jueves, 13 de octubre de 2011

LIBERTAD Y DROGAS LEGALES


Para Álvaro.


"El mal uso de las drogas no es una enfermedad. Es una decisión, como pararte enfrente de un coche en movimiento. Podrías llamarlo un error de juicio." (Phillip K. Dick, escritor estadounidense de ciencia ficción .)

“El LSD abrió mis ojos. Si sólo usamos una decima parte de nuestro cerebro, imagínate lo que podríamos lograr usando el resto. Si los políticos usaran LSD, no habría más guerras, o pobreza o hambre."
 (Paul McCartney, músico inglés.)

"No son las drogas sino las prohibiciones que pesan sobre ellas las causas de su uso desinformado, irresponsable, autoindulgente y personal y socialmente autodestructivo." (Thomas Szasz, Psiquiatra)

Introducción

Sexo, drogas y agresión. Qué rica la combinación, así me decía un amigo, fallecido a causa tanto de estrés laboral como por el concomitante consumo inmoderado de alcohol. En un artículo anterior que escribí sobre Drogas y Sexo llegaba a algunas ideas sobre el tema referentes a lo que ha ocurrido generacionalmente en algunos segmentos de nuestra sociedad. Intencionalmente me quedé en el terreno minimalista, centrado en lo educativo. Aunque sigo sin ser un experto en Drogas, estoy seguro que todo ciudadano necesita tener algunas ideas sobre estos problemas. La vez pasada lo veía como educador, ahora intentaré una aproximación desde la perspectiva ciudadana. La reciente noticia de la existencia de locales vespertinos y nocturnos cuyo marketing se concentra en los adolescentes de 12 a 18 años de edad, que funcionan como discotecas, y donde se expende y consume libremente alcohol y tabaco, ha levantado cierto escándalo. No nos hemos librado de la moralina con que se suelen tratar estos temas, y tuvimos que aguantar la voz engolada de un locutor o locutora condenando dicho consumo en nombre de los valores conculcados. Estoy casi seguro que esa dama se toma sus tragos en un bar de Barranco los sábados por la noche, y apuesto que hay una gran probabilidad tanto de que fume como que alguna vez se haya excedido con el alcohol. No impide esto que se estructure una perorata sobre valores y la falta de éstos en la sociedad, para variar. Así que me parece que siempre conviene volver sobre estos temas y añadirle algo más de datos, a ver si así le quitamos algo de esa facilista e inútil condena.

Drogas

Según Paul McCartney, a quien tuvimos en casa hace algunos meses, el LSD es más que interesante y tiende a favorecer su consumo. El consumo de ciertas drogas en los años 60 y 70 parece que era visto de manera más que positiva en ciertos segmentos de las sociedades desarrolladas, como un modo de ampliar los horizontes mentales. Hoy el uso de la ayahuasca y otras drogas es más o menos tolerado en el mismo sentido, pues se supone que el empleo de ciertos psicotrópicos abre ciertas posibilidades y entusiasmos existenciales. Es posible, no hay por qué negarlo. El consumo de drogas ha sido tradicionalmente una manera de contactar con otros aspectos o facetas del ser. No otra cosa hacían los indios norteamericanos con el tabaco: la famosa “pipa de la paz” tenía funciones básicamente alucinógenas, no tanto por la potencia de su alcaloide - la nicotina - como por las circunstancias de su uso al interior de una tienda llena de humo. Siempre me ha hecho gracia pensar en las cabezas clavas de Chavín y de otras sociedades precolombinas como galerías de Grandes Sacerdotes, mostrados en pleno “viaje” gracias a los alcaloides obtenidos del cactus San Pedro. Todas las sociedades registran en su tradición cultural y religiosa el empleo de sustancias psicotrópicas para ayudarse a alcanzar estados extáticos. Parece que por ello el alcohol de los hombres blancos resultaba ser tan apreciado por las culturas originarias, dado que los licores destilados son mucho más potentes que los fermentados, y sus efectos muchísimo más intensos y rápidos.

Drogas y sociedad

En otro artículo traté las drogas legales e ilegales de la misma manera, y no veo por qué no vamos a considerar el tabaco, el alcohol, el LSD, la marihuana, la cocaína, etc. como drogas de pleno derecho, dado que cumplen con la definición de modificar ciertas funciones del organismo. Es claro que su consumo inmoderado produce daños específicos en lo físico y lo mental, bastante demostrados, pero también las produce tomar agua o comer verduras en exceso. En nuestra sociedad el consumo de tabaco y alcohol es libre dentro de ciertos parámetros, básicamente por una larga tradición de uso y por las ganancias que genera. A diferencia del consumo ritual realizado tradicionalmente con fines religiosos y ceremoniales, hoy prima un uso social que se centra en la evasión de ciertas realidades demasiado duras para poder tolerarlas sin apoyo exterior, y/o para aceitar ciertas relaciones sociales producidas en ocasiones de interacción y/o para vehicular los ritos de pasaje de la adolescencia a la juventud.

Existen ingentes intereses económicos alrededor de la fabricación y expendio de las drogas consideradas legales. Sabemos que su uso inmoderado causa graves daños, pero los toleramos por una suerte de compensación: El tabaco y el alcohol están gravados fuertemente con impuestos de toda clase, producen enormes utilidades para las empresas productoras, y proporcionan al fisco montos sustanciales. Con la excepción de aquellos a los que se les pasa la mano, todos ganan. Inclusive el estado fomenta el consumo de alcohol o tabaco por razones económicas, como en el caso del pisco peruano, suerte de bebida de bandera, o de los habanos de Cuba. Desde que tengo memoria he visto publicidad que favorece el consumo del alcohol tanto fermentado (cervezas y vinos) como destilados (ron y otros). Y así seguimos conviviendo con las indeseables consecuencias de su uso, entre ellas las cotidianas muertes en las calles y carreteras producidas por la ebriedad de los conductores, entre otros males.

Esto no evita que siga habiendo publicidad, aunque con mucha mayor cautela que antes. Hoy en día aparecen avisos que fomentan el uso moderado del alcohol y que tratan de crear una cultura alcohólica que tienda a evitar el exceso. Existe normativa que restringe de plano el consumo de drogas legales en personas menores de edad, o en determinados lugares públicos, entre otras, y me parecen correctas, aunque yo mismo haya sido un consumidor de “tabaco y ron”, y ya no me podría tomar mi cafecito o mi chela con un cigarrito en ningún lugar público. Aceptar las prohibiciones legales produce un ajuste personal relativamente sencillo porque entendemos que existe una libertad de los ciudadanos para consumir o no drogas legales. Esta libertad es lo suficientemente importante para que incluso se haya dicho que el aumento del precio de la cerveza suele producir mayores desórdenes sociales que el aumento del precio del pan. Podemos concluir provisionalmente que las drogas legales resultan funcionales para la sociedad. No por otra razón podemos entender el que su fabricación, comercio, expendio y consumo sigan siendo legales.

Libertad de elección

La libertad de elección es una característica particular de los seres humanos. Podemos elegir entre consumir ciertas drogas o no consumirlas. Se supone que es cosa personal saber si te metes la tranca hasta la muerte o no. O si fumas como un vampiro a pesar que te ponen la foto de un desdichado falleciendo por algún tipo de cáncer. Las prohibiciones se instalan en el interior de la personalidad por la intervención de la sociedad, sea ésta compulsiva – la ley que prohíbe fumar en lugares públicos, por ejemplo -, o sea que trate de inducir un patrón de consumo menos dañoso – como la ley zanahoria. Muchas otras drogas fueron no solamente legales sino inclusive fomentadas según la sociedad de que se trate. En muchos casos se reservaban para el consumo de una élite, y el consumirlas resultaba signo de la pertenencia a dicha élite. Por consiguiente ello debía crear en los que no la consumen la asociación libre entre su consumo y la pertenencia a un estrato social más alto, como ocurre hoy con los licores caros. En nuestro caso, el consumo de drogas legales se reserva a los adultos, masiva élite ciudadana con ciertos derechos y obligaciones. El Documento Nacional de Identidad es el pasaporte hacia el consumo de alcohol y el tabaco. Los adolescentes y jóvenes ven que el DNI es la manera de obtener estas sustancias, y la sensación de lo prohibido - y por ello deseable - se instala en adolescentes y jóvenes. No parece que se pueda hacer mucho al respecto, dada la naturaleza humana. Sabemos que basta con prohibir algo para que su necesidad crezca en aquellos a quienes se prohíbe. Esto es patente en el fracaso de la persecución que se le hace a la fabricación, expendio y consumo de drogas ilegales, que no solamente no ha reducido su uso, sino más bien parece aumentarlo y fortalecerlo.

Libertad y Adolescencia

Se supone que educamos a nuestros adolescentes y jóvenes en la posibilidad de elegir, es decir en el ejercicio de la Libertad. La Libertad es un valor importante, pues en nuestro orden social heredado de las revoluciones burguesas, se constituye como base esencial para entender la sociedad y desempeñarse en ella, y la Ley no puede conculcarla, sino dirigirla. La Libertad es un valor tan básico, que sin él los otros valores sociales ni tienen base ni pueden entenderse. La vida civil, política, económica y cultural se fundamentan en la libertad de los ciudadanos, y la autoridad legal deriva en todos los casos, por la directa o la indirecta, de la libertad de elección que los ciudadanos ejercen. En consecuencia, el ejercicio de la Libertad es una cuestión de ciudadanía, de personas que usan de esa libertad, y se entiende que aquellos que están en vías de ser ciudadanos deben ser formados en su ejercicio. La madurez de la persona humana es condición para el ejercicio de la Libertad, cosa de adultos, y por eso a ellos se les reserva.

¿Qué pasa entonces con la libertad de los adolescentes y jóvenes? Aparte de la mencionada tendencia a lo prohibido, que es una constante en personas en formación que están integrándose a la sociedad y sus goces, en todas las sociedades hay el problema de quiénes son los ciudadanos, y el momento en que adquieren las libertades civiles que permiten, por ejemplo, beber hasta la cirrosis o fumar hasta el cáncer. Establecer los límites de la libertad resulta extremadamente complejo. Pensemos en la simple libertad de contratar, por ejemplo para comprar y vender, acordada a los ciudadanos, pero que todos los días la vemos más que relativizada. Que yo sepa, no hay bodeguero que exija la presencia del padre, madre o apoderado cuando el chico de seis años quiere comprar un chocolate y tiene el dinero para hacerlo. Este hecho parece absolutamente inevitable, y cualquier sociedad que se pusiera majaderamente exigente con el cumplimiento de la Ley sin mayor criterio que la majestad de ésta, se encontrará con un callejón sin salida constituida por miles de excepciones de toda índole. El cumplimiento de la Ley está de facto sometido al criterio de realidad, y esa es la razón fundamental por la que es tan difícil hacer buenas leyes, y más aún aplicarlas, y es lo que justifica los sistemas policiales, judiciales y penales.

Responsabilidad y Libertad

Siempre he escuchado hablar de la Libertad Responsable, y siempre me ha parecido una suerte de contrasentido. La gente supone que la Responsabilidad es un valor que se opone a la Libertad, y así se produce un conflicto cognitivo entre la Libertad y su opuesto, que se hace muy compleja a niños, adolescentes y adultos. Ejercer la Libertad con Responsabilidad es un problema. Y a mi entender la manera en que los ciudadanos manejamos ambos conceptos es algo bastante absurdo, que se basa en la paradoja de que la Libertad solamente existe cuando no la ejerces. Algo así como que está bien que protestes, mientras no lo hagas. O que tienes libertad para beber y fumar, pero que no debes hacerlo. Pienso que aquí el problema básico está en que no entendamos la relación de la Libertad con la Responsabilidad. Es curioso que cuando hablamos a los adolescentes sobre la Libertad sentimos que es necesario ponerle su opuesto, y así le añadimos una nota paradójica a la Libertad, y decimos “Libertad Responsable”.

Pero la Responsabilidad no es opuesta a la libertad, ni añadírsela a la Libertad la desaparece, como algunos parecen creer. Veámoslo en el caso del trago. Si yo decido tomarme mis tragos sé que eso va a traer una serie de consecuencias, como por ejemplo que mi capacidad para conducir un vehículo va a ser muy limitada, y puede producir un accidente con consecuencias complicadas. Mi decisión de beber enfrenta un dilema ético, que eventualmente me puede llevar a no beber, por supuesto, pero que podría decidirme también a no manejar un vehículo bajo los efectos del alcohol. La Libertad Responsable no me lleva a no beber necesariamente. Si decido libremente empujarme una botella de pisco, y a la vez no manejar, mi decisión sigue siendo libre y responsable. Es un tema de tecnología ética, de toma de decisión, de una especie de cálculo ético-moral, no de balancear valores opuestos, en que uno cancela al otro. La responsabilidad consistirá en prever las consecuencias de los actos que llevo o llevaré a cabo en ejercicio de mi libertad, y aceptar que en la realidad concreta mi decisión de beber y manejar trae consecuencias que deberé eventualmente afrontar. Podría decidir beber y manejar, matar a alguien en el transcurso, y la responsabilidad me llevaría a aceptar las terribles consecuencias del hecho, y con toda seguridad soy persona responsable al hacerlo. Responsable, aunque estúpida al no prever las consecuencias de mis actos. ¿Están nuestros adolescentes y jóvenes – y para el caso, los adultos - preparados para ejercer esta suerte de inteligencia ético-moral?

Veámoslo desde otra perspectiva. Un fumador no necesariamente puede evitar serlo cuando sufre el vicio, dado que la nicotina es eventualmente muy adictiva. Pero sí mantiene un margen de decisión libre extremadamente importante: La de obedecer las leyes que le impiden fumar en lugares cerrados o públicos. Si no lo hace y acepta y cumplimenta las consecuencias del acto, y por ende paga las multas correspondientes, pues sigue siendo una persona responsable. Responsable, aunque bote estúpidamente su dinero. ¿Están nuestros adolescentes y jóvenes preparados para ejercer esta suerte de razonamiento ético-moral?

Veamos otro caso proveniente de un tema que los medios de comunicación no se cansan de condenar, pero que ocurre constantemente en nuestro país: las protestas populares con toma de carreteras. La Libertad responsable no consiste en no bloquear una carretera para protestar, como muchos creen, es saber que el bloqueo es un delito que se castiga y puede echar mis huesos a la canasta, y si aún así acepto las consecuencias de mis actos, bloqueo la carretera y luego voy preso por ello, soy persona responsable. Pensemos en esto: Si considero que mis razones para bloquear la carretera son más importantes que el hecho de ir preso por ello, y asumo las consecuencias de mis actos, pues entonces estoy ejerciendo mi responsabilidad. ¿Están nuestros ciudadanos y autoridades preparados para ejercer esta suerte de razonamiento ético-moral e inteligencia política?

La responsabilidad individual se asemeja a las Leyes en que no limitan la Libertad. Tanto la Responsabilidad individual como las Leyes coaccionadoras y coercionadoras proporcionan dirección a las decisiones axiológicas, que siempre se basan en el ejercicio de la Libertad. No son, pues, un dique para mantener la paz social, sino un canal para darle dirección y lograr que la sociedad avance. La Responsabilidad no es opuesta a la Libertad, sino que proporciona elementos de juicio moral para tomar decisiones. El problema de fondo entonces no es contraponer valores, es ver cómo se relacionan en los casos específicos de la vida cotidiana. Es un problema de operatividad ética, de juicios morales, de pensamiento dirigido a tomar decisiones.

Inconsistencias

¿Por qué un adolescente no debería fumar o beber alcohol? Decimos que es porque se hace daño a sí mismo, y nos decimos que los protegemos al prohibírselos. Pero muchísimos adultos fuman y beben (entre ellos muchos que se oponen a que los adolescentes fumen y beban), y socialmente se permite la fabricación, comercio, expendio y consumo de tabaco y alcohol, si bien con límites. El contrasentido es flagrante y, como hemos visto, tiene poderosa relación con la ausencia de la capacidad de establecer juicios morales, y por ende poseer autoridad moral. Mientras creamos que decir que beber o fumar es malo lo convierte mágicamente en malo por nuestra autoridad de adultos, vamos perdidos. El problema de las drogas, legales o ilegales, no es que sean malas. Muy por el contrario, su consumo lleva a agradables estados de euforia que gustan a adolescentes y adultos, pero que no son apreciados ni aquilatados, con lo que se pierde de vista que su disfrute implica pagar un precio individual y social. El ejercicio de la adultez ciudadana en el consumo de drogas legales no es un conjunto de deberes y derechos, es más bien una constante toma de decisiones ético-morales y políticas. Los valores que aprendemos en la práctica se constituyen en guías para ello, pero no basta instilar valores, hay que crecer cognitivamente hacia el razonamiento moral.

¿La capacidad para beber y fumar legalmente se alcanza a los 18 años cumplidos? Parece que creemos que sí, y lo corroboramos solicitando el DNI cuando estamos en duda. Entiendo que las cosas necesitan definiciones operativas, y que en alguna parte debemos establecer el límite, lo que es materia de grandes discusiones según los países. En algunos la ciudadanía se alcanza a los 21 años, pero la tendencia general es a rebajar la edad de la ciudadanía. En varios países, entre ellos nuestro vecino Brasil, la ciudadanía se alcanza a los 16 años. ¿Quiere decir ello que los brasileños son más maduros que los jóvenes de 16 años peruanos o de otros países? Algunos estarían tentados a decir que sí. Pero lo único que esto en verdad demuestra es la necesidad de entender bien el problema de los valores sociales y del razonamiento moral, a fin de establecer políticas educativas al respecto, según la realidad de cada país. En nuestro país el razonamiento moral no es mucho mayor a los 16 que a los 32 o 48 años. De hecho la Educación Ética y Moral es tan complicada, que según alguna investigación – cuyo detalle me gustaría recordar en este momento - solamente una tercera parte del total de los ciudadanos alcanza un cierto nivel de razonamiento moral.

El problema de las drogas

El problema no sería pues, como nos gusta decir tan simplistamente, de valores. Sería más bien de razonamiento moral, de toma de decisiones. En el nivel educativo sería de coaching, en el real sentido del término. No veo razón alguna para tratar a jóvenes de 16 o 17 años como si fueran bebés de pecho o niños juguetones. De hecho seguimos manejando el pensamiento mágico cuando pensamos que los valores son “cosas”. Se puede educar en la Libertad y en la Responsabilidad, pero ello será efectivo en la medida no solamente qué enseñemos valores, sino además qué hacer con ellos. Punto por hoy.


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