CRÓNICAS DE LECTURAS
CRÓNICAS DE LECTURAS - Uno
Para mí mismo,
y porque me lo debo.
Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe.
Peligro de revolver en lo oculto y el mundo no va a la deriva,
está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar.
Para escribir tengo que colocarme en el vacío.
(Clarice Lispector)
Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia.
Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo.
Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza.
(Antonio Gramsci)
Empuña el libro, hambriento. Es un arma.
(Bertolt Brecht)
Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia.
Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo.
Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza.
(Antonio Gramsci)
Empuña el libro, hambriento. Es un arma.
(Bertolt Brecht)
CRÓNICAS DE LECTURAS - Uno
Cómo empecé a leer
I
Dicen las consejas familiares que
yo aprendí a leer espontáneamente a los tres años de edad. Francamente, yo no
me acuerdo. Se me hace difícil creerlo, aunque me gustaría harto, pues desde
que tengo memoria, mi patria fueron los libros. Por otra parte las leyendas
familiares son parte de ese algo que te hace sentir, bien o mal, que no
llegaste a este mundo porque sí, sino que estabas en un contexto que en parte
ha hecho de ti lo que eres hoy. Tras haber visto tantas personas cuyo pasado
solamente le reporta dolores y retorcimientos interiores, he llegado a apreciar
sobremanera esos pequeños espacios vitales del pasado que cobran valor mucho
después de ocurridos, precisamente en los momentos críticos, cuando la vida
parece un frenesí indetenible; o cuando estás en esos hiatos personales donde,
al revés, todo parece detenerse, te vuelves sobre ti mismo y tratas de
reconstruirte y volver a la batalla.
Suena bonito eso de contar que se
aprendió a leer espontáneamente a los tres años de edad. Sin embargo, no me la
creo tanto. Los tres años en la vida de un niño son un período muy largo y sus
procesos muy complejos. Nadie jamás me contó si tan memorable acontecimiento
pasó cuando tenía yo tres años y un mes o tres años y once meses. Y hay
diferencia, les comento. Yo tuve la suerte de ver mucha gente a mi alrededor
leyendo, y la suerte de tener quien me contara cuentos. De hecho tanto mi madre
como mi abuela lo hacían, y sin saberlo, aplicaban el dedo de Vygotsky, eso he
llegado a colegir. Vygotsky fue un innovador educador soviético que entendió a la
sociedad como educadora, ubicando dinámicamente al educando en lo que él
llamaba “zonas de desarrollo”, de modo que el educando avanza su aprendizaje en
la medida que la sociedad – estado, familia, comunidad, medios de comunicación,
escuela, etc. - pone a su alcance y le da acceso a los contenidos de la cultura.
Como estos contenidos se presentan de manera espontánea y desordenada en todo
nuestro devenir social, el educador lo que hace es guiar al educando de una zona
de desarrollo a otra, y eso es lo que representa el dedo de Vygotsky.
II
Durante mi existencia he llegado
a conocer tres versiones diferentes de lo que pasó entonces. Cual el Sherlock
Holmes de la ficción, he buceado en ellas un tanto para encontrar qué hay de
verdad en todo ello. Las tres versiones concuerdan en que todo ocurrió
repentinamente la tarde de un sábado. Mi abuela me ve mirando un cuento, muy
probablemente uno con unas muy bellas y coloridas ilustraciones – cuyas
imágenes medio borrosas me acompañarán hasta el día de mi muerte – y me
pregunta qué hago. Yo le respondo que estoy leyendo, y ella me dice que qué voy
a estar leyendo, mocoso, si yo no sé leer. Insisto tercamente en que estoy leyendo,
y entonces mi abuela me somete a un test, toma el periódico y pone el dedo en
algunas palabras. Yo las decodifiqué, al parecer correctamente.
Mi abuela al punto se emociona y
pega de gritos, llamando a mi padre, que hacía el geniograma, y a mi madre, que
estaba en sus quehaceres domésticos. “¡Ya sabe leer!” Mi madre dejó lo que
estaba haciendo y se acercó embelesada a ver a su primogénito decodificar las
palabras de los titulares del periódico. Mi padre no consideró adecuado dejar
el geniograma y más bien hizo una de esas afirmaciones que le gustaba hacer
desde su sitio, algo así como esto: “Y, ya aprendió a leer, era previsible”, o
algo así.
III
A mí debió haberme gustado mucho
eso de ser el centro de la atención, y ello debió de ser tan gratificante y tan
positivamente reforzador, que desde entonces no he parado de leer. Incluso debo
decir que a veces ello me ha traído problemas. La cosa es que este fue el punto
de partida de un proceso que desde entonces he continuado sin parar un momento.
La cosa esta de la lectura resultó tan importante en mi vida, que si tuviera
que elegir una sola entre todas las experiencia continuas individuales más
importantes de mi propia vida la que considero más definitoria y gratificadora
elegiría sin dudar un momento, el acto de leer.
Naturalmente, y siguiendo la
línea de Vygotsky, la lectura sola no basta. Aunque fue mi punto de partida
para todo, si he de ser sincero. Cada experiencia de mi vida posterior a los
tres años quedó marcada por el hecho que ya había leído sobre ella en algún
momento anterior, y por tanto no llegaba a ellas sin saber en teoría algo sobre
el caso. Y he de decir que eso tiene sus gangas y sus mermas. Por una parte,
llegaba con algo ya asimilado, y por otra parte esa asimilación era puramente
teórica. La confrontación con ciertas realidades resultó extremadamente
complicada y trajo sus conflictos. Leer es magnífico, importante, gratificador,
fabuloso; y todo lo que se ha dicho de bueno sobre la lectura es cierto. Pero
la vida no está en los libros, como dice Marguerite Yourcenar, pues no cabe
entera.
IV
Entre los libros y yo hubo un
amor a primera vista, de esos que duran toda la vida, continúa hasta la fecha y
nada parece indicar que algún día se acabe, si no es con la desaparición física
de alguno de ambos, lo que ocurra primero. Entiendo a la perfección ese amor
por los libros en otras personas. No me sonrío con autosuficiencia cuando un
anciano casi centenario dice que lee para mejorar su cultura. Entiendo lo que
es una pasión intelectual, porque la comparto en su misma quintaesencia, y nada
me parece más espantoso que imaginarme un mundo sin lectura y sin libros. Pero
no me importan tanto los libros físicos, los soportes son puramente materiales,
y una Tablet, iPad o pantalla cualquiera son igualmente adecuadas cuando se
siente la sed de saber. Lo importante para mí es el acto mismo de leer.
Sé que existen diferentes
pasiones. El deportista de salto alto que lucha con su cuerpo para formarlo e integrar
cada gramo de músculo y cada ápice de aprendizaje motor para convertirlo en un
centímetro más, no es diferente del lector que fuerza su capacidad y se detiene
un momento para digerir y entender lo leído e integrarlo a su acervo
intelectual. En ambos casos hay lo mismo: Lucha, esfuerzo, autocontrol,
autodominio, autonomía y fortaleza de carácter. Como maestro, he entendido que
esa pasión es lo mejor que se puede transmitir a niños y jóvenes. Es una pena
que nuestra sociedad no lo entienda aún. Para que haya pasión por la lectura
tiene que haber libros, bibliotecas y bibliotecarios. Para que haya pasión por
el deporte tiene que haber canchas, implementos y entrenadores. Pero eso solo
no basta, es necesario despertar la pasión, motivar el esfuerzo, no desencantar
tempranamente a los niños y jóvenes. La Educación no es una actividad más, es
forjar el futuro. Si no lo hacemos, lo pagaremos caro.
CRÓNICAS DE LECTURAS
- Dos
Leer un libro en un
Curso Universitario
I
Para redimir los males de mis
pecados he tenido que enseñar Filosofía a alumnos universitarios y escolares. Además
dediqué algún tiempo a entrenar profesores secundarios de colegio público para
que la enseñen. Tenemos por ende una idea de lo complicado que es enseñar
Filosofía. De hecho, la enseñanza clásica de Filosofía no era sobre Filosofía, sino
casi siempre se concentraba en una erudita Historia de la Filosofía, lo que
planteado a los estudiantes de hoy – excepto a los de Filosofía - conduce a que
terminen odiando por partida triple la lectura, la filosofía y la historia. Nuestra
currícula escolar no cae en eso, más bien plantea la necesidad de filosofar, es
decir, reflexionar a la manera filosófica. Me parece adecuado, porque la
Historia de la Filosofía le debe más a la Historia que a la Filosofía, y tiene
sus propios métodos y procedimientos. Pero la tendencia sobrevive, y hay
profesores que creen que el estudiante tiene que saberse absolutamente todo,
desde Tales de Mileto hasta Richard Rorty. Por otra parte, no todo estudiante
será filósofo, pero toda persona debería poder acercarse a los grandes temas de
la Filosofía, más que nada para aprender a decir su palabra. La utilidad del
curso para la mayoría no está entonces en sus conceptos, cuanto en el ejercicio
del pensar.
En la Universidad donde enseñaba
encontré que me habían encajado dos cursos en uno: Lógica y Filosofía, por necesidad
de malla curricular, pues se necesitaban horas para dárselas a cursos
considerados más importantes para las carreras de Turismo y Gastronomía. En
estos casos se entiende que el curso está en la malla porque contribuye de uno
u otro modo a cumplimentar un determinado perfil del egresado, y por eso hay
que integrar las características de la disciplina al perfil de la carrera, sea
por las habilidades o por los conceptos. Me solicitaron el syllabus, y debe
haber salido bien, pues hasta ahora se utiliza. El Perfil del Egresado
supuestamente está basado también en un Diagnóstico de los ingresantes, aunque
yo jamás he visto uno. Pero eso no exime a uno de hacer su tarea, así que orienté
el curso a la reflexión filosófica, y no a la Historia, entre otras razones
porque los alumnos universitarios de hoy, a ojo de buen cubero, no leen. Un
curso universitario de Lógica y Filosofía no debería caer en la divulgación
simplista o en la exigencia académica irracional. Además, mi preocupación
personal como amante de la lectura me obligaba a tratar de mejorar las
capacidades lectoras en mis alumnos.
II
Cuando se planea un curso hay
diversas consideraciones, una de las cuales, y no la menos importante, es uno
mismo. No soy un filósofo profesional, soy profesor, así que también me las
traigo. Por cierto, esto no siempre se considera en la formación de un equipo
humano docente: Un buen equipo combina diversos tipos de docentes: Varones y
mujeres, experimentados y jóvenes, teóricos y prácticos, especialistas y
pedagogos. Así, pues, diseñé mi Curso empleando estrategias pedagógicas. Programé
el Curso en dos fases: Lógica y Filosofía. Dictaba Lógica las seis primeras
semanas para preparar a mis alumnos a trabajar con enunciados y proposiciones, entrar
en los vericuetos del razonamiento escrito, reconocer falacias y paradojas; es
decir, hablando en contemporáneo, a diferenciar lo que tiene sentido del floro
y el chamullo. Así los aprestaba para poder operar sobre textos filosóficos de
mayor dificultad. La Lógica Formal la veía importante para mis alumnos como un
proceso de formalización simbólica muy importante hoy en día en la cibernética
y computación, y mis alumnos dedicaban tiempo a concentrarse sobre los
conjuntos de proposiciones, formalizarlos y operar con ellos. Para muchos era
su primera experiencia directa sobre el lenguaje. Tenía la suerte de trabajar
en tándem con el profesor del Lenguaje, buen amigo mío, y mientras yo trabajaba
sobre enunciados y proposiciones él hacía lo mismo desde su disciplina,
tratando de accionar coordinados. Lo complicado era obtener de los estudiantes
la motivación necesaria para atreverse a operar lógicamente, y persistir cuando
no funcionaba al principio. Nuestros estudiantes están mal orientados cognitivamente,
creen que aprenden automáticamente por la simple exposición al conocimiento.
Esta mala costumbre es herencia del sistema escolar, el estudiante aprende que
si no la agarró a la primera – al modo de un clic del mouse para que la operación
se realice – entonces no podrá más, abandonará el esfuerzo y quedará librado a
sus propios e inexistentes recursos intelectivos.
La fase de Filosofía – otras seis
semanas de dictado - era igualmente complicada, de modo diferente. Abarcaba
temas de antropología filosófica, filosofía del lenguaje, filosofía de la
Religión, epistemología y ética, y un trabajo sobre Historia de la Filosofía, todo
en seis semanas. Traté de integrar las preocupaciones de los muchachos con los
grandes problemas filosóficos. Aunque la Universidad no me proporcionaba mucho
más que aula, pizarra y a veces plumones, mucho se puede solamente con ello, y
yo insistía con mis preocupaciones lectoras. Deseaba que mis alumnos lean un
libro de punta a cabo, así que empecé optimistamente dejando como lectura
obligatoria la novela El Mundo de Sofía – luego lo cambié a Ética para
Amador. Por supuesto le dedicaba su par de clases, monitoreando el avance del
libro desde el principio del semestre. Otras estrategias de lectura eran el trabajo
sobre textos muy cortos que motivaran y requirieran un esfuerzo calculado de
mis alumnos, aún los menos dotados, a comprender algunos de los problemas filosóficos
vinculados. Algunos ejemplos: “De lo que
no se puede hablar, mejor es callarse” (Wittgenstein); “Si digo de lo que es, que es, digo verdad; si digo de lo que es, que
no es, digo falsedad” (Aristóteles); “Pienso,
luego existo – Cogito, ergo sum – Je pensée, donc je suis” (Descartes). Tuve
además que emplear muchas técnicas remediales de comprensión lectora, entre las
que una de las más rendidoras era escribir en la pizarra las citas mencionadas,
y analizarlas con mis alumnos, sea en grupos, en plenaria, o individualmente,
combinando lo escrito y lo oral.
III
Me sobran las anécdotas de alumnos
que tomaban el rábano por las hojas en esto de leer un libro. Son jocosas,
aunque con dejo dramático, pues no expresan únicamente el eterno y muy
comprensible deseo del estudiante a lo largo de la Historia de hacer lo menos
posible, sino el indicio de todo lo que nos falla en el tema de la lectura. Desde
el primer semestre me percaté que El Mundo de Sofía era demasiado para mis
muchachos. No quiero ni imaginarme lo que pasará con profes que dejan para leer
textos largos de Heidegger, Spinoza, Hegel o Lakatos. Ya tenía yo bastantes
problemas con El Mundo de Sofía, dada su extensión, aunque es un best-seller que bien vale la pena leer.
Trata una aparentemente sencilla historia de ficción, en la que una chica de 14
años, Sofía Amundsen, recibe lecciones por correspondencia de un misterioso
profesor, cuyas explicaciones conforman más o menos la mitad del libro. Instruía
a mis muchachos a que leyeran el libro como la novela de entretenimiento que
es, sin tratar de profundizar, pues es un texto de disfrute intelectual, y sus
alcances filosóficos serían discutidos en clase. El devenir de la trama lo
permitía, pues los protagonistas descubren ser seres de ficción en una novela
escrita por un misterioso oficial de las fuerzas de paz noruegas en el Líbano,
que, por cierto, no imagina que a él también es narrado por el autor del libro.
Una novela dentro de una novela, que iba avanzando en dramatismo y realismo.
Por otra parte el lenguaje no era muy difícil de entender, y poseía además
riqueza interpretativa.
El nombre de la protagonista no
es casual, pues el autor Joostein Gaarder es noruego. Amundsen es un apellido
glorioso, el de Roald Amundsen, explorador moderno, descubridor del Paso del
Noroeste en 1906 y del Polo Sur en 1911, y que murió en su ley buscando a un
compañero perdido en el helado Ártico. A su vez, Sofía no significa solamente
“sabiduría”, sino que es transliteración de “Sophia”, que es, nada más y nada
menos, el nombre con el que se denota la naturaleza femenina de la divinidad,
la Diosa que Dios seguramente también debe ser. Como resulta obvio, el nombre
de la protagonista arrastra resonancias de la aventura del conocimiento, lo que
parecía interesante y formativo para un curso de Filosofía.
IV
Me pregunto qué pasaría si en vez
de que sean uno o dos profesores los que damos esta pelea, no fuéramos todos
los que nos comprometiéramos en eso, en un único esfuerzo bien guerrero y bien
profesional: Consciente, constante, continuo, retroalimentado. Soñar no cuesta
nada.
CRÓNICAS DE LECTURAS
- Tres
Leer Clásicos (1): Género
Épico
I
Hay libros cuya lectura marca. En
mi historia como lector ha habido muchos de ellos, de muchos tipos. Cuando uno
es lector temprano, voraz y copioso, empieza casi siempre por la Literatura. La
Literatura es muy amplia en su espectro, aunque los temas son siempre los
mismos, y los argumentos más o menos semejantes. Esto es válido desde la
primera obra épica registrada, la Epopeya
de Gilgamesh, hasta la anti-épica del Ulises
de James Joyce, por lo menos. Los temas literarios son más o menos unas dos
docenas. Sin embargo, como quería el comediante Jardiel Poncela, aunque todo
está dicho, todo está igualmente por volver a ser dicho, así que la cosa puede
seguir, y sigue. Y por eso, después de todo, seguimos contando historias y no
nos aburre hacerlo, inspirando así a las otras artes, incluyendo a las
cinematográficas. Las Epopeyas Clásicas son un buen ejemplo. El género épico
narra acontecimientos y circunstancias que quieren ser de gran amplitud,
trascendentes, fuertes en su temática, nada menos que los grandes temas que definen
a la humanidad. No eran cosa de broma, aunque la sátira y la burla nacieron con
la epopeya. Podemos entender por qué los antiguos griegos y romanos emplearon
los poemas homéricos (Ilíada y Odisea) para educar a su juventud, pues encontraban
sus valores éticos y estéticos dignos de imitarse. Los géneros literarios
suelen confundirse, y yo también lo hago, y como después de todo esto no es más
que lo que yo pienso, trataré la épica, la epopeya, los Cantares de Gesta y
hasta algunas novelas, como epopeya. Total, en esto sigo aquí mi propio gusto.
En su forma, los Clásicos de la
Épica fue poesía, y así se conservó por muchos siglos: La Divina Comedia del Dante y El
Paraíso Perdido de John Milton emplean aún la forma poética. Al principio la
épica se cantaba para diversión y solaz de las gentes. Hoy en día la épica se confunde
con la narrativa, normalmente en prosa. Como una de las mejores maneras de
enseñar poesía es con música, a la que todos acceder y que a todos gusta, las
epopeyas se fijaban en la memoria. De hecho la épica fue literatura oral y cantada,
fijada luego por escrito, y luego derivada a formas noveladas en prosa. En la
actualidad la mayoría de la épica se presenta en prosa, como es el caso de El poema del Mío Cid, el Ramayana, la Canción de Roldán, o la misma Divina
Comedia. Ello responde, entre otras consideraciones, a que hoy en día leer
poesía no es lo mismo que antes, que el vocabulario y sintaxis no corresponden
a los usos actuales, y las traducciones y adaptaciones están más comprometidas
con la exactitud que con la didáctica. Sus temas permiten que sean objeto – y a
veces botín - del cine y televisión, cosa que hasta al antiépico Joyce le ha
pasado. En nuestra cultura inmediatista y visual los jóvenes se familiarizan
con la épica más fácilmente a través de las pantallas: Brad Pitt es Aquiles,
sin duda alguna, tal como Viggo Mortensen es Aragorn. La épica es así conocida y
resulta difundida, lo que se refleja en las ventas de libros. Veo esto como
positivo, pues las libertades que suelen tomarse los guionistas y directores de
cine terminan por crear obras que aunque llevan el mismo título, en realidad
son obras diferentes, con tanto derecho a existir como sus originales
procedentes de la Literatura escrita. Cualquiera que haya leído los libros de
Harry Potter y visto sus versiones cinematográficas estará de acuerdo. Por supuesto,
algunas adaptaciones son buenas y otras una desgracia.
Comparto con mis lectores en esta
ocasión tres clásicos de mi gusto: Una epopeya, un Cantar de Gesta y una
novela. Quizá después mande algunos otros más, si es eso lo que le gusta a la
gente. Puedo jurarle a mis lectores que he leído todos estos libros que comento
y comentaré, pues de otra manera no sería honesto. Mi visión es la de un amante
de los libros y la lectura, no la de un filólogo ni un profesional de la
literatura, y menos aún la de un crítico literario del tipo de Harold Bloom, o
de cualquier otro para el caso. Me he reído muchas veces leyendo reseñas de
contraportada, que muestran que sólo se han leído las primeras páginas, y a veces
sólo el prólogo. Los lectores se merecen respeto, así que hablo desde mi
experiencia directa como lector, con sus anécdotas, intenciones, ideas y
condicionamientos frente a la obra. Si esto ayuda a alguno a aproximarse a la
lectura, pues de eso se trata todo esto.
II
LA ODISEA (Homero)
Esta obra es un referente
extraordinario en toda la Literatura universal, una de las grandes obras
clásicas de la humanidad. Su origen se hunde en las épocas oscuras del colapso
de la civilización micénica, en que la escritura se olvidó en Grecia. Se la
empareja con la Ilíada, que surge
hacia la misma época y del mismo modo; y a veces con su secuela y copia romana,
la Eneida. Si me dan a escoger prefiero
la Odisea al frenesí guerrero de la Ilíada, y al testimonio del destino
manifiesto del Imperio de Roma en la Eneida.
He leído la Ilíada y la Eneida tal vez un par de veces, la Odisea en cambio la releo cada cierto
número de años. Supongo que el temperamento y la experiencia vital tienen que
ver. Si se es joven y aventurero la Ilíada
puede remecer el espíritu con una empresa guerrera de grandes proporciones, mientras
que la Eneida puede inspirar una
madurez dedicada a la creación de una Nación o Imperio. La Odisea presenta la experiencia vital del retorno al hogar, y ello
quizá comprometa más al lector que ya pasó por las experiencia de recuperar, a
veces varias veces, los por un tiempo abandonados paisajes geográficos y
afectivos. El Volver, como en el tango de Gardel, es una experiencia universal.
Quizá no haya escena más emotiva en la obra que la del héroe Odiseo / Ulises
recuperando los sabores del queso y del vino de su Isla Ítaca, tantos años
olvidados. Es imposible no simpatizar con el dedicado Comandante del barco que
trata de llegar a su destino, frente a la irresponsabilidad de sus hombres, con
los que como buen capitán está comprometido hasta la muerte. El padre y esposo
que extraña el hogar que dejó emplea su astucia y recursos para sortear las
dificultades y resolver problemas. De los entreveros de la forma que hoy se hace
algo difícil leer, emerge el hombre, imperfecto y complejo como todos nosotros,
y uno se identifica con ello. Tal vez ese es el secreto de la Odisea.
De las versiones que se han hecho
de la Odisea, me agrada la miniserie,
formato televisivo que resultó muy adecuado. La televisión en este caso resultó
mejor que el cine, gracias a un guión respetuoso y pleno de claves referidas a
la obra. Las excelentes actuaciones de Armand Assante como Odiseo, y Greta
Scacchi como Penélope colaboran con ello. Hay escenas disponibles en You Tube
para los que quieran verlas, y nada perderán con ello. El formato cine no ha
tenido fortuna, tanto por su extensión limitada como por lo difícil de emplear
la potente elipsis cinematográfica sobre una obra tan extensa y multiforme. El
género aventura, dedicado principalmente al público juvenil, se concentra en anécdotas
como la astucia desplegada por Odiseo / Ulises en su enfrentamiento con el
cíclope Polifemo, la aventura del Canto de las Sirenas, la bajada al reino de
Hades o la batalla contra los pretendientes de Penélope. Se pierde el gran
atractivo de la obra: El hombre Odiseo / Ulises. La miniserie de TV permitió
presentar las diversas historias combinadas con detalle y precisión, y se concentraron
en el protagonista y sus coprotagonistas. Así, la Telemaquia – las aventuras de Telémaco que sale a buscar a su padre
que no vuelve – tiene atractivo propio, y se entrelazan con habilidad las tres
historias de Telémaco, Penélope y el propio Odiseo / Ulises y sus hombres. La
historia es narrada en off cuando es
adecuado, siguiendo la estructura narrativa del libro. Una de las frases que
recuerdo más es la narración de Odiseo / Ulises, muy bien presentada en la
miniserie, del encuentro con el monstruo Escila: “… devorábalos Escila mientras gritaban y me tendían los brazos en
aquella lucha horrible. De todo lo que padecí peregrinando por el mar, fue esto
lo más lastimoso que vieron mis ojos”. Puede uno imaginarse al curtido
Odiseo / Ulises contando esta historia con los ojos brillantes, y las imágenes
de la miniserie son realmente dramáticas. La peripecia vital de Odiseo / Ulises
inspiró nuevas obras a otros autores como Kavafis y Joyce, y así se sigue
conservando eterna para disfrute de los nuevos lectores.
III
EL POEMA DEL MÍO CID (Anónimo)
He tenido suerte con el Mío Cid
Rodrigo (O Ruy) Díaz de Vivar, pues fue uno de los primeros libros que leí. La sencilla
y fiel versión de Ricardo Baeza fue el vehículo, y me familiarizó incluso con
la semibárbara rima asonante del original, aún en prosa. Después lo releí en
otras versiones más fieles, como las de Pedro Salinas (en verso, hoy mi
preferida), y la de Menéndez Pidal. Además he gozado de la oportunidad de leer
el poema en su castellano original en la edición de Alianza Editorial, a cargo
de José de Bustos Tovar, que a pocos no filólogos les es dada, y que cayó en
mis manos por pura casualidad. Esta lectura fue complicada y difícil de
culminar, pues es imprescindible la constante referencia a los estudios y
versiones. Debo reconocer que me dio trabajo, aunque lo asumí por la razón más
simple de todas, porque me gusta pues. Otros lectores no necesitan seguir este
ejemplo, por suerte. El Poema del Mío Cid
es un Cantar de Gesta de la Edad Media, producto del duro y secular
enfrentamiento entre los sarracenos del califato de Córdova y los reinos de
Taifas contra los reinos cristianos en el norte de España, resistentes a la
invasión árabe. Narra las peripecias del destierro del Mío Cid (Mi Señor en
árabe), “el que en buen hora nació”, “el que en buen hora ciñó espada”, “tan buen vasallo, si tuviera buen señor”,
que se busca la vida en los dominios de los árabes de España, combatiendo
contra ellos con su banda de fieles compañeros, llegando a apoderarse de
Valencia. Su creciente prestigio y sus caballerescas virtudes de lealtad y
coraje determinan que a pocos se amiste con su Rey, que sus hijas Doña Elvira y
Doña Sol logren ventajosos matrimonios, y que incluso cuando son repudiadas por
los cobardes Infantes de Carrión, se le otorgue la posibilidad de derrotar a
sus enemigos de la propia Corte castellana por virtud del coraje de sus
caballeros. No presenta xenofobia anti-árabe en ninguna parte, reflejando más
bien la convivencia de amigos / enemigos entre diferentes grupos culturales.
Presenta lo que podríamos llamar una lucha leal entre valientes adversarios que
se rompen la crisma entre ellos, y luego se rinden homenaje los unos a los
otros. Esto era común en Cantares de Gesta como el Cantar de Roldán y el Oro de
los Nibelungos, e incluso en el más temprano Poema de Beowulf, aunque las diferencias son también patentes. El
realismo del Poema del Cid es casi
contemporáneo, no vemos en él los Cien mil guerreros musulmanes enfilados
contra Roldán, o los veinte mil guerreros que mueren en un salón enfrentando a
tres héroes en los Nibelungos. El Cid
es un héroe, pero parafraseando a Cervantes cuando se burla de las novelas de caballería
hablando del Tirante El Blanco, es un
héroe que come, duerme, muere y hace testamento como buen cristiano. No hay
magias ni hechicerías ni fantasías ni nada más que coraje y valor, lo que lo
diferencia de los pases mágicos que tanto abundan en las literaturas del norte
de Europa. El Cid es un hombre en toda la española extensión de la palabra,
rodeado de simpáticos héroes menores, como el tartamudo Pero Bermúdez y el poco
ético Martín Antolínez, burgalés de pro. Es jefe de mesnadas, comandante de
huestes, a los que puede decir: “Más vale
que les ganemos, que ellos nos quiten el pan”. Salvando las distancias, mismo
grupo de barrio.
Como ha ocurrido con la Odisea, el Poema del Cid ha sido referido hasta el extremo. Nada mal para una
obra de 800 años de edad. Como la Odisea,
pasa la prueba del tiempo, aunque limitada al mundo cultural en español y otras
romances. Los hechos del Cid impresionan a los poetas castellanos y de otras
latitudes, en especial los franceses. Rubén Darío importa de Francia la
historia del leproso al que El Cid no puede dar limosna porque él mismo carece
de todo: “Hermano / te ofrezco la desnuda
limosna de mi mano / dice el Cid; y quitando su férreo guante, extiende / la
diestra al miserable, que llora y que comprende ”, en tanto que Manuel
Machado lo describe en “Por la terrible
estepa castellana / al destierro, con doce de los suyos / -polvo, sudor y
hierro – el Cid cabalga”. Miguel Hernández, poeta de la guerrera España
Republicana, invoca al Cid para inspirar a la juventud a combatir la inminente
batalla. Le encontramos en Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge
Guillén, Gerardo Diego y quien sabe cuántos más. El Cid es resumen de todo lo
que un castellano debe ser: Valiente, leal a su Rey, buen cristiano, astuto
pero moral. Qué bueno que la distancia idiomática haya resultado en versiones contemporáneas
del Poema del Cid que aproximan el
paradigma a las nuevas generaciones. Hay pocas versiones visuales, y las que
hay son en su mayoría antiguas y dependientes del viejo Hollywood - sueños para
ganar plata -, cuyo interés en la veracidad de la historia era mínimo. La
versión más conocida tiene como atractivo la buena actuación de Charlton Heston
como Rodrigo Díaz de Vivar, y a Sofía Loren como Doña Jimena.
IV
EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA
(Miguel de Cervantes Saavedra)
(Miguel de Cervantes Saavedra)
¿Qué puedo decir de esta obra que
no se haya dicho ya, y por boca de lo mejor que la cultura universal ha
producido? No trataré de emular lo que ya se ha hecho bien, pero trataré de
decir mi palabra. El Ingenioso Hidalgo…
es uno de los libros más citados y menos leídos en la actualidad. Una lástima,
porque es realmente ma-ra-vi-llo-so, sin atenuantes. Perdónenme mis lectores el
intransferible entusiasmo. Como dice Rubén Darío, en El Ingenioso Hidalgo… están “la vida y la naturaleza”. Pero su
lenguaje conspira contra su popularidad, aunque no es que sea complicado en
extremo. Su enrevesamiento no es por tratar de traducirlo bien, como en la Odisea. La lengua original del Ingenioso Hidalgo es el español, el que
contribuyó a fijar, y se supone que no anda tan lejos de nosotros, por lo menos
no tanto que no se pueda leer. Pero lo cierto es que no se le lee, y no se le
lee porque nuestros jóvenes lectores de hoy en día no consiguen decodificarlo en
el nivel de los períodos oracionales. En mi experiencia con jóvenes requeridos de
entender algo de esta obra por el Plan Lector lo que los pasma es el castellano
del Siglo XVI. Mi estrategia es leérsela en voz alta, decodificando por ellos, recuperando
la vieja y maravillosa tradición castellana de la lectura en voz alta. No sé
qué pasa con la enseñanza actual de la lecto-escritura, pero la lectura en
tiempo real se les hace compleja a los alumnos. Pareciera que cuando tratamos
con las micro-operaciones a nivel de palabras y de enhebrar oraciones nos las
vemos bien cuando la sintaxis es sencilla, pero basta una sintaxis oracional un
poco complicada para que el chico abandone el intento, y eso significa que
tenemos que reformular el trato del nivel de dificultad de nuestros textos. Me
molesta cuando veo que los chicos se pierden historias extraordinarias por no poder
decodificar la sintaxis.
La lectura es una operación lineal
en dos fases que corren en paralelo: Decodificación y Comprensión. El
procesamiento de impresiones sucesivas va armando una imagen mental, y eso implica
decodificar. Así vamos simultáneamente comprendiendo, y eso es que vamos prediciendo
el significado del texto que viene haciéndose a medida que se lee, construyendo
su significado a partir de nosotros mismos. No hay nada más personal que la
Lectura, y nadie puede hacerla por uno. Pero implica habilidades que no son las
que privilegia nuestra cultura visual contemporánea, que presenta contenidos
totales cuya expresión más acabada es la pantalla del cine, la TV, la
computadora, el celular. Ese lenguaje y su lectura implican un conjunto de
operaciones diferente a la de la lectura, es una alfabetización completamente
diferente e igualmente importante, y a la que se cree enfrentada con la Lectura.
Craso error, pues en el cerebro humano son complementarias, y poseer ambas es
como hablar dos idiomas y tener acceso a dos mundos. Me gusta Cervantes, pero
Shakespeare no es menos genial, y bien por la Literatura en varios idiomas.
Pasa igual con los diversos registros semióticos. Volviendo a El Ingenioso Hidalgo…, este tiene el
mismo problema que la Odisea, es
demasiado amplia en sus significaciones, y el Cine no lo puede expresar
completo. La ópera, el ballet, el cómic, las artes plásticas y otras
expresiones artísticas lo han intentado, y han logrado crear OTRAS grandes
obras diferentes en su lenguaje adaptando su historia; y esta nueva historia da
la casualidad que tiene el mismo título. El problema de disfrutar El Ingenioso Hidalgo… es que es algo así
como comer caviar. Si no tienes el paladar educado, sólo te sabe a salado, y no
lo aprecias, y de repente ni lo pruebas otra vez. De las versiones en pantalla
que he visto, ninguna me ha convencido, excepto una española que estaba en
algo, pero que tenía el defecto de no durar cuatrocientos capítulos.
Colofón
Dejo acá esta Crónica, y
procuraré continuar con ella cada Sábado o cada vez que pueda, lo que ocurra primero.
Con ellas trato de resolver mi necesidad personal de hablar de libros y
lectura, y de paso trato de hacerlo de manera que pueda contribuir a fomentar la
Lectura. Y así lo dejo, diciendo: Lee lo que quieras, como quieras, donde
quieras. No te arrepentirás.
CRÓNICAS DE LECTURAS - Cuatro
Mis primeras Lecturas
I
Lectura enciclopédica y por qué no hacerla
Ya conté cómo aprendí a leer,
aburriendo hasta la muerte a mis pacientes lectores. No trato de ser
prescriptivo, sin embargo. Me limito a presentar algunos recuerdos personales, recordar
mi proceso puede reflejar lo que pasa o deja de pasar en las familias en este
tema. Como sabemos, si no practicamos la lectura se nos olvida la habilidad de
leer. No hace mucho volví a retomar la bicicleta. Es broma común decir que montar
bicicleta es como el sexo, y que en realidad nunca se olvida uno cómo se hace,
o cuando menos cómo era. Pero eso no es tan cierto, cuando menos en lo que
concierne a la bicicleta. Mi anécdota sobre cómo aprendí a leer a los tres años,
supuestamente presenta cierto interés, pero la cosa hubiera quedado ahí como
gracia de parvulito recién llegado. Podría no haber seguido leyendo, y ahí
quedaba la promesa, yo sería un analfabeto funcional más. Me habría perdido de
mucho, pero no lo sabría y no me haría falta, no añadiría o quitaría un ápice a
mi felicidad o desgracia. Pero la anécdota trajo cola. Entre aquellas cosas que
a uno lo definen está la visión que la familia tiene de uno. Y los míos parece
me veían como un lector superdotado, y así me trataron. Así, como en la
iniciación heroica, marcaron mi destino. Mi padre, ni muy parecido ni muy
diferente a todos los padres del universo, pensó probablemente que valía la
pena gastar unos cobres en tener libros en casa, dado que el muchacho de miércoles
se leía hasta las instrucciones para el uso del papel higiénico, así que mejoró
la calidad de mis lecturas poniendo a mi alcance algunos libros, entre ellos las
enciclopedias, muy de moda en esa época pre-cibernética. Y todo esto que voy a
contar me ocurrió antes de cumplir diez años de edad.
Creo que la moda de las
enciclopedias empezó unos siglos ha, con la Enciclopedia
Británica y la de los franceses que precipitó la Revolución Francesa, que
desde entonces produjo en las clases dominantes cierta incomodidad frente a la
posibilidad que la indiada de cualquier color se eduque. En mi caso, parece que
estaba bien aprestado, y como a todos los chicos me atraían las ilustraciones y
figuritas. Desde el principio me gustaron las enciclopedias, porque tenían
muchas fotos y figuras. Mucho después encontré que al lado de las fotos y figuras
había letras, oraciones y párrafos. No recuerdo ni cómo ni cuándo empecé a
decodificar, parece haber sido aplicación espontánea de lo que aprendía en el
Nido. La curiosidad por las letritas vino asociada al vacilón de los dibujitos,
y la creciente sensación de dominio del texto llegó a través de la lectura de
los textos tal y como me llegaban. Nadie trató de adaptar nada, a lo más
trataron de exponerme a la letra escrita. Parece que la Enciclopedia Barsa, muy popular entonces, estaba razonablemente
bien redactada, sin dificultades especiales, y por ende la exposición a una
correcta sintaxis y vocabulario produjo un dominio espontáneo de la lengua
castellana. Hay asociados ciertos rudimentos de metacognición: La gracia de que
las enciclopedias empiecen por la A, y sigan el alfabeto hasta la Z, me
intrigaba y me sugería una totalidad cuya comprensión se me escapaba, pero que
intuía. Te das cuenta que leerte todo no es posible, te enteras que existe eso de
los “libros de consulta”, complementado con un Diccionario que conservo y uso,
y además un Tomo de Referencias. En todo caso, era rico eso de encontrar lo que
uno quisiera buscándolo con la letra de principio. El alfabeto se te transforma
sin querer queriendo en una “Base de Datos” digital, concepto de moda varios
decenios después. Traté también la aproximación analógica, es decir empezar por
la primera página y terminar en la última, y menos mal fracasé antes de terminar
la “A”. Me fascinaba eso de que en una Enciclopedia esté compendiado
absolutamente TODO, no me gustó descubrir que todo el conocimiento no estaba en
la enciclopedia de mi casa. Fue frustrante, y a la vez esclarecedor. Si eres
una enciclopedia ambulante te vuelves un mocoso pedante y un provinciano
intelectual, aparte del insoportable del barrio e inmarcesible portador de
chapas (apodos). En aquellas épocas se apreciaba la memoria repetitiva, y, dígolo
para mi vergüenza, la poseía magnífica. Como en estos tiempos de Wikipedia y
enciclopedias on-line las impresas
son tan útiles como los pies para un pez, esta aproximación “enciclopédica”, funcional
entonces, posee poca validez hoy en día, y la desaconsejo absolutamente.
II
Contra las “Adaptaciones” y sobre el plagio
Me encantaría acordarme de los
datos bibliográficos de una vieja y maravillosa colección que me habita aún hoy.
La he visto contadas veces en otras partes que no fueran mi casa, no parece
haber estado muy difundida. Se llamaba Mi
Libro Encantado, y presentaba un conjunto de narrativas y textos en unos
ocho o nueve tomos ordenados por las diversas etapas de la niñez. El primer
tomo estaba dedicado a las mamás y se centraba en los cuidados a los bebés, y
lo paso por alto. Del Tomo 2 en adelante se planteaba presentar y fomentar diversos
valores a través de textos de diversas procedencias y géneros - líricos,
narrativos, épicos, en prosa y verso. La extensión de los textos estaba
cuidadosamente planeada, eran extractos de obras de literatos y autores universales
y argentinos, entrelazadas y puntuadas con versos, canciones y poemas. La dificultad
sintáctica y la extensión de los textos estaban bien diseñadas, y todo procedía
de autores originales. Los editores, con criterio digno de ser imitado,
estructuraron los extractos en unidades muy cortas, que tomo a tomo aumentaban
su extensión y su dificultad semántica y sintáctica, dentro de una franja
interesante, pues no necesitabas leértelo todo para disfrutarlo, que ese era el
objetivo. Se fiaban de la genialidad de Víctor Hugo, los Hermanos Grimm o
Almafuerte, y no trataban de enmendarles la plana. He estado mirando las “adaptaciones”
que hacen ciertas editoriales hoy en día y distingo la petulancia sin nombre
que significa enmendarle la plana a Borges, Tolstoi o José Martí. Estos
“adaptadores” destruyen la obra de arte tratando a los niños y jóvenes como conceptuales
tacitas de porcelana que se romperán si se los somete, oh crueldad infinita, a
los textos originales. No jorobes,
hombre. No necesitas “adaptar” lo
que ya está bien hecho. Lo que tienes que hacer es presentarlo. En esta
enciclopedia las unidades de sentido tenían creciente extensión y dosificación,
y del original. Se facilita así
extraordinariamente la lectura “digital”, la búsqueda de los padres y de los
propios niños de lo que realmente quieren leer, desde una oferta amplia y
variada. Doy fe que poemas como Los
Caballos de los Conquistadores de Chocano, u otros de García Lorca, Víctor
Hugo o Juan Ramón Jiménez ni estaban adaptados ni lo necesitaban. Con la prosa era
igual, y como la función hace al órgano, acostumbras a los mocosos a leer directamente
el original, y ya no necesitas “adaptaciones”. La única manera en que se podría
aceptar “adaptar”, es cuando “cuentas” oralmente el texto, es decir en el cambio
de lo escrito en oral, que implica cambio de registro lingüístico. De otra
manera “adaptar” se convierte en una muleta, útil solamente para enriquecer a
ciertas editoriales, pues no le encuentro ninguna, pero ninguna utilidad remedial.
Volviendo a Mi Libro Encantado, su
tipografía era variada, si bien tradicional, lo que entonces había. Hoy se
hacen cosas maravillosas con la tipografía, que no estaban entonces al alcance
de las imprentas. Pero este “tradicionalismo” se compensaba con ventaja con magníficas
imágenes. De hecho, cuando la evoco vienen a mi mente esas imágenes, en
particular la de San Francisco de Asís hablando con el terrible lobo de Gubbia,
que ilustraba el bello poema Los Motivos
del Lobo, de Rubén Darío, el que estaba completamente extractado,
originalísimo por supuesto. Repito de memoria: El varón que tiene / alma de querube, lengua celestial / el mínimo y
dulce Francisco de Asís / está con un rudo y torvo animal...
Particularmente interesante me
resultaron los tomos Héroes y Santos; El
Mar y la Aventura; Grandes Hombres, grandes hazañas; En Alto la bandera y
así en adelante. Si de formación en valores se trata, y si éstos pueden
fomentarse en base a ejemplos, estos textos son exitosos. Encontrabas desde las
leyendas o historias de San Cristóbal y San Francisco de Asís hasta las de los
héroes de las guerras de Independencia de España e Hispanoamérica, de autores
como Benito Pérez Galdós, Perú de Lacroix o Leopoldo Lugones. Hace muchos años
que no tengo esta colección, pero su evocación es en extremo notable, y puedo
citar de memoria muchos pasajes. Los textos sobre científicos y descubridores me
familiarizaron con las epopeyas de los descubrimientos geográficos y la terca
búsqueda de los hombres de ciencia. De entre los diversos relatos que me
impresionaron, dos me quedaron en la mente hasta hoy con pelos y señales. Uno
es la sabrosa historia de Johann Kepler y su mujer, sobre el problema de la
Armonía del Universo, salvada gracias a la deliciosa ensalada preparada por la
Señora Kepler. Esta historia caló hondo, e inspiró mi primer ataque a la
literatura hasta el extremo del plagio, pero a los siete años el plagio es casi
una virtud. Nadie se imaginaba que yo pudiera escribir “tan bonito”, pero yo sabía
que era una copia y que “ellos” no conocían el texto plagiado. La otra lectura relata
la Expedición de 1911 al Polo Sur de Scott y sus cinco compañeros, en la que
dejaron la vida. Usaba como fuente las cartas de Scott halladas con su cadáver.
Esta fracasada expedición - el noruego Amundsen les ganó por un mes -, y todas
las sensaciones, emociones e ideas que despertaba el aparentemente inútil
sacrificio de vidas humanas obligaba a la reflexión y valoración. Era historia
real, así la asumí, y aún hoy me estremece.
III
Julio Verne y lo que es “adecuado”
Había más libros en casa para sus
diferentes usuarios, es decir mi padre, yo y mi recién llegado hermano menor,
que heredó todas mis lecturas con resultados diferentes, ni mejores ni peores.
Entre los aciertos de mi Señor Padre estuvo la adquisición de las Obras Completas de Julio Verne, de la
Editorial Plaza & Janés, las que me comí con zapatos, calcetines y demás
prendas. Están frente a mí cuando escribo estas líneas, junto con un par de
sesudos estudios sobre la obra del autor. Al revés de lo que piensa la mayoría
de las personas, los niños no son estúpidos. Ni tampoco Verne es “autor menor”
por escribir para niños y jóvenes. A veces el esquematismo psicológico de sus
personajes es atroz. Pero más esquemático es Salgari, y era tan popular como
Verne. La reflexión que me hago ahora tiene que ver con lo que es adecuado y lo
que no lo es. El hecho que Verne esté tan adaptado en las pantallas
cinematográficas y televisivas indica que sus temas son muy rendidores, en
especial los de su serie Viajes
Extraordinarios. De hecho hay versiones, variantes y recontravariantes,
pues es de los guionistas su chamba. Incluso hay en cartelera en estos precisos
días una versión de Viaje el Centro de la
Tierra. Pero si uno conoce a Verne se percata que hay contenidos que “no
son adecuados”. Y aquí un problema. Como la quisicosa esa que dice “Chompa.-
prenda que las mamás le ponen a sus hijos cuando ellas tienen frío”, algunos padres permiten o censuran ciertos
libros. No dudo de que los padres tienen la responsabilidad, y la
responsabilidad sin autoridad no existe. Pero estimados papis y mamis, no
tapemos el sol con un dedo. Los niños acceden a la televisión y a los juegos de
video sin anestesia, y aún programas tan aparentemente innocuos como Angelina Ballerina o los Backyardigans poseen cargas que
podríamos considerar “peligrosas” o “inadecuadas”, no digamos el asesinato
organizado de ciertos juegos de video. Repito una vez más: Los niños no son
estúpidos, saben mucho, mucho más de lo que creemos, y ni siquiera resulta
conveniente tratar de “censurar”. Verne, como muchos otros autores, es un mundo
tan completo en sí mismo que te arrebata y te entregas. Si eres niño, te
convence y te la crees. Si tú, papi, no has leído lo que tu hijo lee, tu hijo
se da cuenta y le pasan dos cosas: Por una parte atrapa autonomía intelectual
personal, por otra empieza a percatarse que tú no lo sabes todo. Así que es hora
que si no lo haces, empieces a leer lo que tu hijo lee, papi. Y cuando lo hagas,
habla con él sobre lo que está leyendo. Labor de los papis es introducir a sus
hijos al mundo, y eso se hace sobre base cotidiana. A la manera de Vygotski, es
mejor si estás tú para guiar el texto. Si no, puede ocurrir que tu hijo crea –
me pasó a mí – que el Nautilus llegó
al Polo Sur por aguas libres, por ejemplo. O que la venganza – guía del Capitán
Nemo – es un sentimiento positivo.
Como pasa en toda la Literatura,
los autores escriben inevitablemente desde su carga personal, y Verne tiene
harta. Compartía el antisemitismo francés del Siglo XIX, patente en sus
personajes judíos, pero a Shakespeare le pasaba lo mismo y no es menos genial. Julio
Verne pretendía explícitamente influir en la juventud – se observa este hecho
en los autores europeos de la época como Salgari, D´Amici, y otros clásicos
como Grimm y Perrault. Por ello algunos personajes vernianos son de antología e
inspiran sagas, variantes y continuaciones para Cine y Televisión. Los protagonistas
vernianos ejecutan hazañas y epopeyas: El Capitán Nemo el más importante, de
hecho. Pero también son esenciales a sus respectivas tramas el Ingeniero Ciro
Smith; el correo del Zar Miguel Strogoff; el Capitán de Quince Años Dick Sand;
los viajeros lunares Barbicane, Nicholls y Michel Ardan; Phileas Fogg y su
fámulo Passepartout; el Capitán Hatteras; el Profesor Liddenbrock; los hijos
del Capitán Grant; e incluso el indio peruano Martín Paz. Nadie más podía hacer
lo que ellos hacían. Los matices ético-morales son esquemáticos, los buenos son
buenos y los malos, malos desde el principio hasta el mismísimo final. Hay
excepciones, como la de Ayrton en Los
Hijos del Capitán Grant y La Isla
Misteriosa, pero la principal es el Capitán Nemo, que Verne presenta
misterioso y torturado en 20.000 Leguas
de Viaje Submarino, para descubrirlo humano en La Isla Misteriosa. De seguro los estereotipos de los valores de la
Ciencia, el Trabajo, la Libertad y la Independencia en los que Verne creía, son
el motivo por los que se le ve como un Clásico para Niños y Jóvenes. Los héroes
vernianos adultos luchan por conocer y domar la Naturaleza al servicio de la
Humanidad. Dirigen así la Iniciación Heroica de los jóvenes héroes vernianos. En
el fondo del mar en 20.000 leguas … hay
los tesoros que el Capitán Nemo usa para financiar revoluciones, el refugio del
guerrero desilusionado y la iniciación de Pierre Aronnax; el Polo Norte en Aventuras del Capitán Hatteras es imán
del orgullo nacional británico; la expedición en Viaje al Centro de la Tierra es investigación geológica, iniciación
heroica de Hans y resolución del acertijo de un alquimista; Fergusson y Kennedy
en el África de Cinco Semanas en Globo
son descubridores y civilizadores; llegar al espacio interior en De la Tierra a la Luna es el objetivo de
los norteamericanos, y también equivalente moral de la guerra; en Los Hijos del Capitán Grant el
aristócrata Glenarvan usa su fortuna para reunir a los huérfanos Grant con su
padre, y a la vez es inicio heroico del joven Robert. A mi modo de ver con acierto,
las versiones modernas corrigen los estereotipos de los personajes y las inocencias
de la trama, dándole actualidad a las viejas historias, conservando lo
esencial: la iniciación heroica. Claro que a veces se les pasa la mano, pero no
creo a Verne le hubiera importado mucho. Me parece que ciertas adaptaciones a
la pantalla – en especial las que no pretenden ser exactas – resultan muy adecuadas
para presentar hoy la temática verniana.
IV
Más libros, y las lecturas sin supervisión
Entre otros libros que leía en mi
niñez, destacaban algunos como la Enciclopedia
Cumbre de la Editorial Jackson, que aún conservo, que registraba en
lenguaje sencillo y con profusión de fotografías, los hechos curiosos y las
costumbres de una época ya en retirada, justo antes de que el fin de la Segunda
Guerra Mundial, la Guerra Fría y el principio de la Globalización empezaran a
homogenizarlo todo. Aprendí que la especie humana era heterogénea, y capté avant-la-lettre eso de la
interculturalidad. Por cierto, desde mi escritorio puedo ver la Cumbre, que conservo por razones
puramente sentimentales. Sus fotos en blanco y negro y color atestiguan la
diversidad de la especie humana, que empecé a entender poblada de todas clases
de gentes. Junto a Barsa y Mi Libro Encantado, estos libros influyeron
mucho en mi visión del mundo. De esta etapa data también mi encuentro con un
conjunto de deliciosos libritos, de Richmal Crompton, que después hallé
completa en la Librería Studium del centro de Lima - hoy cerrada - referidos a
un niño inglés de nombre Guillermo en los 1930, que narraba en clave
humorística muy británica sus aventuras y choques con el mundo de los adultos.
Recuerdo en particular Guillermo el
Genial y Guillermo y los Mellizos.
Así encontré el Humor Literario, aunque al principio mucho no la agarraba, pero
para eso son las relecturas. Esta colección debe haber sido una de las que más
he releído, precisamente por su Humor. También a esta época corresponde mi
encuentro con la literatura nacional a través de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, que también me atraparon por
el Humor, en nuestro propio y nacional sentido. Aún hoy día trato de conservar
de la mejor manera posible un par de docenas de Tomos de la vetusta Enciclopedia Espasa, editados hace más
de cien años, que conservo por razones sentimentales, porque como consulta
mucho no eran, y hoy menos aún son. Este intento español de producir una
Enciclopedia análoga a la Británica dio por resultado una acumulación de datos
sin parangón alguno en idioma español, sólo la Espasa puede de algún modo compararse a la web hoy en día. Sigo. Salgari,
después de Verne, no me impresionó, la verdad. Sí lo hicieron, y mucho, Las Minas del Rey Salomón y La Isla del Tesoro, de Rider Haggard y Robert
Louis Stevenson, respectivamente. De entre las muchas versiones en cine, de
mérito desigual, recuerdo la muy jocosa de La
Isla… protagonizada por Abbott y
Costello. No olvidamos los cómics o chistes, pero eso será materia de otra
Crónica. Y para culminar este párrafo, antes de cumplir los diez años mi tío
Lucho me obsequió tres libritos de la Editorial San Marcos que me marcaron
inmensamente pues me hicieron descubrir dos cosas extraordinarias: El Teatro y
a William Shakespeare. Y qué obras: Hamlet,
Macbeth, y El Mercader de Venecia. Desde
entonces Will y yo somos patas del alma, aunque la verdad a Hamlet no la capté mucho, más me
gustaron las otras. Mucho le debo a mi tío Lucho, descansen en paz sus nada
santos huesos, pues no solamente me metió a Shakespeare por los ojos, sino
también me enseñó a jugar al Ajedrez y cada cierto tiempo me regalaba libros
fuera del main-stream. Así, creo, me
entró el bicho de lo contestatario. Suele pasar así.
Concedámosle espacio a las
lecturas “no calculadas”, es decir a los libros y otros textos que leí sin que estuvieran en modo alguno pensadas
para mí, o por lo menos con algún tipo de supervisión adulta. De hecho en mi
casa esa supervisión brillaba por su ausencia. Si mis viejos hubieran sabido lo
que leía el mocoso, se les hubieran parado los pelos. Los mayores compraban
para sí novelas de temática adulta, best-sellers,
algunos bien escritos, y los ponían con los demás libros. Así que este pechito
se los enchufaba a velocidad de Grand Prix. Así leí a Upton Sinclair y su serie
sobre Lanny Budd, a Harold Robbins,
de descarnada narrativa; a Janet Taylor Caldwell, autora muy vaporosa aunque
interesante, e incluso libros de cruda temática sexual o cultural, que entraron
en mi novel mente antes de cumplir los diez años, con efectos más o menos
catastróficos. La verdad, muchas de estas lecturas no eran adecuadas. Pueden
constituirse en factor de “sobre-adaptación”, y aunque proporcionan claves para
la comprensión de los conflictos de los adultos que repercuten en los niños y
jóvenes, no deberían abordarse sin supervisión parental cercana. Yo sé lo que
me costó entender, como dice Marguerite Yourcenar, que la vida no está sólo en
la palabra escrita, pues no cabe entera. Entre otras lecturas “por fuera” que
un ávido jovencito lector abordaba estaban las revistas de tipo Vanidades, Buenhogar y Cosmopolitan,
leídas por mi madre, tías y demás féminas de la familia. Las llevaba a mi
dormitorio a escondidas, y las devolvía a su lugar con la debida rapidez, antes
que se echaran en falta. Si me hubieran confrontado entonces con el hecho no lo
hubiera confesado ni sometido a tortura con caballos salvajes, no parecía muy
varonil eso de leer revistas femeninas, aunque en verdad eso no me preocupaba. Me
llamaba oscuramente la atención ese otro lado de la especie humana, así que
seguro trataba de enterarme así qué pensaban y sentían esas extrañas criaturas
del Señor. Leí así a Corín Tellado, que la verdad no me impresionó nada. Ciertos
artículos me llamaban la atención, otros me dejaban frío. Era lectura
descartable, si no había nada más interesante a mano. Todo eso lo leía a
espaldas de la familia, y tenía el sabor de lo prohibido. Fueron las primeras
veces que leí sobre sexo como actos que las personas realizaban. Debo decir que
estas lecturas sin guía me indujeron a muchas preguntas, pero también a grandes
confusiones. Fue interesante, por supuesto, pero nada conveniente. Supongo que
eso es discutible.
Colofón
Hasta aquí la Crónica. No estoy
cumpliendo mucho con mi propia promesa de disparar una cada Sábado, pero es que
la verdad no es tan fácil como creí en un principio. Pero si fuera fácil seguro
no valdría mucho. Trato de mostrar un proceso, una pasión, incluso una obsesión,
y trato de hacerlo de manera que pueda contribuir a fomentar la Lectura. Y es así
que lo dejo así, y termino como siempre: Lee
lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás, brother.
CRÓNICAS DE LECTURAS - Cinco
Humorismo
I
Qué es eso del Humorismo
No, mis queridos lectores, no
hablo de libros de chistes ni de recopilaciones de cuentos verdes, colorados o
de cualquier color. Hablo de Humorismo, de libros humorísticos. La palabreja
llama la atención. A primera vista me sugería la palabra “Humo”, como en
“cortina de humo”, así que hice mi tarea y me fijé en algunas cosas. La Real
Academia empieza por acá: Humor o humorismo (del latín: humor, -ōris), definido como el modo
de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico,
risueño o ridículo de las cosas. ( Diccionario de la lengua española, 22da edición, Real Academia Española, 2001). La Retórica es más profunda en su estudio, y lo entiende
como un procedimiento literario para causar el disfrute, catarsis o alivio. De
este modo puede entenderse el humor como “la risa a través de las lágrimas”, o
como “reír para no llorar”. Podríamos decirlo en nuestras palabras más o menos
así: El Humorismo es una de las formas, tal vez la principal, en la que
exorcizamos la experiencia de lo Horrible, de lo “real-horroroso” que dice mi
amigo Rafael Moreno Casarrubios. Para cualquier persona con algo de experiencia
en este Valle de Lágrimas, la vida es un
asco, atroz, llena de penalidades e indigna de vivirse. La Biblia la señala como un servicio militar sobre la Tierra, como una
vanidad sobre toda vanidad, desde que nada obtiene el hombre de sus trabajos bajo
el Sol. Shakespeare, que algo sabía sobre todo esto, la describe como “un cuento contado por un idiota, pleno de
sonido y de furia, que nada significa”. Digamos que vivir es en general una
carga penosa y desagradable, como atestiguan los muchos pobres diablos que
abrumados por ella no consiguen atravesarla sin salir por la puerta falsa, confirmada
por esa ridícula necesidad que tenemos de recordarnos artificiosamente lo hermosa
y bella que es. A mí me sacan de quicio esos constantes envíos y cadenas por
Internet que le otorgan a la Vida una belleza y dignidad que jamás ha poseído. Nos
ponen escenas lindas, de acuerdo, y eso también es, pero siempre olvidan
ponernos el Otro Lado: Hospitales de enfermos terminales, campos de
concentración, fosas comunes y todo ese largo despliegue de males que asolan a
la humanidad, y de los que todos somos responsables. Empero, no tengo nada
contra las escenas bonitas, pero la Vida no es sólo eso. De la Vida no
saldremos sino con la cara seria y los pies por delante, y por ende cualquier
dulzura o gusto que le tengamos asociada siempre poseerá ese anticlímax: Estamos
de pasada y nos vamos a ir indefectiblemente. Unos más tarde, otros más
temprano, nuestra última parada es en el Panteón, y en menú para gusanos nos
convertiremos, que no nos quede la menor duda. Pero es muy cierto también que tiene
algo de idiota y de cobarde lamentarse por lo que no tiene remedio, y aunque
cualquier persona debe reflexionar sobre todo esto y tener alguna posición,
aquiescencia o aceptación frente a la Gran Enemiga, tampoco es cosa de hacerse
figuritas la cotidianidad, que si hay Muerte es porque hay Vida. Igual, hagamos
lo que hagamos a la fosa nos vamos, y cualquier persona con algo de
sensibilidad e inteligencia hará del trayecto algo lo más largo, variado,
agradable e interesante posible. Pero que estamos en ese tira y afloja,
estamos, así que en medio de cada felicidad, más en el fondo o más en la
superficie, asomará siempre aquella que Las
Mil y Una Noches denomina como destructora de los goces, pobladora de
cementerios, que deshace todas las reuniones. El Humorismo, es, pues, algo que
nos hace más agradable la Vida y sus circunstancias, o por lo menos nos la hace
soportable.
No es entonces el Humorismo cosa
deleznable. Desde el chiste más chabacano hasta la obra más elaborada, el Humor
cumple una función vital. Y si el Humor es realmente bueno nos moviliza mucho
más hacia nosotros mismos. Reír es algo propio de nuestra especie, en todo el
reino animal sólo reímos los seres humanos y nuestros primos antropoides. Los
etólogos han descubierto importantes asociaciones entre el rictus de la boca y
el mostrar los dientes con los comportamientos de disociación de lo absurdo, de
lo inexplicable, de lo penoso. ¿Nunca nos ha pasado que en un entierro
sonreímos más de lo normal? ¿Nunca hemos pasado por la “risa nerviosa” o
“histérica”? El Humor nos disocia de lo
“real-horroroso”, pero a la vez nos remite a distanciarnos, a hacernos ver
desde otras perspectivas los hechos miserables o desgraciados, y a los que las
viven. La cosa es más profunda de lo que parece, y por ello tipos de la talla
de Schopenhauer, Nietzsche, Aristóteles, Henri Bergson y Sigmund Freud la
trataron a profundidad. Escapa a las intenciones de esta Crónica, en cualquier
caso, profundizar en exceso. Podemos
decir que existe un Humor chabacano, físico, que parece se inició con la cara
que puso Trucutrú el Neandertal cuando le cayó en el pie la piedra que estaba
tallando, y los demás miembros de la tribu se partieron de risa. Hay muchas
formas de Humor, y muchos humoristas plasmaron esto en sus libros. El Humorismo
puede ser evidente o irónico; visual o conceptual; ligero o profundo; verde,
rojo, blanco, negro; sublime o rastrero. Sus recursos son extensísimos. Y
siempre hay un texto tras todo Humorismo, sea éste un Guión, un Libro o
simplemente ideas en una cabeza. Incluso el Stand-Up y el novísimo arte de la Impro se basan en textos que se van creando conforme se lleva a
cabo el acto. Pasemos por alto el humorismo visual y sus geniales exponentes
Charles Chaplin, Buster Keaton, Mack Sennet, Jerry Louis, Totó o Louis De Funes;
y también a los colectivos como Bocca, Monty Python o Les Luthiers. Tratemos de
centrarnos en el Humorismo Escrito.
II
Don Camilo o Un Mundo Pequeño (Giovanni Guareschi)
El Humor Británico de Richmal
Crompton en su serie sobre Guillermo había formado mi gusto por el humor
literario, como narré en otra Crónica. Había leído casi todos esos libros, y así
empecé a comprender el Humor y sus variantes. No pretendo haber terminado de
comprender el Humor, es trabajo de toda una vida el hacerlo, pero es un trabajo
que puede llegar a hacernos mucha gracia. Otros encontronazos con el Humor me llegaron
repartidos en diversas obras que combinaban el Humor con el Drama. Es decir, no
eran obras de intención humorística,
pero hacían uso del humor para salir de la solemnidad. En La Odisea, Homero presenta una situación que debe haber hecho reír
mucho a griegos y romanos; la de Hefesto haciendo el papel de cornudo, al
atrapar con artes mágicas a Afrodita y a Ares ahí, precisamente ahí, y presentándolos a la Asamblea de los Dioses así,
precisamente así, con la
consecuencia de que los Dioses se burlen de su ingenuidad. La épica de Ulises
podía resultar muy pesada, y los aedos, supongo, recuperaban la atención de sus
adormilados oyentes con cuentos grotescos como el reseñado. Se instala la
Comedia en medio de la Tragedia. A Homero se le atribuye también la invención
de la Parodia en la Batracomiomiaquia.
Procuremos no astillarnos los dientes al tratar de pronunciar el nombrecito. Es
parodia humorística de La Ilíada, e imagino
que a los atenienses les hizo mucha gracia escuchar de ranas y ratones dándose
de porrazos, lanzazos y mandobles como si fueran Aquiles, Héctor, Áyax o
Menelao. El primer humor negro al que tuve contacto fue el de Daniel De Foe y
la versión completa de los Viajes de
Gulliver. Esta obra era crítica acerba de la sociedad británica del Siglo
XVIII, y a la franca no entiendo porque hoy se hace para niños en versiones que
suprimen alrededor de un 60 % - viajes a Laputa y Houynhm - y trivializan los
Viajes a Liliput y Brondignag. Posee, poir cierto, versión en miniserie de TV
de enorme calidad, protagonizada por Christopher Lambert, que conserva el
sentido crítico original, aunque a costa del Humor. Sin embargo considero que la
primera gran obra humorística que leí fue la serie de Giovanni Guareschi
dedicada al Cura Don Camilo y al Comunista Peppone. Mucho escribió Guareschi
sobre este personaje, pero en vida solo publicó tres: Don Camilo (Un mundo pequeño), El
Regreso de Don Camilo, y El Compañero
Don Camilo. No es difícil entender
por qué la mayor parte de su obra se publicó póstumamente. Don Camilo (Un mundo pequeño) es sin duda la mejor, y las otras dos
mantienen la misma calidad narrativa y originalidad argumental, en tanto que en
las póstumas se repiten ciertas situaciones de manera más o menos estereotipada.
Dado que los muertos no hablan, las obras póstumas se publican por deseo de los
editores o los herederos, a fin de explotar la fama del desaparecido autor y
hacer plata fácil, y se basan en textos que el autor dejó inconcluso o que no le
satisfacían. Hay excepciones, pero la norma es que otras manos – los llamados escritores negros – metan la cuchara por
encargo, y “completen” lo inconcluso. No sé, a mí me da la sensación que sería
como contratar a Mick Jagger para que termine la “Sinfonía Inconclusa” de Mendelhssohn.
Hoy sabemos que varias obras atribuidas a Julio Verne publicadas tras su muerte
fueron refundidas y terminadas por su hijo Michel. Christopher Tolkien, hijo
del autor de El Señor de los Anillos, aprovecha de las películas de Peter
Jackson, y publica anotaciones y esquicios de su padre. Es difícil juzgar si
estas obras póstumas corresponden en verdad a su autor, y es previsible que no tengan
la misma calidad que las publicadas en vida y bajo su propio cuidado.
Giovannino (Juanito) Guareschi
fue católico y anticomunista militante, e intervino en política como
monarquista primero y luego como demócrata cristiano, lo que se distingue en su
obra. El centro de la trama de Don Camilo
es la interacción entre tres personajes en el contexto de la Postguerra
italiana (1946 hasta los 1960): Don Camilo, Peppone y el Cristo del Altar. Don
Camilo es un sacerdote y cura católico tradicionalista y guerrero, de enorme
fortaleza física y profundas convicciones morales y políticas, enfrentado
política e ideológicamente a su coprotagonista Giuseppe “Peppone” Bottazzi, jefe
de la célula local del Partido Comunista Italiano y Alcalde del pueblo. Ambos
personajes representan posturas políticas enfrentadas, y viven en una relación
constante de amor-odio que no excluye la agresión física. Sin embargo, cuando
deben enfrentar conflictos generales y universales unen fuerzas a regañadientes
y descubren todo el tiempo que no están tan separados como les gustaría
pretender. El tercer protagonista, el Cristo del Altar, es una suerte de
conciencia de Don Camilo, y para explicarle conviene recurrir al propio autor: “si los curas se sienten ofendidos por causa de Don Camilo, son muy dueños de
romperme en la cabeza la vela más gorda; si los comunistas se sienten ofendidos
por causa de Peppone, también son muy dueños de sacudirme con un palo en el
lomo. Pero si algún otro se siente ofendido por causa de los discursos del
Cristo, no hay nada que hacer, porque el que habla en mi historia no es Cristo,
sino mi Cristo, esto es, la voz de mi conciencia.” La intensamente
personal obra de Guareschi es exitosa
debido a su profundo amor a lo humano, unido a la suprema comprensión de las
grandezas y miserias humanas. Esto se expresa bien en una frase del Cristo del
Altar referida a uno de los enredos tan italianos mostrados en la obra: “¡Banda de chiflados!”. Guareschi es un humorista
intenso, por momentos sublime: “Cosas de
este pueblo que razona más a palos que con el cerebro, pero donde al menos se
respeta a los muertos”. No duda en decir que él no crea nada, que quien
creó a Don Camilo, Peppone, la maestra del pueblo y toda la recatafila de
entrañables personajes de Un mundo
pequeño fue la Tierra Baja al lado del río Po. Es un poeta de las cosas
sencillas que afectan el devenir cotidiano del corazón: El amor, la envidia,
los rumores, la sobrevivencia, las tradiciones, la Navidad, la tolerancia, la fe,
la política. Me encantaría ver este libro en todos los Planes Lectores, pues
además de ser sencillo de entender, es realista a más no poder. Un personaje
secundario nos ayudará a ver cómo piensa Guareschi: El hijo de Peppone, el
Alcalde Comunista, es de niñito un querubín angelical que lleva flores al
Obispo, que al caer enfermo es salvado por un heroico Escuadrón Volante de Motociclistas
dirigida por Don Camilo, y que termina de jefe de banda de jóvenes motorizados,
enamorado de la sobrina de Don Camilo – que es la piel del diablo - y por
último paracaidista del Ejército italiano. Y en estos procesos, donde todo
cambia, pero a la vez todo sigue más o menos igual, el ser humano continúa su
marcha hacia Dios, que le espera con los brazos abiertos y dispuesto a
comprender y perdonar. Repito, para mí es un misterio por qué esta obra no está
en nuestros Planes Lectores. De repente porque considera a los comunistas como seres humanos. La tolerancia política
y la convivencia social, que no significa aceptación necesaria, del
democristiano Guareschi se expresa en palabras del Cristo del Altar: “ … es preciso perdonarlos, porque no lo
hacen para ofender a Dios. Ellos buscan afanosamente la justicia sobre la
Tierra porque no tienen fe en la recompensa divina. Por eso creen solamente en
lo que se toca y se ve, y los aviones son para ellos los ángeles infernales de
este infierno terrestre que en vano tratan de convertir en paraíso. (…) Pero tu
Dios no está hecho de números, Don Camilo …”.
III
Enrique Jardiel Poncela y el Teatro del Absurdo
Los primitivos del arte nuevo –
así decía Monet de Cézanne – no son personas exitosas en el sentido común del
término. Están adelantados a su tiempo y su sociedad, o si se quiere a caballo
entre lo antiguo que veneran y lo nuevo en que lo transforman. Sus
descendientes suelen hacer plata con la chamba del muerto, pero ellos mismos la
pasan cuadras. Jardiel Poncela es un ejemplo típico. Murió a los cincuenta años
de edad, de vivir demasiado y con demasiada intensidad. Su obra está ahí,
representándose y leyéndose hasta la actualidad, mientras en su época era
considerada rara y exagerada e incluso irrepresentable. Tuvo grandes éxitos de
taquilla teatral, escribió novelas y guiones; vivió, conoció y trabajó en la
España, el Hollywood y la Argentina de los años treintas; fue transgresor,
ególatra, creído de sí mismo, y a la vez profundamente enamorado del arte del
teatro y de la letra escrita. Su éxito se inició cuando rompió con la pesada y
profusa tradición teatral española e inventó el Astrakán, tipo de comedia
inclasificable, literariamente impecable, pero que fue atacada por los críticos
hasta extremos caníbales. Por supuesto Jardiel devolvió los golpes con dureza
decuplicada y repleta de sanguinaria ironía: “Los críticos son los parásitos del artista, echémosle Flit
(insecticida) …”, o “… pedirle a un
crítico que discurra es forzar su naturaleza y plantearle un problema mental de
primer orden.” El Astrakán es, básicamente, un tipo de
comedia irreal, hecha de absurdos, de imposibilidades, de incoherencias; pero
que se sostiene en una lógica interna en las fronteras de lo verosímil. La
fábrica de sueños hollywoodense y sus colonias artísticas, como el cine
mexicano y argentino, le copió con descaro sus ideas para sus guiones. Es actual,
sus chistes y ocurrencias son repetidos y repetidos hasta la saciedad por los
comediantes de hoy cuando se les acaba la creatividad, y soporta la relectura
con gran éxito. Yo llegué a Jardiel de la mejor forma posible: representado en
una obra colegial, protagonizada por mi largamente descomunicado amigo lejano
Raphael Caparrós – lejano en el sentido que vino al Perú, conquistó a su esposa
y se fue a España, donde reside hace más de treinta años –, de quien me
gustaría saber más. Esta obra es la extrañamente hermosa Eloísa está debajo de un almendro, flor de comedia astracanesca,
que tuve la fortuna en circunstancias análogas de representar, si bien sin la
soltura y suficiencia de Raphael. Posteriormente me familiaricé con el resto de
la obra jardeliana.
Una frase de Jardiel nos lo pinta
de cuerpo entero: “ … yo no admito más
jueces – descontado el público, que paga por dar su fallo – que los que se
hallan a mi mismo nivel, o a un nivel superior al mío, en mentalidad, en
sensibilidad y en concepto del arte”. Ferozmente independiente, refractario
a la colaboración, contestatario y ciertamente anarquista libertario más que
liberal, nos obsequia con títulos como Los
ladrones somos gente honrada, Un
marido de ida y vuelta, Amor se
escribe sin Hache, Usted tiene ojos
de mujer fatal, Las cinco
advertencias de Satanás, e incluso Angelina
o el Honor de un Brigadier, escrita en verso a la manera de Hartzenbusch y otros
autores de fines del Siglo XIX. Experimental hasta el extremo, miraba en ambas
direcciones. Escribió cuentos y narraciones donde suprimía ciertas vocales, o
se lanzaba a cosas – así las llamaba
– como ¿… y hubo alguna vez Once Mil
Vírgenes? o La Tournée de Dios,
que mostraban su profunda desencanto ateo, en época donde el catolicismo más tradicionalista
andaba suelto en la España Falangista / Franquista de los años veintes,
treintas y cuarentas. Por cierto, también los republicanos españoles iban en
pos de su cuello. Así transcurrió su medio siglo de vida, entre dos aguas,
tratando de sobrenadar lo más auténticamente posible en una complicada época de
intolerancias. Leer a Jardiel es un regalo que uno se hace, y sorprende no
verlo representado. Fuera de la Eloísa …,
me parece simplemente genial Blanca por
fuera y Rosa por dentro, donde muestra una extraordinaria inventiva,
imitando creativamente al Cervantes del Retablo
de las Maravillas de trescientos años antes, al crear un teatro dentro del
teatro – se trata de repetir una escena de descarrilamiento para que la
protagonista femenina recupere la memoria y vuelva a querer a su marido, con el
que se pelea constantemente. Posee personajes entrañables, como el fiel criado
Camilo, mayordomo y veterano de guerra, que vehicula una transgresión social
que termina por desternillarlo a uno de risa, y que nos recuerda al Ama de Doña Rosita la Soltera de García Lorca;
la amnésica mucama Mónica, que se vuelve repentinamente un as de la memoria
cuando su ama pierde la ídem; Héctor, enamorado antiguo de la guapa pero
insoportable Blanca, y viudo de la fea pero amorosa Rosa. El matrimonio de
Ramiro y Blanca se dibuja con gran economía de recursos, no se necesita saber
cómo anda aquello cuando en la primera escena se ve la silla colgada de la
araña de la sala … . Y, por último, el
Doctor Anastasio “Anestesio” Fonseca, el profesor Perales y el matrimonio
vecino, que se pelea constantemente, con suegra y todo; todos terminan por
dibujar una trama casi perfecta, con enorme cantidad de actores en determinadas
escenas, donde nada sobra y nada falta, y que desde el principio hasta el final
se disfruta en cada línea. En todo lo que nuestra humana imperfección nos puede
limitar, yo creo desde mi muy amateur punto de vista, que ante la Eloísa … y la Blanca … estamos ante dos comedias perfectas, de aquellas que el
mismo Jardiel decía tenían padre y madre: El padre, el humorismo,
la madre, la poesía. Perdónenme mis lectores, una vez más, el entusiasmo.
IV
Woody Allen y Para acabar de una vez por todas con la Cultura
Empecemos por rendir el más
sentido homenaje a los traductores. Quizá lo más difícil de traducir que exista
sea el Humorismo. Cuando encontremos una obra humorística en castellano de
autor extraño a nuestra hermosa lengua, no podemos menos que aunque sea mirar
por encima el nombre del heroico traductor que nos lo pone a nuestro alcance.
Aunque es indudable que es preferible leer a cualquier autor en su idioma
original y que siempre se pierde algo en la Traducción, lo cierto es que hay
que ser grande para poder transmitir el talento desde un idioma origen
indudablemente completo en sí mismo a otro idioma meta igualmente completo,
considerando además que cada autor es una persona compleja en sí misma, lo que
patentiza la dificultad del oficio de traducir. Hecho este homenaje, miremos a
Woody Allen, famosísimo director de cine, guionista experimentado, culto como
pocos, irremediablemente músico, y con pespunte de robacunas. Increíblemente
prolífico y creativo, ha dirigido una cantidad inmensa de películas, tales como
Lily la tigresa (1966), Toma el dinero y corre (1966), Bananas (1971), Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar
(1972), El dormilón (1973), La última noche de Boris Grushenko
(1975), Annie Hall (1977), la
increíble Zelig (1983), La rosa púrpura de El Cairo (1985), Poderosa Afrodita (1995), Melinda y Melinda (2004), la
extraordinaria Vicky Cristina Barcelona
(2008), y me quedo cortísimo, porque el hombre sigue activo y no tiene cuando cantar
como cisne. Su talento no se limita a dirigir y escribir guiones, como actor
supera su físico calvo, feo y achaparrado haciendo de antihéroe torpe y
aturdido. Sus artículos en el The New
Yorker y otras publicaciones se sistematizaron en una obra extraordinaria
de humor a lo bestia: Para acabar de una
vez por todas con la Cultura. El amigo Heywood Allen se permite en ella
romper todas las convenciones, destrozar todos los temas, recortándolos con
tijeritas conceptuales para hacer pajaritas de papel, y arrojarlas
desenfadadamente al viento. No duda en hacer pedazos los géneros literarios. Nada
ni nadie se salva. Hagamos un somero paseo por algunos de estos interesantes y
graciosos artículos.
En Las listas de Metterling
se burla hasta la muerte de las obras de análisis literario, inventándose un
autor – Metterling - de libros tan esenciales como Confesiones de un Queso Monstruoso y Pensamiento de un Pollo, cuyo profundo análisis se vehicula a
través de la ropa que lleva o deja de llevar a la lavandería. En Mi
filosofía hace pedazos el pensamiento filosófico presentándolo como el
resultado de un souflée hecho por su esposa que le cae en el pie y le fractura
varios huesos, e incluso parodia las expresiones clásicas de la Filosofía, la
especulación, la alegoría y el aforismo: “… no
cabe duda de que la característica de la «realidad» es que carece de esencia.
Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que carece de ella.
(La realidad a la que me refiero es la misma que describió Hobbes, pero un poco
más pequeña.). En Sí, ¿pero puede hacer esto la máquina de
vapor? ridiculiza el proceso científico poniendo como ejemplo la
invención del Sándwich por el Conde de Sándwich (Liberó a la humanidad del almuerzo caliente. Todos estamos en deuda con
él). En El séptimo sello retoma un tema que había presentado en la
película La rosa purpura del Cairo rindiendo
risueño homenaje al cineasta sueco Ingmar Bergman, matando a la Muerte por la
acción de un diseñador de ropa. En Leyendas hasídicas según la interpretación
de un distinguido erudito le reparte duro a su propia herencia
ancestral judía, absurdizando las leyendas del Hassidim. El Ajedrez por correspondencia resulta convertido en
contrasentido y en dos partidas diferentes jugadas por dos fanáticos del
ajedrez en Correspondencia. Emplea talentosamente la técnica de la
exageración astracanesca en Reflexiones de un Sobrealimentado: “Soy gordo. Soy asquerosamente gordo. Soy
el ser humano más gordo que conozco. Lo único que tengo es exceso de peso en
todo el cuerpo. Tengo los dedos gordos. Tengo las muñecas gordas. Mis ojos son
gordos. (¿Puedes imaginar ojos gordos?)”. En El Conde Drácula,
destroza el género vampiresco al sacar a Drácula de su ataúd un día de eclipse
de Sol, y por ende esconderse en un armario hasta la noche (-¡Oh, mira, mamá -dice el panadero-, el eclipse debe de haber
terminado! Vuelve a salir el sol. -Así es -dice Drácula cerrando de un portazo
la puerta de entrada-. He decidido quedarme. Cierren todas las persianas,
rápido, ¡rápido! ¡No se queden ahí! -¿Qué persianas? -preguntó el panadero. -¿No
hay? ¡Lo que faltaba! ¡Qué par de...! ¿Tendrán al menos un sótano en este
tugurio? -No -contesta amablemente la esposa-. Siempre le digo a Jarslov que
construya uno, pero nunca me presta atención. Ese Jarslov… -Me estoy ahogando. ¿Dónde está el armario?).
Seguramente se me perdonará que como Profesor de Filosofía, mi relato preferido
sea El
Gran Jefe, en que emplea con enorme talento las convenciones de la
novela policial para ilustrar la contratación del detective “Káiser” Lupowitz
por una guapísima estudiante de filosofía que necesita encontrar a Dios para
aprobar un curso. El proceso del detective en la búsqueda de Dios lo lleva a
identificar un cadáver que responde a sus características, el ser sospechoso de
su asesinato, entrar en relaciones con la estudiante que lo contrata, mencionar
en el transcurso las ideas de los filósofos Jaspers, Buber, Hegel,
Schopenhauer, los existencialistas,
etcétera (-Hazme caso, Kaiser. No hay nadie por encima de nosotros. Sólo el
vacío. No podría emitir todos esos talones falsos ni joder a la gente como lo
hago si por un segundo tuviera conciencia de un Ser Supremo. El universo es
estrictamente fenomenológico. No hay nada eterno. Nada tiene sentido.). Esta
pieza de antología culmina encontrando culpable de la Muerte de Dios a la misma
estudiante que contrataba al Kaiser, y con su muerte, unida a un discurso final
conceptuoso durante su agonía: “un
concepto sutil (…) que espero haya pescado antes de morir”. Humor oscuro, hasta para ser Negro.
V
Colofón
Si algo hay en común en todos los
magníficos libros de humor que poseo es el hecho que los tengo hecho trizas,
desgastados en los bordes, sucios en las esquinas. Es que los releo una y otra
vez. La marca del Humor de calidad es que se retorna a él, se lee, relee, se
vuelve a leer y se vuelve a releer, una y otra vez, y cada cierto tiempo se vuelve
a ellos. Y siempre te ríes, siempre se produce la misma reacción frente a lo
gracioso del animal humano. No me parece que sea un mal pasar el entender
quienes somos, y ejercer la condición humana de reír. Estoy seguro que hay
cosas peores en la vida. Grande me salió este artículo, y aún así mucho se me
queda en el tintero. Tal vez se justifique una segunda parte en estas Crónicas
sobre Humorismo. Y como siempre: Lee lo
que quieras, como quieras, donde quieras. Pero lee. Y ríete todo lo que
puedas. Porque en pijama de madera, ya no se puede … .
CRÓNICAS DE LECTURAS - Seis
Humorismo – Segunda Parte
I
Nunca segundas partes fueron buenas, leer por obligación,
y qué bueno leer en el Idioma Original
Cuando terminé mi anterior
Crónica de Lecturas sobre Humorismo, francamente me quedé, como quien dice, con
la yuca adentro. Vale decir, tenía que continuar la condenada cosa, porque demasiado
se me quedaba por decir. Qué vaina, así es el fútbol. En mi Crónica anterior me
metí con tres de mis autores humorísticos preferidos: Giovanni Guareschi,
Enrique Jardiel Poncela y Woody Allen, pero que hay más, hay más. Aunque nunca
segundas partes fueron buenas, tengo la esperanza que ésta no le complique la
vida a nadie, y después de todo, damas y caballeros, este es mi artículo, este
es mi Blog, si no le gusta nadie le pone revólver para que lo lea. Pero tengo
la esperanza que le guste mi Croniquita y siga leyendo. Es que nos cruzamos con
el Humor en todas partes. No hace mucho ayudaba a un alumno a trabajar un texto
del Plan Lector en idioma inglés de un importante colegio de Lima, y me
encontré con una joyita del Humor Británico: Three men in a boat (Tres
Hombres en una Barca) de Jerome K. Jerome. Yo no lo conocía, y no lo solté
hasta finalizarlo, con el chico de marras mirándome. La situación era extraña,
pues el chico tenía que leer por obligación, en tanto yo me había encontrado
con esa lectura y las dos primeras páginas me habían metido en una excelente narración
humorística, además bien elegida. Me sorprendía que el chico mostrara tanta
indiferencia frente a este corto texto. Él ya había leído unas 20 páginas, y le
hice ciertas preguntas de rigor: De qué trataba, personajes, esas cosas. Todo
me lo respondió bien. La cosa vino cuando le mencioné como al desgaire lo humorístico
que me había parecido. Y el chico me miró con cara de Lado Oculto de la Luna.
Ni siquiera se había percatado del peculiar humor de la narración. Pronto caí
en el motivo, vinculado a por qué se lee.
Yo había leído por gusto, y él por obligación. Su objetivo era llenar unas
fichas, y por ende leyó para llenar la ficha. Como no tenía un pelo de idiota,
leía el libro buscando las respuestas a las preguntas de la bendita Ficha, de
modo que cuando las encontraba, transcribía. Así que, damas y caballeros, el objetivo que nos planteamos al leer
cuenta. Si lees para averiguar cuántos pronombres relativos hay en un texto, lo
harás de manera muy diferente a si lo haces para entender su influencia en la
cultura moderna. En el primer caso tu lectura es más bien una meta-lectura, en
la que atiendes más a la estructura gramatical del texto y al registro de
pronombres, que a su narrativa, y eso no es más que lo lógico. Algo así le
pasaba al chico de marras. A él lo que el libro narraba o contaba le tenía
absolutamente sin cuidado, bien podría haber sido El Sueño del Celta, La Historia de la República de Jorge Basadre o
los Protocolos de los Sabios de Sión,
lo que le interesaba era rellenar su ficha para que dejen de fastidiarlo con la
jarana del Plan Lector. Y así entonces en realidad no conocía el Libro, ni
menos captaba el humor. Lo obvio hubiera sido que el libro fuera presentado con
estrategias que fomentaran su lectura. Por lo que conozco a este chico y a
muchos otros, no parece ser eso lo que pasa.
Por cierto, esta joyita de la
Corona del humorismo inglés es cortita, y es más joyita aún en su idioma
original. En mi artículo anterior hice el debido homenaje a los traductores que
con estoicismo y solvencia ponen a nuestro alcance las obras de los autores que
no son de nuestro idioma. Ahora haré otra apología: La lectura de los
originales en su idioma original. Para poder decir que uno conoce otro idioma hay
que poder leer literatura en ese idioma, y cuando eso ocurre significa que
cuando menos duplicaste el tamaño de tu mundo interno, al ganar la capacidad de
entender las cosas con otro lenguaje. De hecho las Instituciones más
reconocidas y afiatadas en nuestro medio - el Instituto Cultural
Peruano-Británico, El Instituto Cultural Peruano-Norteamericano, la Alianza
Francesa, el Instituto Goethe, etcétera -, enseñan sus respectivas lenguas como
medio para transmitir sus Culturas. Yo no creo que una persona pueda llamarse
culta si no domina cuando menos una lengua diferente de su lengua materna. Y yo
digo que ese dominio por lo menos debería implicar el acceso a textos
literarios en ese otro idioma. No es posible recomendar más el aprendizaje de
otros idiomas para los niños, jóvenes y adultos. Hay un algo especial en los
conceptos vistos desde otro registro lingüístico. Se pone el pie en Otro Mundo
aparte del propio. Prometo tratar este tema en otra Crónica. Volvamos a lo
nuestro.
II
El Mundo al Revés
Dije en mi Crónica anterior que
el Humorismo sirve para enfrentar la Vida con solvencia. Como vivir suele dar
mucho trabajo, suele surgir una gran disconformidad y agresividad frente al
Mundo tal como es. Esto ocurre en la adolescencia y la juventud, y hay veces
que la rebelión se torna violenta. La necesidad perentoria de integrarse a la
sociedad que sienten adolescentes y jóvenes choca con un des-encantamiento general. Una alumna que tuve y con la que me
crucé años después de haber egresado, me lo dijo bien claro: “Javier, tenías razón, el mundo es… FEO”.
La adaptación de adolescentes y jóvenes puede terminar bien, o puede terminar
en sociopatías e incluso sicopatías. La adaptación implica el uso masivo de
ciertos mecanismos emocionales: Todos tenemos la intuición de que es mejor reír
que llorar, estar contento y satisfecho que ser desdichado e insatisfecho.
Indudablemente uno de estos mecanismos es el Sentido del Humor, que nos
purifica y nos permite una catarsis interna que nos libra de la autocompasión y
de la violencia. No pateas aquello de lo que te ríes. No apuñalas al que
percibes como ridículo. Un chiste relaja la atmósfera más tensa. Incluso la
matonería – bullying es reducida. Me pasó en el colegio cuando tenía diez u
once años, un recreo en que hacía ridícula gala de una agresividad tosca, bruta
y sin sentido. Un amigo - No te hagas el sonso, Tito, que fuiste tú – que por
cierto estaba bendecido por el cielo con un extraordinario – y a veces extraño
– sentido del humor; me increpó esa actitud, y entre muchas cosas que me dijo
se me grabó esto: “Tienes que aprender a batirte”. Yo conocía la palabreja
“batirse”, la había leído en Los Tres
Mosqueteros, que se batían combatiendo contra los Guardias del Cardenal. No
recuerdo qué respondí entonces, pero entendí muy bien el asunto, eventualmente seguí
el consejo, y creo que en algo me ha funcionado, después de todo. Y ahora me
veo a mí mismo escribiendo sobre Humorismo. (Ya pues, Tito, no te rías… o
bueno, ya, si tengo que atracar, atraco. Riámonos).
Como el mundo tal como es no nos
gusta, hacemos acrobacias mentales para adaptarnos a él. Los niños y niñas no
empiezan estas acrobacias en la mente, sino en el cuerpo. Poseer un cuerpo,
ocupar un espacio, usar el cuerpo para ocuparlo es una feliz característica de
los chicos, y es su manera de adaptarse al mundo y de adaptar el mundo a ellos.
Es muy triste ver a padres y madres sobreprotegiendo a los niños y evitando por
todos los medios que corran, salten y muevan el esqueleto… porque se pueden
hacer “daño”. En fin. Los niños ríen cuando juegan, y podríamos decir que
poseen un “humorismo físico” del que una buena expresión es el “mundo al
revés”. Si eres papá o mamá, haz que tu hijo pueda percibir el “mundo al
revés”. Es decir, que en un momento dado se ponga de cabeza, y mire. Además de convocar poderosamente
su atención, eso de que las cabezas de las gentes estén abajo y los pies
arriba, el cielo de suelo y el suelo de cielo suele ser muy gracioso. Por ello
es que les divierten tanto los salones de espejos. Y si hacemos que ellos lo
hagan, no veo razón alguna para no hacerlo nosotros, los formalotes adultos.
Eso, de paso, nos hace ver las cosas definitivamente desde una perspectiva
diferente, y así aprendemos a reírnos con nuestra prole y a desarrollar nuestro
propio y adormecido sentido del humor. Una dimensión interesante del tema del
“mundo al revés” es el hacer las cosas al revés. No es extraño considerando por
ejemplo que el enorme comediante Charles Chaplin era capaz de hacer todos sus
movimientos al derecho y al revés a la perfección. Caminar por la calle o por
la casa al revés – a todos mis hijos les dio por esto en algún momento – es extremadamente
gracioso, aunque requiere de vigilancia, y menos mal se les pasa pronto. Y si podemos
pensar el mundo al revés, podemos expresarlo por escrito. Toda Literatura pone
al Mundo del Revés. El Humorismo como forma de subvertir la realidad produce
risa. Así hace Jonathan Swift en los Viajes
de Gulliver: Empieza por el tamaño, y muestra a Gulliver en su desadaptación
entre enanos y gigantes. En el mismo sentido, pero más útil, el clásico en
lengua inglesa Flatland (Planilandia), escrito por Edwin Abbott en
1884, muestra las deliciosas aventuras del Cuadrado
A tratando de explicarle a sus congéneres cómo es eso de la tercera
dimensión del espacio – que por si acaso,
es donde vivimos usted y yo, estimado lector. Los Viajes de Gulliver y Planilandia
son sátiras, burlas, ataques a la sociedad en que vivían. En estos días que celebramos
el Día Internacional de la Mujer, conviene recordar que en Planilandia se presenta a las mujeres como líneas, que ni siquiera
llegan a la segunda dimensión … .De paso, recomiendo el excelente libro de
divulgación científica La Cuarta
Dimensión, de Rudy Rucker, por el que conocí y me interesé por leer Planilandia. Un ejemplo de sátira en la
tradición española se lo debemos al enorme escritor del Siglo de Oro Don
Francisco de Quevedo y Villegas: Los
Sueños. De lectura más fácil que El
Quijote, permite acercarse con mayor facilidad al español del Siglo XVI. Consta
de El Sueño del Juicio Final, El Alguacil endemoniado, el Sueño del Infierno, y El mundo por de dentro. En el Sueño del Juicio Final, narra en primera
persona el Juicio Final tal como lo ve el Catolicismo: Las almas tornan a sus
cuerpos y “es de ver” cómo los pecadores
huyen de partes de sus cuerpos por no tener testigos de sus propios pecados (“… lo que más me espantó fue ver los
cuerpos de…. mercaderes que se habían calzado las almas al revés y tenían… los
cinco sentidos en las uñas…”); luego narra la universal rendición de
cuentas con fuertes críticas a diversos grupos sociales, usando recursos literarios
de primera (“Llegó … un avariento a la
puerta (y le dijeron) que los diez mandamientos guardaban la puerta de quien no
los había guardado, y él dijo que en cosas de guardar era imposible que hubiese
pecado”). El Alguacil endemoniado
narra las historias del Infierno que cuenta un Alguacil poseído por un demonio (“… los diablos en los alguaciles estamos
por fuerza y de mala gana (…) debéis llamarme a mí demonio engualacilado, y no
a éste alguacil endemoniado”). En El
Sueño del Infierno, el autor describe las sendas que llevan al Cielo y al
ídem, describiendo los tipos humanos que van por uno y otro. Quizá lo más
interesante en esto de invertir el mundo esté en el Mundo por de Dentro, que inicia alegando ignorancia (“Es cosa averiguada (…) que no se sabe nada y
todos son ignorantes. Y aún esto no se sabe de cierto”), para luego
desplegar un profundo conocimiento del corazón humano al ser guiado por un
anciano por la Calle de la Hipocresía, ver cosas como un entierro, y luego acto
seguido verlo como realmente es, desnudando sus falsedades y mentiras. Ver el
mundo “del revés” no siempre es agradable, pero nos reímos para exorcizarlo.
Decía el malogrado cantautor uruguayo Facundo Cabral que la mejor forma de
cambiar el mundo es ser felices y vivir bien.
III
El Mundo al Derecho y al Revés
Si entendemos que el Mundo está
al Revés, también lo podemos pensar en contrario, es decir un Mundo al Derecho,
es cosa de en qué posición te colocas. El Humor suele ser utilizado como
contrapunto de la Tragedia, como en La
Celestina, de Fernando de Rojas. Por ahí se diferenciaría lo que algunos
que saben llaman en España las vertientes humorísticas aragonesa (centrada en
el revés) y castellana (centrada en el derecho). Quevedo y el desconocido autor
del Lazarillo de Tormes, por ejemplo,
pertenecen a la vertiente aragonesa, en tanto que Miguel de Cervantes a la castellana.
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha es una obra satírica y burlona, aunque se nos escape en su
redacción. Si uno quiere conocer de veras a Cervantes quizá empezar por El Quijote no sea adecuado, habiendo Las Novelas Ejemplares. La primera que
leí, estando aún en el colegio, fue Rinconete
y Cortadillo, y la verdad me gustó mucho, en especial el personaje
Monipodio, príncipe de los ladrones de Madrid. Pero otras como El Licenciado Vidriera, La Gitanilla y El coloquio de los perros son también de lectura fácil, intención interesante,
redacción galana y sencilla, y sobre todo entretenidas. La Literatura francesa
cuenta con su clásico del Humor del Revés: Gargantúa
y Pantagruel, de Francois Rabelais, probablemente sin parangón alguno en
cuanto a sus excesos verbales y fantasiosos (Amigos lectores que este libro leéis, / renunciad a toda afección, / y
al leerlo, no os escandalicéis: / no contiene mal ni infección, / aunque
tampoco gran perfección. / Si no aprendéis, reiréis al menos; / (…) / mejor es
de risa que de llanto escribir, / pues lo propio del hombre es reír). El
humor rabelesiano no tiene límites de decencia o decoro, puede ser coprolálico,
obsceno y escatológico. Narra la Historia de los gigantes Gargantúa y su hijo
Pantagruel. Nos daremos una idea de la historia si pensamos que las primeras
palabras del bebito Pantagruel al nacer fueron: “¡A beber, a beber!”...
El choque entre el Deber-Ser
(Mundo al Derecho) con el Ser (Mundo al Revés) es notable cuando miramos a las necesidades
humanas, en particular las sexuales. El sexo es tan importante para el ser humano,
crea tantas complejidades, dificultades y satisfacciones; que el Humorismo
recala en él de uno u otro modo, a veces sutil, en otros crudo y obsceno. Desde
la Comedia griega de Aristófanes encontramos combinaciones variopintas, en
particular en Lisístrata o la Rebelión de
las Mujeres, donde juega con un mundo inverso: Las mujeres, hartas de la
guerra entre Atenas y Esparta que se lleva a sus hombres, deciden ir a la
huelga de clámides caídas, y se niegan a tener comercio carnal – me divierte
esta expresión – con sus maridos hasta que no pongan fin a la guerra. Es muy sugestiva
la escena del diálogo de Lisístrata con su marido, que parlamentan a nombre de
mujeres y varones, realizado con columna de por medio y donde ambos se
persiguen mutuamente en un tira y afloja entre la negociación política y el
irresistible impulso sexual. Si quieren saber en qué termina, léanlo, no sean
flojos. Paso por alto a Ovidio y Petronio. Y aunque algunos opinan que no hubo
sexo durante la Edad Media, bastaría con el Libro
del Buen Amor, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, para desengañarlos.
Durante el Renacimiento surge la Novela Corta, de la que es exponente el
magnífico Decamerón o Libro de las Cien Novelas de Giovanni
Boccaccio: Durante la horrorosa epidemia de la Peste Negra de 1348 – descrita con
tanta maestría que aún hoy no podemos leerla sin estremecernos (¡Cuántos valerosos y nobles hombres,
cuántas y cuán hermosas galanas damas, cuantos gentiles y alegres hidalgos que
no a juicio del pueblo común, sino al de Galeno, Hipócrates y Esculapio, serían
juzgados bien complexionados y sanos, a la mañana comieron con sus compañeros y
amigos, y a la noche cenaron en el otro mundo, con sus antecesores!) -
siete jóvenes damas y tres agraciados jóvenes deciden alejarse de Florencia y
dirigirse a las villas de alrededor, a fin de “sin traspasar los límites de la honestidad” precaverse y disfrutar
de “todo placer y alegría que tener se
pueda”. El entretenimiento se lo procurarán ellos mismos contándose unos a
otros divertidas historias que rápidamente caen en la alusión picaresca y expresan
costumbres. Destacan en este sentido novelitas cómo De Ricardo y Catalina y de cómo ésta tomó el ruiseñor; Cómo una abadesa, al querer reprender a una
monja por sus pecaminosos amores, fue ella misma confundida; Cómo Egaño fue engañado por su mujer, y a
más apaleado por Aniquino; Cómo uno
de dos amigos durmió con la mujer del otro, y cómo éste se vengó de él en la
misma forma; y la que considero quizá la más divertida: Cómo Alibec aprendió a meter el diablo en el
Infierno (“… yo soy venida aquí a
servir a Dios, y no por estar ociosa; vamos a meter al diablo en el infierno”).
Con estas historias ligeramente eróticas y más bien pícaras estas damitas y
donceles trataban de ver al Derecho lo que la Peste Negra ponía del Revés.
Otros autores copiaron a Boccaccio, como Geoffrey Chaucer en los Cuentos de Canterbury, muy semejante al Decamerón, aunque bastante más crudo. Tanto
el Decamerón como los Cuentos de Canterbury conocieron
adaptaciones a la pantalla por obra de grandes directores italianos: Boccaccio 70, por Monicelli, Visconti y
De Sica (1962); y los Cuentos… por
Pier Paolo Pasolini (1972).
IV
Reírse de Alguien
Burlarse de las personas es
materia común en el Humorismo. Desagradable a nuestro gusto cuando se hace
escarnio del débil y del que no puede defenderse, es sin embargo muy agradable
burlarse de las figuras de la autoridad, de la solemnidad y de las
circunstancias en las que se puede poner a empingorotados personajes. El teatro
– la comedia – se presta muy bien a todo ello, y así se enriquece el Humorismo
con nuevos personajes y situaciones. La
antigua Comedia Dell´Arte italiana privilegia
la Improvisación sobre el escenario y crea así la comedia de situación, el lazzi, que antecede al anglosajón gag. Improvisar no es difícil porque los
personajes son más o menos estereotipados, y se sabe qué esperar de ellos: Los zanni (los siervos), los vecchi (los viejos) y los inamorati (los enamorados). Entre sus
personajes están el Pierrot y la Colombina, Sirena, Pantalone, il Capitano, Arlequín,
Scaramouche, Tartaglia, Il Dottore, etcétera, representados en la pintura y
artes plásticas, e incluso recuperados en la pieza de Jacinto Benavente Los Intereses Creados. La comedia actual
de teatro y TV se alimenta de la Comedia
Dell´Arte, tomándole la improvisación y los personajes más o menos
estereotipados. La comedia cubano-mexicana de radio y TV La Tremenda Corte y sus diversas versiones emplea estos elementos a
mansalva, de la mano del genial Leopoldo Fernández “Trespatines”. Los comediantes españoles Tirso de Molina, Pedro
Calderón de la Barca y Lope de Vega en el Siglo de Oro crearon personajes
duraderos como el Pastor, el Bobo o el Gracioso; y fueron plagiados con gran
creatividad por los ingleses Shakespeare y Ben Johnson, así como por el francés
Jean Baptiste Poquelin (a) Molière. Esta vieja Comedia es antecedente remoto de
la actual comedia cinematográfica, de la radionovela y la comedia de TV actual.
El Siglo de Oro inventó además nuevas formas teatrales cómicas: Los sainetes y
entremeses, obritas en un acto, de humor un tanto primitivo, representadas en
los entretiempos entre Acto y Acto. Estas piezas cortitas de situaciones
anteceden e inspiran a los llamados “sketchs”, empleados en la televisión. No
perderé ocasión de honrar al inmenso comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños
(a) “Chespirito” = “Shakespeare chiquito”, que en su obra de TV recupera la
vieja tradición del entremés.
El teatro puede leerse, pero en
realidad se hace para representarse, y la verdad no es lo mismo leerlo que
verlo. Hay versiones y versiones, y la libertad creativa de los directores es
grande, dando lugar a que una puesta de escena sea muy distinta a otra. Aquí no
funciona el “ya la vi”. Yo he visto representar El mercader de Venecia de William Shakespeare en tres versiones: La
teatral-televisiva del Teatro Nacional Británico, por Cable; la película
homónima de Michael Radford, con Jeremy Irons, Al Pacino y Lynn Collins; y la
representada por Alberto Ísola en el Teatro Británico en Lima, Perú; y puedo
decir positivamente que he expectado tres obras iguales pero diferentes, cada
una con sus propias características, sus propios méritos y un disfrute particular
distinto en cada una, aunque la obra era la misma. Por cierto, Shakespeare es
un mundo en sí mismo, y le dedicaremos su Crónica correspondiente. A estas
alturas pienso en la anécdota del principio, del chico que lee solamente por
cumplir con la tarea que se le ha impuesto y me pregunto cómo podría un
profesor cualquiera “enseñar” humorismo, en especial cuando éste es parte tan
vital del cómo sobrevivimos en este mundo. Como siempre ocurre en Educación el
tema no está en las cosas que hagamos formalmente, sino en la relación que el
profesor y los alumnos establecen, con los correlatos institucionales
conocidos. En las Instituciones Educativas las risas están muy mal vistas, pues
son algo así como el testimonio de la “indisciplina”, y el control y contención
que se aspira a mantener producen caras serias y un pésimo humor, en especial
en los encargados de mantener el “orden”. El humor suele ser utilizado por los
alumnos contra la Institución representada en sus profesores, y el salón de
clase suele ser un escenario donde, como en la comedia El enfermo imaginario de Molière, la obra es representada por
todos, y ofrecida por los unos a los otros. No creo que se le haya hecho
justicia aún a la longeva tradición de fastidiar a los profesores, y estoy
seguro que se podría hacer más de una Antología al respecto. Pero dudo mucho
que la institucionalidad educativa consiga algún día reírse de sí misma. Y así,
el Humorismo solamente podrá ser “enseñado” – en el sentido de “mostrado” – por
los pocos docentes que posean desenfado y alegría de vivir, a pesar de lo
penoso de la labor docente.
V
Colofón
Otra vez veo cuánto no he
mencionado. Solamente espero que estas Crónicas no se me conviertan en los
Trabajos de Hércules. A fin de cuentas, tal vez no consiga mencionar ni el diez
por ciento de todo lo que ha pasado por mis ojos. Supongo que importa poco. Un
riesgo del escribir es que uno jamás podrá tener la oportunidad de decirlo todo.
Puede que haya una tercera parte y una cuarta o quinta parte de estas Crónicas
referidas al Humorismo. Lo que sé es que no serán inmediatas. Pero como decía
yo mismo en anterior Crónica, estoy seguro que hay cosas peores en la vida.
Como siempre: Lee lo que quieras, como
quieras, donde quieras. Pero lee. Y sigue riendo … .
CRÓNICAS DE LECTURAS – Siete
Leer Ciencia y Tecnología - Uno
I
Literacidad científico-tecnológica, y el Amanecer del cómo se mete uno
en la Ciencia
Uno de los grandes problemas en
nuestro país es el del analfabetismo científico y tecnológico.
En parte es porque no leemos nada de nada y de Ciencia menos, en parte porque tenemos
poco acceso a libros sobre el tema, en parte también porque cuando de Ciencia
se trata los Medios de Comunicación nos sirven un menú “científico” basado en
una parodia de ciencia, si no en la seudociencia y la superstición. En pocos
aspectos como en éste se percibe mejor la influencia destructora que poseen los
medios. Pero no insistiremos en ello, lo hacemos ya y lo seguiremos haciendo.
Digamos que entre los registros lingüísticos que debiera dominar todo alumno y ciudadano
está el científico tecnológico. Esto significa, por una parte la capacidad para
decodificar los lenguajes científicos –tecnológicos (si no lo puedes hacer eres
un analfabeto científico); y por otra la llamada literacidad
científico-tecnológica, que PISA describe cómo la capacidad para
usar del conocimiento científico para identificar problemas y poder sacar
conclusiones basadas en la evidencia, que ayuden a entender y tomar decisiones
respecto al mundo natural y los cambios que produce en él la actividad humana.
Notemos en esta definición esas habilidades cognitivas: identificar
problemas, obtener conclusiones basadas en evidencia, comprender,
tomar decisiones; y nos percataremos lo muy huérfanos que andamos los
peruanos en estos aspectos. Y si antes el conocer y operar con el lenguaje
científico ya era importante, hoy en día ya es imprescindible. Pensemos nomás
en ese extraño idioma paralelo que se ha enseñoreado en tantos segmentos
poblacionales: el computés, cuyo
dominio está reservado a algunos iniciados en los arcanos de las ciencias de la
Informática y la Computación. Pensemos en los siguientes términos procedentes
de estas disciplinas y pensemos si sabemos qué significan (nivel de
decodificación) y más aún si los podemos utilizar (nivel de
comprensión): bit, byte u octeto, Ley de Zipf, procesador, meme, código Ascii (pronunciado asqui), matriz,
interfase, conector de salida, fractal, bus, hashback, memoria RAM,
microprocesador, plotter, fibra óptica, ancho de banda, Kbps, input, output,
coma flotante, lenguaje hexadecimal, sistema operativo, etcétera, etcétera,
etcétera. Y pasa con las computadoras lo mismo que pasa con los automóviles o
las refrigeradoras; que las utilizamos sin pensar y sin entender los principios
fundamentales de cómo operan. Si por nosotros es, podría ser por magia. Pero no
es así para los que las pensaron, planificaron y construyeron. Y esos no fuimos
nosotros, fueron ellos, y esos ellos hoy en día nos cobran esa chamba
que se dieron, y la pagamos fuerte, créanme.
¿De dónde rayos me salió a mí el
gusto por la Ciencia y la Tecnología? Pues, como en todo, de las experiencias
vividas. Distingo dos momentos estelares: El amanecer y el mediodía (no quiero
ni pensar en el ocaso). De chibolín le eché el ojo a los libros técnicos de mi
padre, recuerdo de sus épocas universitarias en la Facultad de Química
Farmacéutica en San Marcos. Yo tenía menos de diez años y nadie suponía que viera
esos libros, ni tampoco captaba una jota de ellos. Muchas letras, pequeñitas. Figuras
aburridas, en blanco y negro. Las enciclopedias de casa me habían familiarizado
ya con contenidos científicos bien mezclados con otros, y como yo ni
diferenciaba ni discriminaba, me limitaba a absorberlo. Eso funciona por un
tiempo, pero a la larga hay temas más fuertes que otros, según a qué seas
expuesto, y empieza uno a centrarse sobre ciertas cosas con preferencia a otras.
Por suerte entre los libros en casa había parte de la colección Ciencia
Creativa, traducción de la auspiciada por el American Museum de Nueva York, de Historia
Natural. Los títulos eran Planetas,
Estrellas y Espacio, de Joseph
Chamberlain y Thomas Nicholson;
e Historia de la Tierra, de Gerald Ames y Rose Wyler. Los he releído más veces de lo que podría contar, y
aunque eran para principiantes no los entendí plenamente al principio. Pero no
importaba. Tenían fotos y dibujos de enorme interés, y textos bien redactados y
sencillos. Me familiaricé y apasioné para siempre con la Astronomía, la
observación del firmamento, la Historia Geológica, la Historia de la Vida, la
exploración espacial y la Geografía. La satisfacción vital que siento al
respecto es tan profunda y marcada que me resulta imposible narrarla con
objetividad. Había entrado sin saberlo a la Ciencia, sin saber leer ni
escribir, sin anestesia, sin aviso; y ya no me iría jamás. Es que cuando eres
niño el
refuerzo positivo es decisivo: Mirar el firmamento y reconocer las
constelaciones del libro; caminar por un valle, la playa o la selva, y
reconocer las rocas, los animales y los fósiles del libro, todo eso no tiene precio. Si me preguntas de
dónde surge la pasión por el conocimiento, yo lo respondo con mi experiencia: De aplicar a la realidad lo que aprendiste
por medios intelectuales. De
experimentar con tu propio cuerpo y tus propios sentidos aquello que leíste, te
dijeron o averiguaste. De corroborar
las cosas por ti mismo, con tus ojos y con tu cerebro. Se liberan así más
endorfinas en el cerebro que fumándose una de la buena. En esto, lo repito, los
refuerzos positivos cuentan muchísimo. En casa se adquirió un telescopio, al
que le debo horas de observación, y eso que el cielo de Lima es un asco para
ver las estrellas, pero los planetas sí que se dejan ver. Una vez me llevaron al
Planetario del Morro Solar, una sola, pero quedó indeleble en mi memoria hasta
hoy. En un paseo escolar al valle del río Santa Eulalia descubrí un caracol
medio fosilizado, y lo entregué al pequeño museo del colegio. Y jamás me sentí
tan orgulloso en toda mi vida.
II
El Mediodía de la pasión por la Ciencia, y la Hepatitis C
El mediodía de mi pasión por la Ciencia
coincidió con una fulminante, agresiva y discapacitante enfermedad que me mandó
varios meses a la cama: La Hepatitis C. Parece ser mi destino que me pasen las
cosas “por adelantado”, a veces me he sentido el conejillo de indias de toda mi
generación. Tenía 31 años de edad cuando me dio la dichosa enfermedad, y esa
maldita ni siquiera existía clínicamente. Le llamaban Hepatitis “ni A ni B”, y
francamente era de pararse los pelos, y hasta un poco ridículo, enfermarse de
algo que nadie sabía qué cuernos era. Y encima, en provincia. Aún recuerdo lo
que me dijo mi amigo el Doctor Sabino Gonzales, Médico Decano del Hospital de
Huarmey: Flaco, te jodiste, tienes
hepatitis aguda. Así, sin anestesia. Entregué el Hotel a la Cajera, medio
moribundo me despedí de los amigos, y me vine a Lima, más amarillo que un chino.
Terminé en cama en casa de mi madre, y las cuatro paredes blanco humo del
cuarto de visitas fueron mi paisaje por varios meses. Pero aquí no digo verdad,
porque mi verdadero paisaje fueron los libros de la colección Biblioteca Científica Salvat, que por entonces
aparecía semanalmente. Metido en cama sin poder apenas moverme, con permiso por
enfermedad, harto de la programación de la televisión nacional – no había cable
en aquellas antediluvianas épocas – me leí todos y cada uno de esos libros,
amén de muchos más sobre otros temas. La Hepatitis C es una enfermedad curiosa,
que hasta la fecha no tiene cura, apenas un tratamiento con interferón y
ribavirina para sostener calidad de vida, tratamiento desconocido por entonces,
y que tampoco me hubiera servido de gran cosa. El bendito virus está
emparentado con el del VIH, ataca al hígado con devorador entusiasmo y sin que
nada sino tu sistema inmunológico se interponga entre él y tú, pues ni había
medicinas para curarla ni doctores capaces de algo más que de dilucidar con qué
letra mayúscula iban a apellidar a la Hepatitis. Hay tres rutas posibles cuando
el virusillo de la Hepatitis C te agarra: Uno, se te vuelve crónica – cosa que
a mí ya no me pasaría, pues me dio la aguda. Dos, evoluciona hacia la cirrosis,
el cáncer al hígado, y eventualmente te mueres. O tres, te curas
“espontáneamente”. Todo se resume a una carrera entre el maldito bicho y tu
sistema inmunológico, a ver si el uno consigue fabricar los anticuerpos antes
que el otro te haga paté el hígado. Si tu organismo no resiste ese Le Mans, fuiste.
Los médicos aquí eran tan útiles como las plantas ornamentales, y lo único que
pueden hacer es firmar el certificado de defunción y darle palmaditas en la
espalda a la viuda inconsolable. Antes que mi organismo decidiera ganar esta
mortal carrera, perdí 30 kilos de peso y al final me dejó con un poco de piel ajada
para envolver mis huesos. Créanme que entonces ganarle a la Hepatitis “ni A ni
B” no era moco de pavo, entraba en juego mucho de eso que llaman voluntad de
curación, que de seguro afecta el desempeño del sistema inmunológico. Al tercer
mes pasé por una profunda depresión, producida por estar convencido de que si
alguna vez salía de esa habitación, lo haría con los pies por delante. Y una de
las cosas que me ayudó a superarla fue tener a disposición las decenas de
libros de la colección Salvat, que me dieron algo más en qué pensar que en el
posible diseño de mi ataúd, y además me distraían del espectacular rasca-rasca
que la ictericia produce. Puestos al alcance de una persona con cultura general
y con forzado tiempo de sobra para leer, me los devoré. El hecho lirondo es que
si estoy aquí escribiendo estas líneas es porque estoy vivo - por lo menos eso
creo - para mi propia confusión y la de mis enemigos.
Poseo hasta hoy los cien
volúmenes de la Biblioteca Científica
SALVAT, todos de autores reconocidos, todos magníficamente bien escritos, y
algunos verdaderos clásicos de la Divulgación Científica e incluso de la
Ciencia. Un clásico científico no significa que sea lo último en Ciencia, más
aún en esta época de investigación constante y creciente, pero sí es de gran
importancia como punto de partida si quieres saber algo del tema. Me permito
reseñar algunos de ellos. Gorilas en la
Niebla – 13 años viviendo entre los gorilas, de Dian Fossey (Volumen 2), probablemente es el único libro de
carácter científico en el mundo que se ha llevado a la pantalla grande,
protagonizada por Sigourney Weaver. La película comparte con el libro apenas el
título y algo de la peripecia de Dian Fossey. Probablemente jamás se hubiera
filmado si no fuera por la muerte violenta de Dian, asesinada por los cazadores
furtivos que ella tanto detestaba y que militantemente trató de detener. Es
fácil de leer, y muy interesante. Cuenta con algunas fotografías que claramente
inspiraron algunas de las escenas más conmovedoras de la película, como cuando
Dian consigue tras ímprobos esfuerzos tomar de la mano a un Gorila. Otro
clásico es La evolución de la Física,
de Albert Einstein y Leopold Infeld
(Volumen 24). El nombre Einstein está asociado a explicaciones abstrusas y
asusta un poco, pero el libro fue pensado como explicación sencilla de la
Física. Posee la virtud de explicar la Teoría de la Relatividad, situándola en
el contexto del que proviene: La Física newtoniana clásica, así que es bastante
más accesible de lo que parece. Doce
pequeños huéspedes – Vida y costumbres de unas criaturas insoportables, de Karl von Frisch, Premio Nobel, es un
encantador librito que narra la vida, costumbres, adaptaciones y modos más
adecuados de exterminar a esa docena de bichos tan simpaticones que son la
mosca, el mosquito, la pulga, la chinche, el piojo, la cucaracha, la hormiga,
el lepisma, la araña, la garrapata, la polilla y el pulgón. Una plausible
teoría sobre la evolución del comportamiento de los animales y el hombre es
explicada en El Gen Egoísta – Las bases
biológicas de nuestra conducta, de Richard
Dawkins (Volumen 9), que en su momento levantó harto polvo, y que en la
actualidad lo sigue levantando. Conceptos como la inmortalidad de los genes que
sobreviven a la selección natural, y el hecho que nosotros, con todas nuestras
ínfulas antrópicas no seamos más importantes para los genes que las vacas para
las tenias, son escandalosos y dañan nuestra autoestima. No resisto la
tentación de citarlo: “… el título de
este libro (debió ser) El levemente egoísta gran trozo de cromosoma y el aún
más egoísta pequeño trozo de cromosoma. (…) éste no es un título muy
fascinante ni fácil de recordar, de tal manera que opté por definir el gen como
un pequeño trozo de cromosoma que, potencialmente, permanece por muchas
generaciones, y titulé el libro El gen egoísta.”(Pg.´46-47). En la
senda de Gorilas en la Niebla, Jane Goodall escribe En la senda del Hombre – Vida y costumbres
de los chimpancés (Volumen 23). Como sabemos, los grandes antropoides en
acelerada extinción son nuestros parientes genéticos más cercanos, y parece que
tenemos más en común con el agresivo y antipático chimpancé que con el pacífico
y agradable Gorila, y lo sabemos gracias a las investigaciones de Goodall, la
que por cierto, comparte con Dawkins y otros la calidad de gurú científico.
III
Más sobre la Biblioteca Científica
Continúo con otros clásicos
científicos o de divulgación científica. Pocos libros he disfrutado tanto como La Lógica de lo Viviente del nobel François Jacob (Volumen 47), y eso que
no es de lectura fácil, pues es lo que solemos llamar denso, es decir, cargado
de ideas y conceptos. Sin embargo, como ocurre con aquello que nos da más
trabajo, pero que conseguimos superar, llegar a entenderlo es una gran
satisfacción. Lo interesante es que explica genialmente algo que por lo general
no se explica: Cómo pensaban la Biología las diferentes épocas, cómo la
poderosa dinámica histórica de los relatos y metarrelatos de una época determinan
el curso de la investigación científica. Jacob es un materialista duro, rechaza
los azares y las visiones ideales, y se inclina por las grandes tendencias. En
Historia estamos tan acostumbrados a que nos hablen de mitología o conquistas
políticas y militares, que se nos olvidan las ideas preponderantes y las
determinaciones económicas y sociales de una época. Creemos en suma que los
griegos clásicos o los renacentistas eran tipos que pensaban como nosotros.
Este libro me abrió una perspectiva de la Historia de la Ciencia completamente
diferente a la común y silvestre. No podemos pasar por alto el clásico La Doble Hélice, de James Watson (Volumen 85), best-seller
internacional publicado originalmente en 1968, que narra en primera persona el
proceso de la comprensión de la naturaleza del ácido desoxirribonucleico (DNA,
o ADN). La idea preponderante del altruismo científico es hecha trizas en este
libro, donde descubrimos que los tales son gentes tan iguales como el resto de
la indiada, con sus petulancias, mezquindades, tonterías y luchas por la
precedencia, tan iguales como las que puede haber entre los empleados de una
peluquería o los socios de un club de golf. Se entera uno sobre qué es tener
éxito en Ciencia. En el estudio del comportamiento animal y humano la colección
cuenta con tres grandes clásicos más: Naturalistas
curiosos, de Niko Tinbergen
(Volumen 19); y Guerra y Paz, y Amor y Odio, de Irenäus Eibl-Eifesteldt (Volúmenes 69 y 63). El primero es una narrativa de cómo Tinbergen,
Konrad Lorenz y otros alcanzaron una mayor comprensión del comportamiento de
los animales en su ambiente natural. Los otros dos echan harta leña al fuego de
la discusión entre genética y medio ambiente, continuando el proceso iniciado
por Darwin, Wallace y otros de destronamiento evolutivo del ser humano. Vaya
hombre, somos básicamente iguales a los animales, lo que en realidad no es tan
difícil de captar, pero la verdad es que nos creemos lo máximo y no tenemos grandes
motivos para ello.
Que los científicos escriban
sobre Ciencia mirando al común de las gentes es conveniente para ellos y
conveniente para la indiada. Hacen su parte en la labor de alfabetizar en
ciencia, y menos mal no están solos. En la Biblioteca
Científica está la Academia
Norteamericana de Ciencias, con su Física
Nuclear, un Estado del Arte al año 1985 de cómo andaban los conocimientos
sobre el tema (Volumen 96); así como la Organización
Mundial de la Salud (OMS), que con la FAO
edita Los Alimentos y la Salud
(Volumen 79). A este volumen le debo haberme sacudido los pajaritos de la
cabeza respecto a los temas de Nutrición y Alimentación. La razón es sencilla,
es obvio que las toneladas de información contradictoria e inútil que la web y
los medios de comunicación presentan sobre nutrición y alimentación son más
reflejo de los intereses de los oligopolios y transnacionales de la medicina y
la nutrición, que de una visión equilibrada sobre el tema centrada en el
Bienestar de las personas. OMS/FAO se constituye como una voz autorizada
alejada de los grandes intereses, o por lo menos no tan a sueldo de los interesados
en vender sus productos. Aparte de científicos e instituciones, entre los
autores hay periodistas y otros especialistas expertos en divulgación
científica. Considerando lo increíblemente ignorantes que somos en nuestro
medio sobre éstos temas, es magnífico encontrar periodistas que emplean sus
habilidades en despojar a la Ciencia de su hermetismo. Entre ellos consideremos
a Martin Gardner, autor de Izquierda y Derecha en el Cosmos
(Volumen 14), El Escarabajo Sagrado
(Volúmenes 41 y 42), La explosión de la
relatividad (Volumen 45) y Miscelánea
Matemática (Volumen 49); a John
Gribbin, autor de En busca del gato
de Schrödinger (Volumen 20), Génesis
(Volumen48), La Tierra en Movimiento
(Volumen 50) y El Clima Futuro
(Volumen 58); a Paul Davies, autor
de Superfuerza (Volumen 4), La Frontera del Infinito (Volumen 12), Otros Mundos (Volumen 28), El Universo accidental (Volumen 56) y En busca de las ondas de gravitación
(Volumen 84); a James Trefill, autor
de De los átomos a los Quarks
(Volumen 8), El momento de la creación
(Volumen 31), y El panorama inesperado
(Volumen 39). Es difícil dar cuenta de tanto buen autor y título, hay en esta
Colección pocos libros de relleno, y hasta esos son interesantes. Así que algo
bueno surgió de la Hepatitis C: La reflexión sobre cómo era posible que hubiera
vivido hasta entonces sin entender por lo menos en algo el mundo que me rodea.
Me enteré así del enorme tamaño de mi ignorancia. Ví que leer libros de
divulgación científica no es estudiar una disciplina científica. Adquirí así un
nuevo respeto por la Ciencia y la Tecnología, en especial gracias a los Filósofos
y Pensadores incluidos también en la colección, tales como Gerald Feinberg, el genial Arthur
Koestler o el Psicólogo B. F.
Skinner, que me abrieron nuevas rutas de pensamiento. Le tomé gusto a las
ciencias duras, lo que a veces me hace caerles pesado a mis amigos y otras gentes.
Ese fue el resultado de algunos meses en cama en compañía de esa magnífica y
hoy desfasada colección, pues el tiempo pasa y la ciencia avanza con enorme
rapidez en estos días. Mi curiosidad por la ciencia obtuvo nuevo impulso, y he
de decir que es parte importante de mi felicidad personal el entender algo del
Universo en el que me ha tocado pasar mi vida.
IV
Más, más y más sobre Ciencia y Tecnología
En Ciencia y Tecnología, como en
todo, no puede uno detenerse. Si no te pones al día, te quedas y te anquilosas,
más aún en una actividad con tanto de innovación e investigación. El primer
riesgo que el apasionado de la Ciencia corre es la increíble amplitud de la
data involucrada. Otro igualmente desagradable es que se te pierda el método,
te creas el cuento de la auctoritas,
y empieces a tratar la Ciencia y la Tecnología como si fueran Religión o
Filosofía; o peor aún, Astrología o Metafísica ingenua. La pequeña sabiduría siempre, siempre, siempre, siempre es
peligrosa. Y otro riesgo más es el aislamiento, el individualismo, el
regodearse solito en el asunto que solo te lleva a una estúpida pedantería
intelectual, a creértela, más aún en nuestro medio ambiente donde ser tuerto en
tierra de ciegos suele rendir réditos. Contra estos riesgos encuentro que lo más
aconsejable es colarse a lo bruto en el mainstream
(“corriente principal”), en los trends
(“tendencias”) de actualidad. Y eso, en
primer lugar, implica que tarde o temprano deberás decidirte a concentrar
tu atención y tu tiempo, porque no puedes hacerlo todo, y ni lo intentes, es
muy frustrante. Céntrate en dos, máximo tres temas de los más cercanos a tu
interés, tu actividad, tu necesidad y/o tu pasión. Y mientras más puedas
empatar esas cuatro cosas, mejor todavía. Date todo el tiempo que necesites
para administrarte. En segundo lugar,
maximiza tu tiempo, por más poco de él que dispongas. Yo, como docente,
encontré tema de especialización en las funciones cognitivas de la Lectura y en
la Biología del Aprendizaje, temas en los que sigo investigando por mi cuenta,
montado en mi labor docente, en mi curiosidad, en mi pasión por conocer y en el
fabuloso y extraordinario instrumento que es la Internet, que te permite si no
estar al día, cuando menos saber qué se está haciendo en esas áreas que te
fascinan. Suscríbete a revistas científicas de especialidad, es plata bien
gastada, y si no tienes plata, pues hay informativos gratis. Como condición
heurística obligatoria, tendrás que alcanzar competencia en la lectura en
Idioma Inglés. Si esperas a que te traduzcan lo importante vas frito,
compañero. Por cierto, gracias a esto mejoré tanto mis competencias que, sin
haber seguido sino circunstancialmente cursos de inglés, alcancé inmersión y
competencias suficientes para ganarme la vida, entre otras cosas, traduciendo
del inglés al español textos de Ciencia y Tecnología.
Por supuesto, me sigue gustando
la Astronomía, pasión de décadas, y hoy en día la tengo empatada con mi gusto por
la Historia. La Arqueoastronomía es una disciplina en la que me estoy metiendo
a la mala, montado en el simple hecho que a diferencia de muchos arqueólogos,
indudablemente competentes en su área, entiendo cómo funcionan los objetos del
firmamento, aunque siempre se puede aprender más. Me estoy leyendo el librote
de Tom Zuidema, El calendario Inca, y
aunque el hombre para redactar es la muerte, con mucho esfuerzo lo voy entendiendo
un poco más cada vez. Si bien los artículos sobre Ciencia son interesantes y te
ponen al día, no basta con ellos, hay que tratar de seguir leyendo libros de
Ciencia, so pena que se te difumine tu habilidad adquirida. Así pasa con la Lectura,
la función hace al órgano. Me pasó que tuve la suerte y la desgracia combinadas
de acceder de chico a un texto universitario de Astronomía, Introducción a la Astronomía, de Cecilia
Payne-Gaposchkin. Por desgracia, este libro me fue impuesto para participar de
mocoso en uno de esos detestables concursos que premiaban con dinero la memoria
eidética - disfrazada de “erudición” -
de jovencitos que por su leer sabían algo más que el resto sobre Genghis Khan,
Astronomía o la Segunda Guerra Mundial. Por suerte, este libro me dejó sembrado
el convencimiento de lo mucho que hay por aprender, y con los años se convirtió
en una fuente de consulta importante. Además, cada capítulo estaba presidido
por citas literarias procedentes de Esquilo, Safo, Shakespeare, Milton, Dante,
Tennyson, Browning, Spenser y otros afamados narradores y poetas. Si no lo han
notado, he copiado esta característica en los artículos de mi blog. Entre otros
libros sobre Ciencia que he leído en estos años, quizá los más interesantes son
Historia del Tiempo – Del big bang a los
agujeros negros, de Stephen Hawking,
best-seller probablemente entendido
por mucho menos gente que la que lo compró, pero que yo, gracias a mis lecturas
previas, pude captar más o menso. Un libro hermoso en su complejidad y que amplió
mucho mis horizontes sobre la Biología del Aprendizaje: Biología Celular y Molecular, del argentino Eduardo De Robertis, que mi amigo el eximio profe de Ciencias
Atilio Florencio (a) “Viceministro” siempre miró con envidia y estuvo al borde
de birlármelo muy amistosamente. El azar
y la necesidad, de Jacques Monod,
es un clásico sobre la Filosofía de la Biología, y lectura obligada si quieres
realmente reflexionar sobre lo que es y hace la ciencia. Matt Ridley escribe un best-seller
de gran factura y muy detallado, Genoma,
dedicado al extraordinario logro del desciframiento de la estructura genética
del genoma humano, y adecuada introducción para entenderlo para los que no
somos biólogos o especialistas, e importante fuente para apreciar sus
consecuencias.
V
Colofón
Que el ciudadano promedio
comprenda en algo la Ciencia y la Tecnología que afectan su vida cotidiana es imperativo,
so pena de caer en la demagogia. Incluso para nosotros, tan alejados de los
centros del saber científico, temas como el de los impactos ambientales de la
Minería o de los Transgénicos, se nos vuelven política diaria. Estoy plenamente
seguro que si nuestros políticos y clases dominantes se hubieran preocupado
algo más de educar al pueblo, y algo menos de llenar sus propias arcas, la
situación actual pintaría diferente.
No pretendo que los libros
reseñados sean ni los únicos ni los más importantes. Fueron y son importantes a
mí, coincidieron con circunstancias vitales importantes, y no es que sean
necesariamente los mejores o más importantes en su área, sino simplemente los
más cercanos a mis sentimientos y emociones, que me acompañan desde siempre y
lo seguirán haciendo hasta que llegue la que deshace las reuniones. Creo que lo
importante acá es el proceso de la pasión, más que los títulos mismos, aunque
no hay libro reseñado que no tenga su valor intrínseco. Quizá por ello no he
enfatizado lo suficiente lo importante de alfabetizarse y “literasizarse” (como
diablos se escribirá eso) en Ciencia y Tecnología. En todo caso, cuando de
ciencia se trate, lee lo que quieras,
como quieras, donde quieras. Pero lee.
CRÓNICAS DE LECTURAS - Ocho
Una Historia de Dos Ciudades
I
De Libros, Soledades y Hoteles
No, el título no es una reseña de
la obra de Charles Dickens, que
además no podría reseñar pues no la he leído. En realidad quisiera referirme a
una experiencia que, en lo que a la lectura se refiere, presenta algún interés.
¿Qué le pasa a alguien cuando llega a un lugar donde no hay libros para leer?
Eso, aunque no lo crean mis amables lectores, pasa en nuestro país. Y es que
uno no lo nota porque por lo general si uno es lector, lleva consigo sus
cachivaches y es autosuficiente y autárquico en sus capacidades lectoras, y no
se percata de cómo anda el entorno en cuanto a libros, salvo que vaya a ello o
que sea fijón. No mencionaré el nombre de estas dos ciudades, porque como que
las comparaciones son odiosas y mejor no chocar con Chocano, que me han dicho
es un tipo desagradable y de pocas pulgas. Pero puedo decir que no es Cusco,
ciudad en donde saqué Carné de Biblioteca de lector allá por 1980, y a cuya
esforzada Biblioteca todavía le debo un libro, que por ahí en mis libreros
anda. Espero que ahora, 31 años después, no se les dé por cobrármelo. Si
amenazan con ello, lo devuelvo … . En fin, que la cosa fue más o menos así:
Trabajaba a la sazón este humilde servidor en la Empresa Nacional de Turismo
ENTURPERU como Administrador de Hoteles, y como ocurría con todos los que andábamos
en esa chamba, fui enviado a hacerme cargo de la Administración de uno de los
treinta y tres Hoteles de Turistas repartidos a lo largo y ancho del territorio
nacional, así que no se preocupen que no sabrán ustedes, mis muy estimados
lectores, a cuál me refiero. Pero era lugar aislado por entonces, oh sí. Era
tan aislado que podríamos describirlo así: Arena por ambos lados, mar al frente
y montañas atrás. Y la pista, claro, serpiente ondulante recorrida diariamente
por muchos vehículos, cuyos conductores y pasajeros constituían el grueso de
mis clientes.
Un lector, como he dicho, anda
apertrechado de libros. Por entonces andaba yo liado con dos colecciones, la de
Historia Universal de la Revista
Gente – revista por la que sentía limitadísimo interés, y que solamente
adquiría por esos libros -, y la Biblioteca
Científica Salvat, cuyos volúmenes – como los de la marquesa de Low Bridge
de Les Luthiers – me apasionaban. Además de otros, claro. No era la primera ni
sería la última vez que trabajaba lejos de mi residencia en Lima, y si algo
pesó siempre en mi equipaje fueron los libros. Y es que el aislamiento en que
puede vivir un fuereño, un casi extranjero, puede ser mortal, y si uno no tiene
con qué licuar las horas muertas, seguro le irá mal. No era que hubiera tantas,
por otra parte. El trabajo era duro y requería de presencia con mando y
autoridad las veinticuatro horas del día y los 365 días (366 si es bisiesto)
del año. Pero siempre están esos momentos detrás del counter o mostrador, o sentado en tu oficina, o metido en tu
habitación, que por un momento te das cuenta de lo absolutamente aislado que
estás. Y no es un tema cualquiera, por ahí suelen aparecer algunos desconocidos
retorcimientos previos de la personalidad que si antes estaban más o menos
contenidos, en esas circunstancias tienden a escaparse. Las consecuencias de
tales fugas las he observado entre mis colegas – en especial los solteros –
traducidas en diversos grados de alcoholismo. Yo en estas cosas soy, por
fortuna, veterano, y he paseado mi humilde humanidad por regiones de nuestro
país bastante remotas y despobladas, así que algo me lo sé ahora, y por
entonces ya algo me lo sabía.
II
Aislamiento
Así que a trabajar se ha dicho, y
a leer cuando no tenía nada mejor que hacer, lo que no ocurría con demasiada
frecuencia. Cada cierto tiempo viajaba a Lima o a ciudades cercanas por motivos
de trabajo, y como esa época no es la de hoy, cada viaje parecía una expedición
a las Indias Orientales Holandesas. Como estaría de aislado que la única manera
de comunicarme con rapidez era a través del telégrafo. Sí, leyeron bien, telégrafo.
Entre mi central y yo circulábase gran cantidad de telegramas, y de esta manera
lo que hablábamos era conocido de todo el pueblo ni bien el mensaje salía o
llegaba, y es que el servicio nacional de telégrafos estaba lleno de chismosos.
Sospecho que fue así desde los tiempos de Samuel Morse. Imagino que a mis
lectores más jóvenes esto debe parecerles contemporáneo de Caral, y es que
efectivamente nuestro país estaba por entonces muy aislado tanto en transportes
como en comunicaciones. Tuvo que llegar Telefónica de España en los ´90 – con
sus más y con sus menos -, para que acá nos enteráramos de qué significa estar
interconectados. La Internet simplemente no existía. Estoy seguro que no me
creerán si cuento que a mí me cuadraron bien feo cuando propuse computarizar un
Hotel, y casi me botan por tener razón demasiado pronto. En todo caso, eso pasó
después, y quizá lo cuente con mayor detalle en otra ocasión.
En esta ciudad a la que me
refiero, un teléfono era por lo tanto cosa del mayor exotismo. Y para remate soy
un “gringo”, esos son mis genes, si a alguien no le gusta peléese con mi papá y
mi mamá. Un “gringo”, por más patriota peruano y por más mozambique, huanca o
matsiguenga que se sienta, era para los habitantes del pueblo primero “gringo”
que humano, y estaba por ende marcado por la histórica desconfianza del
respetable. No los culpo, considerando lo que la gringada española le hizo a
estas tierras y sus gentes. Así que esto del aislamiento marcaba fuerte en esta
ciudad católica, tradicionalista, chismosa y cerrada sobre sí misma. Añadamos
que por alguna razón técnica que jamás comprendí, el acceso a la Televisión
estaba limitado por razones de carácter orográfico, e implicaba el empleo de
antenas que, otra vez por razones para mí completamente abstrusas, solo
permitía el disfrute de la pantalla chica a una media docena de familias, y me
quedo largo. Había un Cine y solamente uno, de esos con sillas de madera y
sábana cosida por ecran, que pasaba viejas películas sobre la Pasión de Cristo
en Semana Santa. No sabría decir si eso de no tener casi Cine ni Televisión
fuera para el pueblo una ventaja o desventaja. Simplemente eran artilugios tan
exóticos como el teléfono. Por otra parte, a ningún viajero se le ocurría, como
hoy, que había de disponer de Cable en las habitaciones del Hotel, y para las
tres estrellas que tenía, bastaba en general que las habitaciones estuvieran
ordenadas y limpias. A tales extremos llegaba el aislamiento en aquellos no
demasiado remotos días.
III
¿Ciudad chica o pueblo grande?
Como ya he contado, cada cierto
tiempo me desplazaba a otras partes. Quiere la suerte – o la caprichosa distribución
de las aguas de los ríos en nuestra costa – que a unas decenas de kilómetros al
norte hubiera otra ciudad, a la que tenía que ir para hacer trámites que en
donde yo vivía y trabajaba no se podían hacer, así que debía dirigirme a este
lugar para cumplimentar algunos de mis deberes administrativos. La primera vez
que fui quedé impresionado no tanto por la ciudad, que era pequeña, sino por
las diferencias que observaba en relación con el pueblo donde estaba destacado.
Debo decir que esta ciudad era mucho más pujante y estaba claramente mejor
administrada. Yo ya tenía ciertas personales prevenciones contra el pueblo al
que la suerte me había conducido, adquiridas por la atenta observación y las
malas experiencias. Ya he dicho que las comparaciones son odiosas, pero en esta
Historia de Dos Ciudades, consideraba el lugar adonde me dirigía como la
“ciudad chica”, en tanto que consideraba el de mi procedencia como un “pueblo
grande”. La principal diferencia que para mí marcaba tal diferencia entre
Pueblo y Ciudad tenía precisamente que ver con los libros. Esta ciudad chica
poseía un edificio bastante bien cuidado con un letrero que decía “Biblioteca
Pública”, y de donde yo venía no había ni el edificio, ni el cuidado ni el
letrero. Pues sí, señoras y señores, una cabeza de provincia sin Biblioteca
Pública, edificación cuya necesidad no parecían haber percibido los por
otra parte bastante normales, chambeadores y muchas veces simpáticos
agricultores, pescadores y comerciantes del pueblo grande y adormilado donde se
había construido el Hotel donde laboraba.
Fue ahí que empecé a reflexionar
acerca de lo que la gente es respecto de la lectura. Lo cierto es que mis
eventuales coterráneos no leían ni sentían necesidad alguna de leer. Esto no
puede atribuirse a la falta de ganas, si hemos de ser justos; sino a la mucho
más prosaica razón de que para leer necesitas libros. Y como libros no tenían,
limitaban sus costumbres lectoras a los periódicos, que aparecían en esas
ediciones “de provincia”, caracterizadas precisamente por tener menor cantidad
de material de lectura. Conversé con los profesores del lugar al respecto, y me
encontré con lo normal: quejas generalizadas y solicitudes de apoyo. Esta
actitud no es nada rara en las provincias de la República Perulera. Yo era un
triste administrador de Hotel varado en un pueblito soleado y aburridísimo,
aunque estoy seguro que mis contertulios de entonces creerían que mi biotipo me
hacía capaz de obtener todo lo que solicitaran, un tanto a la manera que el
encomendero o corregidor de la Colonia debió parecerles a los mitayos que
tuvieron la muy mala suerte de tratarlos. Como no nací ayer, sino antes de
ayer, me daba cuenta que si les facilitaba mis propios libros lo más probable
sería que no volviera a verlos, y mi camote
con ellos me impedía compartirlos. No quiero describir la situación en los
pueblitos de agricultores del interior, que dependían de esta cabeza de
provincia. Como decena y media de años después retorné para hacer un
diagnóstico educativo in situ, y los
resultados no fueron nada halagadores. Pero ese es otro tema.
IV
Delirium Tremens
En uno de mis viajes desde Lima
de retorno al pueblo donde estaba mi Hotel pagué uno de los muchos noviciados
que he pagado en la vida. Me robaron todo mi equipaje, que incluía no solamente
los papeles del Hotel, cosa grave, sino los libros que me llevaba a leer, cosa
gravísima. Incluso hoy puedo decir qué libros me robaron, pero de los papeles,
ni me acuerdo. A la ida había retornado a mi residencia en la capital decenas
de libros leídos, releídos y subrayados; y los que me habían robado eran libros
cuidadosamente elegidos para estructurar un cuerpo de lectura homogéneo. Ahora
me encontraba con que debía viajar sin alimento para el alma. No quiero
recordar las circunstancias del robo, porque todavía tengo algo de autoestima y
no me parece eso de mostrar mis intimidades en público, pero en honor a la
verdad debo confesar que quedé bastante en ridículo. En todo caso no me quedó
más que poner cara de circunstancias, tratar de llevar la fiesta en paz, y
proseguir el obligado periplo. Si alguna vez vuelvo a verle la cara al
desgraciado que me asaltó … mejor no digo. En fin, llegué al pueblo sin nada.
Al principio, abocado como estaba al trabajo como que mucho no sentí la pegada.
Pero poco tiempo después ya estaba mostrando los conocidos síntomas del
síndrome de abstinencia y el delirium tremens.
He hablado ya de las indeseables
consecuencias del aislamiento, pero no terminé como el alcohólico que va de
cantina en cantina gorreando un trago. En mi caso fue bastante peor. Desempedraba
las calles de la ciudad buscando un libro qué leer. Juro y prometo que esta es
la pura verdad. Pregunté a mis conocidos si tenían algún libro que me pudieran
facilitar, y la mayoría no los tenía, excepto cierta vieja literatura de
autoayuda. La leí, para mi vergüenza. Los trabajadores del Hotel fueron
convocados uno por uno a mi oficina no para llamarles la atención o
felicitarles por su desempeño, sino para ver si me podían facilitar algún
material de lectura. Fui a la Parroquia, regida por desconfiados sacerdotes
irlandeses, para ver si me podían proporcionar una Biblia, la que me prestaron
a beneficio de intercambio y con absoluto descreimiento de que aquella
indudablemente sana lectura contribuyera en algo a mi salud espiritual. Los
profes de Historia de la zona me prestaron sus Pons Muzzo, famoso texto de Historia que yo ya había recontraleído,
pero que no hace daño leer otra vez. Recorría los mercados los días domingos y
alquilaba comics – que llamamos chistes, los que devoraba en minutos ante la
vista atónita de los chicos a los que les cambiaba – les arrebataba – los
suyos. Costaba unos centavitos el alquiler, recuerdo, y recluté como una docena
de chicos para poder capturar todo lo que hubiera de Batman y Linterna Verde,
mis superhéroes favoritos. Estaba a esas alturas en el nivel del fumador
empedernido con delirium tremens que
recoge del suelo puchitos aplastados para armarse su atadito. Pero aún en medio de la desesperanza
brilla la salvación en los sitios más inesperados. Una tarde de domingo
particularmente ingrata, desierta, soleada y aburrida, recorría las calles
tratando de soportar el delirium tremens
intelectual, y miraba por las ventanas hacia el interior de las casas. De hecho
caminaba por una de las mejores calles del lugar, asfaltada, con alcantarillas
y todo eso. Y de repente, y sin aviso, vi la luz. Ahí, a través de la
ventana, se la veía: reluciente, nueva – nadie la había abierto todavía, fungía
más bien de adorno – bella, hermosa, atrayente, curvilínea, maravillosa,
extraordinaria, sexy, perfecta. Era una Enciclopedia de Historia, completita,
agraciada, de siete grandes tomos no manchados aún por la atención humana, ni
mancillados por operación lectora alguna. Juro que me hacía ojitos y me
murmuraba sensualmente “Léeme”. Ni corto ni perezoso, y más bien sí algo
excitado, toqué la puerta, tal vez con excesivo entusiasmo. Una damita joven la
entreabrió, pregunté por los dueños de casa. Al ver mi cara de extraviado y mis
ojos desorbitados, cerró la puerta tras de sí, y no la culpo. Apareció entonces
el padre de familia, que me reconoció inmediatamente (pueblo chico, infierno grande), le expliqué sucintamente el
problema, y accedió a prestarme uno por uno los libros para leer, a cambio de
una invitación a tomar unas chelas, con la que cumplí.
V
Colofón
Así salvé mi integridad
intelectual y no caí en las garras del alcoholismo. Debo decir además que esta
lectura resultó notoriamente provechosa no solamente desde la perspectiva de la
conservación de cierta sanidad psicológica, sino de mi conocimiento sobre la
Temprana Edad Media, en especial la parte de la Invasión de los Bárbaros, que
desde entonces jamás he podido borrar de mi memoria, con fechas y todo, vaya trucos
que juega la memoria. Por otra parte, las cosas pueden cambiar para mejor,
porque este pueblo grande que presenció mi delirium
tremens es posible que haya aprendido algo de él, y terminó por imitar a la
ciudad chica. Hoy en día esta ciudad goza de los servicios de una Biblioteca Pública que según tengo
entendido es entusiastamente gestionada por un grupo de bravos muchachos del
lugar, que no se han resignado al analfabetismo y la ignorancia ni para ellos
mismos ni para su pueblo. Bien por los jóvenes. Hasta el próximo Sábado, hasta
la próxima oportunidad, o hasta la vista baby, lo que ocurra primero. Lee lo que quieras, como quieras, donde
quieras. No te arrepentirás. Y cuídate del Delirium Tremens.
CRÓNICAS DE LECTURAS – Nueve
Leer en el contexto del Bullying
I
De colegios, nerds y matonería
- bullying
Cuando yo estaba en el colegio – estuve
en dos – leer no era demasiado importante. Se pasaba por agua tibia los cursos
sin necesidad de leer ni el calendario, pues era suficiente repetir lo que el
profe decía en clase y lo que había en el texto. Eso de PISA, de la emergencia
educativa, de la crisis del sistema, del plan lector, no le preocupaba absolutamente
nada a absolutamente nadie. Pocos percibían el problema en marcha, y por eso
hoy en día tantos creen que la educación de antes era “mejor”, y la verdad, no creo
que lo fuera para nada. Los problemas de ahora ya estaban ahí, simplemente no
se notaban. La Educación era cosa de élites, algunas con más visión se la
tomaban en serio; mientras que la mayoría no, pues para lo que se requería no contaba
tanto. Si tú eras el hijo del Jefe, tú serías el Jefe, y ya. Y en ese caso qué
importaba si en el colegio aprendías algo o no, pues para eso había la
Universidad, y en ocasiones ni siquiera. Como dice el viejo versito, se
interesaban en el asunto tanto “cómo el
aristócrata ruso / en el primer calzón de raso / que se puso”. No era el
aprendizaje de los cursos sino el de la ubicación social lo que realmente contaba.
El aprendizaje central era el de tu ubicación en la sociedad, y el principal
instrumento educativo era el de la matonería – bullying. Hoy vemos lo difícil es cambiar esa realidad, porque el bullying estaba y está instalado en la
cultura educativa nacional desde siglos (La letra con sangre entra se decía
desde el Virreinato, y he oído a padres, profes y hasta sacerdotes repetirlo
con unción y nostalgia). Desde siempre los alumnos más sabihondos – en verdad los
dotados de buena memoria – han sido objeto de acoso. Y poseer memoria /
erudición era ser “inteligente”. Así estaba la cosa, y pese a toda el agua que
ha pasado bajo el puente, poco ha cambiado y la cosa sigue ahí. Tal vez la
principal diferencia entre entonces y ahora es que éramos más sonsos y vivíamos
un feliz aislamiento que permitía mirarnos satisfechos el ombligo. Cuando no te
comparas con nadie, puedes creerte que lo estás haciendo bien, eso hasta que
llega la dura realidad y te das cuenta con cuánto entusiasmo lo que estabas
haciendo lo hacías fuera del recipiente. Así nos enteramos que estábamos en
crisis, lo que no fue tan malo, pues nos metió un sentimiento de urgencia y
ganas de cambiar las cosas.
Ser el nerd del salón de clase sin tener verdadera vocación para ello no fue
agradable, por más que en mis tiempos eso implicaba juntarte con los tipos más leídos
y escribidos del ídem. Además si no te juntabas con ellos quedabas solo como un
hongo, y así los bacanes se juntaban con los bacanes y los nerds con los nerds. Ser nerd implicaba que en el mundillo del
salón eras una bestia en las actividades que sí importaban a tus pares: El fútbol,
el recreo, el fastidiar a los profesores - que llamo contra-bullying. Si leías y/o eras estudioso (“chancón”) y sacabas
buenas notas, te aislabas de tus pares, pero servía con los otros grupos de la
institución escolar: Profes, padres y/o autoridades, y tu estatus mejoraba algo
aunque tus pares eventualmente te acusaran de soplonaje. A no ser que
procedieras a un reajuste de tus actitudes sociales y aprendieras a jugar
fútbol y jorobar profes, tus relaciones se reducían drásticamente. Compañeros tuve
cuya vida escolar era dramática e imposible. Los matones (bullyes) lo son porque así se ubican como “superiores” en una
jerarquía implícita entre los “pares”, que a mi entender refleja por mímesis el
orden institucional y social. Podemos acudir al viejo símil del gallinero: La
gallina A picotea a todas, la gallina B a todas menos la A, y así sucesivamente
hasta la pobre gallina Z que no picotea a nadie y es picoteada y acosada por
todas. La estabilidad del sistema se mide en la relación entre la amenaza de violencia
y su empleo real. La matonería – bullying
se da a la sombra de las consignas de la autoridad institucional a través de
los conocidos mecanismos del currículum
oculto o latente. La llegada de
un alumno nuevo, por ejemplo, introduce un cuerpo extraño que cambia el orden
establecido, y se reconfigura la estructura jerárquica en el gallinero-aula, probando
al nuevo y ubicándolo en la jerarquía; esto en cuanto al grupo de pares. Por
encima y por debajo de los pares hay otros grupos y otras super o subjerarquías:
Los alumnos de años superiores, más grandes y fuertes por definición, que solían
abusar de los más pequeños, y en casos extremos – más de los que creemos –
incluso sexualmente; los profesores estaban por definición arriba en la
jerarquía, pero esto se relativizaba cuando no sabían o no podían ejercer autoridad
en el salón de clase. Así la jerarquía misma era subvertida a través del contra-bullying, es decir cuando los
alumnos le jorobaban la vida a los profesores percibidos como más débiles de
carácter. Por encima de todos, las Autoridades del plantel detentaban el último
Poder: El de admitir o excluir de la Institución a los más levantiscos o
indisciplinados o débiles de carácter, sean alumnos o profesores. El currículum oculto establecía que los
alumnos sean sumisos con la autoridad, y que los profes “se hagan respetar”,
“controlen” su clase y “contengan” a sus alumnos. La iniciativa y la audacia de
maestros y alumnos se sometían a la Autoridad, a costa de las habilidades intelectuales
y sociales basadas en la autonomía, pues el orden jerárquico y la autoridad estaban
primero en la escala de valores institucional.
Por este aro pasaban los alumnos,
y aunque algunos desarrollaban más autonomía y espíritu independiente, o tenían
mayores habilidades individuales y sociales, la conciencia de los dobles
estándares los subsumía en el sistema. Si los procesos de la adolescencia
permitían a alguno alzarse con cierto liderazgo y remecer la estructura
colándose por sus intersticios más débiles, captados intuitivamente y rara vez explícitos,
terminaban igual por adaptarse al entorno. En ciertos colegios particulares que
dependían de las pensiones para la supervivencia de la Institución y de los
puestos de trabajo, los alumnos sabían que no los botarían, y se volvían “Intocables”. Los alumnos del último año
en muchísimas Instituciones educativas sabían que habría que hacer algo
realmente gordo para ser echados. Hasta dónde esta realidad ha cambiado y en
qué extensión es una buena pregunta.
II
Más sobre bullying, Velasco, cambio
de colegio, textos escolares
La jerarquía social escolar
entiendo refleja los rasgos y composición de nuestra sociedad. En el cuento Paco Yunque del genial César Vallejo, Paco, objeto de acoso
por el matón Humberto Grieve, dibuja lo que para él es la situación jerárquica
establecida desde el acoso. Esta parte del cuento no se edita en las versiones escolares,
nunca he entendido por qué. Recuerdo con gran nitidez el día que uno de
nuestros profes – Pacheco o el Tigre
Huertas, no sé bien quién, pero ambos sabían hacerse respetar sin violencia –
nos leyó el cuento. No era común que un profesor nos leyera algo, y la atención
del respetable público estudiantil fue fulminantemente absorbida por la trama,
que mucho nos decía porque mucho nos involucraba. El final del cuento
desconcertó a todos, pues nadie podía creer que un cuento terminara así,
dejando indemne la situación de abuso, sin final feliz, sin nada a qué
aferrarse. Preguntamos: ¿Y
cómo termina? Y el profe, con una mirada que era toda una declaración
de principios: Ahí termina. A nosotros nos contaban por lo general narraciones
y lecturas redondas, donde los buenos invariablemente merecen ganar y ganan, y
los malos invariablemente merecen perder y pierden. Y eso se vende como “fomento
de valores”, siendo de una simpleza escandalosa y de una irrealidad
espeluznante. Jamás he podido estar de acuerdo en enseñar mentiras o edulcorar
la realidad ético-moral. La semilla que Paco
Yunque sembró tomó forma en mí y en muchos de mis compañeros
posteriormente. Y en otros no, como siempre ocurre en este trabajo, porque el profe
nunca sabe qué pasará con la semilla que echa, como en la parábola del
Sembrador. Sólo la echas, ves qué pasa, y mañana echarás otras. Esto no lo
comprenden los decisores políticos y los padres de familia. El aprendizaje es una
actividad humana, y como dice el educador inglés Ken Robinson, es consecuencia de la Revolución Industrial: Una
línea fabril de producción, donde metes por un extremo a niños “sin formar” y
los sacas formateados por el otro extremo. Una visión más equilibrada compara la
Educación más bien a la paciente labor del agricultor, que siembra, riega,
abona y mueve la tierra, y observa todo el tiempo qué pasa con el clima y el
entorno para reajustar sus acciones.
En una estructura educativa donde
lo primordial es la introyección de la jerarquía establecida y el statu quo social, el aprendizaje de
contenidos es secundario. Pero en aquellos días la realidad se entrometió en
esta feliz arcadia con un remezón: El Gobierno y Reformas de Juan Velasco
Alvarado. Pasó incluso que uno de mis parientes cercanos me llevó aparte y me
explicó concienzudamente por qué la Reforma Agraria era mala, y Velasco el
Diablo. La discusión política, a pesar de todos los esfuerzos, llegaba a los
alumnos produciendo preguntas incómodas, que nos llevaban a usar de nuestras
cabezas en una complicada, anárquica y espontánea autonomía. Oscuramente
intuíamos que se ponía en cuestión todo lo instituido, y la clásica rebeldía
adolescente se expresó, como siempre, en contradictorios rechazos y
maximalismos de toda especie. En ese contexto fui cambiado de colegio en
circunstancias poco felices, y una de las razones parecía ser que mi colegio, religioso
y todo, era un antro de comunistas. Así que como quien dice tuve que empezar
todo de nuevo, sin comunistas, creo. Y como yo antes leía mucho más y mucho
mejor cuando lo hacía por mi cuenta exclusiva, en mi nuevo cole me encontré con
que eso que había adquirido por mi cuenta resultaba ser muy apreciado por mis
nuevos profes y por el Director – que por cierto llegó a Viceministro. Hasta
entonces yo siempre había procrastinado la lectura escolar, pues ni la quería
ni la necesitaba ni la usaba ni me inspiraba para nada. Mi rebelión adolescente
empezó por no leer lo que era obligatorio leer. Tampoco importó mucho, no pasó
nada académicamente. Con excepción del curso de Física, pasé el período por
agua tibia, y a ritmo de entrenamiento aprobé con buenas notas, lo que me
proporcionó muchas ventajas. Como lector identificado, los alumnos de años
superiores me pedían les leyera sus textos obligatorios y les hiciera las
tareas, así que aprendí economía comercializando mis conocimientos, cosa útil
hasta hoy. En el Internado cobraba cinco soles de entonces a cada alumno que
requiriera de mis servicios para resumir textos y llenar fichas. Además yo era
el único usuario “espontáneo” de la Biblioteca escolar, y mi mejor lectura, lo
recuerdo bien, fue la Historia de la
Independencia Americana de Bartolomé
Mitre, en varios tomos. Por cierto, qué narrador tan excelente. Ahora que
el problema de los textos escolares está de moda, más que sea por sus precios,
encuentro que nadie piensa hoy en la diferencia entre los viejos textos y los actuales:
La interactividad. Los autores tratan, tratamos, que se hagan cosas con los
textos. Los viejos y entrañables textos pueden provocar sentimentales suspiros
de nostalgia, pero no eran interactivos, limitándose a echar listas de
preguntas, a veces precedidas por un Cuadro Sinóptico – único y simbólico
homenaje a la operación de las ideas. Estaban diseñados, como el resto del
sistema, a imagen y semejanza de nuestra sociedad: autoritaria, repetitiva,
memorística y unidireccional. Se puede decir que la matonería – bullying existía también a nivel de
texto: Eran la Verdad, la Verdad se acepta, y si la discutes, jalado. La evaluación escolar puede ser
también parte del estándar del bullying,
cuando se destina más a sostener la jerarquía que a medir logros o reforzar
aprendizaje. En otro momento trataremos de esto. No me parece extraño que el
gran contestatario peruano, José Carlos
Mariátegui, fuera un autodidacta libre del amaestramiento, que se ahorró
sufrimientos innecesarios y viera así otras perspectivas en sus Siete Ensayos de Interpretación de la
Realidad Peruana, donde entiende la educación como problema político,
económico y social, no pedagógico. Ni es extraño que José Antonio Encinas, el gran educador peruano, criticara con
visión nuestro atrasado sistema en Un
ensayo de escuela nueva en el Perú, de 1932. No me resisto a hacer una cita
al azar de sus combativos y actuales puntos de vista: Hace algunos años visité una “Escuela Correccional”, que era
prácticamente una Cárcel para menores. Esa escuela ha estado en manos de
militares y de curas, menos en poder de educadores y de psiquiatras. (…)
encontré como Director a un Teniente Coronel de Caballería, quien había
impuesto un régimen militar. (…) Ninguno de los niños detenidos había sido
objeto de un estudio psico-médico. Bastaba la línea antropométrica policial.
(…) Era suficiente, para corregirles, el calabozo o la capilla. (op. Cit.
Ed. Facsimilar CIDE, 1986, p. 183). Admito que me disgusta mucho percatarme que
problemas vistos con tal claridad hace ya más de 80 años por Mariátegui y
Encinas sigan como si tal cosa en nuestro sistema educativo.
III
El texto de Literatura de Cuarto Año, y el contra-bullying
Seguro he sido injusto con los
viejos textos escolares. Hubo varios que me gustaron, como el de Historia del Perú de Gustavo Pons Muzzo. Los textos de Matemáticas de Rubén Romero Méndez presentaban orden y efectividad, y sus
ejercicios, más mi profe de segundo de media, lograron que me gustaran las
mates. Pero el que más me gustó fue el texto de Literatura de Cuarto de Media, de Rubén Barrenechea Núñez. Me lo leí de cabo a rabo con satisfacción
íntima mucho antes de verle la cara al autor, que fue mi profe en Quinto. Pongámonos
en contexto: Mi humilde persona y mis compañeros de la promo conformábamos un
conjunto de vivaces cachafaces en algo semejantes a los Alegres Compañeros de
Robin Hood en el Bosque de Sherwood, aunque otras percepciones tal vez más
objetivas nos compararan mejor a una banda de Visigodos sueltos durante el
saqueo de Roma. Es decir, un grupete al que el estar proscrito o fuera de la
ley no incomodaba o producía el más mínimo atisbo de reflexión moral. Como
grupo poseíamos rasgos hobbesianos, bakuninistas y libertarios. Vivíamos prestos
a romper toda norma por el puro gusto de pasarla bien, ah qué tiempos. En cifras
redondas, la banda de delincuentes juveniles en cuestión era el terror de los
profesores, pues no solamente era alegremente vocinglera, capaz de
extraordinarias cotas de chacota y astutamente transgresora, sino que además
constituía una gestalt que manejaba
un fulminante análisis psicográfico de personalidades combinado con el más
absoluto de los nihilismos y el más acabado manual de tácticas para hacerle la
vida imposible a los profes. Separados éramos muchachos más o menos comunes, ni
mejores ni peores que otros, con virtudes y defectos. Juntos éramos las
cabalgaduras que el Demonio empleaba para visitar sus dominios infernales más
levantiscos. Contadísimos profes podían controlarnos, y demasiados salieron –
cosa de la que hoy no siento orgullo – con la cabeza gacha, humillados por esta
banda inmanejable en la que los más tranquilitos y chancones podían ser los
peores. Saber que a los de quinto no los botan otorga ventaja en la secular
guerra entre los alumnos y el sistema que los trata de doblegar. El grupo había
alcanzado con los años y la práctica una sinergia que maximizaba al extremo los
efectos de la chacota: Desde el nerd
más nerd hasta el más bacán de los bacanes
utilizaba corporativamente el máximo de sus habilidades para hacerle la vida
imposible a los profes, formando lo que hoy llamaríamos un equipo
multidisciplinario con eficiente y eficaz integración de habilidades diferentes.
La matonería había desaparecido del grupo de pares, y dichas energías se
redirigieron hacia el contra-bullying,
que se convirtió así para nosotros en un arte, una ciencia, un hábito y un hobby.
No me atrevo a contar qué le
hicimos a algunos profes. Estuve presente activamente, para mi vergüenza, en actos
de grande e inconsciente crueldad. Después pensé mucho en ello y tomé decisiones.
Sin embargo, con ciertos profes habíamos alcanzado la coexistencia pacífica,
que no excluía la crítica o las chapas (apodos). En ciertos casos era por el
poder que detentaban, en otros porque nos caían bien y/o sus clases tenían
interés. El profesor de Literatura de Quinto, autor de nuestro texto, era un
tipo curioso. No hablaba mucho, no se esforzaba por ser más que él mismo, y se
notaba que se las había visto y dado chico y partido a guapos de toda calaña y salones
muchísimo más complicados y difíciles que el nuestro. No me pregunten cómo lo
sabíamos, ya hablé del aparato de análisis psicográfico fulminante que poseíamos.
Lo sabíamos, punto. Por ende, no había contra-bullying.
Dado mi oficio y experiencia, trato de encontrar cómo este profesor de
Literatura, usuario de una muleta, bajito y portador de unos anteojos de carey
ya entonces en desuso, se las podía ver con nosotros, controlarnos, contenernos
y encima hacer bien su clase. Tras varias décadas de reflexión a algo llegué, a
su actitud. En sus acciones había un absoluto y completo desprecio por los
estudiantes. Por favor no me malentiendan, no digo que nos despreciara a nosotros,
sino a los estudiantes, en el sentido que mucho después encontré en las Lecciones de Metafísica de José Ortega y Gasset. Los estudiantes
son en realidad una tira de farsantes, sin ninguna sensación de identidad con los
conocimientos que reciben, porque no sienten la más mínima necesidad de ellos,
y por lo tanto se puede decir que son unos fantoches sin personalidad. Mi
experiencia de estudiante corrobora este aserto, me temo. El desprecio del profe
era impersonal, como el que se le podría acordar a una circunferencia o a un
ladrillo, no tenía que ver con los chicos. Se veía que nos identificaba y
trataba como seres humanos, no como estudiantes. Y cuando nos portábamos así,
sentíamos como sus revoluciones bajaban y se le enfriaba el entusiasmo. Nadie
se ofendía, nos manteníamos quietecitos, temerosos de incurrir no en su ira, de
la que no éramos dignos, sino de su desprecio, mil veces peor. Ni hablábamos de
ello ni lo entendíamos. La medida del respeto intelectual y temor reverencial
que inspiraba su presencia se daba en que era el único profe sin apodo o
sobrenombre. Y le decíamos de frente “Doctor”.
IV
La falsedad del estudiar, lo verdadero del aprender: Un profe y un
texto
Tal es el Profesor, tal es el
texto. Lo interesante en ambos, el texto escolar y el profesor-autor en la
clase, era ese otro lado de ese orteguiano desprecio por el estudiante, que es
el aprecio por el aprender y por el aprendiz. El profe y el texto eran
apasionados, si bien dentro de sus límites. Parecía que mi profe no quería
estudiantes en su clase, quería aprendices. Ello me dejó profunda huella, porque
ni José Ortega y Gasset, ni el Profe
Rubén Barrenechea, ni el profe Bellina quieren “estudiantes” en las
aulas que tuvieron, tienen o tendrán a su cargo; quieren gentes con otra
actitud vital frente al conocimiento. Para no caricaturizar ni caer en la
injusticia, recurriré al propio Ortega y
Gasset: El “estudiante” es un ser adocenado, aburrido, atrabiliario, a
quien se le obliga a hacer algo falso, a
fingir que siente una necesidad que no siente, que vive en el vicio
humano que consiste en fingir cuidado por lo que no nos da en rigor cuidado, en
un falso preocuparse por cosas que no nos van en verdad a ocupar; porque ser estudiante es verse el hombre obligado a
interesarse directamente por lo que no le interesa, y así El estudiante es una falsificación del
hombre. (Todas las cursivas son de Ortega y Gasset, José, Unas lecciones de metafísica, Alianza
Editorial, 2da Edición, Madrid, 1968). Y si somos algo autónomos y tratamos de
pensar con nuestras propias cabezas estas reflexiones nos llevarán a cuestionar
el sentido de nuestras instituciones educativas, y por ende del sistema en su
conjunto: escuelas, textos, maestros docentes, alumnos discentes, entorno, en
suma el sentido general de lo que hacemos. Si tratamos a nuestros niños y
jóvenes como simples “estudiantes”, en un contexto violento, matonesco y
acosador, en buena cuenta los estamos falsificando por partida doble como seres
humanos, lo que en mucha medida explica por qué somos tan malos educando, a
pesar de nuestro ingente gasto en infraestructura, y tener excelentes textos y
educadores; y por qué fracasamos en hacer algo útil con la Educación. Es
horrible decirlo pero a veces pienso que somos un laboratorio del fracaso, que
los éxitos de las personas que atraviesan el sistema son obtenidos a pesar de,
y no debido a, el sistema. Basta con examinar lo que ocurre en términos
generales con las personas exitosas, analizar su recorrido por el sistema, y
llegaremos casi con seguridad a ciertos hechos terribles y muy penosos de
aceptar, pero que debemos confrontar si queremos hacer algo. Me resulta difícil
medir lo que pasó con mi generación, incluso con los que compartieron aula
conmigo. Muchísimos emigraron, quizá más del 50 % contando a mis dos promos.
Demasiados “quemaron cerebro” a través del inmoderado consumo de drogas legales
y/o ilegales. Demasiados tienen vidas, familias y/o entornos inestables o disfuncionales.
Otros simplemente se perdieron de vista, nada sabemos de ellos. Algunos
fallecieron prematuramente por muerte violenta: asesinato pasional, atropello,
incluso suicidio. Otros hicieron fortuna fuera de la ley, a través del
narcotráfico, la estafa y otros delitos. También hay el otro lado, por
supuesto, pero son tan pocos los que se reúnen a recordar los viejos tiempos, que
hace que uno se pregunte por qué, no parece que esas épocas hayan sido para la
mayoría un paraíso. Y en cuanto al aprendizaje, mi sensación personal fue que recién
en la Universidad se aprendía “en serio”.
La diferencia entre el profesor y
el texto que menciono con otros profesores y otros textos no era la buena
voluntad, que estaba presente en la gran mayoría. Ni era la sapiencia o la
pasión, muchos conocían muy bien sus cursos y les gustaban. Ni tampoco el
sistema en que se desenvolvían, el mismo para todos. Era la actitud frente a
las personas que estábamos ahí en el papel social de escuchar, aceptar y
aprender. Los profesores que yo más recuerdo eran aquellos que nos trataban
como seres humanos, y trataban que entendiéramos la importancia de lo que
estábamos haciendo. Creo que todos lo intentaban de uno u otro modo, pero el
mismo entorno les impedía ser los seres humanos que a ellos mismos les hubiera
gustado ser. Así como los alumnos que lo hicieron bien, lo hicieron a pesar y
no por el sistema; los profesores que lo hacían bien, lo hacían no por el
sistema, sino a pesar de él. Volvamos a la matonería – bullying. El concepto de currículum
oculto nos ayudará a entender que en la práctica hay dos currículos: La
excelente y cuidada currícula oficial,
documento maravilloso, lleno de buenas intenciones, que el Ministerio se ocupa
de estructurar y reestructurar cada cierto tiempo, y que las diversas
instancias, hasta el maestro en su aula, tratan supuestamente de diversificar;
y el currículum oculto, expresado en
la realidad institucional de las escuelas, establecido por las reales acciones
que se adoptan y resultado de las relaciones sociales realmente existentes.
Para decirlo de un golpe, la currícula
oficial considera la convivencia pacífica como el modo de establecer
relaciones sociales democráticas y horizontales; el currículum oculto que las relaciones sociales reales son
jerárquicas y basadas en la ley del más fuerte. Es decir, la matonería – bullying no empieza en las relaciones
entre alumnos pares entre sí, sino en la integración a un esquema educativo
jerárquico y autoritario, basado en la imposición de normas, la repetición de
contenidos y la memorización de conceptos. Si pensamos – discutible, por
supuesto – que el sistema educativo expresa el carácter de la sociedad, y que
la Educación es la correa de transmisión de los contenidos socialmente
deseables, pues entonces la extensión y amplitud del fenómeno de la matonería -
bullying demostraría que éste es en
la práctica el tipo de relaciones que existen en la sociedad.
V
Colofón
A veces uno sabe como empieza,
pero no como termina un texto. Leer en el contexto del bullying nos lleva de hecho al bullying.
Curioso concepto, que para que nosotros nos enteráramos que existía, tuvo que
venir de norteamericanas latitudes, entre tanto “no lo vimos”. Seguimos siendo
virreinales en nuestra educación y medievales en nuestro concepto de valores, y
por eso no solamente ocultamos la matonería, sino que además sotto voce la consideramos como un hecho
de la realidad al que hay que adaptarse, y algunos incluso la ven formativa
para sus hijos. No hay padre de familia responsable que no entienda que hay que
enseñar a los hijos a defenderse físicamente, y por eso los profes de artes
marciales tienen tanta chamba en las clases medias. Tal vez el desprecio por la
Cultura y los Libros que en la realidad existe, a pesar de todas las
declaraciones líricas al respecto sea un reflejo, también, de esas relaciones
sociales matonescas. Lo bueno es que el tema se ha visualizado y empieza a
enfrentarse. Entremos en esa lucha, y entretanto Lee lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te arrepentirás.
Y cuídate del Bullying.
"...despertar la pasión, motivar el esfuerzo, no desencantar tempranamente a los niños y jóvenes". Está al final de su artículo, pero la destaco porque es de una terrible actualidad. Nuestros chicos se inclinan cada vez más por los video juegos o por el zapping en la TV; les "aburre" todo lo que significa un mínimo esfuerzo. No tienen la culpa. A veces nosotros mismos los desencantamos, y en general, la cultura consumista los lleva por otros caminos. Gracias además por compartir su historia. Para muchos el arranque no fue tan feliz.
ResponderEliminar