Leer Historia - Primera de
muchas partes
Para leer Historia
Si hay algo en que los peruanos
basamos en algo nuestra alicaída autoestima, es en la Historia. He discutido
mucho en otras partes – y lo seguiré haciendo - la oportunidad y pertinencia de
enseñar la Historia tal como lo hacemos, y no pienso tratar ahora el tema desde
la perspectiva educativa, sino desde mis gustos y experiencias como lector.
Pero el tema de dónde venimos y a dónde vamos nos llama a todos, más o menos. No
por nada se lee tanto sobre teorías de conspiración, fin del mundo o ucronías.
También esto explica la popularidad de los estudios genealógicos que nos atrapa
de vez en cuando, aunque reto al más pintado a que me diga los nombres y
apellidos de todos sus dieciséis tatarabuelos. Y la gran mayoría no podrá, pues
es un asunto que sólo importa en la medida que hay vida afectiva involucrada,
es decir suponiendo que hayamos conocido a alguno de nuestros choznos. Cuando
nacemos, bisas y tátaras están largamente fallecidos y convenientemente
olvidados, salvo que hayan sido presidentes de la república o asesinos en serie,
lo que ya nos da una pista sobre qué cosas recordamos y por qué. Tras tres
generaciones – parece ser el límite - el asunto tiende a olvidarse y hay que
recurrir a los abuelos para que nos hablen, a su vez, de sus propios abuelos. Pero
a falta de choznos y de abuelos (uno de los míos falleció antes que yo naciera,
y el otro cuando tenía ocho años), es posible que al leer Historia tratemos de
recuperar un sentido de pertenencia a un núcleo temporal, tal vez queramos sentirnos
parte de una continuidad. Pero la modernidad capitalista nos aleja cada vez más
de las tradiciones y nos orienta más hacia adelante-futuro que hacia
atrás-pasado, y no trataré de valorar si eso está bien o mal, que me parece como
juzgar si es mejor que el Sol salga por Oriente o por Occidente. Lo cierto es
que necesitamos “pertenecer”, y tal vez por ello es que tratamos de conocer
algo de la Humanidad que nos antecedió. Si para ello recurrimos a la lectura de
la Historia es porque tenemos la vaga sensación de su importancia, aunque no
sepamos cómo ni por qué. Y he aquí por qué tendemos a leer best-sellers de tema histórico, y por qué vemos series y películas
de carácter histórico, basados por lo general en dichos libros.
A no ser que seas especialista o
realmente te guste tanto el tema como para dedicarle tiempo y esfuerzo, tampoco
somos muy profundos en esto de leer Historia, para la mayoría es un gusto o
entretenimiento análogo al de leer novelas policiales. Sin embargo, repito, hay
algo en lo profundo que nos impele a leer Historia. Por ejemplo, muchos
peruanos poseen (otro tema es leerla) la Historia
de la República de Jorge Basadre,
monumental obra cuya gran extensión no ha sido problema para que varias
empresas la editaran y difundieran. Y estoy seguro que cada país tiene su obra
histórica, por así decir, epónima. Y sus leyendas por supuesto. La mayoría de
los lectores no se preocupan tanto de la “verdad” histórica, pues leer Historia
depende, como en toda lectura, del objetivo que te traces al leerla. Si
solamente la lees para entretenerte haces bien, pues siempre es útil aprender
entreteniéndose. No me atrevo a parangonar la lectura literaria con la
histórica, muchas veces es la misma. Pero como soy entre otras cosas profesor
de Historia y me apasiona la verdad histórica, tuve la suerte de poder aunar
varios objetivos: Conocer la Historia que debo enseñar, emplearla para fomentar
Ciudadanía, saber cómo se hace Historia y, no menos importante, aprobar mis
cursos universitarios. Así que leí y leo Historia de manera un poco menos
desordenada tal vez. Aunque ello no sea siempre del todo cierto: En estos días me
leo la Historia de Herodoto casi como una venganza muy
diferida, porque el acceso que tuve a ella años atrás fue a través de
fragmentos traducidos de manera cuestionable. Pero como esta es mi primera
Crónica sobre Historia, me concentraré en ciertos libros sobre los problemas
teóricos de la Historia, es decir la Historia de cómo se hizo y se hace
Historia. A esto normalmente se conoce con el nombre de Historiografía, y dejo pendientes las
Crónicas sobre Narrativa Histórica, Biografías, Novelas Históricas, Ucronías y
otros de la fauna correspondiente que con un poco de suerte, ganas y
oportunidad escribiré en su momento. Así que ahorita me concentro en tres de
estos libros historiográficos: ¿Qué es la
Historia? de Edward Carr; Idea de la Historia, de R. G. Collingwood; y Reflexiones
sobre la Historia Universal de Jacob
Burckhardt, en la esperanza de que la croniquita no me salga demasiado
aburrida.
II
¿Qué es la Historia?: Una buena introducción
Si alguien viene y me pregunta cómo
meterse en la teoría de la Historia, le recomendaría este libro. Y es que trata
un problema básico: qué rayos es eso de la
Historia. Los legos tendemos a pensar que el historiador es una suerte de
recopilador de datos, que luego se expondrán en libros y clases para que la
indiada los aprenda. Pero me temo que no es tan simple el asunto. La Historia
plantea diversas interrogantes que trascienden los hechos: ¿Por qué nos parece
más importante una guerra, revolución o suceso que otros? ¿Qué criterio tiene
el historiador para decir este dato sí y este otro no? ¿Con qué métodos se
obtienen dichos datos? ¿Cuál es el peso de los documentos? ¿Qué pasa si el
historiador miente u oculta? ¿Y si los datos son falsos o tendenciosos? ¿Se
puede falsear la Historia? ¿Se puede interpretar “mal” un suceso? ¿Qué peso
tienen los “héroes”, los individuos? ¿O es que la historia la hacen las masas y
los individuos no cuentan? Siempre hemos oído que la Historia la escriben los
vencedores … ¿Será cierto? ¿Hay leyes históricas que se cumplen siempre? ¿O la
cosa es hechos simplemente casuales? Nos metemos en estas y otras interrogantes
en este sabroso librito de lectura muy fácil y entretenida, que llama a reflexión.
En su origen fue un ciclo de conferencias que el historiador Edward Carr, especializado en historia soviética,
dictó en 1961 en la Universidad de Cambridge. El libro conserva el carácter de
conferencia dirigida a gentes no especialistas. Parece que los británicos
poseen el bicho de la difusión, quizá eso explique en parte por qué nos llevan
tanta ventaja. Dígase además, que la lectura de este librito es obligada para
todo aquel que pretenda estudiar Historia, sea de modo académico o libre. Una
cita al azar nos puede ayudar a orientarnos un tanto en el pensamiento de Edward Carr: Declaró (Benedetto) Croce que toda la historia es “historia
contemporánea”, queriendo con ello decir que la historia consiste esencialmente
en ver el pasado por los ojos del presente y a la luz de los problemas de
ahora, y que la tarea primordial del historiador no es recoger datos, sino
valorar: porque si no valora, ¿cómo puede saber lo que merece ser recogido? Naturalmente,
Carr no se queda en esto, pero para
nosotros, que estamos en el trance del “desencantamiento histórico” y que
tratamos de construir una identidad inclusiva y democrática, esto se nos hace
muy actual. Pensemos en nuestras propias leyendas históricas, en la “grandeza”
del Tahuantinsuyo, en el “heroísmo” de Miguel
Grau. O en nuestra propia historia reciente con Sendero Luminoso, que se trata de tapar con poco disimulada desesperación
por cierto sector político, que insiste en no aprender del pasado, pues este
tema le quema, y que ahora pagamos con el resurgimiento de un grupo análogo.
Que la gente sepa de qué hablamos cuando de historia hablamos parece ser más
importante de lo que parece … y por eso, qué bacán es que no se lea ni se
aprenda …
Recurro al índice del ¿Qué es la Historia? para dar mejor idea
del contenido de este libro, con una pequeña aplicación de nuestro propio
acervo: El historiador y los hechos
analiza el problema de las fuentes escritas como base tradicional de la
Historia; cabe preguntarse si nuestra secular rivalidad con Ecuador parte del
supuesto de las Crónicas de que Atahualpa era quiteño. La sociedad y el individuo trata del papel de los individuos y los
grupos en el devenir de los hechos; por ejemplo el rol de los héroes, en
nuestro país héroes de la derrota - siempre me he preguntado por qué. Historia, Ciencia y Moralidad trata de si
la historia es en verdad una ciencia, y aborda entre otros el problema de los
períodos históricos, hipótesis o
herramienta mental, válida en la medida en que nos ilumina, y cómo me perturba
que resumamos miles de años de historia peruana en esa monstruosidad que
llamamos preinca, cuando los Incas no
llegaron a dos siglos. La causación en la
Historia trata el grave asunto de cuándo un hecho que antecede a otro es su
causa, y las determinaciones de la historia, por ejemplo, cuando se dice que
nuestro atraso se debe a que somos indios. La
historia como progreso se adentra en si la historia tiene o no un sentido,
y ahora que corremos como ratas tras el desarrollo económico, vale la pena
preguntarnos a dónde queremos llegar, o si sólo tratamos de escapar hacia
adelante. Y por último, Un horizonte que
se abre enrumba hacia el futuro y el rol de la historia. Dado que ese
futuro de 1961 es en parte nuestra actualidad, es posible corroborar en parte las
previsiones del autor, y nuestras propias ideas al respecto. Lo repito, el que
quiera meterse en problemas y no comerse lo que otros le digan tendrá en este
librito un muy valioso compañero.
Para bajar: http://enseñarlapatagonia.com.ar/node/240
III
Idea de la Historia: Filosofía de la Historia
No es este un libro fácil de
leer, pero sus dificultades se compensan por las amplias y profundas lecciones
que ofrece tanto en Historiografía como en Filosofía de la Historia. En cierto
modo, se le puede considerar la versión profunda y para especialistas del ¿Qué es la Historia? Por supuesto, el que
me llegara este libro y no otros fue algo azaroso. No tengo la más mínima idea
de por qué no me llegaron historiógrafos de otras nacionalidades, con excepción
de los peruanos Jorge Basadre (El azar en la Historia y sus límites), Pablo Macera y Alberto Flores Galindo, entre muchos otros, cuyos libros y
artículos procuro devorarme cada vez que puedo, y que como peruano que soy era
previsible que me llegaran. Lo cierto es que la teoría de la historia no es muy
leída, salvo excepciones como la de Carr,
señalada líneas arriba. Y resulta una suerte poder leer sobre aquello que los
historiadores dan por supuesto, y que los lectores no siempre conocemos. Pero
vuelvo a Collingwood. Lo que pasó
con este libro es casi una lección. Nuestro historiador realizó profundas
investigaciones y estudios sobre Historia, pero como a tantos, no le alcanzó la
vida para ver realizada su obra maestra. Y así sus manuscritos pasaron a manos
de su editor, T. Knox. Vale la pena
citar la Nota a la edición original inglesa de 1946: Era deseo de Collingwood que sus escritos póstumos fuesen juzgados
conforme a las altas normas de criterio antes de (publicarlos), y por eso la
decisión de sacar en limpio un libro a base de esos manuscritos (…) no se ha tomado
sin algún temor. Sin embargo, se pensó que contenían materiales que podrían ser
de utilidad (…) demasiado buenos para no publicarlos. Y así las lecciones,
apuntes y trabajos inéditos de Collingwood se vertieron a este libro, que es denso
porque se plantea un tema denso: Dar a conocer la naturaleza de lo que es la
Historia. Ahora bien, decir de un libro que es denso es casi como no
recomendarlo, y para bajar la gravedad del asunto diré que para que esta
lectura dé fruto, se requieren ciertas condiciones del lector: La principal, una
adecuada cultura filosófica e histórica que permita aprovecharlo a plenitud, o
si no corrernos el albur de quedarnos en Babia – región que ya visitamos en
otras Crónicas – cuando nos crucemos con cosas como esta: … en la Filosofía de la Historia, Hegel restringe el campo de su
estudio a la Historia Política. Aquí sigue a Kant; pero Kant tenía una buena
razón para hacerlo y Hegel no. Apoyándose en esta distinción entre fenómenos y
cosas en sí, Kant, como hemos visto, consideraba como fenómenos los
acontecimientos históricos, (…) en una serie temporal de la que el historiador
es un espectador. Nótese que la redacción en verdad no ofrece mayor
dificultad, pero presupone a un lector que conoce a Hegel y Kant, con cierta
cultura previa. No lo podemos culpar, porque la redacción final no fue de Collingwood sino de Knox o de sus “negros” (término
cariñoso referido a los que se ganan la vida escribiendo por encargo); y porque
no es un libro dirigido al gran público. Así que si no la captas no tienes por
qué sentirte culpable, salvo que seas un especialista.
Ahora bien, como todo libro, este
tiene partes de mayor o menor dificultad en el sentido que ya dije. Está
dividido en cinco grandes secciones, de las que considero de menor dificultad
relativa la primera (La Historiografía
grecorromana) y la quinta (Epilegómenos).
En esta quinta sección el editor reunió diversos artículos de Collingwood, cuyos títulos pueden ser
sugerentes y convocar la lectura: La
naturaleza humana y la historia humana, La
imaginación histórica, La evidencia
del conocimiento histórico, La historia como re-creación de la experiencia
pasada, El asunto de la historia, Historia y libertad y El progreso como creación del pensar histórico.
La ventaja de estos artículos es que conforman ideas completas desarrolladas en
corto por el autor, y pueden ser leídas aparte, fuera del contexto del libro.
Las primeras cuatro partes, en cambio, se concentran muy fuertemente en la Idea
de la historia en la Historia, y por eso tienen una pretensión de totalidad
que, como hemos dicho, presenta ciertas dificultades para el lector que no
tenga una cultura regular. Sin embargo, tratar de leerlo es un ejercicio válido
para todo aquél que pretenda introducirse en la Historiografía, más aún porque
no saldrá defraudado. Si a mí personalmente me gustó mucho fue, aparte de que
su redacción no ofrece especiales dificultades, por el hecho que yo mismo, como
profesor de Historia y Filosofía, tengo interés y alguna inmersión en los temas
de que trata.
IV
Reflexiones sobre la Historia Universal:
Un visionario
Un visionario
Este fue el primer libro sobre
historiografía que leí, y se lo debo a un compañero mío de la academia
preuniversitaria La Sorbona (pretencioso el nombrecito) donde estudié para
postular a la Universidad hace ya largos años. No he visto desde entonces al
amigo que me lo prestó, que hoy es un afamado especialista, e incluso concejal de la Municipalidad Metropolitana de Lima, y que hasta puede
que lea esta Crónica. Espero que no me reclamará el libro, pero no lo culparé si
lo hace. Diremos simplemente que Jacob
Burckhardt (1818-1897) se merece ser reclamado. Casi leo en la mente de
alguno de mis lectores qué hacemos preocupándonos por un autor del siglo XIX, más
anacrónico y vetusto que las orejas de Lucifer. Pero, amigo lector, un autor es
válido por la permanencia de lo que dice, y así lo que dice suele adquirir carácter
intemporal, a nadie se le ocurre quitarle validez a la Biblia, a Platón o a Homero. Y oigo la réplica: que me deje
de floro, que si eso funciona con la Biblia
u Homero, ¿qué hacemos leyendo
libros científicos – si es que la Historia es una Ciencia – tan apolillados
como estas Reflexiones sobre la Historia
Universal, o La Cultura del Renacimiento
en Italia (ambos de Burckhardt)?
¿No es que la validez de una Ciencia, que es un producto en el tiempo, debe
medirse más bien por sus avances? ¿No es mejor, si queremos aprender
historiografía, acudir a lo ultimito, a lo moderno? ¿No es más fácil acudir a
Internet a buscar lo ultimito? Y mi respuesta, previsible por demás, es que
santo y bueno es buscar lo ultimito, aunque yo no confiaría tanto en Internet
para ello; pero que eso “ultimito” no apareció del aire. Bien cierto es que para
aprender la teoría atómica no acudimos a Demócrito,
pero es que la Historia no es Física ni Biología, y si algo estamos aprendiendo
en esta Crónica es que la Historia, más que ser una ruma de sucesos puestos
unos encima de otros, es una explicación y valoración de estos hechos,
y eso es lo que aún muchos no entienden y creen que se sabe historia porque
puedes repetir de memoria la Cápac Cuna,
cuando ni siquiera estamos seguros de si hubo más Sapa Incas que Pachacútec,
Túpac Yupanqui y Huayna Cápac.
Leer las Reflexiones de Burckhardt
nos sorprende por su terrible actualidad, por sus cualidades de visionario. El
libro fue producto de sus clases, compartiendo el destino de Colllingwood de ser interpretado por
sus editores. Pero no se libró de la polémica en vida. Considerado a-científico
en una candorosa y optimista época que hacía un ídolo del conocimiento
científico “exacto” - lo que en Historia significaba apegarse a las fuentes
escritas - sus Reflexiones fueron
tildadas de fantasías. Se pensaba que el progreso era una entelequia con
existencia propia y que el sentido de la Historia solo podía ir hacia mejor. Un
espejismo, sin duda, que las Guerras Mundiales, los campos de concentración, la
Guerra Fría y la devastación del medio ambiente desvanecieron. Lo cierto es que
Burckhardt vio con claridad la
catástrofe donde los demás no veían sino un progreso indefinido hacia arriba.
En esto se basaba en su propia filosofía, por supuesto, porque las gentes
construyen sus ideas con los ladrillos que su época les proporciona, y por eso
siempre me sorprende que se tilde de racista a Mark Twain, o de antisemita a Shakespeare.
Las categorías con las que se valora en la actualidad a las personas y obras
del pasado están teñidas de una inocencia autosuficiente y muchas veces
ignorante. Y se juzga el corpus
completo de las ideas por cuatro dichos, sin detenerse en la misma época en que
se escribe y en el sentido general de lo que se dice. Jacob Burckhardt estudió a profundidad el Estado, la Religión y la
Cultura, e incluso se metió con conceptos como la dicha y el infortunio en la
Historia, y en esto antecedió en muchos años a grandes historiadores del Siglo
XX como Philip Ariès, editor de una grandiosa
Historia de la Vida Cotidiana. Con
los límites propios de su tiempo, previó y advirtió sobre el afán de lucro y de
poder que se apoderaría de la sociedad occidental, la hipertrofia del estado, la
continuidad y escalada de las guerras, la abdicación general de la Cultura, las
persecuciones contra los judíos y otros pueblos, e incluso la aparición del
fascismo en la figura de Führers
“salvadores”, que observa venir con tal lucidez que podría pintarlo desde ahora. Y además: El placentero siglo XX verá otra vez al poder absoluto levantar su
horrible cabeza. Claro está, los anunciadores de apocalipsis no son
populares en épocas de ciego optimismo general. Es posible que sus
contemporáneos Julio y Michel Verne se
inspiraran en sus ideas para escribir la sombría novela Los quinientos millones de la Begum, que retrata un estado fascista
y la guerra moderna, donde el único modo de evitar la devastación total será
prevenir que ocurra.
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Colofón
Ni abundan tanto ni se leen mucho
las teorías de la historia o los libros sobre historiografía. Sin embargo, me
parece que vale la pena empezar por tratar de adentrarse en ellos, en especial
cuando uno ya está más o menos harto, cansado o aburrido de leer la Historia
como un cuento de hadas. Lo cierto es que no estamos tratando aquí con el cuento
de la Historia, sino con estudios de carácter hermenéutico, filosófico y/o
científico, y ello puede dificultar la lectura. Sin embargo, hay encanto en
averiguar cómo se llega a los libros de Historia tal como los conocemos. Esta
Crónica será la primera de muchas dedicada, de frente o de perfil – jamás de
espaldas – a Leer Historia. Y, como
siempre, la cosa es Lee lo que quieras,
como quieras, donde quieras. No te arrepentirás. Incluso si parece
abstruso, el esfuerzo vale la pena.
La siguiente Crónica sobre Historia, dedicada a Biografías, es:
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