CRÓNICAS DE LECTURAS – 20
Leer a Sherlock Holmes
I
Ficciones, y Cazador de Libros
Claro que sé que Sherlock
Holmes es un personaje de ficción … pero cabe la pregunta tonta de si
realmente lo es. Antes de que mis lectores se rían autosuficientemente, les
ruego encarecidamente que aviven el seso
y despierten: La ficción y la realidad tienen relaciones que en verdad no
conocemos, el mundo como realmente “es” podría escaparse a nuestra limitada
percepción, como sugiere Jostein Gaarder
en El Mundo de Sofía, y por ende el
Detective del sombrerito raro podría efectivamente andar por ahí, pues en
verdad en ese terreno no hay demasiado de lo que podamos estar ciertos:
Cerremos los ojos y tratemos de dilucidar con las solas fuerzas de nuestra
razón si nuestro entorno sigue ahí o no, y reto al más pintado a resolver el
problema sin abrir los ojos. Así he rayado a más de uno de mis estudiantes de
Filosofía. Por otra parte, pasa con Sherlock Holmes lo que con los
personajes de William Shakespeare, o
con el Dios de Schiller, que puede
que no exista, pero que si no existe, peor para él. Al final la vaina es que
derivamos una cierta profunda satisfacción del hecho de saber o cuando menos de
creer que hay cierta gente en el mundo con las características del Detective de
marras. Y para el caso particular de Sherlock Holmes, parece que su
existencia está además inspirada en un personaje real: el médico escocés Joseph Bell. Y parece también que Arthur Conan Doyle estaba muy urgido de
un personaje y muy impulsado por la necesidad económica de enviar un cuento
publicable a la revista Strand, para que se lo pagara, que
no hay nada que te inspire más que la perspectiva de morir ahorcado al amanecer
…. Y así decidió desdoblar al médico escocés en dos: El Detective Sherlock
Holmes y el Doctor John Watson. Y le funcionó.
A mí siempre me gustó Sherlock.
Hace como treintaitantos años los avatares de mi vida me llevaron a residir a
la Imperial Ciudad del Cusco. Esta referencia viene a cuento por el hecho de
que si en Lima la Lectura y la comprensión de lo que se lee son problemas que
marcan 100, en provincias marcan de cajón 200. Eso es en sí una pésima
noticia, pero tenía y aún tiene sus ventajas para nosotros los cazadores de
libros baratos: Los títulos y ediciones agotadas en Lima se encuentran en
provincias. Concedámonos el prejuicio por un momento: Como la gente en general
no lee, y cuando lee, lee tonteras; las cosas importantes las encuentra uno en
los sitios más insospechados, quitándole espacio a libreros piratas, ambulantes
y supermercados para poner cosas que sí venden, por lo que a menudo están
dispuestos a dártelo a precio de balde o eventualmente a regalarlo. Así, entre
otras cosillas, encontré en un mercado de Iquitos una edición magnífica del Ulises de James Joyce - que por cierto perdí antes de leer -; textos de Bertrand Russell, Jean Piaget y el Estudio de
la Historia de Arnold Toynbee en
los saldos de una tienda por cerrar de Trujillo; la Historia de la Lógica Formal de I. M. Bochenski en una librería de Huancayo; y en el Cusco una
edición rarísima de La Fe filosófica
frente a la Revelación de Karl
Jaspers, junto al objeto de mi Crónica de hoy, las Obras Completas de Sherlock
Holmes por Arthur Conan Doyle,
en tres tomos, incluyendo su cajita de cartón con el perfil en oscuro del
Detective. Fue en un día que buscaba una peluquería, obviamente para cortarme
el pelo (por si no está claro para alguno), que lo vi en un escaparate de una
innominada librería en la plaza de Limacpampa, en la Imperial Ciudad del Cusco.
He vuelto al Cusco varias veces para trabajar, y muchas menos de Turismo, pero
el hecho de haber vivido en la Imperial Ciudad y haber rascado un poquillo
debajo de su turística superficie – nada fácil para un fuereño – determina que
me sepa mi par de cosas acerca del Cusco y los cusqueños, entre ellas dónde buscar
algunas cosillas. Es más que probable que en el Cusco tenga su asiento la más
importante aglomeración de lectores de temas históricos, antropológicos y
arqueológicos del Perú, lo que se patentiza en la posibilidad de encontrar
ciertos libros imposibles en la Capital de la República. Así me pasó no hace
mucho con ciertas obras de Gary Urton:
En el cruce de rumbos de la Tierra y el
Cielo, y Signos del Khipu Inka,
inencontrables en cualquier otra parte que no fueran ciertas estratégicas
librerías de San Blas o de Zaguán del Cielo que yo me sé, y cuyos amables
dependientes en general ayudan bastante porque conocen muy bien lo que uno
busca y están perfectamente dispuestos a vendértelo.
II
Sherlock Holmes, el Detective
por antonomasia
Sherlock Holmes, era, a
juzgar por la descripción de Arthur
Conan Doyle, un personaje de ficción verosímil, aunque extremado en su
exageración. Yo personalmente lo siento rodeado de cierta oscuridad, lo que quizá
no fuera así en los tiempos en que fue escrito, cuando el razonamiento
deductivo, la observación y el recto uso de la razón y la lógica eran una
suerte de ejercicio fundamental que todo hombre del espacio cultural victoriano
debía tratar de corporizar. No otra cosa hace, desde una perspectiva más
científicamente exagerada, el otro gran personaje de Conan Doyle, el Profesor Challenger. Pero lo que Challenger
hace en el remoto Mundo Perdido –
precursor evidente y cierto del Jurassic
Park de Michael Crichton y Steven Spielberg -, Sherlock
Holmes lo hace en el mismo centro del Imperio Británico: el Londres
Victoriano. Y dado que lo que Holmes le muestra de sí a Watson
es solamente la superficie, cualquier lector que lea las cuatro novelas y 56
relatos en que aparece se preguntará qué hay tras la máscara que presenta, y
empleará lo que siempre hemos empleado para tratar de adaptarnos a este mundo y
conocer a la gente: Lo que la gente misma hace y dice. Y así los lectores
escrutamos al gran Detective, tratando de sorprenderlo en renuncio,
contradicción o en algo que nos lo dé a conocer mejor, y nada. Y es así como
precisamente nacen las leyendas, en el medio mismo de la ambigüedad. Creo que
por eso su propio padre – Arthur Conan
Doyle - lo odiaba tanto, hasta el extremo de matarlo. Pero el Detective le
sobrevive sin complejos, y se queda para siempre en el imaginario colectivo como
el Detective por antonomasia. Fumador empedernido de pipa y puros,
probablemente conocía y aprovechaba los rasgos ligeramente alucinatorios de las
altas concentraciones de humo de tabaco, que intoxicaban el salón de Baker
Street que compartía con Watson. Pero según parece esto no le
bastaba, debiendo inyectarse en circunstancias más o menos apremiantes – no
disponer de ningún caso a la vista - una solución de cocaína al diez por ciento,
necesarios para excitar su naturaleza de sabueso tras la solución de un caso.
Hombre de enorme capacidad de
concentración, sostenía la extraña teoría de que la mente es una suerte de
desván con límites de almacenamiento, y ello, que nos suena curioso por poco
que sepamos de neurociencias, sin embargo le permite concentrar su atención, al
negarse a aprehender aquello que no siente como de inmediata utilidad, con lo
que sin saberlo concreta la negación del “estudiante” y la afirmación del
verdadero aprendiz según Ortega y Gasset.
Domina Sherlock el alemán y el francés, colecciona libros viejos y
adora la Química, la Ópera, tocar el violín y leer crónicas de criminales.
Posee además gran fuerza física y capacidad atlética, además de dominar el arte
del disfraz, el boxeo inglés, la lucha japonesa y la esgrima de florete y
sable. Es excelente tirador con pistola cuando lo ve necesario, pero prefiere
que Watson
emplee la suya, lo que le permite tener las manos libres. Se muestra digno y
altivo con los poderosos y aristócratas, a los que hace objeto de su ironía
cuando son dignos de desprecio, en cambio simpatiza con los humildes y sirve a los
afligidos, lo que le otorga cierto aire de Quijote
o Parsifal práctico y muy bien
equipado, apenas excéntrico, que cabalga con su escudero desfaciendo entuertos
y aplicándole la Justicia a toda suerte de follones y sinvergüenzas. Cuenta con
aliados en la Policía Oficial y en el bajo pueblo, que le conoce y le quiere,
en especial los jóvenes cockneys
londinenses, a los que organiza en una Pandilla: Los Irregulares de Baker Street. Reconoce un digno antecesor en el Chevalier
Auguste Dupin de Edgar Allan Poe
(Los extraordinarios casos de Monsieur
Dupin), al que se le reconoce como fundador del género policial, aunque
debemos decir que Poe no consigue
desprenderse de sí mismo en su poderosa narrativa en primera persona, y es
mucho más escritor que Arthur Conan
Doyle, el que pasa desapercibido, tan completamente superado está por su
personaje. Y sin embargo, es Conan Doyle
quien completa totalmente el tipo del Detective, fijando todas las
características que Poe deja
únicamente supuestas, llevado más por las circunstancias de la historia de la
Calle Morgue o de Mademoiselle Roget, que por sus personajes. Reconozco que en
esto soy injusto y prefiero los personajes a las historias. Así soy, que le voy
a hacer.
III
El género detectivesco
El género detectivesco posterior
a Poe y Conan Doyle nunca ha conseguido entusiasmarme tanto como el mismo Sherlock
Holmes, posiblemente por mi fijación con los personajes. George Simenon, Dashiel Hammett, Raymond
Chandler, Edgar Wallace son magníficos escritores que saben contar
historias de crímenes y construir situaciones interesantes, pero sus detectives
– incluso el grande Sam Spade de El Halcón
Maltés; como Philip Marlowe o Jules Maigret - no tienen la lógica
de Sherlock,
y cambian el escenario cada vez que pueden y meten acontecimientos como cancha,
como tratando, cada cual de modo diferente y original eso sí, de meter al azar
como sea, de modo que su mundo no sea el París estilo Imperio o el Londres
Victoriano ni sus detectives se parezcan ni de casualidad a Dupin o Holmes. De los cuatro me quedo más con Dashiell Hammet aunque es muy probable que ello tenga por culpables
el Nueva York de los años ´30 y el Sam
Spade - Humphrey Bogart de la película El
Halcón Maltés, que vi mucho antes de leer el libro, y que vuelvo a ver cada
cierto tiempo. Que hay libertad de cultos y creencias, insisto. Pero eso de NO tratar de parecerse me suena al
extraño homenaje análogo a lo que hacen algunos antiguos pueblos al no nombrar
jamás el nombre de su fallecido héroe o gobernante. La Novela Negra y su secuela el Cine
Negro son interesantes pero no llegan a detectivescos, acaso a policiales.
Fuera de sus Nueva York, Los Ángeles o Chicago – ciudades protagonistas en el
mejor sentido del término, su principal aporte es el de las figuras femeninas,
en especial las entrañables e inmortales Secretarias de los Private Eyes (Detectives Privados), de
las que la autosuficiente Effie de Sam Spade es el
paradigma. Aparte de los dichos autores, Agatha
Christie continúa una gloriosa tradición británica y su obra es muy
copiosa, pero me parece en exceso desigual y ciertamente hace del género por
momentos algo muy naïve: Hay libros
de ella que merecen estar en cualquier estante, mismos premios Pulitzer, y
otros francamente olvidables, francamente infantiles, francamente
impresentables. Ese es el problema de escribir por encargo y para ganarse la
vida, porque de lo contrario no se cobra, y por ello tiene uno que repetirse a
sí mismo hasta la náusea, y pensándolo mejor no podemos culpar a Agatha por tener éxito y ganarse la
vida con su pluma en una época donde no se suponía que las mujeres pensasen.
Todo trabajo es digno en sí mismo.
Quieras que no, Sherlock
Holmes y sus circunstancias o su carencia de ellas son referentes para
todos los demás Detectives epígonos. Ya hemos mencionado a las imprescindibles
Secretarias, siempre guapas y sexis, y no deja de ser curioso que la más bien
maternal Señora Hudson, ama de llaves de Holmes y Watson,
haya participado sólo ocasionalmente en la ficción detectivesca. Los diversos
detectives de ficción que aparecerán después se definen tomando a Holmes
como paradigma por presencia o ausencia. De hecho el rasgo más importante y
omnipresente del Detective es la capacidad para el razonamiento deductivo, que
le permite resolver sus casos, conforma la trama de las diversas obras, y
adorna a absolutamente todos los epígonos: Además de los ya mencionados Sam
Spade, Jules Maigret y Philip Marlowe, encontramos entre
muchos otros a Hercule Poirot y Miss Jane Marple, de Agatha Christie; a Eric Sherrinford (este
fue el primer nombre que pensó Conan
Doyle para el Detective) de Poul
Anderson en La Reina del Aire y la
Oscuridad; al Elijah Baley de Isaac
Asimov, y su Watson robótico R.
Daneel Olivaw, que aparecen en muchas de sus obras; a Ellery Queen, creado al alimón por
dos primos, que introduce la figura del Detective adolescente; a Simón
Templar “El Santo”, de Leslie
Charteris, ladrón de joyas reformado; al ciudadano romano y republicano
detective Marco Didio Falco, de Lindsey
Davis, que nos demuestra que las convenciones del género pueden llevarse
incluso a la Roma Imperial; y así en un largo etcétera, etcétera, etcétera.
Incluso personajes de cómic como Fantômas “la amenaza elegante”,
el Avispón
Verde, y Batman poseen algunas de
las habilidades deductivas del Detective, incluyendo a sus ayudantes las
chicas del zodiaco, Kato y Robin. Y no podemos
olvidar a los sacerdotes católicos, que suman la moral a su brillantez, y
destacan aquí la pareja Guillermo de Baskerville / Adso
de Melk, de Umberto Eco; y
el Padre
Brown de G.K. Chesterton, y
su Otro-Yo, el ladrón reformado Flambeau (reformado por el Padre
Brown con uno de los mejores discursos que se ha escrito al respecto: No será usted capaz de hacer otra cosa mejor.
Y ahora, de paso, conviene que me devuelva usted esos diamantes (…) y quiero que abandone usted esta vida. (…)
tiene usted bastante juventud, buen humor y posibilidades de vida honrada. (…)
Los hombres han podido establecer una especie de nivel para el bien. Pero
¿quién ha podido establecer un nivel para el mal? (…) Maurice Blum comenzó
siendo un anarquista de principios, un padre de los pobres, y acabó siendo un
sucio espía, un soplón de todos (…) Ya sé, Flambeau, que ante usted se abre muy
libre el campo; ya sé que se puede meter en él como un mono. Pero un día se
encontrará con que es usted un viejo mono gris … (…) Ya usted ha comenzado
también a decaer. Usted acostumbraba a jactarse de que nunca cometía una
ruindad …)
IV
Los imitadores
Se han hecho centenares, si no
miles de versiones en cómic, teatro, cine, novelas, relatos, dibujos animados,
series de televisión y pastiches de
las obras de Conan Doyle referidas a
Sherlock
Holmes. El personaje en sí es tan sugerente y poderoso que muchos
autores menores, y alguno que otro mayor, lo han tratado de recuperar. El
problema es que la mayoría son autores francamente mediocrones, que lo traen y
llevan de modo que se le note más su carácter de freak ultralógico, hasta la caricatura. O peor, se lo quitan y lo
transforman en cualquier cosa. Por cierto y para los que no sepan, el pastiche consiste en la edición de obras
que emplean al mismo personaje – en este caso el Detective de Baker Street - a
circunstancias diferentes, descritas y narradas por autores diferentes,
amparados en el vencimiento de los derechos de autor, y por lo tanto
convirtiendo al personaje así pirateado en cualquier cosa. La mayoría de estos
pastiches son francamente infames e indignos de recordación, pues que recargan los
rasgos ultralógicos de Holmes. Sin
embargo uno de estos por lo menos se escapa a la norma y merece ser mencionado,
es que no trata a Sherlock Holmes desde la manoseada perspectiva del detective
lógico, sino desde su carácter de cocainómano habilísimo en disimular su
adicción y capaz de emplear su portentosa mente en encontrar el modo de seguir
inyectándose su solución de cocaína al diez por ciento, a pesar de la extrema
vigilancia de Watson y de su hermano Mycroft Holmes, por lo menos tan
hábil como él. Humano, al fin, como todos nosotros. Hablo de Elemental, Doctor Freud, de Nicholas Meyer, talentoso guionista y
director de cine, que presenta un Doctor Watson muy diferente del que
conocemos, aunque igualmente leal al Detective, y conchabado con Mycroft
para llevarse al irremediable y brillante cocainómano hasta Viena, a la
consulta del mejor psiquiatra especialista en casos de envenenamiento y
saturación de cocaína, nada más y nada menos que el mismísimo Sigmund
Freud. Y no cuento más, léanla si la encuentran, entre otras cosas
porque valen la pena las sabrosísimas conversaciones del astuto detective con
la jovencísima Anna Freud. Por otra parte la novela sigue las convenciones de
los guiones cinematográficos, dejando entrever la intención de Meyer de convertirlo en película, como
de hecho hizo.
Las versiones cinematográficas
han sido copiosas, y la marca Sherlock Holmes sigue vendiendo como
pan caliente, en especial ahora que es de libre disponibilidad. Hay diversas versiones
en cine francamente excelentes, incluso algunas, digamos así, indirectas, como
las centradas en el Doctor Joseph Bell,
inspiración en la vida real de Sherlock Holmes – y de Watson,
de paso. No he visto todo lo que me gustaría ver de la filmografía Holmesiana.
Dícese que el mejor Holmes pertenece al actor británico Basil Rathborne, pero no lo puedo asegurar pues no he visto sus
películas. Pero a veces la desgracia me acompaña: Vi la barbaridad perpetrada por
Robert Downey jr., como un Sherlock
Holmes más James Bond o Batman sin máscara, con un Jude Law / Doctor Watson más
parecido al Joven Maravilla. La segunda película de esta parejita no me he
molestado en verla, y eso que trato siempre de no perderme nada del Detective.
Del mismo modo, estoy siguiendo en el Cable la serie Elementary, donde la muy guapa Lucy
Liu hace de una Doctora Watson de cierta profundidad psicológica, con Aidan Quinn haciendo de un Inspector
Gregson mucho menos estereotipado que el de Conan Doyle. La belleza de la Liu
y el talento de Quinn se roban
la teleserie, pues el actor que eligieron para Holmes (Johnny Lee Miller)
empezó intentándolo con coraje, pero sin lograrlo de primera intención, pues
todos tenemos una imagen de Holmes que así nomás no puede
violarse sin pagarlo en efectivo. Y eso que los guionistas han estado tratando,
a mi modo de ver con gran acierto, de seguir la estructura de los cuentos
cortos de Conan Doyle. El problema
es que se le ven demasiado los hilos a la marioneta y el espectador que conoce
debe “suspender el juicio”, por así decir, para “no verlos”. Y sin embargo,
mientras más tratan actor y guionistas de “no parecerse”, más “se parecen”, y graciosamente
para mí eso está salvando la serie, pues el “narrador” Watson está construido de
modo realmente admirable por una inspirada y sobria Lucy Liu, y Miller se afiata cada vez más.
V
Colofón
Si bien Sherlock Holmes resulta
ser una suerte de hito y paradigma de diversos géneros, no es un superhéroe,
pues sus capacidades pueden ser perfectamente alcanzadas por las personas que
se aboquen a ello. El razonamiento deductivo no está expropiado, y la mente
humana no conoce aún cuál puede ser su límite. Es posible para cualquiera
identificarse con él, es posible para cualquier joven proyectarse en él. Ante
la ausencia de modelos morales en la realidad, podemos aún recurrir a la
ficción para encontrarles. Y Sherlock cumple, en lo cognitivo como
en lo moral, así que léelo como quieras
y donde quieras, que Sherlock no nos permitirá arrepentirnos. Y punto.
La segunda parte de la Crónica sobre Sherlock Holmes se encuentra en el siguiente enlace: http://memoriasdeorfeo.blogspot.com/2013/09/cronicas-de-lecturas-55-sherlock-holmes.html
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