80 a 84 - CRÓNICAS DE LECTURAS

CRÓNICAS DE LECTURAS – 80
Literatura Infantil (III) - Hans Christian Andersen

I
Biografía de un exilio interior

En Crónicas anteriores exploramos los cuentos infantiles y les hallamos una suerte de fin pedagógico de enseñar a los niños “qué es la vida”sin ocultar sus rigores y dificultades. En la actualidad la moda se ha volteado hacia el ocultamiento de lo desagradable, por razones igualmente honorables y pedagógicas, aunque sospecho más bien una sensación de culpa enlos adultos respectode la realidad, disfrazada de censura y “rebaje” de los cuentos, con lo que no hay que explicarle a los niños por qué no hacemos nada para arreglar las cosas.Charles Perrault inicia esta “autocensura”, aunque sus cuentos aún son fuertes para la delicada sensibilidad del Siglo XXI. Los Hermanos Grimm censuran y modifican en función del “buen gusto” de la decimonónica burguesía germana y no por proteger a los niños, pues los cuentos que recogen son para niños y adultos por igual, o cuando menos eso creen. En cambio, Hans Christian Andersen (1805 – 1875) rompe el molde y responde a otra categoría, a otro modo de ver las cosas, a otro tipo de narrador, a una raza diferente de escritor. A diferencia de Perrault o los Grimm, está más comprometido consigo mismo que con sus argumentos o sus lectores, se le podría definir como una desigual mezcla de Jack London, Franz Kafka y sus gotas de Howard Lovecrafty lo real-maravilloso, si tal mescolanza es posible. Andersen es producto de la movilidad social de la Dinamarca de entonces, su ubicación social dependía de una permanente habilidad para doblar el espinazo y mostrar el debido agradecimiento por el privilegio de ser gente. Importaba mucho dejar constancia de la humildad del propio origen a fin de no pasar por molestos cuestionamientos. Andersen venía de familia pobre, y aunque contemporáneo de Karl Marx y del fantasma del comunismo que en sus días recorre Europa, no da traza alguna de acusar recibo del hecho, que con él no es. Estaba demasiado ocupado trabajando como una mula y empleando su talentoen no volver a la pobreza, se parece en esto a ese otro grande y desesperado chambeador, Charles Chaplin.

El frágil Hans fue protegido por los amigos que hace en sus oscuros y amargos principios en una hosca Copenhague. Trata de ser cantante de ópera,actor o bailarín, y consigue ser protegido del Rey Federico VI, que le enviará a la escuela, donde se encontrará a sí mismo como poeta.La retorcida y epicena personalidad de Hans refleja el gusto romántico de la época, lo que lo hace a veces ilegible hoy día, pero que le ayudó en su creación literaria.Se vinculó con mujeres y varones en amores platónicos e inalcanzables; frustrantes por no poder realizarlos, y limitados por tener que quedarse, como decimos hoy, dentro del clóset. Tales penas largas y profundas,tan del gusto de la época, continuaban sus desgracias, desde la temprana pérdida de su padre y la miseria y abyecto alcoholismo de su madre, que le inspiraría el cuento La niña de los fósforos. Como otros autores procedentes de países pequeños y subordinados, tuvo que alcanzar éxito primeroafuera, en Alemania, Suiza, Francia e Inglaterra, y sólo entonces Dinamarca le dio bola (Si hubiese sido francés o inglés, entonces el mundo conocería mi nombre. Ahora me marchito, y mis canciones conmigo; nadie las escucha en la distancia, miserable Dinamarca).Idealista y soñador a la usanza romántica, ello es el forro de un realista y arrugado pesimismo, la mezcla sale algo desconcertante. No se sabe muy bien para quien escribe, su obra presenta altibajos: A su primer gran éxito, El Improvisador (1835)le siguen O.T. en 1836;Sólo un violinista en 1837;Aventuras para los niños en 1839; Las dos baronesas en 1847; Ser o no ser en 1857; y los Cuentos, escritos y publicados en series entre 1835 y 1872, casi lo único de él que hoy se lee. Le fascinaba viajar, puede que por escapar de su miseria de manera tanto simbólica como monetaria, parte sustancial de su obra sonsus artículos periodísticos convertidos en Libros de Viajes (El mejor parece ser El Bazar del Poeta, de 1842). También compuso infinidad de poemas, piezas teatrales y guiones de ópera, por los que no obtuvo tanto éxito, pero que en definitiva paraban la olla, lo que en ninguna época es poco.

II
Del eventyr al historier

Andersen no apreciaba exageradamente sus propios Cuentos, tal vez por ello son tan “adultos”, no parece se sintiera muy realizado escribiendo para niños, el estatus asociado al escritor para niños no era el mismo que para un novelista “serio”.No sentía tampoco antipatía por los niños, pero tampoco mucho no los entendía. Es bastante probable que escribiera más bien para un solo niño, el que tuvo metido en el alma toda su vida, bien sabido es que nos pasamos la vida tratando infructuosamente de resolver nuestros traumas de infancia, y bastante se nota en los cuentos de Andersen que es un magnífico narrador y poeta que se narra a sí mismo lo que ya conoce. En su obra hay unos 168 relatos que podrían decirse “infantiles”, aunque los cánones no siempre son del todo claros. A diferencia de sus antecesores y contemporáneos, recopila menos de lo que saca de su imaginación. Arranca del llamado eventyr (historia más o menos fantástica que incluye seres sobrenaturales, propiamente infantil) y desde ahí avanza hacia el historier, es decir, el relato o cuento dirigido a adultos y basado en la realidad. Sin embargo, entre sus eventyr y sus historier los límites son difusos, y esa es una de las grandes genialidades del hombre, el estacionarse en el medio de su desconcierto:En sus relatos hay los clásicos finales felices, pero no siempre; y encontraremos hadas, pero no muchas ni en todos los cuentos; y hallaremos en sus relatos seres fantásticos hasta en las historias propiamente de adultos, y los objetos inanimados hablarán y actuarán tan sibilina e insidiosamente como lo hacen los seres humanos. Como el Yin / Yang, su obra es desigualmente luminosa y oscura, y cuando le gana la oscuridad, lo dark, se nota que las sombras de la existencia no solamente no le son extrañas, sino que de ahí proviene su estro. En inventiva e imaginación parece superar con mucho a la gran mayoría de los autores actuales, incluso cuando cae en esas efusiones románticas llenas de signos de admiración tan normales en el romanticismo decimonónico.

Posiblemente el secreto del éxito de la obra de Andersen es que no se ubica en un contexto del todo claro, los relatos persisten montados sobre ciertos límites que le permiten llegar a diferentes audiencias. No podemos culparlo, el éxito para él era una necesidad absoluta e hizo lo necesario para obtenerlo. Hoy en día esta característica de multisegmentación marquetera es buscada adrede por los escritores profesionales, pero por entonces aún no se inventaba el marketing ni los focus groups, y el éxito quedaba librado a la mayor o menor inspiración de los autores, y a la mayor o menor intuición de los editores. En el primer cuento del primer conjunto de relatos de 1835, El encendedor de yesca o El yesquero, se atisban los rasgos que marcan esa única y original combinación entre fantasía y realidad: El soldado protagonista no posee ni siquiera un anteproyecto de inquietud moral, actúa con un alegre egoísmo en sus tratos con la bruja y con la princesa – clásicos personajes de cuentos- y parece que se inaugura un nuevo tipo de personaje, vulgar y verdadero, que le reventará la película a los clásicos tipos de los cuentos. Tales personajes expresan la doble naturaleza humana, bondadosa pero también inherentemente malvada, y la muestra tanto en la gente como en sus entes “inanimados” a los que les encanta dar vida.Veamos la indiferencia y cursilería de la Princesa que no puede dormir por un guisante (La Princesa y el Guisante); la necedad de Reyes y Emperadores y la intriga y adulación palaciega en El traje nuevo del Emperador y Los cisnes salvajes, en este último aumentadas con el furor de una plebe ignorante y supersticiosa; la tonta solemnidad y la indiferencia ante las emociones del Emperador de la China y su estrafalaria corte en El ruiseñor; las rivalidades y desdenes en el medio ambiente de El firme soldadito de plomo; las burlas y ataques constantes que soporta El patito feo; el injusto castigo que sufre Karen en Los zapatos rojos, debido a una sombra de envidia y resentimiento social; la injusticia del destino en Una historia de las dunas; y sobre todo y de modo extraordinario el que podríamos considerar el cuento mejor narrado de Hans Christian Andersen, La Sombra, poco conocido en castellano, lindante con el género de terror y de fantasmas, y en donde refleja con sanguinario patetismo al parásito adulador, el arribista sin límites que vence sin atenuante alguno al honesto y amable sabio, desarmado frente el control que la sombra extiende sobre él, hasta arrebatarle incluso el final feliz, pues cuando ya no sirva a los fines del sinvergüenza,(el) sabio no se enteró de nada, porque le habían quitado la vida.

III
Cuentos para Niños que no son para Niños

De toda la obra de Andersen, en su época lo menos apreciado es lo que hoy se aprecia más, y a la inversa, en extraña reversión que probablemente hable más de la diferencia entre las épocas que del autor mismo. Posiblemente el secreto del actual éxito de Andersen estribe en el extremo vigor de sus caracteres y de las situaciones que plantea, que les da a los guionistas de cine y televisión muchas posibilidades para expresar sus propios talentos. No es sin embargo, el único factor a considerar. Tomemos el caso de uno de los cuentos más conocidos de Andersen: La reina de las nieves, de 1845, que se considera de lo mejor que hizo, y que da base a la reciente película de animación Frozen, el reino de hielo, ganadora de un Oscar. La reina de las nieves es todo un clásico, más novelita corta que cuento largo, y aunque considerada una de las mejores, en realidad no está reflejada en la animación sino en su séptimo y último Episodio. Tratemos de juzgar a Hollywood con ecuanimidad, porque aunque tienda a hacerle a la Literatura zamarrada y media, sin embargo tuvieron en este caso la conciencia de no ponerle La Reina de las Nieves a la película. Para los que quieran disfrutar La reina de las nieves en su versión original, hela aquí: http://bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/31000000098.PDF. En todo, caso, al revés de La Sombra, este cuento-novelase ha publicado muchísimas veces en español, en ediciones de todo tipo entre ellas las ilustradas, a las que parece prestarse por su extrema visualidad, que en realidad es reflejo de la extraordinaria capacidad de Andersen para la descripción literaria, la que casi nunca se incluye en las ediciones contemporáneas, que prefieren o pasarla por alto o elipsizarla con ilustraciones en las publicaciones. Frozen es la última de una larga lista de películas de animación, dramas televisivos, y videojuegos basados de modo sumamente desigual en los cuentos de Andersen, autor infantil al que probablemente sea al que más han cambiado a la hora de adaptarlo.

Sin embargo, el respeto que los autores de Frozen mostraron a Andersen no alcanzó a La Sirenita, obra tan representativa de su autor, que Copenhague la consideró a la hora de levantarle el respectivo monumento, mundialmente conocido como carácter fundamental de la ciudad capital del Reino de Dinamarca.  A La Sirenita de Andersen, Disney en 1989 le hizo lo que le suele hacer a la literatura, y el resultado no puede menos que considerarse penoso, pero en todo caso, como no le parece así a millones de niños y niñas en el mundo entero, es posible que tenga algunos méritos que yo personalmente no le distinga, y es posible que quejarse de ello sea más bien algo fútil.El anime japonés Andersen Dowa: Ningyo Hime de 1975 es muchísimo más pegado al original, final infeliz incluido. Pero es bien cierto que latal Sirenita Ariel (nombre que no aparece en ningún momento), coleccionista de objetos de las tierras emergidas, no es absolutamente para nada la misma que la menor de las seis hijas del Rey del Mar, que espera con desespero el momento de cumplir los quince años para poder subir con sus hermanas a la desconocida y atrayente superficie del océano. Pero dejemos que sea el mismo Andersen el que lo narre, y notemos en esto la dificultad de la película de Disney para captar la poesía interna de la narración del danés:

"Cuando las hermanas subían de tal manera tomadas del brazo, la más pequeña se quedaba totalmente sola y las miraba como si fuese a llorar, pero las sirenas no tienen lágrimas: así se sufre mucho más.   
-          Ay, si solamente tuviera quince años… - decía – y sé bien que querría al mundo de arriba y a los seres humanos que construyen casas y viven allá arriba.
Al fin cumplió los quince años.
-          Mira, ahora ya eres lo suficientemente grande – dijo su abuela, la vieja reina viuda -. Ven ahora, déjame adornarte como a tus otras hermanas – y le puso en el cabello una corona de azucenas blancas; cada pétalo de la flor era la mitad de una perla; a continuación, la vieja permitió que ocho grandes ostras se prendieran a la cola de la princesa, con el fin de demostrar su alta clase.
-          Pero duele mucho – dijo la sirenita.
-          Si uno quiere lujos, algo ha de sufrir por ellos."

IV 
Más cuentos y situaciones

Traducido a más de 80 idiomas, adaptado al cine y la televisión hasta la saciedad, inspiración para obras artísticas de todas clases, inclusive la pintura y escultura, el ballet, la música, el teatro, el cine de animación y el de actores,etcétera, este cuentista no teme escribir sobre la muerte, el término de todo, el fin, y acaba así muchos de sus cuentos: La niña de los fósforos, El abeto, La sirenita, El firme soldadito de plomo, Historia de una madre, Las zapatillas rojas, La margarita, La casa vieja, La piedra filosofal, El muñeco de nieve, entre otros. Vale la pena ver cómo acaba El Abeto, pobre ente vivo que empieza a vivir precisamente cuando se está quemando: Ahora todo había acabado y el árbol había acabado como el cuento. Acabado, acabado, que es lo que ocurre con todos los cuentos. No me resisto en este punto a reseñar ligeramente la pequeña incursión de Andersen por la Ciencia Ficción en su cuento Dentro de Mil Años en el que resume su experiencia como autor de libros de viaje con su fantasía final y algo irónica en la que recorre Europa como el gran viajero - aquí se cita un nombre conocido en aquel tiempo - ha demostrado en su famosa obra: Cómo visitar Europa en ocho días. No dejará de mencionar en dicho sabroso relato el electromagnetismo, descubierto por su amigo, tocayo y coterráneo Hans Christian Oersted. Por otra parte, y ya que de amigos hablamos, el sentimiento doble y finalmente trágico que alcanza a tantos de sus cuentos parece se alimenta del mismo medio ambiente de donde extrajo su crítica existencial su contemporáneo Sören Kierkegaard. Tanto Andersen como Kierkegaard reclaman un cristianismo desde el corazón, desprecian la institucionalidad burguesa en la que han caído las iglesias luteranas escandinavas, y ambos en sus escritos mostrarán una fe religiosa basada en la esperanza de superar la existencia de este mundo ingrato, como se distingue claramente en La Sirenita y en El último sueño del viejo roble. Sin embargo, su fe religiosa, como la de Unamuno, es atormentada, agónica, a veces escéptica, véanse Tía Dolor de Muelas o Lo que contó el viento sobre Valdemar Daae y sus hijas. Es probable que estos encontrados sentimientos se hayan expresado plenamente, como tantos han intuido, en el personaje del famoso Patito Feo.

Algunos de los cuentos de Andersen más representados fuera del ámbito del libro – y fuera de los ya mencionados - han sido Las Habichuelas Mágicas, Las zapatillas rojas (clásica película británica de 1948, en color, de Michael Powell), Pulgarcita (producción irlandesa-estadounidense de 1994), Los cisnes salvajes (mediometraje animado de la soviética Soyuz Mosfilm de 1962, y anime japonés de 1977: Hakuchou no Ouji), El ruiseñor del emperador (producción checa de 1949, de animación al peculiar estilo checoslovaco), etcétera. Un poco como para hacerse perdonar sus faltas pasadas, Disney y Pixar se arriesgaron en 2009 a producir un corto de siete minutos de duración narrando la triste historia de La  Niña de los Fósforos. Aquí se los dejo, vale la pena verlo: http://www.youtube.com/watch?v=UdH1hhImJaU.En este punto podemos mencionar la película con actores de a de veras La reina de las nieves, del 2002, producción canadiense-estadounidense con Bridget Fonda, dirigida por David Wu, en una adaptación muy extensa – tres horas – y bastante cuidada. Volviendo al lenguaje escrito podemos en este punto presentar una bonita y amplia selección de cuentos que se puede uno bajar sin remordimientos:  http://www.bibliotecaspublicas.es/donbenito/imagenes/Hans_Christian_Andersen_-_Cuentos_-_v1.0.pdf; pero los cuentos y otros escritos completos de Andersen se encontrarán mejor en esta página web: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/hca.htm

V
Colofón

Me está gustando mucho esta serie de Crónicas sobre Literatura Infantil, pues estoy descubriendo e integrando aspectos de la misma que no conocía. Bien dicen que si quieres aprender bien una cosa, enséñala. Tengo en preparación dos (quizá tres) más de estas Crónicas y debo decir que espero les guste a mis lectores leerla tanto como me ha gustado a mí escribirla. Lean, chicos, no saben lo que se pierden al no hacerlo. 


Crónicas de Lecturas - 81
Aia Paec y los Hombres Pallar

I
Leyenda Peruana
  
Es mi orgullo y motivo de peligroso nacionalismo ser peruano. Sé que todo país enorgullece a sus nacionales, qué bueno es que así sea. Yo lo aprendí desde chico leyendo a gentes de muchos países, el amor a la tierra es compartido por todo ser humano, con ese amor te lo aprendes cómo somos iguales en nuestras diferencias, que por distinta que sea la tierra el vínculo es el mismo: No importa la tierra o el agua - díganlo los inmigrantes de todas las épocas - sino el corazón: Tu patria es donde puedes ser feliz siendo tú mismo. Por eso me concedo tratar de ser feliz en mi tierra, el Perú milenario donde la civilización proviene desde siglos insondables. Vivir es ganarte el sustento con tu trabajo, y en ese proceso la tierra te cambia tanto como tú a ella. Los hombres - algunos mis antepasados – que llegaron a estas tierras diez o más milenios atrás la fecundaron ingeniándose la agricultura (hoy a eso le llaman Ingeniería Genética, pero es la misma vaina), y se inventaron plantas desde las especies salvajes: El maíz y la papa, la quinua y la cañigua y el yacón y la yuca y la kiwicha y la maracuyá y el aguaymanto, todos los cuales rodearon con mitos, cuentos y leyendas. Hoy aspiro a rendir homenaje en un libro de Carmen Pachas a una de estas plantas, El PALLAR (phaseolus lunatus), humilde menestra como la alubia, el garbanzo o la lenteja, que desde miles de años comemos los peruanos, entre ellos mis choznos, abuelos, padres y yo mismo; grano insuperable sancochado en ensalada con su cebolla y su ajicito y su tomatito, que espero lo seguirán comiendo mis hijos y descendientes por los siglos de los siglos, a ver si llegan siquiera a parecerse a sus antepasados, jardineros del desierto, el páramo altiplánico, las pendientes de montañas y los selváticos piedemontes.
Para entenderse a sí mismo el peruano necesita verse como ser histórico, y quizá más que otros, construye su autoimagen en ambivalente relación a la milenaria Cultura Andina. Si no lo hace más no es por falta de ganas, sino porque la Identidad es un artículo tan de primera necesidad como el pan y la sal, y algunos lo acaparan. Ya lo dijo un gran hombre: En el Perú la Nación es muy superior al Estado, que tantas veces ha servido sólo para perpetuar injusticias. Por eso a veces exageramos lo antiguo buscando ahí la grandeza que hoy se nos niega, hurgamos desesperados por un paradigma. Si lo haces bien y superas el que no te guste ser cholo, llegas a la constatación, como individuo y como comunidad, que eres - que somos - Cholos; y a mucha y españolísima honra. Y como mucha bola le hemos dado a nuestra hispanidad, tratamos hoy de profundizar en la otra parte de nuestros genes y conductas, y empezamos con el modo en que nuestros antepasados andinos conservaban la memoria: Con Cánticos y Cuentos y Mitos y Leyendas. Es imposible ser indoamericano sin ellos, todo esfuerzo en recuperar todo eso es encomiable, necesario, imprescindible. La labor que mi primita Carmen Pachas se echó al hombro - con el fundamental apoyo del concepto gráfico de Marie Isabel Musselman y la capacidad ilustradora de Andrea Lértora – construye así patria en el mejor sentido del término, y proporciona modelos a todos nuestros queridos hermanos de la América Latina, a los de la Ibérica península, y quien sabe más allá. Por eso dedicamos esta humilde Crónica a este Volumen Primero – deseamos que haya muchos más – de Mágicos Cuentos Prehispánicos para Niños: Aia Paec y los Hombres Pallar.

II
 Aia Paec y la Civilización Moche

 Las Leyendas son el corazón de los pueblos, y sus personajes sus paradigmas. El Perú es su historia y sus historias, y parte de dicha historia es la vieja civilización moche. Mil ochocientos años atrás en la costa del norte del Perú floreció en los valles de los ríos Moche y Jequetepeque lo que se llama una “cultura arqueológica”. Dichas “culturas arqueológicas” son muchas veces casi sacadas de la manga por los dichos arqueólogos en base a algunos ceramios o tejidos, pero reconozcamos que en este caso hay mucho más base que eso. Todo indica una larga presencia, de milenios, de un pueblo que por cierto continúa allí a la fecha. Después de todo, las expresiones culturales pasan y dejan su impronta sobre las siguientes, tras unas vienen otras, y por eso tras Salinar vino Virú, tras Virú Moche, que luego cambiaría para ser Lambayeque y Chimú, hasta la llegada de Incas, Españoles y Libertadores, hasta el Perú de nuestros días y el futuro más allá del siglo XXI. De allí que más que de “cultura arqueológica” hablemos directamente de una civilización lo suficientemente importante para habernos dado el cuerpo momificado del primer gobernante que conocemos del Perú, anterior a Presidentes, Virreyes, Sapa Incas y Chimo Cápacs: el Señor de Sipán. En mi país todo es continuo hace más de diez mil años, somos nada más y nada menos que una de las cunas de la civilización, y sin embargo, qué poco sabemos de nosotros mismos. Nuestras viejas civilizaciones, sólo comparables en vetustez al Imperio Antiguo de Egipto, a Indo-Harappa o a la primera Mesopotamia, no nos dejaron testimonios que supiéramos descifrar sin profusa semiótica e interpretación. Tenemos que suponer demasiadas cosas, y eso significa que muchas veces el desespero termina haciéndonos inventar data donde no la hay, o rodear de suposiciones con valor de verdad un diminuto núcleo de certeza, o elaborar media docena de hipótesis para dar cuenta de un hecho, color o hebra. 
Eso pasó con Aia Paec, traducido cariñosamente como “el dios degollador”. Su imagen más conocida la descubrió en 1990 el arqueólogo Daniel Morales en Huaca de la Luna e impresionó, e hizo la fortuna de artesanos y ceramistas, que lo reprodujeron hasta la náusea. Pero se le conocía desde decenios antes, Rafael Larco Hoyle lo había identificado como parte de la dualidad andina, un Dios Supremo o Supremo Hacedor o Dios Todopoderoso, tan importante como su Otro Yo (Chico Paec) o como la Luna, Shí. La imagen nos presenta el impresionante y aterrador rostro de un dios asemejado a un hombre, con colmillos de felino y olas marinas rodeándolo. A veces le darán forma de araña, con sus ocho patas rodeándolo; o de pulpo, con tentáculos. Puede portar cabezas de guerreros muertos en sus brazos y serpientes brotando de su cabeza. El terrible Aia Paec, dios degollador de mochicas, vive sediento de sangre, y por eso exige sacrificios humanos. Los gobernantes Ciequich, y los Alaec de los valles le ofrendan jóvenes guerreros que pletóricos de fe combaten en explanadas al efecto en los magníficos templos de Huaca de la Luna, Huaca el Brujo, Huaca Pañamarca y Huaca Rajada, entre otros. Estos combates y la sangre derramada y ofrendada son agradables al creador, que en su contento provee de agua, alimentos y triunfos a sus súbditos moches, y así mantiene el equilibrio del universo. O al menos de eso estaban convencidos los susodichos moches, y más valía que lo estuviesen, pues que una de las maneras de sostenerse en el poder, como bien sabe nuestro sagaz Arzobispo, es ser intermediario con la divinidad e interpretarle sus antojos. Algunos arqueólogos explican la decadencia de los moches (relativa, por cierto) por la incapacidad de los sacerdotes moche de convencer al resto de la sociedad de continuar con los sacrificios humanos, dada la percepción de su inutilidad en el contexto de un desastroso fenómeno del Niño.  
 III
Los Hombres Pallar

Hacia 3000 A.C. los hombres de los Andes estaban en pleno proceso de domesticación de plantas y animales. En ese contexto es que se domestica el pallar, menestra que hoy forma parte de excelentes potajes peruanos, españoles y vietnamitas (eso leí en wikipedia), lo que hace que uno se sorprenda de las extrañas rutas que suelen seguir los productos culturales. Los moches, al igual que otros muchos pueblos de aquí y de allá, veían algo maravilloso en el hecho de que nazcan frutos de la tierra que parecían destinados a nutrir a los hombres. Y trataban, cómo no, de manifestar el agradecimiento y unción correspondiente, para que el obsequio continúe. Como el trigo y la vid en otras latitudes, el pallar fue alimento de dioses y dios él mismo, y más aún en la mente de los moches: Fue un “comunicador”, una “escritura” en sí misma, un “código” secreto a descifrar, tan misterioso en sus peculiares manchitas blancas y negras, diferentes en cada generación de pallares, que no parece menos sino que el propio Aia Paec trata de decirnos algo, de recordarnos su presencia. Claro es que solo los sacerdotes pueden dar razón de estos arcanos mensajes. Pero el hombre, ay, es rebelde y desobediente, e irrespetuoso con sus dioses y hay que hacerle recordar de vez en cuando a lo que se arriesga. Los moches sacrificaban a Aia Paec las ofrendas debidas, humanas cuando era preciso. Pero un día la cosecha fue tan buena, tanto habían trabajado los agricultores en sus campos, acueductos y diques; tan hábiles fueron los ingenieros hidráulicos en el diseño de los canales y reservorios; tan capaces los líderes en movilizar los recursos, que la cosecha de pallares fue simplemente extraordinaria. Y en el medio de la gran fiesta que se generó, los moches se olvidaron de honrar a su dios. Y esto a Aia Paec no le gustó nadita de nada. Naturalmente, la idea de exterminar a estos desagradecidos destripaterrones debió pasarle por la mente, pero Carmen no nos lo dice, aunque seguro que se lo sabe. La cosa es que al final elucubró un castigo más sutil y menos definitivo: Mientras los moches estaban dándose la gran vida metiéndola a la chicha con ganas, cayeron en cuenta que sus cuerpos se redondeaban y cambiaban de color. Se convertían ellos mismos en pallares. Y como Aia Paec no solía hacer las cosas a medias, también transformó a los animales, y así venados, zorros y otros bichos adquirieron la forma de pallar.
 Los múltiples inconvenientes surgidos de este hecho les causaron a los moches muchas molestias y debieron acostumbrarse de nuevo a realizar de otro modo incluso las tareas más sencillas. Y es que tener forma de pallar puede ser muy molesto. Sin embargo, la energía de los pallares es tan grande que así y todos los valerosos mochicas se sostuvieron en sus lugares, se conservaron a sí mismos y resistieron a sus enemigos mientras continuaban con sus acostumbradas labores. Probablemente sin la protección del mismísimo Aia Paec no habrían podido mantenerse, pero eso ya es una especulación mía. La cuestión es que entre unas cosas y otras se tomaron su buen tiempo en caer en que no le habían hecho las ofrendas debidas al Degollador, y que éste les había jugado la jugarreta. Por ello llamaron a sus mejores artistas y les dijeron que preparen unas ofrendas como nunca antes lo habían hecho para que el dios se ponga contento de nuevo. Los artesanos mochicas trabajaron sus ofrendas de día iluminados por el Sol, y de noche por la Luna y las Siete Cabrillas, esmerándose para contentar a su Todopoderoso, y una vez terminados ceramios y tejidos se los entregaron a sus más veloces mensajeros para reunir todo en los Templos y ejecutar la más grande ceremonia de ofrenda jamás realizada. El centro del asunto eran las representaciones que los artistas moche habían practicado en las réplicas de los pallares, dibujadas, tejidas o esculpidas: Cada réplica de pallar pintado de negro sobre blanco, cada uno de manera algo diferente, cada cual con un mensaje diferente para Aia Paec, según lo que cada artista había querido y tratado de representar.  Y así el dios se apiadó y devolvió a hombres y animales sus formas originales. La felicidad fue grande y los moches prometieron no olvidarse más de las ofrendas a sus dioses. Pero considerando  la muy mala memoria que suele afectar a los seres humanos cuando les va bien, Aia Paec dispuso en su sabiduría que los pallares nacerían de ahora en adelante con manchas negras sobre fondo blanco – o blancas sobre fondo negro, lo mismo da – como repitiendo o devolviendo los mensajes que el Dios había leído en las réplicas de los pallares. Así en adelante estos sinvergüenzas no se olvidarían.

IV
 Historias, ediciones y pallares

 Por supuesto la historia es más larga y con más acontecimientos, y además las ilustraciones son sencillamente extraordinarias. Por si fuera poco, la edición es bilingüe (inglés y castellano), cuenta con actividades lúdico – educativas y con un excelente apéndice para enterarnos de más cosas; ello aparte de un completo glosario y, como no puede ser menos en un trabajo de tan excelente calidad, sus fuentes de investigación debidamente detalladas. Probablemente el principal defecto de este libro sea su pretensión de tratar de ser absolutamente completo, pero ¿será eso un defecto? En fin, queremos ser justos y tratar de no dejarnos llevar por el entusiasmo, pero así somos y qué hay con ello. Pare el caso entonces le cedemos la palabra a la autora, Carmen Pachas, para que hable de sí misma: ¿Qué lleva a una contadora a utilizar su tiempo libre e investigar sobre la sabiduría de los antiguos peruanos (Yachay), traducirla a un lenguaje lúdico (Pucllay) y transmitirla a los niños a través de un cuento que los transporta atrás en el tiempo y en distintos puntos del territorio nacional (Pacha)?. Bueno, averígüelo por sí mismo, mi estimado lector. Y para eso le doy este enlace: https://yachaypucllaypacha.pe/index.php/nuestros-cuentos-2/alimentos/aia-paec-y-los-hombres-pallar#.U3t1gNJ5OSo
Es muy importante mencionar que la inspiración de los gráficos empleados en Aia Paec y los Hombres Pallar viene en línea recta de la iconografía mochica original, estudiada desde decenios atrás y clarísima fuente para Marie Isabel Musselman y Andrea Lértora. No es la primera vez que se emplea esta iconografía aparte de los estudios propiamente arqueológicos e históricos. El empuje creativo de la recopilación de mitos tuvo un ejercicio importante gracias al Instituto de Estudios Peruanos (IEP), que lanzó en 1993 una corta edición (3,000 ejemplares) de Las aventuras del Dios Quismique y su ayudante Murrup; y otra parecida en 1994 de La rebelión contra el Dios Sol, como partes primera y segunda de una serie - Los Dioses de Sipán -, del conocido intelectual e investigador Jürgen Golte. Ignoramos si se han editado más. El formato de Aia Paec y los Hombres Pallar, siendo mucho más ambicioso, completo y de intenciones lúdico – educativas más claras y desarrolladas, parece claramente inspirado en Golte y sus Quismique y Rebelión. La diferencia está en la parte que podemos denominar de recreación: Pachas – Musselman – Lértora logran recrear el mundo moche a partir de la iconografía asumida como fuente, con solvencia y creatividad. Las intenciones de Golte son más precisas y menos ambiciosas, utiliza bien las fuentes pre-existentes para narrar mitos, y eso lo hace definitivamente bien.
     
¿Y los pallares peruanos negriblancos? Pues que los tenemos en casa y hemos sembrado la enredadera. Dícennos que esta semilla provino de otra semilla obtenida de una antiquísima ofrenda moche encontrada en Túcume, y que data de siglos. Yo no sé si eso será verdad, pero me gustaría creerlo. La bonita enredadera da cada tres meses unas vainas con tres o cuatro semillas dentro, con un patrón de diseños negros sobre blanco variable de generación a generación. De hecho los pallares que sembramos se nos vuelven un poco más negros cada vez que los cosechamos. Se me ocurre que de repente es una adaptación genética al feo microclima urbano. Lo que sí se nota es que necesita mucho sol y poca agua, ciertamente es una planta peruana. Regalamos semillas cada vez que podemos, quisiéramos que en cada hogar peruano haya una de estas plantas. Así que ya saben, chicos, planten sus pallares y cuando los cocinen, sancóchenlos algo más de lo que se hace con los pallares “modernos”, o si no, no les quedarán bien.

V
 Colofón

Ahora que acabo me doy cuenta, como siempre, que me faltan cosas qué decir. Seguro para eso son los colofones.  No dije que la palabra “pallar” dicen que viene del muchik pajek o pegyec que significa “noble guerrero moche” o “guerrero que se encarga del enemigo”. Seguro que Carmen se inspiró en esto. Hasta la próxima.

Crónicas de Lecturas - 82
Lecturas Prohibidas - I

I
El Acto de Prohibir, para Dummies (Parte Uno)

Iba a titular esta Crónica “Libros Prohibidos”, pero pensando pensando me tropecé con que lo que le interesa prohibir a quienes poseen el poder de prohibir no es el libro, que suena feísimo en un mundo orientado a la democracia liberal o cuando menos donde mucha gente se cree el cuentazo. Lo que interesa prohibir o cuando menos dificultar es el acto de leer. El genial Bradbury comentando su Fahrenheit 451 decía con donaire que no se necesitas quemar bibliotecas, sino despoblarlas. Parece que viene a cuento describir algunos de tales modus operandi para prohibir la lectura en tiempo real, porque el pasado no está tan muerto como usualmente se cree. Una decena y pico de años atrás, por ejemplo, se publicaba en el Perú el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación(in extenso, acá: http://www.cverdad.org.pe/ifinal/), y dada la inexistencia de relatos del tiempo de la Lucha contra el Terrorismo la fuente parecía inatacable. Pero se visibilizó clarito el interés por invisibilizar una buena mitad de ese período: el de la violación masiva y descarada de los Derechos Humanos. Los que trataban de esconder el sol con un dedo no nos daban nada a cambio, pretendían ni más ni menos que no leamos ni averiguamos ni aprendamos, y de preferencia que no pensemos. Toda la alternativa que presentaron era creerles a ellos y a su versión limitada, desaprensiva, atrabiliaria, parcial y sesgada. En varias polémicas que sostuve en espacios virtuales – relativamente fáciles de encontrar por poco que se busquen – respetables oficiales en retiro de ciertos Institutos Armados demostraban seguir estacionados mental y emocionalmente en la Guerra Fría, y decían con todas sus letras que el Informe podía ser elaborado y almacenado en Archivos y Bibliotecas para su consulta por los futuros historiadores del siglo XXX, suponemos, pero que era inadmisible que fuera leído libremente por la gente. Tal censura disimulada está de moda cuando un texto le pisa los callos al poder.

En 1440 se produjo la diabólica invención de la Imprenta de Tipos Móviles por el conocido radical y subversivo comunista Johann Gutenberg. La Iglesia y el Estado, desde premisas diferentes, estaban bien advertidos de los riesgos que envuelve que la gente lea y, Dios no lo permita, piense con libertad. Es común asociar Libre Examen con Imprenta, pero las primeras normas para regular la Imprenta y proteger los grandes capitales vinculados a la empresa en Italia y Europa son muy anteriores a Martín Lutero. El Imprimátur al que me he referido en otras Crónicas fue establecido por Inocencio VIII (Papa de raras habilidad y astucia, nada “Inocencio”, por cierto) en 1487, y duró casi medio milenio. Entretanto, las primeras normas de la República de Venecia de 1469 salvaguardaban los intereses comerciales de los impresores. Se evidencia así desde temprano la unidad de intereses entre el poder económico y el poder político en los medios de comunicación, que se potencia hacia 1540 gracias a la aparición de un enemigo común: La Reforma y su indeseable Libre Examen. Como es obvio, hay dos maneras de lograr que la gente no lea, una es no imprimiendo libros y la otra prohibir leerlos. Pero como la Imprenta es un negocio y los intereses comerciales terminan por imponerse, el paso de la prohibición de leer a la de imprimir se vio como signo de civilización, y de bárbaro se tildó al que reprimiera el ejercicio de la lectura. El malhadado Humanismo fue el culpable de esta vuelta de tuerca, que dio alas a los pensadores y utilizó artera e insidiosamente la Imprenta para difundir su material atentatorio contra la autoridad divina y humana, atreviéndose incluso a aspirar a la peligrosa utopía de la societas litteratorum, apoyada en los libros y en la libertad de ejercer el llamado ars scribendi artificialiter.

II
El Acto de Prohibir, para Dummies (Parte Dos)

A principios del siglo XV la situación estaba inclinada a favor de los scribendi. Quemar prójimos como JanHuss o Giordano Bruno estaba muy mal visto y la naciente opinión pública no lo consideraba cristiano.Parecía momento de hablar, y de hablar alto: Martín Lutero clava sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia de Wittenberg en 1517 porque sabe que se las van a leer y sabe que tendrán impacto, y desde entonces ya no habrá vuelta atrás. Pese a excomuniones, represiones y prohibiciones, la Iglesia Católica no consiguió detener la progresión de las ideas de Lutero y otros reformadores, igual como no puede detener hoy a fuerza de represiones que sus fieles usen anticonceptivos o practiquen el aborto, y de entonces acá continúa en retirada. La unidad del cristianismo se hizo trizas cuando por vez primera en Occidente el Pueblo hizo saber que no cumpliría otra ley que la que ellos mismos aceptaran. La Lectura había derrotado a la Autoridad: En 1519 el editor y librero Giovanni Froben informaba a Lutero que sus escritos aparecían en toda Europa como los hongos después de la lluvia y que incluso ilustres caballeros italianos “devotos de las musas” compraban ediciones populares y las repartían por miles gratuitamente en las ciudades: No lo hacen por hacer dinero sino para ofrecer apoyo al renacimiento de la piedad cristiana.La Iglesia no toleró esto por mucho tiempo, y acusó a los editores de materialismo y corrupción (Algunas estrategias no cambian aunque pasen los siglos). Pero como suele ocurrir el mal había contaminado a los de adentro también: católicos sinceros conformaban una resistencia interna, creando tendencias espirituales de retorno a las enseñanzas del Cristo de los evangelios, y rechazaban la opulencia y el decaimiento moral en los prelados. En 1515 el papa León X establecía la censura previa para Occidente, según lo acordado en el V Concilio Lateranense, que prohibió imprimir libros sin autorización episcopal. La orden se aplicóipso factocon la ruptura de la cristiandad por la Reforma. En 1523 Carlos V prohíbe difundir la obra luterana en España y Alemania, y en 1524 Clemente VII extenderá la prohibición al resto del mundo. Pero en el annus horribilis de 1527 la soldadesca germana de lansquenetes protestantes de Carlos V saqueó Roma, lo que se interpretó urbi et orbi como castigo de Dios sobre la impiedad de la Iglesia Católica. El trauma trajo un efecto aún visible en la estructura eclesial: Reforma hacia adentro, Contrarreforma hacia afuera.

En 1538 el Papa Pablo III (Alejandro Farnesio) delineaba los primeros rasgos de una Reforma interna en profundidad, y esa Reforma ya incluía en su primera fase ese enojoso asunto del control de los Libros. Dos posiciones entraron en conflicto durante el decisivo Concilio de Trento (1542 – 1564): Los “renacentistas”, con el Papa Farnesio, apoyaban los esfuerzos conciliadores y unificadores del Emperador Carlos V, y esto significaba dar pasos concretos hacia la tolerancia y la convivencia, y quien sabe así podría ser posible la reunificación de la Iglesia de Cristo. Por el otro lado, los “contrarreformistas”, con el Papa Caraffa (Pablo IV), uno de los autores del primer intento de censura, representaban la posición dura del no compromiso y no aceptación de nada que viniera del protestantismo, con los que se asociaba los libros y la lectura, incluso en su variable humanista católica. En el Concilio las posiciones terminaron por unirse en la formulación de estándares morales conservadores que proporcionarían la base para la censura y prohibición de lecturas. La Iglesia sólo era autoridad en los Estados Pontificios, y necesitó organizarse para ejercer el control moral que permitiera censurar la lectura. Así se fundó en 1542 la Congregación para elSanto Oficio de la Inquisición (o deberíamos decir refundó, había habido antes otra), y en 1572 la Sagrada Congregación para el Index Librorum Prohibitorum. Pareciera que tenemos que encontrar la motivación de todo esto en el miedo a que las bases de la autoridad se desvanecieran, el miedo a la desorganización del mundo, el miedo a perder el poder.

III
La Prohibición por las Iglesias

Retrocedamos un poco en busca de tendencias generales: El Concilio de Nicea, en 325 d.C. no se limitó a establecer el Credo de la Fe Cristiana, también inició la seguidilla de condenas, prohibiciones y quemazones de escritos considerados paganos, herejes y/o cismáticos. La prohibición se extendía a los discípulos y seguidores del condenado en cuestión, tal vez la más famosa sea la condena a Arrio en la mismaNicea, pues el arrianismo casi desplazó a la doctrina ortodoxa, y para desplazarla a ella los prelados recurrieron a la manu militari del emperador Constantino. La lista de herejías y escritos relacionados a lo largo de los siglos es tan grande que me libero de la obligación de mencionarlas una por una, quizá le dedique en su momento alguna otra Crónica. Que baste con señalar que las Biblias en las que basaban sus ideas más sus escritos propios eran sacados de la circulación para evitar que sus pestíferas ideas influyeran sobre la masa de los creyentes: Tal era el objetivo final, relativamente sencillo de alcanzar pues nunca había demasiados ejemplares de dichas obras, que debían ser copiadas a mano, y cuya posesión era casi indicio seguro de pecado. Por ello la quemazón de libros era más bien simbólica, a veces junto a la quemazón de los cuerpos vivos de sus autores, ya mencionamos a Bruno y Huss. Este simbolismo lo heredarían algunos sucesores en la historia, como el Partido Nazi de Alemania, también entusiasta en esto de quemar libros para sentar posiciones. En todo caso, la imprenta lo cambiaba todo, ya no se podía pretender que una quemazón de libros eliminara el problema; y más aún, matar al autor podía convertirlo en mártir. Por ello el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, dentro de la vigilancia general a que sometía a los fieles, observaba con suma atención qué decían o escribían, lo que indicaba con bastante seguridad qué pensaban y sobre todo qué leían. En Los Anales de la Inquisición en Lima (1863), de Ricardo Palma, se describe con sabor criollo y librepensador el cómo la Inquisición vigilaba a la sociedad del Virreinato del Perú, encuéntrala aquí: https://archive.org/details/analesdelainqui00palmgoog. La novela histórica La Gesta del Marrano (1991) de Marcos Aguinis mira el asunto desde la perspectiva mucho más dramática del heroico perseguido Francisco Maldonado da Silva, bájala desde aquí:  http://inabima.gob.do/descargas/biblioteca/Autores%20Extranjeros/A/Aguinis,%20Marcos/Aguinis,%20Marcos%20-%20La%20gesta%20del%20marrano.pdf

Las prohibiciones y controles “invisibles” fueron así más rastreras e insidiosas, “prevenían” el problema. Las restricciones aplicadas a la producción de libros implicaban vigilar las Imprentas. Y por cierto, cualquier parecido con circunstancias análogas actuales NO es coincidencia y tiene exactamente el mismo propósito. Ahora bien, vale la pena dejar claro que este asunto no puede achacarse a una sola iglesia con preferencia a las demás, ni yo ni nadie conocemos Iglesia tan tolerante que acepte las obras que la atacan, o atacan alguno de los dogmas en los que se sostienen. Y donde la censura resulta peor es donde se junta el Estado con la Iglesia. Pruebas al canto hay miles, señalemos sólo algunas de las contemporáneas: Los Versos Satánicos de Salman Rushdie desataron una ola de histeria colectiva y prohibiciones en los países musulmanes al tocar el Corán. Leer Jinnah de Pakistán, de Stanley Volpert se prohíbe en dicho país desde 1982 pues el musulmán Mohamed Alí Jinnah, padre de dicha nación, disfrutaba su chicharroncito de chancho acompañado de algún vinito aloque, menú que para el Islam parece inadmisible. La relación del Islam jurídico con la mujer se critica en No sin mi hija de Betty Mahmoody, y fue prohibida en el Irán de los Ayatollahs desde 1990. No se crea que por acá en el Occidente cristiano o en América Latina estamos mejor, sólo la hacemos distinta: Tendemos no a la censura directa y escueta, sino a la vergonzante y medio escondida adoctrinación y manipulación de ciertos sectores sociales a través del control de la Educación, o al empleo del aparato del estado para la censura disimulada – o no tanto - de las lecturas consideradas peligrosas. Las Peregrinaciones de una Paria de Flora Tristán y las obras de Clorinda Matto de Turner fueron quemadas en plazas públicas y a sus autoras les hicieron cuadritos la vida, eso solamente por mencionar dos casos del Perú republicano. Durante decenios ser liberal, librepensador, anarquista, socialista, o a veces sencillamente humano, pasaba por denunciar y combatir la connivencia de la Iglesia con el estado para la censura, connivencia que en diversos aspectos aún subsiste, y que fue extremadamente marcada en el mundo hispano, en particular durante el régimen franquista en España.
Por cierto, y para los que crean que le pego demasiado a las Iglesias, espérense a la segunda parte de esta Crónica, donde le pego al Estado.

IV
El Índex

El Índex librorum prohibitorum, Índex Expurgatorius o Índice de libros prohibidos es la lista de publicaciones que la Iglesia Católica entendía como perniciosas para la fe, sea porque la atacaran, la ofendieran, la criticaran o la minaran actuando sobre la Moral de los fieles. Lo primero fue las normas y criterios para censurar libros, con el efecto buscado declarado de evitar que los tales textos y libros se leyeran, es decir que su contenido actuara sobre la conciencia de los fieles dificultando así su “salvación”. En la práctica el Índex servía para elaborar pruebas contra los autores o poseedores de libros perniciosos. Lo pernicioso no abarcaba únicamente el protestantismo en sus diversas variantes, sino también a la superstición, la magia, la alquimia, la necromancia y la astrología. Sin embargo, se observa en las listas de libros y autores censurados una cierta i-lógica, basada tanto en las necesidades políticas del momento como en los procesos en que una obra o autor llegaba a alcanzar el honor de ser prohibida. Alguna vez esperamos hallar una historia de estos procesos que arroje luz sobre el tema. El Índex constaba de tres listas que agrupaban: Uno - Todas las obras y escritos de un autor prohibido. Dos - Libros específicos de un autor prohibido. Tres - Escritos específicos de un autor incierto, como el caso del Lazarillo de Tormes, cuyo autor parece prefirió prudentemente pasar desapercibido. Con estas tres listas se abarcaba un Universo de prohibiciones cuya progresiva acumulación ponía a los intelectuales y fieles en general frente a un dilema insoluble: Para ser un buen católico debías renunciar a ciertos saberes. Me permito opinar que nunca estuvo tan amenazada la libertad de los hijos de Dios por la propia Iglesia.  

Entre 1564 y 1571 las listas fueron elaboradas -  a petición del Papa y los Obispos - por las Universidades, lo que verdaderamente escandaliza, pues las dichas Universidades no solamente no se negaron sino que fueron incluso entusiastas en demostrar su adscripción a la fe. Y precisamente por lo complejo de la situación es que el papa Pío V crea una Congregación especial al efecto, la que operó entre 1564 y 1966, en que fue suprimida por el Papa Paulo VI. En sus cuatro siglos de existencia emitió cuarenta ediciones del Índex, la última en 1948. Para los curiosos, acá la edición de 1612, donde consta la prohibición de toda la obra del sumamente peligroso Desiderio Erasmo de Rotterdam, en el Índex desde 1500, que amenaza con poner en riesgo la salvación de los lectores del Elogio de la Locura: http://www.uco.es/humcor/behisp/informacion/documentacion/indice_censorio_expurgatorio.pdf. En la primera versión del Index Librorum Prohibitorum se prohibía toda versión de laBiblia escrita o autorizada por Martín Lutero, así como las que se parecieran a ellas o estuvieran escritas en lengua vernácula, con detalle incluso de la lista de los tipógrafos o impresores vetados por reproducirla. Puede que el caso que describa mejor el modus operandi de la Censura sea el de Galileo Galilei, a quién convocó el Santo Oficio en 1633 paraconversar amigablemente sobre su Diálogo sobre los principales sistemas del mundo. La obra había pasado la censura, pero tuvo demasiado éxito al ser interpretada como heliocentrista ya favor de Copérnico. Galileo parece pensaba que pasaría la censura por su superior inteligencia y prestigio, y ser protegido del Papa Urbano VIII. Pero la Censura carece de escrúpulos tanto como de sentido del humor, e igual lo llevó a juicio. Finalmente el anciano Galileo decidió no complicarse, pasó por el aro y pronunció la famosa abjuración, tras la que no pudo evitar murmurar el mítico Eppur si muove (y sin embargo se mueve). Si será verdad eso.

Que en el transcurso de los siglos el asunto no debió ser muy cuidadoso se nota por las inconsistencias, puede que por la diversidad de políticas aplicadas o los distintos contextos históricos. Hay autores cuya no-presencia en el Índex extraña, como Arthur SchopenhauerKarl Marx o FriedrichNietzsche, amplísimamente conocidos por su ateísmo o su hostilidad hacia la Iglesia Católica. Están, sin embargo, aparte del mencionado Erasmo, Nicolás Copérnico, François Rabelais, Michel de Montaigne, Giordano Bruno, René Descartes, Blas Pascal, Thomas Hobbes, Samuel Richardson, Francis Bacon, David Hume, Denise Diderot, Jean Jacques Rousseau, Heinrich Heine, George Sand, Honoré de Balzac, Émile Zolá, Anatole France, Alejandro Dumas, Edward Gibbon, Henri Bergson, Leopold von Ranke, Auguste Comte, Claude Henri de Saint Simon, Emilio Castelar, Gabrielle D´Annunzio, John Stuart Mill, Víctor Hugo, Maurice Maeterlinck, Gustave Flaubert, Emanuel Kant, André Gide, Pierre Larousse, Jean Paul Sartre, y un sumamente largo etcétera. La elección que el católico tendría que hacer entre la salvación de su alma y el saber del siglo podría de alguna manera considerarse cuestión de conciencia, si bien jalando muchísimo la pita, pues parecería que lo que no estaba explícitamente permitido estaba totalmente prohibido. Pero la sociedad hispanoamericana estaba tan dominada por la Censura Católica que el precio pagado por no leer ni imprimir a estos autores fue el retraso, el fracaso y/o la aceptación de la estupidez como elemento de la salvación personal. Y yo no sabo qué opinará el Buen Dios al respecto.   

V
Colofón

En este colofón deseo rendir homenaje a Sobre el infinito Universo y los mundos, libro que fue quemado junto con su autor: Giordano Bruno. El crimen cometido fue decir que el Sol era una estrella, que hay en el Universo un infinito número de mundos habitados por seres inteligentes. La emoción del descubrimiento llevó a Bruno a proponer una forma de panteísmo. Estoy seguro que el Buen Dios no va a castigar una visión portentosa y emocionada de la inmensidad del Universo con las llamas. Hasta otro día y otra Crónica.

CRÓNICAS DE LECTURAS – 83
Literatura Infantil (IV) – El Siglo XIX y más allá

I
El Siglo XIX, y más allá

En el Siglo XIX la Literatura Infantil fija las características que le dan personalidad hasta el día de hoy, los autores se profesionalizan y consideran los intereses y vivencias del niño en su obra, y en definitiva superan la recopilación folklórica y la creación tradicional para escribir historias originales. Entre otros, en 1904 aparece como obra teatral Peter Pan o el niño que no quería crecer, de J. M. Barrie (1860 - 1937). Con Peter Pan el cuento infantil y sus personajes son ya productos comerciales, y por ello aquí empezaría el sancochado de las diferentes versiones, secuelas, precuelas y profuso merchandising asociado. En 1935 Pamela Travers publica Mary Poppins; en 1943 Antoine de Saint-Exupéry saca El principito; en 1945, Astrid Lindgren pone en circulación Pippi Longstockings (Calzaslargas en castellano); en los ´60 Gianni Rodari sale con sus Cuentos por Teléfono y Maurice Sendak con Donde viven los Monstruos. Otros autores como Michael Ende, Leo Leonni y Roald Dahl producen obras de excelente factura e indudable calidad, muchas se llevan a las pantallas de cine y televisión, e invaden hogares y mentes. Ya señalé antes que los cuentos infantiles no son inocuos, es obvio que los Cuentos producen efectos duraderos y profundos en la mente y el corazón de niñas y niños, y en nosotros mismos por poco que los leamos. Eso es lo que se supone debe hacer la buena Literatura, pero la Literatura infantil se debate todo el tiempo entre el ser y el deber ser, trata de mostrar lo que está bien y lo que está mal, y es un problema de fondo que reflejen Valores y expectativas de la época en que se escribieron. Por ello sus estereotipos y personajes suelen ser demasiado estereotipados y unidimensionales para nuestro gusto, por ejemplo insufrible e irrealmente “buenos”, o “malos” hasta para avergonzar a la maldad más malvada.

Los cuentos tradicionales no tuvieron nunca por objeto fomentar la equidad de género, y esto fue empleado en los Cuentos de Princesas de Disney, Barbie y otras empresas. Al margen de la modernidad democrática se utilizan en la segmentación marquetera para favorecer prejuicios y estereotipos destinados a reproducir un mercado. El profuso merchandising asociado no tiene por lo general ningún valor pedagógico, y eso simplemente no me parece. No tengo nada contra el valor fundamental de la ganancia económica, en especial si hacen plata manipulando a sus hijos y no a los míos. A los chicos de toda edad no hay que esconderles la realidad, y hay que comunicarse con el debido cuidado in extenso sobre todos los temas. Esto no es tan fácil hoy como antes, cuando no se hacía nada al respecto, que los padres le dejaban a la realidad el cuidado de mostrarse a sí misma, y se dedicaban a lo creían conveniente. El marcado carácter moralizador más o menos tosco de la primera Literatura Infantil de Charles Perrault, los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, tal como vimos en sus Crónicas, cede a la sustitución de sus literarios estereotipos por otros mucho más comerciales y “modernos”. Menos mal nadie nos prohíbe cambiar los cuentos de modo que se adapten un tanto mejor a algunos valores que consideremos deseables: Podemos inventarnos un Ceniciento y una Sastrecilla Valiente, pueden cambiarse los roles de las hermanastras y las brujas, echándoles miel o acíbar según el caso; y siempre está disponible sin necesidad de cambiarlos el magnífico Hans Christian Andersen y otros buenos clásicos como Oscar Wilde y otros, incluyendo los cuentos folklóricos de todos los países. En esto hay, afortunadamente, amplia libertad. Examinaremos ahora algunos de los cuentos clásicos “sucesores”, algunos que superan a punta de talento a los comerciantes: 

II
Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo (Lewis Carroll)

Ser un buen escritor de literatura infantil y juvenil no es nada fácil, más fácil es escribir para adultos, pues que supuestamente lo somos, y creemos que es más fácil escribir para nuestros iguales. A fuer de adultos nos identificamos con las necesidades adultas, en particular la de ser decisores de compra de cuentos y películas infantiles, y a partir de ello nos lanzamos a escribir “para niños”, algo más falso que un billete de doce dólares de Ruritania, y así los guiones de las películas “infantiles” se diseñan para atraer a los adultos más que a los niños (porque hoy nadie deja ir a los niños solos al cine, como antes sí se solía hacer). Y ello por la sencilla razón que de esos bolsillos salen los dineros para las entradas, y es cosa que se aburran mientras los niños se la pasan bomba. En los libros para niños, los adultos que escriben para adultos tratan con un igual a través de un protocolo previo, y eso francamente lo puede hacer cualquier mono. Otro cantar es ponerse en el lugar de un niño conservando el propio sitio, ser didáctico y divertido, reglado y libre a la vez, y al final conseguir ese inestable y delicioso equilibrio que hace que el libro sea fabuloso y no la insoportable ñoñez que algunos creen literatura infantil. Hay escritores que hacen literatura demasiado didáctica, porque así creen que las editoriales los contratarán más y que los adultos los comprarán más, pero eso no quiere decir que los niños los leerán más. Para hacer una buena novela infantil y/o juvenil es preciso ser políticamente incorrecto y en cierta medida friki. Y eso lo era vastamente Lewis Carroll (seudónimo del reverendo Charles Dodgson, 1832 – 1898), por quien siento la penosa identificación de aquellos que siendo zurdos o ambidiestros de nacimiento fueron forzados a ser diestros manu militari. Para remate Carroll estaba adornado de tartamudez, sordera parcial y epilepsia; aparte una posible opiomanía y un intelecto brillante. Todo eso le complicaba relacionarse con el mundo, y lo licuaba, como tantos trataron antes y después, cultivando el humor y la aceptación de las propias taras.

La soledad interior de una persona así es más para ser imaginada que descrita. Es verdad que la tartamudez y la zurdera fue una suerte de carácter familiar y tal vez por ello el daño no fue muy notable ni permanente, y ello tal vez explique que en 1854 superara los miedos y publicara algunas obritas reconocidas. En 1856 llega a su vida el reverendo Henry Liddell, su joven esposa y sus hijas Lorina, Alice y Edith. Carroll se convierte en amigo, confidente y niñero honorario de las niñas, por las que sentía un afecto al que hoy se tilda, con razón o sin ella, de enfermizo. Nosotros, que no sabemos nada de nada, concederemos el beneficio de la duda basados en la pacata contención emocional de la Inglaterra Victoriana. El 4 de julio de 1862 todos se fueron de picnic, y el reverendo Lewis Carroll se inventó una narración que entusiasma a Alice, que la quiere escrita para Navidad. Los que leen el manuscrito lo elogian sin reservas, y eso lo conduce en 1865 hasta el Editor MacMillan, que nombra al relato como Alice's Adventures in Wonderland, y contrata a John Tenniel para ilustrarlo. El éxito llega ipso facto, y se reedita en la secuela: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Through the Looking-Glass and what Alice Found There). Yo tuve la mala suerte de acceder a Alicia a través de Disney, mala suerte que padecen ya tres o cuatro generaciones seguidas. No creo que la tal versión sea mala per se, pero se impone como algo que ha perdido su perspectiva literaria en función del lenguaje visual y de los códigos de una industria cuyo valor fundamental es la ganancia. Me temo que eso ha pasado en casi todo donde Disney puso la mano. Y una de las tantas cosas que se le perdió a Disney fue el insigne sin sentido de varios poemas, del que el más bonito es quizá el poema Jabberwocky. Y no continuaré con ello, léanlo ustedes, amables lectores, que aquí está uno de los libros: http://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Carroll.AliciaEnElPaisDeLasMaravillas.pdf, mientras que el otro anda por acá: http://www.biblioteca.org.ar/libros/11391.pdf

III
El SuperZorro (Roald Dahl)

Probablemente no tenga yo mejor recuerdo de la Literatura Infantil “profesional” que esta deliciosa historia del habilidoso y muy profesional narrador Roald Dahl (1916 – 1990). Mi experiencia con este cuento fue casual como ella sola, lo he conocido en mi cincuentena por culpa de mi hija, con la que compartimos el gusto por el cuento de antes de dormir. No sé yo si Roald Dalh trató conscientemente de hacer de este librito un “pageturner”, es decir un objeto libresco devorado en pocos días por encarnizados lectores que tratan desaforadamente de llegar al final sin perderse nada de en medio. Un autor puede conseguir ello haciendo uso inteligente de los recursos literarios en función de las características neurológicas-psicológicas de su grupo objetivo de lectores, pero también puede pasar – y suele pasar - cuando el libro es realmente bueno, porque se lamenta uno que se acabe pese a la compulsión de leerlo a la mala y terminarlo a lo bestia. Conseguir que eso pase siempre ha de ser lo más cerca del paraíso que vive el escritor, y es curioso que ello haya sido incluso tema para un cuento de Ciencia Ficción del mismo Roald Dahl, El Gran Gramatizador Automático, publicado en la antología Strange Orbits de 1976. En dicho cuento, Dahl inventa una máquina en la que el escritor introduce ciertos valores que configuran ciertas variables, y voilá, saca por el otro extremo un relato listo: Una perfecta fábrica de cuentos que aunque no exista aún, que sepamos, sería el sueño dorado de los fabricantes de best-sellers. Y a la vez haría banal la ética del escritor: Señor, danos fuerzas para dejar que nuestros hijos mueran de hambre. Pero a estas alturas ya aburro. Lo que cuenta es que sin maquinitas ni pases mágicos, El Superzorro es un perfecto libro de 125 páginas (edición Alfaguara Infantil), que a mi hija y a mí nos dio un par de horas indescriptibles, gracias a que mamá se quedó dormida esa noche. Y ya que estamos en esto, y aunque tenga la horrible sensación de estar faltando a la ley al colocar este vínculo que alguien cargó en scribd, se me importa tres pepinos el asunto, y ahí va: http://es.scribd.com/doc/81359364/El-Super-Zorro-de-Roald-Dahl

Roald Dahl fue un escritor prolífico y lo conocemos mucho más de lo que creemos, por poco que hayamos ido al cine: Los Gremlins, relato de 1943 dedicado a los duendecillos que producían averías desastrosas en los aviones de la Royal Air Force, fue adaptada por Disney en un par de películas con sus más y sus menos. Su novela Charlie y la Fábrica de Chocolate (1964) se llevó dos veces al cine, una como Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate (1971), y otra reciente (2005) de Tim Burton con el mismo título del libro, con un genial Johnny Depp. Matilda (Libro de 1988, y Película) le encantó a mi hija, y yo le creo que uno y otra deben ser muy buenos. Por motivos estrictamente pecuniarios –todos tenemos nuestras malas épocas – Dahl adaptó a destajo para el cine dos disímiles novelas de Ian Fleming, una de la serie de James Bond (Sólo se vive dos veces), y la otra Chitty Chitty Bang Bang, dirigida al público infantil. Algunas de sus novelas para adultos alcanzaron también a ser adaptadas al cine, me parece, por Hitchcock y Tarantino, nada menos. Así que sí, le hemos visto en acción varias veces. También tiene libros que no han sido llevados al cine y que son famosos por mérito propio: James y el melocotón gigante parece recoger alguna inspiración de la Alicia de Lewis Carroll, con sello original de Dahl: el tema de niños u otros seres mde Tim Burton da eparte de las tramasbida en algunos lugares por el claro estado de esclavituyd de dan o a comparecer el 7 de juás o menos indefensos, como el zorro y su familia en Superzorro frente a adultos malvados, profesores autoritarios u otros abusadores, en Dahl hallaremos siempre un acerbo crítico de la educación impositiva y déspota, que desprecia y destruye las emociones que nos hacen humanos. Por eso disfruta (y nos hace disfrutar) de cómo niños y demás seres “indefensos” se las arreglan para no serlo tanto y conseguir derrotar y burlarse de estos malvados (Los tres granjeros, muy serios, esperaban sentados la salida del zorro … y esperaron … y esperaron … ¡y todavía esperan!), en ocasiones con la ayuda de adultos que están “de este lado”. El gran gigante bonachón es un excelente ejemplo, personaje que le da el torniquete al Gigante Egoísta de Oscar Wilde, y que parece antecedente del buen y algo despistado Hagrid de J.K. Rowling. Por otro lado, Dahl no diferencia demasiado sus textos para niños y adultos, y se pasea entre géneros manteniendo a sus obras en medio de varios. La ironía - a veces el sarcasmo – y la violencia suelen estar presentes como hechos más o menos normales de la vida, y suelen formar parte de las tramas: Charlie y la Fábrica de Chocolates fue muy cuestionada e incluso prohibida en algunos lugares por el racismo y el estado de explotación rayana en la esclavitud en los que se presentaba a los Oompa Loompas. Al final tuvo que cambiar el relato para evitar el escándalo, y en la segunda parte (Charlie y el Gran ascensor de Cristal de 1973) apenas hay mención al tema. Otras obras para niños son El dedo mágico, Las Brujas, Los Cretinos, Danny y el campeón del mundo, El enorme cocodrilo, La maravillosa medicina de Jorge y otras más que no me acuerdo. 

IV
Mujercitas (Louisa May Alcott)

Trato de hacerme disculpar de la madre de mi hija la subversiva rebelión narrada líneas arriba – y de la que me parece no sabe nada aún – dando cuenta de la relación de mi hija con la novela Mujercitas, que proviene en línea recta de una costumbre que tiene sus más y sus menos, la de traerle a nuestros hijos lo que hizo nuestras delicias a la edad de ellos. Tal costumbre es seguramente cuestionable porque los tiempos cambian, pero es extremadamente fácil de perdonar, porque no hay mayor ternura que la compartida. Por lo demás, no hay que olvidar las gracias de las editoriales ni el hecho que las versiones de los libros para niños traen variantes espectaculares y eliminan aquello que los editores – o los obispos – creían perjudicial. Y cuando se trata de mujercitas el asunto es bastante peor, porque por alguna razón que sí puedo entender pero que por motivos retóricos haré como que no, los varones de las diversas épocas se creían – y en ciertos casos aún se creen - en el derecho de “proteger” la castidad, inocencia, ingenuidad y ceguera de las mujeres, y así hasta a la mismísima Louise May Alcott (1832 – 1888) sus editores (varones ellos, qué duda cabe) le enmendaron la plana desde la mismísima primera edición de Mujercitas. Habrá que esperar hasta 2004 para que aparezca, por fin, una edición que reflejara lo que su autora verdaderamente tratara de narrar. No es extraño, ni sería el primero ni el último caso en el que una mujer talentosa y dotada tuviera que emplear un seudónimo masculino (A.M. Barnard) para que más de la mitad de su obra pudiera ser escrita, publicada y tomada en serio, pues ciertos géneros y estilos les estaban aún vedados a las mujeres. Dicho sea de paso, éste no era el caso con Mujercitas, donde ser mujer y autora constituía más bien una ventaja de cara a las ventas, existía un magnífico mercado en los Estados Unidos para los géneros que se suponían femeninos, y porque mientras se  escribiera como se esperaba lo hiciera una decente dama de Nueva Inglaterra del siglo XIX, todo iba sobre ruedas. De este modo fue que Mujercitas fue un gran éxito, incluyendo todas sus largas secuelas, que aseguraron a la autora notables ingresos.

Como yo soy niño no se supone que haya leído Mujercitas. Pero sucede que Louise May Alcott trató de hacer potable la serie para los varones también, y así se mandó con secuelas y continuaciones: Pequeñas Mujercitas pone a las protagonistas de Mujercitas en el trance matrimonial, mientras que Hombrecitos y Los muchachos de Jo trataban de presentar lo mismo que Mujercitas, pero al revés. En realidad y mirando el asunto con la debida cordura y perspectiva, las vicisitudes de las hermanas March contadas en Mujercitas son mucho más interesante que el bodrio contrario ese llamado Hombrecitos. Cuestión de opiniones, supongo, siempre he estado más interesado en el sexo opuesto que en el propio. Y la cosa es que sí que me leí Mujercitas a temprana edad, que esa es la ventaja de tener primas, de las de a de veras y las de cariño. Por lo demás la Alcott culmina las aventuras de la familia March acá, pero continuará en – para decirlo con parámetros actuales – el mismo Universo con Una chica a la antigua, La bolsa de retazos de la Tía Jo (seis volúmenes de lo mismo) y La Rosa que florece. Y el éxito que la acompañó fue siempre inmenso, y parecía que sus lectores simplemente no se cansaban de ella ni de sus historias. Posiblemente Little House in the Prairie (La familia Ingalls en el mundo hispano) de Laura Ingalls, haya gozado de la misma popularidad por haber tratado de temas análogos. Mujercitas posee probablemente uno de los personajes más paradigmáticos y con los que las niñas suelen identificarse más: Jo. Aunque la vetustez de los principios morales sostenidos y los rápidos cambios de la modernidad y postmodernidad arrojan dudas sobre la posibilidad de que Mujercitas y sus secuelas pasen otra prueba generacional más, y se sigan leyendo, a mí me tinca que seguirán leyéndose igualito. Probablemente será más útil para des-contextualizar a nuestras niñas y niños hacia tiempos más estables y quien sabe más felices. Las partes menos potables – las del didactismo moralista y algo fundamentalista en lo religioso, tan diferente del alegre desasimiento de Mark Twain por ejemplo, se pasarán alegremente por alto, como pasa con los anacronismos de Salgari, Verne, Stevenson y de los cuentos infantiles. Encuentra Mujercitas y bájalas desde acá: http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/a/Alcott,%20Louisa%20May%20-%20Mujercitas.pdf, y bueno, ya, si quieres dale a Hombrecitos también, imagino que de repente te gustará:  http://biblio3.url.edu.gt/Libros/homb.pdf

V
Colofón

Los tiempos cambian y los temas, estilos y géneros se renuevan, la preponderancia de la imagen y la necesidad de ser comercialmente rentable atenta a veces contra la creatividad, pero la literatura infantil siguen versando sobre los mismos eternos temas: La amistad, el amor, las aventuras, la pandilla y el buen humor. Debo decir que me encanta releerlos ahora de viejo, y me dan más de lo que nunca pensé. Haz la prueba, y lee lo que quieras.

CRÓNICAS DE LECTURAS – 84
La Primera Guerra Mundial

¿Qué era eso por lo que nosotros, los soldados, nos apuñalábamos unos a otros, nos estrangulábamos, nos cazábamos como perros rabiosos? ¿Qué es eso por lo que combatimos hasta la muerte sin tener nada en contra los unos de los otros personalmente?
 (Stefan Westmann, veterano, entrevista de 1964)

I
Cien Años de la Hecatombe

En este Anno Domini 2014 se cumple un Siglo del estallido de la Primera Guerra Mundial y del Fin de la Inocencia.  No fue la primera vez que la humanidad o Europa como supuesto centro de la humanidad perdieron la virginidad. Las invasiones bárbaras que pusieron fin al Imperio Romano, la invasión mongola, la Guerra de los Treinta Años y las Guerras Napoleónicas no fueron precisamente caramelos de limón. Pero en cada una de estas situaciones había al parecer argumentos que justificaban combatir y cumplir con el penoso y horrible deber: Defender la civilización grecorromana, el cristianismo o la Libertad Religiosa, o la Liberté, Egalité, Fraternité. Nada de ello hay en la Primera Guerra Mundial, que a pesar de su falsa aureola de guerra que terminaría con todas las guerras, fue probablemente la más estúpida e inconsciente de todas, donde un medio dedo de frente bastaba para no encontrarle ninguna razón para meterse, donde cualquier tipo medianamente equilibrado vería la deserción como un deber. Claro que desde acá es bien fácil ser profeta. A veces encuentro calificativos que le endilgan a la Gran Guerra, y pienso que nada aprendimos: “Demencial”, “psicópata”, “insana” parecieran más destinados a ocultar las culpas de los responsables más que rescatar algo, ¿o soy el único que se percata que declarar locura o alienación es liberar de culpa? Una argumentación tan vacua da paso a la banalidad del mal tal como la plantea Hannah Arendt, que como explicación del por qué la humanidad tenía que hundirse en semejante baño de sangre no solamente no convence al intelecto, sino que desespera a la voluntad.

Los argumentos de dis-culpa son para los bebés; para los adultos - en especial para los que disfrutan jugando a la guerra – hay algo peor todavía: la responsabilidad. Porque hubo quienes vendieron la Gran Guerra como la que acabaría con todas las guerras, y resultó que dio inicio a una escalada militar de vesanía sin precedentes, que continúa a la fecha. Con esto levantaré polémica, pero qué me importa: Los únicos que en verdad se opusieron a la Guerra, los únicos que objetivamente unieron el sentimiento humanista y la necesidad racional, los únicos que levantaron la cabeza para protestar contra el baño de sangre en medio del nacionalismo trasnochado de la Union Sacrée y la locura de las trincheras, fueron los socialistas de la Conferencia de Zimmerwald, con Vladimir Ilitch Lenin a la cabeza a falta del asesinado Jean Jaurés. Y ellos le sacarían el mayor y revolucionario provecho a la amargura de la postguerra y a los millones de huesos sembrados en la Tierra de Nadie, porque tras tanta sangre demarrada a quien le importaba que se derramara más. Mirando desde acá, un siglo más tarde, se distingue el principio del fin de la Europa como Centro del mundo, el colapso de la razón y la ilustración, el fin de los Valores de la Burguesía. Entre las pocas lecciones aprovechadas de esta Guerra y de la siguiente hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, más la amenaza de las bombas nucleares durante la Guerra Fría surgieron la Sociedad de Naciones, las Naciones Unidas, la Unión Europea y otras organizaciones que se diseñaron teniendo a la vista millones de sepulturas abiertas y jugando con el temor de que se abrieran más.

El historiador británico Eric Hobsbawm motejó de corto al siglo XX, lo inicia en 1914 y finaliza en 1989. Si algún rasgo tiene este corto siglo sería a mi modesto entender, el de la Ceguera de la elite: Ceguera Cognitiva para no ver y Emocional para no sentir. La brecha entre ricos y pobres era cuestión de ingresos y de derechos, desde 1814-1815 y el Congreso de Viena la historia era la expansión del dominio de la Burguesía, las guerras eran encontronazos coloniales entre ellas o sus súbditos, y el proletariado recién se empezaba a organizar tras el Socialismo y el Manifiesto Comunista. Mandar a los proletarios a masacrarse parecía una forma de solución del problema social, los campesinos proporcionaban abundante carne de cañón, y los oficiales siempre podían reunirse en los clubes a brindar por la victoria mientras los poilús franceses, los pickelhaube alemanes y los tommies ingleses se rebelaban contra la matanza para no sacrificar sus vidas por el capricho de soldaditos de salón, sino para hacer relevante su sacrificio por la patrie, la mutterland y el King and Country. Porque la Derecha Bruta y Achorada que gobernaba allí entonces como ahora acá, entendía que los Valores eran su propiedad y los expropiaban del resto, a cambio del “honor” de morir en el campo de batalla. Elite ignorante de la tecnología y la política, abocada al reparto del mundo, que declara la guerra antes de levantar cosecha, indiferentes a la suerte de los millones que enviarán al matadero. Si la democracia sirve para algo debería ser para que los que estamos en el mismo barco seamos solidarios de los demás pasajeros, y si esta fraternité no aparece, a lo mejor habrá que cerrar el quiosco y probar otra cosa. Porque este asunto no se ha terminado. 
             
II
En el Testimonio: Algo de la Poesía de la Gran Guerra, y las Memorias de Guerra -  Los Siete Pilares de la Sabiduría, de Thomas Edward Lawrence

Antes que cualquier reformulación estilística, histórica o literaria, y frente a hechos como las máscaras antigás, las trincheras encenagadas y los piojos que martirizan a los soldados con el tifus, está el Testimonio, el Recuerdo Necesario, la Memoria conservada sin la que no se puede licuar el trauma, porque hay cosas que no se pueden dejar atrás. La poesía es una de las maneras en que el corazón le opone resistencia al mundo, y la Guerra obliga a crecer, como saben todos los que han pasado por ella. Para el soldado Wilfred Owen, muerto en 1918, morir por la patria es el revés de Horacio: Ni dulce ni honroso (Si pudieras oír (…) la sangre / vomitada por pulmones de espuma corrompidos, / obsceno como el cáncer, amargo como pus / (…) no contarías con tanto entusiasmo / a los niños que arden ansiosos de gloria / esta mentira: Dulce et decorum est / pro patria mori). Robert Graves (1895 – 1985), oficial herido en la Batalla del Somme al que se recuerda por sus novelas, escribe poemas en las trincheras porque en la poesía yace una esperanza de cordura. El dolor de Vera Brittain (1893 – 1970) la hizo aguerrida enfermera, feminista y pacifista, mientras pierde en la Guerra a su prometido  Ronald A. Leighton, su hermano Edward y sus amigos Victor Richardson y Geoffrey Thurlow: (...) Quizá algún día no me venza la pena / Al ver otro nuevo año pasar. / Y oír las canciones de Navidad de nuevo, / Que tú nunca podrás escuchar (...). - "Para R. A. L., muerto a causa de las heridas recibidas en Francia, 23 de diciembre, 1915." Diecinueve días antes, el 6 de diciembre, el cirujano de campaña canadiense John McCrae, publica En los Campos de Flandes, el poema más famoso de la Primera Guerra Mundial: En los campos de Flandes soplan las amapolas / entre las cruces, hileras sobre hileras, / que marcan nuestro territorio; y en el cielo / las alondras, que aún siguen cantando con bravura, vuelan / y apenas se las escucha bajo el clamor de los cañones. // Somos los Muertos. Hace pocos días / vivíamos, sentíamos el amanecer, veíamos el resplandor de la puesta del sol, / amábamos y éramos amados, y ahora yacemos / en los campos de Flandes. La Poesía de esta absurda Guerra no canta el patriotismo absurdo de los emboscados que mandan a morir a los pobres y excluidos, sino que expresa hasta el paroxismo la melancolía bélica, mitad horror y mitad fatalismo.

Los abundantes Libros de Memorias sobre la Guerra incluyen de todo: Robert Graves escribe su Adiós a Todo Eso, expresión de profundo asco y valeroso aguante. El italiano Gianni Stuparich escribe La Guerra del 15, descripción de su participación como voluntario. El germano Ernst Jünger (1895 – 1998) está al otro lado, pues sobrevivir con el cuerpo cosido a tiros de ametralladora y con la Cruz de Hierro cuajó en unas Tempestades de Acero de exaltación guerrera que preludiaría la venganza de 1939 – 1945. Al otro lado está Parte de guerra, de Edlef Köppen, artillero del ejército alemán, irreverente y antibelicista. Otros autores como Louis Barthas, Gerald Brennan, Ludwig Renn, Charles Woolley y otros suelen quedar obliterados por el hecho de haber ganado o perdido la guerra. Cuando hay leyenda incorporada, peor para las Memorias, como las del militar, arqueólogo y escritor Thomas Edward Lawrence (1888 – 1935), más conocido como Lawrence de Arabia y su libro de 1926 Los siete pilares de la sabiduría, ambicioso y realmente muy poco descriptivo título para un mamotreto de casi un millar de páginas. A pesar de ello fue un éxito de librería en los años ´20, pese a la pesadez de su estilo, que trata de combinar el relato histórico, las memorias y la novela de aventuras exóticas. Tan grande le salió el librito a T. E. Lawrence, que los editores le pidieron una versión más manejable, y de ahí surgió Rebelión en el desierto, base de la versión cinematográfica de David Lean de los años ´60, Lawrence de Arabia. A pesar que la película lo soslaya, es conocido el episodio en el que la ciudadela de mi integridad se había perdido irrevocablemente, terrible secuela de guerra dejada de lado por lo masiva. Sin embargo vale la pena recordar esta otra frase del libro: Existen dos clases de hombres: aquellos que duermen y sueñan de noche y aquellos que sueñan despiertos y de día... esos son peligrosos, porque no cederán hasta ver sus sueños convertidos en realidad. Aparte, Louis Ferdinand Céline escribe en 1932 la muy desencantada, desenfadada e irrespetuosa y genial Viaje al Fin de la Noche, de la que ignoramos si es biográfica o novelesca, es decir si es testimonial o literaria. En situación análoga está El buen soldado Svejk, del checo Jaroslav Hasek, casi una novela picaresca. 

III
En la Literatura: Sin novedad en el Frente, de Erich Maria Remarque / Nick Adams y Adiós a las Armas, de Ernest Hemingway / Stefan Zweig y bastantes más

La cantidad de expresión artística – en particular la literaria – generada por la Guerra Estúpida que dice Emil Ludwig (1881 – 1948), es ingente, tanto que se quedará muchísimo por decir, porque una Crónica no me basta, pero dos me parecen demasiado, así que correré el riesgo del abigarramiento. Como toda expresión literaria y artística tuvo que haber sido traumatizada a fondo por la Gran Guerra, la línea que divide el testimonio de la creación literaria es realmente tenue: El austriaco Stefan Zweig (1881 – 1942) fue en buena medida un emboscado, no pisó el frente de guerra ni de casualidad por ser de buena familia. Su obra El Mundo de Ayer. Memorias de un Europeo es testimonio de cordura en medio de la insanía guerrera. El más clásico ejemplo literario de relato de guerra es el del alemán Erich Maria Remarque (1898 – 1970) en su novela Sin novedad en el frente (1929), obra antibelicista por antonomasia, alegato sólido contra la guerra que cuenta la historia del soldado Paul Bäumer, alistado con toda su clase por instigación de sus profesores, y al fin último sobreviviente de ésta. Su intención es claramente la denuncia de las falacias y mentiras del patriotismo y la guerra. Dos veces se llevó al cine y una o más a la TV. Recuerdo en particular el papel de un Ernest Borgnine maduro, que muestra en su actuación cómo la humanidad termina destruida por lo nauseabundo de la guerra. En 1929 se publicó el libro en Alemania, y se ha traducido desde entonces a 50 idiomas, con más de 20 millones de copias vendidas. En 1933 los nazis lo prohibieron, lo que es indicio de humanidad y recomendación suficiente para que sea leído.

Ernest Hemingway (1899 -1961) es otro escritor al que se le puede rastrear la inspiración. Los cuentos de juventud que conforman su Nick Adams tienen fuerte carácter autobiográfico, y por ende incluyen diversos aspectos del servicio militar voluntario del propio Hemingway, realizado en Italia durante la Guerra como conductor de ambulancias. De este conocimiento y experiencia de primera mano es que proviene Adiós a las armas (1929), novela fundamental que consagra a su autor y mantiene su carácter autobiográfico. Cuenta una historia de amor entre el voluntario Frederick Henry y la enfermera Catherine Barkley. El título lo tomó de un verso del poeta George Peele, y sus descripciones y realismo muestran las dificultades reales del veterano que no sabe ni puede decir adiós a las armas. Entre otras obras que presentan la Primera Guerra Mundial están Memorias de África (1937) de Isak Dinesen (1885 – 1962), que recuerdan el frente olvidado del África Oriental Británica y la Tangañica alemana en la vida de Karen Blixen; La iniciación de un hombre de John Dos Passos (1896 -1970), que describe la tensión del joven médico voluntario Martin Howe al quedar inmerso en la barbarie de la guerra total; la pro-francesa Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis del español Vicente Blasco Ibáñez (1867 – 1928), novela que alcanzó gran éxito. Senderos de Gloria (1935) de Humphrey Cobb (1899 - 1944) narra la rebelión del ejército francés contra la masacre inútil, que puso en jaque a Francia, y que fue resuelta por el General Henri Petain con una combinación de fusilamientos y trato humano, y que produjo una extraordinaria adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick y Kirk Douglas. El miedo, de Gabriel Chevallier (1895 – 1969) es la contraparte francesa de Sin Novedad en el Frente.  Mención especial merece el ruso Aleksandr Solzhenytsin (1918 – 2008), que en sus novelas históricas Agosto de 1914, Noviembre de 1916, Marzo de 1917 y Abril de 1917, narra no sólo la Guerra Mundial sino el proceso de la Revolución Rusa, en un conjunto formado por estas novelas y otras que llamó La Rueda Roja.   

IV
En la Historia: Los Cañones de Agosto y El Telegrama Zimmerman, de Barbara Tuchman / La Gran Guerra, de Marc Ferro, y bastantes más.

Probablemente lo chocante entre la situación previa a la guerra y al más o menos repentino estallido de ésta se refleja muy bien en Los cañones de agosto (1962), el clásico de la periodista e historiadora Barbara W. Tuchman (1912 – 1989). Es uno de los libros de Historia mejor escritos que he tenido oportunidad de leer, incluyendo el hecho que lo leí en su idioma original (el inglés). El detalle, orden y profesionalismo con que trata de los antecedentes de la Guerra es insuperable dada la doble calidad de periodista e historiadora, pero se interrumpe en el resultado de la Primera Batalla del Marne, con lo que nos deja con la desagradable sensación de lo interrumpido e incompleto, aunque en realidad no lo sea. Es todo un clásico, comparable tanto con la obra de Max Hastings, 1914, El Año de la Catástrofe, como con Sonámbulos – Cómo Europa fue a la Guerra en 1914, de Christopher Clark; y 1914, De la Paz a la Guerra, de Margaret MacMillan, que se centra menos en las grandes fuerzas de la Historia cuanto en la importancia de las decisiones de los individuos, haciendo una suerte de Historia Moral de la época. Otra obra importante de la Tuchman es El Telegrama Zimmerman, que se centra en los acontecimientos de 1917 que llevaron a Estados Unidos a participar en la Guerra. En todo caso, es probable que el libro más leído, editado, reimpreso y traducido sea La Gran Guerra, 1914-1918, de 1968, del historiador Marc Ferro (París, 1924). Es probable que su popularidad provenga del hecho que hace una selección de hechos e interpretaciones de éstos que arrojan verdadera luz sobre las causas y acontecimientos, es decir que se lanza a algo que suena fácil pero que en realidad es lo más difícil que existe, en especial en Historia: Explicar – dar razón por la que existió como fue – la Guerra. Cualquiera puede presentar listas de batallas, campañas y generales o contar anécdotas que mantengan el interés de los lectores y permitan vender libros. La capacidad de síntesis de Ferro permite el análisis conjunto de los rasgos esenciales militares, económicos, geopolíticos y sicológicos.  Como introducción al tema vale su peso en oro, y no exagero.

La primera parte de esta recomendable obra está aquí, discúlpenme pero no he encontrado la segunda: http://www.fcp.uncu.edu.ar/upload/Ferro,_Marc_La_Gran_Guerra_(Primera_Parte).pdf. Ahora hablemos someramente de otros autores importantes. Uno centrado en los aspectos propiamente militares de la Guerra es John Keegan (The First World War – 1998). En cambio, Paul Fussell produce el clásico La Gran Guerra y la Memoria Moderna (1975), en que mueve el tema de la interacción entre guerra y literatura desde la perspectiva inglesa, en una aproximación de gran interés y que hemos empleado en parte para esta Crónica. Un libro interesante es Los soldados de la vergüenza, de Jean-Yves Le Naour sobre los soldados franceses que sufrieron neurosis de guerra (o shell-shock), hoy llamado Trastorno por Estrés Postraumático, y denominado entonces simple e injustamente cobardía, y castigada como tal. David Stevenson en su Historia de la Primera Guerra Mundial la examina con atención aunque con inevitable superficialidad dada la limitada extensión de la obra. Winston Churchill (1974 – 1965), protagonista de esta Primera Guerra incluso más directamente de lo que lo fue en la Segunda – preparamos una Crónica con su obra al respecto – es autor de La Crisis Mundial 1911 – 1918, en la que como vemos hace un recuento histórico desde el año 1911, que considera importante como inicio de la crisis militar y política desde el punto de vista británico, e inevitablemente centrándose en buena medida en su propia acción como Primer Lord del Almirantazgo y cerebro del ataque a Gallipoli.  Martin Gilbert es un importante historiador británico que produce una obra exhaustiva, La Primera Guerra Mundial. Una perspectiva posiblemente más integral del siglo XX europeo y la importancia de la Primera Guerra Mundial en un contexto amplio estaría expresada en el libro de Julián Casanova Europa contra Europa, 1914- 1945, en el que el concepto de Guerra Civil europea parece importante. Asimismo, John Morrow observa el conflicto desde la perspectiva de los Imperialismos enfrentados, saliéndose de la tradicional visión europea en su obra La Gran Guerra, obra reciente que según parece debería estar aportando una historiografía algo diferente de la tradicional.   
V
Colofón

A veces los procesos creativos son especiales: La Guerra y el riesgo de muerte parece que obligaron a muchos a correr en su creatividad, sea por temor a no decir todo lo que querrían decir, sea por evadir la realidad constante de la guerra. Así tenemos a Ludwig Wittgenstein con sus Diarios Filosóficos, escritos entre incursión e incursión en Tierra de Nadie, o en la nutrida correspondencia entre el escultor Gaudier-Brzeska y Ezra Pound. Como colofón vale la pena preguntarse ¿Ha cambiado algo realmente? ¿Será que desde la “Gran Guerra” estamos en un estado constante de conflicto que sólo varía en intensidad? ¿Bastará una muchas veces hipócrita condena, sin intentos de comprender? Durante muchos años de Segunda Guerra Mundial y de Guerra Fría se pensó que sí, y solamente se esperaban los cómos y los cuándos, como en la novela La Hora 25, de Constantin Gheorghiu. La cosa es que aún no podemos entender el Hoy sin este ayer ya centenario. Por cierto, una excelente página para consultar es http://www.firstworldwar.com/ . Y hasta otro día.