CRÓNICAS DE LECTURAS – 95
Literatura Infantil (V) – Otros Clásicos
I
Los Niños y la Verdad de las Cosas
Escribir para niños redobla en el
escritor la obligación de poseer temperamento poético. La literatura para niños
y adolescentes es profundamente metafórica y connotativa, y si pensamos en
ciertos autores de exquisita sensibilidad como José Martí, Antoine de Saint
Exupéry y Oscar Wilde la
tendremos clara, aun considerando que Wilde
no escribía propiamente para niños. La literatura en general y la poesía en
particular siempre presentan alguna dificultad, y por ello la literatura
infantil no es una preparación ni un sucedáneo de la literatura “en serio”,
sino literatura de por sí, doblemente exigente y compleja; no divulgación
literaria ni aprestamiento para La
Insoportable Levedad del Ser o Ulises.
La Literatura Infantil, dicen, re-significa el lenguaje para que alcance
categoría estética en el leer de niños y niñas. Es decir, ni traduce ni divulga
ni replantea ni hace calentamiento ni adapta ni promociona ni apresta ni entrena
ni “enseña” en el peor sentido escolar del término. Quien así lo piense se equivoca,
y ya. La Literatura es producción estética de primera mano, original en su
contenido. Pero dado que se dirige a un mercado cautivo, los escritores de LIJ tratan desesperadamente de llegar a
la fórmula para que chicas y chicos lean, y se complican. Si quieres escribir
para niños, pues hazlo. Si crees que necesitas estudiarlo en la universidad, hazlo,
aunque yo me concentraría en algo para ganar plata, porque vocación y hambre, a
pesar de lo idealizado, no se llevan, cómo decirlo, del todo bien. Se puede
estudiar al target de mercado, pero
detesto lo prescriptivo donde no es pertinente, aunque hay donde sí parece que lo
es: A los chicos les encanta que las palabras suenen, de ahí su facilidad para
aprender poemas, ellos aprenden a leer para poder hablar más rico, y les encanta la Acción y proyectarse dentro de lo que
leen.
Los niños y niñas aprenden en el
hogar y su entorno cómo comportarse en la sociedad, pero también en segunda
instancia de lo que leen. La ventaja de la fantasía infantil es que ellos se
las creen todas, y por eso piensan mejor que nosotros en muchas cosas. Por
suerte tampoco atracan con todas las deformidades estúpidas de nuestra
sociedad, porque en su lógica blindada – que los grandes autores sienten, conocen
y siguen – ellos saben mejor no cómo son las cosas, sino cómo deberían ser. Claro
que de repente soy idealista y utópico, algunos no se cansan de decírmelo, a
veces con buena intención, pero a cierta edad se trata de encontrar en los que
vienen las esperanzas que se quedaron en el camino, así que si esto es wishful thinking, por favor no se me
vayan a la yugular de frente sin ejercer antes un poco de misericordia. Vamos
de vuelta entonces a la LIJ, al desarrollo
de la creatividad, la imaginación y la fantasía, bases para la innovación,
aunque también tengan valor por sí mismas: Ay del que trate de arrebatar eso a
los niños, si es que yo ando cerca. Los niños son valiosos no por la promesa de
lo que serán, ni porque estén en el proceso de ser seres humanos, ni porque
estén inacabados o “en formación”. Los niños son seres humanos en su forma más
pequeña, brillante y hermosa, fines en sí mismos desde que arribaron a la
humanidad. Jesús de Nazaret, que
posiblemente fue el que mejor lo entendía, dice que al Reino de los Cielos sólo
llegan los que son como niños, que en el Amor es donde al final nos entendemos
y llegamos a ser humanos; y guarda sus peores amenazas para los que se atrevan
a irrumpir en la inocencia, ni siquiera se atreve a decir lo que les reserva a
esos malditos, apela a un circunloquio: más
les valdría que les ataran al cuello una rueda de molino y los arrojaran al mar.
Porque la humanidad no es abstracta, sino real, y la verdad conecta las
palabras con las realidades, por ello decirla es tan importante.
Cuando decimos la “Verdad” con el
añadido de puesta en los términos que (los
niños) puedan entender la cosa se relativiza, pues hay quienes creen que hay
que decir la verdad, pero no toda, o que hay que endulzarla. Yo creo que no hay
nada de qué proteger a los niños, otra cosa es que los adultos los usen de
pretexto para protegerse ellos mismos de sus inconsistencias, algo tan cobarde como
estúpido. Me viene a la mente al respecto dos libros de Laura Ingalls sobre lo mismo pero uno “para niños” y otro “para
adultos”: La vida de frontera en los Estados Unidos del último tercio del siglo
XIX, región de reserva moral y retirada emocional para muchos americanos del
norte, que se creyeron en la década de los ´30 las historias de The Little House of the Prairie (La Casita de la Pradera, o La Familia Ingalls en TV con Michael Landon y Melissa Gilbert). Que Laura
era consciente de la distancia entre lo pintado y lo real la impulsó a tratar
de publicar Pioneer Girl. The annotated
Autobiography. Pero no la dejaron, el sueño americano se vendía mejor. Lo
interesante es que The Pioneer Girl
recién se editará este año 2014, lo que hace que uno se pregunte por qué demoró
tanto: Es triste saber que ese paraíso de los valores familiares jamás existió,
no puedo culpar a la gente por temblar ante un Michael Landon bebiendo del pico de su Jack Daniels mientras gritonea y les sacude el polvo a su mujer y
sus hijas. Lo bueno es que los niños son adaptables, el error es nuestro cuando
no los exponemos a la vida. En inglés se llama spoiled (arruinado) al
chico al que se protege demasiado, pero entiendo que muchos prefieran la
fantasía, pues la vida no es sólo realidad, sino el deseo de acercarla lo más
posible a lo que debería ser, equilibrar la verdad y la poesía, algo no
imposible. Algunos autores captan eso y escriben para esos seres humanos, esos locos bajitos, en el idioma del Amor que
ellos entienden, en el barrio duro y
difícil que nos hizo crecer a patadas pero
donde nunca se acaba el amor, como dice el grande Robin Wood. Acá algunos de ellos:
II
El
Principito, de Antoine de
Saint-Exupéry (1900 – 1944)
Tengo la sensación que todos aquí
– el autor de esta Crónica y sus lectores - estamos bien enterados que sólo se ve bien con el corazón, y que lo esencial es invisible a los ojos. El
famoso diálogo entre el Zorro y el Principito ha calado
profundo en la cultura popular, y es que pocos libros se han escrito tan
económicos en su expresión, tan concisos en su trama, su extensión y su
vocabulario, con tanto equilibrio entre el lenguaje de las imágenes (Todas
acuarelas del propio Saint –Exupéry)
y el de las palabras, a favor de las primeras. La sensata mesura adulta está bien
empaquetada dentro de la gran metáfora de cómo se siente la vida anterior a lo
duro que es crecer, no pareciera que Antoine
de Saint-Exupéry, piloto de caza y asesino profesional, pudiera recuperar
lo que se le quedó en medio de lo espantoso de una realidad que no deja resquicios.
Y así, como hacen los niños, se adaptó a las circunstancias. Tal vez eso lo
salvó a él y a nosotros. El sub-texto de la historia es simple y puede ser
entendida hasta por un adulto: Un piloto aterriza de emergencia en medio del
desierto, y en el proceso de reparar la avería de su aeroplano, desvaría por la
sed y el calor y ve visiones. Como justo antes su imaginación lo llevó a la
infancia y a ciertos dibujos que reproduce en el libro, ahí se le aparece un
pequeño príncipe de otro planeta, que conoce el sentido verdadero de los
dibujos que el autor lleva consigo, en particular el de la Boa que digiere un
elefante, ese que todos los adultos (aún hoy) confunden con un sombrero. Mientras
el piloto se concentra en el motor del avión el principito cuenta su historia,
que no repetiré exactamente porque casi todos la conocen, y porque si eres uno
de los raros especímenes que completan el “casi”, pues ya es hora que lo leas y
te salgas de ese “casi”. Diremos simplemente que entre corderos, asteroides,
baobabs, rosas que amenazan con sus cuatro feroces espinas, zorros y víboras,
han pasado ocho días y la provisión de agua del piloto se ha agotado, pero
encuentran un pozo y se intuye que ambos personajes han formado lazos, pero el principito
añora sus pequeños paisajes y su flor, y se despide súbitamente. El piloto no quisiera
dejarle ir, pero al final y como todas las cosas, igual se va.
Todos sentimos la misma y vaga
tristeza cuando el Principito decide marcharse por la vía de la mordedura de una
serpiente venenosa. Pocas metáforas siento ser tan adecuadas como la mordedura
de una serpiente para describir la pérdida de la inocencia y el tránsito a la
adultez. Posiblemente El Principito
sea un libro para niños, pero si es así es para los niños que están ahí dentro
lamentando haber tenido que crecer. Y en el requerimiento final del autor por información
y en el paisaje desértico donde halló al Principito hay una católica
reminiscencia de Jesús de Nazaret: Si no son como niños no entrarán al Reino de
los Cielos. Entre los planos que es posible encontrarle a la lectura de
este libro cuando se le involucra un poco de corazón está que el Aviador
no narra lo que le está pasando, sino lo que le pasó cuando estuvo en
el Desierto, en una de esas visiones que, como la de Jacob luchando con el Ángel, le impulsa a crecer pero a costa de
alejarse cojeando y herido, porque es imposible crecer y evolucionar sin pagar
el precio de entender algo del sentido de estar vivo. A veces el sentido de la
vida sólo se encuentra en la muerte, y no me sorprende que El Principito se publicara en plena Segunda Guerra Mundial (abril
de 1943), ni que resultara entonces un best-seller.
Y es curioso aunque comprensible que siendo un libro para niños su final no sea
feliz, y culmine con una muerte que es a la vez un viaje, y un viaje final – el
del aviador – que fue hacia la muerte, como resultó ocurrir al año siguiente de
la publicación. Probablemente el contexto de la época haya favorecido las
ventas en el mundo de habla inglesa, porque en francés la Editorial Gallimard recién lo podrá publicar en
1946, tras la liberación de Francia. Luego se le traduce a más de doscientos
cincuenta lenguas y dialectos, incluso al Braille,
pero definitivamente lo importante es que en cada edición se reproducen con
exactitud las acuarelas del autor, y ese lenguaje terminará por ser el
importante. Recién en 1951 Emecé Editores lo vuelca al castellano. A continuación
un enlace para que leas El Principito:
http://www.agirregabiria.net/g/sylvainaitor/principito.pdf
III
El
Príncipe Feliz y otros cuentos, de
Oscar Wilde (1854 – 1900)
El hecho de ser un desaprensivo y
practicar superlativamente la ironía y en ocasiones el sarcasmo no le quitaba a
Oscar Wilde el poder hacer profundas
reflexiones, y a la vez ejercer una sensitiva inocencia que lo aproximaba al
mundo infantil, mundo al que, sin embargo, nunca entró de lleno. Al leer a Oscar Wilde se percata uno que no se
dirige sólo a los niños, pero que en muchos de sus cuentos se desenvuelve una
exquisita sensibilidad que trata de encontrar pares en lo emocional. Puede que
la percepción de este hecho por el gran público de las épocas victoriana y eduardiana
hiciera de estas exquisitas obras momentáneos best sellers, que se leen por estar bien escritos y ser importante
su autor, pero que se trata de no tocar después, no vayan a ser contagiosos. O
peor aún, no vayan a mostrar a las relaciones que se leen cuentos e historias
de Wilde pasada su inmediata
publicación, eso podía resultar en la confesión de la admiración por un autor
que como persona era improper. Así,
se le consideraba grande y talentoso autor, pero de moral dudosa, con lo que
cualquier asociación más o menos larga con su obra trasladaría la sospecha de
inmoralidad al lector consuetudinario. Esto no es raro, en realidad, y se ve
hoy como ayer, y por diversos motivos. Por ello parece que la lectura de obras
como El retrato de Dorian Gray y La Importancia de llamarse Ernesto debidamente
expurgadas por editores y traductores como que se reservaran para la época
entre la pubertad y la adolescencia de nuestros hipócritamente liberales días.
En fin, que la lucidez de Wilde no
ayudaba tampoco a ser aceptado en una sociedad como la británica de fines del
siglo XIX, como se puede distinguir en Una
mujer sin importancia y en El
fantasma de Canterville, obras interesantísimas que demuestran que Wilde no era para nada ajeno a los
problemas sociales de la época, si bien para él la respuesta social parecía
estar en una suerte de anarquismo democrático y liberal del que los Estados
Unidos de su época parecían ser muestra.
Los cuentos de Oscar Wilde que se podrían denominar
“infantiles” se suelen encontrar en las antologías de cuentos para niños, pero
originalmente estuvieron en el contexto de publicaciones dirigidas a público
adulto, los cuentos para niños no fueron la norma de la producción wildeana,
porque las llamadas entonces Historias de
Hadas (muy semejantes a los eventyr
escandinavos contemporáneos) eran también de consumo adulto de los británicos y
lo fueron hasta bien entrado el siglo XX, y es de lo más fácil confundir dichas
historias con cuentos para niños. En 1888 se publica El Príncipe Feliz y Otros Cuentos, en la que el cuento que da
nombre a todo el libro es una parábola del Amor y del sacrificio, de gran
ternura en el contraste entre los sacrificios del príncipe y la golondrina,
en las joyas de las que uno se va desprendiendo para que la otra las lleve
donde son necesarias, y en el cómo los que reciben o contemplan desde fuera el
despliegue de tales dones ni los comprenden ni los calibran. Del mismo estilo
es El ruiseñor y la rosa, que parece
un cuento que llama más a la sensibilidad romántica de púberes y adolescentes, en
el rudo contraste entre el idealismo juvenil y la pétrea realidad. Posiblemente
El Gigante Egoísta sea el más popular,
lo que podríamos atribuir a la reunión de la humana sensibilidad con la fuerza
física, y de ambos con la fe en el Jesús
niño. Creo posible que el principal rasgo de Wilde como autor sea el de no tratar de ser otra persona que él
mismo, y ello, que le costó muchísimo en términos humanos, sin embargo le
permitió alcanzar una forma de inmortalidad: la de derrotar una y otra vez la
prueba del tiempo. En sus cuentos como en sus novelas y obras teatrales, se
distingue algo de universal y permanente en las preocupaciones de avanzada que
mostraba. Sentimental, eso sí, hasta la pared del frente, rezuma un romanticismo
de observador apostado en la célebre torre de marfil, enmarcado en una
expresión literaria que recuerda muchísimo a la de otro importante escritor de
la misma época, Hans Christian Andersen,
en particular en el cuento El famoso
cohete, que podría haber sido firmado por el danés. Para conocerlo, algunos
enlaces: http://es.wikisource.org/wiki/El_pr%C3%ADncipe_feliz,
http://es.wikisource.org/wiki/El_gigante_ego%C3%ADsta,
http://es.wikisource.org/wiki/El_ruise%C3%B1or_y_la_rosa,
http://es.wikisource.org/wiki/El_famoso_cohete.
IV
La Edad
de Oro, de José Martí (1853 – 1895)
La sensibilidad latina y decimonónica
de José Julián Martí Pérez se aunaba con una sólida
formación clásica en los autores latinos y griegos. Pero esto es el forro, que
no significa nada a no ser que contenga sensibilidad hacia el mundo infantil. Comparte
Martí con Saint-Exupéry y Wilde el
no impostarse al hablar con los niños, aunque sí modera la expresión al modo
que hacemos los padres cuando tratamos que nuestros hijos nos entiendan, y
tiene expectativas en esos niños y niñas, y emplea un lenguaje literario ampuloso,
y padece de prejuicios como todo el mundo. Pero José Martí no se reduce al balbuceo como algunos hacen cuando
tratan con niños, ni los trata como pequeños retrasados mentales. Al niño y a
la niña les exige en lo racional y les exige en lo emocional como los seres
humanos que son, y por ende les dice la verdad a cada paso, y no para formarlos
o prepararlos sino porque es su derecho, faltaba más: Los niños han leído mucho el número pasado (…) y son graciosas las
cartas que mandan, preguntando si es verdad todo lo que dice el artículo (…).
Por supuesto que es verdad. A los niños no se les ha de decir más que la verdad.
Claro que José Martí habla y lee
desde ese petulante siglo XIX que todo lo sabía, y hoy que somos
autosuficientes en nuestros métodos e ideas, no obsoletos como ese tal Martí creemos que lo hemos superado. Pero
yo prefiero mil veces a José Martí
que al inventor del iPad, porque José
amaba a los niños y se le notaba, y si a un maestro no se le nota eso, pues
mejor que se dedique a hacer ladrillos o inventar iPads, porque el maestro no ejecuta
técnicas sino hace Trabajos de Amor, como erigir Catedrales a mano limpia o abrir
Carreteras a punta de pala y zapapico, donde lo que menos cuenta es el plano. Léanlo
en acción: Para los niños es este
periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir,
como no puede vivir la tierra sin luz. El niño ha de trabajar, de andar, de
estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque
sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es
un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor
para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la
ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para
caballero, y la niña nace para madre. Ideas retrasadas claro, pero qué
hermosas suenan en un hombre bueno.
La Edad de Oro fue una publicación periódica dedicada a los niños de América, editada
en Nueva York en castellano y repleta de historias, poemas, adaptaciones
literarias y crónicas, sí, crónicas como estas que trato de escribir, pues a Martí se le salía el maestro primario
como a uno se le sale del corazón la ternura. El guerrero presidente de la
república en armas que echa por tierra al tirano, con los niños se desata el sable y emplea sus horas
mejores en escribir para ellos. Y le traicionan sus largos períodos y su
formación periodística, se nota que se pule y que se pule a conciencia, porque el
Maestro cuando prepara su clase sabe que es un Acto de Amor. Y no teme el Prócer educar
en la política a los niños, porque sabe qué se debe enseñar, y no teme decir
que la Libertad es el derecho que todo hombre
tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se
podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o
no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que
obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es
un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y
permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no
es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo
que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe
trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre
honrado. No sé ustedes, yo miro alrededor la ruina moral en que se han
convertido nuestras sociedades (los Pinos
Nuevos) que José Martí amó tanto,
y me da vergüenza tener que copiar La
Edad de Oro como si fuera novedad. Qué falta nos hacen un Martí y un Bolívar y un San Martín,
pequeñitos nomás, en estos tiempos degenerados. Pero entretanto, La
Edad de Oro, aquí: http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/M/Marti,%20Jose%20-%20Edad%20de%20oro,%20La.pdf.
Y la obra de José Martí: http://librosgratis.liblit.com/?subdir=M%2FMart%ED%2C%20Jos%E9%20(1853-1895)&sortby=date
V
Colofón
El Amor es una forma de humanidad,
aunque se le presente con frecuencia deforme y sobrevalorado. Pero cuando es
ternura nos devuelve algo de vida y entonces poco importa si somos pilotos de
guerra, presidentes de la república en armas o presidiarios, porque seguimos
siendo humanos. Termino esta Crónica con José
Martí: lo que ha de hacer el poeta (…) es aconsejar a los hombres que se quieran
bien, y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos
como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un
látigo, a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes
pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hombres de su país les
obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros. Los versos no se han de
hacer para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al
mundo, enseñándole que la naturaleza es hermosa, que la vida es un deber, que
la muerte no es fea, que nadie debe estar triste ni acobardarse mientras haya
libros en las librerías, y luz en el cielo, y amigos, y madres. El
que tenga corazón, que lea, porque aún hay esperanza.
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