lunes, 28 de marzo de 2011

HUMALA, EL MALO – O el desencuentro de Dos Mundos


Hace unas décadas, la mediocridad de la cartelera cinemera nacional estaba relativizada por ciertas infiltraciones procedentes del cine italiano, francés, británico, hindú, chino, a veces japonés, ruso o estadounidense, y en unas pocas ocasiones, el australiano. Hoy en día esto es más difícil, pero en aquellos quizá no tan dorados tiempos, pero sí menos oligopólicos, una película australiana alcanzó a ser exhibida, y dejó honda huella en los pocos que la vieron. Nuestros tituleros le pusieron “Encuentro de Dos Mundos”, y narraba con precisión y sabia elipsis cinematográfica el encontronazo entre una joven estudiante de Sydney, perdida en medio del Desierto australiano, y el aborigen australiano que le ayuda a sobrevivir el Desierto. Sus mundos no podían ser más opuestos, en especial cuando entre el joven aborigen y la joven citadina surge una especie de atracción sexual, mediada claro está por dos códigos culturales de conducta diametralmente opuestos, y que ninguno de ambos consigue manejar adecuadamente. La dramática y previsible culminación se da con la muerte física del australiano y el permanente desasosiego instalado en la sensibilidad de la joven.

Realidad política “virtual” y Realidad política “real”

Si consideramos que ambos dos, el aborigen pintarrajeado y la elegante estudiante de Sydney, eran nominalmente “ciudadanos” del mismo país, Australia, el drama del desencuentro no puede estar más marcado. Y decimos esto porque tenemos ante nuestros ojos las reacciones en redes sociales (Facebook, Twitter) al repentino – y puede que orquestado - repunte del candidato Ollanta Humala, que ahora lo coloca, ante el asombro de los féisbukeros y tuiteros, en el primer lugar de las preferencias electorales según una encuestadora. Y observamos un espíritu en muchas intervenciones curiosamente negador de ciertos hechos de la realidad “real”. Por supuesto, sabíamos que la realidad “virtual” suele desplazar a la realidad “real” del foco de atención del usuario. La realidad “virtual” es, no lo olvidemos, una creación del usuario a través de herramientas proporcionadas por “Developers” – Desarrolladores – de Programas. La Internet se paga y los programas se compran. Es decir, no están al alcance de todos, sino del que puede pagar. El Homo Economicus se impone aquí sobre el Homo Sapiens a secas. Pero seguimos siendo Homo Sapiens, aunque ello nos cueste y en el fondo nos disguste. Supongo que a todos nos gustaría que el mundo fuera como lo queremos, convenientemente dotado de aquellas cosas que nos gustan, y convenientemente despojado de aquellas que nos disgustan. Y como es en cierto modo natural, una necesidad tan profunda como ésta es cubierta desde el lado de la Oferta con mundos virtuales artificiales, y qué mejor mundo que aquel que me puedo fabricar a mi medida, donde puedo interactuar con otros mostrando algo de mí, mientras oculto otras cosas que me avergüenzan o que simplemente no deseo que sean visibles, y “ser” en lo virtual la persona que me gustaría “ser” en la realidad. Y así dejo de tener “relaciones” con el mundo “real” para, en vez de ese pesado trámite de conocer a las personas e integrarme a la sociedad, empezar más bien a “interactuar” cada vez más con ellas a través de la mediación impuesta por la realidad virtual.

Y no es que haya que quejarse mucho de ello. El problema se daría cuando se confunden los planos y se llega a lo patológico, o cuando se pretende vender virtualidad como si fuera realidad. Como cualquier avance tecnológico, el problema no está en el avance mismo, cuanto en la actitud con el que lo afrontamos, o la posibilidad de manipularlo desde los poderes fácticos. Es un problema de qué tan capaz es el Homo Sapiens de enfrentar, integrar y aprovechar el avance tecnológico. No todo el mundo se vuelve loquito por la Internet. Y por otra parte, tanto Hitler como Roosevelt usaron la radio con las mismas técnicas, aunque con principios y objetivos diametralmente diferentes.

Como es obvio, no podemos fabricarnos virtualmente una “república imaginaria” donde, por ejemplo, y como quería un amigo mío, solamente voten los que pagan impuestos directos – que implicaría el ingreso suficiente para financiar los costos de la “realidad virtual” – y, por ende, podamos eliminar de nuestra vida a aquellos que no son como nosotros, es decir, la indiada que no tiene Internet, o que accede a él por vía de cabinas. Nuestros hogares constituidos como bunkers de aislamiento nos permiten vías de ingreso y salida de data particulares a cada uno de nosotros, los que podemos. El cable nos permite abandonar la TV nacional, elaborada para la Indiada. El control remoto nos desata de la obligación de ver un programa, escuchar un comentario o soportar un aviso que no nos guste. Podemos elegir la música y las opiniones o comentarios que queremos escuchar. Sin embargo, y aunque hemos conseguido reducir nuestro margen de involucramiento con el mundo “real”, debemos pasar por el aro muchas veces, en especial cuando salimos a la calle y nos topamos con que en la esquina hay, por ejemplo, un anciano que pide un pan para comer.

Este contacto entre nuestras virtualidades y nuestras realidades podría movernos el piso, y así poder percibir el sismo que resquebraja el cómodo edificio tan detalladamente construido de las creencias con las que construimos nuestras vidas. No nos gusta, pero el mundo no se circunscribe a las cuatro paredes virtuales de nuestra pantalla. No nos agrada, pero resulta que esos millones que no poseen Internet ni pagan Impuestos Directos, y que necesitan de programas sociales para poder malvivir, resulta que esos también son, igual que nosotros, ciudadanos reales, no virtuales. Pero no son ciudadanos de la República Feisbukiana-Tuitera o de la Confederación de Mundos Virtuales.

La irrupción de la Realidad Real

El problema de la realidad virtual es que es virtual, precisamente. Quizá en algunos siglos, o decenios, quien sabe, el mundo esté poblado por los sobrevivientes de un holocausto medioambiental, aislados en sus bunkers climatizados artificialmente y protegidos de los rayos Ultra Violeta, e interactuando unos con otros mediados por inimaginables medios de parodia de la realidad “real”, hasta el punto que desaparezca toda distinción entre ella y la realidad virtual. Tampoco es que amamos tanto la realidad real para desgañitarnos por ella. En especial cuando la percibimos como agresiva y difícil. Pero en la actualidad aún algunos suponemos que cierto grado de salud mental viene dado por el conocer, aceptar e intentar modificar en lo posible la realidad “real”. Por lo menos mientras culturalmente entendamos por realidad “real” lo que entendemos desde Aristóteles, un mundo aparte de nuestra percepción de él. Mucho tendría que cambiar para ello. Pero en el aquí y el ahora estamos en este mundo real, que le sigue dando soporte al mundo virtual.

Entiendo que para muchos que se han educado y vivido dentro de una forma de vida que rechaza todo displacer y que puede no aceptar aquello que la vida tiene de complejo, desagradable, sucio y desordenado, la medida de lo inaceptable sea tan baja como para no aceptar que haya otra gente distinta a nosotros, que piensa y siente distinto y que se merece su lugar bajo el sol. Los especialistas nos señalan los mecanismos de defensa que se emplean cuando no se desea aceptar una realidad específica. Como no soy especialista en el tema, apenas un observador participante de la realidad “real”, no me adentraré en ellos. Pero sí me parece interesante contrastar ciertas creencias.

Globos llenos de humo

Observemos qué pasa en redes sociales. Si los únicos que votaran en las elecciones de abril fueran los miembros de las redes sociales, la pregunta de quién ganaría y quién perdería es más o menos obvia. En este mundo virtual parece seguro que la candidatura de PPK obtendría un porcentaje muy significativo de votación. Pero, claro está, si dicha candidatura es ingresada al mundo “real” el globo tenderá a desinflarse, en la medida que el impacto de las redes sociales es relativo, en especial considerando que hasta hoy para ser ciudadano apto para votar en la República del Perú no te piden conexión de Internet, sino DNI. Que tampoco es deleznable poseer Internet, tampoco. Por ejemplo, los que tenemos Internet y Féisbuk sabremos de encuestas que no se publicarán en los medios masivos de comunicación, es decir, para nosotros la prohibición de encuestas una semana antes de las elecciones no cuenta, porque precisamente somos una República tan aparte de la República del Perú como lo era la “República de Españoles” de la “República de Indios” durante el Virreinato. Se sabe positivamente que entre las redes sociales y los medios masivos hay vasos comunicantes en ambas direcciones, y aunque las redes, como averiguó a su costa Antanas Mockus en Colombia, no son decisivas para nada, sin embargo, la procedencia social y cultural, la formación de nuestros dizque jóvenes periodistas, y la ley del mínimo esfuerzo que informa casi todo lo que hacemos en el Perú, determina que vayan a buscar las noticias a publicar en las redes o en Internet. Lo que hacen de modo mediocre, incompleto y repetitivo, además.

Añadamos el hecho que esta división entre lo virtual y lo real tampoco es nueva. La manipulación vía medios de comunicación es antigua y archiconocida en nuestro país. Sus técnicas forman parte del cuerpo de conocimiento de las disciplinas enseñadas en la Universidad. Forma parte del desencanto general el descontento de las gentes con el desempeño de los medios de comunicación, que por cierto éstos jamás publican, por autodefensa y porque para algo sirve tener la sartén por el mango. También hay relatividades. Los medios escritos no tienen la misma penetración que la radio o la televisión, que son en términos manipulatorios muchísimo más potentes. A diferencia de los medios escritos, que requieren el pesado trabajo intelectual de comprender lo que se lee, los medios masivos trabajan imágenes visuales y auditivas, y es posible crear desde las pantallas y los radiorreceptores un cierto estilo de mundo virtual. Los medios escritos tratan de hacerlo creando enormes Datzibaos en cada quiosco de periódicos y la valía de cada medio escrito para influir la opinión depende del tamaño de las letras de sus títulos y la cantidad de “letreros” que controlan por vía de concentración de capitales. El tema ahí es el nivel de efectividad de los medios para suplantar la realidad por la virtualidad.

Yo puedo decirte que te va muy bien, que el Perú crece, que ahora no hay que emigrar para vivir, y que al Perú no lo para nadie. Y se puede machacar cien veces al día, pero difícilmente pueden creérsela el taxista que tiene que tanquear su unidad, el comerciante que debe vender su mercancía hoy o nunca, el agricultor que pierde su cosecha por la helada, la tejedora que tiene que completar tantas piezas para que le paguen mal y nunca, aunque eso sí, es posible que repitan como gramófonos que nos va bien, porque para eso sí sirve este pavloviano método. Tampoco se la pueden creer los que hacen cola en la seguridad social, o los que después de andar 30 kilómetros encuentran cerrado el puesto de salud, o los muchachos que se sientan en ladrillos para “estudiar” después de haber tomado un té ralo. Se puede instalar o crear un lenguaje falaz, que no es poco, pero producir una creencia sostenible es mucho más complejo que eso. La manipulación mediática tiene límites concretos en su capacidad para virtualizar el mundo.

Teóricamente uno de esos límites concretos, impuesto desde las estructuras sociales y políticas democráticas, es la libertad de expresión. Si existe libertad para expresarse, se entiende que hay libertad para que las distintas maneras de ver el mundo compitan entre sí. La virtualidad quedaría deconstruida porque se supone que los ciudadanos tienen la capacidad de hacer juicios sobre el ajuste mayor o menor de lo que se dice en los diferentes medios, con su realidad, y puede así contrastar al uno con la otra. Por supuesto no hay nada más falaz que suponer que este Blog, pongamos por caso, pueda tener más lectores que un diario que invierte millones. Otra es creer candorosamente en la bondad natural de los que tienen interés en que las cosas se sostengan como están. Otra falacia es la de suponer que los ciudadanos, con el sistema de educación que tenemos, han desarrollado sus capacidades críticas hasta el punto de poder enmendarle la plana a quienes, con todos los medios a su alcance, pueden imponer sus puntos de vista y crear corrientes de opinión por la simple capacidad de difusión y repetición de mensajes.

Humala el Malo

Recuerdo esa antigua comedia nacional de la televisión nacional donde Ricardo Fernández personificaba al famoso “Malulo el Malo”. Cada vez que los otros personajes lo chequeaban le soltaban en coro la muletilla “¡Malulo el Malo!”, seguida de otra muletilla a cargo de Don Ricardo, “¡No me digan Malo, que soy Malulo!”. Aunque parezca mentira, yo estaba de parte de Malulo, que siempre tenía que luchar contra esa etiqueta que le adjudicaban los demás, y que siempre estaba en el brete de tener que comportarse como todos le decían que era, cuando él solamente deseaba ser Malulo. A Ollanta Humala se le trata como a una suerte de “Malulo el Malo”, si nos atenemos a la virtualidad. El candidato Humala, de acuerdo a ellas, es más malo que el Diablo, y se pasea por el mundo frotándose las manos buscando con frenesí cosas que estatizar (cosa que debe ser horrible), para poder convertir todo lo que le pase por delante en satélite de Hugo Chávez. Es racista, homofóbico y autoritario. En suma, es MALO. El trato mediático que recibe me recuerda ese eslogan tan bobo venido del Norte con el que se pretendía combatir el empleo de estupefacientes, y que simplemente repetía lo que un superdotado Ronald Reagan decía respecto a ellas: “Just say no”. Aquí, con la originalidad que nos caracteriza, copiamos eso traducido a un “A la Droga dile NO”, y los efectistas medios propagandísticos empleados para difundirlo tuvieron por efecto marcar en la mente de los consumidores de drogas que era tan malo y tan prohibido lo que seguían y seguirían haciendo, que era tan transgresor e ilícito que por lo tanto era maravillosamente rico; creando el contraproducente efecto de aumentar el número de gentes que probaban la droga.

Desde la realidad virtual construida en los medios de comunicación y que rebota hacia las redes sociales, Ollanta Humala no solamente es terrorista, sino que a la vez es un militar violador de derechos humanos en la lucha contra el terrorismo. Es lo peor que le podría pasar al mundo. Es culpable de absolutamente todo. Es más malo que el lobo de Caperucita, que la madrastra de Cenicienta, y que Mefistófeles el de Fausto, todos juntos. He aquí un Ollanta Humala “virtual”, lo que por supuesto no nos dice nada acerca del Ollanta Humala “real”, que puede que sí o puede que no tenga esas características. Todo esto ni siquiera nos habla de lo que realmente creen de él sus adversarios, solamente nos informa de aquello que alguienes quisieran que creyéramos. En realidad de lo único que nos habla claramente es de un tipo de lenguaje virtual, que muchos dentro y fuera de redes sociales repiten pavloviamente como si fuera “real”.

Por supuesto, el equilibrio en el juicio que se manifiesta principalmente en el mundo “real”, en el “mundo virtual” de la prensa escrita y las redes sociales está casi totalmente ausente. Puede ser mucha verdad que la política es pasión, sin embargo yo entiendo que debería ser también cerebro, sobre todo a la hora de votar, que no es cuestión baladí. Porque la demonización no solamente no funciona, sino que la mayor parte de las veces produce efectos contrarios a los esperados.

¿Puede alguien creerse, siempre y cuando emplee sus neuronas, que se puede ser terrorista y militar represor de los derechos humanos, a la vez? Es como decir que se puede ser hincha de Universitario y del Alianza a la vez en un Clásico. Por supuesto no solamente eso es encasillar a alguien que puede ser hincha del Sport Boys, sino de repente a alguien que ni siquiera va al Estadio. Está tan claro, si es que se posee una mente pensante, por supuesto, que ambas cosas no pueden ser verdad - probablemente ninguna lo sea -, que cualquier persona con medio dedo de frente o no se la cree, con lo que se arrojan dudas sobre la lógica, la sinceridad, la intención o el equilibrio de quienes afirman esto, o si se la cree, es que ya traía de antes una mente bastante escindida. Pero entendemos que una campaña dirigida a destruir a alguien es porque ese alguien constituye un riesgo para los que hacen la campaña, y como no nacimos ayer, sino antes de ayer, no nos la creemos cuando se nos dice que se gastan millones para evitar que gane Humala el Malo por pura generosidad empresarial, o porque el que manda sabe mejor que yo lo que me conviene. Como me considero individuo pensante, busco los hechos, examino los antecedentes y razono los verdaderos motivos, porque no siento interés alguno en los cuentos chinos. Si me dicen que Humala el malo es terrorista y además militar violador de derechos humanos, me doy cuenta que me proporcionan términos contradictorios de la cuestión para que mi yo manipulado adopte el que le resulte conveniente a “ellos”, la verdad o la coherencia no son valores de importancia. Y por supuesto, con eso subestiman la inteligencia genética de los peruanos. Y digo genética, porque la adquirida es simplemente pésima y se dirige a estupidizar a la gente antes que a formarla. No olvidemos que en el Perú todo aquel que algo vale ha surgido contra el sistema, no con él o gracias a él. Y se nota que ya no está Rendón para dirigir la campaña, porque a los encargados de moverla se les acabó la creatividad y ya no tienen nada nuevo qué decir que antes no hayan dicho y amplificado.

Naturalmente, lo absurdo y contradictorio de la expresión no detiene la expresión. Muchos se lamentan en las redes sociales y en los medios escritos de comunicación – a veces se les escapa a los otros medios - de la estupidez y estulticia del pueblo peruano. Se cree que la gente que no cuenta con los beneficios de Internet es… y lo diré de una sola vez, IGNORANTE. Fomento del Prejuicio, por supuesto. Celebración del Estereotipo, qué duda cabe. Pues escoger entre votar por Keiko la ex Primera Dama, o por Humala el Malo puede tener para los que asumen estas opciones, tan buenas o mejores razones que votar por un Presidente con antecedentes de debilidad – como Toledo Etiqueta Azul – o por uno que hará y no te contará como la financió – como Castañeda Comunicore – o por alguno cuya nacionalidad y lealtad está en entredicho – como PPK, repentino “gringo atrasador”. A la hora de la hora a cada cual le cae de la suya, y de eso se trata. Y todos tenemos derecho a tener opiniones. Pero también la obligación de usar las neuronas.

Matar el estereotipo

La gente que no tiene Féisbuk o Tuiter, es decir que no es “como nosotros”, no es bruta. Seguramente nos gustaría creer que poseer Internet es participar de la “modernidad” y estar en “otro nivel”. Pues no, mis amigos. Tal vez en cuanto a la realidad virtual eso pueda funcionar en algo. Pero en la realidad real, tenemos y debemos contar con todos los peruanos en una democrática relación de igualdad. Preguntémonos, por ejemplo, por qué “ellos” no están en Féisbuk. Tal vez podamos encontrar algunas respuestas. Ellos, la inmensa mayoría del país que no es propietaria de medios de comunicación, que no lee la prensa escrita, ni está en Féisbuk o Tuiter, aquellos cuya expresión no se oye, padre, también son ciudadanos de este país. Cuando decimos o pensamos que esta gente es estúpida, que no está a “nuestro nivel”, y que no posee inteligencia porque vota por uno o por otro que no es de nuestras simpatías, lo que realmente estamos escondiendo es que nosotros somos ciudadanos de primera categoría porque tenemos los medios que nos permiten tener Internet, es decir, la diferencia entre ellos y nosotros, es que ellos no tienen plata.

Todo esto nos demostraría la espantosa situación social en la que estamos inmersos y la necesidad de romper con los ghettos que nos circundan, nos someten y nos deforman. Muestra por desgracia que la ignorancia está más extendida de lo que creemos. Porque una cosa es saber que no se sabe, y otra bien diferente es creer que lo que sé es la verdad absoluta. Aquí cuenta la distinción socrática entre la ignorancia ignorante y la ignorancia ilustrada: El que cree que sabe sin saber no tiene remedio; el que sabe que no sabe, en cambio, aprende. El que tenga olfato, que oiga.

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