CRÓNICAS DE LECTURAS – 75
Novelas Históricas (2)
I
Novela Histórica y Reconstrucción
Se puede hacer Novela Histórica
basado en acontecimientos o basado en personajes. El tenue hilo que separa la
narrativa – que incluye al mito y la leyenda – de la biografía ha sido
atravesado varias veces, en ambas direcciones y con resultados curiosos.
Pensemos en personajes como Abraham
Lincoln, de cuyo imaginario participa la anécdota, muchas veces apócrifa pero que parte de una Leyenda que suele estar más viva que la
Persona. O en personajes como Sherlock Holmes, al cual el hecho de
ser de ficción no le impide representar la era victoriana más que Gladstone y más que Kipling; y así podemos circular entre
ambos polos. Por otra parte, lo narrado debe ser fiel a la realidad histórica,
en el doble aspecto de los hechos y el de las circunstancias. La novela
histórica respeta los hechos históricos y describe y explicita las circunstancias,
sin modificar nada aunque sí le sea lícito especular sobre alguna cuestión no
del todo conocida. Por las muchas combinaciones posibles, desde la Crónica
pasada centramos la cosa en la novela histórica rastreada desde el británico Walter Scott, cuyo Ivanhoe ha resistido la prueba del tiempo, y hasta hoy es no
solamente leída sino inclusive puesta en escena una y otra vez, en Cine y TV,
apoyadísimo por el otro arquetipo inglés, Robin Hood, cuya historia se ha contado
y recontado a través de los últimos seis siglos hasta llegar recientemente al
cine sin aquello de robarle a los ricos
para darle a los pobres, qué lisura, no le vaya a dar extrañas ideas a los
pobres. Discípulos de Scott fueron Robert Louis Stevenson (La flecha negra) y James Fenimore Cooper
(El último mohicano); y con ellos
quedan más o menos establecidos los parámetros generales de la Novela Histórica.
En Francia cultivaron la novela histórica
Alfred de Vigny (Cinq-Mars) y Víctor Hugo (Nuestra Señora
de París y Los Miserables).
Cuando el romanticismo ceda paso al realismo, la novela histórica francesa tendrá
como exponentes a Gustave Flaubert (Salambó), Alexandre Dumas (Los Tres
Mosqueteros y sus secuelas) y Prosper
Merimée (La reina Margot) entre
otros. Clasificar siempre es difícil, en especial cuando uno se encuentra con Stendhal y sus Rojo y Negro y La Cartuja de
Parma, así que no trataré de ser lo que no soy. En Italia Alessandro Manzoni publica Los novios, ambientada en el siglo
XVIII; en España Benito Pérez Galdós da
a luz sus Episodios Nacionales. La Guerra y la Paz de León Tolstoi es considerada del género,
como Quo Vadis? del polaco Henryk Sienkiewicz. En América Latina
el género es relativamente ocasional, se confunde bastante con otros, pero los
autores terminan por caer dentro del asunto de uno u otro modo: Leopoldo Lugones y La Guerra Gaucha; Manuel
Mujica Lainez y Bomarzo; Isabel Allende y La Casa de los Espíritus; Miguel
Ángel Asturias y El señor presidente;
Mario Vargas Llosa y La Fiesta del Chivo, La Guerra del Fin del Mundo, El paraíso en
la otra esquina y El Sueño del Celta;
Arturo Uslar Pietri y Las lanzas coloradas; Gabriel García Márquez con El General y su laberinto y El otoño del patriarca; Augusto
Roa Bastos y Yo, el Supremo; Alejo Carpentier con El siglo de las luces y la genial El reino de este mundo. Entre los
principales autores contemporáneos del género en el mainstream anglosajón hallamos a Robert
Graves (Yo, Claudio), Mika Waltari (Sinuhé el Egipcio), Naguib
Mahfouz (Ajenatón el Hereje), Umberto Eco (El nombre de la rosa, Baudolino), Arturo Pérez Reverte (El
capitán Alatriste). En esta ocasión nos centraremos en dos reconocidos
autores, uno alemán y el otro francés.
II
Gisbert Haefs (Alemania, 1950)
– Troya
Tal vez esta es la mejor novela
de reconstrucción histórica que he leído jamás. Estoy casi seguro que no es
porque sea demasiado fiel a los aspectos que diferencian una época de otra,
sino más bien por el contrario, porque lo que mejor expresa el autor en esta novela
histórica son los rasgos comunes a la experiencia humana, aún pasando por
ciertos excesos de estilo y narrativos que el autor comete, y que imagino supera
eventualmente en otras obras. En un género donde la originalidad es complicada,
huidiza y difícil, las interpretaciones y decisiones que asumen todos
los personajes en su contexto resultan previsibles, vulgares y silvestres, toman en cuenta esas cuestiones "secundarias" que otras novelas – y en especial las películas
“de época” – suelen pasar olímpicamente por alto, como las diferencias entre idiomas y los malentendidos de la Traducción.
El protagonista, el comerciante asirio Ninurta, se gana la vida traficando en los puertos del Mediterráneo oriental por cuenta propia y de otros, y por partes desiguales y según los momentos es una combinación de Allan Quatermain y Marco Polo. El devenir de sus
intercambios comerciales, de sus amores con la joven esposa de su anciano socio, de sus necesarios momentos de embriaguez guerrera, de sus errores de cálculo y sus ifrustraciones, e incluso del conocimiento de
su fragilidad psicológica, de hombre débil frente a los esclavos; todas son facetas que se integran realista y des-armónicamente, como le cuadra a seres humanos en serio, no muñecos de torta. Sus movimientos son guiados por diversos motivos, incluso el cumplimiento del deber autoasumido de asesinar a un déspota asesino. Todo esto rodeado de personas
que a su vez son en lo fundamental ellos mismos, incluso en las partes que
podríamos llamar más inverosímiles. Pero la presencia constante de lo humano
nos vuelve todo verosímil, incluso que Ulises / Odiseo sea apodado Nadie, que Paris y Helena estén arrebatados constantemente por un incontrolable frenesí amatorio, que Ninurta cruce su espada con la del
guerrero Aquiles y salga con vida. Después de todo, los que experimentamos
nuestra memoria sabemos que ella nos determina desde lo psicológico y social
más que desde lo lógico. Nosotros, seres
que nos creemos existentes en primer plano (Léase El Mundo de Sofía para perder esa seguridad para siempre), vivimos en nuestro devenir con un pasado que nos hace ser lo que somos, tal como los
personajes narrados y descritos por el autor. Es vulgar y también especial que
nosotros (y los personajes) nos expresemos sin extremismos literarios. Hasta el mismo autor está cómodo en su rol de narrador más o menos
omnisciente, siendo lo que debieron ser Odiseo, Ninurta y hasta Solón
en su faceta de contador de viejas historias. Me resisto en llamar
histórica a esta novela, preferiría llamarla Novela Memorística, si no fuera
porque carezco tan absolutamente de los argumentos literarios para ello.
Pues lo que podríamos considerar
Historia es en esta novela más bien memoria, tanto en el Solón que arranca y
cierra la historia – y del que yo hubiera prescindido – como en el resto de un
conjunto de personajes desigualmente “civilizados”. El prurito historiográfico
de Haefs sirve para comprender el pasado desde un presente que es para nosotros, a su vez,
pasado. Porque todos los tiempos presentes son más o menos iguales, un tanto a la
manera que Bertrand Russell diferencia
los futuros futuros de los futuros pasados. El mérito de Troya es lo que expresa mejor, que no es la mejor parte de la
naturaleza humana, esa que se le escapa a los libros de Historia, ocupados en otras cosas. Pero así y
todo y para cumplir con los cánones del género, es perfectamente discernible
que la Troya de Haefs se escribió con la Historia
de Herodoto de Halicarnaso y los
poemas homéricos al frente, en especial considerando que Ulises / Odiseo / Nadie
es uno de sus principales cronistas y personajes. No se queda Haefs en la interpretación de fuentes y
sobre todo en la soberbia descripción del final del período “heroico” de la
historia helena, que lo es no por la abundancia de héroes sino por la ausencia
de testimonios escritos expresado en la presencia de poemas orales sobre héroes,
y en donde la estructura cronológica está completamente subvertida. Por ello importa tanto que los protagonistas sean comerciantes y no guerreros de la Hélade o troyanos. Tratemos de
imaginar un corto período de 2 o 3 siglos sin escritura en la América
Latina, digamos entre 1800 y 2000. Bolívar
y San Martín bien podrían ser personajes
legendarios cantados en poemas, matadores de dragones y feroces leones de Iberia, y
cuya unión en las costas peruanas se cantara como una gran epopeya de héroes que se unen para combatir el Mal, a la manera de un nuestro homérico y heroico poema. Los que emprendan
la lectura de esta Troya tendrán así una ambigua
recompensa en saberse en todo iguales a los héroes de Homero. El link de la obra, aquí: http://inabima.gob.do/descargas/bibliotecaFAIL/Autores%20Extranjeros/H/Haefs,%20Gisbert/Haefs,%20Gisbert%20-%20Troya.pdf
III
Maurice Druon – Serie Los
Reyes Malditos
Maurice Druon (1918 – 2009) es un escritor francés miembro de la
Academia que, viéndolo y leyéndolo con alguna solvencia, tal vez no brilla
demasiado en un país con tremenda constelación de talentos literarios, pero que
sí logra algo que no es muy común en esta nuestra época, tan posmodernamente
desesperada por el “triunfo” a como dé lugar y ahogada en el prurito del logro de una
originalidad que venda, aunque no sea original. Druon no se propone mucho, pero lo que se propone lo consigue, es
bastante cumplidor en la simple tarea de escribir profesionalmente y ganarse la vida
con su pluma, en lo que de seguro le sacó muchos cuerpos de ventaja a
muchísimos autores posiblemente mejores, más profundos o compuestos. En tal sentido escribió respondiendo al mercado y al requerimiento
del público, lo que en sí no tiene nada de malo, en especial porque lo que
cuenta puede ser interesante. La primera vez que supe de él fue por un libro
que G. me obsequió, de literatura infantil: El
niño del dedo verde, una pequeña y bonita historia de las que no contaré
las circunstancias que la rodearon por no darme mi real gana. La segunda vez
que me enteré de la existencia de Druon
fue a través de una obra que lo mostraba sin duda como hombre comprometido con
su tiempo. Durante la Guerra Mundial Druon se unió a la Francia Libre de Charles De Gaulle y combatió a los
invasores germanos con las armas que Dios le concedió. Junto a su tío, el
también escritor Joseph Kessel (El León), compusieron la letra del Chant des Partisans (Canto de los Partisanos), himno de la
Resistencia Francesa contra la ocupación alemana y la traición de los Vichy´s durante
la Segunda Guerra Mundial. Una manera de conocer de primera mano una época es
oír su música y conocer sus canciones, hagámoslo en este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=sUZWlf_vuKg&list=PL5D0022472AB83998.
Tras cumplir con su deber como resistente, recogió sus bien ganados laureles incursionando
en Política como Ministro de Cultura y luego como Diputado por París y miembro
de la Academia Francesa.
La Historia en general es interesante si se sabe contarla. Nunca me he explicado lo que le hacen en las
escuelas, y cómo consiguen hacer pesado e indigesto lo que debería ser tan ligero
y bacán. Basta con leer libros como esta serie, no extraordinaria pero sí
decorosa, o ver buenas películas de reconstrucción histórica, y la chapas a la perfección:
El cine necesita de un suministro inagotable de buenas historias a ser contadas,
no por nada hay dos Óscares para guionistas, uno por historias originales para
la pantalla y otro para las adaptaciones literarias. Y es que, aunque parezca
mentira, la gente consume sueños en cantidad y hay que fabricarlos. Las
historias verdaderas tienen la ventaja de que no necesitan inventarse, apenas
recopilarse, y si se hace el asunto basándose en los ciertos dramas humanos del amor
y el poder, no hay pierde en todo lo que se puede hacer. Tomemos la anécdota que da
pie a estas historias: En la serie de novelas históricas conocida como Los reyes malditos, principal incursión
literaria de Druon, todo empieza
hacia 1314 con El Rey de Hierro, que proporciona la anécdota en cuestión: El poderoso Rey de Francia Felipe IV El Hermoso de
la Dinastía o Familia de los Capetos
(Fue además Felipe I de Navarra, pero no me
imagino por qué le dirían el Hermoso,
tratemos de no confundirlo con el muy posterior marido de Juana la Loca) posee todo
lo que un estadista puede desear, en particular tres robustos hijos
que le aseguran en apariencia una vigorosa sucesión. Sin embargo, como buen soberano y celoso
defensor de sus intereses y los de Francia, Felipe busca aumentar su poder y riquezas, y para ello suprime la vieja
orden religioso militar de los Caballeros
de la Orden del Temple, los famosos Templarios,
con el pretexto de una vieja deuda con la Corona. Felipe liquidaba así dos pájaros de un tiro: eliminaba un potencial y poderoso enemigo interno, y se apoderaba de sus ingentes riquezas. Políticamente no habría nada que decir de esta maniobra fuera de las
consideraciones morales. Pero acá viene la parte brava: El Gran Maestre de la
Orden Jacques de Molay, arrestado y
acusado de malas artes, como era la costumbre, es condenado a morir quemado en
la hoguera frente al Rey de Francia. Durante este bárbaro
espectáculo, el Gran Maestre maldice de viva voz al Consejero Real Guillermo de Nogaret, al Papa Clemente
V, con sede en Avignon, y al Rey de Francia y sus sucesores: ¡Malditos! ¡Todos malditos hasta la
décimotercera generación!
El primer tomo de Los Reyes Malditos, El rey de hierro lo encuentras acá: http://www.sociedadmedicoquirurgica.com.mx/libros/libros/D/Druon,%20Maurice%20-%20Los%20Reyes%20Malditos%201,%20El%20rey%20de%20hierro.pdf
IV
Los Reyes Malditos
Entre 1314 y 1370 la
inestabilidad política se ceba con Francia y la debilita en modo tremendo y
súbito. Como cuentas de un rosario, Nogaret,
Clemente y Felipe el Hermoso mueren
repentina y consecutivamente, parece que la maldición de Molay ha marcado para siempre la suerte de los Capetos, y la Corona recae en los hijos del Rey de Hierro, que demuestran ser gobernantes débiles y sin personalidad ni carácter de estadistas, simples juguetes de
los acontecimientos. Es así que los nobles como Roberto de Artois, omnipresente
a lo largo de la serie, adquieren relevancia y parecen
empeñados en destruir todo rastro de gobernabilidad y estabilidad en la Douce France, hacen lo que quieren en una Francia
entregada a la falta de autoridad. Luis
X trata de equilibrarse entre dos grupos antagónicos en formación, que amenazan
con despedazar Francia en el segundo tomo de la serie, La Reina Estrangulada (link: http://www.laprensadelazonaoeste.com/libros/Druon,%20Maurice%20-%20Los%20Reyes%20Malditos%202,%20La%20reina%20estragulada.pdf.
El escaso año y medio del reinado de Luis
X, que muere envenenado, deja sumida a Francia en la anarquía, no hay
sucesor varón para el trono de Francia, como se cuenta en Los venenos de la Corona (Link: http://www.sociedadmedicoquirurgica.com.mx/libros/libros/D/Druon,%20Maurice%20-%20Los%20Reyes%20Malditos%203,%20Los%20venenos%20de%20la%20corona.pdf).
Entra así en vigencia la vieja Ley Sálica que tanto daño causaría a Francia, y
que impide a las mujeres acceder al Trono. Apenas a dos años de la muerte de Molay, el Reino de Francia y la Iglesia
de Avignon están sin cabeza, y todo el mundo hace lo que le parece, la paranoia
se apodera de la familia real y el desconcierto de los cardenales que deben
elegir Papa. La novela La Ley de los
Varones (link: http://www.laprensadelazonaoeste.com/libros/Druon,%20Maurice%20-%20Los%20Reyes%20Malditos%204,%20La%20Ley%20de%20los%20varones.pdf) da cuenta de estos tristes y dramáticos acontecimientos; mientras que La Loba de Francia (link: http://bibliotecadigitalei.files.wordpress.com/2013/04/druon-maurice-los-reyes-malditos-5-la-loba-de-francia.pdf)
narra la historia de la hija del Rey de Hierro y hermana de sus sucesores, Isabel
de Francia, que casó con Eduardo II
de Inglaterra, cuyos intereses afectivos se dirigían más bien a sus favoritos. De esta
Loba
de Francia se da una versión edulcoradísima y extraordinariamente falsa y romanticoide en la película Corazón Valiente, ya
hemos comentado en alguna otra Crónica el vapuleo a mansalva que el guionista Randall Wallace le propinó a la verdad
histórica en esta película, donde el que sería Rey Eduardo II sería representado casi como un débil mental que se
merecía que su esposa – la dicha Loba – le sacara la vuelta nada
menos que con William Wallace, cuya roja
y plebeyísima sangre correría desde entonces por las venas de la realeza inglesa.
La sexta novela de la serie, La Flor de Lis y el León (link: http://www.forodeliteratura.com/biblioteca/datos/druonmaurice/malditos6.pdf)
nos ubica en la desaparición física de la Dinastía de los Capeto y la ascensión al trono de los Valois, con lo que se desata la Guerra de los Cien Años. Que una
guerra tenga que durar cien años antes de que se pueda resolver sugiere el
increíble embrollo que debe haberse producido en las cabezas de las gentes de
la época. En teoría acá terminaba brillantemente la serie: Pero el pueblo no había llegado al final de su penar. Aún habría de
conocer un rey prudente, un rey loco, un rey débil y setenta años de calamidades
antes que la maldición del Gran Maestre se disipara en las aguas del Sena, al
resplandor de otra hoguera encendida para el sacrificio de una hija de Francia.
Evidentemente habrá que esperar la llegada de la joven virgen guerrera Juana de Domrémy o Juana de Arco para ver la superación del embrollo y el final de
esta historia. Pero a veces las tentaciones son grandes y se producen excesos:
A la última parte de Los reyes malditos y muertos todos los viejos protagonistas
Druon le añade como una especie de
exordio final De cómo un Rey perdió
Francia, séptimo y último volumen de la serie (link: http://vk.com/doc4827744_246560042?hash=f3f17e9069d8e013da&dl=1f46a3b06aab5bc242
). ¿Por qué lo hizo? No sabemos. El problema de contar la Historia es, como
siempre, cuando detenerse; y esta novelita, aunque tiene algún mérito dejada
sola a su suerte, no puede uno evitar verla en el contexto de la serie sino como
un añadido perfectamente prescindible y desmayadamente narrado, y eso que acaba
en una ocasión que puede considerarse perfecta para culminar, la Batalla de
Poitiers. El éxito que obtuvo Maurice Druon
con esta serie llevó a dos adaptaciones por la Televisión Francesa, televisivas,
la primera de ellas (1972) transmitida y retransmitida ad náuseam. La nueva versión
del 2005, con Tcheky Karyo, Gerard Depardieu y Jeanne Moreau no parece haber alcanzado el mismo éxito.
V
Colofón
Entre el francés y el alemán, por
una vez ganará el alemán. Pero no le quitamos al francés un ápice de su logro, en
especial por lo que podríamos llamar una suerte de modestia de escritor: Ya lo
dijimos, entre ambos, Haefs nos
parece más escritor y más moderno además, más al tanto de los códigos
literarios modernos; pero Druon ha
sido maestro de novelistas históricos y muy leído en Francia y fuera de ella
gracias al acierto en la elección de su tema histórico y a su falta de pretensiones.
Al Perú le falta su Druon,
definitivamente, pero en compensación … también le falta su Haefs. Igual los podemos disfrutar.
Hasta la próxima.
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