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martes, 4 de diciembre de 2012

CONTRA LA NAVIDAD REAL

Peru BlogsCONTRA LA NAVIDAD REAL

“Los padres no existen, todo es un montaje de Santa Claus” (Yo)

“ … siempre he pensado que (las navideñas) son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino.”  (Charles Dickens, Cuento de Navidad)


Reviso mi artículo Contra la Navidad del 2011, y encuentro que nada ha cambiado desde entonces. Sí, es presuntuoso pretender que el ejercicio de la expresión libre pueda mover tan profunda estructura, cuento análogo al de la Navidad que se nos hace creer. Sin embargo, y más que no sea porque uno no debe callar, retomo el refrito y lo reedito, reformo, deformo, aumento y corrijo. Porque de esto siempre se debe hablar.

Quién celebra la Navidad

El Libre Mercado instrumenta todo para venderlo, eso es puro dato de la realidad, ni bueno ni malo. Claro que establece una escala de valores que pone por encima de todo a la ganancia y al consumo, pues de eso se trata la Navidad Real. Quien crea otra cosa, discúlpenme, o posee una fe excesiva en la bondad humana o una impresionante bandada de pajaritos en la cabeza. Lo más importante de la Navidad es la “campaña navideña” iniciada desde Noviembre, pues las ruedas de la economía giran en la medida que lo hagan las previsiones en las ventas. No faltan los que en nombre de una moralina hipócrita y/o ingenua llenarán páginas o espacios radiales o de TV contra el “materialismo capitalista que trastoca la Navidad”, o por unos “valores” desfasados de la realidad navideña. Hablarle a los que no tienen chamba o plata de Navidad como “materialismo capitalista” resulta en broma de pésimo gusto. Seamos claros, la Navidad Real es para los que tienen plata. Hablémosle de Navidad a los padres que no tienen para regalar a sus hijos, veamos qué nos responden. Y no es que tienes que estar en la última lona, de repente tienes chamba, pero también deudas, y si tienes grati – suposición irreal – ésta se destinará a ponerte al día en tus cuentas con el único ente que tiene reales motivos para celebrar la Fiesta: El Sistema Financiero. O tal vez te endeudas con el banco para tu campaña navideña y cruzas los dedos para que tu previsión de ventas sea la que esperas. A veces eso sale cuadra: Durante el incendio navideño de Mesa Redonda, las gentes arriesgaban sus vidas y se metían al fuego para rescatar sus mercancías, adquiridas con plata prestada, y de las que tantas cosas dependían, y el valor mismo de la vida humana quedó trastocado en las cenizas de más de 300 cadáveres. No creo que al sistema bancario eso le haya importado mucho, para eso existen los seguros de desgravamen. Ni creo que les haya perdonado la deuda a los que sobrevivieron.  

Navidades e Inocencias

Y en estas cosas el corazón se nos endurece y el alma se nos marchita un poco más cada año, hasta que la inocencia de la Navidad desaparece, decapitada por la realidad. Es verdad que no sólo de pan vive el hombre, pero resulta que sin pan el hombre no puede vivir. La invocación al deber ser de la Navidad se olvida fácil de las personas de verdad. Se burla uno de la gente si se desprecian sus pequeñas alegrías, y esa burla es sanguinaria cuando destruye las ilusiones de los niños. Así que ni condeno la Navidad ni la aplaudo, trato de ver qué hay realmente en ella. Mi hija acaba de cumplir siete años de edad, y en conversa de sobremesa manifiesta, con seguridad no exenta de cierta sombra de tristeza, que ella ya no cree en Papá Noel. Yo entiendo que un padre está en la obligación de cuidar de las inocencias infantiles y de ayudar al tránsito hacia una realidad que tiene mucho de cuestionable. Y con la mesura que el caso se merece, trato de indagar sobre esto. Paula me dice que ella sabe que son los padres y familiares los que hacen los regalos, y que lo sabe porque ella le pidió en secreto a Papá Noel que le trajera un regalo en especial, y no se lo trajo. En su infantil y blindada lógica, si Papá Noel existe y se le asigna tal grado de discrecionalidad omnipotente, pues entonces debe saber qué regalos quiero. Y si no llega a enterarse, quizá sea, como diría Voltaire, que es simplemente porque no existe. Y ello le presta una vaga tristeza a esa necesaria afirmación de su personalidad, al convencimiento que todo niño debe adquirir tarde o temprano de que tiene que hacerle caso a sus sentidos y a su pensamiento más que a las monsergas sociales, aunque sean sus mismos padres quienes las sostengan.

La Fiesta de la Mafia y la Delincuencia

A mí hace mucho que la Navidad Real no me gusta, y estoy en buena compañía: Charles Chaplin, el genial comediante, sentía profunda repulsión contra la Navidad, según atestigua su hija Geraldine. No la odiaba, sólo no le veía el punto a celebrarla si no era por los niños. No era su fiesta. De niño, el Vagabundo había sufrido la más podrida miseria londinense, y en Navidad recorría descalzo las engalanadas calles de relucientes vidrieras repletas de juguetes y golosinas que no eran para él. Probablemente ese sentimiento explique sus preocupaciones sociales, a la vez que su inmensa capacidad de trabajo, expresión de una suerte de juramento personal de no ser pobre jamás. Tratando de salvaguardar la inocencia de los niños, y en alocada carrera para tratar de compensarnos a nosotros mismos, la mayoría de nosotros tratamos de no pensar en nuestro interior que esta Fiesta no nos pertenece, porque lo único que sacamos de ella son dolores de cabeza, estrés, empujones y la probabilidad de ser objeto de asalto. Los mafiosos y delincuentes celebran así la Navidad a su modo, porque ellos sí saben positivamente que sus ingresos aumentarán y llevarán juguetes a sus hijos. Y así la Navidad es Fiesta para la Mafia y la Delincuencia.  

El Cuento de Navidad

Quizá la expresión literaria más impresionante de estas épocas del año sea el Cuento de Navidad de Charles Dickens, en su versión original, claro. Como todo lo navideño, al Cuento de Navidad está domesticado en sus muchas versiones, pues soltado así como es, como que malogra la farra. A fin de cuentas, de lo que se trata es que haya audiencia televisiva o asistencia a los cines para que la economía se mueva y haya para pagar planillas, lo que en sí mismo no es tan malo, pues la gente trabaja para vivir. Dickens era un moralista de los de a de veras, que no temía llamar las cosas por su nombre, con profunda fe en la realidad individual del hombre. Para él la Navidad era básicamente una oportunidad. El Fantasma de la Navidad Presente no es un producto comercial ideado para vender más, sino un personaje poderoso, alegre como un niño pero sin infantilismos idiotas, que lleva aquí y allá su espíritu, y que también sabe acusar a puritanos, inhumanos e hipócritas. Y así como trae consigo el espíritu de la Navidad, porta también terribles nuevas en esos dos seres abyectos - la Ignorancia y la Necesidad - que cobija bajo su manto y que nos restriega en la cara en dramática escena, diciéndonos claro que la miseria humana no se detiene porque haya Navidad, que el dolor es la marca de la condición humana, aunque también sea cierto que humanamente podamos, como decía San Agustín, hacer el loco una vez al año, pero con la cabeza bien puesta sobre los hombros.

El Cuentazo de Navidad

Las ruedas de la economía no funcionan bien cuando la gente es consciente. Los marqueteros saben que la inconsciencia redunda en más gasto. Quizá el mejor ejemplo sea el personaje emblemático de la Navidad Real, que no es Jesús, por favor, sino Papá Noel / Santa Claus. Siempre hay quien recuerda que San Nicolás fue un Obispo del Asia Menor, hombre de inmensa caridad y digno de ser recordado por eso. Pero el mito de cómo un caritativo Obispo se convierte en un gordito que recibe solicitudes de regalos en el Polo Norte es interesante de ser examinado con algún detalle. ¿Quién es Papá Noel? Parece ser la creación de un genio del márketing, aparentemente vinculado a Coca-Cola, no estoy seguro, pero su anécdota presenta interés: Papá Noel no es una buena persona, ni es ese abuelito regalón que nos quieren vender. Si tú “te portas bien”, él te da lo que le pides en tu carta. Si “te portas mal”, te pone carbón. Eso no parece consistente con el origen cristiano de la Fiesta. Y está claro que está diseñado para establecer la primacía de un valor que, para decirlo como mi amiga Yanira, “no me parece”. Ese obeso presidente de directorio es para mí persona non grata, y no le dejo entrar a mi casa, por más que me quiera sobornar con regalos. Hay mejor gente por ahí, que no me estará enrostrando lo reducido de mi pavo o cuánto me gasté en los regalos: Jesús, San Nicolás, el Ekeko, los Reyes Magos y el Fantasma de la Navidad Presente. No me parece que alguien que desprecia a los pobres por el mero hecho de serlo se merezca un sitio en una Fiesta presidida por la generosidad y la alegría.

La gran mentira

Tal como mi hija me enseñó, la Navidad es otra cosa. Es inocencia, sí, pero también el desencantamiento cuando se pierde. Cuando eres niño y careces de malicia, puedes creerte que la Navidad es hermosa y disfrutar de los colores, la música y la alegría, porque no sabes que la vida puede ser hermosa y a la vez una carga atrozmente pesada. El Fantasma de las Navidades Presentes no ha llegado aún para recordarnos que la Navidad no son sólo compras y ventas. Es posible que enterarte de que Papá Noel no existe sea un hito en ese proceso de “integración social” por el que los niños tristemente tienen que pasar. Percibir que son tus padres los que te regalan invierte la visión sobre la sociedad en que se vive, de lo que “debería ser” a lo que realmente “es”. La mayoría de los padres no tiene la más remota idea de cuándo sus hijos se enteran que Papá Noel no existe, y continúan dándole a la gran mentira como si nada pasara. Algunos incluso tratan de traspasar este estado de catatonia emocional navideña basada en la inconsciencia y la abundancia, aunque sea artificial. Parece que son los adultos los que no quieren crecer y aspiran a seguir creyendo en pajaritos de colores, como si nos instaláramos en medio de la creencia / no creencia, como si en el fondo de nuestra alma creyéramos que Papá Noel existe, que se nos hará justicia algún día, que Alguien se hará cargo de todo. Una suerte de esquizofrenia navideña generalizada, por la que nos escondemos de la realidad, esperando que la “solución” nos venga de afuera.

La Navidad: Una oportunidad

Pero puede haber Navidad para los adultos si te liberas de la presión social, lo que siempre es ir contracorriente. Una visión desencantada de la Navidad no excluye recuperar el encantamiento a la adulta, si es que eres capaz de ver más allá de tus corporativas narices, y tratas de ejercer la generosidad y la alegría por decisión personal e intransferible. Que una mesa bien provista no es pecado, ni regalar es maldad. El tema es cómo lo haces, cómo celebras. La Navidad puede ser una oportunidad, como Charles Dickens vio con tanta claridad. Después de todo, recuerda de quién es Su Cumpleaños. Tal vez no podamos poner las cosas en su sitio, pero siempre podemos intentarlo. Incluso si tu inocencia se desbarrancó en el agnosticismo o el ateísmo, puedes disfrutar de la Noche Buena – por cierto, qué nombre más bonito para una Noche - y siempre puedes acordarte del motivo original de la Fiesta: Aquél que hizo andar a los cojos y ver a los ciegos.

Tengo que contar también que me he reconciliado con el Árbol de Navidad. Pensaba yo en mi estrechez que el Árbol de Navidad no nos pertenece en estas tropicales latitudes. Pero me enteraron de un par de cosas que me gustaron: Allá, en el lejano Norte – donde también resulta que es Navidad – el verde árbol adornado con velas, tan pobremente representadas en esas “luces de colores” que tan profusamente se venden, es la manera de las gentes sencillas de no permitir que el Sol del Invierno se vaya en su larga noche invernal. Qué humano parecido le encontré a nuestra viejísima y andina tradición de “amarrar el Sol”. Y así ahora simpatizo con esa secular manera de traerse el Sol con nosotros en esa Noche Buena, de cuyo frío tenemos igual idea en nuestras Montañas. Y además esas gentes, que como nosotros no tienen nada de bobas, guardaban al costado de las velas encendidas de su Árbol cubos de agua y arena … para prevenir que celebrar la Fiesta no resulte en el incendio de la casa. Hay algo que aprender ahí, que no haya más Mesas Redondas que enluten nuestras Navidades, y que aprendamos a apagar las luces, que Navidad no es presumir de mis luces hacia afuera, sino iluminar nuestras vidas hacia adentro.

Colofón: Navidad en Tiempo Real

Tantas veces he tenido que trabajar Nochebuena y Navidad, que no puedo menos que sentirme solidario con todos aquellos que deben hacerlo para llevar el pan a su mesa, en especial cuando están en el servicio como los buenos. La Navidad es así para mí el ejercicio directo de la Solidaridad, el tratar de velar por los demás, el tratar de no ser felices solamente nosotros y los nuestros. Como en el Cuento de Navidad, hay un espíritu poderoso y generoso que recorre los lugares en que trabajan los obreros y empleados de turno, los marineros, los policías en servicio, los bomberos, los médicos y enfermeras, los telefonistas, los vendedores, los que laboran en aeropuertos, restaurantes y hoteles. También está en donde residen los emigrantes que añoran la patria lejana, el ambiente emocional en que se criaron, las familias y amigos que dejaron atrás. Y está en todos y cada uno de aquellos que tratan de hacerla mejor para todos los que no pueden. Esa es la Navidad en Tiempo Real, no el escaparate ni las luces, aunque éstas puedan contribuir a su escenografía. Si no hay luz en la conducta, de poco servirá que dejemos el símbolo prendido toda la noche. Y así saludo la Navidad de todos mis lectores, en especial a los que tienen que trabajar esos días, deseando que puedan construir una Navidad que sea mejor que la que existe. Y punto.

viernes, 16 de diciembre de 2011

CONTRA LA NAVIDAD

Peru Blogs


“Los padres no existen, todo es un montaje de Santa Claus” 
(Yo)

“Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año.” 
(Charles Dickens, Cuento de Navidad)


Entiendo que el título de este artículo es suficientemente provocador, y por otra parte tampoco es que constituya precisamente noticia. El Capitalismo de Libre Mercado instrumenta todo lo que existe para vender, y eso no es ni bueno ni malo, simplemente establece una escala de valores propia, que patentiza lo que es importante y lo que no, y como lo que realmente importa es la ganancia, pues de eso se trata la Navidad. Quien crea otra cosa, discúlpenme, o posee una fe tal vez excesivamente robusta en la bondad humana, o una impresionante bandada de pajaritos en la cabeza. Hacer alharaca por estar contra el “materialismo capitalista que trastoca la idea de la Navidad”, o a favor de una especie de “escala de valores espirituales que debería presidir las fiestas navideñas” me parece francamente ingenuo o hipócrita. Es como oponerse a la salida del Sol por el horizonte, o estar a favor del solsticio de verano. Y dado que estamos en esas épocas, me parece pertinente disparar algunas reflexiones desmigajadas sobre el tema.

Si le hablamos de la Navidad como expresión de “materialismo capitalista” a los que no tienen chamba o plata, veremos cuán dependientes son los “valores espirituales” del simple hecho de no tener chamba y plata, peor aún si se carece de ambos. En la realidad real, quizá no haya peor sensación navideña que la de sentir la expectativa de recibir regalos de los hijos propios, y no tener con qué. Hay muchas variantes de este hecho, porque de repente puedes tener hasta chamba, pero también deudas, y tu grati – si la tienes – se destina a ponerte al día con tus cuentas. Quien mejor celebra las Navidades es el Sistema Financiero, que nos tiene a todos agarrados de salva sea la parte. Así el corazón se nos endurece y el alma se nos marchita un poco más cada año, hasta que la inocencia original propia de la Navidad desaparece por completo, decapitada por la realidad. Cuando reflexiono en ello siempre recuerdo lo que me decía un profesor de marxismo: No sólo de pan vive el hombre, pero sin pan el hombre no puede vivir. Los críticos de la Navidad que se publicitan en medios de comunicación por lo general lo hacen en nombre de una moralina aburguesada, que invoca principios con demasiada facilidad, y con la misma se olvidan fácil de las personas de verdad. Por otra parte, se burla uno de la gente si se desprecian sus pequeñas alegrías, y esa burla es sangrienta cuando destruye las ilusiones de los niños. Así que ni condeno la Navidad ni la aplaudo, sino que trato de ver qué hay realmente en ella, no en su “mismidad” (término que me hace sonreír un tanto, y demasiado debatible), sino en lo que realmente vivimos en ella.

Navidad: La fiesta del estrés

Charles Chaplin, el genial comediante británico, odiaba la Navidad, según testimonio de su hija Geraldine. O tal vez no era que la odiara, pues que sepamos jamás levanto una palabra contra ella. Simplemente no le veía el punto a celebrarla, si no era por los niños. No la sentía su fiesta, y la veía tal como lo que realmente era, y es. Chaplin había surgido del fondo de la más podrida miseria londinense, y con seguridad de niño, en esos espantosos días navideños, recorría sin zapatos las calles y miraba las relucientes vidrieras repletas de juguetes y alimentos y golosinas que no eran para él. Y así conservó toda su vida esa general antipatía contra la Navidad, que marcaba con tanta efectividad las distancias sociales en las que había nacido. Eso nos explica en parte sus grandes preocupaciones sociales, a la vez que su desaforada capacidad de trabajo, una especie de juramentación personal de jamás volver a ser pobre. Y esto es tal vez lo más horroroso de la fiesta navideña, la institucionalización de la hipocresía social, a la que queramos o no quedamos expuestos en los días navideños. En el fondo, la mayoría de nosotros sabemos en nuestro interior que esta Fiesta no es nuestra, no nos pertenece, y lo único que nos crea son dolores de cabeza, estrés, empujones y la posibilidad de ser robados. Porque la Navidad también es época de ladrones y rateros.

El Cuento de la Navidad

Quizá la expresión literaria más impresionante de estas épocas del año sea el Cuento de Navidad de Charles Dickens, en su versión original, claro. Recordemos que, como a todo lo navideño, al Cuento de Navidad se le ha domesticado en sus mil y una versiones en cine y televisión, porque a fin de cuentas se trata de que haya audiencia televisiva o asistencia a los cines para que las ruedas de la economía sigan girando. Y eso, en sí mismo, no tiene nada de negativo, pues la gente debe trabajar para vivir. Pero Dickens era uno de esos moralistas de a verdad, que presentaba las inconsecuencias y falsedades del discurso navideño con suprema ironía social y con profunda fe en la realidad individual del hombre. Para él la Navidad no era solamente una Fiesta, era una oportunidad. Su Fantasma de las Navidades Presentes – el centro mismo de su Cuento – no es un edulcorado producto comercial, es un robusto personaje adornado de hojas de acebo, alegre y muy realista, metido en la fiesta hasta el tuétano, pero a la vez lúcidamente portador de terribles nuevas, expresadas en esos dos seres abyectos - la Ignorancia y la Necesidad - que cobija bajo su manto y que, en la escena más dramática de toda la obra, muestra al avaro Scrooge, restregándoselos en la cara y haciéndole saber que los grandes males de la miseria humana no se detienen porque haya Navidad, que la gente se sigue muriendo de hambre y de frío, y que el dolor sigue siendo la marca de la condición humana. El Fantasma, por otra parte, no es un amargado, pues después de todo la vida sigue, y sin olvidarnos de nada de lo negativo, nos podemos permitir, como decía San Agustín, hacer el loco una vez al año.

El mito de Santa Claus / Papá Noel

Las ruedas de la economía no funcionan bien aceitadas cuando la gente es consciente de lo que pasa, porque a fin de cuentas se trata de consumir y gastar, y los marketeros saben hace mucho que hacerlo inconscientemente redunda en más gasto. Surgen entonces los diversos recursos que el marketing ha ideado desde hace más de un siglo, y el más interesante para mí es el famosísimo Santa Claus, que por estas tierras llamamos afrancesadamente Papá Noel. Santa Claus pertenece a la Tradición Nórdica europea, aunque su base histórica – siempre hay quien la recuerda – es un Obispo del Asia Menor, hombre en apariencia de enorme caridad. El cómo un Obispo generoso se convierte en un personaje de fábula que vive en el polo Norte y recibe cartas con solicitudes de regalos es tal vez uno de los grandes ejemplos de cómo se forman los mitos a lo largo de la historia. Vale la pena examinarlo tal como realmente es: Santa Claus es realmente un premiador y castigador, no fue ideado como un tipo buena gente, y en algo se parece a ese Fantasma de las Navidades Presentes, que es posible incluso inspirara su creación a algún olvidado genio del marketing. El mito muestra que Santa Claus es una figura masculina dadora de obsequios a los niños que se han portado bien, se le nota claramente la imagen paterna introyectada y reforzada por su barba blanca, pues es un superpapá social. Y aunque es muy viejo, es también muy vigoroso, pues nadie puede recorrerse todo el mundo en una noche sin por lo menos tener fortaleza física. Es, además, CEO – Presidente del Directorio - de su propia corporación, con empleados, fábricas, líneas de producción y redes de distribución y ventas. Su contracción al trabajo la mayor parte del año justifica su situación de padre ausente, pues es un gran proveedor. De hecho es todo un Señor Capitalista, pero con principios morales pues. No creamos por ello que regala porque sí, el obsequio navideño está condicionado a tu conducta, es un toma y daca: Tú te portas bien, él te regala lo que le pides en tu carta. Cuando pones tus medias o calcetines en la chimenea lo haces con la esperanza de que en la Nochebuena Santa Claus te las llene de los obsequios que le has pedido. El mito original – convenientemente olvidado – dice que si te has portado mal, lo que encontrarás en tus medias será carbón. Y que me aspen, pero para mí está clarísimo que si tus padres son pobres lo que encontrarás será carbón, y eso quiere decir nada más y nada menos que solamente hay una falta imperdonable: La de no tener plata. He ahí para mí el verdadero mensaje navideño de Santa Claus: No hay más falta social que la de ser pobre. Te tocará el carbón.

Y he ahí porque no me gusta ni jamás me gustará Santa Claus ni todo lo que representa. Si creemos que la Navidad es una Fiesta del Amor, Santa Claus debería ser erradicado como representante de un deber-ser que de humano mucho no tiene. Prefiero cualquier otra contrafigura. La Tradición española, de la que fuimos herederos hasta que entró Estados Unidos con todo, nos presentaba a los Reyes Magos como los dadores de regalos, separando los regalos de la Navidad, y ello, tal vez, resultaba mejor. Pero lo cierto es que los Reyes Magos ya fueron.

La gran mentira

La Navidad, Papá Noel / Santa Claus, los Reyes Magos y todo eso. Tratemos de ver el asunto desde la perspectiva de un niño. Los niños, aún los hijos de padres que les pueden proporcionar una Navidad como debería vivir cualquier niño, pasan por un proceso que podríamos llamar de “desencantamiento”. Cuando eres niño y tienes presente toda tu inocencia - en el sentido verdadero de inocencia, es decir de ausencia total de malicia - puedes creerte que la Navidad es hermosa y disfrutar de los colores, la música y la alegría, porque eres inconsciente de que la vida puede ser hermosa y a la vez una carga atrozmente pesada. El Fantasma de las Navidades Presentes no ha llegado aún para recordarnos qué es verdaderamente la Navidad, si es que algo es aparte de ventas. El tema está en que empiezas a dejar de creértela cuando te enteras que Papá Noel / Santa Claus no existe. Y cuando ves que son tus padres los que te hacen los regalos, se produce una inversión de la visión que se tiene sobre la sociedad, de lo que “debería ser” idealmente, a lo que realmente “es”. Yo estoy casi seguro que el 90 % de los padres no tiene la más mínima idea de en qué momento sus hijos se enteraron que Papá Noel / Santa Claus no existe, y continúan dándole a la gran mentira como si nada hubiera pasado. De los niños, para bien y para mal, nada me sorprende, pero que los adultos continúen en estado de catatonia emocional navideña me implica que emocionalmente no crecemos y seguimos creyendo en pajaritos de colores. Es como si nos instaláramos emocionalmente en medio de la creencia / no creencia, como si en el fondo de nuestra alma siguiéramos creyendo que Santa Claus / Papá Noel existe, que nos hará justicia algún día y que Alguien se hará cargo de todo. No puedo culpar a nadie de tener creencias religiosas, la religión responde a una profunda necesidad humana, pero no puedo menos que recordar lo que decía Jesús – sí, ése, del que se supone celebramos su Nacimiento – que no se puede adorar a Dios y a Mammón – la plata, para los que no sepan. Un tercio excluido ético sobre el que vale la pena reflexionar en estas fechas.

La Navidad: Una oportunidad

Una visión desencantada de la Navidad, desprovista de ilusiones y pajaritos de colores es un producto no muy diferente del producido por cualquier otro desencantamiento, marca de esta época. Como adultos bien podemos asumirla de diferentes maneras, lo que es un producto aceptable de la postmodernidad. La Navidad puede ser asumida, como Charles Dickens vio con tanta claridad, como una oportunidad para cada persona. Tal vez no podamos poner las cosas en su sitio, pero siempre podemos intentarlo. Simpatizo con el hecho que se diga que no hay Navidad sin Jesús, lo prefiero con mucho a Papá Noel / Santa Claus, es mejor gente y después de todo es su Santo /Cumpleaños. Si ya eres agnóstico o incluso ateo, siempre puedes disfrutar el día. Si estás preso del estrés y de la angustia navideñas, siempre puedes librarte algo de ellas y pasarlo como mejor puedas, así no tengas plata.

Colofón

En el transcurso de mi vida he tenido que trabajar Nochebuena y Navidad muchas veces, y por ello me siento solidario de aquellos que tienen que hacerlo, en especial cuando están concentrados en el servicio a otras personas. Creo que la Navidad consiste básicamente en la Solidaridad, en el tratar de no ser felices nosotros solos. En ese sentido la canción de Navidad que más me gusta es la de Perales: “Navidad, Navidad / en la nieve y la arena. / Navidad, Navidad / en la tierra y el mar.”, que me hace pensar en los marineros, los policías en servicio, los bomberos, los médicos y enfermeras, los telefonistas, vendedores, personal de aeropuertos, restaurantes y hoteles, todos los que con su trabajo constituyen parte esencial de una vida civilizada, y cuya labor muestra en tiempo real la solidaridad entre los seres humanos. Y es así como dejo mi saludo navideño a todos mis lectores, en especial a los que tienen que trabajar esos días, deseándoles que puedan construir una Navidad que sea algo mejor que lo que existe, en la que podamos construir un significado que valga la pena. Y punto.


miércoles, 26 de octubre de 2011

CONTRA LA SOBREPROTECCIÓN




“La culpa de nuestro destino, querido Horacio, no es de nuestro destino, es nuestra” – William Shakespeare, traducción libre)

En general todos tenemos Miedo. Y no cualquier miedo, sino uno difuso, sin dirección ni brújula, análogo al que los niños sienten cuando de repente caen en que están en un entorno perfectamente desconocido, mirando a todos lados y sin ver nada que puedan identificar. El miedo se refiere a eventuales riesgos o peligros que deberemos enfrentar en algún momento, no sabemos muy bien cuales, pero estamos muy seguros que ahí están, y tenemos miedo precisamente porque aunque no sabemos de qué se trata, nos imaginamos los peores escenarios posibles, y así derivamos en la angustia, la ansiedad y el estrés.

Sobreprotección

¿Qué cuernos tiene todo esto que ver con la sobreprotección? Pues simple. Si le preguntamos a mamis, papis y profes la pregunta del profesor Jirafales: Por qué razón, motivo o circunstancia protegen a sus niños y niñas, nos dirán que es porque tratan de evitarles peligros, riesgos y daños. En principio muy bien, y con algunos centenares de miles de años de práctica, por lo que ha terminado por meterse en nuestros genes, resultando que aún el papi o mami más capaz de dejar que un pobre se le muera de hambre en su puerta siente la necesidad de proteger a su descendencia. También hay modos culturales específicos de proteger a la prole. En nuestra tradición nacional, que proviene - aunque a algunos no les guste - de la Grecia y Roma Clásicas intermediadas por las Españas y otros más, proteger a los niños y niñas es un trabajo parental con preponderancia materna, o quizá sea mejor decir femenina. Está asociada a la presencia materna, a la emotividad, contrarreflejada en el endiosamiento de la madre de cabellos canos, al matriarcado, a la tradición que se va y a los valores que siempre decimos es preciso recuperar. Así se configura en nuestras sociedades un fenómeno interesante, al que muchos personajes de gran lucidez se han referido de manera tan aguda como perfectamente inútil: La Sobreprotección.

Breve descripción irónica

Tratemos de describirlo para precisarlo. Que me perdonen si me pongo irónico, pero no es para menos. Las mamás les ponen chompas a los niños cuando ellas tienen frío. Hay niños que salen en la mañana con cuatro camisetas, una encima de la otra, un día de sol, pues podrían atrapar un virus y fallecer de pulmonía o tuberculosis. Hay niñas y niños que conocen la calle solo por foto, pues no se les permite salir a ella por estar erizada de violadores, asaltantes, asesinos, combis asesinas y contaminación ambiental. Hay niñas y niños en hogares que parecen restaurantes, pues no comen la comida del día que no les gusta, y los hogares se transforman en restaurantes con menús a la carta. Hay niños y niñas de cierta edad a los que no se les permite usar los muy peligrosos cuchara y tenedor, y ni mencionar los afilados cuchillos, y para evitar la posibilidad de cortes se les pone el alimento en la boca, y si se puede previamente masticado. Hay niñas y niños que no pueden aprender a caminar pues cada vez que lo intentan hay papis, mamis y amas de cría que temen que se caiga y se haga daño. La enfermedad, en esta época de virus y microbios – perdónenme, tengo entendido que todas las épocas han tenido sus microbichitos – acecha a niñas y niños, así que se les atiborra de vitaminas y minerales – que están y siempre han estado en los alimentos que no comen porque no les gustan – y de remedios y programas de Salud que se emplean rarísima vez, pero que se pagan religiosamente todos los meses. Como los niños y niñas pueden llegar tarde al colegio y eso es terrible, “se gana tiempo” vistiéndolos. Como pueden hacerse daño con las esquinas de las mesas y otros muebles – artilugio malvado inventado por los ebanistas para dar chamba a los médicos – entonces que ni se encaramen en una silla ni caminen ni salten, no sea se claven y mueran. Juro y prometo que he visto mamis, tías y abuelas aparecer como un pelotón de Fuerzas Especiales para cubrir con las manos las esquinas de las mesas cuando un chico de 10 años pasa a unos 50 centímetros de distancia. No se permite a niñas y niños bajar o subir la escalera sin una mano de apoyo o un paracaídas, porque las escaleras son inclinadas, y hay que defender a los niños de la fuerza de la gravitación universal. No se enseña hoy en día la costura y el tejido, enojosos procesos que quitan tiempo al iPod o al Wii, y que exponen a los chicos a las riesgosas agujas y palos de tejer. Se cubren los tomacorrientes con adminículos plásticos especiales para que no introduzcan los dedos en un arranque de investigación científica. No se permite a los chicos el complejo proceso de cruzar la pista, a no ser tomados de la mano, aunque el vehículo más cercano sea una carreta de caballos a una milla de distancia. El montar bicicleta es un deporte en vías de extinción, pues hay riesgo de caídas con raspones o de chancado por un trailer de 90 toneladas que justo podría pasar por ahí.

Suficiente de ironía. Es verdad que los chicos necesitan protección, eso ni qué dudarlo. Nunca me falta quien me toma el rábano por las hojas y piense que cuando abogo por algo, me voy al otro extremo y quiero matar criaturas. Ya pues, no soy extremista. Hecha esta acotación sigo con el tema.

Hablemos sin Anestesia

La sobreprotección impide que los niños y niñas vivan experiencias habituales e ineludibles que comporten su adecuada socialización, de acuerdo a su entorno y a los años de vida que tienen. Sin entrar en tanto barullo conceptual, la Socialización es, básicamente, el proceso de adquisición de conductas, costumbres y valores – sí, valores, esos que dicen que se han perdido – propios del grupo en el que se ha nacido, en el que se vive y en el que con toda probabilidad se seguirá viviendo. Por eso existe la Educación, proceso con el que la Sociedad retransmite sus valores a través de las conductas y costumbres que efectivamente existen y pasan de generación en generación. Esas costumbres y conductas no son intercambiables con los de otras culturas, sino que constituyen el mismo meollo del cómo los niños y niñas se relacionarán con sus pares, sus mayores y menores; así como con los diversos grupos y subgrupos que conforman la sociedad. Son experiencias ineludibles, que no pueden pasarse por alto. Los niños las vivirán, si no cuando deben pues después, cuando sean púberes, adolescentes o jóvenes. Pero sin protección, desnudos de habilidades y con sus propios y escasos recursos.

Pobrecitos, mis calzones

La sobreprotección solamente protege a los niños de una cosa: De experimentar la vida. A vivir se aprende viviendo, y la falta de experiencias no es, como vemos, producto de la casualidad o de que el planeta Tierra esté inclinado. Reconoce una causa, y esta causa es la sobreprotección que se viene instalando en nuestros códigos culturales. ¿Es tan mala, desagradable y horrible la vida que tenemos que proteger a nuestros vástagos de ella? No hablamos aquí de los excluidos, que por serlo precisamente padecen cortapisas en sus posibilidades de vivir una vida plenamente humana, que sí se merecen una protección que la sociedad les niega. Los ciudadanos quechuahablantes, indígenas, afrodescendientes, discapacitados, mujeres u homosexuales son exceptuados de amplios aspectos del ejercicio de la cultura de la que técnicamente forman parte. No es nada casual que una de las primeras reacciones de un ciudadano promedio frente a la conciencia de la exclusión en una persona concreta sea decir “pobrecito fulano, es negro, indio, maricón o ciego”. Digámoslo de frente, no son “pobrecitos”, son excluidos, que es algo muy diferente, y a lo que sí se le puede poner remedio. Este trato es continuación de la manera en que nos referimos a los niños y niñas cuando se caen y se raspan una rodilla, o cuando lloran porque la comida no es la que ellos les gusta: “Pobrecito mi hijito”. Para decir qué pienso al respecto emplearé una expresión italiana de la edad media: “Pobrecitos, mis calzones”.

Dejémonos de coartadas y racionalizaciones, de justificaciones y chantajes emocionales, de evasivas y angustias. El adulto es adulto precisamente porque es autónomo, es decir porque ha adquirido y emplea plenamente esas habilidades sociales que los niños deben aprender para integrarse a la sociedad. Mucha verdad decía un mi amigo hace luengos años, cuando ya jóvenes adultos criticábamos esta trama social: “En el Perú la adolescencia dura hasta la vejez, por lo menos”. Crecer es una chamba a la que la sobreprotección se opone. Abundan pobrecitos manganzones de 25, 30, 35 y 40 años que aún esperan que les tiendan la cama y que venga mamá a hacerles la comidita, que no saben valerse por sí mismos porque se les enseñó en la práctica desde mocosos que mamá estaba ahí para atenderlos. La invalidez emocional se aprende, la dependencia se instila, y es funcional porque resulta muy conveniente para todo el mundo: Para cubrir la necesidad de mamis y papis de licuar su ansiedad frente al futuro, por ejemplo para asegurar la pensión de vejez que el estado y la sociedad niegan; así como para los liderazgos sociales, políticos y económicos, pues mientras más minusválidos emocionales seamos más fácilmente manipulables seremos; e incluso para los dependientes mismos, ya que es más fácil echarle la culpa de nuestras desgracias y problemas a toda suerte de entidades metafísicas, como la educación, la historia, la Iglesia católica, el comunismo, el neoliberalismo, la novena sinfonía o la perestroika, y justificar nuestro inmovilismo mientras esperamos la gloriosa venida de la autoridad que resolverá nuestros problemas. Así nos quedamos insertos en la espiral de nuestros Miedos, que además pasamos a nuestros hijos.

Fenomenología de la Sobreprotección

La razón por la que el adulto sobreprotector sobreprotege es sencilla: Para licuar su propia ansiedad, su propia angustia y sus propios miedos. La posibilidad de que los miedos se corporicen en algo concreto que me afecte es lo que me quita el sueño. La lista es inmensa: Desempleo, Inflación, Terrorismo, Epidemias, Rayos Ultravioleta, Transgénicos, Tránsito, Delincuencia, Corrupción, Narcotráfico, Bombardeo meteorítico, etc, etc, etc. Pero todo esto son conceptos, y nada más que eso. Sus expresiones en la realidad que vivimos sí pueden revestir mayor o menor gravedad en el tiempo, y cuando la tienen se enfrentan conociéndolos y arbitrando medidas específicas para resolverlos o al menos paliarlos. Eso es lo que los adultos hacen frente a los problemas. Pero nos llenamos la cabeza de temores, dejamos de pensar y nos angustiamos en nuestra dependencia.

Un meteorito podría caer sobre mis retoños justo cuando salgan a la calle mañana en la mañana. Podría ser muy grande y acabar de paso con toda la vida en el planeta. Podría ser. Pero no necesito ser astrofísico para que la experiencia me diga que no es común que caigan meteoritos, por lo menos no en Barranco temprano en la mañana. Sabemos que cae un meteorito que hace chichirimico toda la vida del planeta una vez cada cierto número de centenares de millones de años. No es que no pueda pasar. Pero la gente no deja de salir en las mañanas porque puede caer un meteorito. Que el riesgo existe, claro que existe. No hace tanto cayó un meteorito en el mero Nueva York y otro en Puno. Pasa todo el tiempo. ¿Es eso motivo para que mis hijos no vayan al colegio, o vayan con una escafandra metálica?

Aparte del cálculo inteligente y sensato de los riesgos realmente existentes, lo demás es puramente miedo, y el miedo, como mencioné en mi artículo “Miedo” en este Blog, es básicamente irracional, es decir, no piensa. Si bien es cierto hay riesgo en todo lo que pasa y en todo lo que hacemos, cualquier persona con una ñisca de cerebro se tiene que dar cuenta que todo el mundo se hinca con la aguja cuando aprende a coser, y que todos los niños derraman la comida cuando aprenden a comer, y que cuando hace sol la chompa de más solamente le dará más calor e incomodidad porque no sabrá qué hacerse con ella. Luego usted lo resondrará por perder la chompa, el círculo de su angustia se cerrará  e iniciará otra vuelta, y ahora usted tendrá miedo de que pierda la ropa, y se la amarrará. Todo se aprende, porque todo necesita aprenderse, y todo aprendizaje tiene un costo.

La reacción desmesurada del adulto procede de ciertos condicionamientos culturales que no carecen de importancia, porque como hemos visto, no es que no haya riesgo. Así que, señora, no se vaya al otro extremo y suelte a su hijita cuando cruza la pista porque tiene que aprender a cruzarla. El aprendizaje viene solito en muchas cosas, pero no en las cuestiones culturales. Para que aprenda, al niño hay que enseñarle, y su primer deber, señora, es superar sus propios miedos irracionales y meterles principio de realidad. El carro te puede chancar, sí. Y si chanca, duele harto. Pero no si está a dos cuadras y va despacio. Entre las muchas formas que tienen los niños para aprender está el muy potente instinto de la imitación – lo que llamamos ejemplo -, y si la ven a usted cruzando como loca la pista por el medio de la calzada, de nada vale que la agarre de la manito. No solamente le enseñó usted a su hija que es una tonta que no puede cruzar sola una calle, le enseñó también que SU autoridad de usted es más importante que lo que ven sus ojos de ella, y además le enseñó de qué manera le podrá sacar de quicio y sacarle la vuelta cuando sea adolescente, le pase la factura, y se zurre en todo lo que le dijo durante catorce o quince años. Eso sin contar la contradicción en la que ha caído entre su discurso y su conducta, que la niñita mira con toda claridad, y que introyectará y repetirá. Pero aunque no hubiera contradicción, todo lo demás sigue ahí.

Atarse los cordones de los zapatos, o abotonarse, por ejemplo, son operaciones importantes para la adquisición de ciertas destrezas motoras. Si usted le abotona y le ata los cordones durante, digamos, cinco o diez años, lo que no es nada raro ¿se puede saber cómo y cuándo va a adquirir el retoño esas habilidades motoras? Eventualmente lo hará de todos modos, tanto porque usted no estará ahí todo el tiempo para abotonarle, como porque los niños no son idiotas, y terminan por hacer lo que tienen que hacer, aunque, claro, usted no lo supo proteger del retraso motor que ahora sí tiene. Y empleo adrede la palabra retraso precisamente por el sacrosanto terror que despierta, porque es parte de la sobreprotección ese miedo al “retraso”, del que el peor de todos es el miedo al “retraso mental”, que causa precisamente lo que trata de evitar. Además está el tema de la autoestima. Un chico que no sabe abotonarse o atarse los cordones de las tabas lo tendrá que intentar cada vez a que se le desabotone la camisa o se le desaten los zapatos. Y no todas las familias sobreprotegen, o no lo hacen tanto como usted. En un entorno en el que todos saben abotonarse y su retoño no, la autoestima de su vástago termina en el basurero. Aunque usted no lo crea.

Desmesura y desorganización

El problema es que los adultos que sobreprotegen no están pensando, y no lo hacen porque no se lo enseñaron en su momento, de repente por sobreprotección, ya sabemos que el pensamiento puede resultar peligroso. Pero la capacidad de pensar es algo que viene dado en el cerebro, y a pesar que nos esforzarnos durante años por destruir esa capacidad seguimos pensando, y tan mal no lo hacemos en muchos aspectos. La cosa es llevar la capacidad de pensar donde sea útil. Sea usted sensato(a) y no se desorganice. No me venga ahora con el sentimiento de culpa, dé violentamente marcha atrás y quiera empezar todo de cero, como si en cinco minutos y con palabras fuera usted a arreglar las tamañas metidas de pata que ya cometió. Respete a sus hijos y quiéralos como son, que después de todo si son como son, la responsabilidad es suya. Pero no tiene que conformarse, piense qué hacer y cómo hacerlo. Y cálmese, recuerde que el enemigo es la ansiedad, no los chicos.

Ansiedad

Es que el problema, señoras y señores, no lo tienen sus hijos. Los tiene usted. No son tantas las personas que hayan vivido tan tremendas experiencias que lleven a sobreproteger a la descendencia para compensar el propio temor, aunque es verdad que abunda eso de “que tenga lo que yo no he tenido”. Incluso de ser el caso se puede entender, aunque no justificar, pero cuando menos habría algún asidero real. Se equivocarían igual o peor, pero tendrían disculpa. El problema es que en la gran mayoría de los casos no es así.

El origen de la sobreprotección a niñas y niños puede hallarse en cómo enfrentamos nuestros problemas cotidianos. La sensación de inseguridad reinante es fomentada desde los medios de comunicación y tiene su propia agenda, pero hay base real en la profunda impotencia que los padres y madres sienten frente a las tensiones de no saber si habrá trabajo o ventas hoy, mañana, la otra semana o el próximo mes y año, si habrá qué comer mañana o el próximo mes, si alcanzará la plata para pagar los dos o tres préstamos bancarios en que se incurrió para tener un techo encima o para educar a los hijos, si remitirá algo el maltrato diario que se vive en las ciudades – tránsito, delincuencia, contaminación, corrupción -, si el matrimonio o la convivencia funciona o es un asco, si …..

Hay tantos condicionales en nuestra vida que en realidad no debería haber ironizado tanto alrededor de este tema, y hasta un poco me arrepiento de haberlo hecho. Nuestra cultura entera está enferma de ansiedad y estrés, y es humano que tratemos que ese estrés y esa ansiedad no pasen a los hijos, aunque nos equivoquemos de medio a medio en el cómo hacerlo, y creemos que no lo hacemos cuando es precisamente lo que hacemos. Es que nadie nos enseñó y tenemos que aprenderlo sobre la marcha. Lo cierto es que las personas, en especial aquellos que nos entendemos como contestatarios de la sociedad, tenemos que reaccionar contra este rasgo constitutivo de la vida social, de manera inteligente y proactiva.

Colofón

Parece que tenemos entre manos un problema social grave, e incluso de Educación y Salud Públicas. Hay demasiadas consecuencias de la Sobreprotección que se reflejan socialmente: La obesidad infantil, la malnutrición, el problema adolescente en general, el embarazo no deseado, el consumo de drogas y alcohol, y muchos otros males sociales tienen indudablemente en la sobreprotección uno de sus determinantes. No es entonces cosa únicamente individual, aunque es obvio que las personas algo podemos hacer al respecto.

Para dejar de sobreproteger a los niños y niñas hay que empezar por que los papis, mamis y demás educadores enfrenten sus propios temores. No le podemos dejar más eso a los libros de autoayuda. Nada se transmite que no se posea. Si lo que me manda es la ansiedad, pues eso transmitiré. Si lo que me manda es la sensatez, eso transmitiré. Puedo hacer las cosas mejor con mis hijos, pero tendré que asumir las cosas de manera diferente, más comprometida conmigo mismo, con mi sociedad y con mi descendencia. El amor es una cosa muy buena, y empieza con un sensato amor a sí mismo, porque si yo no estoy bien, mis hijos no estarán bien. Empecemos por deconstruir esos temores que nos acosan, deshagámonos de ellos afrontándolos con energía y madurez, y tomemos la vida con un poco más de calma. Es parte del reto de estar vivo. Vivamos para verlo.

P.D. Sospecho que seguiré escribiendo sobre esto. Que me perdonen mis lectores, pero el tema da para mucho más.

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