CRÓNICAS DE LECTURAS – 65
Series de Novelas Históricas
I
Novela Histórica y el límite entre Historia y Literatura
Nadie dude de la importancia de
aprender Historia, hay muchas y buenas razones para ello, y no abundaré en algo
de lo que estoy seguro. Me centro en la Novela Histórica y mi experiencia personal
con ella. En mis Crónicas sobre Biografías me he referido al problema de separar
Literatura de Historia, los guionistas saben que la Historia se presta para el
arte, pero el problema es el del límite entre uno y otra. Ya lo miré desde la
Historia, hoy será desde la Literatura. La primera novela histórica parece ser
el clásico de mediados del siglo XIX Ivanhoe, de Walter Scott, la más conocida aunque no única ni en definitiva la
más importante, que sobrevivió aún a través de las horribles vicisitudes del Nihil Obstat. Primero leí una versión censurada
para “salvarle la vida” a la Iglesia Católica. Después la leí como es debido en
edición de Oveja Negra, con todo el
impulso nacionalista romántico laico muy siglo XIX, que glorifica la irrupción
del pueblo en la Historia y expone el origen de las comunidades nacionales y los
vínculos que unen a sus miembros. Trátase de encontrar el presente en ese
pasado, y la habilidad del escritor será presentar los valores y creencias del pasado
de modo que los reconozcamos en el presente. No puede ser ni demasiado extraña ni
demasiado cercana pues perdería su categoría histórica o la literaria, y peliagudo
es el problema en tiempos de editoriales coléricas. Hay mucho de ensayo en
estas obras, ocasión para posiciones partisanas que a veces venden contrabando
ideológico. Sorprende que no tengamos en el Perú una novela histórica típica, un
discurso de alguna coherencia, no maniqueo ni sonsamente cándido o patriotero. Es
que la novela histórica da miedo, aún si la emprende un consagrado muy
consagrado, como Vargas Llosa - que la
hace, pero para otras latitudes (La
Fiesta del Chivo, La Guerra del Fin
del Mundo, El Sueño del celta). Los
ataques a la narración novelada y sus autores – a no ser que sea “coordinada” –
llegan desde los concentrados medios de comunicación propiedad de las Familias que
controlan la economía y la sociedad peruana.
Fuera de esta novela histórica
hay otra, regional, precaria y de baja penetración, pues el público peruano
apenas lee un libro al año, y qué libro será ese. Así, por más calidad
individual que haya no se puede construir ni instalar un discurso que
intermedie frente al pasado. Los intentos se pasman por diversas razones: Editoriales
peruanas que no se arriesgan, falta de oficio de los escritores nacionales, diminutos
mercados para la lectura, discrepancias en los hechos e interpretaciones históricas,
posturas ideológicas enfrentadas, temor a las represalias de las poderosas
dinastías familiares afectadas, dramatismo de los sucesos históricos peruanos aún
no precisados, necesidad de no pisar ciertos callos para obtener auspicios, y conservar
el empleo o la posibilidad de obtenerlo. Los que mejor pueden romper este
bloqueo son los peruanos emigrados que ya no están bajo control de las argollas
nacionales. Puede que la causa de carecer de relatos comunes sea la falta de un
lenguaje a formar en una discusión franca y esclarecedora, pero aún conservamos
el pacto infame de hablar a media voz en
demasiados respectos. Como las heridas, ay, siguen sangrando, la aproximación más
solvente es periodística e inmediatista. El mejor y quizá único autor solvente es
Guillermo Thorndike (1940 – 2009),
en especial en sus relatos sobre la Guerra del Pacífico (1879, El viaje de Prado, Vienen los Chilenos y La Batalla de Lima), donde reivindica a Mariano Ignacio Prado, de Familia vigente
en el Perú. Otras de sus obras son El Año
de la Barbarie; Abisa a los
compañeros, pronto (llevada al cine); Los
imperios del sol: Una historia de los japoneses en el Perú; Maestra Vida: novela verdad; más la
biografía inconclusa de Miguel Grau.
Trata Thorndike de hacer Historia
“Novelada” o “Novela” histórica - quizá “Biografía por encargo”, pero siempre como
periodista que persigue y narra sucesos. Tiene mérito rescatar importantes personajes
y momentos de la Historia peruana, pero no cuaja una propuesta. Los emigrados
peruanos tienen visiones más amplias, pero su experiencia de vida ya no es
peruana, el mercado nacional es subsidiario y son como extranjeros en el paisaje
exótico del propio país. Ni Mario Vargas
Llosa se salva de ello con su novela histórica La Guerra del Fin del Mundo; y su último best-seller -El sueño del celta - no parece hacer carácter,
empezando por el título. No es que sea mala, Vargas Llosa tendría que emplearse a fondo para que algo le salga
realmente mal, pero mi sensación es que El
Sueño del celta le debe más a Herodoto
o Jenofonte que a la literatura. Y
es que cuando te dan el Premio Nobel y tienes que estar a la altura, vamos,
tienes derecho a que se te zafe una tuerca y no importará porque tu libro
post-nobel a todos les parecerá excelente. Pero el problema del límite entre la
Historia Novelada y la Historia a secas sigue ahí. Tal vez por eso los autores
se especializan, así que trataré de algunos de estos “especialistas”, que lo
fueron lo suficiente para crear series de novelas históricas centradas en sus
personajes, lo que es garantía de éxito.
II
Aléxandros (Valerio Massimo Manfredi)
Quizá lo mejor de esta serie de tres
novelas – El hijo del sueño, Las arenas de Amón y El confín del mundo – es el intento de Manfredi de escapar de los lugares
comunes y abundantes facilismos de los best-sellers.
Sin embargo, por más decente y ético que sea hacerlo no le resultó sostenible a
Manfredi, al que en otras obras se
le escapa la Historia por la ventana y la ficción se mete por la chimenea con descaro,
llevado según parece de las obvias necesidades del mercado marcadas por una
segmentación blindada, como en La última
Legión, cuya versión cinematográfica linda con el universo paralelo pensado
para niños: La legendaria espada Excalibur, del Ciclo de Arturo, había sido en
verdad nada menos que la espada oculta de Julio
César; y el pobre Rómulo Augústulo - último y patético
Emperador de Roma - terminará siendo llevado a Britania por soldados romanos
imbuidos de un anacrónico Destino Manifiesto de Rescate Cultural. Son estas cosas
las que hacen irreales esas “reconstrucciones históricas” en las que los
involucrados parecen muchachos de Brooklyn o Manhattan vestidos con togas y
armaduras romanas y hablando inglés, donde nunca faltan negros e improbables
chicas guerreras para cubrir las exigencias de discriminación positiva. Menos
mal Manfredi escribió su novela de
la vida de Alejandro Magno en años
menos postmodernos, y pudo apegarse más a la probabilidad histórica más
probable, valga la redundancia, alejándose de escandalosas pero vendedoras
especulaciones y tomando el ascua por donde no quema. Y si aún así consiguió
categoría de best-seller, se
demuestra que para vender no tienes que entrar de necesidad al escandalete. El más
importante requisito sigue y seguirá siendo saber contar una historia. Conocer
a los editores debe ser de seguro el segundo, sino no me explico cómo tanto
mediocre publica, en tanto que …. pero mejor no meneallo. La obra en sí misma la conforman, decíamos, tres
tomos: Aléxandros, el hijo del sueño;
Aléxandros, las arenas de Amón y Aléxandros, el confín del Mundo; en correspondencia
obvia con las etapas de la vida de Alejandro
de Macedonia.
Considerando que la fulgurante
intervención en la historia de Alejandro
el Grande (aproximadamente quince años) marcó espectacularmente el futuro
durante siglos, no sorprende que se le dedique el máximo esfuerzo de
entendimiento. Se sabe que las guerras e invasiones son momentos fuertes, donde
los sucesos y acontecimientos decisivos se siguen unos a otros a paso ligero.
Sin embargo una guerra no es solamente preparada o instigada para que salga
según lo planeado, aunque eso haya pasado realmente en ocasiones. Como todo
acontecimiento, posee actores, que se han formado de un determinado modo y con
determinadas consecuencias; y circunstancias que los superan y los enmarcan.
¿Por qué Alejandro Magno tendría que
arriesgar su precioso ejército en la ruta desértica al Oasis – Templo de
Júpiter Amón en Siwa de Egipto? ¿Cuánto de lo que fue la conquista alejandrina
fue en realidad planeamiento y predeterminación de su padre el rey Filipo? ¿Qué influencia verdadera
tuvieron los generales, cada uno de los cuáles terminó fundando un Reino
propio? ¿Influía sobre el carácter de soberano y guerrero de Alejandro el Grande su evidente
bisexualidad? ¿Cuál fue el papel real que jugaron personajes como Olimpia, Memnón de Rodas, Clito el Negro, Parmenio, Aristóteles, Hefestión, Diógenes, Roxana,
etcétera? Fue como si el gran drama de la descomposición del Imperio Persa -
suma y epítome de Oriente - y su forzada y helénica fusión con el empuje greco-macedonio
encontrara expresión en los hechos de un solo hombre: Alejandro Magno. Y eso, disculpen todos, nunca pasa así. En los
acontecimientos de un siglo que pareciera resultar en una Grecia agotada en las
pugnas entre las polis, el que
apareciera casi de la nada el estado semigriego de Macedonia hegemonizando las
levantiscas ciudades - estado y conduciéndolas
a Persia en son de conquista era tarea de más de una vida. Alejandro a sus dos décadas de edad se encontró al frente de una
invasión proyectada y lista, y estuvo en su genio el manejar a generales y
soldados, el mérito es incuestionablemente suyo. Le pasó como a Bolívar, el Shogún Tokugawa, Genghis Khan o Isabel I de Inglaterra, personajes de destino no porque lo
construyan sino porque al encontrárselo lo representan tan bien que parecen construirlo
con sus acciones. La confluencia de circunstancias y posibilidades que no
volverían a reunirse espontáneamente encontraron estos seres humanos en el
lugar, y actuaron como actuaron. Manfredi
reúne estas piezas en una posible estructura, que resulta ser la de menor
resistencia y por ello más creíble. No he encontrado como bajar estos libros de
la red, probablemente por los derechos de autor.
III
La serie de Lanny
Budd (Upton Sinclair)
Upton Sinclair (1878 – 1968) es un hombre cuya obra refleja la
evolución de sus convicciones políticas. Radical entre Jefferson y Marx en los
primeros años del siglo XX, su novela La
Jungla (1906) lo puso en la cresta en la ola por su particularmente lúcida
y crítica visión del duro trabajo en los mataderos de Chicago, y provocó la
dación de leyes de protección. En 1919 atacó a la Prensa Amarilla en la persona
de William Randolph Hearst en The Brass Check, sacando al fresco las
miserias de la Libre Expresión, problema tan actual que parece que la novela no
hubiera envejecido a pesar de los casi cien años que va a cumplir. Como con La Jungla, la exposición a lo vivo del
problema provocó reacciones: El primer código de ética periodística en
Norteamérica aparece cuatro años después de The
Brass Check, lo que prueba que el hombre estaba acostumbrado a ver
resultados, me gustaría ver cómo hubiera sido su desempeño por estos lares,
digo, es un decir. A pesar que escribió más de un centenar de obras, son las
once de su personaje Lanny Budd las
que tal vez lo testimonien mejor: Lanny
Budd es un bienintencionado dilettante
mitad francés, mitad norteamericano, nacido en París en 1900, hijo natural de
un millonario fabricante de aviones de caza, y de una “belleza profesional”, modelo
y artista. Esforzándose por ser alguien por sí
mismo se encuentra con una militancia socialista al peculiar estilo
norteamericano, que conoce de una curiosa evolución reflejada en los diversos
libros que a su vez responden a las diversas coyunturas de la política mundial
y estadounidense en particular los Tratados de Versalles, la república de
Weimar, el ascenso del fascismo en Italia, la revolución bolchevique, la Gran
Depresión, el laborismo británico, el aislacionismo estadounidense, el auge del
nazismo, el New Deal, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y el
inicio de la Guerra Fría. La serie de Lanny
Budd constituyó de manera bastante desigual best-sellers entre los años 1940 a 1953: Empieza con El Fin del Mundo (1940), Entre Dos Mundos (1941), Los
Dientes del Dragón (1942), que ganó el Premio Pulitzer en 1943; El Ancho Camino (1943); Agente Presidencial (1944); La Cosecha del Dragón (1945); Un Mundo que Ganar (1946); Misión Presidencial (1947); Una Clara Llamada (1948); ¡Habla, Oh Pastor! (1949) y la tardía El Regreso de Lanny Budd (1953).
Me enteré del autor y el libro por
mi padre, gran aficionado a estas lecturas, y empecé por ¡Habla, Oh Pastor!, si bien mucho después encontré los demás como
saldos en una librería del Jirón de la Unión en el centro de Lima, la que
cerraría en tiempos de Fujimori. Los
libros los fui adquiriendo uno a la vez. La Editorial Claridad de Buenos Aires sacó
todos los libros en varias ediciones, rompiendo el bloqueo editorial
conservador y franquista de postguerra, y no tengo empacho en señalar que me
los devoré literalmente uno por uno. El esquema de colocar un personaje que participe
de las vicisitudes de la política internacional ha sigo seguido posteriormente
por otros autores con mayor o menor fortuna, como Herman Wouk, por ejemplo, en Vientos
de Guerra, llevada a la pantalla en dos miniseries, demasiado parecida a Sinclair para no ser copia. No se habla
hoy demasiado de Upton Sinclair, pese a su actualidad e
incluso al hecho de haberse adelantado, debido a su recalcitrante radicalismo
político, pero está presente entre bambalinas al modo de otros radicales
igualmente acallados, como John Reed,
Jack London, Woody Guthrie, Eugene Debs y Huey
Long. Cabe mencionar que hace poco Sinclair
llegó al cine con la película de Daniel
Day-Lewis, Petróleo Sangriento (2007),
basada en su obra Oil, de 1927. La
serie de Lanny Budd es sumamente
interesante no solamente por la trama que en esencia no ha envejecido, sino por
los códigos sociales de la época, evidenciados y criticados a profundidad, si
bien dentro de un mecanicismo un tanto utópico. Tal vez por ello es que manifiesta
una ingenuidad política por momentos francamente enervante: los socialistas son
buenos, pero qué buenos; en tanto que los derechistas son tan malos que no
podemos menos que pensar que Dios los
castigará como a los malvados rusos de su última novela de Lanny Budd. Lo que en realidad salva a
la serie es lo muy bien contada que está, Upton
Sinclair hace bastante bien su tarea literaria y no hay manera de aburrirse.
El problema hoy en día es conseguir los libros, los antiguos de la Editorial
Claridad de la década de los ´50 han sufrido ataques concentrados de polillas,
termitas y comejenes, por la relativamente pobre calidad del papel con que
fueron impresos, y hay que cuidarlos bastante para que no se los coman estos
neoliberales insectos. No sé que haya otras ediciones, y no los he encontrado
en la web.
IV
Trilogía de las Cruzadas
(Jean Guillou)
Esta es la serie de novelas
históricas que más recientemente he leído gracias a la generosidad de mi
dilecto y a veces temperamental amigo Óscar
B. Además, y gracias a YouTube y
el cable, he encontrado y disfrutado sus películas, decentemente escritas,
filmadas y actuadas. Siempre da gusto leer y expectar obras bien hechas, en
especial Históricas. Ya rajé líneas arriba de esas adaptaciones históricas que
de históricas no tienen nada; en que lo único “histórico” es la vestimenta,
porque los protagonistas tienen preocupaciones y lenguajes más cercanos a los teenagers USA del siglo XXI, con
anacronismos conceptuales y de los otros que muchas veces son de parársele a
uno los pelos. Son como esas citas que abundan en el Féisbuk, atribuidas a Platón, Toro Sentado o José de San
Martín donde entran palabrejas como discapacidad
o postmodernidad, que ninguno de
ellos conoció, en moderno equivalente de los fraudes piadosos de todas las
épocas. Y en esto cabe decir que la peor novela histórica que se puede escribir
es aquella que solamente expresa la emocionalidad ideológica de un autor. Hemos
visto en los artículos anteriores los casos opuestos de Manfredi y Sinclair,
ubicados cada cual en un extremo, uno de moderación y el otro de militancia. Comparado
con ellos, y probablemente por ser mucho más Siglo XXI, el sueco Jean Guillou es un remanso de dicha
literaria: No tiene que probar nada, no hay ideología vinculada, ni siquiera
grandes desacuerdos históricos; su Arn de Gothia es un caballero
templario sueco, invencible espadachín y eximio arquero, que se integra a la
Orden de los Caballeros del Temple y combate en Tierra Santa por un castigo
debido a su juvenil adulterio con Cecilia, a la que a su vez encierran
en un convento, bajo la tiranía de una cruel abadesa perteneciente a una
familia rival, en el contexto de luchas feudales por el control de los Tres
Reinos de Suecia. Nada que pueda generar sino deseo de seguir leyendo.
Guillou ya conocía el éxito y ganado oficio tanto como periodista
como con novelas de espías de las que ya había publicado una serie. Esta
incursión al Medioevo iniciada en 1998 representa una investigación por gusto
de un autor que ya poseía sus espuelas y que no necesitaba demostrarle nada a
nadie. Por eso tal vez es que está narrada con tranquila sobriedad, que no
necesita nada más que fluir para ser asimilada. Se ambienta la obra entre 1150
y 1210, en Trilogía de las Cruzadas I –
Del Norte a Jerusalén vemos el nacimiento de Arn y su proceso hasta
que es enviado a Tierra Santa. En Trilogía
de las Cruzadas II – El Caballero Templario, el escenario va
alternativamente de Suecia a Tierra Santa, siguiendo las vicisitudes y el
destino de Arn y Cecilia, que ha dado a luz al hijo
de Arn
que queda bajo la tutela de su tío abuelo, Birger Brossa. A su vez se dibujan
los bandos enfrentados por el poder en la Suecia medieval, bajo estandartes
rojos y azules. En Trilogía de las
Cruzadas III – Regreso al Norte tras veinte años de templario, Arn
retorna a Gotaland con riquezas y una cohorte de artesanos y médicos musulmanes,
judíos y cristianos. Culmina la obra con la histórica Batalla de Gestilren y el
establecimiento de los fundamentos de lo que será posteriormente el Reino de
Suecia. Y es lógico porque no basta que
nuestro héroe triunfe, sino que su obra sea lo suficientemente importante como
para que perdure en una construcción física o virtual que pueda distinguirse
vigente hasta la actualidad, lo que por cierto es una clave de la novela
histórica a la que Guillou no se
sustrae, pero que deja en suspenso hasta el final. Las tres obras fueron
condensadas en una sola película de 2007: Arn,
el caballero templario, acá su link: http://www.youtube.com/watch?v=cJ9i8hlZSaU
V
Colofón
Decíamos hace un rato que la peor
novela histórica que se puede escribir es la que no conserva su carácter
histórico, sino que es anacrónica y representa los intereses ideológicos de su
autor antes que la fidelidad histórica. Podemos decir que las tres series presentadas
adolecen de estos defectos, por suerte, incluso la de Upton Sinclair. Leamos lo que queramos, pero leamos. Ya viene más.
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