Parte Uno:
La “mano dura”
"Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con
vosotros, así también haced vosotros con ellos" (Mateo 7, 12).
"No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti"
(Confucio)
“Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por
vida / Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, / Quemadura
por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.” (Éxodo 21, 23-25)
La “mano dura”
Se escucha siempre la exigencia
de “mano dura”, como si ella en principio fuera a arreglar algo. Es un discurso
clásico de los conservadores más recalcitrantes, que manifiestan cierta afición
por la bala como método privilegiado para solucionar los problemas sociales. Se
propone a grito pelado la pena de muerte, el fusilamiento o el despellejamiento
televisado con hoja de afeitar sin filo, cada vez que se produce un asesinato
especialmente sanguinario, o violaciones de menores. Algunos incluso
manifiestan que la aplicación de una mano especialmente dura reduciría la comisión
de delitos, artificio comparable a suponer que cortando la puntita del iceberg
se acaba el iceberg, y que matando pobres se acaba la pobreza.
Un hecho extrañamente
contradictorio es que estos conservadores por lo general también dicen estar “a
favor de la vida”, cuando del tema de aborto y concepción se trata. La
contradicción antedicha manifiesta, creemos, o creencias religiosas profundas o
alineamiento con posiciones ultraconservadoras de la Iglesia Católica, que
algunas ventajas debe traer. El problema es cuando se necesitan argumentos de
carácter racional, pues si se escarba un poquitín en lo que estos respetables
conservadores sostienen, se culmina en la apología del Miedo Difuso, del Egoísmo
individual o de grupo, del Interés particular y/o en un muy emocional afán de Venganza.
Nadie niega que el crimen es moralmente negativo y debe reprimirse en cualquier
circunstancia. Tampoco que es igualmente negativo que el Estado prevenga o
castigue el crimen guiado por la venganza y el egoísmo. Tratamos que el Estado
y el Sociedad funcionen mejor de lo que lo haríamos los seres humanos
individuales, esperando que la acción conjunta se vaya por la mejor y no por la
peor.
Bases éticas
Nosotros no queremos estacionarnos
en ningún extremo de la ingenuidad moral. La Moral Pública no funciona igual
que la Moral Privada, pues aquélla se vincula con la convivencia social, es
decir, con la Política. Pero el problema de fondo no es ni racional ni
emocional, sino ético. Las posiciones conservadoras, aireadas públicamente
mucho más allá de su real impacto entre la población por los medios de
comunicación deberían tener algún tipo de base ética sólida por sí misma. Si de
lo que se trata es de poder ejercer un razonamiento moral que nos permita
conducirnos por la vida, hay que proporcionar instrumentos válidos. La ética,
cosa individual, se continúa en la Política, cosa pública, y presupone una
serie de principios y valores. La Moral Pública resulta de la acción ética de
los individuos trasladada a la acción política.
Las Reglas de Conducta Moral
La relación entre la Ética, la
Moral Pública y la Política se podría mirar desde la perspectiva de las principales
Reglas de Conducta Moral, conocidas como las Reglas de Oro, de Plata y de
Hierro. Para ello desarrollo y aplico un texto del libro “Miles de Millones” de
Carl Sagan.
La Regla de Oro dice: “Haz al
Otro lo que quieras que te hagan a Tí”. Una reformulación interesante de la
misma, de raíz bíblica, dice que se trata de devolver el Bien cada vez que te
hagan el Mal. Esta Regla es la que enseñamos normalmente en las escuelas y
supuestamente sostiene e informa las normas de convivencia social vigentes,
entre ellas los Derechos Humanos y las éticas de origen religioso. Su raíz es
judeo-cristiana-musulmana, aunque tanto las religiones como las éticas laicas
la asumen como propia de una u otra manera, posiblemente porque es vista como
superior a la Ley del Talión (“Ojo por Ojo y Diente por Diente”), que
aparentemente es la que en verdad aplicamos o tendemos a aplicar. Por otra
parte, no parece que en política y otras relaciones sociales se pueda aplicar
la Regla de Oro impunemente. Incluso algunos filósofos como Kant, Bertrand
Russell, Nietszche y Popper la rechazan por lo que tendría de invasivo e
intervencionista.
Diálogo apócrifo sobre la Regla de Oro
(Discípulo) – Oh maestro
Confucio, allá en el remoto Occidente el Maestro Jesús dice que hay que
devolver el Bien cuando te hacen el Mal.
(Confucio) - Ah, mi pequeño
Saltamontes, ¿Dice que hay que devolver el Bien por el Mal?
(Discípulo) – Sí, Maestro.
(Confucio) – Parece un método
interesante para acabar con las disputas y problemas sociales, si todos devolviéramos
bien por mal.
(Discípulo) – ¿Entonces estás de
acuerdo, Maestro?
(Confucio, soñador) – Es un modo
radical de lograr el Cielo en la Tierra.
(El Discípulo se apresta a abandonar
a Confucio y partir esperanzado hacia Occidente)
(Confucio) – ¿A dónde crees que vas,
mi pequeño Saltamontes?
(Discípulo) – A seguir al rabí
Jesús, Maestro.
(Confucio) – Mejor desempaca.
(Discípulo) – ¿No me has dicho
que Devolver Bien por Mal es lograr el Cielo en la Tierra?
(Confucio) – Devolver el Bien por
el Mal funciona si y sólo si todos devuelven Bien por Mal.
(Discípulo) – Por eso voy para
allá, Maestro.
(Confucio) – Detente y usa tu
cerebro, Saltamontes … ¿qué pasaría si una y solamente una persona no
devolviera el Bien por el Mal? (El Discípulo repentinamente cae en la cuenta de
la cosa, y se sienta) … esa persona mala sería el Rey o Emperador de todos los
demás.
(Discípulo) – ¿Cómo puede ser eso
posible, Maestro?
(Confucio) – Si una persona devuelve
el Mal por el Bien cuando los demás devuelven Bien por Mal logra ventajas, acumula
grandes riquezas, hace que los otros hagan lo que quiere.
(Discípulo) – Si solamente uno devuelve
Mal por Bien, eso seguramente pasaría, Maestro … por eso hay que convencer a
todos.
(Confucio) – Suponte que lo
logras, Saltamontes, y convences a todos … ¿Cuánto tiempo, ay, se demoraría uno
solo en aquilatar las ventajas de devolver Mal por Bien?
Este muy apócrifo diálogo
pretende mostrar un hecho: La Regla de Oro establece principios generales, pero
como todas las axiologías sostenidas desde un principio exterior a ellas – la
existencia de un Dios bondadoso, que sin embargo castiga el pecado –
problematiza al fiel con temas como la culpa, el pecado y el perdón, diferidos
normalmente para después de la vida, con lo que se asegura una especie de
control exterior a las gentes que paradójicamente se instala en su interior. La
sociedad y el Estado laicos modernos deben asegurar la libertad de cultos, pero
a la vez la libertad de pensamiento, y ello implica que no pueden aceptar por
principio una moral pública basada en una fe religiosa, aunque pueda inspirarse
en ella. Es problemático inspirarse en exclusiva en una sola fuente, por
bondadosa que sea. Tan peligroso y poco práctico es basarse en el afán de
venganza de la sociedad como en la bondad natural de las personas, desmentida
por hechos como Auschwitz, Hiroshima, el Gulag o Cayara. De ahí que la Regla de
Oro, dice mi apócrifo Confucio, sea inaplicable como base de convivencia social.
Veamos como aprieta el zapato en otro pie.
Diálogo apócrifo sobre la Regla de Hierro
La Regla de Hierro dice así: “Haz
a los Otros lo que no quieras que te hagan a Ti”. Opuesta totalmente a la de
Oro, parece una Ley del Talión más elaborada, la que, en tanto primera ley
judicial de la historia, proviene precisamente del convencimiento – o experiencia
- de que la gente no mata solamente si es amenazada con la muerte por hacerlo.
La idea es adelantarse al daño por recibir, pegando primero, así uno se asegura
que no le pegaran. Sin embargo, la lógica subyacente resulta análoga a la de la
Regla de Oro. Y en esto hay que decir que el pensamiento conservador
recalcitrante defiende la Ley del Talión como base para la convivencia social.
(Discípulo) – Maestro Buda, dejé al Maestro Confucio porque
no me mostraba el camino …
(El Iluminado) – Cuéntame tu problema, Pequeño Saltamontes
(Que nombres tan raros se ponen estos chinos …)
(Discípulo) – El Maestro Jesús dice que hay que devolver el
Bien cuando nos hacen Mal, y el Maestro Confucio …
(El Iluminado) – Ya entiendo … Confucio te dijo que eso no se
puede …
(Discípulo) – No sólo no se puede, Maestro Buda, he visto
que los hombres tienden a hacerle a los otros lo que NO quieren que les hagan a
ellos.
(El Iluminado) – ¿Confundido, no?
(Discípulo) – Pues sí.
(El Iluminado) – Me recuerdas la primera vez que abandoné el
Palacio de mi padre. Cuando aún era el príncipe Siddhartha, vi lo que tú dices.
El mundo anda como la mona, Saltamontes.
(Discípulo algo impaciente) – Entonces, Maestro Buda, ¿SE
PUEDE SABER QUÉ REGLA ES LA QUE DEBO SEGUIR?.
(El Iluminado) – Tranquilo, Pequeño Saltamontes. Menos mal
todo lo que existe es pura ilusión, pura maya …
(El Discípulo, más desconcertado que nunca) - ¿Entonces?
(El Iluminado) – La Ilusión no es, pues hijo … El mundo sólo
te ofrece dolores y maldades. La única realidad es desasirse de eso,
no-estar-ahí, el nirvana …
(El Discípulo se rasca la cabeza dubitativo)
La solución que propone mi
apócrifo Iluminado consiste en escaparse del estado de anomia social, de la
guerra hobbesiana de todos contra todos, refugiándose en la individualidad o en
la inconsciencia, tratando el problema poco más o menos como si no existiese. Estoy
seguro que no le hago justicia al Buda con el Diálogo, pero ciertamente a veces
parece que la única manera de defenderse de una sociedad orientada por la Regla
de Hierro es agachar la cabeza para que no te caiga el sopapo. Es claro que la
sociedad y el estado laicos modernos no se pueden basar en la Regla de Hierro
más que en la Regla de Oro, pues significaría institucionalizar la Ley de la
Selva.
(CONTINUARÁ)
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