CRÓNICAS DE LECTURAS – 78
Biografías: El Malo de la Película – Adolfo Hitler
Un torturador no se redime suicidándose.
Pero algo es algo.
(Mario Benedetti)
I
Los Malos de la Película
Las Biografías sobre los Malos de
la Película no tienen pierde, porque a pesar de lo que se descubra y de lo que
pase en el futuro, su fama de chicos malos les persigue. El problema de fondo está
en el ejercicio de la crueldad contra aquellos que no pueden defenderse. Las
cifras no cuentan, he visto encuestas sobre los más malos o crueles
de la historia, y hay quien incluye a Poncio
Pilatos, pese a que solo habría ejercido crueldad conocida sobre una
persona, algo discutible en una época donde ello era tan corriente que
a nadie le llamaba la atención emplearla hasta que los pájaros cantaran La Traviata en guaraní. La crucifixión era
común en el Imperio Romano, el empalamiento un deporte practicado desde Chile
hasta Rumania, y el ajusticiamiento - con su tortura más - común hasta la Revolución
Francesa. La Crueldad era un componente deseable y deseado del “castigo”, y éste
impartido con pocas justificaciones mayores que la voluntad del mandamás de turno. Esto
choca con los conceptos modernos, que desde Grocio, Kant y Voltaire tratan de fomentar conductas
más humanas. No hay entonces tanto
espacio para la subjetividad en esto de la crueldad, excepto en su “medición”.
Podría verse como tema cuantitativo, cosa relativa porque no se es más cruel
por matar más gente, sino por cómo se hace: Se define por el exceso
cometido, el dolor infligido, la injustificada vesanía de la tortura, la presencia
de venganza y salvajismo en el castigo. De ahí que el argumento
“Nosotros matamos menos” no es sólo políticamente infantil, sino
éticamente falaz por la cuanti y por la cuali. Si hasta el hecho de matar se
considera cruel, los estados tratarán, si es que al final tienen que matar, de
hacerlo “misericordiosamente”. La Guillotina se publicitó como republicanamente
rápida para evitar sufrimiento inútil. Por el contrario, se puede ser extremadamente cruel y no querer
matar a nadie – por lo menos hasta que canten
- como atestiguarían la Inquisición y las Dictaduras militares de América Latina. Para ser un verdadero malo de la película hay que
unir al homicidio la premeditación, la alevosía, la ventaja.
Pensemos en tipos como Calígula, Nerón, Atila (Azote de
Dios, nada menos), Genserico, Gengis Khan (Que hizo arma del terror, si
bien no fue ni el primero ni el último), Timür
Lenk (que erigió pirámides con cabezas humanas), Rasputín, Jorge Rafael
Videla, Lucio Cornelio Sila, Leonidas Trujillo, Ricardo Corazón de León, Rodrigo
Borgia (Papa Alejandro VI para amigos y enemigos), Herodes
el Grande, Charles Manson, Hernán Cortés, Joseph Mengele, Francisco
Pizarro, Vlad Tepes (a) Dracul
(gran aficionado al empalamiento), José
Stalin (12 millones, sin contar los enviados al GULAG), Asurbanipal, Jean David Nau (a) El Olonés, Idi Amín, Leopoldo II de
Bélgica (el rey negrero, anótenle cinco millones de congoleses), Saloth Sar (a) Pol Pot, Alfonso Capone, Iván el Terrible, Jean Bédel
Bokassa, Benito Mussolini, Tchaka, Simón de Montfort (Mátenlos a
todos, Dios escogerá a los suyos),
Augusto Pinochet, Pedro el Cruel, Slobodan Milosevic, Pedro de
Torquemada, el Pirata Henry Morgan,
Billy the Kid, Juan Martín Boves, las familias Duvalier y Somoza, con todos ellos no hay duda, ejercieron crueldad sobre víctimas indefensas e inocentes. No diferenciamos acá autoría mediata de inmediata, tan Caín es quien ordena asesinar como quien lo ejecuta. Peor
aún, si recordamos por ejemplo al cobarde Heinrich
Himmler nauseoso por contemplar el efecto de sus órdenes a la SS. Los rankings basados en el número pueden ser una
curiosidad pero es mejor no hacer distingos entre asesinos, pues la condición
está generalizada. Véase si no en las mujeres, como María Estuardo de Escocia, la condesa Isabel Bathory (asesina de 600 jóvenes núbiles, cuya sangre bebía para obtener la eterna juventud), Ilse
Koch “La Zorra de Büchenwald”, Bloody
Mary, Ranavalona I de Madagascar
(en su cuenta hay un millón de esclavos) y quien
sabe cuántas más.
La crueldad
parece inseparable de la necesidad política y militar; combinar moral con política
y guerra es sumamente complejo, un problema nada alejado de las simpatías políticas que
tienden a disculpar a los personajes de nuestra camada en función de sus logros, y que consideran a las víctimas como "bajas necesarias y lamentables", qué pobre consuelo y falaz justificación. Ilse Koch, Vlad Dracul o
Idi Amín no generan duda, no poseen motivación, causa o ideología a la cual adscribirse Pero ¿qué hay de Julio César, Alejandro Magno, el Ché Guevara, Saddam Hussein, George W.
Bush, Napoleón Bonaparte, Mao Ze Dong, Francisco
Franco, Muammar Gaddafi, Harry Truman, Winston Churchill, Vladimir
Ilytch Lenin, etcétera? ¿Puede cocinarse una tortilla sin cascar huevos? ¿Cómo
logras objetivos políticos y militares sin causar muertes y daños? ¿Se puede acaso, como dice Shakespeare en Enrique V, ganar una guerra sólo con soldados bondadosos? ¿Podía Truman no arrojar la Bomba Atómica a Hiroshima? ¿O
el Ché
liberar Cuba sin fusilar gente? ¿Si te comportas decente, no te gana
tu enemigo, a quien tales límites ético-morales no le estorban? Olvidamos con facilidad que en una ruptura general de las reglas de la convivencia civilizada (la guerra es eso) no se pueden juzgar los hechos del mismo modo que en situación de paz. Es un grave problema, nuestro propio “conflicto
interno” en el Perú con Sendero Luminoso, que tantos se inhiben de llamar “guerra”, presenta
ese problema: Si era "guerra", pues entonces se rige por el conjunto de reglas A,
y si era “conflicto armado interno” con el conjunto B. Lo que no puede pasar es lo que hace la Derecha Bruta y Achorada, operar a la vez como A
y como B. Es decir, con las reglas del conflicto armado interno cuando me benefician, y las de la guerra para jorobar a los adversarios. Y a la inversa, qué cuajo. Ello lleva a lo que decía Unamuno: Vencerás porque tienes
la fuerza bruta, pero no convencerás porque no tienes la razón. Es decir, ganarás en la coyuntura
pero prepararás tu derrota en la estructura. A ver quién les hace entender eso. En fin, trato de no ser partisano, y por ello uso el mismo argumento para Lenin y para Franco, por ejemplo, pese a ser consciente de cómo la Historia la escriban los
vencedores, y la verdad sea la primera víctima de la Guerra. Por ello, para tratar este tema me voy a
un personaje incontrovertiblemente malvado: Adolfo Hitler.
II
Hitler, Estudio de una Tiranía
(Tomo I), de Allan Bullock
Pocos individuos más biografiados
que este genio del mal, tan analizado, tantas veces superficial y sesgado. Dicen que la biografía que acaba con todas es la última que se
ha editado de Ian Kershaw, pero no lo puedo afirmar de seguro porque no la he leído aún, está en la lista
esperando que tenga plata para comprarla - o que alguien me la obsequie, espero que Alguien se sienta aludido(a) - y eso
puede tomarse su tiempo. Por otra parte, lo poco que le he leído a Kershaw no me convence. Así que entre
tanto nos entretenemos con la Biografía de Adolfo
Hitler (1889 – 1945) de Allan Bullock
(1914 – 2004), publicada en 1952, que
tiene entre sus virtudes la de ser exhaustiva, detallada, global y bastante
objetiva en los aspectos a los que se refiere, esto es los elementos y factores
históricos y políticos que permitieron el establecimiento de la Tiranía en
Alemania y Europa por parte del biografiado. Quizá nos hubiera gustado una
aproximación más psicológica, a nuestro entender más explicativa, pero lo cierto
es que Bullock cumple con bastante
solvencia con lo que se propone, y no se propone más que lo que dice. Los dos tomos de la
edición que me poseo – fuera de algunos gazapos horribles de los traductores - tienen
un tono bastante diferente, el primero es intimista y personal, y llega aproximadamente
hasta el momento en que el Partido Nacional Socialista de Obreros Alemanes
(NSDAP) llega al poder y lo ejerce más allá de las fronteras germanas. El segundo
tomo abarca por ende el período en que los acontecimientos vitales del devenir
de Adolfo Hitler, la historia del Partido,
la evolución de la sociedad y el estado (El Tercer Reich) alemán y su
intromisión invasiva en los asuntos europeos y mundiales se confunden en uno y
el mismo relato. La intención del biógrafo no es explicitada en ningún Prólogo
o Prefacio, cosa que no dejamos de agradecer, pero sí está clara en el título y
se sugiere mejor en el epígrafe, frase célebre de Aristóteles: Los hombres no
se convierten en tiranos para preservarse del frío. Lo que enfatiza el
convencimiento profundo de que la tiranía, dictadura o autoritarismo no son una
necesidad en el orden de las cosas, ni se suceden necesariamente, ni se pueden
justificar en los acontecimientos. En esto se reconoce la tradicional autoestima
política de los nacidos en las islas británicas, que tienen a orgullo no
necesitar de dictaduras ni regímenes de excepción para afrontar sus emergencias
nacionales.
No puede empezar de modo más
lapidario esta Biografía: Adolfo Hitler
nació a las seis y media de la tarde del día 20 de abril de 1889. Una
manera de iniciar el asunto con el hecho vulgar del nacimiento de un niño.
El pequeño Adolfo debe haber llegado
al mundo como tantos otros, cargando como todos su parte de esperanzas y
temores, y soportando como todos el peso de las circunstancias de su nacimiento.
No es posible, delante de un recién
nacido, saber qué hará en el mundo, si será una maldición o una bendición para
los que le rodean, sólo cabe la esperanza. Y cuando el mundo al que se llega es
estable y tranquilo y previsible, hay motivos para la esperanza. Adolfo era hijo de un funcionario
estatal del Imperio Austro-Húngaro, un símbolo de permanencia y de posibilidades
a favor. No trata sin embargo Bullock
de explicar a Hitler por una u todas
las características de su entorno, en realidad pareciera que cuando llega a
alguno de estos puntos Bullock se
abstiene con cuidado de hacer juicios basados en especulaciones o datos personales, y creo que acierta en su
moderación historicista, es tan fácil ser profeta del pasado. En pocas
ocasiones el autor se jugará una interpretación personal, y eso que tiene
argumentos y datos muchísimo más que suficientes para hacerlo, es en esto verdaderamente
experto. Cuando lo hace es preciso, contenido, detallado y cauto, y ello en
estos días es una suerte de oasis intelectual en un tiempo en que todo el mundo
cree que puede opinar, aún sin saber de qué diablos opina y a veces incluso sin
tener claro los límites de su tema. Para fundamentar sus interpretaciones, Bullock prefiere hacer hablar a Hitler y/o a sus parteigenossen a través de sus documentos, en particular el libro
autobiográfico Mi Lucha, al que se
remite constantemente. Interesante es, entre otros, su punto de vista sobre la
tendencia intelectual de Hitler a simplificarlo todo, evidenciada en una entrevista del propio Hitler concedida a un periodista francés antes de la Guerra: La más tosca de las simplificaciones de Hitler era la simplificación
más efectiva: en casi todas las situaciones, creía él, la fuerza, o la amenaza de la fuerza,
resolvería el problema … . Es precisamente en la interpretación en que la
otra interesante Biografía de Hitler que he encontrado, la de John Toland (1977) falla por la
ausencia de pronunciamientos en cuestiones donde uno debiera pronunciarse.
III
Hitler, Estudio de una Tiranía
(Tomo II), de Allan Bullock
Con frecuencia me parece estar decidido a decirle algo (a Hitler), pero cuando me encuentro
frente a él el corazón se me cae a los pies (Hermann Goering a Hjalmar
Schacht). Probablemente la característica y rasgo más notable del líder
político Adolfo Hitler haya sido la
capacidad de convencer a los otros de poseer la verdad. Este rasgo es propio de
cualquier político, y no se condena a un político por hacer lo que hace un político,
sino por qué y para qué lo hace, tema conceptual del que Bullock trata de escapar.. Que Hitler
dedicara su indudable talento político a destruir grupos humanos e imponer su
visión semi-nietzscheana de la voluntad y la fuerza; y tratara de resolver sus problemas
emocionales exterminando la oposición política y anexándose media Europa, debe producir
gran cuestionamiento a educadores y científicos sociales. Bullock no lo dice, pero está claro en esto que
está tan perplejo como el resto, pero tiene el tipo de ensayar respuestas coherentes sin salirse de su perspectiva histórica. Como suele ocurrir en los hechos históricos, el conocimiento a profundidad de los mismos complejiza las cuestiones y obliga a abandonar lo unívoco, lo que nos obliga a pensar. Cada vez más parece imponerse el concepto de
las multicausas o multitud de factores para explicarse los hechos, probablemente todos los hechos. El segundo tomo de la obra hace algo esencial
al respecto al unificar la biografía de los hechos personales más
o menos menudos con los grandes hechos históricamente conocidos. El ser humano vive siempre dentro de sus esclusas, de sus circunstancias: Dentro de las líneas trazadas
en los momentos decisivos es que se toman decisiones que se adaptan
a las circunstancias sobre las que no se tiene control directo, en el
caso de Hitler tratando siempre de obtener dicho control directo. El
invierno de 1937-1938 marca el punto decisivo en que Hitler pasa de su objetivo
limitado (…) a la carrera audaz que lo condujo a los éxitos espectaculares de los
años 1938 – 1941. No es que con esto cambiase de dirección o de carácter su
política exterior.
Son harto conocidos los hechos
que siguieron a la toma del poder por los nazis con Hitler a la cabeza, cómo primero se consolidaron en el propio país, la social y políticamente descompuesta Alemania, primer
país ocupado por los nazis; cómo impusieron el dominio y coordinación
(gleichschaltung) de la sociedad en
función de la hegemonía de un grupo social amorfo y voluntaristamente
constituido. Tratando de imponer esta plantilla ideológica en toda Europa
consiguieron algo que solamente han logrado en la historia los asirios y los mongoles:
Levantar la mano contra todos, y que todos levanten la mano contra
ellos. La Segunda Guerra Mundial vio comunistas y capitalistas (aunque no todos), Liberales
y Socialistas unidos contra los grandes pateadores del tablero, los nazis y sus
aliados totalitarios italianos, japoneses y de otras naciones. Y en esto los errores
fueron más importantes que los aciertos, una visión desapasionada de Hitler lo muestra humanamente falible,
con un número de aciertos aproximadamente igual al de sus metidas de pata, con
lo que la aureola de eficiencia germana y nazi se derrumba tan igual como la de
cualquier ideología o esquema preconcebido de pensamiento que comparta nuestra común condición
humana. Al final de esta muy recomendable obra, Bullock llega a una conclusión que seguramente Albert Camus no hubiera suscrito, probablemente por un tema
semántico: Hitler como Gran Rebelde
contra un “sistema” mundial, y por cierto es una de las primeras veces que se usa el
término “Sistema”, hoy tan manoseado. Hitler claramente no es un Gran Revolucionario, no se puede serlo sin defender causas humanas justas y generalizadas: La libertad e igualdad son para
todos, no para un grupo que lo expropie a expensas de otros, que es
precisamente lo que diferenció en su momento por la base al bolchevismo del
nazismo, y de modo permanente a la izquierda de la derecha: (Hitler) Se rebeló contra “el Sistema” (…)
en Europa; se rebeló contra el orden burgués-liberal (…). Su misión (…) era
destruir todo eso, y en ese propósito (…) no fracasó. Quizá Europa vuelva a
rehacerse, pero la vieja Europa (de 1789 a 1939) se fue para siempre jamás, y
la última figura que surge en su historia es la de Adolfo Hitler, arquitecto de
su ruina (…) (“Si buscas el monumento suyo, mira a tu alrededor”).
No hemos encontrado este libro en
la red en castellano, acá va una versión en inglés: http://en.bookfi.org/book/1075555
IV
The last days of Hitler, de H.R. Trevor-Roper
Si la Biografía de Bullock nos ofrece una película
completa de la peripecia hitlerista, el libro de Hugh Trevor-Roper (1914 – 2003) The
last Days of Hitler (Los últimos Días de Hitler) nos ofrece más bien un
conjunto de instantáneas obtenidas más o menos de modo detectivesco sobre el
oscuro, misterioso y macabro final del Amo y Señor del Tercer Reich, el de Los
Mil Años, reunidas como lo hubiera hecho un Sherlock Holmes en medio
de las grandes nieblas que marcaron la noche oscura del desastre. En tales
circunstancias los hechos quedan detrás de las gemelas cortinas de la
casualidad y de los intereses de las partes en pugna, y abrirse paso entre
ellas es labor reservada a gentes audaces y astutas. Que Hugh Trevor–Roper hizo su chamba a conciencia puede verse en el
hecho que la última versión del final de Adolfo
Hitler aceptada por todas las partes sigue siendo básicamente la suya,
incluso cuando el final de la Unión Soviética en 1991 permitió abrir los
archivos soviéticos y develar algunos misterios que Stalin creyó conveniente mantener sobre el fin del régimen hitleriano
por sus propios y nada inescrutables motivos. Trevor-Roper fue analista de la Inteligencia Británica durante la Guerra Mundial, calificadísimo para ello por su astucia militar y sus
estudios clásicos en Oxford. En 1945 le encargan dilucidar nada más y nada
menos que el final físico de Adolfo Hitler,
con lo que se trataba de responder a las acusaciones soviéticas de que Hitler podría estar protegido por las
potencias occidentales. El resultado es este libro, editado en 1947, The last Days of Hitler. Por cierto que
de vez en cuando surgen “noticias” que ubican a Hitler en alguna parte de
Sudamérica, no obstante que de haber sobrevivido tendría bastantes más años que
los lógicos, cosas de los compromisos curiosos en que a veces incurre cierto
periodismo, suponemos.
Lo fundamental, en todo
caso, supera las cortinas de humo que se han arrojado
tradicionalmente sobre el tema, casi siempre para construir una ilusoria figura heroica. Que ellas han tenido algún éxito se ve en las gentes atraídas por un supremacismo neo-nazi totalmente anacrónico. En todo caso, el hecho lirondo es que todas las circunstancias fundamentales del final de la vida del Dictador que quedaron impresos
en la menet colectiva, parten de la obra de Trevor-Roper, que presenta a un Hitler enfermo, atrabiliario, nada heroico, muy cercano al derrumbe físico y emocional, y aún así cruel y bajo. Incluso
la clásica película del 2004 sobre los últimos días de Hitler en el Bunker, El Hundimiento
o La Caída, sigue en lo esencial el mismo
orden que la obra de Trevor-Roper,
aunque en el detalle se centre más en la biografía del alemán Joachim Fest, y en las
memorias de Traudi Junge, última secretaria
del susodicho Adolfo. Como por desgracia no he leído estos libros, no puedo dar fe de
ello, pero he visto la película y en lo básico es lo que he encontrado en el libro que reseño. Trevor-Roper, por lo demás, entró en
controversia con Allan Bullock en
referencia a las motivaciones fundamentales de Hitler, discusión más o menos
académica que probablemente interese más a los especialistas. Lo que posiblemente nos
importe más en este caso es que se llegó desde temprano a dilucidar un problema de
fundamental importancia política e histórica, que es el del fin que eventualmente les espera
a aquellos que tratan de destruir a los demás. Pocos documentos como éste son
tan devastadores en su simplicidad, colocando un epitafio definitivo en la
lápida de éste y de cualquier Führer
que pretenda alzarse con el control y el dominio totalitario de una parte de la
humanidad. La devastación ideológica y política que produce no la logra con declaraciones
altisonantes ni afirmaciones controversiales, sino con el simple develamiento de
los hechos apoyado en documentos irrefutables que se sostienen por sí solos. En
esto es análogo a otras obras y documentos sobre temas de la Guerra Mundial, como la Shoah y el controvertido papel de la
institucionalidad católica y el Papa Pío XII, o sobre la colaboración con los nazis de políticos de derechas de la Europa Central y Oriental, o sobre la hipocresía y complicidad entre los
aliados occidentales y la derecha económica alemana en el incompleto proceso de
desnazificación.
Al igual que con la Biografía de Alan Bullock, este libro capital para
entender a Adolfo Hitler no parece estar en
castellano en la web, o cuando menos no lo he encontrado. En inglés, los enlaces que he hallado son
algo equívocos, y prefiero no compartirlos para evitarnos problemas.
V
Colofón
Probablemente lo más interesante
de esta Crónica sea la diferencia y a la vez cercanía entre los hechos de la
Historia propiamente dicha y los pequeños hechos de la vida y la muerte de un biografiado.
No es lo mismo Bullock y Trevor-Roper como buenos biógrafos e investigadores, que los igualmente profundos e interesantes estudios
de Enzo Collotti, La Alemania Nazi; o del equipo de Arnold Toynbee, La Europa de Hitler, referidos más a los procesos históricos generales que a las peripecias del Malo de la Película más emblemático de la historia reciente. Y aunque hay muchos más Malos de la
Película que merecen su biografía, veremos si las conseguimos, las leemos y las reseñamos.
Hasta otro día, chicos y chicas.
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