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sábado, 25 de febrero de 2012

CRÓNICAS DE LECTURAS 4: PRIMERAS LECTURAS


CRÓNICAS DE LECTURAS - Cuatro

Mis primeras Lecturas

I
Lectura enciclopédica y por qué no hacerla

Ya conté cómo aprendí a leer, aburriendo hasta la muerte a mis pacientes lectores. No trato de ser prescriptivo, sin embargo. Me limito a presentar algunos recuerdos personales, recordar mi proceso puede reflejar lo que pasa o deja de pasar en las familias en este tema. Como sabemos, si no practicamos la lectura se nos olvida la habilidad de leer. No hace mucho volví a retomar la bicicleta. Es broma común decir que montar bicicleta es como el sexo, y que en realidad nunca se olvida uno cómo se hace, o cuando menos cómo era. Pero eso no es tan cierto, cuando menos en lo que concierne a la bicicleta. Mi anécdota sobre cómo aprendí a leer a los tres años, supuestamente presenta cierto interés, pero la cosa hubiera quedado ahí como gracia de parvulito recién llegado. Podría no haber seguido leyendo, y ahí quedaba la promesa, yo sería un analfabeto funcional más. Me habría perdido de mucho, pero no lo sabría y no me haría falta, no añadiría o quitaría un ápice a mi felicidad o desgracia. Pero la anécdota trajo cola. Entre aquellas cosas que a uno lo definen está la visión que la familia tiene de uno. Y los míos parece me veían como un lector superdotado, y así me trataron. Así, como en la iniciación heroica, marcaron mi destino. Mi padre, ni muy parecido ni muy diferente a todos los padres del universo, pensó probablemente que valía la pena gastar unos cobres en tener libros en casa, dado que el muchacho de miércoles se leía hasta las instrucciones para el uso del papel higiénico, así que mejoró la calidad de mis lecturas poniendo a mi alcance algunos libros, entre ellos las enciclopedias, muy de moda en esa época pre-cibernética. Y todo esto que voy a contar me ocurrió antes de cumplir diez años de edad.

Creo que la moda de las enciclopedias empezó unos siglos ha, con la Enciclopedia Británica y la de los franceses que precipitó la Revolución Francesa, que desde entonces produjo en las clases dominantes cierta incomodidad frente a la posibilidad que la indiada de cualquier color se eduque. En mi caso, parece que estaba bien aprestado, y como a todos los chicos me atraían las ilustraciones y figuritas. Desde el principio me gustaron las enciclopedias, porque tenían muchas fotos y figuras. Mucho después encontré que al lado de las fotos y figuras había letras, oraciones y párrafos. No recuerdo ni cómo ni cuándo empecé a decodificar, parece haber sido aplicación espontánea de lo que aprendía en el Nido. La curiosidad por las letritas vino asociada al vacilón de los dibujitos, y la creciente sensación de dominio del texto llegó a través de la lectura de los textos tal y como me llegaban. Nadie trató de adaptar nada, a lo más trataron de exponerme a la letra escrita. Parece que la Enciclopedia Barsa, muy popular entonces, estaba razonablemente bien redactada, sin dificultades especiales, y por ende la exposición a una correcta sintaxis y vocabulario produjo un dominio espontáneo de la lengua castellana. Hay asociados ciertos rudimentos de metacognición: La gracia de que las enciclopedias empiecen por la A, y sigan el alfabeto hasta la Z, me intrigaba y me sugería una totalidad cuya comprensión se me escapaba, pero que intuía. Te das cuenta que leerte todo no es posible, te enteras que existe eso de los “libros de consulta”, complementado con un Diccionario que conservo y uso, y además un Tomo de Referencias. En todo caso, era rico eso de encontrar lo que uno quisiera buscándolo con la letra de principio. El alfabeto se te transforma sin querer queriendo en una “Base de Datos” digital, concepto de moda varios decenios después. Traté también la aproximación analógica, es decir empezar por la primera página y terminar en la última, y menos mal fracasé antes de terminar la “A”. Me fascinaba eso de que en una Enciclopedia esté compendiado absolutamente TODO, no me gustó descubrir que todo el conocimiento no estaba en la enciclopedia de mi casa. Fue frustrante, y a la vez esclarecedor. Si eres una enciclopedia ambulante te vuelves un mocoso pedante y un provinciano intelectual, aparte del insoportable del barrio e inmarcesible portador de chapas (apodos). En aquellas épocas se apreciaba la memoria repetitiva, y, dígolo para mi vergüenza, la poseía magnífica. Como en estos tiempos de Wikipedia y enciclopedias on-line las impresas son tan útiles como los pies para un pez, esta aproximación “enciclopédica”, funcional entonces, posee poca validez hoy en día, y la desaconsejo absolutamente.  

II
Contra las “Adaptaciones” y sobre el plagio

Me encantaría acordarme de los datos bibliográficos de una vieja y maravillosa colección que me habita aún hoy. La he visto contadas veces en otras partes que no fueran mi casa, no parece haber estado muy difundida. Se llamaba Mi Libro Encantado, y presentaba un conjunto de narrativas y textos en unos ocho o nueve tomos ordenados por las diversas etapas de la niñez. El primer tomo estaba dedicado a las mamás y se centraba en los cuidados a los bebés, y lo paso por alto. Del Tomo 2 en adelante se planteaba presentar y fomentar diversos valores a través de textos de diversas procedencias y géneros - líricos, narrativos, épicos, en prosa y verso. La extensión de los textos estaba cuidadosamente planeada, eran extractos de obras de literatos y autores universales y argentinos, entrelazadas y puntuadas con versos, canciones y poemas. La dificultad sintáctica y la extensión de los textos estaban bien diseñadas, y todo procedía de autores originales. Los editores, con criterio digno de ser imitado, estructuraron los extractos en unidades muy cortas, que tomo a tomo aumentaban su extensión y su dificultad semántica y sintáctica, dentro de una franja interesante, pues no necesitabas leértelo todo para disfrutarlo, que ese era el objetivo. Se fiaban de la genialidad de Víctor Hugo, los Hermanos Grimm o Almafuerte, y no trataban de enmendarles la plana. He estado mirando las “adaptaciones” que hacen ciertas editoriales hoy en día y distingo la petulancia sin nombre que significa enmendarle la plana a Borges, Tolstoi o José Martí. Estos “adaptadores” destruyen la obra de arte tratando a los niños y jóvenes como conceptuales tacitas de porcelana que se romperán si se los somete, oh crueldad infinita, a los textos originales. No jorobes, hombre. No necesitas “adaptar” lo que ya está bien hecho. Lo que tienes que hacer es presentarlo. En esta enciclopedia las unidades de sentido tenían creciente extensión y dosificación, y del original. Se facilita así extraordinariamente la lectura “digital”, la búsqueda de los padres y de los propios niños de lo que realmente quieren leer, desde una oferta amplia y variada. Doy fe que poemas como Los Caballos de los Conquistadores de Chocano, u otros de García Lorca, Víctor Hugo o Juan Ramón Jiménez ni estaban adaptados ni lo necesitaban. Con la prosa era igual, y como la función hace al órgano, acostumbras a los mocosos a leer directamente el original, y ya no necesitas “adaptaciones”. La única manera en que se podría aceptar “adaptar”, es cuando “cuentas” oralmente el texto, es decir en el cambio de lo escrito en oral, que implica cambio de registro lingüístico. De otra manera “adaptar” se convierte en una muleta, útil solamente para enriquecer a ciertas editoriales, pues no le encuentro ninguna, pero ninguna utilidad remedial. Volviendo a Mi Libro Encantado, su tipografía era variada, si bien tradicional, lo que entonces había. Hoy se hacen cosas maravillosas con la tipografía, que no estaban entonces al alcance de las imprentas. Pero este “tradicionalismo” se compensaba con ventaja con magníficas imágenes. De hecho, cuando la evoco vienen a mi mente esas imágenes, en particular la de San Francisco de Asís hablando con el terrible lobo de Gubbia, que ilustraba el bello poema Los Motivos del Lobo, de Rubén Darío, el que estaba completamente extractado, originalísimo por supuesto. Repito de memoria: El varón que tiene / alma de querube, lengua celestial / el mínimo y dulce Francisco de Asís / está con un rudo y torvo animal...

Particularmente interesante me resultaron los tomos Héroes y Santos; El Mar y la Aventura; Grandes Hombres, grandes hazañas; En Alto la bandera y así en adelante. Si de formación en valores se trata, y si éstos pueden fomentarse en base a ejemplos, estos textos son exitosos. Encontrabas desde las leyendas o historias de San Cristóbal y San Francisco de Asís hasta las de los héroes de las guerras de Independencia de España e Hispanoamérica, de autores como Benito Pérez Galdós, Perú de Lacroix o Leopoldo Lugones. Hace muchos años que no tengo esta colección, pero su evocación es en extremo notable, y puedo citar de memoria muchos pasajes. Los textos sobre científicos y descubridores me familiarizaron con las epopeyas de los descubrimientos geográficos y la terca búsqueda de los hombres de ciencia. De entre los diversos relatos que me impresionaron, dos me quedaron en la mente hasta hoy con pelos y señales. Uno es la sabrosa historia de Johann Kepler y su mujer, sobre el problema de la Armonía del Universo, salvada gracias a la deliciosa ensalada preparada por la Señora Kepler. Esta historia caló hondo, e inspiró mi primer ataque a la literatura hasta el extremo del plagio, pero a los siete años el plagio es casi una virtud. Nadie se imaginaba que yo pudiera escribir “tan bonito”, pero yo sabía que era una copia y que “ellos” no conocían el texto plagiado. La otra lectura relata la Expedición de 1911 al Polo Sur de Scott y sus cinco compañeros, en la que dejaron la vida. Usaba como fuente las cartas de Scott halladas con su cadáver. Esta fracasada expedición - el noruego Amundsen les ganó por un mes -, y todas las sensaciones, emociones e ideas que despertaba el aparentemente inútil sacrificio de vidas humanas obligaba a la reflexión y valoración. Era historia real, así la asumí, y aún hoy me estremece.

III
Julio Verne y lo que es “adecuado”

Había más libros en casa para sus diferentes usuarios, es decir mi padre, yo y mi recién llegado hermano menor, que heredó todas mis lecturas con resultados diferentes, ni mejores ni peores. Entre los aciertos de mi Señor Padre estuvo la adquisición de las Obras Completas de Julio Verne, de la Editorial Plaza & Janés, las que me comí con zapatos, calcetines y demás prendas. Están frente a mí cuando escribo estas líneas, junto con un par de sesudos estudios sobre la obra del autor. Al revés de lo que piensa la mayoría de las personas, los niños no son estúpidos. Ni tampoco Verne es “autor menor” por escribir para niños y jóvenes. A veces el esquematismo psicológico de sus personajes es atroz. Pero más esquemático es Salgari, y era tan popular como Verne. La reflexión que me hago ahora tiene que ver con lo que es adecuado y lo que no lo es. El hecho que Verne esté tan adaptado en las pantallas cinematográficas y televisivas indica que sus temas son muy rendidores, en especial los de su serie Viajes Extraordinarios. De hecho hay versiones, variantes y recontravariantes, pues es de los guionistas su chamba. Incluso hay en cartelera en estos precisos días una versión de Viaje el Centro de la Tierra. Pero si uno conoce a Verne se percata que hay contenidos que “no son adecuados”. Y aquí un problema. Como la quisicosa esa que dice “Chompa.- prenda que las mamás le ponen a sus hijos cuando ellas tienen frío”, algunos padres permiten o censuran ciertos libros. No dudo de que los padres tienen la responsabilidad, y la responsabilidad sin autoridad no existe. Pero estimados papis y mamis, no tapemos el sol con un dedo. Los niños acceden a la televisión y a los juegos de video sin anestesia, y aún programas tan aparentemente innocuos como Angelina Ballerina o los Backyardigans poseen cargas que podríamos considerar “peligrosas” o “inadecuadas”, no digamos el asesinato organizado de ciertos juegos de video. Repito una vez más: Los niños no son estúpidos, saben mucho, mucho más de lo que creemos, y ni siquiera resulta conveniente tratar de “censurar”. Verne, como muchos otros autores, es un mundo tan completo en sí mismo que te arrebata y te entregas. Si eres niño, te convence y te la crees. Si tú, papi, no has leído lo que tu hijo lee, tu hijo se da cuenta y le pasan dos cosas: Por una parte atrapa autonomía intelectual personal, por otra empieza a percatarse que tú no lo sabes todo. Así que es hora que si no lo haces, empieces a leer lo que tu hijo lee, papi. Y cuando lo hagas, habla con él sobre lo que está leyendo. Labor de los papis es introducir a sus hijos al mundo, y eso se hace sobre base cotidiana. A la manera de Vygotski, es mejor si estás tú para guiar el texto. Si no, puede ocurrir que tu hijo crea – me pasó a mí – que el Nautilus llegó al Polo Sur por aguas libres, por ejemplo. O que la venganza – guía del Capitán Nemo – es un sentimiento positivo.        

Como pasa en toda la Literatura, los autores escriben inevitablemente desde su carga personal, y Verne tiene harta. Compartía el antisemitismo francés del Siglo XIX, patente en sus personajes judíos, pero a Shakespeare le pasaba lo mismo y no es menos genial. Julio Verne pretendía explícitamente influir en la juventud – se observa este hecho en los autores europeos de la época como Salgari, D´Amici, y otros clásicos como Grimm y Perrault. Por ello algunos personajes vernianos son de antología e inspiran sagas, variantes y continuaciones para Cine y Televisión. Los protagonistas vernianos ejecutan hazañas y epopeyas: El Capitán Nemo el más importante, de hecho. Pero también son esenciales a sus respectivas tramas el Ingeniero Ciro Smith; el correo del Zar Miguel Strogoff; el Capitán de Quince Años Dick Sand; los viajeros lunares Barbicane, Nicholls y Michel Ardan; Phileas Fogg y su fámulo Passepartout; el Capitán Hatteras; el Profesor Liddenbrock; los hijos del Capitán Grant; e incluso el indio peruano Martín Paz. Nadie más podía hacer lo que ellos hacían. Los matices ético-morales son esquemáticos, los buenos son buenos y los malos, malos desde el principio hasta el mismísimo final. Hay excepciones, como la de Ayrton en Los Hijos del Capitán Grant y La Isla Misteriosa, pero la principal es el Capitán Nemo, que Verne presenta misterioso y torturado en 20.000 Leguas de Viaje Submarino, para descubrirlo humano en La Isla Misteriosa. De seguro los estereotipos de los valores de la Ciencia, el Trabajo, la Libertad y la Independencia en los que Verne creía, son el motivo por los que se le ve como un Clásico para Niños y Jóvenes. Los héroes vernianos adultos luchan por conocer y domar la Naturaleza al servicio de la Humanidad. Dirigen así la Iniciación Heroica de los jóvenes héroes vernianos. En el fondo del mar en 20.000 leguas … hay los tesoros que el Capitán Nemo usa para financiar revoluciones, el refugio del guerrero desilusionado y la iniciación de Pierre Aronnax; el Polo Norte en Aventuras del Capitán Hatteras es imán del orgullo nacional británico; la expedición en Viaje al Centro de la Tierra es investigación geológica, iniciación heroica de Hans y resolución del acertijo de un alquimista; Fergusson y Kennedy en el África de Cinco Semanas en Globo son descubridores y civilizadores; llegar al espacio interior en De la Tierra a la Luna es el objetivo de los norteamericanos, y también equivalente moral de la guerra; en Los Hijos del Capitán Grant el aristócrata Glenarvan usa su fortuna para reunir a los huérfanos Grant con su padre, y a la vez es inicio heroico del joven Robert. A mi modo de ver con acierto, las versiones modernas corrigen los estereotipos de los personajes y las inocencias de la trama, dándole actualidad a las viejas historias, conservando lo esencial: la iniciación heroica. Claro que a veces se les pasa la mano, pero no creo a Verne le hubiera importado mucho. Me parece que ciertas adaptaciones a la pantalla – en especial las que no pretenden ser exactas – resultan muy adecuadas para presentar hoy la temática verniana.    

IV
Más libros, y las lecturas sin supervisión

Entre otros libros que leía en mi niñez, destacaban algunos como la Enciclopedia Cumbre de la Editorial Jackson, que aún conservo, que registraba en lenguaje sencillo y con profusión de fotografías, los hechos curiosos y las costumbres de una época ya en retirada, justo antes de que el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y el principio de la Globalización empezaran a homogenizarlo todo. Aprendí que la especie humana era heterogénea, y capté avant-la-lettre eso de la interculturalidad. Por cierto, desde mi escritorio puedo ver la Cumbre, que conservo por razones puramente sentimentales. Sus fotos en blanco y negro y color atestiguan la diversidad de la especie humana, que empecé a entender poblada de todas clases de gentes. Junto a Barsa y Mi Libro Encantado, estos libros influyeron mucho en mi visión del mundo. De esta etapa data también mi encuentro con un conjunto de deliciosos libritos, de Richmal Crompton, que después hallé completa en la Librería Studium del centro de Lima - hoy cerrada - referidos a un niño inglés de nombre Guillermo en los 1930, que narraba en clave humorística muy británica sus aventuras y choques con el mundo de los adultos. Recuerdo en particular Guillermo el Genial y Guillermo y los Mellizos. Así encontré el Humor Literario, aunque al principio mucho no la agarraba, pero para eso son las relecturas. Esta colección debe haber sido una de las que más he releído, precisamente por su Humor. También a esta época corresponde mi encuentro con la literatura nacional a través de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, que también me atraparon por el Humor, en nuestro propio y nacional sentido. Aún hoy día trato de conservar de la mejor manera posible un par de docenas de Tomos de la vetusta Enciclopedia Espasa, editados hace más de cien años, que conservo por razones sentimentales, porque como consulta mucho no eran, y hoy menos aún son. Este intento español de producir una Enciclopedia análoga a la Británica dio por resultado una acumulación de datos sin parangón alguno en idioma español, sólo la Espasa puede de algún modo compararse a la web hoy en día. Sigo. Salgari, después de Verne, no me impresionó, la verdad. Sí lo hicieron, y mucho, Las Minas del Rey Salomón y La Isla del Tesoro, de Henry Rider Haggard y Robert Louis Stevenson, respectivamente. De entre las muchas versiones en cine, de mérito desigual, recuerdo la muy jocosa de La Isla… protagonizada por  Abbott y Costello. No olvidamos los cómics o chistes, pero eso será materia de otra Crónica. Y para culminar este párrafo, antes de cumplir los diez años mi tío Lucho me obsequió tres libritos de la Editorial San Marcos que me marcaron inmensamente pues me hicieron descubrir dos cosas extraordinarias: El Teatro y a William Shakespeare. Y qué obras: Hamlet, Macbeth, y El Mercader de Venecia.  Desde entonces Will y yo somos patas del alma, aunque la verdad a Hamlet no la capté mucho, más me gustaron las otras. Mucho le debo a mi tío Lucho, descansen en paz sus nada santos huesos, pues no solamente me metió a Shakespeare por los ojos, sino también me enseñó a jugar al Ajedrez y cada cierto tiempo me regalaba libros fuera del main-stream. Así, creo, me entró el bicho de lo contestatario. Suele pasar así.

Concedámosle espacio a las lecturas “no calculadas”, es decir a los libros y otros textos que  leí sin que estuvieran en modo alguno pensadas para mí, o por lo menos con algún tipo de supervisión adulta. De hecho en mi casa esa supervisión brillaba por su ausencia. Si mis viejos hubieran sabido lo que leía el mocoso, se les hubieran parado los pelos. Los mayores compraban para sí novelas de temática adulta, best-sellers, algunos bien escritos, y los ponían con los demás libros. Así que este pechito se los enchufaba a velocidad de Grand Prix. Así leí a Upton Sinclair y su serie sobre Lanny Budd, a Harold Robbins, de descarnada narrativa; a Janet Taylor Caldwell, autora muy vaporosa aunque interesante, e incluso libros de cruda temática sexual o cultural, que entraron en mi novel mente antes de cumplir los diez años, con efectos más o menos catastróficos. La verdad, muchas de estas lecturas no eran adecuadas. Pueden constituirse en factor de “sobre-adaptación”, y aunque proporcionan claves para la comprensión de los conflictos de los adultos que repercuten en los niños y jóvenes, no deberían abordarse sin supervisión parental cercana. Yo sé lo que me costó entender, como dice Marguerite Yourcenar, que la vida no está sólo en la palabra escrita, pues no cabe entera. Entre otras lecturas “por fuera” que un ávido jovencito lector abordaba estaban las revistas de tipo Vanidades, Buenhogar y Cosmopolitan, leídas por mi madre, tías y demás féminas de la familia. Las llevaba a mi dormitorio a escondidas, y las devolvía a su lugar con la debida rapidez, antes que se echaran en falta. Si me hubieran confrontado entonces con el hecho no lo hubiera confesado ni sometido a tortura con caballos salvajes, no parecía muy varonil eso de leer revistas femeninas, aunque en verdad eso no me preocupaba. Me llamaba oscuramente la atención ese otro lado de la especie humana, así que seguro trataba de enterarme así qué pensaban y sentían esas extrañas criaturas del Señor. Leí así a Corín Tellado, que la verdad no me impresionó nada. Ciertos artículos me llamaban la atención, otros me dejaban frío. Era lectura descartable, si no había nada más interesante a mano. Todo eso lo leía a espaldas de la familia, y tenía el sabor de lo prohibido. Fueron las primeras veces que leí sobre sexo como actos que las personas realizaban. Debo decir que estas lecturas sin guía me indujeron a muchas preguntas, pero también a grandes confusiones. Fue interesante, por supuesto, pero nada conveniente. Supongo que eso es discutible.

Colofón

Hasta aquí la Crónica. No estoy cumpliendo mucho con mi propia promesa de disparar una cada Sábado, pero es que la verdad no es tan fácil como creí en un principio. Pero si fuera fácil seguro no valdría mucho. Trato de mostrar un proceso, una pasión, incluso una obsesión, y trato de hacerlo de manera que pueda contribuir a fomentar la Lectura. Y es así que lo dejo así, y termino como siempre: Lee lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás, brother.

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