El tiempo es muy lento para los que esperan; muy rápido para los que tienen miedo; muy largo para los que se lamentan; muy corto para los que festejan … (Shakespeare)
Se acaba el Año 2011, y al acabarse
pareciera arrastrara consigo las resacas de lo vivido, como dijera el poeta. En
la vida social el Año Nuevo es un happening,
un acontecimiento social más o menos vasto y festivo, pretexto o causa legítima
para jaranearse y divertirse, es decir, olvidarse por un rato de las preocupaciones
del diario, gastar un poco de la plata que no tenemos, y tratar así de suponer
que la vida vale la pena de ser vivida. Hacer balances y recuentos del Año que
se va es un lugar común en el que cae casi todo el mundo, y resulta la antesala
de unos buenos propósitos que raramente se cumplen, y es que el simbolismo de
un número que cambia parece estar muy instalado en la conciencia social. Pero
los calendarios del mundo difieren, y el Año Nuevo – el Nuevo Principio – cambia
según las culturas y las sociedades. La globalización determina que “todos” –
un todos bastante limitado, reconozcámoslo – celebremos el final de un Año y el
Principio del Otro, dentro del esquema de la variante Gregoriana del Calendario
Solar que fue creado por el egipcio Sosígenes gracias a la decisión política
del Princeps de Roma, Cayo Julio
César, hace unos 2000 años. Nuestro tributo emocionado a ellos, y sigamos con
la digresión.
Una vez hecho este sentimental minuto
de silencio en honor a la memoria de los creadores del calendario que nos rige,
y al que debemos añadir al Papa Gregorio, que hace medio milenio lo hizo más
exacto en relación a los movimientos de la Tierra, el Sol y la Luna, ¿qué nos
queda? Termina el año 2011, y termina entre sorpresas, cambios, movimientos,
idas y tornas, retornos y precipitados viajes y virajes. Ni más ni menos que
siempre. Se supone que dejamos atrás las maldades, pecados, errores,
dificultades y molestias del Año Pasado e iniciamos uno Nuevo, limpio y sin
uso. Esta variante del rito del chivo expiatorio tan profundamente instalada en
la psique humana, y tan inconsciente en casi todos nosotros, se expresa en los
muchos cohetes que, pese a las prohibiciones, reventamos; y en los muchos muñecos
que, pese a la contaminación, quemamos. Hay que dinamitar lo viejo en una
quemazón de polendas, luego alcoholizarse hasta el embrutecimiento, y así al
día siguiente todo lo que vemos parece moverse solo, y entramos al Nuevo Lapso en
los brazos de cierta ebriedad inconsciente, que al desaparecer nos deja metidos
en el Nuevo Año. No voy a ponerme huachafamente a despreciar todo esto desde
una moralina pequebú, las alegrías de las gentes son respetables, y más se
aguanta un impuesto nuevo que una limitación de la libertad de hacer el loco
por un rato antes de volver a la chamba.
La Historia es Tiempo, y es
necesario medir el Tiempo. Los finales siempre presuponen nuevos inicios. Los acontecimientos
que parecieron tan importantes y que construyen la percepción de las gentes se
difuminan en la memoria, y lo que pasó tiende a olvidarse. Este proceso es casi
tan importante como el recuerdo, pues solamente se recuerda aquello que es
importante para quien lo recuerda. La Historia se fabrica con las percepciones
comunes a los grupos humanos, y si quisiéramos determinar lo que fue común en
este larguísimo año 2011 que se muere de muerte natural, encontraríamos que es
más o menos lo mismo de cada Año: El conflicto entre el mantenimiento denodado
de una realidad virtual versus la irrupción de la realidad real. Es decir, la
diferencia entre lo que nos dicen y lo que vemos por nosotros mismos. Los seres
humanos aspiramos a ser felices, a no ser que estemos rayados sin remedio, y en
ese proceso fabricamos nuestras percepciones y nos la creemos a nosotros
mismos. A veces esforzarnos por entender lo que es complica nuestra felicidad y
nos hace problemas. Pero entiendo que nuestra felicidad suele estar para todos
antes que la consciencia.
Arrancarse con este tema, sin
embargo, excede las capacidades de este cronista, pues mi aporte de hoy no es
percibir ni describir los acontecimientos, que eso todo el mundo lo hace, y como
son más o menos semejantes todos los Años, resulta algo aburrido. Trato de registrar
otra cosa: el simple paso del tiempo que tratamos de medir, y al que le
adjudicamos significados. El Año 2012 después de Cristo se supone que es el Fin
del Mundo según los mayas, lo que, además de ser una soberana tontería diseñada
para ganar plata con el miedo difuso de las gentes, resulta completamente falso,
y además una manera bastante estrafalaria de arrebatarle su felicidad a la
gente. De repente sirve para que la gente se instale más en el presente y gaste
más en la borrachera y la cohetería. Lo cierto es que siempre hay una marca
para lo que finaliza, y que hay diferentes tiempos para los diferentes individuos.
Se construye la vida no con el tiempo, sino con los sucesos, de los que el
Tiempo es la materia prima, y lo que esperamos siempre es que lo que viene sea
mejor que lo que termina. Seamos por un rato prácticos y quedémonos con eso.
Sea lo que sea la Felicidad o lo que entendamos por ella, la idea es que seamos
cada vez más felices y cada vez menos desdichados, y si en el transcurso
tenemos que cambiar nuestra noción de felicidad, pues que así sea, y tiene
sentido que el nuevo periodo que se inicia signifique un paso en ese sentido
para todos. Y punto, por este Año.
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