“La culpa de nuestro destino, querido Horacio, no es de nuestro
destino, es nuestra” – William Shakespeare, traducción libre)
En general todos tenemos Miedo. Y
no cualquier miedo, sino uno difuso, sin dirección ni brújula, análogo al que
los niños sienten cuando de repente caen en que están en un entorno
perfectamente desconocido, mirando a todos lados y sin ver nada que puedan
identificar. El miedo se refiere a eventuales riesgos o peligros que deberemos
enfrentar en algún momento, no sabemos muy bien cuales, pero estamos muy
seguros que ahí están, y tenemos miedo precisamente porque aunque no sabemos de
qué se trata, nos imaginamos los peores escenarios posibles, y así derivamos en
la angustia, la ansiedad y el estrés.
Sobreprotección
¿Qué cuernos tiene todo esto que
ver con la sobreprotección? Pues simple. Si le preguntamos a mamis, papis y
profes la pregunta del profesor Jirafales: Por qué razón, motivo o
circunstancia protegen a sus niños y niñas, nos dirán que es porque tratan de
evitarles peligros, riesgos y daños. En principio muy bien, y con algunos
centenares de miles de años de práctica, por lo que ha terminado por meterse en
nuestros genes, resultando que aún el papi o mami más capaz de dejar que un
pobre se le muera de hambre en su puerta siente la necesidad de proteger a su
descendencia. También hay modos culturales específicos de proteger a la prole.
En nuestra tradición nacional, que proviene - aunque a algunos no les guste -
de la Grecia y Roma Clásicas intermediadas por las Españas y otros más,
proteger a los niños y niñas es un trabajo parental con preponderancia materna,
o quizá sea mejor decir femenina. Está asociada a la presencia materna, a la
emotividad, contrarreflejada en el endiosamiento de la madre de cabellos canos,
al matriarcado, a la tradición que se va y a los valores que siempre decimos es
preciso recuperar. Así se configura en nuestras sociedades un fenómeno
interesante, al que muchos personajes de gran lucidez se han referido de manera
tan aguda como perfectamente inútil: La Sobreprotección.
Breve descripción irónica
Tratemos de describirlo para precisarlo.
Que me perdonen si me pongo irónico, pero no es para menos. Las mamás les ponen
chompas a los niños cuando ellas tienen frío. Hay niños que salen en la mañana
con cuatro camisetas, una encima de la otra, un día de sol, pues podrían
atrapar un virus y fallecer de pulmonía o tuberculosis. Hay niñas y niños que
conocen la calle solo por foto, pues no se les permite salir a ella por estar
erizada de violadores, asaltantes, asesinos, combis asesinas y contaminación
ambiental. Hay niñas y niños en hogares que parecen restaurantes, pues no comen
la comida del día que no les gusta, y los hogares se transforman en
restaurantes con menús a la carta. Hay niños y niñas de cierta edad a los que
no se les permite usar los muy peligrosos cuchara y tenedor, y ni mencionar los
afilados cuchillos, y para evitar la posibilidad de cortes se les pone el
alimento en la boca, y si se puede previamente masticado. Hay niñas y niños que
no pueden aprender a caminar pues cada vez que lo intentan hay papis, mamis y
amas de cría que temen que se caiga y se haga daño. La enfermedad, en esta
época de virus y microbios – perdónenme, tengo entendido que todas las épocas
han tenido sus microbichitos – acecha a niñas y niños, así que se les atiborra
de vitaminas y minerales – que están y siempre han estado en los alimentos que
no comen porque no les gustan – y de remedios y programas de Salud que se
emplean rarísima vez, pero que se pagan religiosamente todos los meses. Como
los niños y niñas pueden llegar tarde al colegio y eso es terrible, “se gana
tiempo” vistiéndolos. Como pueden hacerse daño con las esquinas de las mesas y
otros muebles – artilugio malvado inventado por los ebanistas para dar chamba a
los médicos – entonces que ni se encaramen en una silla ni caminen ni salten,
no sea se claven y mueran. Juro y prometo que he visto mamis, tías y abuelas
aparecer como un pelotón de Fuerzas Especiales para cubrir con las manos las
esquinas de las mesas cuando un chico de 10 años pasa a unos 50 centímetros de
distancia. No se permite a niñas y niños bajar o subir la escalera sin una mano
de apoyo o un paracaídas, porque las escaleras son inclinadas, y hay que
defender a los niños de la fuerza de la gravitación universal. No se enseña hoy
en día la costura y el tejido, enojosos procesos que quitan tiempo al iPod o al
Wii, y que exponen a los chicos a las riesgosas agujas y palos de tejer. Se
cubren los tomacorrientes con adminículos plásticos especiales para que no
introduzcan los dedos en un arranque de investigación científica. No se permite
a los chicos el complejo proceso de cruzar la pista, a no ser tomados de la
mano, aunque el vehículo más cercano sea una carreta de caballos a una milla de
distancia. El montar bicicleta es un deporte en vías de extinción, pues hay
riesgo de caídas con raspones o de chancado por un trailer de 90 toneladas que
justo podría pasar por ahí.
Suficiente de ironía. Es verdad
que los chicos necesitan protección, eso ni qué dudarlo. Nunca me falta quien
me toma el rábano por las hojas y piense que cuando abogo por algo, me voy al
otro extremo y quiero matar criaturas. Ya pues, no soy extremista. Hecha esta
acotación sigo con el tema.
Hablemos sin Anestesia
La sobreprotección impide que los
niños y niñas vivan experiencias habituales e ineludibles que comporten su
adecuada socialización, de acuerdo a su entorno y a los años de vida que
tienen. Sin entrar en tanto barullo conceptual, la Socialización es,
básicamente, el proceso de adquisición de conductas, costumbres y valores – sí,
valores, esos que dicen que se han perdido – propios del grupo en el que se ha
nacido, en el que se vive y en el que con toda probabilidad se seguirá
viviendo. Por eso existe la Educación, proceso con el que la Sociedad retransmite
sus valores a través de las conductas y costumbres que efectivamente existen y
pasan de generación en generación. Esas costumbres y conductas no son
intercambiables con los de otras culturas, sino que constituyen el mismo meollo
del cómo los niños y niñas se relacionarán con sus pares, sus mayores y menores;
así como con los diversos grupos y subgrupos que conforman la sociedad. Son
experiencias ineludibles, que no pueden pasarse por alto. Los niños las
vivirán, si no cuando deben pues después, cuando sean púberes, adolescentes o
jóvenes. Pero sin protección, desnudos de habilidades y con sus propios y
escasos recursos.
Pobrecitos, mis calzones
La sobreprotección solamente
protege a los niños de una cosa: De experimentar la vida. A vivir se aprende
viviendo, y la falta de experiencias no es, como vemos, producto de la
casualidad o de que el planeta Tierra esté inclinado. Reconoce una causa, y
esta causa es la sobreprotección que se viene instalando en nuestros códigos
culturales. ¿Es tan mala, desagradable y horrible la vida que tenemos que
proteger a nuestros vástagos de ella? No hablamos aquí de los excluidos, que
por serlo precisamente padecen cortapisas en sus posibilidades de vivir una
vida plenamente humana, que sí se merecen una protección que la sociedad les
niega. Los ciudadanos quechuahablantes, indígenas, afrodescendientes,
discapacitados, mujeres u homosexuales son exceptuados de amplios aspectos del
ejercicio de la cultura de la que técnicamente forman parte. No es nada casual
que una de las primeras reacciones de un ciudadano promedio frente a la
conciencia de la exclusión en una persona concreta sea decir “pobrecito fulano,
es negro, indio, maricón o ciego”. Digámoslo de frente, no son “pobrecitos”,
son excluidos, que es algo muy diferente, y a lo que sí se le puede poner
remedio. Este trato es continuación de la manera en que nos referimos a los
niños y niñas cuando se caen y se raspan una rodilla, o cuando lloran porque la
comida no es la que ellos les gusta: “Pobrecito mi hijito”. Para decir qué
pienso al respecto emplearé una expresión italiana de la edad media:
“Pobrecitos, mis calzones”.
Dejémonos de coartadas y
racionalizaciones, de justificaciones y chantajes emocionales, de evasivas y
angustias. El adulto es adulto precisamente porque es autónomo, es decir porque
ha adquirido y emplea plenamente esas habilidades sociales que los niños deben
aprender para integrarse a la sociedad. Mucha verdad decía un mi amigo hace
luengos años, cuando ya jóvenes adultos criticábamos esta trama social: “En el
Perú la adolescencia dura hasta la vejez, por lo menos”. Crecer es una chamba a
la que la sobreprotección se opone. Abundan pobrecitos manganzones de 25, 30,
35 y 40 años que aún esperan que les tiendan la cama y que venga mamá a
hacerles la comidita, que no saben valerse por sí mismos porque se les enseñó
en la práctica desde mocosos que mamá estaba ahí para atenderlos. La invalidez
emocional se aprende, la dependencia se instila, y es funcional porque resulta
muy conveniente para todo el mundo: Para cubrir la necesidad de mamis y papis
de licuar su ansiedad frente al futuro, por ejemplo para asegurar la pensión de
vejez que el estado y la sociedad niegan; así como para los liderazgos
sociales, políticos y económicos, pues mientras más minusválidos emocionales
seamos más fácilmente manipulables seremos; e incluso para los dependientes
mismos, ya que es más fácil echarle la culpa de nuestras desgracias y problemas
a toda suerte de entidades metafísicas, como la educación, la historia, la
Iglesia católica, el comunismo, el neoliberalismo, la novena sinfonía o la
perestroika, y justificar nuestro inmovilismo mientras esperamos la gloriosa
venida de la autoridad que resolverá nuestros problemas. Así nos quedamos
insertos en la espiral de nuestros Miedos, que además pasamos a nuestros hijos.
Fenomenología de la
Sobreprotección
La razón por la que el adulto
sobreprotector sobreprotege es sencilla: Para licuar su propia ansiedad, su
propia angustia y sus propios miedos. La posibilidad de que los miedos se
corporicen en algo concreto que me afecte es lo que me quita el sueño. La lista
es inmensa: Desempleo, Inflación, Terrorismo, Epidemias, Rayos Ultravioleta,
Transgénicos, Tránsito, Delincuencia, Corrupción, Narcotráfico, Bombardeo
meteorítico, etc, etc, etc. Pero todo esto son conceptos, y nada más que eso.
Sus expresiones en la realidad que vivimos sí pueden revestir mayor o menor
gravedad en el tiempo, y cuando la tienen se enfrentan conociéndolos y
arbitrando medidas específicas para resolverlos o al menos paliarlos. Eso es lo
que los adultos hacen frente a los problemas. Pero nos llenamos la cabeza de
temores, dejamos de pensar y nos angustiamos en nuestra dependencia.
Un meteorito podría caer sobre mis
retoños justo cuando salgan a la calle mañana en la mañana. Podría ser muy
grande y acabar de paso con toda la vida en el planeta. Podría ser. Pero no
necesito ser astrofísico para que la experiencia me diga que no es común que
caigan meteoritos, por lo menos no en Barranco temprano en la mañana. Sabemos
que cae un meteorito que hace chichirimico toda la vida del planeta una vez
cada cierto número de centenares de millones de años. No es que no pueda pasar.
Pero la gente no deja de salir en las mañanas porque puede caer un meteorito.
Que el riesgo existe, claro que existe. No hace tanto cayó un meteorito en el
mero Nueva York y otro en Puno. Pasa todo el tiempo. ¿Es eso motivo para que
mis hijos no vayan al colegio, o vayan con una escafandra metálica?
Aparte del cálculo inteligente y
sensato de los riesgos realmente existentes, lo demás es puramente miedo, y el
miedo, como mencioné en mi artículo “Miedo” en este Blog, es básicamente
irracional, es decir, no piensa. Si bien es cierto hay riesgo en todo lo que
pasa y en todo lo que hacemos, cualquier persona con una ñisca de cerebro se
tiene que dar cuenta que todo el mundo se hinca con la aguja cuando aprende a
coser, y que todos los niños derraman la comida cuando aprenden a comer, y que
cuando hace sol la chompa de más solamente le dará más calor e incomodidad
porque no sabrá qué hacerse con ella. Luego usted lo resondrará por perder la
chompa, el círculo de su angustia se cerrará
e iniciará otra vuelta, y ahora usted tendrá miedo de que pierda la ropa,
y se la amarrará. Todo se aprende, porque todo necesita aprenderse, y todo
aprendizaje tiene un costo.
La reacción desmesurada del
adulto procede de ciertos condicionamientos culturales que no carecen de
importancia, porque como hemos visto, no es que no haya riesgo. Así que, señora,
no se vaya al otro extremo y suelte a su hijita cuando cruza la pista porque
tiene que aprender a cruzarla. El aprendizaje viene solito en muchas cosas,
pero no en las cuestiones culturales. Para que aprenda, al niño hay que
enseñarle, y su primer deber, señora, es superar sus propios miedos
irracionales y meterles principio de realidad. El carro te puede chancar, sí. Y
si chanca, duele harto. Pero no si está a dos cuadras y va despacio. Entre las
muchas formas que tienen los niños para aprender está el muy potente instinto de
la imitación – lo que llamamos ejemplo -, y si la ven a usted cruzando como
loca la pista por el medio de la calzada, de nada vale que la agarre de la
manito. No solamente le enseñó usted a su hija que es una tonta que no puede
cruzar sola una calle, le enseñó también que SU autoridad de usted es más
importante que lo que ven sus ojos de ella, y además le enseñó de qué manera le
podrá sacar de quicio y sacarle la vuelta cuando sea adolescente, le pase la
factura, y se zurre en todo lo que le dijo durante catorce o quince años. Eso
sin contar la contradicción en la que ha caído entre su discurso y su conducta,
que la niñita mira con toda claridad, y que introyectará y repetirá. Pero
aunque no hubiera contradicción, todo lo demás sigue ahí.
Atarse los cordones de los
zapatos, o abotonarse, por ejemplo, son operaciones importantes para la
adquisición de ciertas destrezas motoras. Si usted le abotona y le ata los
cordones durante, digamos, cinco o diez años, lo que no es nada raro ¿se puede
saber cómo y cuándo va a adquirir el retoño esas habilidades motoras?
Eventualmente lo hará de todos modos, tanto porque usted no estará ahí todo el
tiempo para abotonarle, como porque los niños no son idiotas, y terminan por
hacer lo que tienen que hacer, aunque, claro, usted no lo supo proteger del
retraso motor que ahora sí tiene. Y empleo adrede la palabra retraso
precisamente por el sacrosanto terror que despierta, porque es parte de la sobreprotección
ese miedo al “retraso”, del que el peor de todos es el miedo al “retraso
mental”, que causa precisamente lo que trata de evitar. Además está el tema de
la autoestima. Un chico que no sabe abotonarse o atarse los cordones de las
tabas lo tendrá que intentar cada vez a que se le desabotone la camisa o se le
desaten los zapatos. Y no todas las familias sobreprotegen, o no lo hacen tanto
como usted. En un entorno en el que todos saben abotonarse y su retoño no, la
autoestima de su vástago termina en el basurero. Aunque usted no lo crea.
Desmesura y desorganización
El problema es que los adultos
que sobreprotegen no están pensando, y no lo hacen porque no se lo enseñaron en
su momento, de repente por sobreprotección, ya sabemos que el pensamiento puede
resultar peligroso. Pero la capacidad de pensar es algo que viene dado en el
cerebro, y a pesar que nos esforzarnos durante años por destruir esa capacidad
seguimos pensando, y tan mal no lo hacemos en muchos aspectos. La cosa es
llevar la capacidad de pensar donde sea útil. Sea usted sensato(a) y no se
desorganice. No me venga ahora con el sentimiento de culpa, dé violentamente
marcha atrás y quiera empezar todo de cero, como si en cinco minutos y con
palabras fuera usted a arreglar las tamañas metidas de pata que ya cometió. Respete
a sus hijos y quiéralos como son, que después de todo si son como son, la
responsabilidad es suya. Pero no tiene que conformarse, piense qué hacer y cómo
hacerlo. Y cálmese, recuerde que el enemigo es la ansiedad, no los chicos.
Ansiedad
Es que el problema, señoras y
señores, no lo tienen sus hijos. Los tiene usted. No son tantas las personas
que hayan vivido tan tremendas experiencias que lleven a sobreproteger a la descendencia
para compensar el propio temor, aunque es verdad que abunda eso de “que tenga
lo que yo no he tenido”. Incluso de ser el caso se puede entender, aunque no
justificar, pero cuando menos habría algún asidero real. Se equivocarían igual
o peor, pero tendrían disculpa. El problema es que en la gran mayoría de los
casos no es así.
El origen de la sobreprotección a
niñas y niños puede hallarse en cómo enfrentamos nuestros problemas cotidianos.
La sensación de inseguridad reinante es fomentada desde los medios de
comunicación y tiene su propia agenda, pero hay base real en la profunda
impotencia que los padres y madres sienten frente a las tensiones de no saber
si habrá trabajo o ventas hoy, mañana, la otra semana o el próximo mes y año, si
habrá qué comer mañana o el próximo mes, si alcanzará la plata para pagar los
dos o tres préstamos bancarios en que se incurrió para tener un techo encima o
para educar a los hijos, si remitirá algo el maltrato diario que se vive en las
ciudades – tránsito, delincuencia, contaminación, corrupción -, si el
matrimonio o la convivencia funciona o es un asco, si …..
Hay tantos condicionales en
nuestra vida que en realidad no debería haber ironizado tanto alrededor de este
tema, y hasta un poco me arrepiento de haberlo hecho. Nuestra cultura entera está
enferma de ansiedad y estrés, y es humano que tratemos que ese estrés y esa
ansiedad no pasen a los hijos, aunque nos equivoquemos de medio a medio en el
cómo hacerlo, y creemos que no lo hacemos cuando es precisamente lo que
hacemos. Es que nadie nos enseñó y tenemos que aprenderlo sobre la marcha. Lo
cierto es que las personas, en especial aquellos que nos entendemos como
contestatarios de la sociedad, tenemos que reaccionar contra este rasgo
constitutivo de la vida social, de manera inteligente y proactiva.
Colofón
Parece que tenemos entre manos un
problema social grave, e incluso de Educación y Salud Públicas. Hay demasiadas
consecuencias de la Sobreprotección que se reflejan socialmente: La obesidad
infantil, la malnutrición, el problema adolescente en general, el embarazo no deseado, el consumo de drogas y alcohol, y muchos
otros males sociales tienen indudablemente en la sobreprotección uno de sus
determinantes. No es entonces cosa únicamente individual, aunque es obvio que
las personas algo podemos hacer al respecto.
Para dejar de sobreproteger a los niños y niñas hay que empezar por que los papis, mamis y demás educadores enfrenten sus propios temores. No le podemos dejar más eso a los libros de autoayuda. Nada se transmite que no se posea. Si lo que me manda es la ansiedad, pues eso transmitiré. Si lo que me manda es la sensatez, eso transmitiré. Puedo hacer las cosas mejor con mis hijos, pero tendré que asumir las cosas de manera diferente, más comprometida conmigo mismo, con mi sociedad y con mi descendencia. El amor es una cosa muy buena, y empieza con un sensato amor a sí mismo, porque si yo no estoy bien, mis hijos no estarán bien. Empecemos por deconstruir esos temores que nos acosan, deshagámonos de ellos afrontándolos con energía y madurez, y tomemos la vida con un poco más de calma. Es parte del reto de estar vivo. Vivamos para verlo.
Para dejar de sobreproteger a los niños y niñas hay que empezar por que los papis, mamis y demás educadores enfrenten sus propios temores. No le podemos dejar más eso a los libros de autoayuda. Nada se transmite que no se posea. Si lo que me manda es la ansiedad, pues eso transmitiré. Si lo que me manda es la sensatez, eso transmitiré. Puedo hacer las cosas mejor con mis hijos, pero tendré que asumir las cosas de manera diferente, más comprometida conmigo mismo, con mi sociedad y con mi descendencia. El amor es una cosa muy buena, y empieza con un sensato amor a sí mismo, porque si yo no estoy bien, mis hijos no estarán bien. Empecemos por deconstruir esos temores que nos acosan, deshagámonos de ellos afrontándolos con energía y madurez, y tomemos la vida con un poco más de calma. Es parte del reto de estar vivo. Vivamos para verlo.
P.D. Sospecho que seguiré
escribiendo sobre esto. Que me perdonen mis lectores, pero el tema da para
mucho más.
Hola Javier
ResponderEliminarmucho gusto! soy de Uruguay y me interesó mucho lo que enviaste. Vos lo escribiste? Te pregunto pues me gustaría citar algunos párrafos en un material para familias sobre el tema "educación sexual y discapacidad". Puedo citarlo y dar el enlace al blog (muy bueno!)...
un abrazo y saludos cordiales
Sergio
Estimado Javier:
ResponderEliminarMe agradó mucho tu artículo. Soy una madre sobreprotectora con un hijo (único) adolescente ya, y aún se chupa el dedo. He visitado algunos psicólogos por poco tiempo pero no me ayudaron. Necesito un psicoterapeuta que seamayor y con experiencia. Te felicito por estas importantes observaciones hacia los padres.
pues, el dejar a medias las cosas, es decir inconclusas, tambien es sobreproteger inconscientemente... usted misma lo ha dicho, ha visitado psicologos pero por "poco tiempo", le recomendaria continuar con la terapia,, puesto que este cambio en su adolescente, no se dara en "corto tiempo" usted misma lo refiere, su hijo es "adolescente" la sobreprteccion que le brindo a su hijo en todos esos años (la edad de su hijo) no podrá ser modificada en un "corto tiempo".
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