CRÓNICAS DE LECTURAS - 38
Clásicos (II)
I
Los Clásicos y la delicia de la relectura
Conforme pasan los años encuentro
que me provoca leer y releer libros clásicos que por angas o por mangas no he
podido leer, o que he leído pero me he olvidado y es como si no los hubiera
leído. Me gustaría saber por qué lo hago, pero más interesante me parece
dilucidar los criterios para determinar cuáles libros y lecturas se emprenderán
o reemprenderán. Como todo el mundo que lee tengo mi lista de libros qué leer, soy
consciente que hay mucho de obligatorio y de interesante que no he leído, y hay
algunos libros de los que probablemente jamás tendré noticia y que me moriré
sin haber leído. Horribles límites de la condición humana, aunque si tratamos
de salvarlas hay ciertas cosas que de cajón uno siente que debe leer por
razones profesionales y laborales, incluyendo las que de todos modos uno debe
enterarse para hacer su trabajo más o menos coherente: En esta categoría entran
todas las actualizaciones, artículos nuevos y libros editados recientemente en
los temas en los que uno está vinculado e interesado por laburo. Y de eso no te
libras ni a cañones. Por el otro lado, la lectura que podríamos llamar de
cultura general y/o entretenimiento – he explicado en alguna otra parte lo idiota
de separar la Cultura del Entretenimiento - presenta muchas obras y autores de
las que tengo referencias, y que sé de algún modo que quiero leer, aunque no
con la misma urgencia, necesidad, obsesión o ansiedad que los anteriores. Y son
esas lecturas las que por angas o por mangas no puedo emprender por diversas
razones, de las que la principal por lo general es la falta de disponibilidad
de los libros por su elevado costo, aunque esto pueda relativizarse. Cuando se
tienen gastos, gastar en libros no se puede, del mismo modo que cuando no te
puedes tomar una chela pues no te la tomas, o no vas a ver los conciertos de tu
vida porque no se puede, y ya. Y eso lo entenderá cualquier persona que conozca
las viscisitudes de la vida, que los que no las conocen creen por tener zapatos
que el suelo es de cuero.
Entre algunos autores que se me
ocurren ahorita, y que no he abordado aún, están Paul Auster, Ayn Rand y Stieg Larsson, los que no he leído y
por los que siento curiosidad. De otros he leído alguna que otra cosa, pero no
me conquistan, a pesar de lo que me cuentan algunos amigos. Por otra parte, hay
relecturas obligadas: Releí a la velocidad de la luz El Hobbit, de J.R.R. Tolkien,
dado que no quería ver la película sin antes haberme refrescado esta lectura y
poder hacer las comparaciones correspondientes. Por otra parte es interesante cada
cierto tiempo releer Clásicos. Se me ha hecho costumbre cada cierto número de
años releer la Odisea de Homero; La Divina Comedia de Dante
Alighieri; el Fausto de Goethe; e igualmente El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha de Cervantes, algunos de
estos los he mencionado junto con el Poema
del Cid en otra Crónica, incluyendo algunas buenas razones personales para
releerlos. Pero ¿a qué libros llamamos Clásicos? La antigüedad tiene que ver,
indudablemente. Pero Herodoto y Homero son clásicos, tanto como Rabelais, Shakespeare, Milton y Víctor Hugo, pero entre unos y otros
hay hasta milenios de diferencia. Me da la impresión que lo que está en el
pasado se ve como la Historia en general, es decir como una pantalla
tridimensional donde se ubican ciertos acontecimientos siguiendo criterios
objetivos (su antigüedad real) y subjetivos (su importancia para uno). Así puede resultar que uno sienta “más cerca” la Odisea que Ivanhoe, por ejemplo, aunque la primera es más “vieja”. Y debido a
esa subjetividad parece natural que uno se plantee su propio concepto e idea de
lo que es Clásico. Y así yo diría que es un Clásico toda aquella obra que nos
dice algo importante y permanente sobre los valores humanos, empleando a su vez
una forma y estilo de superior calidad. Y por ello debo confiar tanto en mi
propio criterio como en el de filólogos, editores y literatos; amén de los
especialistas en diversos temas, porque hay Clásicos de la Pedagogía como el Emilio de Rousseau, o de la Historia, como Vidas Paralelas de Plutarco;
o de la Historia Natural, como El Origen
de las Especies de Charles Darwin,
de la Sociología como Las Reglas del
Método Sociológico de Emile Durkheim,
de la Antropología como La Rama Dorada
de James George Frazer o de la
literatura gauchesca como Don Segundo
Sombra de Ricardo Güiraldes. Parece
que abundan los Clásicos, y aspirar a leerlos puede ser un programa de vida,
aunque uno se pregunte por la finalidad de semejante programa. Yo entiendo que
a uno le tiene que gustar la cosa para darse el esfuerzo. No basta para ser
Clásico plantear valores fundamentales y/o trascendentales y ser estéticamente
convincente; se debe pasar la prueba generacional: Superar la generación del
escritor y continuar superando generación tras generación victoriosamente, sólo
así estamos seguros de que tal obra es universal. Es un hecho que hay Clásicos
que mueren; y es más, deben morir tal como las obras de Galileo o Copérnico; que
ya envejecieron, pues lo importante en ellas se asimiló a toda la Cultura. Es
decir, la Astronomía o la Física de estos autores se integró a textos más
modernos que incorporan lo posterior. No pasa esto con la Literatura, sin
embargo, o si pasa, es más lento, y el Decamerón,
la Epopeya de Gilgamesh y Os Lusíadas pueden seguir leyéndose hoy
en día, aunque en versiones actualizadas. Si la obra se sigue leyendo es porque
los valores que representa mantienen validez y permanencia para determinados
grupos humanos.
II
La Divina Comedia (Dante
Alighieri)
Entiendo que considerar épica a
la Divina Comedia es un abusivo
empleo del concepto, pero que es Clásico, es Clásico. A más de la incomparable
belleza de la forma – visible aún en las traducciones castellanas, en especial
en verso -, se enfoca en el tema del Camino de la Vida, que es tema de todo ser humano, y en el problema esencial de
nuestro destino más allá de la muerte: la cuestión de nuestra salvación eterna.
Aunque es obvio que no creemos, como Dante
y los demás hombres y mujeres de la Edad Media, en la realidad física del
cielo, el purgatorio y el infierno; podemos aceptarlos como alegoría, aunque
eso a muchos no los tranquilice. Detengámonos un momento aquí, y abundemos un
poco en esto: He ido a la Iglesia de Andahuaylillas un par de veces en mi vida,
y la segunda vez me entregué a mí mismo el obsequio de observar detenidamente
las pinturas que adornan las paredes de este monumento religioso colonial del
Perú, tratando de sentir lo que sentían las gentes al ver las representaciones
del cielo y el infierno combinadas con las representaciones alegóricas de los
caminos ancho y estrecho (Ancho es el
camino que lleva a la perdición, cito la Biblia de memoria). Dichos caminos alegóricos eran entendidos como
alegoría por los que veían las pinturas hace 200 o 300 años, pero ellos mismos
asumían reales los tormentos del Infierno y las delicias del Paraíso, igual que
los primeros lectores de las “dantescas” descripciones de Dite y los tormentos
de los diversos círculos del infierno de La
Divina Comedia: Eran realidades en el mismo plano que la realidad que
experimentamos al presente. Para tratar de hacer entender la pervivencia de
estas imágenes e ideas, siempre hago el ejercicio de preguntar a mis alumnos y
expectadores de mis conferencias (y me atrevo a preguntarte, lector): ¿Dónde está Dios? Y te apuesto doble
contra sencillo que miraste arriba,
tal como invariablemente todos me señalan. Igual pasa con el Diablo, y apuesto
que mirarás hacia abajo. No es solamente una cuestión de la topografía del
Mundo, sino una Filosofía sobre la realidad que le debía casi todas sus ideas a
Aristóteles. Un libro que me ayudó
sobremanera a entender muy bien esta manera de pensar, y las escisiones
mentales producidas al respecto, fue Los
Sonámbulos, de Arthur Koestler,
cuya lectura por supuesto recomiendo.
El hecho es que, tomada a lo
alegórico o a lo real o en combinación, La
Divina Comedia sigue siendo un clásico estremecedor. Compuesta entre 1304 y
1321 más o menos, ya tiene siete siglos de permanencia. Se llama Comedia debido a los cánones
tradicionales, pues Tragedia no podía ser, ya que termina con la salvación
eterna del Dante. Vale la pena en
este punto rendir homenaje al fallecido estudioso Leopoldo Chiappo, intelectual peruano profundo conocedor de esta
obra, a quien tuve el gusto de escuchar sobre este tema y otros. Consta La Divina Comedia de tres grandes
partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso, divididos en cien tercetos – las
traducciones castellanas en verso los mantienen, pero por lo general varían la
métrica acomodándola a la castellana – y cada una de estas grandes partes
culminan en la palabra stella:
estrellas, lo que nos habla del conocimiento que el Dante tenía del cielo, y cómo pensaba en cosmológico mientras
componía su poema. También pensaba en numérico, influido por Pitágoras y sus conceptos metafísicos
sobre los números: El número tres de la Trinidad está en las tres partes del
poema, como en los tres personajes principales: El Dante, que perdido en el
camino de la vida, es protegido por su amada Beatriz (La Fe) desde el
Cielo, quien le encarga al poeta clásico romano Virgilio (La Razón) que
guíe y proteja a Dante. El número
cabalístico Diez está presente en los cien cantos (33 en cada parte, más uno de
introducción), y en los nueve círculos del infierno, diez con el anteinfierno.
Es notable lo que un gran poeta puede hacer con tan poco material: Los
personajes antiguos y modernos que pueblan el Infierno, el Purgatorio y el
Paraíso son representados vívidamente, y de acuerdo a la situación en la que
están: Desesperación absoluta en el Infierno; sufrimiento esperanzado en el
Purgatorio; alegorías sobre lo indecible en el paraíso. El último verso nos
remite al Amor: L'amor che muove el sole
e l'altre stelle (Amor, que mueve al Sol y a las Otras Estrellas).
La Divina Comedia en verso: http://www.perueduca.edu.pe/c/document_library/get_file?p_l_id=42501&folderId=97683&name=DLFE-4682.pdf; y en prosa: http://www.mxgo.net/e-booksfree180511/1arteyentretenimiento/divina_comedia.pdf
La Divina Comedia en verso: http://www.perueduca.edu.pe/c/document_library/get_file?p_l_id=42501&folderId=97683&name=DLFE-4682.pdf; y en prosa: http://www.mxgo.net/e-booksfree180511/1arteyentretenimiento/divina_comedia.pdf
III
La Guerra y la Paz (León
Tolstoi)
No sé si los rusos de principios
del siglo XIX eran como los peruanos de principios del siglo XXI, a veces me
parece que sí, a juzgar por la manera como esta sociedad se desenvolvía, tal
como se lee en los autores rusos del Siglo XIX: Dostoiévsky, Krylov, Gorki, Pushkin, Gogol, Turgueniev, Bunin, Chéjov y otros
más. Entre esta pléyade de excelentes escritores destaca León Tolstoi, que en los ránkings de La Mejor Novela Jamás Escrita
tiene a su obra La Guerra y la Paz
compitiendo con el Ulises, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha, Rojo y Negro o Los Miserables. Aunque tales ránkings me
parecen un poco sonsos, nos dan ciertas pistas acerca de la consideración que
una novela puede tener por parte de un cierto público o de unos editores en
particular. Que León Tolstoi conocía
bien la sociedad de la que hablaba se distingue en que aunque su novela tiene
carácter histórico y narra con lujo de detalles la epopeya nacional rusa contra
la invasión de la Grande Armée del
invicto Emperador Napoleón, abunda
en la descripción de situaciones y en personajes muy bien delineados. Las
partes en las que divide el libro nos presentan a sus grandes personajes Pierre
Besukhoff, los príncipes Volkonsky, Nicolai y Natalia
Rostov, el general Kutuzov, y muchos otros precisamente
en el Antes, el Durante y el Después de la Invasión Napoleónica, complaciéndose
en mostrarnos su intimidad, sus pensamientos, sus sentimientos gastados por el
paso del tiempo y las circunstancias, conforme aumentan en edad y experiencias.
Es magistral la pintura del desgaste prematuro de los sentimientos de una Natalia
Rostov que al final de la obra arroja al mundo en un suspiro su frase: Nunca pensé que se pudiera ser tan feliz.
Y asimismo, el final, puesto en boca del jovencísimo Príncipe Nicolasito:
Haré algo más grande que los hombres de
Plutarco, y mi hazaña se popularizará, me amará el pueblo y todos hablarán con
elogio de mí.
Nos resulta difícil de creer en
la actualidad que esta super-novela fuera escrita por entregas, y publicada por
puchitos en revistas. Así se acostumbraba en el Siglo XIX, y parece esto continuó
en las seriales cinematográficas de principios del siglo XX, y de ahí a las
series de televisión de hoy en día, que se dividen en episodios y temporadas
del mismo modo que las obras literarias que publicaban las revistas se dividían
en entregas y capítulos. Hoy en día un escritor tiene que escribir para la
televisión si quiere ganarse la vida y ser regularmente conocido, parece que la
novela por entregas era la forma de hacerse conocido entonces, particularmente
importante para anglosajones y franceses, pero también para los rusos. Cosas
del mercado, que no entiendes pero igual es caro. Si tu novela era interesante la
gente le seguía el argumento y esperaba la continuación en el siguiente número
de la revista, la que adquiría precisamente para poderla leer. Y por supuesto,
así se entiende que se escribieran historias cortas, que tenían su inicio, nudo
y desenlace en la misma entrega, como se entiende que se contaran historias
largas, que seguían la línea gloriosa abierta desde Las Mil y Una Noches, donde el argumento principal incluye
precisamente interrumpir la historia en el medio para dejar al Sultán intrigado
por el final, y así impedirle que le diera por cortar cabezas. Un algo de esto
tiene La Guerra y la Paz, aunque no
en la forma, pues resulta difícil soltarla, es la típica novela que se puede
tener en la propia recámara, como para leerse algunas páginas antes de dormir.
Y ello también es por la importancia del tema: Una epopeya patriótica que
movilizó a todo y a todos tiene que haber marcado a profundidad a sus
participantes. Y ello explica por qué Tolstoi,
siguiendo en esto posiblemente a Víctor
Hugo, se detiene a pontificar durante algunas páginas como historiador o
filósofo, aunque por lo menos a mí nunca me cae pesado y algunas de esas
páginas están entre las mejores del libro. Por cierto, este carácter también es
compartido por los modernos Alejo
Carpentier, Milan Kundera y Umberto Eco, a los que se les da por
interrumpir la narración y hacer
disgresiones de diverso carácter.
Puedes hallar La Guerra y la Paz acá:
http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/T/Tolstoi,%20Leon%20-%20Guerra%20y%20Paz.pdf
Puedes hallar La Guerra y la Paz acá:
http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/T/Tolstoi,%20Leon%20-%20Guerra%20y%20Paz.pdf
IV
Fausto (Johann Wolfgang von
Goethe)
No hace mucho reemprendí la
lectura del Fausto. Creo que es en
esta obra que se plantea completa por primera vez la leyenda clásica alemana
del ser humano que, insatisfecho y presa de la frustración, vende su alma al Diablo
a cambio de una respuesta económica al aquí y ahora que le permita disfrutar la
vida, motivo por el que casi siempre hay una cláusula que contiene el tema de
la eterna juventud. Es que dejándonos de vainas, eso de que te ofrezcan una
eternidad de goce y pachanga celestial a cambio de unas cuantas decenas de años
de sufrimientos, frustraciones y complicaciones, en los que encima hay que
portarse bien y estarse quietecito, suena en abstracto como un magnífico
negocio en el largo plazo, pero no se siente igual cuando estás subido en la
mula. En el muy presente corto plazo uno tiene que sobrevivir y mantener gente,
y esas complicaciones del hoy pueden ser muy complicadas. A largo plazo todos
estaremos muertos y así no vale. Por eso no carece de atractivo venderle el
alma al Diablo (O a quien sea, la cosa es que haya quien te la compre),
cosa que además, por poco que observemos, parece que todos están ansiosos por
hacer, y si no lo hacen no es por falta de demanda sino porque el Diablo
ya no aparece por esta parte del camino como lo solía hacer. Así que existe una
cierta tendencia a ajustar todo de manera que podamos tener ambas cosas, como
por cierto logra Fausto, dejando al pobre Mefistófeles con un palmo de
narices. Resulta obvio que Goethe
inspiró su Fausto en la Historia
Bíblica de Job, aunque volteada, zurcida
y retorcida; pues el Job de la Biblia es básicamente un pobre diablo al
que Dios no se digna dar una respuesta, con lo que el tema del mal en el mundo
queda en ahí veremos. En el medio de esta contradicción, sazonada con el tema
de la sabiduría, el poder y la satisfacción de los placeres sensoriales, es que
Goethe inserta esto de vender la
propia alma al Diablo. En medio hay más temas y alusiones, entre las que
destaca la del eterno femenino que nos salva, representada en la desventurada Margarita
(Gretchen),
víctima de ese par de sinvergüenzas, Fausto y Mefistófeles.
Entre las muchas obras que se han
escrito y filmado con este tema, me vienen a la memoria un par de piezas
literarias en las que la anécdota se repite, aunque de modo muy diferente. Es
que, claro, en ambos casos está al servicio de diferentes objetivos literarios
y responde a los muy diferentes estilos de los autores. El estadounidense Stephen Vincent Benét emplea la
anécdota en El Diablo y Daniel Webster,
relato corto de 1941, de épica folklórica destinada a elevar el patriotismo de
guerra, y en que con su algo de ironía el héroe que vencerá al Diablo será el
patriarca estadounidense Daniel Webster,
personaje histórico presentado como caballero medieval (sus caballos se llaman Constitución
y Constelación;
y su Caña de Pescar, cuál Espada de Héroe, llámase Killal y las truchas no
la pueden resistir y se arrojan ellas solas al zurrón de Daniel) que defenderá en juicio a Jabez Stone, hombre con
simple mala suerte que aspira a cambiarla (Juro
que esto es suficiente para hacer que un hombre quiera vender su alma al
diablo. Y yo lo haría si me diera dos centavos), demostrando que el
Contrato firmado entre Stone y el Diablo es írrito: si queremos brujas en este estado podemos
criarlas nosotros mismos sin ayuda de extraños. Y yo añado: God Bless America. El tradicionista
peruano Ricardo Palma toma el tema
en su tradición Don Dimas de la Tijereta,
narrando como un escribano limeño consigue engañar al demonio empleando un
retruécano verbal que modifica el contrato mismo. Muy criollo, aunque no
consigue más que una ventaja individual, muy distinta de la declaración de
principios que Bénet llega a
plantear y que tiene la marca de la grandeza. Claro, las comparaciones son
odiosas, pero es que no es para nada lo mismo decir Esa prenda se llama almilla, y eso es lo que he vendido y a lo que
estoy obligado (…) Repase usted, señor diabolín, los términos del contrato, y
si tiene conciencia se dará por bien pagado; que decir: (Jabez Stone) un hombre común (que) iba a
ser castigado para la eternidad. (…) Era triste ser hombre, pero también
constituía un orgullo (…) Si, aún en el infierno, si un hombre era un hombre,
se sabía. La idea del Fausto es
mostrar una elección entre el Hoy y el Futuro, y mientras Bénet consigue convertirlo en una epopeya de la libertad del ser
humano, nuestro Ricardo Palma apenas
puede sacarle la lección de la viveza criolla, y una extraña protesta: ¡Para ceñirse a la ley y huir de lo que
huele a arbitrariedad y despotismo, el demonio!
El Fausto de Goethe se puede descargar desde acá:
http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Goethe-Fausto.pdf
El Fausto de Goethe se puede descargar desde acá:
http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Goethe-Fausto.pdf
V
Colofón
Tres Grandes Clásicos, Tres
Grandes Temas: El camino de la vida; lo que cambia y lo que permanece; y la
elección entre el sacrificio del Hoy y la felicidad del Mañana. Y hay más,
mucho más: Lee lo que quieras, como
quieras, donde quieras. Lee Clásicos.
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