MAESTROS, de Francisco Mora
LEÑA PARA LA HOGUERA EDUCATIVA 14
Leo el artículo MAESTROS, de Francisco Mora, maestro español y catedrático
de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid, así como catedrático
adscrito de Fisiología Molecular y Biofísica de la Universidad de Iowa, y no
puedo por menos que sentirme orgulloso de mi oficio. Si dejaran hacer a los maestros veinte años sin interferencias, estoy seguro que otro gallo nos cantara. Pero nos siguen pegando abajo, como en la canción de Charly García. Lo que Mora dice para España puede afirmarse con mayores razones para el Perú, pero mejor os dejo con el artículo, que fue publicado en http://www.huffingtonpost.es/francisco-mora/maestros_b_4631734.html.
Y lo copio exactamente tal cual, sin cambiarle ni una coma, aprovechen:
Acabo de
regresar de lugares en donde he respirado otras culturas. Y vuelto con la mente
lavada, fresca, como la de un niño recién peinado que lo llevan al colegio. Y
precisamente, tras lo vivido, he pensado mucho, una vez más, en la cultura que
tenemos y la educación que recibimos. Y en el colegio y los maestros y su
significado en la educación, la cultura, la ciencia en esta España tan vieja,
pícara, engañosa y deshonesta. Y la gran labor que hay por hacer en valores
verdaderamente humanos, lejos del pensamiento pobre, egoísta, oscuro, que
respiramos todos, todos los días.
La educación en este país no se arreglará nunca desde arriba, a
golpe de leyes. Solo se arreglará seleccionando, formando buenos maestros. A
alguien, ahí arriba, algún día, se le
ocurrirá transformar los estudios de magisterio y crear un proceso serio de
selección de los candidatos a maestros. Y lo hará, tal vez, de pronto, tras
darse cuenta que el maestro es el gran hacedor, el hacedor de futuros, el
responsable máximo de quien depende, en gran medida, los que van a ser los
ciudadanos que va a tener un país. Reconocerá el enorme poder que el maestro
tiene en su mano, poder real, del que posiblemente el propio maestro no es
consciente. Y ese poder reside en que el maestro, haga bien o mal su trabajo,
va a cambiar el cerebro de los niños a los que enseña. Y debo insistir, ese
cerebro, de forma lenta y con los largos tiempos de colegio, no cambiará de una
forma sutil, sino que lo hará en sus raíces, en su química y en su física, en
sus conexiones anatómicas, en el funcionamiento de los circuitos neuronales y
en sus engramas emocionales profundos. Y en ellos anclará de forma definitiva
los valores y aprenderá las normas que instrumentan esos valores para vivir en
sociedad. Eso es lo que enseña la Neurociencia hoy.
Es claro que la familia es ese primer modulador del cerebro del
niño. Pero es el maestro, insisto, en orquestación de la relación con los otros
niños el que entroniza en su cerebro los valores que deben regir su vida en una
sociedad. Eso es educación que, como acabo de señalar, no se arreglará nunca
solo con leyes sino, fundamentalmente formando buenos maestros, reconociendo
que hay que seleccionar y formar muy bien quien va a ser maestro, creando en él
la responsabilidad personal y social que implica su trabajo. Y solo así podemos
tener la esperanza de que las cosas cambien de raíz. Y es así también que
sembrando bien podemos esperar recoger una cosecha que fructifique en
posteriores periodos de la enseñanza o en la misma conducta personal y social
de ese niño. Y pasar así, con valores, de esa tan enraizada y centenaria
conducta aireada y aplaudida del listo, pícaro y engañoso, zorruno y corto con
los demás, a la conducta que expresa nobleza, mirada larga,
honradez consigo mismo y bien hacer con los demás.
Cierto que ser maestro no es una tarea para la que sirve todo el
mundo. Profesión dura que hay que amar pues requiere una buena dosis de entrega
de tiempo y talento emocional. Y eso no es fácil y menos en ese día a día que
es la briega del aula, de la lucha, tantas veces, con la incomprensión y la
desesperanza. Por eso hay que formar al maestro haciéndole consciente del valor
de su trabajo. Haciéndole saber emocionalmente que es él quien alimenta el fuego que
hace cocer lento los talentos ejecutivos, la inhibición y el control de la
conducta, el entrenamiento de la memoria de trabajo, la emoción, la atención,
el aprendizaje y la repetición del aprendizaje y el respeto y la comprensión
empática del otro. Proceso que acumulado será la guía del futuro personal del
niño. Y eso son valores en donde, más allá de la enseñanza misma y el ejemplo
cotidiano del maestro, sean en esos primeros años como era la luz de los faros
para los barcos.
La madera de maestro no crece en todos los bosques. Es una madera
especial que hay que escoger y seleccionar muy cuidadosamente. Y después
embellecerla. Magisterio debiera de ser una de las profesiones más cuidadas, no
a nivel de conocimientos en materias, que también, sino en sensibilidad social,
en fibra emocional, en aristas de ética, en capacidad docente, en corazón de
valores y en sentimiento profundo de responsabilidad social. Un niño en manos
del maestro es como un bloque de mármol en el que clase a clase, día a día, hay
que modelar a pequeño golpe de palabra y emoción y sacar una figura que sea la
base de un ser humano sólido y honesto. Un maestro es un hacedor de futuros. Un
mago capaz de transformar el cerebro en desarrollo de los niños para que puedan
convertirse en dirigentes honrados o simplemente ciudadanos capaces de sentirse
orgullosos de un buen hacer con lo que hace. Y
también ser capaces de volver algún día al Colegio, dar un abrazo a su maestro
y derramar sobre su mesa luces de agradecimiento.
De lo que el
maestro haga, con su palabra y con su ejemplo, saldrán niños con amor por la verdadera
cultura, las humanidades y la ciencia. Saldrán niños con valores capaces de
ennoblecer la verdadera dignidad personal y el bien hacer, escuchar y respetar
al otro. De hacer reconocer emocionalmente que los demás no solo son los que
están delante de ti, cercanos y hablando contigo, sino aquellos otros que no
ves. Y que el daño y desdoro hacia los demás puede ser simplemente echar una
colilla o un pañuelo sucio desde tu coche cuando conduces por la carretera.
Entronizar valores humanos significa luchar por ser el mejor bibliotecario, el
mejor ingeniero o el mejor fontanero o carpintero sintiéndote orgulloso de un
trabajo bien hecho. Y todo eso, en gran medida, depende de los maestros. El
maestro debiera ser la joya de una sociedad.
Y aquí de nuevo este bloguero: Preguntémonos si el maestro es la joya de nuestra sociedad o el tacho en que arrojamos las culpas y depositamos las responsabilidades que como sociedad y estado cobardemente no nos atrevemos a asumir. Y si decir esto significa incendiar la pradera, pues que se queme, pues las hogueras también iluminan la noche. Que escuche el que tenga oídos.
Colofón
Y aquí de nuevo este bloguero: Preguntémonos si el maestro es la joya de nuestra sociedad o el tacho en que arrojamos las culpas y depositamos las responsabilidades que como sociedad y estado cobardemente no nos atrevemos a asumir. Y si decir esto significa incendiar la pradera, pues que se queme, pues las hogueras también iluminan la noche. Que escuche el que tenga oídos.
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