Crónicas de
Lecturas - 81
Aia Paec y
los Hombres Pallar
I
Leyenda Peruana
Es mi orgullo y motivo de peligroso
nacionalismo ser peruano. Sé que todo país enorgullece a sus nacionales, qué
bueno es que así sea. Yo lo aprendí desde chico leyendo a gentes de muchos
países, el amor a la tierra es compartido por todo ser humano, con ese amor te
lo aprendes cómo somos iguales en nuestras diferencias, que por distinta que
sea la tierra el vínculo es el mismo: No importa la tierra o el agua - díganlo
los inmigrantes de todas las épocas - sino el corazón: Tu patria es donde puedes
ser feliz siendo tú mismo. Por eso me concedo tratar de ser feliz en mi tierra,
el Perú milenario donde la civilización proviene desde siglos insondables. Vivir
es ganarte el sustento con tu trabajo, y en ese proceso la tierra te cambia tanto
como tú a ella. Los hombres - algunos mis antepasados – que llegaron a estas tierras
diez o más milenios atrás la fecundaron ingeniándose la agricultura (hoy a eso
le llaman Ingeniería Genética, pero es la
misma vaina), y se inventaron plantas desde las especies salvajes: El maíz
y la papa, la quinua y la cañigua y el yacón y la yuca y la kiwicha y la maracuyá y el aguaymanto,
todos los cuales rodearon con mitos, cuentos y leyendas. Hoy aspiro a rendir
homenaje en un libro de Carmen Pachas
a una de estas plantas, El PALLAR (phaseolus lunatus), humilde menestra
como la alubia, el garbanzo o la lenteja, que desde miles de años comemos los
peruanos, entre ellos mis choznos, abuelos, padres y yo mismo; grano
insuperable sancochado en ensalada con su cebolla y su ajicito y su tomatito,
que espero lo seguirán comiendo mis hijos y descendientes por los siglos de los
siglos, a ver si llegan siquiera a parecerse a sus antepasados, jardineros del
desierto, el páramo altiplánico, las pendientes de montañas y los selváticos piedemontes.
Para entenderse a sí mismo el peruano necesita
verse como ser histórico, y quizá más que otros, construye su autoimagen en
ambivalente relación a la milenaria Cultura Andina. Si no lo hace más no es por
falta de ganas, sino porque la Identidad es un artículo tan de primera
necesidad como el pan y la sal, y algunos lo acaparan. Ya lo dijo un gran
hombre: En el Perú la Nación es muy
superior al Estado, que tantas veces ha servido sólo para perpetuar
injusticias. Por eso a veces exageramos lo antiguo buscando ahí la grandeza que
hoy se nos niega, hurgamos desesperados por un paradigma. Si lo haces bien y
superas el que no te guste ser cholo,
llegas a la constatación, como individuo y como comunidad, que eres - que somos
- Cholos; y a mucha y españolísima
honra. Y como mucha bola le hemos dado a nuestra hispanidad, tratamos hoy de
profundizar en la otra parte de nuestros genes y conductas, y empezamos con el
modo en que nuestros antepasados andinos conservaban la memoria: Con Cánticos y
Cuentos y Mitos y Leyendas. Es imposible ser indoamericano sin ellos, todo
esfuerzo en recuperar todo eso es encomiable, necesario, imprescindible. La
labor que mi primita Carmen Pachas
se echó al hombro - con el fundamental apoyo del concepto gráfico de Marie Isabel Musselman y la capacidad
ilustradora de Andrea Lértora –
construye así patria en el mejor sentido del término, y proporciona modelos a
todos nuestros queridos hermanos de la América Latina, a los de la Ibérica
península, y quien sabe más allá. Por eso dedicamos esta humilde Crónica a este
Volumen Primero – deseamos que haya muchos más – de Mágicos Cuentos Prehispánicos para Niños: Aia Paec y los Hombres Pallar.
II
Aia Paec y
la Civilización Moche
Las Leyendas son el corazón de los pueblos, y
sus personajes sus paradigmas. El Perú es su historia y sus historias, y parte
de dicha historia es la vieja civilización moche. Mil ochocientos años atrás en
la costa del norte del Perú floreció en los valles de los ríos Moche y
Jequetepeque lo que se llama una “cultura arqueológica”. Dichas “culturas
arqueológicas” son muchas veces casi sacadas de la manga por los dichos
arqueólogos en base a algunos ceramios o tejidos, pero reconozcamos que en este
caso hay mucho más base que eso. Todo indica una larga presencia, de milenios,
de un pueblo que por cierto continúa allí a la fecha. Después de todo, las
expresiones culturales pasan y dejan su impronta sobre las siguientes, tras
unas vienen otras, y por eso tras Salinar vino Virú, tras Virú Moche, que luego
cambiaría para ser Lambayeque y Chimú, hasta la llegada de Incas, Españoles y
Libertadores, hasta el Perú de nuestros días y el futuro más allá del siglo
XXI. De allí que más que de “cultura arqueológica” hablemos directamente de una
civilización lo suficientemente importante para habernos dado el cuerpo
momificado del primer gobernante que conocemos del Perú, anterior a
Presidentes, Virreyes, Sapa Incas y Chimo Cápacs: el Señor de Sipán. En mi país todo es continuo hace más de diez mil
años, somos nada más y nada menos que una de las cunas de la civilización, y sin
embargo, qué poco sabemos de nosotros mismos. Nuestras viejas civilizaciones,
sólo comparables en vetustez al Imperio Antiguo de Egipto, a Indo-Harappa o a
la primera Mesopotamia, no nos dejaron testimonios que supiéramos descifrar sin
profusa semiótica e interpretación. Tenemos que suponer demasiadas cosas, y eso
significa que muchas veces el desespero termina haciéndonos inventar data donde
no la hay, o rodear de suposiciones con valor de verdad un diminuto núcleo de
certeza, o elaborar media docena de hipótesis para dar cuenta de un hecho,
color o hebra.
Eso pasó con Aia Paec, traducido cariñosamente como “el dios degollador”. Su
imagen más conocida la descubrió en 1990 el arqueólogo Ricardo Morales en Huaca de la Luna e impresionó, e hizo la fortuna
de artesanos y ceramistas, que lo reprodujeron hasta la náusea. Pero se le
conocía desde decenios antes, Rafael
Larco Hoyle lo había identificado como parte de la dualidad andina, un Dios
Supremo o Supremo Hacedor o Dios Todopoderoso, tan importante como su Otro Yo (Chico Paec) o como la Luna, Shí. La imagen nos presenta el
impresionante y aterrador rostro de un dios asemejado a un hombre, con colmillos
de felino y olas marinas rodeándolo. A veces le darán forma de araña, con sus
ocho patas rodeándolo; o de pulpo, con tentáculos. Puede portar cabezas de
guerreros muertos en sus brazos y serpientes brotando de su cabeza. El terrible
Aia Paec, dios degollador de mochicas,
vive sediento de sangre, y por eso exige sacrificios humanos. Los gobernantes Ciequich, y los Alaec de los valles le ofrendan jóvenes guerreros que pletóricos de
fe combaten en explanadas al efecto en los magníficos templos de Huaca de la
Luna, Huaca el Brujo, Huaca Pañamarca y Huaca Rajada, entre otros. Estos
combates y la sangre derramada y ofrendada son agradables al creador, que en su
contento provee de agua, alimentos y triunfos a sus súbditos moches, y así
mantiene el equilibrio del universo. O al menos de eso estaban convencidos los
susodichos moches, y más valía que lo estuviesen, pues que una de las maneras
de sostenerse en el poder, como bien sabe nuestro sagaz Arzobispo, es ser
intermediario de la divinidad e interpretarle sus antojos. Algunos arqueólogos
explican la decadencia de los moches (relativa, por cierto) por la incapacidad
de los sacerdotes moche de convencer al resto de la sociedad de continuar con
los sacrificios humanos, dada la percepción de su inutilidad en el contexto de
un desastroso fenómeno del Niño.
III
Los Hombres Pallar
Hacia 3000 A.C. los hombres de los Andes
estaban en pleno proceso de domesticación de plantas y animales. En ese
contexto es que se domestica el pallar, menestra que hoy forma parte de
excelentes potajes peruanos, españoles y vietnamitas (eso leí en wikipedia), lo
que hace que uno se sorprenda de las extrañas rutas que suelen seguir los productos
culturales. Los moches, al igual que otros muchos pueblos de aquí y de allá,
veían algo maravilloso en el hecho de que nazcan frutos de la tierra que
parecían destinados a nutrir a los hombres. Y trataban, cómo no, de manifestar
el agradecimiento y unción correspondiente, para que el obsequio continúe. Como
el trigo y la vid en otras latitudes, el pallar fue alimento de dioses y dios
él mismo, y más aún en la mente de los moches: Fue un “comunicador”, una
“escritura” en sí misma, un “código” secreto a descifrar, tan misterioso en sus
peculiares manchitas blancas y negras, diferentes en cada generación de pallares,
que no parece menos sino que el propio Aia
Paec trata de decirnos algo, de recordarnos su presencia. Claro es que solo
los sacerdotes pueden dar razón de estos arcanos mensajes. Pero el hombre, ay,
es rebelde y desobediente, e irrespetuoso con sus dioses y hay que hacerle
recordar de vez en cuando a lo que se arriesga. Los moches sacrificaban a Aia Paec las ofrendas debidas, humanas
cuando era preciso. Pero un día la cosecha fue tan buena, tanto habían
trabajado los agricultores en sus campos, acueductos y diques; tan hábiles
fueron los ingenieros hidráulicos en el diseño de los canales y reservorios;
tan capaces los líderes en movilizar hombres y recursos, que la cosecha de pallares
fue simplemente extraordinaria. Y en el medio de la gran fiesta que se armó,
los moches se olvidaron de honrar a su dios, y eso a Aia Paec no le gustó nadita de nada. Naturalmente, la idea de
exterminar a estos desagradecidos destripaterrones debió pasarle por la mente,
pero Carmen no nos lo dice, aunque
seguro que se lo sabe. La cosa es que al final elucubró un castigo más sutil y
menos definitivo: Mientras los moches se daban la gran vida metiéndole a
la chicha con ganas, cayeron en cuenta que sus cuerpos se redondeaban y
cambiaban de color. Se convertían ellos mismos en pallares, vaya. Y como Aia Paec no solía hacer las cosas a
medias, también transformó a los animales del entorno, y así venados, zorros y otros bichos
adquirieron la forma de pallar.
Los múltiples inconvenientes surgidos de este hecho les causaron a los moches muchas molestias y debieron acostumbrarse de nuevo a realizar de otro modo incluso las tareas más sencillas. Y es que tener forma de pallar puede ser muy molesto. Sin embargo, la energía de los pallares es tan grande que así y todos los valerosos mochicas se sostuvieron en sus lugares, se conservaron a sí mismos y resistieron a sus enemigos mientras continuaban con sus acostumbradas labores. Probablemente sin la protección del mismísimo Aia Paec no habrían podido mantenerse, pero eso ya es una especulación mía. La cuestión es que entre unas cosas y otras se tomaron su buen tiempo en caer en que no le habían hecho las ofrendas debidas al Degollador, y que éste les había hecho la gran jugarreta. Y así llamaron a sus mejores artistas y les dijeron que preparen unas ofrendas como nunca antes lo habían hecho para que el dios se ponga contento de nuevo. Los artesanos mochicas trabajaron sus ofrendas de día iluminados por el Sol, y de noche por la Luna y las Siete Cabrillas, esmerándose para contentar a su Todopoderoso, y una vez terminados ceramios y tejidos se los entregaron a sus más veloces mensajeros para reunir todo en los Templos y ejecutar la más grande ceremonia de ofrenda jamás realizada. El centro del asunto eran las representaciones que los artistas moche habían practicado en las réplicas de los pallares, dibujadas, tejidas o esculpidas: Cada réplica de pallar pintado de negro sobre blanco, cada uno de manera algo diferente, cada cual con un mensaje diferente para Aia Paec, según lo que cada artista había querido y tratado de representar. Así el dios se apiadó y devolvió a hombres y animales sus formas originales, y la felicidad fue grande cuando los moches prometieron no olvidarse más de las ofrendas a sus dioses. Pero considerando la muy mala memoria que suele afectar a los seres humanos cuando les va bien, Aia Paec dispuso en su sabiduría que los pallares nacerían de ahora en adelante con manchas negras sobre fondo blanco – o blancas sobre fondo negro, lo mismo da – como repitiendo o devolviendo los mensajes que el Dios había leído en las réplicas de los pallares. Así en adelante estos sinvergüenzas no se olvidarían de las ofrendas y no habría que tomar medidas radicales.
Los múltiples inconvenientes surgidos de este hecho les causaron a los moches muchas molestias y debieron acostumbrarse de nuevo a realizar de otro modo incluso las tareas más sencillas. Y es que tener forma de pallar puede ser muy molesto. Sin embargo, la energía de los pallares es tan grande que así y todos los valerosos mochicas se sostuvieron en sus lugares, se conservaron a sí mismos y resistieron a sus enemigos mientras continuaban con sus acostumbradas labores. Probablemente sin la protección del mismísimo Aia Paec no habrían podido mantenerse, pero eso ya es una especulación mía. La cuestión es que entre unas cosas y otras se tomaron su buen tiempo en caer en que no le habían hecho las ofrendas debidas al Degollador, y que éste les había hecho la gran jugarreta. Y así llamaron a sus mejores artistas y les dijeron que preparen unas ofrendas como nunca antes lo habían hecho para que el dios se ponga contento de nuevo. Los artesanos mochicas trabajaron sus ofrendas de día iluminados por el Sol, y de noche por la Luna y las Siete Cabrillas, esmerándose para contentar a su Todopoderoso, y una vez terminados ceramios y tejidos se los entregaron a sus más veloces mensajeros para reunir todo en los Templos y ejecutar la más grande ceremonia de ofrenda jamás realizada. El centro del asunto eran las representaciones que los artistas moche habían practicado en las réplicas de los pallares, dibujadas, tejidas o esculpidas: Cada réplica de pallar pintado de negro sobre blanco, cada uno de manera algo diferente, cada cual con un mensaje diferente para Aia Paec, según lo que cada artista había querido y tratado de representar. Así el dios se apiadó y devolvió a hombres y animales sus formas originales, y la felicidad fue grande cuando los moches prometieron no olvidarse más de las ofrendas a sus dioses. Pero considerando la muy mala memoria que suele afectar a los seres humanos cuando les va bien, Aia Paec dispuso en su sabiduría que los pallares nacerían de ahora en adelante con manchas negras sobre fondo blanco – o blancas sobre fondo negro, lo mismo da – como repitiendo o devolviendo los mensajes que el Dios había leído en las réplicas de los pallares. Así en adelante estos sinvergüenzas no se olvidarían de las ofrendas y no habría que tomar medidas radicales.
IV
Historias, ediciones
y pallares
Por supuesto la historia es más larga y con
más acontecimientos, y además las ilustraciones son sencillamente
extraordinarias. Por si fuera poco, la edición es bilingüe (inglés y
castellano), cuenta con actividades lúdico – educativas y con un excelente
apéndice para enterarnos de más cosas; ello aparte de un completo glosario y,
como no puede ser menos en un trabajo de tan excelente calidad, sus fuentes de
investigación debidamente detalladas. Probablemente el principal defecto de
este libro sea su pretensión de tratar de ser absolutamente completo, pero
¿será eso un defecto? En fin, queremos ser justos y tratar de no dejarnos
llevar por el entusiasmo, pero así somos y qué hay con ello. Para el caso entonces
le cedemos la palabra a la autora, Carmen
Pachas, para que hable de sí misma: ¿Qué
lleva a una contadora a utilizar su tiempo libre e investigar sobre la sabiduría
de los antiguos peruanos (Yachay), traducirla a un lenguaje lúdico (Pucllay) y
transmitirla a los niños a través de un cuento que los transporta atrás en el
tiempo y en distintos puntos del territorio nacional (Pacha)?. Bueno, averígüelo
por sí mismo, mi estimado lector. Y para eso le doy este enlace: https://yachaypucllaypacha.pe/index.php/nuestros-cuentos-2/alimentos/aia-paec-y-los-hombres-pallar#.U3t1gNJ5OSo
Es muy importante mencionar que la
inspiración de los gráficos empleados en Aia
Paec y los Hombres Pallar viene en línea recta de la iconografía mochica
original, estudiada desde decenios atrás y clarísima fuente para Marie Isabel Musselman y Andrea Lértora. No es la primera vez
que se emplea esta iconografía aparte de los estudios propiamente arqueológicos
e históricos. El empuje creativo de la recopilación de mitos tuvo un ejercicio
importante gracias al Instituto de Estudios Peruanos (IEP), que lanzó en 1993
una corta edición (3,000 ejemplares) de Las
aventuras del Dios Quismique y su ayudante Murrup; y otra parecida en 1994
de La rebelión contra el Dios Sol, como
partes primera y segunda de una serie - Los
Dioses de Sipán -, del conocido intelectual e investigador Jürgen Golte. Ignoramos si se han
editado más. El formato de Aia Paec y los
Hombres Pallar, siendo mucho más ambicioso, completo y de intenciones
lúdico – educativas más claras y desarrolladas, parece claramente inspirado en Golte y sus Quismique y Rebelión. La diferencia
está en la parte que podemos denominar de recreación: Pachas – Musselman – Lértora logran recrear el mundo moche a partir
de la iconografía asumida como fuente, con solvencia y creatividad. Las
intenciones de Golte son más precisas
y menos ambiciosas, utiliza bien las fuentes pre-existentes para narrar mitos,
y eso lo hace definitivamente bien.
¿Y los pallares peruanos negriblancos? Pues
que los tenemos en casa y hemos sembrado la enredadera. Dícennos que esta
semilla provino de otra semilla obtenida de una antiquísima ofrenda moche encontrada
en Túcume, y que data de siglos. Yo no sé si eso será verdad, pero me gustaría
creerlo. La bonita enredadera da cada tres meses unas vainas con tres o cuatro semillas
dentro, con un patrón de diseños negros sobre blanco variable de generación a
generación. De hecho los pallares que sembramos se nos vuelven un poco más
negros cada vez que los cosechamos. Se me ocurre que de repente es una adaptación
genética al feo microclima urbano. Lo que sí se nota es que necesita mucho sol
y poca agua, ciertamente es una planta peruana por lo aguantadora y resistente. Regalamos semillas cada vez que
podemos, quisiéramos que en cada hogar peruano haya una de estas plantas. Así
que ya saben, chicos, planten sus pallares y cuando los cocinen, sancóchenlos
algo más de lo que se hace con los pallares “modernos”, o si no, no les
quedarán bien.
V
Colofón
Ahora que acabo me doy cuenta, como siempre, que
me faltan cosas qué decir. Seguro para eso son los colofones. No dije que la palabra “pallar” dicen que
viene del muchik pajek o pegyec que
significa “noble guerrero moche” o “guerrero que se encarga del enemigo”. También se me olvidó que para que Carmen y su Banda lograran esta maravilla lograron la colaboración de muchas personas e instituciones, como la Doctora Inés del Águila, Consuelo González, Ricardo Morales, Ulla Holmquist y muchos más. Y hay muchos más, aunque con seguridad algunos que deberían haber estado no están. Ellos se lo pierden. Hasta
la próxima.
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