martes, 12 de noviembre de 2013

CRÓNICAS DE LECTURAS 64 - ESCUELA DE LOS ANNALES

CRÓNICAS DE LECTURAS – 64
Escuela de los Annales

I
Escuelas en Historia

Una escuela en Historia imagino que cuestiona cómo se hace la Historia a la fecha y plantea alternativas coherentes al efecto, que reformulen el modo de entender y reconstruir el pasado. La crítica a la Historia suele proceder desde los actores que algo esperan de ella, que suponen que el conocimiento e interpretación de los hechos humanos del pasado deben servir de algún modo a la colectividad. Esto implica de arranque una hermenéutica, una interpretación adecuada de los textos, es decir del lenguaje empleado para describir la realidad. Y se hace desde fuera de la Historia por una cierta forma de valorar los Hechos, y creo que eso es Historiografía en el mejor de los sentidos. La manera de hacer Historia puede historiarse, alguna vez hicimos ese esfuerzo en combinación con nuestro amigo el Historiador Bethford Betalleluz y otros capaces profesionales con la finalidad de hacerle a nuestros docentes de Historia la vida un poco más fácil: http://www.ciberdocencia.gob.pe/archivos/Como_se_construye_el_conocimiento_caratula.pdf. La Filosofía - cancha privilegiada de la hermenéutica – le impone a la Historia una demoledora crítica desde Descartes y el Discurso del Método, que creció con la Ilustración y la Sospecha, veamos qué dice Nietzsche: Quien haya aprendido a reconocer (…) el sentido de la historia ha de sufrir al ver curiosos viajeros y meticulosos micrólogos trepar por las pirámides de grandes épocas pasadas. (…) Para no desfallecer y sucumbir de disgusto, entre estos ociosos débiles y sin esperanza, entre estas gentes que quieren parecer activas cuando no son más que agitadas y gesticulantes, el hombre de acción mira hacia atrás e interrumpe la marcha hacia su meta para tomar aliento. Se trata de forzar a la Historia a que mire más allá de monarcas, guerras y tratados, lo que tuvo entre muchas consecuencia la de hacer de la Historia una disciplina odiosa, memorística e inútil para generaciones de jóvenes. 

La Escuela de los Annales desbrozó el camino y le abrió paso a otros modos de hacer Historia. Lleva el nombre de su Revista, fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre en 1929, cuando ambos enseñaban en la Universidad de Estrasburgo: Annales d'histoire économique et sociale, rebautizada luego Annales. Economies, sociétés, civilisations, y aún después en 1994 como Annales. Histoire, Sciences sociales. La idea – fuerza es la de una Historia que no vive sola en su torre de marfil, que le hace espacio a otras ciencias: Geografía, Economía, Psicología, Lingüística, Antropología, Sociología, etcétera, y se deja influir a profundidad por ellas. Esta reacción a la historiografía francesa del siglo XIX, de autores como Guizot,  Thiers o Michelet no reniega de los antecesores sino de la tiranía del documento escrito y de los hechos que narran. A la primera generación de los Annales pertenecen Febvre y Bloch (maquis, judío y asesinado por los nazis) y le sigue una brillante Segunda Generación liderada por Fernand Braudel, que introduce el concepto de Duración (Corta, Mediana y Larga) tan evidente como el del celebérrimo Huevo de Colón, pero igualmente huidizo de tan sabido. A esta generación pertenecen también Marc Ferro y Jacques Le Goff, y se les ha criticado su estructuralismo reactivo al funcionalismo de Febvre; eso sí dentro de la marca de fábrica de los Annales: El extremo rigor científico. La Tercera y Cuarta Generaciones son, a su vez, críticas del estructuralismo de Braudel y más heterogéneas, si se quiere más liberales y abiertas a otras líneas de pensamiento, a una Nueva Historia. Como no es nuestra intención ser tan exhaustivos, centramos la Crónica en esta ocasión en los representantes y obras indiscutibles de la Escuela de los Annales.     

II
Apología de la Historia o El oficio de historiador, de Marc Bloch

“Papá, explícame para qué sirve la historia”, pedía hace algunos años a su padre, que era historiador, un muchachito allegado mío. Quisiera poder decir que este libro es mi respuesta. Porque no alcanzo a imaginar mayor halago para un escritor que saber hablar por igual a los doctos y a los escolares. Pero reconozco que tal sencillez sólo es privilegio de unos cuantos elegidos. Así empieza esta Apología de la Historia, escrita en momentos de derrota y depresión para la Douce France, y truncada por la muerte temprana de Bloch, fusilado bárbaramente por los nazis en 1944. Su posterior edición y publicación quedaría en manos de Lucien Febvre, a quien Bloch dedica la obra, y que al final de ésta comenta los principales detalles de la edición. Bloch es un escritor vivaz y solvente, apasionado y erudito de la Historia, aunque simple y coloquial – como cuadra a tiempos de guerra, cuando la Nación debe afirmarse en sus bases – en el desarrollo de los diversos aspectos de la teoría de la Historia, algunos realmente abstrusos pero de manera incluso encantadora. El peso teórico de estos temas se aligera con la capacidad para la explicación y los adecuados ejemplos de experiencia directa de Bloch, especialista en Historia Medieval. El principal mérito de esta deliciosa obrita es el conseguir hacernos potables y democráticamente accesibles a los lectores - y a todos los lectores - las dificultades y bellezas del estudio del devenir de los hombres. En las ediciones mexicanas este libro se nombra Introducción a la Historia. Pero yo me poseo la edición del Instituto Cubano del Libro, La Habana 1971, que entiendo más fiel cuanto al título; y aprovecho para rendir homenaje al aporte tesonero y notable que las editoriales de la Cuba de la Revolución han hecho a la Cultura. Tiene este libro cuatro partes, y en la edición cubana además el añadido de cuatro pequeños artículos más, anteriores y diferentes a la obra en sí, aunque de temática parecida y escritos en tiempos indudablemente más felices, o si se quiere menos exigentes que los de la ocupación nazi: La Explicación en la Historia; El Problema de la Previsión; Orientación General de la Investigación y Algunas Observaciones de Método.

Que este libro es fresco y vital queda demostrado por su pervivencia a través de los años. Quién podría decir que la Observación, la Crítica y el Análisis histórico (Capítulos y Partes integrantes de esta Apología) se pueden narrar de manera tan sabrosa, en estructura tan simple y excelente, y con tanta economía de medios y elegancia en la expresión. En mi modestísima y pedante opinión su narrador podría perfectamente ser nominado a un premio nobel de Literatura como el acordado a Mommsen o a Churchill. Lo que se dice es lúcido no solamente por su contenido sino por el modo como nos lo cuenta: … la necesidad crítica no ha conseguido todavía conquistar plenamente la opinión de las “gentes honradas” (en el viejo sentido del vocablo) cuyo asentimiento es, sin duda, necesario a la higiene moral de toda ciencia, y particularmente indispensable a la nuestra. ¿Cómo, si el objeto de nuestro estudio son los hombres y éstos no nos entienden, no tener el sentimiento de que no cumplimos nuestra misión sino a medias? Estas palabras son de actualidad en estos aciagos tiempos de postmoderna gelatina intelectual incapaz de diferenciar entre la certeza y su ausencia, entre la verdad y la falsedad, entre lo que dicta el interés de los dueños del Capital y lo que es producto de una racionalidad considerada más allá de sus propios límites (que el sueño de la razón también puede parir monstruos). Aún las honradas gentes a las que se alude no han tomado el timón de nada en nuestra casi bicentenaria república, y en consecuencia la Historia con tan pocas excepciones está aún hegemonizada por los cuentistas de mitos y por insidiosas engañifas. El fraude, por naturaleza, engendra el fraude; y me atrevo a añadirle al maestro Bloch, es peor el fraude cuando muchos lo quieren porque lo necesitan para construir y mantener intactas sus torres de marfil.  Pero leer a tipos como Bloch nos da la esperanza de creer que no estamos muertos ni totalmente degenerados, aún. Aquí el link a la Apología de la Historia, en versión de editorial mexicana:

III
Combates por la Historia, de Lucien Febvre: Definiciones

Tras lo sencillo de reseñar al guerrero y metódico Marc Bloch se puede continuar sin variante con su compinche Lucien Febvre. Son los historiadores franceses más influyentes del siglo XX, tienen en común el carácter combativo y casi coloquial, pero mucho más desarrollado en los Combates:  … el título que he escogido recordará lo que siempre hubo de militante en mi vida. Lucien Febvre gozó de más tiempo que Bloch para decir lo suyo y lo organizó con más profundidad y estructura en sus Combates, producto de momentos de conflicto conceptual, confrontación filosófica y guerra mental durante medio siglo. Los Combates son ensayos sobre Historia, precedidos de una intención manifiesta en sus títulos. Febvre hace gala de honestidad intelectual y praxis operativa al no prohibirse a sí mismo aportar modificaciones formales, aligerar de consideraciones circunstanciales, modificar títulos para subrayar mejor el espíritu de un artículo ni remitir a trabajos posteriores si esto fuera necesario. Así que ni bien abrimos el libro estamos frente a un documento que a pesar de su engañosa reducida extensión está repleto de fecundas ideas. Pero el piso está plano y es fácil de leer, no como Bloch pero sí al alcance de cualquiera con mediana cultura, que además disfrutará de la pasión aunada al conocimiento. El primer Ensayo - Examen de Conciencia de una Historia y de un Historiador - refiere al Collège de France y a la disciplina de la Historia entre 1892 y 1933, muestra su concepto de Historia, análogo al de Bloch, pero mayor: La historia es la ciencia del hombre, ciencia del pasado humano. Y no la ciencia de las cosas o de los conceptos. Sin hombres ¿quién iba a difundir las ideas? (…) No, sólo del hombre es la historia. No se historia a Francia, al Perú o a los Andes Centrales, sino a franceses, peruanos y andinos. Que la historia pertenece a los vulgares y silvestres, no a las entelequias por más amadas que nos sean. Y me pregunto acá por qué no tenemos una Historia de los Peruanos. O quién sabe, quizá exista y me equivoque. Tal vez me lance, si no la hay, aun no siendo Historiador.  

En Vivir la Historia. Palabras de iniciación, Febvre aborda la unidad del adjetivo y el método: hablando con propiedad no hay historia económica y social (…) la fórmula (…) no es más que (…) herencia de las largas discusiones a que dio lugar (…) el problema del materialismo histórico (…) No hay historia económica y social. Hay la historia, sin más, en su unidad. Insiste en la historia como estudio científicamente elaborado y se remite una y otra vez al objeto: Los hombres son el objeto único de la historia. En De cara al viento – Manifiesto de los nuevos Annales, refuerza la actualidad del trabajo del historiador que no trabaja con cosas muertas sino con los hombres vivos y con las ciencias de hoy, no las narrativas del ayer. La vida, esa continua pregunta se introduce en las generaciones, empezando por la suya propia en un texto poético que evoca el propio pasado, el de los hombres que nacieron entre 1875 y 1880. El artículo Por una historia dirigida. Las investigaciones colectivas y el porvenir de la Historia aboga por el desarrollo de la Historia como ciencia a la par de las demás ciencias, desde la Física hasta la Sociología, y prevé en el futuro la investigación colectiva en laboratorios de Historia formados por equipos interdisciplinarios.

En Contra la simple historia diplomática. ¿Historia o Política? Dos meditaciones, una de 1933 y otra de 1945 atacan la permanencia de una visión en dos libros: el de 1933 Histoire Diplomatique de l´Europe (1871 – 1914), del que abomina el considerar al hombre desde una sola de sus facetas: Se expulsó casi por completo del campo de los estudios serios  (…) a este homo economicus al que sonríen con complacencia muchos economistas bienintencionados. Cuando se habrá eliminado (…) al homo diplomaticus (…) se habrá asegurado el triunfo de la razón clarividente (y) se habrá realizado una buena acción. El otro libro es de 1945: La paix armée (1871 – 1914) y aunque es un libro hecho a consciencia por un buen universitario, habituado a un trabajo honesto; critica la pertinencia del concepto Paz Armada, la ausencia de Geografía y Economía, el desenfoque que es tratar de explicar Europa sin el mundo. Pero lo que más le subleva es el apoyo al pequeño juego que nos llevó a nosotros, a nuestros diplomáticos y a nuestra diplomacia, allá donde nos llevó (…) Antes de 1940 pudo decirse (…) pecado contra el espíritu. Después de 1940 se debe decir: Pecado contra Francia. No queremos más. Gritaremos tan alto y tan fuerte como haga falta.

IV
Combates por la Historia, de Lucien Febvre: Más Polémicas

En Por la síntesis contra la historia-cuadro. Una historia de la Rusia moderna. ¿Política en primer lugar? se critica la publicación de Charles Seignobos, Pablo Miliukov y otros de la Histoire de Russie: (Seignobos) explica (…) porque no hay nada qué decir: “falta de documentos” en primer lugar y “falta de acontecimientos” (…) permitid deciros que si esto es un método, es un método detestable. Hay crítica al sesgo ideológico, no porque Febvre defienda otro, como ciertas gentes que creen que la vida sólo soporta dos opciones nomás y juzgan a otros desde su limitación ideológica, sino porque es científico: Si queremos saber lo que (…) anima a los hombres que (pilotan) el navío de la URSS (…) lo preguntaremos a diez observadores franceses, ingleses, americanos u otros que han visto y hacen ver, que (…) se contradicen (¡por suerte!) en muchos puntos, pero se ponen de acuerdo en otros. (…) explicar la historia de la nada, ¿es una apuesta? Y es que la Derecha Francesa de los ´30 y ´40 era lo más cerval y fascista que concebirse pueda, hasta nuestra Derecha Bruta y Achorada - que no es perita en dulce - es exangüe en comparación, véase la Cagoule, a Laval y Daladier y veremos una mafia frente a la que el apra y el fujimorismo son juegos de niños. Contra esto insurgieron Febvre y Bloch, que pagó con la vida.

En Contra el inútil torneo de las ideas – Un estudio sobre el espíritu político de la Reforma comenta en los Annales un libro que le deja malestar por su método: Para el historiador, comprender no es aclarar, simplificar, reducir a un esquema lógico perfectamente claro, trazar una proyección elegante y abstracta. Eso, dicho sea de paso, es la labor del profesor, del docente. Para el historiador comprender es complicar. Es enriquecer en profundidad. Es ensanchar por todos los lados. Por eso es inútil el torneo de ideas: No soy amante de las controversias. Me esfuerzo por ser historiador. En Ni historia de tesis ni historia-manual. Entre Benda y Seignobos establece algo que muchos acá no entenderán por creer que la mente y el mundo son bipolares: criticar a los que critican algo no es apoyar ese algo. Febvre critica a los editores que atiborran a un público ávido de que se le engañe con “vidas novelescas”, “indiscreciones de la historia”, “interioridades” y “revelaciones”; pero critica a los historiadores que apuntalan esos libros como de historia cuando no lo son. Responde también a Julien Benda, renombrado profesional de la pedagogía histórica, de preocupaciones tan actuales que podríamos sustituir Francia con Perú y seguiría funcionando: Los historiadores suelen callarse sobre temas de envergadura, y dejan a profes y editores tirando cintura, y luego se quejan. Por ejemplo, con el problema de la nación: ¿Quién forjó la nación en el yunque de los siglos? ¿Sus jefes y sus reyes, como se dice a menudo? ¿O la totalidad de sus miembros, formando cuerpos y grupos, animados por una oscura, pero potente voluntad colectiva? Y no continúo con la polémica, en parte porque me está saliendo recontralargo, en parte porque dese usted el trabajo querido lector de leerse los Combates.

En Y en todo eso, ¿dónde está el hombre? Sobre un manual ataca el memorismo y la idea misma de los manuales de historia. En la carta de 1933 Contra el espíritu de especialidad rompe una lanza por los equipos de trabajo y un enfoque que hoy llamaríamos holístico de la investigación y la divulgación de la Historia. El artículo Contra los jueces suplentes del valle de Josafat tiene un título que quizá no entiendan mis lectores que no tengan cultura católico-francesa-decimonónica - salvo hayan estudiado con la orden religiosa de los Sagrados Corazones – y se refiere al juicio histórico, que análoga al Juicio Final que tendrá lugar – dícese - en dicho Valle. En Sobre una forma de hacer historia que no es la nuestra. La historia historizante y Dos filosofías oportunistas de la historia. De Spengler a Toynbee se lanza a críticas profundas de la metafísica difusa confundida con la Historia, y contra el empleo de términos no definidos que le quitan especificidad a la ciencia y no le añaden nada útil. El análisis de las obras de Spengler y Toynbee (Los tres primeros tomos) es particularmente agudo. Hacia otra historia es el comentario del colega y el amigo a dos libros escritos por dos autores de la Escuela: La Apología de la Historia de Marc Bloch y el libro-tesis de Fernand Braudel, La Mediterranée et le monde mediterranéen à l´époque de Philippe II.   
El vínculo a esta obra que no vacilo en calificar de genial – visión personal y subjetiva, y por eso mismo válida - es:

V
Colofón

Por supuesto la Escuela de los Annales cuenta con más autores importantes, como Jacques Le Goff y Georges Duby, entre otros. Es un presente, no un pasado terminado y finiquitado. Pero lo importante acá no es eso, es el hecho que para hacer Historia hay que conceptualizar sobre lo que tratamos y nada debe darse por sentado. Y a la vez no olvidar de qué trata la Historia: No de entelequias, no de metafísicas, sino de seres humanos. El que tenga Oídos, que Oiga.

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