El Veco y el respeto por el público
El fallecimiento de Don Emilio Laferranderie, conocido como El Veco, me suscita algunas reflexiones que creo vale la pena compartir.
El periodismo ha sido considerado, no sé si con justicia, como la escuela de aquellos con dificultad para acceder a ella. Se ha dicho que el periódico era “el libro” del ignorante (Conste que cuando digo ignorante no hago juicios de valor, solamente describo una situación). En una sociedad donde la educación resulta un mal chiste, y la crisis educativa es una costumbre, el periodismo pudiera ser uno de los medios más potentes para influir en un mejor desarrollo educativo de los pueblos. Y ello sin desmedro de la Libertad de Expresión. En otros países esto es tomado muy en serio. Además, no hay excusas técnicas hoy en día detrás de las cuales escudarse para no hacerlo.
El Veco hacía la diferencia en un océano de mediocridad periodística, en su caso en el terreno deportivo. La mediocridad reinante proporcionaba una pantalla oscura en la que El Veco brillaba aún más. Hacía la diferencia, indudablemente. Podía estarse en desacuerdo con él, pero inevitablemente uno disfrutaba incluso con los sosos chistes que contaba. Y eso era porque los contaba con sentido, con una gracia que provenía no del chiste en sí mismo, sino del carácter del comentante y la oportunidad con que los incluía. Lograba el objetivo propuesto, que era mantenerse en la audiencia radial. Parece que prefería contar chistes sabiendo que es mejor contar chistes que rellenar el espacio diciendo lugares comunes. Y en cuanto a los chistes mismos, jamás una salida de tono, jamás una historia que no estuviera enmarcada en el sentido más amplio de la responsabilidad del periodista, jamás una exageración, jamás una vulgaridad, jamás nada que no fuera, en el mejor sentido del término, fino. La sensación que me dejaba es que este Señor era un periodista que respetaba a sus radioescuchas, incapaz de servir basura en su programa.
Qué enorme diferencia, qué abismal distancia con el conjunto de mediocridades periodísticas cuya participación en los medios es digitada por conveniencia o por buenas relaciones. En el oscuro fondo unos pocos brillan, pero son tan pocos, que empieza a sonar a hueco esa eterna disculpa de “No todos son así”. Nos acercamos con riesgo enorme a que todos sean así. Esto en cuanto a lo moral y ético.
En cuanto a lo profesional, el conocido periodista y señor, Don Miguel Humberto Aguirre, criticó con donaire en una entrevista la actual formación de los periodistas: “Muchos mecánicos, pocos pilotos”. El “pilotaje” periodístico pareciera ser tan complicado que se requeriría de una inmensa capacidad moral y cognitiva para desarrollarlo. El periodismo, quizá hoy más que nunca oficio vil, está aunado a un desempeño donde se escribe, y hasta se habla, con faltas de ortografía y redacción elementales. Algo pasa con la enseñanza y aprendizaje de las profesiones, en particular las humanísticas. No se puede explicar solamente por la conveniencia política, el acuerdo bajo la mesa, el márketing de los medios y las relaciones extraprofesionales. A lo sumo estos factores pueden hacer que se note más el problema. Y es que se puede ser un periodista venal y un plumífero sinvergüenza, pero por lo menos serlo hablando y escribiendo con propiedad. Después de todo, supuestamente es ello lo que define a un periodista. Y si no se puede hablar y escribir con propiedad, probablemente sea hora de pensar seriamente en cambiar de profesión y dedicarse a criar caracoles, por ejemplo. Lo que no ocurrirá, por supuesto, pero siempre puede desearse.
Entre las innumerables perlitas que hemos encontrado en nuestro inevitable deambular por el mundo de los medios de comunicación, están los ripios constantes, tales como “líquido elemento” por agua, “aperturar” por abrir, “habría” por hubiera, “astro rey” por sol; y demás candideces que se repiten como si su uso proporcionara algún tipo de caché al que lo dice.
Añadamos además los atentados directos contra la sindéresis: “El cadáver que responde al nombre de …” resulta casi metafísica; en tanto que “La policía disolvió a los manifestantes” resulta ser una apología del uso de los disolventes industriales en los seres humanos. Hasta titulares de periódicos y de ediciones periodísticas caen en estos gazapos infames, de lesa lógica elemental. Se pregunta uno donde estaban los editores y directores a la hora de la perpetración del delito.
Quizá se lleve la palma el diálogo entre una periodista – a cuyo nombre mi memoria se resiste – y un pobre diablo accidentado y en estado de semi-shock: ¿Le duele? preguntó la referida picapapeles. Y es que hay momentos supremos en la existencia en que el humor nos salva hasta del dolor físico, que fue probablemente lo que llevó a la sufrida víctima de la periodista en cuestión a responder, con gracejo más interesante aún, habida cuenta de la situación: Pues, no, fíjese, yo estoy aquí por hobby.
Y estas perlas, además de muchas otras que muchos otros podrían añadir, denotan una desagradable constatación: La gran mayoría de periodistas no respetan a su público lector, escucha o televidente. Nos creen retrasados mentales, nos suponen víctimas de sus sonrisas, carne de cañón de su manipulación. Es de ver como algunos de estos plumíferos se relamen en el baño de popularidad que permite la posesión negociada de un espacio. Después de todo podríamos decir, retorciendo a Mao Ze Dong: Salvo la ilusión, todo es poder.
Precisamente una diferencia – y qué notable diferencia – que hacía El Veco, consistía en su enorme respeto por sus radioescuchas. Su dominio de la lógica del Lenguaje y una elemental decencia le permitía tratarnos como a seres humanos. Tal vez esa sea la diferencia más sustancial entre El Veco y la morralla que puebla los medios. Resultaba difícil pescarlo en renuncio. Sus artículos y crónicas podrían resultar algo pesados en sus florituras, pero estaban definitivamente escritos acordados tanto al idioma de Cervantes como a la Lógica de Aristóteles. Nada de basura lingüística ni intelectual ni ético-moral. Eso es bastante más de lo que podemos decir hoy en día de la mayoría de los sucesores de los gaceteros del siglo XVIII que pueblan este siglo XXI, más problemático y febril, si cabe, que el siglo XX.
Que descanse en paz el buen periodista y el hombre equilibrado; decidor y florido; estructurado y capaz; elevado en su profesión a punta de puro trabajo y pura calidad periodística. Quizá lo que más extrañaremos será la calidad humana, la bonhomía de Don Emilio Laferranderie El Veco. No se le vislumbran sucesores posibles en los medios. Probablemente porque no los hay. Los que podrían sucederle no están allí. Uno se pregunta por qué.
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