CRÓNICAS DE LECTURAS - Cuatro
Mis primeras Lecturas
I
Lectura enciclopédica y por qué no hacerla
Ya conté cómo aprendí a leer,
aburriendo hasta la muerte a mis pacientes lectores. No trato de ser
prescriptivo, sin embargo. Me limito a presentar algunos recuerdos personales, recordar
mi proceso puede reflejar lo que pasa o deja de pasar en las familias en este
tema. Como sabemos, si no practicamos la lectura se nos olvida la habilidad de
leer. No hace mucho volví a retomar la bicicleta. Es broma común decir que montar
bicicleta es como el sexo, y que en realidad nunca se olvida uno cómo se hace,
o cuando menos cómo era. Pero eso no es tan cierto, cuando menos en lo que
concierne a la bicicleta. Mi anécdota sobre cómo aprendí a leer a los tres años,
supuestamente presenta cierto interés, pero la cosa hubiera quedado ahí como
gracia de parvulito recién llegado. Podría no haber seguido leyendo, y ahí
quedaba la promesa, yo sería un analfabeto funcional más. Me habría perdido de
mucho, pero no lo sabría y no me haría falta, no añadiría o quitaría un ápice a
mi felicidad o desgracia. Pero la anécdota trajo cola. Entre aquellas cosas que
a uno lo definen está la visión que la familia tiene de uno. Y los míos parece
me veían como un lector superdotado, y así me trataron. Así, como en la
iniciación heroica, marcaron mi destino. Mi padre, ni muy parecido ni muy
diferente a todos los padres del universo, pensó probablemente que valía la
pena gastar unos cobres en tener libros en casa, dado que el muchacho de miércoles
se leía hasta las instrucciones para el uso del papel higiénico, así que mejoró
la calidad de mis lecturas poniendo a mi alcance algunos libros, entre ellos las
enciclopedias, muy de moda en esa época pre-cibernética. Y todo esto que voy a
contar me ocurrió antes de cumplir diez años de edad.
Creo que la moda de las
enciclopedias empezó unos siglos ha, con la Enciclopedia
Británica y la de los franceses que precipitó la Revolución Francesa, que
desde entonces produjo en las clases dominantes cierta incomodidad frente a la
posibilidad que la indiada de cualquier color se eduque. En mi caso, parece que
estaba bien aprestado, y como a todos los chicos me atraían las ilustraciones y
figuritas. Desde el principio me gustaron las enciclopedias, porque tenían
muchas fotos y figuras. Mucho después encontré que al lado de las fotos y figuras
había letras, oraciones y párrafos. No recuerdo ni cómo ni cuándo empecé a
decodificar, parece haber sido aplicación espontánea de lo que aprendía en el
Nido. La curiosidad por las letritas vino asociada al vacilón de los dibujitos,
y la creciente sensación de dominio del texto llegó a través de la lectura de
los textos tal y como me llegaban. Nadie trató de adaptar nada, a lo más
trataron de exponerme a la letra escrita. Parece que la Enciclopedia Barsa, muy popular entonces, estaba razonablemente
bien redactada, sin dificultades especiales, y por ende la exposición a una
correcta sintaxis y vocabulario produjo un dominio espontáneo de la lengua
castellana. Hay asociados ciertos rudimentos de metacognición: La gracia de que
las enciclopedias empiecen por la A, y sigan el alfabeto hasta la Z, me
intrigaba y me sugería una totalidad cuya comprensión se me escapaba, pero que
intuía. Te das cuenta que leerte todo no es posible, te enteras que existe eso de
los “libros de consulta”, complementado con un Diccionario que conservo y uso,
y además un Tomo de Referencias. En todo caso, era rico eso de encontrar lo que
uno quisiera buscándolo con la letra de principio. El alfabeto se te transforma
sin querer queriendo en una “Base de Datos” digital, concepto de moda varios
decenios después. Traté también la aproximación analógica, es decir empezar por
la primera página y terminar en la última, y menos mal fracasé antes de terminar
la “A”. Me fascinaba eso de que en una Enciclopedia esté compendiado
absolutamente TODO, no me gustó descubrir que todo el conocimiento no estaba en
la enciclopedia de mi casa. Fue frustrante, y a la vez esclarecedor. Si eres
una enciclopedia ambulante te vuelves un mocoso pedante y un provinciano
intelectual, aparte del insoportable del barrio e inmarcesible portador de
chapas (apodos). En aquellas épocas se apreciaba la memoria repetitiva, y, dígolo
para mi vergüenza, la poseía magnífica. Como en estos tiempos de Wikipedia y
enciclopedias on-line las impresas
son tan útiles como los pies para un pez, esta aproximación “enciclopédica”, funcional
entonces, posee poca validez hoy en día, y la desaconsejo absolutamente.
II
Contra las “Adaptaciones” y sobre el plagio
Me encantaría acordarme de los
datos bibliográficos de una vieja y maravillosa colección que me habita aún hoy.
La he visto contadas veces en otras partes que no fueran mi casa, no parece
haber estado muy difundida. Se llamaba Mi
Libro Encantado, y presentaba un conjunto de narrativas y textos en unos
ocho o nueve tomos ordenados por las diversas etapas de la niñez. El primer
tomo estaba dedicado a las mamás y se centraba en los cuidados a los bebés, y
lo paso por alto. Del Tomo 2 en adelante se planteaba presentar y fomentar diversos
valores a través de textos de diversas procedencias y géneros - líricos,
narrativos, épicos, en prosa y verso. La extensión de los textos estaba
cuidadosamente planeada, eran extractos de obras de literatos y autores universales
y argentinos, entrelazadas y puntuadas con versos, canciones y poemas. La dificultad
sintáctica y la extensión de los textos estaban bien diseñadas, y todo procedía
de autores originales. Los editores, con criterio digno de ser imitado,
estructuraron los extractos en unidades muy cortas, que tomo a tomo aumentaban
su extensión y su dificultad semántica y sintáctica, dentro de una franja
interesante, pues no necesitabas leértelo todo para disfrutarlo, que ese era el
objetivo. Se fiaban de la genialidad de Víctor Hugo, los Hermanos Grimm o
Almafuerte, y no trataban de enmendarles la plana. He estado mirando las “adaptaciones”
que hacen ciertas editoriales hoy en día y distingo la petulancia sin nombre
que significa enmendarle la plana a Borges, Tolstoi o José Martí. Estos
“adaptadores” destruyen la obra de arte tratando a los niños y jóvenes como conceptuales
tacitas de porcelana que se romperán si se los somete, oh crueldad infinita, a
los textos originales. No jorobes,
hombre. No necesitas “adaptar” lo
que ya está bien hecho. Lo que tienes que hacer es presentarlo. En esta
enciclopedia las unidades de sentido tenían creciente extensión y dosificación,
y del original. Se facilita así
extraordinariamente la lectura “digital”, la búsqueda de los padres y de los
propios niños de lo que realmente quieren leer, desde una oferta amplia y
variada. Doy fe que poemas como Los
Caballos de los Conquistadores de Chocano, u otros de García Lorca, Víctor
Hugo o Juan Ramón Jiménez ni estaban adaptados ni lo necesitaban. Con la prosa era
igual, y como la función hace al órgano, acostumbras a los mocosos a leer directamente
el original, y ya no necesitas “adaptaciones”. La única manera en que se podría
aceptar “adaptar”, es cuando “cuentas” oralmente el texto, es decir en el cambio
de lo escrito en oral, que implica cambio de registro lingüístico. De otra
manera “adaptar” se convierte en una muleta, útil solamente para enriquecer a
ciertas editoriales, pues no le encuentro ninguna, pero ninguna utilidad remedial.
Volviendo a Mi Libro Encantado, su
tipografía era variada, si bien tradicional, lo que entonces había. Hoy se
hacen cosas maravillosas con la tipografía, que no estaban entonces al alcance
de las imprentas. Pero este “tradicionalismo” se compensaba con ventaja con magníficas
imágenes. De hecho, cuando la evoco vienen a mi mente esas imágenes, en
particular la de San Francisco de Asís hablando con el terrible lobo de Gubbia,
que ilustraba el bello poema Los Motivos
del Lobo, de Rubén Darío, el que estaba completamente extractado,
originalísimo por supuesto. Repito de memoria: El varón que tiene / alma de querube, lengua celestial / el mínimo y
dulce Francisco de Asís / está con un rudo y torvo animal...
Particularmente interesante me
resultaron los tomos Héroes y Santos; El
Mar y la Aventura; Grandes Hombres, grandes hazañas; En Alto la bandera y
así en adelante. Si de formación en valores se trata, y si éstos pueden
fomentarse en base a ejemplos, estos textos son exitosos. Encontrabas desde las
leyendas o historias de San Cristóbal y San Francisco de Asís hasta las de los
héroes de las guerras de Independencia de España e Hispanoamérica, de autores
como Benito Pérez Galdós, Perú de Lacroix o Leopoldo Lugones. Hace muchos años
que no tengo esta colección, pero su evocación es en extremo notable, y puedo
citar de memoria muchos pasajes. Los textos sobre científicos y descubridores me
familiarizaron con las epopeyas de los descubrimientos geográficos y la terca
búsqueda de los hombres de ciencia. De entre los diversos relatos que me
impresionaron, dos me quedaron en la mente hasta hoy con pelos y señales. Uno
es la sabrosa historia de Johann Kepler y su mujer, sobre el problema de la
Armonía del Universo, salvada gracias a la deliciosa ensalada preparada por la
Señora Kepler. Esta historia caló hondo, e inspiró mi primer ataque a la
literatura hasta el extremo del plagio, pero a los siete años el plagio es casi
una virtud. Nadie se imaginaba que yo pudiera escribir “tan bonito”, pero yo sabía
que era una copia y que “ellos” no conocían el texto plagiado. La otra lectura relata
la Expedición de 1911 al Polo Sur de Scott y sus cinco compañeros, en la que
dejaron la vida. Usaba como fuente las cartas de Scott halladas con su cadáver.
Esta fracasada expedición - el noruego Amundsen les ganó por un mes -, y todas
las sensaciones, emociones e ideas que despertaba el aparentemente inútil
sacrificio de vidas humanas obligaba a la reflexión y valoración. Era historia
real, así la asumí, y aún hoy me estremece.
III
Julio Verne y lo que es “adecuado”
Había más libros en casa para sus
diferentes usuarios, es decir mi padre, yo y mi recién llegado hermano menor,
que heredó todas mis lecturas con resultados diferentes, ni mejores ni peores.
Entre los aciertos de mi Señor Padre estuvo la adquisición de las Obras Completas de Julio Verne, de la
Editorial Plaza & Janés, las que me comí con zapatos, calcetines y demás
prendas. Están frente a mí cuando escribo estas líneas, junto con un par de
sesudos estudios sobre la obra del autor. Al revés de lo que piensa la mayoría
de las personas, los niños no son estúpidos. Ni tampoco Verne es “autor menor”
por escribir para niños y jóvenes. A veces el esquematismo psicológico de sus
personajes es atroz. Pero más esquemático es Salgari, y era tan popular como
Verne. La reflexión que me hago ahora tiene que ver con lo que es adecuado y lo
que no lo es. El hecho que Verne esté tan adaptado en las pantallas
cinematográficas y televisivas indica que sus temas son muy rendidores, en
especial los de su serie Viajes
Extraordinarios. De hecho hay versiones, variantes y recontravariantes,
pues es de los guionistas su chamba. Incluso hay en cartelera en estos precisos
días una versión de Viaje el Centro de la
Tierra. Pero si uno conoce a Verne se percata que hay contenidos que “no
son adecuados”. Y aquí un problema. Como la quisicosa esa que dice “Chompa.-
prenda que las mamás le ponen a sus hijos cuando ellas tienen frío”, algunos padres permiten o censuran ciertos
libros. No dudo de que los padres tienen la responsabilidad, y la
responsabilidad sin autoridad no existe. Pero estimados papis y mamis, no
tapemos el sol con un dedo. Los niños acceden a la televisión y a los juegos de
video sin anestesia, y aún programas tan aparentemente innocuos como Angelina Ballerina o los Backyardigans poseen cargas que
podríamos considerar “peligrosas” o “inadecuadas”, no digamos el asesinato
organizado de ciertos juegos de video. Repito una vez más: Los niños no son
estúpidos, saben mucho, mucho más de lo que creemos, y ni siquiera resulta
conveniente tratar de “censurar”. Verne, como muchos otros autores, es un mundo
tan completo en sí mismo que te arrebata y te entregas. Si eres niño, te
convence y te la crees. Si tú, papi, no has leído lo que tu hijo lee, tu hijo
se da cuenta y le pasan dos cosas: Por una parte atrapa autonomía intelectual
personal, por otra empieza a percatarse que tú no lo sabes todo. Así que es hora
que si no lo haces, empieces a leer lo que tu hijo lee, papi. Y cuando lo hagas,
habla con él sobre lo que está leyendo. Labor de los papis es introducir a sus
hijos al mundo, y eso se hace sobre base cotidiana. A la manera de Vygotski, es
mejor si estás tú para guiar el texto. Si no, puede ocurrir que tu hijo crea –
me pasó a mí – que el Nautilus llegó
al Polo Sur por aguas libres, por ejemplo. O que la venganza – guía del Capitán
Nemo – es un sentimiento positivo.
Como pasa en toda la Literatura,
los autores escriben inevitablemente desde su carga personal, y Verne tiene
harta. Compartía el antisemitismo francés del Siglo XIX, patente en sus
personajes judíos, pero a Shakespeare le pasaba lo mismo y no es menos genial. Julio
Verne pretendía explícitamente influir en la juventud – se observa este hecho
en los autores europeos de la época como Salgari, D´Amici, y otros clásicos
como Grimm y Perrault. Por ello algunos personajes vernianos son de antología e
inspiran sagas, variantes y continuaciones para Cine y Televisión. Los protagonistas
vernianos ejecutan hazañas y epopeyas: El Capitán Nemo el más importante, de
hecho. Pero también son esenciales a sus respectivas tramas el Ingeniero Ciro
Smith; el correo del Zar Miguel Strogoff; el Capitán de Quince Años Dick Sand;
los viajeros lunares Barbicane, Nicholls y Michel Ardan; Phileas Fogg y su
fámulo Passepartout; el Capitán Hatteras; el Profesor Liddenbrock; los hijos
del Capitán Grant; e incluso el indio peruano Martín Paz. Nadie más podía hacer
lo que ellos hacían. Los matices ético-morales son esquemáticos, los buenos son
buenos y los malos, malos desde el principio hasta el mismísimo final. Hay
excepciones, como la de Ayrton en Los
Hijos del Capitán Grant y La Isla
Misteriosa, pero la principal es el Capitán Nemo, que Verne presenta
misterioso y torturado en 20.000 Leguas
de Viaje Submarino, para descubrirlo humano en La Isla Misteriosa. De seguro los estereotipos de los valores de la
Ciencia, el Trabajo, la Libertad y la Independencia en los que Verne creía, son
el motivo por los que se le ve como un Clásico para Niños y Jóvenes. Los héroes
vernianos adultos luchan por conocer y domar la Naturaleza al servicio de la
Humanidad. Dirigen así la Iniciación Heroica de los jóvenes héroes vernianos. En
el fondo del mar en 20.000 leguas … hay
los tesoros que el Capitán Nemo usa para financiar revoluciones, el refugio del
guerrero desilusionado y la iniciación de Pierre Aronnax; el Polo Norte en Aventuras del Capitán Hatteras es imán
del orgullo nacional británico; la expedición en Viaje al Centro de la Tierra es investigación geológica, iniciación
heroica de Hans y resolución del acertijo de un alquimista; Fergusson y Kennedy
en el África de Cinco Semanas en Globo
son descubridores y civilizadores; llegar al espacio interior en De la Tierra a la Luna es el objetivo de
los norteamericanos, y también equivalente moral de la guerra; en Los Hijos del Capitán Grant el
aristócrata Glenarvan usa su fortuna para reunir a los huérfanos Grant con su
padre, y a la vez es inicio heroico del joven Robert. A mi modo de ver con acierto,
las versiones modernas corrigen los estereotipos de los personajes y las inocencias
de la trama, dándole actualidad a las viejas historias, conservando lo
esencial: la iniciación heroica. Claro que a veces se les pasa la mano, pero no
creo a Verne le hubiera importado mucho. Me parece que ciertas adaptaciones a
la pantalla – en especial las que no pretenden ser exactas – resultan muy adecuadas
para presentar hoy la temática verniana.
IV
Más libros, y las lecturas sin supervisión
Entre otros libros que leía en mi
niñez, destacaban algunos como la Enciclopedia
Cumbre de la Editorial Jackson, que aún conservo, que registraba en
lenguaje sencillo y con profusión de fotografías, los hechos curiosos y las
costumbres de una época ya en retirada, justo antes de que el fin de la Segunda
Guerra Mundial, la Guerra Fría y el principio de la Globalización empezaran a
homogenizarlo todo. Aprendí que la especie humana era heterogénea, y capté avant-la-lettre eso de la
interculturalidad. Por cierto, desde mi escritorio puedo ver la Cumbre, que conservo por razones
puramente sentimentales. Sus fotos en blanco y negro y color atestiguan la
diversidad de la especie humana, que empecé a entender poblada de todas clases
de gentes. Junto a Barsa y Mi Libro Encantado, estos libros influyeron
mucho en mi visión del mundo. De esta etapa data también mi encuentro con un
conjunto de deliciosos libritos, de Richmal Crompton, que después hallé
completa en la Librería Studium del centro de Lima - hoy cerrada - referidos a
un niño inglés de nombre Guillermo en los 1930, que narraba en clave
humorística muy británica sus aventuras y choques con el mundo de los adultos.
Recuerdo en particular Guillermo el
Genial y Guillermo y los Mellizos.
Así encontré el Humor Literario, aunque al principio mucho no la agarraba, pero
para eso son las relecturas. Esta colección debe haber sido una de las que más
he releído, precisamente por su Humor. También a esta época corresponde mi
encuentro con la literatura nacional a través de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, que también me atraparon por
el Humor, en nuestro propio y nacional sentido. Aún hoy día trato de conservar
de la mejor manera posible un par de docenas de Tomos de la vetusta Enciclopedia Espasa, editados hace más
de cien años, que conservo por razones sentimentales, porque como consulta
mucho no eran, y hoy menos aún son. Este intento español de producir una
Enciclopedia análoga a la Británica dio por resultado una acumulación de datos
sin parangón alguno en idioma español, sólo la Espasa puede de algún modo compararse a la web hoy en día. Sigo. Salgari,
después de Verne, no me impresionó, la verdad. Sí lo hicieron, y mucho, Las Minas del Rey Salomón y La Isla del Tesoro, de Henry Rider Haggard y Robert
Louis Stevenson, respectivamente. De entre las muchas versiones en cine, de
mérito desigual, recuerdo la muy jocosa de La
Isla… protagonizada por Abbott y
Costello. No olvidamos los cómics o chistes, pero eso será materia de otra
Crónica. Y para culminar este párrafo, antes de cumplir los diez años mi tío
Lucho me obsequió tres libritos de la Editorial San Marcos que me marcaron
inmensamente pues me hicieron descubrir dos cosas extraordinarias: El Teatro y
a William Shakespeare. Y qué obras: Hamlet,
Macbeth, y El Mercader de Venecia. Desde
entonces Will y yo somos patas del alma, aunque la verdad a Hamlet no la capté mucho, más me
gustaron las otras. Mucho le debo a mi tío Lucho, descansen en paz sus nada
santos huesos, pues no solamente me metió a Shakespeare por los ojos, sino
también me enseñó a jugar al Ajedrez y cada cierto tiempo me regalaba libros
fuera del main-stream. Así, creo, me
entró el bicho de lo contestatario. Suele pasar así.
Concedámosle espacio a las
lecturas “no calculadas”, es decir a los libros y otros textos que leí sin que estuvieran en modo alguno pensadas
para mí, o por lo menos con algún tipo de supervisión adulta. De hecho en mi
casa esa supervisión brillaba por su ausencia. Si mis viejos hubieran sabido lo
que leía el mocoso, se les hubieran parado los pelos. Los mayores compraban
para sí novelas de temática adulta, best-sellers,
algunos bien escritos, y los ponían con los demás libros. Así que este pechito
se los enchufaba a velocidad de Grand Prix. Así leí a Upton Sinclair y su serie
sobre Lanny Budd, a Harold Robbins,
de descarnada narrativa; a Janet Taylor Caldwell, autora muy vaporosa aunque
interesante, e incluso libros de cruda temática sexual o cultural, que entraron
en mi novel mente antes de cumplir los diez años, con efectos más o menos
catastróficos. La verdad, muchas de estas lecturas no eran adecuadas. Pueden
constituirse en factor de “sobre-adaptación”, y aunque proporcionan claves para
la comprensión de los conflictos de los adultos que repercuten en los niños y
jóvenes, no deberían abordarse sin supervisión parental cercana. Yo sé lo que
me costó entender, como dice Marguerite Yourcenar, que la vida no está sólo en
la palabra escrita, pues no cabe entera. Entre otras lecturas “por fuera” que
un ávido jovencito lector abordaba estaban las revistas de tipo Vanidades, Buenhogar y Cosmopolitan,
leídas por mi madre, tías y demás féminas de la familia. Las llevaba a mi
dormitorio a escondidas, y las devolvía a su lugar con la debida rapidez, antes
que se echaran en falta. Si me hubieran confrontado entonces con el hecho no lo
hubiera confesado ni sometido a tortura con caballos salvajes, no parecía muy
varonil eso de leer revistas femeninas, aunque en verdad eso no me preocupaba. Me
llamaba oscuramente la atención ese otro lado de la especie humana, así que
seguro trataba de enterarme así qué pensaban y sentían esas extrañas criaturas
del Señor. Leí así a Corín Tellado, que la verdad no me impresionó nada. Ciertos
artículos me llamaban la atención, otros me dejaban frío. Era lectura
descartable, si no había nada más interesante a mano. Todo eso lo leía a
espaldas de la familia, y tenía el sabor de lo prohibido. Fueron las primeras
veces que leí sobre sexo como actos que las personas realizaban. Debo decir que
estas lecturas sin guía me indujeron a muchas preguntas, pero también a grandes
confusiones. Fue interesante, por supuesto, pero nada conveniente. Supongo que
eso es discutible.
Colofón
Hasta aquí la Crónica. No estoy
cumpliendo mucho con mi propia promesa de disparar una cada Sábado, pero es que
la verdad no es tan fácil como creí en un principio. Pero si fuera fácil seguro
no valdría mucho. Trato de mostrar un proceso, una pasión, incluso una obsesión,
y trato de hacerlo de manera que pueda contribuir a fomentar la Lectura. Y es así
que lo dejo así, y termino como siempre: Lee
lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás, brother.
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