldas de su marido, y con el consabido esclavo negro.
Encuentra Shahsemán cierto consuelo al percatarse que no es el único portador
de tupida cornamenta, y al insistir Shahriar en por qué el semblante adusto
y melancólico cambió repentinamente, Shahsemán le suelta el bombazo. Convencido
por sus propios ojos, voló su razón de su
cabeza y decidieron los dos hermanos
correr los caminos, y ver si somos los únicos a los que tal
percance les ocurrió en el mundo. Pues si así fuere, preferible a la vida sería
nuestra muerte. Quizá algo exagerada la reacción, pero es comprensible. En la ruta hallan un Efrit o Genio a la que su prisionera
le saca la vuelta exactamente por 572 veces (llevaba la cuenta la pelandusca en
cuestión), contando a ambos hermanos con los que yace bajo amenaza, y planteando, eso sí, sus razones: Este efrit me raptó la noche misma de mi
boda (…) Y ha de aprender que las hembras de mi laya, cuando quieren una cosa,
no las detiene nada. Lección que más vale que asumamos nosotros, los que gastamos barba.
Vuelven los hermanos al reino de Shahriar,
éste ejecuta a su esposa, al negro y a todos los complicados en las orgías,
que eran bastantes. Y desde entonces
solía Shahriar, cuando tomaba esposa virgen y le arrebataba su virginidad,
matarla aquella misma noche sin aguardar a la mañana. En este plan estuvo
tres años, con serio riesgo de despoblar su reino pues empezó a clamar la gente y a huir de la ciudad llevándose sus hijas.
Y por supuesto el gobierno andaba en desbarajuste pues su cabeza misma está desequilibrada. Shahriar se ha convertido en un monstruo de venganza, en un déspota sanguinario. ¿Qué otra cosa puede hacer en estas circunstancias? No puede aceptar la
vida como es, no perdona debilidades, y trata de recuperar la confianza en sí
mismo – de esto se trata todo - impidiendo a sus esposas la infidelidad por la vía directa. Y al no haber muchas más damas disponibles, precisamente, le encarga a su Visir la chamba
de alcahuete. Entra así Shahrasad o Sheherezada, hija del Visir, en escena. Y es una joven sabia y hermosa y valiente (En la Biblia hubiera sido el
epítome de la mujer fuerte, ¿quién la
hallará?): Por Alá, padre mío, cásame
con el rey y a fe que moriré o serviré de rescate para las hijas de los mahometanos
y las libraré de entre sus manos. Por supuesto, por poco que lo pensemos, vemos que los planes de Shahrasad combinan los de las heroínas judías Judith y Ester, que la niña no es
ninguna boba, y contempla todas las posibilidades, incluso la de matar al rey, lo que no pasará
porque el rey no es en verdad malvado, sólo está enfermo de misoginia y debe ser
curado. Y con la complicidad de su ligeramente descocada hermana menor Dunyasad, Sharasad
empieza a contarle cuentos a ésta y al rey, que sin darse cuenta se interesa en
la continuación y pospone la ejecución de su esposa todos los días, pues ésta lo
deja siempre con la miel en la boca y con la yuca adentro. Ella contará cuentos por más de mil noches … y estas inocentes historias resultan
ser la terapia que devolverá la vida al triste y melancólico soberano, la belleza y la esperanza y la ilusión del amor. Alá, efectivamente, es el que más
sabe, pero ¿qué más podemos nosotros, los mercaderes del zoco, decir de Shahrasad,
la heroína del pueblo, la salvadora de las mujeres, la amante deliciosa, la elocuente
cuentacuentos …? ¿Por qué, ye Alá, el Piadoso, el Apiadable, no
has puesto en tu sabiduría una hembra así al lado de cada estúpido varón con
que poblaste este mundo …?
La admiración que despierta la
hermosa y sabia Shahrasad no es solamente literaria. El ruso Rimsky-Korzakov le compuso el poema
sinfónico Sheherezada, en la que el
violín la representa:
III
El Libro de las Mil y Una Noches:
Lo que se dice y lo que se calla
Lo que se dice y lo que se calla
El de los conocimientos maravillosos y las historias entretenidas,
peregrinas. Las cuales noches añaden curiosidad a curiosidad y ofrecen
descripciones de amor y pasión y locura de amor. Y contienen historias y
rarezas amenas y divertidas y graciosas, adornadas con figuras sorprendentes
nuevas, de lo más nuevo que haber pueda, y panoramas prodigiosos de los
prodigios de los tiempos. Esta es la traducción castellana literal de la
edición de Bulaq, y tratar de
reproducir o siquiera contar en el corto espacio de unas Crónicas toda la
riqueza de las Mil y Una Noches es
ciertamente locura y hace que me pregunte seriamente sobre mi equilibrio mental.
Trataremos solamente de presentar algunas de las partes y rasgos que definen
esta gran obra. Y empezaremos con el hecho que las historias de Shahrasad
se engranan siempre con palabras más o menos estereotipadas, del tipo Ha llegado a mis oídos, ye monarca, el
afortunado, que había una vez … y así arranca una historia que puede durar
menos de una noche, o tal vez treinta o cuarenta, con añadidos e intromisiones
y según el humor del soberano y la sapiencia de la princesa. Pero todas tienen
en común que Shahrasad las dejará inconclusas en la mejor parte, a la manera
de un serial de cine de barrio o incluso de un coitus interruptus, y creo que no es posible encontrar mejor
metáfora para esto: Sorprendió aquí a
Shahrasad la mañana y atajó el flujo de sus desbordantes palabras. Y es que
en el proceso de curación del misógino soberano este tema del coitus interruptus tiene mucha más
importancia de lo que parece. No haremos psicoanálisis barato, digamos que el
monarca recupera la sensación de la maravilla que trata de ahogar en sangre de vírgenes. Imaginamos a toda
la ciudad aguantando la respiración cada noche, en especial a las mujeres núbiles y casaderas, y sus
familias, rezando a Alá el Clemente, el Misericordioso para que a la princesa no se le agote el flujo de sus desbordantes palabras y pueda
asegurarles a las mocitas de la ciudad, a sus padres y madres y hermanos, un
día más de respiro, un día más de tranquilidad.
Tras cada historia de las Mil y Una Noches no hay pues solamente
una historia y nada más, sino el testimonio del sordo drama que se desarrolla
en las plazas públicas de la atribulada ciudad tanto como en la intimidad de la
alcoba del rey y la princesa, una sutil tensión hecha de silencios interrumpidos con las historias narradas por Sharasad
a Dunyasad
y de costado al rey. Es una tensión que se respira fuerte al principio y que se olvida con
facilidad tras las primeras noches, por el interés de las historias y las
mecánicas repeticiones de los lugares comunes de Shahrasad, destinadas a
tranquilizar al rey y recuperar su confianza. Pero lo cierto es que todos caminan
en la cuerda floja, y una risa fácil, un exceso de confianza, un comentario
fuera de lugar, una alusión descuidada, una falta de astucia podrían culminar
en el reinicio del baño de sangre, con consecuencias imprevisibles; y esa tensión está presente a todo lo largo de
todas y cada una de las noches de las Mil
y Una Noches. Es esta una situación que las versiones que por lo general
nos han familiarizado con esta obra pasan por alto completamente. Ha pasado con las Mil y Una Noches como con Los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, que han sobrevivido en su componente infantil y maravilloso: la anécdota mágica,
los califas, los genios, las lámparas maravillosas, las alfombras voladoras, el
ábrete sésamo y todo ese artificial y
hollywoodense exotismo oriental de película de los años ´40. Digamos pues que
esta terapia que Shahrasad le aplica al rey tiene su sentido profundo en cada cuento
y poema que narra, y trataremos en adelante de ver esa magia en acción.
El Libro de las Mil y Una Noches:
Las primeras Historias
Las primeras Historias
Empiezan las historias con el cuento del mercader y el efrit (Noches 1
y 2) y de cómo tres scheiks (jeques)
rescatan la sangre del mercader al contar sendas e interesantes historias que
proporcionan solaz y alegría … a cambio de la vida del susodicho. Estos efrit,
ifrit,
afarit,
alifrit
e incluso djinn o chinn, son lo que en occidente
llamamos Genios, es decir una suerte de espíritus mitológicos, dotados de ciertos
poderes, entre ellos el de hacerse invisibles y desplazarse a grandes
distancias en corto tiempo. Algunos son buenos y están de parte de Alá,
otros malos y están de parte de Iblís o Schaitán, el diablo según
el Islam. No parece casual que las Mil y
Una Noches empiecen con esta historia, parece una sutil reconvención de Shahrasad
al rey para que distinga que se puede cambiar el derramamiento de sangre por historias y relatos. Y aunque el rey no lo note y nada haya en el texto que nos lo
indique, preferimos pensar que en su astucia la princesa – de quien somos
rendidos admiradores, habrá notado ya el lector – empieza a aplicarle los
torniquetes del acting out al
soberano, al que tiene entre sus dedos, pero con sumo cuidado que no se le rompa. También parece que de cuando en cuando no está tratando de enseñarle y
guiarlo por los vericuetos de la sanación, sino simplemente distrayéndolo sabiamente con cuentos de diverso tipo, entre ellos los picarescos, como la historia del alhamel y las mocitas (Noches
9 a 11), donde por primera vez aparecen personajes que encontraremos en toda la
obra: El Califa Harunu-R-Raschid, su
Visir Châfar y su esclavo y verdugo el negro egipcio Mesrur.
A veces también aparece la celosa esposa de Raschid, la Califa Zobeida. Parece adecuado señalar
aquí que es posible que Shahrasad presente al poderoso
Califa de Bagdad y Emir de los Creyentes como un ejemplo a seguir para el
soberano Shahriar.
Que la historia verdadera se
entremezcle con la fantasía parece ser constitutivo de la narrativa
árabe. Harunu-R-Raschid (766 – 809 de
la era cristiana; 144 – 187 de la Hechra
o Hégira) que en esta historia comparte créditos con los efrit, es definitivamente un personaje histórico, aunque su Visir Châfar,
su verdugo Mesrur y su esposa Zobeida sean un poco más
problemáticos. Harunu-R-Raschid, o Aarón el Justo (nombre latinizado) fue
el quinto califa abasí de Bagdad, y gobernó un cuarto de siglo, que fue el de máximo esplendor del califato abasí, dícese que llegando
incluso a cambiar embajadores con el otro gran imperio de la época, el de Carlomagno. Parece que gobernó de
manera ecuánime, lo que se refleja en su fama de soberano sabio y
astuto, que trata de saber cómo van la cosas por la vía directa, saliendo de su
Palacio de incógnito y recorriendo Bagdad de noche, de modo que se termina enterando
de todo el lío del alhamel y de los tres zaluks
que además cuentan respectivamente sus historias (Noches 11 a 16) con otras
intercaladas, como es costumbre en las Mil
y Una Noches. Al final el Califa resuelve el problema, apoyado por el Saber
del Visir y el Alfanje del Verdugo. Veremos a Moliére hacer lo mismo en El Avaro algunos siglos después. La historia del visir Nuru-D-Din
y su hermano Schemsu-D-Din (Noches 20 a 25) tiene su lado jocoso, en
especial cuando discuten y pelean por el destino de unos hijos que aún no
nacen, pero la fuerza del maktub (“está
escrito”) árabe queda patente en el cumplimiento del destino de estos jóvenes. Las historias de barberos o alfayates confirman los estereotipos que rodean el oficio y que como vemos parecen ser
universales. La ocurrente historia
del alfajeme de Bagdad, As-Samet alias “el silencioso”, alusión sarcástica (Noches 33 a 37), y sus seis hermanos, todos
barberos también, muestra cuán antigua es la chismosa tradición de los cascaliendres.
Entre las Noches 60 a 102 y 120 a 126 se desenvuelve la larga y épica historia del rey Omaru-N-Nomán
y sus valerosos hijos Scharkán y Zu-L-Mekán, que por cierto es la
más larga de todas las Mil y Una Noches. Se ambienta durante la resistencia árabe a las Cruzadas, y es de
carácter caballeresco y algo picaresco, nada tiene que envidiar a la
caballeresca occidental del Amadís de Gaula o del Caballero Cifar.
V
Colofón
Largo, animado y agradable
trabajo me espera, he llegado apenas a reseñar cien noches de las Mil y Una. Así que ahí veremos si no me
eternizo en estas Crónicas. En todo caso, y como dicen los árabes, sea sobre nosotros la
paz. Y lee lo que quieras.
Esta Crónica sobre las Mil y Una Noches continúa en el link:
http://memoriasdeorfeo.blogspot.com/2013/08/cronicas-de-lecturas-49las-mil-noches-y.html
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