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martes, 19 de noviembre de 2013

CRÓNICAS DE LECTURAS 65 - SERIES DE NOVELAS HISTÓRICAS

CRÓNICAS DE LECTURAS – 65
Series de Novelas Históricas
                                                          I
Novela Histórica y el límite entre Historia y Literatura

Nadie dude de la importancia de aprender Historia, hay muchas y buenas razones para ello, y no abundaré en algo de lo que estoy seguro. Me centro en la Novela Histórica y mi experiencia personal con ella. En mis Crónicas sobre Biografías me he referido al problema de separar Literatura de Historia, los guionistas saben que la Historia se presta para el arte, pero el problema es el del límite entre uno y otra. Ya lo miré desde la Historia, hoy será desde la Literatura. La primera novela histórica parece ser el clásico de mediados del siglo XIX  Ivanhoe, de Walter Scott, la más conocida aunque no única ni en definitiva la más importante, que sobrevivió aún a través de las horribles vicisitudes del Nihil Obstat. Primero leí una versión censurada para “salvarle la vida” a la Iglesia Católica. Después la leí como es debido en edición de Oveja Negra, con todo el impulso nacionalista romántico laico muy siglo XIX, que glorifica la irrupción del pueblo en la Historia y expone el origen de las comunidades nacionales y los vínculos que unen a sus miembros. Trátase de encontrar el presente en ese pasado, y la habilidad del escritor será presentar los valores y creencias del pasado de modo que los reconozcamos en el presente. No puede ser ni demasiado extraña ni demasiado cercana pues perdería su categoría histórica o la literaria, y peliagudo es el problema en tiempos de editoriales coléricas. Hay mucho de ensayo en estas obras, ocasión para posiciones partisanas que a veces venden contrabando ideológico. Sorprende que no tengamos en el Perú una novela histórica típica, un discurso de alguna coherencia, no maniqueo ni sonsamente cándido o patriotero. Es que la novela histórica da miedo, aún si la emprende un consagrado muy consagrado, como Vargas Llosa - que la hace, pero para otras latitudes (La Fiesta del Chivo, La Guerra del Fin del Mundo, El Sueño del celta). Los ataques a la narración novelada y sus autores – a no ser que sea “coordinada” – llegan desde los concentrados medios de comunicación propiedad de las Familias que controlan la economía y la sociedad peruana.

Fuera de esta novela histórica hay otra, regional, precaria y de baja penetración, pues el público peruano apenas lee un libro al año, y qué libro será ese. Así, por más calidad individual que haya no se puede construir ni instalar un discurso que intermedie frente al pasado. Los intentos se pasman por diversas razones: Editoriales peruanas que no se arriesgan, falta de oficio de los escritores nacionales, diminutos mercados para la lectura, discrepancias en los hechos e interpretaciones históricas, posturas ideológicas enfrentadas, temor a las represalias de las poderosas dinastías familiares afectadas, dramatismo de los sucesos históricos peruanos aún no precisados, necesidad de no pisar ciertos callos para obtener auspicios, y conservar el empleo o la posibilidad de obtenerlo. Los que mejor pueden romper este bloqueo son los peruanos emigrados que ya no están bajo control de las argollas nacionales. Puede que la causa de carecer de relatos comunes sea la falta de un lenguaje a formar en una discusión franca y esclarecedora, pero aún conservamos el pacto infame de hablar a media voz en demasiados respectos. Como las heridas, ay, siguen sangrando, la aproximación más solvente es periodística e inmediatista. El mejor y quizá único autor solvente es Guillermo Thorndike (1940 – 2009), en especial en sus relatos sobre la Guerra del Pacífico (1879, El viaje de Prado, Vienen los Chilenos y La Batalla de Lima), donde reivindica a Mariano Ignacio Prado, de Familia vigente en el Perú. Otras de sus obras son El Año de la Barbarie; Abisa a los compañeros, pronto (llevada al cine); Los imperios del sol: Una historia de los japoneses en el Perú; Maestra Vida: novela verdad; más la biografía inconclusa de Miguel Grau. Trata Thorndike de hacer Historia “Novelada” o “Novela” histórica - quizá “Biografía por encargo”, pero siempre como periodista que persigue y narra sucesos. Tiene mérito rescatar importantes personajes y momentos de la Historia peruana, pero no cuaja una propuesta. Los emigrados peruanos tienen visiones más amplias, pero su experiencia de vida ya no es peruana, el mercado nacional es subsidiario y son como extranjeros en el paisaje exótico del propio país. Ni Mario Vargas Llosa se salva de ello con su novela histórica La Guerra del Fin del Mundo; y su último best-seller -El sueño del celta - no parece hacer carácter, empezando por el título. No es que sea mala, Vargas Llosa tendría que emplearse a fondo para que algo le salga realmente mal, pero mi sensación es que El Sueño del celta le debe más a Herodoto o Jenofonte que a la literatura. Y es que cuando te dan el Premio Nobel y tienes que estar a la altura, vamos, tienes derecho a que se te zafe una tuerca y no importará porque tu libro post-nobel a todos les parecerá excelente. Pero el problema del límite entre la Historia Novelada y la Historia a secas sigue ahí. Tal vez por eso los autores se especializan, así que trataré de algunos de estos “especialistas”, que lo fueron lo suficiente para crear series de novelas históricas centradas en sus personajes, lo que es garantía de éxito.    

II
Aléxandros (Valerio Massimo Manfredi)

Quizá lo mejor de esta serie de tres novelas – El hijo del sueño, Las arenas de Amón y El confín del mundo – es el intento de Manfredi de escapar de los lugares comunes y abundantes facilismos de los best-sellers. Sin embargo, por más decente y ético que sea hacerlo no le resultó sostenible a Manfredi, al que en otras obras se le escapa la Historia por la ventana y la ficción se mete por la chimenea con descaro, llevado según parece de las obvias necesidades del mercado marcadas por una segmentación blindada, como en La última Legión, cuya versión cinematográfica linda con el universo paralelo pensado para niños: La legendaria espada Excalibur, del Ciclo de Arturo, había sido en verdad nada menos que la espada oculta de Julio César; y el pobre Rómulo Augústulo - último y patético Emperador de Roma - terminará siendo llevado a Britania por soldados romanos imbuidos de un anacrónico Destino Manifiesto de Rescate Cultural. Son estas cosas las que hacen irreales esas “reconstrucciones históricas” en las que los involucrados parecen muchachos de Brooklyn o Manhattan vestidos con togas y armaduras romanas y hablando inglés, donde nunca faltan negros e improbables chicas guerreras para cubrir las exigencias de discriminación positiva. Menos mal Manfredi escribió su novela de la vida de Alejandro Magno en años menos postmodernos, y pudo apegarse más a la probabilidad histórica más probable, valga la redundancia, alejándose de escandalosas pero vendedoras especulaciones y tomando el ascua por donde no quema. Y si aún así consiguió categoría de best-seller, se demuestra que para vender no tienes que entrar de necesidad al escandalete. El más importante requisito sigue y seguirá siendo saber contar una historia. Conocer a los editores debe ser de seguro el segundo, sino no me explico cómo tanto mediocre publica, en tanto que …. pero mejor no meneallo. La obra en sí misma la conforman, decíamos, tres tomos: Aléxandros, el hijo del sueño; Aléxandros, las arenas de Amón y Aléxandros, el confín del Mundo; en correspondencia obvia con las etapas de la vida de Alejandro de Macedonia.

Considerando que la fulgurante intervención en la historia de Alejandro el Grande (aproximadamente quince años) marcó espectacularmente el futuro durante siglos, no sorprende que se le dedique el máximo esfuerzo de entendimiento. Se sabe que las guerras e invasiones son momentos fuertes, donde los sucesos y acontecimientos decisivos se siguen unos a otros a paso ligero. Sin embargo una guerra no es solamente preparada o instigada para que salga según lo planeado, aunque eso haya pasado realmente en ocasiones. Como todo acontecimiento, posee actores, que se han formado de un determinado modo y con determinadas consecuencias; y circunstancias que los superan y los enmarcan. ¿Por qué Alejandro Magno tendría que arriesgar su precioso ejército en la ruta desértica al Oasis – Templo de Júpiter Amón en Siwa de Egipto? ¿Cuánto de lo que fue la conquista alejandrina fue en realidad planeamiento y predeterminación de su padre el rey Filipo? ¿Qué influencia verdadera tuvieron los generales, cada uno de los cuáles terminó fundando un Reino propio? ¿Influía sobre el carácter de soberano y guerrero de Alejandro el Grande su evidente bisexualidad? ¿Cuál fue el papel real que jugaron personajes como Olimpia, Memnón de Rodas, Clito el Negro, Parmenio, Aristóteles, Hefestión, Diógenes, Roxana, etcétera? Fue como si el gran drama de la descomposición del Imperio Persa - suma y epítome de Oriente - y su forzada y helénica fusión con el empuje greco-macedonio encontrara expresión en los hechos de un solo hombre: Alejandro Magno. Y eso, disculpen todos, nunca pasa así. En los acontecimientos de un siglo que pareciera resultar en una Grecia agotada en las pugnas entre las polis, el que apareciera casi de la nada el estado semigriego de Macedonia hegemonizando las levantiscas ciudades - estado  y conduciéndolas a Persia en son de conquista era tarea de más de una vida. Alejandro a sus dos décadas de edad se encontró al frente de una invasión proyectada y lista, y estuvo en su genio el manejar a generales y soldados, el mérito es incuestionablemente suyo. Le pasó como a Bolívar, el Shogún TokugawaGenghis Khan o Isabel I de Inglaterra, personajes de destino no porque lo construyan sino porque al encontrárselo lo representan tan bien que parecen construirlo con sus acciones. La confluencia de circunstancias y posibilidades que no volverían a reunirse espontáneamente encontraron estos seres humanos en el lugar, y actuaron como actuaron. Manfredi reúne estas piezas en una posible estructura, que resulta ser la de menor resistencia y por ello más creíble. No he encontrado como bajar estos libros de la red, probablemente por los derechos de autor.     

III
La serie de Lanny Budd (Upton Sinclair)

Upton Sinclair (1878 – 1968) es un hombre cuya obra refleja la evolución de sus convicciones políticas. Radical entre Jefferson y Marx en los primeros años del siglo XX, su novela La Jungla (1906) lo puso en la cresta en la ola por su particularmente lúcida y crítica visión del duro trabajo en los mataderos de Chicago, y provocó la dación de leyes de protección. En 1919 atacó a la Prensa Amarilla en la persona de William Randolph Hearst en The Brass Check, sacando al fresco las miserias de la Libre Expresión, problema tan actual que parece que la novela no hubiera envejecido a pesar de los casi cien años que va a cumplir. Como con La Jungla, la exposición a lo vivo del problema provocó reacciones: El primer código de ética periodística en Norteamérica aparece cuatro años después de The Brass Check, lo que prueba que el hombre estaba acostumbrado a ver resultados, me gustaría ver cómo hubiera sido su desempeño por estos lares, digo, es un decir. A pesar que escribió más de un centenar de obras, son las once de su personaje Lanny Budd las que tal vez lo testimonien mejor: Lanny Budd es un bienintencionado dilettante mitad francés, mitad norteamericano, nacido en París en 1900, hijo natural de un millonario fabricante de aviones de caza, y de una “belleza profesional”, modelo y artista. Esforzándose por ser alguien por sí  mismo se encuentra con una militancia socialista al peculiar estilo norteamericano, que conoce de una curiosa evolución reflejada en los diversos libros que a su vez responden a las diversas coyunturas de la política mundial y estadounidense en particular los Tratados de Versalles, la república de Weimar, el ascenso del fascismo en Italia, la revolución bolchevique, la Gran Depresión, el laborismo británico, el aislacionismo estadounidense, el auge del nazismo, el New Deal, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría. La serie de Lanny Budd constituyó de manera bastante desigual best-sellers entre los años 1940 a 1953: Empieza con El Fin del Mundo (1940), Entre Dos Mundos (1941),  Los Dientes del Dragón (1942), que ganó el Premio Pulitzer en 1943; El Ancho Camino (1943); Agente Presidencial (1944); La Cosecha del Dragón (1945); Un Mundo que Ganar (1946); Misión Presidencial (1947); Una Clara Llamada (1948); ¡Habla, Oh Pastor! (1949) y la tardía El Regreso de Lanny Budd (1953).

Me enteré del autor y el libro por mi padre, gran aficionado a estas lecturas, y empecé por ¡Habla, Oh Pastor!, si bien mucho después encontré los demás como saldos en una librería del Jirón de la Unión en el centro de Lima, la que cerraría en tiempos de Fujimori. Los libros los fui adquiriendo uno a la vez. La Editorial Claridad de Buenos Aires sacó todos los libros en varias ediciones, rompiendo el bloqueo editorial conservador y franquista de postguerra, y no tengo empacho en señalar que me los devoré literalmente uno por uno. El esquema de colocar un personaje que participe de las vicisitudes de la política internacional ha sigo seguido posteriormente por otros autores con mayor o menor fortuna, como Herman Wouk, por ejemplo, en Vientos de Guerra, llevada a la pantalla en dos miniseries, demasiado parecida a Sinclair para no ser copia. No se habla hoy demasiado de Upton Sinclair, pese a su actualidad e incluso al hecho de haberse adelantado, debido a su recalcitrante radicalismo político, pero está presente entre bambalinas al modo de otros radicales igualmente acallados, como John Reed, Jack London, Woody Guthrie, Eugene Debs y Huey Long. Cabe mencionar que hace poco Sinclair llegó al cine con la película de Daniel Day-Lewis, Petróleo Sangriento (2007), basada en su obra Oil, de 1927. La serie de Lanny Budd es sumamente interesante no solamente por la trama que en esencia no ha envejecido, sino por los códigos sociales de la época, evidenciados y criticados a profundidad, si bien dentro de un mecanicismo un tanto utópico. Tal vez por ello es que manifiesta una ingenuidad política por momentos francamente enervante: los socialistas son buenos, pero qué buenos; en tanto que los derechistas son tan malos que no podemos menos que pensar que Dios los castigará como a los malvados rusos de su última novela de Lanny Budd. Lo que en realidad salva a la serie es lo muy bien contada que está, Upton Sinclair hace bastante bien su tarea literaria y no hay manera de aburrirse. El problema hoy en día es conseguir los libros, los antiguos de la Editorial Claridad de la década de los ´50 han sufrido ataques concentrados de polillas, termitas y comejenes, por la relativamente pobre calidad del papel con que fueron impresos, y hay que cuidarlos bastante para que no se los coman estos neoliberales insectos. No sé que haya otras ediciones, y no los he encontrado en la web.   

IV
Trilogía de las Cruzadas (Jean Guillou)

Esta es la serie de novelas históricas que más recientemente he leído gracias a la generosidad de mi dilecto y a veces temperamental amigo Óscar B. Además, y gracias a YouTube y el cable, he encontrado y disfrutado sus películas, decentemente escritas, filmadas y actuadas. Siempre da gusto leer y expectar obras bien hechas, en especial Históricas. Ya rajé líneas arriba de esas adaptaciones históricas que de históricas no tienen nada; en que lo único “histórico” es la vestimenta, porque los protagonistas tienen preocupaciones y lenguajes más cercanos a los teenagers USA del siglo XXI, con anacronismos conceptuales y de los otros que muchas veces son de parársele a uno los pelos. Son como esas citas que abundan en el Féisbuk, atribuidas a Platón, Toro Sentado o José de San Martín donde entran palabrejas como discapacidad o postmodernidad, que ninguno de ellos conoció, en moderno equivalente de los fraudes piadosos de todas las épocas. Y en esto cabe decir que la peor novela histórica que se puede escribir es aquella que solamente expresa la emocionalidad ideológica de un autor. Hemos visto en los artículos anteriores los casos opuestos de Manfredi y Sinclair, ubicados cada cual en un extremo, uno de moderación y el otro de militancia. Comparado con ellos, y probablemente por ser mucho más Siglo XXI, el sueco Jean Guillou es un remanso de dicha literaria: No tiene que probar nada, no hay ideología vinculada, ni siquiera grandes desacuerdos históricos; su Arn de Gothia es un caballero templario sueco, invencible espadachín y eximio arquero, que se integra a la Orden de los Caballeros del Temple y combate en Tierra Santa por un castigo debido a su juvenil adulterio con Cecilia, a la que a su vez encierran en un convento, bajo la tiranía de una cruel abadesa perteneciente a una familia rival, en el contexto de luchas feudales por el control de los Tres Reinos de Suecia. Nada que pueda generar sino deseo de seguir leyendo.

Guillou ya conocía el éxito y ganado oficio tanto como periodista como con novelas de espías de las que ya había publicado una serie. Esta incursión al Medioevo iniciada en 1998 representa una investigación por gusto de un autor que ya poseía sus espuelas y que no necesitaba demostrarle nada a nadie. Por eso tal vez es que está narrada con tranquila sobriedad, que no necesita nada más que fluir para ser asimilada. Se ambienta la obra entre 1150 y 1210, en Trilogía de las Cruzadas I – Del Norte a Jerusalén vemos el nacimiento de Arn y su proceso hasta que es enviado a Tierra Santa. En Trilogía de las Cruzadas II – El Caballero Templario, el escenario va alternativamente de Suecia a Tierra Santa, siguiendo las vicisitudes y el destino de Arn y Cecilia, que ha dado a luz al hijo de Arn que queda bajo la tutela de su tío abuelo, Birger Brossa. A su vez se dibujan los bandos enfrentados por el poder en la Suecia medieval, bajo estandartes rojos y azules. En Trilogía de las Cruzadas III – Regreso al Norte tras veinte años de templario, Arn retorna a Gotaland con riquezas y una cohorte de artesanos y médicos musulmanes, judíos y cristianos. Culmina la obra con la histórica Batalla de Gestilren y el establecimiento de los fundamentos de lo que será posteriormente el Reino de Suecia.  Y es lógico porque no basta que nuestro héroe triunfe, sino que su obra sea lo suficientemente importante como para que perdure en una construcción física o virtual que pueda distinguirse vigente hasta la actualidad, lo que por cierto es una clave de la novela histórica a la que Guillou no se sustrae, pero que deja en suspenso hasta el final. Las tres obras fueron condensadas en una sola película de 2007: Arn, el caballero templario, acá su link: http://www.youtube.com/watch?v=cJ9i8hlZSaU 

V
Colofón

Decíamos hace un rato que la peor novela histórica que se puede escribir es la que no conserva su carácter histórico, sino que es anacrónica y representa los intereses ideológicos de su autor antes que la fidelidad histórica. Podemos decir que las tres series presentadas adolecen de estos defectos, por suerte, incluso la de Upton Sinclair. Leamos lo que queramos, pero leamos. Ya viene más.
  
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