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martes, 4 de junio de 2013

CRÓNICAS DE LECTURAS 38: CLÁSICOS (2)

CRÓNICAS DE LECTURAS - 38
Clásicos (II)

I
Los Clásicos y la delicia de la relectura

Conforme pasan los años encuentro que me provoca leer y releer libros clásicos que por angas o por mangas no he podido leer, o que he leído pero me he olvidado y es como si no los hubiera leído. Me gustaría saber por qué lo hago, pero más interesante me parece dilucidar los criterios para determinar cuáles libros y lecturas se emprenderán o reemprenderán. Como todo el mundo que lee tengo mi lista de libros qué leer, soy consciente que hay mucho de obligatorio y de interesante que no he leído, y hay algunos libros de los que probablemente jamás tendré noticia y que me moriré sin haber leído. Horribles límites de la condición humana, aunque si tratamos de salvarlas hay ciertas cosas que de cajón uno siente que debe leer por razones profesionales y laborales, incluyendo las que de todos modos uno debe enterarse para hacer su trabajo más o menos coherente: En esta categoría entran todas las actualizaciones, artículos nuevos y libros editados recientemente en los temas en los que uno está vinculado e interesado por laburo. Y de eso no te libras ni a cañones. Por el otro lado, la lectura que podríamos llamar de cultura general y/o entretenimiento – he explicado en alguna otra parte lo idiota de separar la Cultura del Entretenimiento - presenta muchas obras y autores de las que tengo referencias, y que sé de algún modo que quiero leer, aunque no con la misma urgencia, necesidad, obsesión o ansiedad que los anteriores. Y son esas lecturas las que por angas o por mangas no puedo emprender por diversas razones, de las que la principal por lo general es la falta de disponibilidad de los libros por su elevado costo, aunque esto pueda relativizarse. Cuando se tienen gastos, gastar en libros no se puede, del mismo modo que cuando no te puedes tomar una chela pues no te la tomas, o no vas a ver los conciertos de tu vida porque no se puede, y ya. Y eso lo entenderá cualquier persona que conozca las viscisitudes de la vida, que los que no las conocen creen por tener zapatos que el suelo es de cuero.

Entre algunos autores que se me ocurren ahorita, y que no he abordado aún, están Paul Auster, Ayn Rand y Stieg Larsson, los que no he leído y por los que siento curiosidad. De otros he leído alguna que otra cosa, pero no me conquistan, a pesar de lo que me cuentan algunos amigos. Por otra parte, hay relecturas obligadas: Releí a la velocidad de la luz El Hobbit, de J.R.R. Tolkien, dado que no quería ver la película sin antes haberme refrescado esta lectura y poder hacer las comparaciones correspondientes. Por otra parte es interesante cada cierto tiempo releer Clásicos. Se me ha hecho costumbre cada cierto número de años releer la Odisea de Homero; La Divina Comedia de Dante Alighieri; el Fausto de Goethe; e igualmente El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Cervantes, algunos de estos los he mencionado junto con el Poema del Cid en otra Crónica, incluyendo algunas buenas razones personales para releerlos. Pero ¿a qué libros llamamos Clásicos? La antigüedad tiene que ver, indudablemente. Pero Herodoto y Homero son clásicos, tanto como Rabelais, Shakespeare, Milton y Víctor Hugo, pero entre unos y otros hay hasta milenios de diferencia. Me da la impresión que lo que está en el pasado se ve como la Historia en general, es decir como una pantalla tridimensional donde se ubican ciertos acontecimientos siguiendo criterios objetivos (su antigüedad real) y subjetivos (su importancia para uno). Así  puede resultar que uno sienta “más cerca” la Odisea que Ivanhoe, por ejemplo, aunque la primera es más “vieja”. Y debido a esa subjetividad parece natural que uno se plantee su propio concepto e idea de lo que es Clásico. Y así yo diría que es un Clásico toda aquella obra que nos dice algo importante y permanente sobre los valores humanos, empleando a su vez una forma y estilo de superior calidad. Y por ello debo confiar tanto en mi propio criterio como en el de filólogos, editores y literatos; amén de los especialistas en diversos temas, porque hay Clásicos de la Pedagogía como el Emilio de Rousseau, o de la Historia, como Vidas Paralelas de Plutarco; o de la Historia Natural, como El Origen de las Especies de Charles Darwin, de la Sociología como Las Reglas del Método Sociológico de Emile Durkheim, de la Antropología como La Rama Dorada de James George Frazer o de la literatura gauchesca como Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Parece que abundan los Clásicos, y aspirar a leerlos puede ser un programa de vida, aunque uno se pregunte por la finalidad de semejante programa. Yo entiendo que a uno le tiene que gustar la cosa para darse el esfuerzo. No basta para ser Clásico plantear valores fundamentales y/o trascendentales y ser estéticamente convincente; se debe pasar la prueba generacional: Superar la generación del escritor y continuar superando generación tras generación victoriosamente, sólo así estamos seguros de que tal obra es universal. Es un hecho que hay Clásicos que mueren; y es más, deben morir tal como las obras de Galileo o Copérnico; que ya envejecieron, pues lo importante en ellas se asimiló a toda la Cultura. Es decir, la Astronomía o la Física de estos autores se integró a textos más modernos que incorporan lo posterior. No pasa esto con la Literatura, sin embargo, o si pasa, es más lento, y el Decamerón, la Epopeya de Gilgamesh y Os Lusíadas pueden seguir leyéndose hoy en día, aunque en versiones actualizadas. Si la obra se sigue leyendo es porque los valores que representa mantienen validez y permanencia para determinados grupos humanos.

II
La Divina Comedia (Dante Alighieri)

Entiendo que considerar épica a la Divina Comedia es un abusivo empleo del concepto, pero que es Clásico, es Clásico. A más de la incomparable belleza de la forma – visible aún en las traducciones castellanas, en especial en verso -, se enfoca en el tema del Camino de la Vida, que es tema de  todo ser humano, y en el problema esencial de nuestro destino más allá de la muerte: la cuestión de nuestra salvación eterna. Aunque es obvio que no creemos, como Dante y los demás hombres y mujeres de la Edad Media, en la realidad física del cielo, el purgatorio y el infierno; podemos aceptarlos como alegoría, aunque eso a muchos no los tranquilice. Detengámonos un momento aquí, y abundemos un poco en esto: He ido a la Iglesia de Andahuaylillas un par de veces en mi vida, y la segunda vez me entregué a mí mismo el obsequio de observar detenidamente las pinturas que adornan las paredes de este monumento religioso colonial del Perú, tratando de sentir lo que sentían las gentes al ver las representaciones del cielo y el infierno combinadas con las representaciones alegóricas de los caminos ancho y estrecho (Ancho es el camino que lleva a la perdición, cito la Biblia de memoria). Dichos caminos alegóricos eran entendidos como alegoría por los que veían las pinturas hace 200 o 300 años, pero ellos mismos asumían reales los tormentos del Infierno y las delicias del Paraíso, igual que los primeros lectores de las “dantescas” descripciones de Dite y los tormentos de los diversos círculos del infierno de La Divina Comedia: Eran realidades en el mismo plano que la realidad que experimentamos al presente. Para tratar de hacer entender la pervivencia de estas imágenes e ideas, siempre hago el ejercicio de preguntar a mis alumnos y expectadores de mis conferencias (y me atrevo a preguntarte, lector): ¿Dónde está Dios? Y te apuesto doble contra sencillo que miraste arriba, tal como invariablemente todos me señalan. Igual pasa con el Diablo, y apuesto que mirarás hacia abajo. No es solamente una cuestión de la topografía del Mundo, sino una Filosofía sobre la realidad que le debía casi todas sus ideas a Aristóteles. Un libro que me ayudó sobremanera a entender muy bien esta manera de pensar, y las escisiones mentales producidas al respecto, fue Los Sonámbulos, de Arthur Koestler, cuya lectura por supuesto recomiendo.

El hecho es que, tomada a lo alegórico o a lo real o en combinación, La Divina Comedia sigue siendo un clásico estremecedor. Compuesta entre 1304 y 1321 más o menos, ya tiene siete siglos de permanencia. Se llama Comedia debido a los cánones tradicionales, pues Tragedia no podía ser, ya que termina con la salvación eterna del Dante. Vale la pena en este punto rendir homenaje al fallecido estudioso Leopoldo Chiappo, intelectual peruano profundo conocedor de esta obra, a quien tuve el gusto de escuchar sobre este tema y otros. Consta La Divina Comedia de tres grandes partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso, divididos en cien tercetos – las traducciones castellanas en verso los mantienen, pero por lo general varían la métrica acomodándola a la castellana – y cada una de estas grandes partes culminan en la palabra stella: estrellas, lo que nos habla del conocimiento que el Dante tenía del cielo, y cómo pensaba en cosmológico mientras componía su poema. También pensaba en numérico, influido por Pitágoras y sus conceptos metafísicos sobre los números: El número tres de la Trinidad está en las tres partes del poema, como en los tres personajes principales: El Dante, que perdido en el camino de la vida, es protegido por su amada Beatriz (La Fe) desde el Cielo, quien le encarga al poeta clásico romano Virgilio (La Razón) que guíe y proteja a Dante.  El número cabalístico Diez está presente en los cien cantos (33 en cada parte, más uno de introducción), y en los nueve círculos del infierno, diez con el anteinfierno. Es notable lo que un gran poeta puede hacer con tan poco material: Los personajes antiguos y modernos que pueblan el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso son representados vívidamente, y de acuerdo a la situación en la que están: Desesperación absoluta en el Infierno; sufrimiento esperanzado en el Purgatorio; alegorías sobre lo indecible en el paraíso. El último verso nos remite al Amor: L'amor che muove el sole e l'altre stelle (Amor, que mueve al Sol y a las Otras Estrellas).

La Divina Comedia en verso: http://www.perueduca.edu.pe/c/document_library/get_file?p_l_id=42501&folderId=97683&name=DLFE-4682.pdf; y en prosa: http://www.mxgo.net/e-booksfree180511/1arteyentretenimiento/divina_comedia.pdf

III
La Guerra y la Paz (León Tolstoi)

No sé si los rusos de principios del siglo XIX eran como los peruanos de principios del siglo XXI, a veces me parece que sí, a juzgar por la manera como esta sociedad se desenvolvía, tal como se lee en los autores rusos del Siglo XIX: Dostoiévsky, Krylov, Gorki, Pushkin, Gogol, Turgueniev, Bunin, Chéjov y otros más. Entre esta pléyade de excelentes escritores destaca León Tolstoi, que en los ránkings de La Mejor Novela Jamás Escrita tiene a su obra La Guerra y la Paz compitiendo con el Ulises, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Rojo y Negro o Los Miserables. Aunque tales ránkings me parecen un poco sonsos, nos dan ciertas pistas acerca de la consideración que una novela puede tener por parte de un cierto público o de unos editores en particular. Que León Tolstoi conocía bien la sociedad de la que hablaba se distingue en que aunque su novela tiene carácter histórico y narra con lujo de detalles la epopeya nacional rusa contra la invasión de la Grande Armée del invicto Emperador Napoleón, abunda en la descripción de situaciones y en personajes muy bien delineados. Las partes en las que divide el libro nos presentan a sus grandes personajes Pierre Besukhoff, los príncipes Volkonsky, Nicolai y Natalia Rostov, el general Kutuzov, y muchos otros precisamente en el Antes, el Durante y el Después de la Invasión Napoleónica, complaciéndose en mostrarnos su intimidad, sus pensamientos, sus sentimientos gastados por el paso del tiempo y las circunstancias, conforme aumentan en edad y experiencias. Es magistral la pintura del desgaste prematuro de los sentimientos de una Natalia Rostov que al final de la obra arroja al mundo en un suspiro su frase: Nunca pensé que se pudiera ser tan feliz. Y asimismo, el final, puesto en boca del jovencísimo Príncipe Nicolasito: Haré algo más grande que los hombres de Plutarco, y mi hazaña se popularizará, me amará el pueblo y todos hablarán con elogio de mí.

Nos resulta difícil de creer en la actualidad que esta super-novela fuera escrita por entregas, y publicada por puchitos en revistas. Así se acostumbraba en el Siglo XIX, y parece esto continuó en las seriales cinematográficas de principios del siglo XX, y de ahí a las series de televisión de hoy en día, que se dividen en episodios y temporadas del mismo modo que las obras literarias que publicaban las revistas se dividían en entregas y capítulos. Hoy en día un escritor tiene que escribir para la televisión si quiere ganarse la vida y ser regularmente conocido, parece que la novela por entregas era la forma de hacerse conocido entonces, particularmente importante para anglosajones y franceses, pero también para los rusos. Cosas del mercado, que no entiendes pero igual es caro. Si tu novela era interesante la gente le seguía el argumento y esperaba la continuación en el siguiente número de la revista, la que adquiría precisamente para poderla leer. Y por supuesto, así se entiende que se escribieran historias cortas, que tenían su inicio, nudo y desenlace en la misma entrega, como se entiende que se contaran historias largas, que seguían la línea gloriosa abierta desde Las Mil y Una Noches, donde el argumento principal incluye precisamente interrumpir la historia en el medio para dejar al Sultán intrigado por el final, y así impedirle que le diera por cortar cabezas. Un algo de esto tiene La Guerra y la Paz, aunque no en la forma, pues resulta difícil soltarla, es la típica novela que se puede tener en la propia recámara, como para leerse algunas páginas antes de dormir. Y ello también es por la importancia del tema: Una epopeya patriótica que movilizó a todo y a todos tiene que haber marcado a profundidad a sus participantes. Y ello explica por qué Tolstoi, siguiendo en esto posiblemente a Víctor Hugo, se detiene a pontificar durante algunas páginas como historiador o filósofo, aunque por lo menos a mí nunca me cae pesado y algunas de esas páginas están entre las mejores del libro. Por cierto, este carácter también es compartido por los modernos Alejo Carpentier, Milan Kundera y Umberto Eco, a los que se les da por interrumpir la narración y hacer disgresiones de diverso carácter.

Puedes hallar La Guerra y la Paz acá:
http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/T/Tolstoi,%20Leon%20-%20Guerra%20y%20Paz.pdf   

IV
Fausto (Johann Wolfgang von Goethe)

No hace mucho reemprendí la lectura del Fausto. Creo que es en esta obra que se plantea completa por primera vez la leyenda clásica alemana del ser humano que, insatisfecho y presa de la frustración, vende su alma al Diablo a cambio de una respuesta económica al aquí y ahora que le permita disfrutar la vida, motivo por el que casi siempre hay una cláusula que contiene el tema de la eterna juventud. Es que dejándonos de vainas, eso de que te ofrezcan una eternidad de goce y pachanga celestial a cambio de unas cuantas decenas de años de sufrimientos, frustraciones y complicaciones, en los que encima hay que portarse bien y estarse quietecito, suena en abstracto como un magnífico negocio en el largo plazo, pero no se siente igual cuando estás subido en la mula. En el muy presente corto plazo uno tiene que sobrevivir y mantener gente, y esas complicaciones del hoy pueden ser muy complicadas. A largo plazo todos estaremos muertos y así no vale. Por eso no carece de atractivo venderle el alma al Diablo (O a quien sea, la cosa es que haya quien te la compre), cosa que además, por poco que observemos, parece que todos están ansiosos por hacer, y si no lo hacen no es por falta de demanda sino porque el Diablo ya no aparece por esta parte del camino como lo solía hacer. Así que existe una cierta tendencia a ajustar todo de manera que podamos tener ambas cosas, como por cierto logra Fausto, dejando al pobre Mefistófeles con un palmo de narices. Resulta obvio que Goethe inspiró su Fausto en la Historia Bíblica de Job, aunque volteada, zurcida y retorcida; pues el Job de la Biblia es básicamente un pobre diablo al que Dios no se digna dar una respuesta, con lo que el tema del mal en el mundo queda en ahí veremos. En el medio de esta contradicción, sazonada con el tema de la sabiduría, el poder y la satisfacción de los placeres sensoriales, es que Goethe inserta esto de vender la propia alma al Diablo. En medio hay más temas y alusiones, entre las que destaca la del eterno femenino que nos salva, representada en la desventurada Margarita (Gretchen), víctima de ese par de sinvergüenzas, Fausto y Mefistófeles.

Entre las muchas obras que se han escrito y filmado con este tema, me vienen a la memoria un par de piezas literarias en las que la anécdota se repite, aunque de modo muy diferente. Es que, claro, en ambos casos está al servicio de diferentes objetivos literarios y responde a los muy diferentes estilos de los autores. El estadounidense Stephen Vincent Benét emplea la anécdota en El Diablo y Daniel Webster, relato corto de 1941, de épica folklórica destinada a elevar el patriotismo de guerra, y en que con su algo de ironía el héroe que vencerá al Diablo será el patriarca estadounidense Daniel Webster, personaje histórico presentado como caballero medieval (sus caballos se llaman Constitución y Constelación; y su Caña de Pescar, cuál Espada de Héroe, llámase Killal y las truchas no la pueden resistir y se arrojan ellas solas al zurrón de Daniel) que defenderá en juicio a Jabez Stone, hombre con simple mala suerte que aspira a cambiarla (Juro que esto es suficiente para hacer que un hombre quiera vender su alma al diablo. Y yo lo haría si me diera dos centavos), demostrando que el Contrato firmado entre Stone y el Diablo es írrito: si queremos brujas en este estado podemos criarlas nosotros mismos sin ayuda de extraños. Y yo añado: God Bless America. El tradicionista peruano Ricardo Palma toma el tema en su tradición Don Dimas de la Tijereta, narrando como un escribano limeño consigue engañar al demonio empleando un retruécano verbal que modifica el contrato mismo. Muy criollo, aunque no consigue más que una ventaja individual, muy distinta de la declaración de principios que Bénet llega a plantear y que tiene la marca de la grandeza. Claro, las comparaciones son odiosas, pero es que no es para nada lo mismo decir Esa prenda se llama almilla, y eso es lo que he vendido y a lo que estoy obligado (…) Repase usted, señor diabolín, los términos del contrato, y si tiene conciencia se dará por bien pagado; que decir: (Jabez Stone) un hombre común (que) iba a ser castigado para la eternidad. (…) Era triste ser hombre, pero también constituía un orgullo (…) Si, aún en el infierno, si un hombre era un hombre, se sabía. La idea del Fausto es mostrar una elección entre el Hoy y el Futuro, y mientras Bénet consigue convertirlo en una epopeya de la libertad del ser humano, nuestro Ricardo Palma apenas puede sacarle la lección de la viveza criolla, y una extraña protesta: ¡Para ceñirse a la ley y huir de lo que huele a arbitrariedad y despotismo, el demonio!  

El Fausto de Goethe se puede descargar desde acá:
http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Goethe-Fausto.pdf

V
Colofón

Tres Grandes Clásicos, Tres Grandes Temas: El camino de la vida; lo que cambia y lo que permanece; y la elección entre el sacrificio del Hoy y la felicidad del Mañana. Y hay más, mucho más: Lee lo que quieras, como quieras, donde quieras. Lee Clásicos. 


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