CRÓNICAS DE LECTURAS – 53
Historiadores Griegos Clásicos
I
La Historia en la Grecia Clásica
En el principio la Historia era algo
muy distinto de la Ciencia que pretendemos que es ahora. Algunos le discuten
ese carácter aún, pero para ciertas cosas hay obligación de ser riguroso, aún
más para decir qué cosa es y qué no es Ciencia. En los albores de la humanidad
la Historia era la explicación de la existencia de las cosas y se confundía con
el mito. Por otra parte, si las condiciones para decir que “x” es Ciencia son
rigurosas, habría que ser un Giambattista
Vico para decir que tenemos algo parecido a una Ciencia. Y para otros, por
lo menos hay que llegar a la escuela de los Annales.
En mi recuerdo anda la Historia Universal
de César Cantú, historiador italiano
del Siglo XIX, que pertenecía a mi amigo Alejandro
García Rossell, la que yo leía “por entregas”, prestándome un tomo cada cierto
tiempo. Me impresionó que empezara por la creación del mundo según la Biblia, lo que no me sonaba muy
científico. Cuando me iba a un tomo ulterior la situación no mejoraba: Se
condenaba la alianza Franco-Turca del siglo XVI contra España y el Papado. El
historiador del siglo XIX narraba la Historia en función de su clericalismo
conservador, de su oposición a la unidad italiana y al liberalismo. Esa
Historia tenía poco de ciencia y demasiado de opinión política. Pero fue por Parménides, filósofo griego clásico,
que diferenció δόξα (doxa - opinión)
de ἐπιστήμη (episteme - conocimiento cierto y verificable), que empezó a
arreglárseme algo la vaina esta de entender la Historia como Ciencia.
La narración de Homero es leyenda referida a los
dioses, y se ve a estos intervenir todo el tiempo en los sucesos humanos. En Herodoto en cambio la narración se
vuelve investigación, comienza por interrogarse sobre el pasado del ser humano,
y constata que responderlas nos dirá algo sobre el ser humano mismo. Y eso ya
es Historia, los relatos de las hazañas de los hombres, de los enfrentamientos
entre Grecia y Persia, hechos en los que la intervención de los dioses en el
mejor de los casos está velada. Los historiadores saben que dichos sucesos
acaecieron por los testimonios, así recoger y narrar testimonios se hace parte
esencial de la disciplina de la Historia, suma de relatos con Herodoto, Jenofonte y sus antecesores;
crónica cuasi jurídica con Tucídides.
Aunque combinada con otros elementos de diversa procedencia, ya existe Historia
y el título de Padre de la Historia acordado a Herodoto parece merecido. Parece incluso que lleva ventaja a los
postmodernos que buscan entes metafísicos para explicarse los acontecimientos,
Herodoto se basta con los actos de
los hombres, la cronología aparece y se vuelve auxilio para ubicar los hechos en
un antes y un después, y por ahí empieza a colarse la racionalidad en la
Historia, en la relación causa – efecto tan particularmente clara en Tucídides. No es suficiente para decir
que tenemos una Ciencia formada y una Epistemología definida, pero para empezar
no estuvo nada mal.
II
Herodoto y Los Nueve Libros de la
Historia
Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de Herodoto
de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el
olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente,
por griegos y bárbaros – y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento –
queden sin realce. Así se inicia la magna obra de Herodoto, los Nueve Libros de
la Historia. O la Historia, así
llamada a secas, como si no hubiera la posibilidad de que ningún otro relato se
denomine así. Probablemente así era en el momento o así lo pensaba el propio Herodoto. Me lo imagino varón maduro y
trajinado, medio provinciano, natural de un Halicarnaso bajo soberanía persa,
que llega a la metrópoli ateniense tratando de hacer valer su erudición,
experiencia y apego a los dioses. No fue el primero en ello, ni sería el
último. Incluso Plutarco dijo de él
que inclinaba su favoritismo hacia Atenas y la hegemónica familia de los
alcmeónidas a la que pertenecía el gran Pericles.
Hoy en día Los Nueve Libros de la
Historia son juzgados más imparciales de lo que se creyó por siglos. Y por
cierto en parte es porque aquí se inicia la “narración larga” en lengua jonia y
se diferencia de los que le anteceden porque busca el sentido de lo que narra
en lo narrado. Aunque no es un filósofo que trata de demostrar un logos, sí relata hechos y se detiene de
vez en cuando para darles el sentido que viene dado en el equilibrio entre las
decisiones de los hombres y el ciego destino que los dioses les acuerdan. Los
apogeos y caídas, las victorias y derrotas, los hechos públicos y los sucesos “privados” se
vinculan en ciclos que se equilibran, y por eso los mensajes de los dioses por
medio de oráculos y sueños son de importancia para develar algo de esos ciclos
circulares en los que se presentan los acontecimientos que la Historia narra.
Y sin embargo, Herodoto no es filósofo sino logógrafo, es decir un relatador
de historias (lógoi) – Tucídides, por cierto, dirá después que
Herodoto no es más que un logógrafo – que recoge de diversas fuentes. Es
decir, es un investigador. No se diferencia mucho del geógrafo Hecateo, su inmediato antecesor en esto
de contar lógoi, de los que alimenta
sus larguísimas digresiones que sin embargo tiene planeadas y dan cuenta de lo
que sabemos de la antigua historia de naciones como Egipto y Escitia. La
extensión de lo que escribe y su orden lo diferencian de sus predecesores.
Eslabona lógoi de distintas
procedencias y referidos a diversos hechos o sujetos, algunos incluso tildados
de novelas por los componentes fantásticos que registran, que no parecen sino
sacados de Las Mil y Una Noches, como
la historia de Polícrates, antecesor de Simbad y Alahu-d-Dín. En todo
caso, inconsciente o conscientemente, Herodoto
trata de continuar la narrativa iniciada en los poemas homéricos, con las
transformaciones que hemos visto, y ahí en su transcurso descubrirá un algo –
un logos – que podría llamarse Historia Universal, que como paradigma
conservamos hasta hoy, pero que entonces era extremadamente complejo de
entender porque no correspondía a los paradigmas de lo que podía conocerse.
Pensemos en Platón y Aristóteles y su terca y opuesta búsqueda de la esencia,
que se pierde en la sucesión de los acontecimientos que la historia narra: Nadie se baña dos veces en el mismo río,
y acá el problema no es bañarse, sino conocer el río.
Una versión de Los Nueve Libros de la Historia la
encontrarás en este link: http://www.ebooksbrasil.org/adobeebook/nuevelibros.pdf
III
Jenofonte y La Anábasis,
o La Retirada de los Diez Mil
o La Retirada de los Diez Mil
Casi siempre soñamos o deseamos
que las historias épicas sean verdaderas. Nos gusta cuando las gentes emprenden
esfuerzos importantes y salen victoriosos de las luchas por la supervivencia.
Este fue el caso de Jenofonte el
poeta, filósofo y guerrero tan poco sospechoso de aspirar al estatus de
historiador, y sí más bien lúcido y apasionado cronista de los dramáticos
sucesos que le tocó vivir. Veterano de la caballería ateniense en las guerras
con Esparta, antiguo discípulo de Sócrates
y compinche de Platón, harto de la
mediocridad de los Treinta aristócratas Tiranos, se conchabó de mercenario
siguiendo a su amigo del alma Proxenio
en la aventura que emprendió Ciro el
Joven, aspirante al trono persa ocupado por su hermano Artajerjes II. Las Guerras Médicas y las humillantes derrotas persas de Maratón, Platea, Salamina y Cabo Micala, les habían mostrado la ventaja
de contar con mercenarios hoplitas, si bien parece no aprendieron del todo bien
lo costoso que es combatir a las democracias. Unos 10,000 griegos se sumaban a
la fuerza de Ciro el Joven en
Cunaxa, batalla cuyo fin fue la muerte del propio Ciro, con el lógico desbande de su ejército. Los de Artajerjes prométense fácil victoria y
botín, invitan a parlamento a los jefes helenos – entre ellos el espartano Clearco y el mismo Proxenio - y los matan a
traición creyendo que desmoralizarían a la tropa. Los persas no aprendían la
lección, error que también cometieron los reyes absolutos de los siglos XVI a
XX, el Káiser Guillermo, Adolf Hitler y una fila de jerarcas
soviéticos: Se metieron con la democracia. Los griegos en Cunaxa, advertidos del
doble discurso persa, formaron sobre la marcha un ágora portátil y una Polis móvil,
nombraron jefe al propio Jenofonte,
e iniciaron la Anábasis - ανάβασις,
la Gran Retirada de los Diez Mil a lo largo de más de 4000 kilómetros de
territorio hostil hasta la Trebizonda en las costas del Ponto Euxino, hoy Mar
Negro.
Como todo verdadero jefe que se
respete, Jenofonte es modesto, sabe
cuánto le debe a los soldados, a los que respeta como ciudadanos armados que
son, y se hace personaje secundario de sus propias crónicas, refiriéndose a sí
en tercera persona, recurso que estudiadamente empleará después Cayo Julio César en De Bello Gallico. Jenofonte escribe en lenguaje coloquial, sencillo y llano, expresionista
y minucioso, véase esta parte que no parece sino que habla por sí misma: Quirísofo y los generales de mayor edad
reprochaban a Jenofonte el haberse separado de la falange para acudir donde el
enemigo, poniéndose en peligro sin obtener resultados positivos. Al oír esto,
Jenofonte les dio la razón. “Pero – díjoles – me vi forzado a perseguirles
porque veía que si nos manteníamos sin hacer nada, sufriríamos el daño que nos
quisiera hacer el enemigo, sin poder obtener el desquite (…) los enemigos
arrojan sobre nosotros flechas y piedras desde una distancia tal que es
imposible que la obtengan los arqueros cretenses ni los que lanzan dardos con
la mano.(...) Si queremos impedir que nuestros enemigos puedan causarnos males
(…), necesitaremos lo antes posible honderos y jinetes”. Se muestra al
estratega y táctico que con paciencia y detalle explica a los hombres qué pasa
y qué piensa hacer para resolver las cosas, porque el mejor soldado es el que sabe
lo que se hace. Alejandro Magno, Julio César, Saladino, Napoleón Bonaparte, Eisenhower, lo
aprenderán así de él, será uno de los secretos de sus grandes victorias.
Políticamente Jenofonte es conservador
y partidario del panhelenismo, resultado de la experiencia de haber vivido en
medio de griegos de todas las procedencias enfrentados a circunstancias
extraordinarias. Los sentimientos y emociones pueden contar más que la razón y
esto es algo que todo líder aprende por poco que se comprometa. Los griegos
emocionados al ver el mar tras heroica marcha lo saludan con los gritos de θάλασσα, θάλασσα (Thalassa, Thalassa = ¡El mar,
el mar!). Imaginamos que fue en ese momento precisamente que Jenofonte se sentó a descansar por
primera vez desde Cunaxa, y se dijo esta
historia tengo que contarla.
En este vínculo hallaremos una versión de la Anábasis:
http://www.todoebook.net/ebooks/ClasicosGriegos/Jenofonte%20-%20Anabasis%20-%20v1.0.pdf
En este vínculo hallaremos una versión de la Anábasis:
http://www.todoebook.net/ebooks/ClasicosGriegos/Jenofonte%20-%20Anabasis%20-%20v1.0.pdf
IV
Tucídides y la Historia de la
Guerra del Peloponeso
Herodoto y Jenofonte son
dos personajes más o menos comunes y silvestres, socialmente no demasiado
destacados. Tucídides en cambio era
miembro de una de las familias tradicionales de Atenas, los Filaidas, a la que pertenecieron Cimón y Milcíades, nada menos. Así que por
derecho de familia fue estratego en la Guerra del Peloponeso, con tan mala
suerte que el espartano Brásidas le derrotó,
y fue por ello condenado a exilio por la nada complaciente democracia de
Atenas. Así que Tucídides muy afecto
a la democracia no era, pero le era fiel debido al concepto religioso de la
polis que compartía con todos los griegos de su tiempo. Ese equilibrio se
muestra en su libro y le da caché de historiador, parece que debiéramos
atribuirlo al hecho de haber sido desterrado, y ver las cosas desde mayor
distancia, perspectiva y perspicacia. Por eso se alejará a sabiendas del
arquetipo establecido por Herodoto,
al que tildará de simple logógrafo
(hacedor de discursos). La obra de Tucídides
se basará así en una especie de contrato entre el autor y lector: el lector te
cree, pero porque tú le dices la verdad y puedes probar lo que narras por ser
testigo de vista de ello. Así al logoi (discurso)
se le añade el erga (acontecimiento),
es decir que lo dicho en el logoi se
apoya en la prueba de testigos interrogados que dan información que se
corrobora y apoya en pruebas válidas jurídicamente. En cierto modo podríamos
decir que Tucídides escribe “bajo
juramento”, o por lo menos nos logra hacer creer que así es.
El formato legalista de la
historia según Tucídides le lleva
así a escaparse de la colección de anécdotas e historias en que a veces cae Herodoto, y a desarrollar ciertos
aspectos de lo narrado a los que el susodicho no les daba tanto peso: Las
motivaciones que movilizan a los actores, por ejemplo sus temores y ambiciones, la psicología interior que revela el material del que está hecha su alma. No se
conforma con la explicación herodotiana del ciclo y equilibrio marcado en
última instancia por una instancia medio mítica medio filosófica, sino que se
adentrará en las complejidades del libre albedrío como explicación de los
sucesos históricos. Es decir, si Herodoto
mira a los hechos, se regodea e interesa en ellos, en cambio Tucídides los emplea como
intermediarios de una cosa rara: La explicación de por qué algo ocurre, la "causa" de los acontecimientos. Esto se ve claro en ciertos “testimonios” presentados,
que en realidad y a pesar de toda la parafernalia legalista con que Tucídides los rodea, no son tales: los
discursos que registra, que no son de Pericles
o de los melianos o de los espartanos, sino que son la voz del propio Tucídides comentando los actos y sus
motivaciones, reconstruyendo sus intenciones y motivos. En esto se ha querido
ver la influencia del médico Hipócrates,
patente por cierto en la descripción de la peste en Atenas y de las neurosis de
guerra. Así principia la Historia Clásica griega.
Encontraremos la Historia de la Guerra del Peloponeso en el siguiente enlace:
Encontraremos la Historia de la Guerra del Peloponeso en el siguiente enlace:
V
Colofón
Fueron los griegos clásicos los
que nos enseñaron a hacer Historia. Bueno, en realidad nos enseñaron a hacer
casi todo. No voy a poner a competir a los griegos con los moches, por ejemplo,
pero si la existencia pasada de un solo pueblo pudiera explicar la Cultura de
occidente, esa de los órdenes arquitectónicos, la Lógica, la Democracia y la
Ciencia, ese pueblo sería el griego. Nos guste o no. Y punto por ahora.
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