martes, 19 de marzo de 2013

CRÓNICAS DE LECTURAS 20: SHERLOCK HOLMES


CRÓNICAS DE LECTURAS – 20

Leer a Sherlock Holmes

I
Ficciones, y Cazador de Libros

Claro que sé que Sherlock Holmes es un personaje de ficción … pero cabe la pregunta tonta de si realmente lo es. Antes de que mis lectores se rían autosuficientemente, les ruego encarecidamente que aviven el seso y despierten: La ficción y la realidad tienen relaciones que en verdad no conocemos, el mundo como realmente “es” podría escaparse a nuestra limitada percepción, como sugiere Jostein Gaarder en El Mundo de Sofía, y por ende el Detective del sombrerito raro podría efectivamente andar por ahí, pues en verdad en ese terreno no hay demasiado de lo que podamos estar ciertos: Cerremos los ojos y tratemos de dilucidar con las solas fuerzas de nuestra razón si nuestro entorno sigue ahí o no, y reto al más pintado a resolver el problema sin abrir los ojos. Así he rayado a más de uno de mis estudiantes de Filosofía. Por otra parte, pasa con Sherlock Holmes lo que con los personajes de William Shakespeare, o con el Dios de Schiller, que puede que no exista, pero que si no existe, peor para él. Al final la vaina es que derivamos una cierta profunda satisfacción del hecho de saber o cuando menos de creer que hay cierta gente en el mundo con las características del Detective de marras. Y para el caso particular de Sherlock Holmes, parece que su existencia está además inspirada en un personaje real: el médico escocés Joseph Bell. Y parece también que Arthur Conan Doyle estaba muy urgido de un personaje y muy impulsado por la necesidad económica de enviar un cuento publicable a la revista Strand, para que se lo pagara, que no hay nada que te inspire más que la perspectiva de morir ahorcado al amanecer …. Y así decidió desdoblar al médico escocés en dos: El Detective Sherlock Holmes y el Doctor John Watson. Y le funcionó.

A mí siempre me gustó Sherlock. Hace como treintaitantos años los avatares de mi vida me llevaron a residir a la Imperial Ciudad del Cusco. Esta referencia viene a cuento por el hecho de que si en Lima la Lectura y la comprensión de lo que se lee son problemas que marcan 100, en provincias marcan de cajón 200. Eso es en sí una pésima noticia, pero tenía y aún tiene sus ventajas para nosotros los cazadores de libros baratos: Los títulos y ediciones agotadas en Lima se encuentran en provincias. Concedámonos el prejuicio por un momento: Como la gente en general no lee, y cuando lee, lee tonteras; las cosas importantes las encuentra uno en los sitios más insospechados, quitándole espacio a libreros piratas, ambulantes y supermercados para poner cosas que sí venden, por lo que a menudo están dispuestos a dártelo a precio de balde o eventualmente a regalarlo. Así, entre otras cosillas, encontré en un mercado de Iquitos una edición magnífica del Ulises de James Joyce - que por cierto perdí antes de leer -; textos de Bertrand Russell, Jean Piaget y el Estudio de la Historia de Arnold Toynbee en los saldos de una tienda por cerrar de Trujillo; la Historia de la Lógica Formal de I. M. Bochenski en una librería de Huancayo; y en el Cusco una edición rarísima de La Fe filosófica frente a la Revelación de Karl Jaspers, junto al objeto de mi Crónica de hoy, las Obras Completas de Sherlock Holmes por Arthur Conan Doyle, en tres tomos, incluyendo su cajita de cartón con el perfil en oscuro del Detective. Fue en un día que buscaba una peluquería, obviamente para cortarme el pelo (por si no está claro para alguno), que lo vi en un escaparate de una innominada librería en la plaza de Limacpampa, en la Imperial Ciudad del Cusco. He vuelto al Cusco varias veces para trabajar, y muchas menos de Turismo, pero el hecho de haber vivido en la Imperial Ciudad y haber rascado un poquillo debajo de su turística superficie – nada fácil para un fuereño – determina que me sepa mi par de cosas acerca del Cusco y los cusqueños, entre ellas dónde buscar algunas cosillas. Es más que probable que en el Cusco tenga su asiento la más importante aglomeración de lectores de temas históricos, antropológicos y arqueológicos del Perú, lo que se patentiza en la posibilidad de encontrar ciertos libros imposibles en la Capital de la República. Así me pasó no hace mucho con ciertas obras de Gary Urton: En el cruce de rumbos de la Tierra y el Cielo, y Signos del Khipu Inka, inencontrables en cualquier otra parte que no fueran ciertas estratégicas librerías de San Blas o de Zaguán del Cielo que yo me sé, y cuyos amables dependientes en general ayudan bastante porque conocen muy bien lo que uno busca y están perfectamente dispuestos a vendértelo.

II
Sherlock  Holmes, el Detective por antonomasia

Sherlock Holmes, era, a juzgar por la descripción de Arthur Conan Doyle, un personaje de ficción verosímil, aunque extremado en su exageración. Yo personalmente lo siento rodeado de cierta oscuridad, lo que quizá no fuera así en los tiempos en que fue escrito, cuando el razonamiento deductivo, la observación y el recto uso de la razón y la lógica eran una suerte de ejercicio fundamental que todo hombre del espacio cultural victoriano debía tratar de corporizar. No otra cosa hace, desde una perspectiva más científicamente exagerada, el otro gran personaje de Conan Doyle, el Profesor Challenger. Pero lo que Challenger hace en el remoto Mundo Perdido – precursor evidente y cierto del Jurassic Park de Michael Crichton y Steven Spielberg -, Sherlock Holmes lo hace en el mismo centro del Imperio Británico: el Londres Victoriano. Y dado que lo que Holmes le muestra de sí a Watson es solamente la superficie, cualquier lector que lea las cuatro novelas y 56 relatos en que aparece se preguntará qué hay tras la máscara que presenta, y empleará lo que siempre hemos empleado para tratar de adaptarnos a este mundo y conocer a la gente: Lo que la gente misma hace y dice. Y así los lectores escrutamos al gran Detective, tratando de sorprenderlo en renuncio, contradicción o en algo que nos lo dé a conocer mejor, y nada. Y es así como precisamente nacen las leyendas, en el medio mismo de la ambigüedad. Creo que por eso su propio padre – Arthur Conan Doyle - lo odiaba tanto, hasta el extremo de matarlo. Pero el Detective le sobrevive sin complejos, y se queda para siempre en el imaginario colectivo como el Detective por antonomasia. Fumador empedernido de pipa y puros, probablemente conocía y aprovechaba los rasgos ligeramente alucinatorios de las altas concentraciones de humo de tabaco, que intoxicaban el salón de Baker Street que compartía con Watson. Pero según parece esto no le bastaba, debiendo inyectarse en circunstancias más o menos apremiantes – no disponer de ningún caso a la vista - una solución de cocaína al diez por ciento, necesarios para excitar su naturaleza de sabueso tras la solución de un caso.

Hombre de enorme capacidad de concentración, sostenía la extraña teoría de que la mente es una suerte de desván con límites de almacenamiento, y ello, que nos suena curioso por poco que sepamos de neurociencias, sin embargo le permite concentrar su atención, al negarse a aprehender aquello que no siente como de inmediata utilidad, con lo que sin saberlo concreta la negación del “estudiante” y la afirmación del verdadero aprendiz según Ortega y Gasset. Domina Sherlock el alemán y el francés, colecciona libros viejos y adora la Química, la Ópera, tocar el violín y leer crónicas de criminales. Posee además gran fuerza física y capacidad atlética, además de dominar el arte del disfraz, el boxeo inglés, la lucha japonesa y la esgrima de florete y sable. Es excelente tirador con pistola cuando lo ve necesario, pero prefiere que Watson emplee la suya, lo que le permite tener las manos libres. Se muestra digno y altivo con los poderosos y aristócratas, a los que hace objeto de su ironía cuando son dignos de desprecio, en cambio simpatiza con los humildes y sirve a los afligidos, lo que le otorga cierto aire de Quijote o Parsifal práctico y muy bien equipado, apenas excéntrico, que cabalga con su escudero desfaciendo entuertos y aplicándole la Justicia a toda suerte de follones y sinvergüenzas. Cuenta con aliados en la Policía Oficial y en el bajo pueblo, que le conoce y le quiere, en especial los jóvenes cockneys londinenses, a los que organiza en una Pandilla: Los Irregulares de Baker Street. Reconoce un digno antecesor en el Chevalier Auguste Dupin de Edgar Allan Poe (Los extraordinarios casos de Monsieur Dupin), al que se le reconoce como fundador del género policial, aunque debemos decir que Poe no consigue desprenderse de sí mismo en su poderosa narrativa en primera persona, y es mucho más escritor que Arthur Conan Doyle, el que pasa desapercibido, tan completamente superado está por su personaje. Y sin embargo, es Conan Doyle quien completa totalmente el tipo del Detective, fijando todas las características que Poe deja únicamente supuestas, llevado más por las circunstancias de la historia de la Calle Morgue o de Mademoiselle Roget, que por sus personajes. Reconozco que en esto soy injusto y prefiero los personajes a las historias. Así soy, que le voy a hacer.

III
El género detectivesco

El género detectivesco posterior a Poe y Conan Doyle nunca ha conseguido entusiasmarme tanto como el mismo Sherlock Holmes, posiblemente por mi fijación con los personajes. George Simenon, Dashiel Hammett, Raymond Chandler, Edgar Wallace son magníficos escritores que saben contar historias de crímenes y construir situaciones interesantes, pero sus detectives – incluso el grande Sam Spade de El Halcón Maltés; como Philip Marlowe o Jules Maigret - no tienen la lógica de Sherlock, y cambian el escenario cada vez que pueden y meten acontecimientos como cancha, como tratando, cada cual de modo diferente y original eso sí, de meter al azar como sea, de modo que su mundo no sea el París estilo Imperio o el Londres Victoriano ni sus detectives se parezcan ni de casualidad a Dupin o Holmes. De los cuatro me quedo más con Dashiell Hammet aunque es muy probable que ello tenga por culpables el Nueva York de los años ´30 y el Sam Spade - Humphrey Bogart de la película El Halcón Maltés, que vi mucho antes de leer el libro, y que vuelvo a ver cada cierto tiempo. Que hay libertad de cultos y creencias, insisto. Pero eso de NO tratar de parecerse me suena al extraño homenaje análogo a lo que hacen algunos antiguos pueblos al no nombrar jamás el nombre de su fallecido héroe o gobernante. La Novela Negra y su secuela el Cine Negro son interesantes pero no llegan a detectivescos, acaso a policiales. Fuera de sus Nueva York, Los Ángeles o Chicago – ciudades protagonistas en el mejor sentido del término, su principal aporte es el de las figuras femeninas, en especial las entrañables e inmortales Secretarias de los Private Eyes (Detectives Privados), de las que la autosuficiente Effie de Sam Spade es el paradigma. Aparte de los dichos autores, Agatha Christie continúa una gloriosa tradición británica y su obra es muy copiosa, pero me parece en exceso desigual y ciertamente hace del género por momentos algo muy naïve: Hay libros de ella que merecen estar en cualquier estante, mismos premios Pulitzer, y otros francamente olvidables, francamente infantiles, francamente impresentables. Ese es el problema de escribir por encargo y para ganarse la vida, porque de lo contrario no se cobra, y por ello tiene uno que repetirse a sí mismo hasta la náusea, y pensándolo mejor no podemos culpar a Agatha por tener éxito y ganarse la vida con su pluma en una época donde no se suponía que las mujeres pensasen. Todo trabajo es digno en sí mismo.

Quieras que no, Sherlock Holmes y sus circunstancias o su carencia de ellas son referentes para todos los demás Detectives epígonos. Ya hemos mencionado a las imprescindibles Secretarias, siempre guapas y sexis, y no deja de ser curioso que la más bien maternal Señora Hudson, ama de llaves de Holmes y Watson, haya participado sólo ocasionalmente en la ficción detectivesca. Los diversos detectives de ficción que aparecerán después se definen tomando a Holmes como paradigma por presencia o ausencia. De hecho el rasgo más importante y omnipresente del Detective es la capacidad para el razonamiento deductivo, que le permite resolver sus casos, conforma la trama de las diversas obras, y adorna a absolutamente todos los epígonos: Además de los ya mencionados Sam Spade, Jules Maigret y Philip Marlowe, encontramos entre muchos otros a Hercule Poirot y Miss Jane Marple, de Agatha Christie; a Eric Sherrinford (este fue el primer nombre que pensó Conan Doyle para el Detective) de Poul Anderson en La Reina del Aire y la Oscuridad; al Elijah Baley de Isaac Asimov, y su Watson robótico R. Daneel Olivaw, que aparecen en muchas de sus obras; a  Ellery Queen, creado al alimón por dos primos, que introduce la figura del Detective adolescente; a Simón Templar “El Santo”, de Leslie Charteris, ladrón de joyas reformado; al ciudadano romano y republicano detective Marco Didio Falco, de Lindsey Davis, que nos demuestra que las convenciones del género pueden llevarse incluso a la Roma Imperial; y así en un largo etcétera, etcétera, etcétera. Incluso personajes de cómic como Fantômas “la amenaza elegante”, el Avispón Verde, y  Batman poseen algunas de las habilidades deductivas del Detective, incluyendo a sus ayudantes las chicas del zodiaco, Kato y Robin. Y no podemos olvidar a los sacerdotes católicos, que suman la moral a su brillantez, y destacan aquí la pareja Guillermo de Baskerville / Adso de Melk, de Umberto Eco; y el Padre Brown de G.K. Chesterton, y su Otro-Yo, el ladrón reformado Flambeau (reformado por el Padre Brown con uno de los mejores discursos que se ha escrito al respecto: No será usted capaz de hacer otra cosa mejor. Y ahora, de paso, conviene que me devuelva usted esos diamantes (…)  y quiero que abandone usted esta vida. (…) tiene usted bastante juventud, buen humor y posibilidades de vida honrada. (…) Los hombres han podido establecer una especie de nivel para el bien. Pero ¿quién ha podido establecer un nivel para el mal? (…) Maurice Blum comenzó siendo un anarquista de principios, un padre de los pobres, y acabó siendo un sucio espía, un soplón de todos (…) Ya sé, Flambeau, que ante usted se abre muy libre el campo; ya sé que se puede meter en él como un mono. Pero un día se encontrará con que es usted un viejo mono gris … (…) Ya usted ha comenzado también a decaer. Usted acostumbraba a jactarse de que nunca cometía una ruindad …)

IV
Los imitadores

Se han hecho centenares, si no miles de versiones en cómic, teatro, cine, novelas, relatos, dibujos animados, series de televisión y pastiches de las obras de Conan Doyle referidas a Sherlock Holmes. El personaje en sí es tan sugerente y poderoso que muchos autores menores, y alguno que otro mayor, lo han tratado de recuperar. El problema es que la mayoría son autores francamente mediocrones, que lo traen y llevan de modo que se le note más su carácter de freak ultralógico, hasta la caricatura. O peor, se lo quitan y lo transforman en cualquier cosa. Por cierto y para los que no sepan, el pastiche consiste en la edición de obras que emplean al mismo personaje – en este caso el Detective de Baker Street - a circunstancias diferentes, descritas y narradas por autores diferentes, amparados en el vencimiento de los derechos de autor, y por lo tanto convirtiendo al personaje así pirateado en cualquier cosa. La mayoría de estos pastiches son francamente infames e indignos de recordación, pues que recargan los rasgos ultralógicos de Holmes. Sin embargo uno de estos por lo menos se escapa a la norma y merece ser mencionado, es que no trata a Sherlock Holmes desde la manoseada perspectiva del detective lógico, sino desde su carácter de cocainómano habilísimo en disimular su adicción y capaz de emplear su portentosa mente en encontrar el modo de seguir inyectándose su solución de cocaína al diez por ciento, a pesar de la extrema vigilancia de Watson y de su hermano Mycroft Holmes, por lo menos tan hábil como él. Humano, al fin, como todos nosotros. Hablo de Elemental, Doctor Freud, de Nicholas Meyer, talentoso guionista y director de cine, que presenta un Doctor Watson muy diferente del que conocemos, aunque igualmente leal al Detective, y conchabado con Mycroft para llevarse al irremediable y brillante cocainómano hasta Viena, a la consulta del mejor psiquiatra especialista en casos de envenenamiento y saturación de cocaína, nada más y nada menos que el mismísimo Sigmund Freud. Y no cuento más, léanla si la encuentran, entre otras cosas porque valen la pena las sabrosísimas conversaciones del astuto detective con la jovencísima Anna Freud. Por otra parte la novela sigue las convenciones de los guiones cinematográficos, dejando entrever la intención de Meyer de convertirlo en película, como de hecho hizo.

Las versiones cinematográficas han sido copiosas, y la marca Sherlock Holmes sigue vendiendo como pan caliente, en especial ahora que es de libre disponibilidad. Hay diversas versiones en cine francamente excelentes, incluso algunas, digamos así, indirectas, como las centradas en el Doctor Joseph Bell, inspiración en la vida real de Sherlock Holmes – y de Watson, de paso. No he visto todo lo que me gustaría ver de la filmografía Holmesiana. Dícese que el mejor Holmes pertenece al actor británico Basil Rathborne, pero no lo puedo asegurar pues no he visto sus películas. Pero a veces la desgracia me acompaña: Vi la barbaridad perpetrada por Robert Downey jr., como un Sherlock Holmes más James Bond o Batman sin máscara, con un Jude Law / Doctor Watson más parecido al Joven Maravilla. La segunda película de esta parejita no me he molestado en verla, y eso que trato siempre de no perderme nada del Detective. Del mismo modo, estoy siguiendo en el Cable la serie Elementary, donde la muy guapa Lucy Liu hace de una Doctora Watson de cierta profundidad psicológica, con Aidan Quinn haciendo de un Inspector Gregson mucho menos estereotipado que el de Conan Doyle. La belleza de la Liu y el talento de Quinn se roban la teleserie, pues el actor que eligieron para Holmes (Johnny Lee Miller) empezó intentándolo con coraje, pero sin lograrlo de primera intención, pues todos tenemos una imagen de Holmes que así nomás no puede violarse sin pagarlo en efectivo. Y eso que los guionistas han estado tratando, a mi modo de ver con gran acierto, de seguir la estructura de los cuentos cortos de Conan Doyle. El problema es que se le ven demasiado los hilos a la marioneta y el espectador que conoce debe “suspender el juicio”, por así decir, para “no verlos”. Y sin embargo, mientras más tratan actor y guionistas de “no parecerse”, más “se parecen”, y graciosamente para mí eso está salvando la serie, pues el “narrador” Watson está construido de modo realmente admirable por una inspirada y sobria Lucy Liu, y Miller se afiata cada vez más.

V
Colofón

Si bien Sherlock Holmes resulta ser una suerte de hito y paradigma de diversos géneros, no es un superhéroe, pues sus capacidades pueden ser perfectamente alcanzadas por las personas que se aboquen a ello. El razonamiento deductivo no está expropiado, y la mente humana no conoce aún cuál puede ser su límite. Es posible para cualquiera identificarse con él, es posible para cualquier joven proyectarse en él. Ante la ausencia de modelos morales en la realidad, podemos aún recurrir a la ficción para encontrarles. Y Sherlock cumple, en lo cognitivo como en lo moral, así que léelo como quieras y donde quieras, que Sherlock no nos permitirá arrepentirnos. Y punto.

La segunda parte de la Crónica sobre Sherlock Holmes se encuentra en el siguiente enlace: http://memoriasdeorfeo.blogspot.com/2013/09/cronicas-de-lecturas-55-sherlock-holmes.html

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