CRÓNICAS DE LECTURAS – 21
LEER LA BIBLIA (II)
I
Leer desde diversos ángulos
Es inevitable ver la Biblia como texto sagrado, pero ella no
es sólo la histórica depositaria de una Verdad Trascendente para diversas
confesiones religiosas. Posee otras dimensiones, y desde el Concilio Vaticano
II nadie se irá al Infierno por leer la Biblia
desde lo histórico, historiográfico, sociológico o literario, así que
podemos adoptar estos ángulos sin riesgo. En anterior Crónica nos referimos a Moisés, el Hagiógrafo por excelencia, a
quien la tradición le encaja la improbable autoría de todo el Pentateuco o Torah. Pero vimos que había más hagiógrafos en la danza. Y tras el
ingreso del pueblo de los hebreos en la gran Historia, más aún. En el Antiguo Testamento, el elohista del Génesis, el Rey David de
los Salmos, el Qohelet o Predicador del
Eclesiastés pueden equipararse con Homero, Dante o Shakespeare, por
oficio literario y por la universalidad de sus mensajes. Los hagiógrafos hacen
épica para narrar la Creación del Mundo, lírica en la lamentación y la
deprecación, reflexionan sobre el mal en el mundo y la brevedad de la vida. A
estos temas universales que todos enfrentamos la religión les aporta su visión,
los libros sagrados tratan de responder a las necesidades humanas espirituales
más básicas, incluso si no se arrogan ser la palabra certificada de un Dios
personal. Para efectos de guía en la peripecia de la Vida, y por su atención a
la múltiple condición humana, la Biblia
le resulta esencial, directa o indirectamente, a vastas cantidades de personas.
A pesar de todos los esfuerzos por ocultarla y volverla arcano, durante siglos
la Biblia, como el Qurán y los poemas homéricos, se usó como libro de texto, con el que se
aprendía a leer y escribir, y hoy en varias confesiones religiosas se tiene en
mucho conocerla al detalle y citarla con exactitud y precisión. Se podrá estar
a favor de ella o en contra de ella, pero según parece, no sin ella.
En cuanto a la universalidad de
los mensajes que construyen nuestra humanidad, no se puede encontrar
actualmente en Occidente algo comparable a la Biblia. Desde una muy distinta perspectiva los poemas homéricos aún representan ciertos valores universales más o
menos contrapuestos a los bíblicos, pero en la actualidad La Ilíada y la Odisea son obras irremediablemente anacrónicas, no nos dicen lo
mismo que le dijeron a los ilustrados griegos y romanos de la Antigüedad, y si
bien gozan de un sólido prestigio en el núcleo de la tradición Occidental, los
valores que los presiden conservan su validez solo relativamente. Han perdido el
aura sagrada de cuando fueron recitados y escritos. Desde hace siglos los
valores homéricos se han subsumido en los cristianos, que los transmuta y
subordina a los valores supremos expresados en la Biblia. Para hallar algo parecido tendríamos que bucear en los
libros sagrados de otras confesiones. Y, por cierto, hay épocas en la vida en
la que esta búsqueda se impone, cuando tratamos de conocer mejor para fijar
nuestras creencias. Buscamos entonces esos libros, a ver qué nos dicen. Mi
búsqueda personal me llevó a pasearme por el Corán o Qurán; el Libro de Mormón; el Bhavagad-Gita,
centro mismo de la gran epopeya hindú Mahabharata;
el Tao-Te-King; e información suelta
sobre el Budismo, el Taoísmo, el Baha´ísmo y otras religiones. Cuando me tocó
vivir la curiosidad al respecto no existía aún la Internet, esa cosa que en un
click nos da lo que busquemos, y así esta búsqueda y reflexión se prolongó en
mi caso durante varios años, lo que en sí no fue tan malo. En un tema tan
espinoso como el de las propias creencias morales y religiosas, conviene
detenerse cuanto sea necesario y usar lo más masivamente posible de las
neuronas que Dios nos ha dado. Y, como decía un sacerdote amigo mío, darle su
tiempo y su espacio al Espíritu Santo para que actúe.
II
Multiplicidad ético-moral y el problema del Monoteísmo
La Biblia presenta múltiples puntos de vista ético-morales, a veces
opuestos entre sí. En parte ello explica las divisiones e interpretaciones que
produjeron cismas del tronco original cristiano casi desde el principio, y
explica también el intento de mantener una ortodoxia más o menos permanente a
través de los tiempos. Es un tema delicado: Basta asumir explícita o
implícitamente una parte del Libro Sagrado como más importante que otra, para
privilegiar un punto de vista sobre otro y muy probablemente entrar en
conflicto con los que sostienen la mayor importancia de otras partes. Según
parece esto fue lo que pasó con la Iglesia Cristiana durante unos dos siglos y
medio, justo antes que el Emperador Constantino pusiera orden y resolviera ciertos
impases en el Concilio de Nicea con unos cuantos puñetazos en la mesa. Y eso
que este es solamente uno de los muchos problemas de las Ortodoxias que se
apoyan en Textos. En dos mil años de experiencia de tratar con la Biblia – y para los Judíos mucho más –
la sensatez no ha sido la norma en un texto que es igualmente sagrado en todas
sus partes. La diversidad de interpretaciones ético-morales ha servido para
justificar la defensa de los coyunturales intereses nacionales, sociales y
económicos del momento, en verdad muy poco o nada vinculados con el problema de
la Salvación Eterna. Parece que una parte indisoluble de la Fe de ciertas
personas es considerar sin matices a la Biblia
como Palabra de Dios, y así es que terminamos enfrentados a diversos Yo-Soy.
Y de éstos, el más peliagudo, complicado y fastidioso es el Yahvé Sebaot – Dios de los Ejércitos –
que los hagiógrafos presentan prepotente, terminante y horriblemente vengativo,
que ordena cometer matanzas, genocidios y anatemas, llevado de una ira a la que
nuestra mentalidad de hoy se resiste. Se le encuentra sin disfraz alguno en el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio;
pero de uno u otro modo le seguiremos encontrando a lo largo de todos los
Libros de la Biblia mostrando el
difícil tránsito de los hebreos hacia el monoteísmo. Una de sus últimas
menciones está en el Nuevo Testamento,
en la Epístola de Santiago: El salario de los trabajadores que
cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las
quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Dios de los Ejércitos
(Santiago, 5, 4), y así distinguimos como los siglos transmutaron al Vengativo
Dios del Pentateuco en un Dios
Justiciero en Este Mundo y en el Otro; de modo que si antes era un Dios de Unidad
Nacional, ahora resulta poco menos que Dios Universal de la Lucha de Clases: ¿Creéis que estoy aquí para traer paz a la
tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una
casa y estarán divididos tres contra dos, y dos contra tres … (Lucas, 12,
51-52).
Es posible que las
contradicciones que se nos patentizan en la Biblia
obedezcan a los contactos y choques entre principios contrapuestos, en el
tratar de expresar la Contradicción como un solo Concepto. Desde el
racionalismo tratamos en gran medida con conceptos unívocos, cuando lo
universal ha sido y es “separar uniendo” dualmente las cosas, tal vez es un
error considerar como Unidad lo que siempre es Dos: Las dicotomías Bien – Mal,
Ser – No Ser, Día – Noche, Bien – Mal, Varón – Mujer, Vida – Muerte, Padre –
Hijo, etcétera, son patentes a todos los humanos y con ellas entendemos y
ordenamos nuestro mundo. La expresión de estas dualidades evoluciona a lo largo
de los Libros de la Biblia: Al
principio, como en el Evangelio de Juan,
está el Verbo, la Palabra, (En el
Principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios.
/ Ella estaba ante Dios en el principio. Por Ella se hizo todo, y nada llegó a
ser sin Ella. - Juan, 1, 1-2); y en el Génesis,
Dijo Dios: Haya Luz, y hubo luz.
(Gén. 1, 2). El Verbo es una Palabra que se hace Acción, y así se plantea el
problema: Los hagiógrafos nos ofrecen desde el mismo inicio del Génesis el final de su proceso hacia el
Monoteísmo, porque el Yahvé / Elohim
/ Adonai Omnipotente y Creador del
Cielo y la Tierra, el del Diluvio, el que confundió las Lenguas en Babel, el
Libertador de las Cadenas de Egipto, el que separa el Mar Rojo, el
Incomparable, el Celoso, el Único (Shemá Israel, Adonai Eloheinu Adonai Ejad = Oye,
Oh Israel, El Señor es Nuestro Dios, el Señor es Uno – Deuteronomio, 6,
4); no parece ser el mismo Dios de Abrahán,
de Isaac y de Jacob, Dios de agricultores de secano, de pastores y cazadores que
de a poquitos se impone a los de otros pueblos conforme los hebreos toman
control de Canaán (¿No tienes ya todo lo
que tu dios Camos te ha dado? Igualmente nosotros tenemos todo lo que Yavé,
nuestro Dios, nos ha dado en posesión – Jueces, 11, 24); ni parece de hecho
el Padre Amoroso de la predicación del Cristo,
en el Nuevo Testamento. Desde el
principio hay idas y tornas: Para fijar un primer canon de la Biblia utilizable para el culto, hubo
que esperar que hubiera un estado hebreo, y ello tuvo sus bemoles: El Rey Salomón, hijo de David, no era muy ortodoxo y aceptó otros dioses aparte de Yahvé, pero como era el Rey no le
pidieron pasaporte, y tras su muerte la crisis estalló y Judá e Israel se
separaron por el problema de si Uno o Muchos Dioses, lo que en la práctica era
la lucha entre diversas facciones y sacerdocios.
El Monoteísmo no te deja claro el
grave problema de Quién es el Malo de la
Película. El Dualismo lo resuelve fácil en la zoroástrica contradicción Ormuz / Ahrimán, en el universal
conflicto donde Hombres, animales y plantas toman partido: Si tú eres buen
súbdito y soldado leal del legítimo Rey, agricultor que paga sus impuestos,
eres de Ormuz; si en cambio eres
extranjero, idólatra, nómade, eres de Ahrimán;
y el mundo así es simple de entender. Pero viene el Monoteísmo y, ay, todo lo
complica al tener que lidiar con un Dios que Todo lo Puede, pero que admite,
permite o atraca lo Malo en el mundo. La asociación Dios-Bien no queda clara, ni
tampoco el rol del espíritu maligno (Diablo,
Demonio, Satanás, Luzbel, Mefistófeles, Belcebú = Baal Zebub = Señor de las
Moscas, título de una novela de William
Golding), porque este espíritu maligno debe desplegar un gran poder, ma non troppo, pues de otro modo ni se
entiende la Omnipotencia Divina, ni se establece el Principio del Libre
Albedrío. Así que no la tenemos tan fácil como los zoroastras en lo
ético-moral: No basta con trazar una raya diciendo: Aquí lo Bueno, allá lo
Malo. Como dice la gran filósofa Mafalda
de Quino: el problema es cómo apechugamos con lo malo que tiene lo
bueno, y lo bueno que tiene lo malo. El Dualismo y el Monoteísmo tienen sus
límites para explicar el mundo, y así va la vaina desde varios milenios.
III
El Libro de Job, y el Qohelet o Predicador:
Vanidad de
Vanidades
En el Libro de Job, Dios hace apuestas con el Enemigo, el mismísimo
Diablo, nada menos. Y parece que se regodean harto en el asunto, con los seres
humanos en el desastrado papel de carne de cañón. Cuán fuerte se instaló esta
visión en el inconsciente occidental, lo demuestra el prólogo del Fausto de Goethe, así como innumerables historias: Job, sin saber leer ni escribir, es reducido a la abyección y se le
destroza la vida, por una apuesta. Se justifica sin lugar a dudas que el
atribulado se pregunte ¿Por qué no morí
en el seno y no nací ya muerto? (Job, 3, 12), pero como en el Féisbuk, no
le faltan bien pensantes que le presentan diversas opciones más o menos
tibionas, pero Job defiende la
pertinencia de su pregunta y la justicia de su causa (Ojalá se escuchara mi ruego y Dios me concediera lo que espero, / que
por fin se decida a aplastarme, que deje caer su mano y me suprima. / Al menos
tendría consuelo … - Job, 6, 8-10). Si te gusta la Biblia, no puedes dejar de leer como Job aborda una cuestión tan esencial en el devenir humano como el ¿por
qué recuernos a mí me tiene que pasar esto? Al final la cosa se pone
color de hormiga cuando se aparece el mismo Dios a poner orden, y de hecho ni
se molesta en contestarle a Job, sino
que de frente lo cuadra y lo ridiculiza: Amárrate
los pantalones como hombre: voy a preguntarte, y tú me enseñarás. / ¿Dónde
estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¡Habla si es que sabes tanto! –
Job, 38, 3-4. No hay respuesta alguna al ¿Por
qué a mí? y la vaina queda en un incómodo veremos, envuelto en un Misterio
que no comprendemos, con lo que nos dejan en Pindinga, lugar cercano a Babia. Tal
vez haya sido hasta considerado de parte del hagiógrafo dejarlo así, porque
quizá, como Job, lo sabio sea sufrir
el azar con paciencia, aceptar lo que no entendemos ni podemos cambiar,
inclinarnos ante lo inevitable … Reconozco
que lo puedes todo, y que eres capaz de realizar todos tus proyectos. / Hablé
sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores
a mí. / Yo te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. / Por
esto, retiro mis palabras y hago penitencia… – Job, 42, 2-6 … ¿O no?
Pero el asunto no acaba aquí. De
hecho no ha hecho sino empezar: En el Eclesiastés
sangra la misma herida abierta en Job:
No hay Razón, dice el Qohelet, el Predicador,
no hay razón, y todo es absurdo – Ecl. 1, 2, como se traduce en la Biblia Latinoamericana de 1972. La de 1995 dice ¡Esto no tiene sentido! Decía Qohelet, ¡esto no tiene sentido, nada a
qué aferrarse! Y ambas traducciones tratan de transmitir en castellano el
sentido de lo que la Biblia de Jerusalén
traduce como ¡Vanidad de Vanidades! –
dice Qohelet - ¡vanidad de vanidades, todo vanidad!. El Eclesiastés es mi libro preferido de
toda la Biblia, quizá por su visión
pesimista de la vida y del hombre: ¿Qué
le queda al hombre de todas sus fatigas cuando trabaja tanto bajo el Sol? –
Ecl. 1, 3; constatando una verdad que atraviesa también la gran poesía de los Rubaiyat, del persa Omar Khayyam, de contexto cultural parecido: Si la vida es breve y
absurda y no tiene sentido, entonces … ¿qué hacemos en el tiempo de vivir que
tenemos, en esta vida que no sabemos bien qué es, pero que es tan dulce y no
queremos que se acabe? Después de todo Me
dije: Si la suerte del insensato es también la mía, ¿qué he ganado con mi
sabiduría? Y también en esto he visto que uno se afana por nada (Ecl. 2,
15). Las peripecias de la vida hacen sabio al Qohelet o Predicador, en buena cuenta alguien que
decide no esperar nada. El Libro de Job
empieza con una apuesta y termina en la entrega del Yo al Dios que no
entendemos; el Eclesiastés empieza y
acaba constatando el absurdo de que el último y amargo destino de los humanos sea
la muerte que debe ser aceptada sin más. Pero allá atrás hay una velada
esperanza: Acuérdate de tu creador en los
días de tu juventud, antes que lleguen los días malos, y los años que se
acercan, de los cuales dirás: `No espero más de ellos` / antes que se
oscurezcan el sol, la luz, la luna y las estrellas, y que vuelvan las nubes
apenas haya llovido (Ecl. 12, 1-2). La muerte se vuelve una parte de la
vida, un descanso de este servicio militar, una amiga que nos libera del
absurdo: El hilo de plata no llegará más
lejos: dejaron de hilarlo; la lámpara de oro se rompió, se quebró el cántaro en
la fuente, y cedió la polea del pozo. / El polvo vuelve a la tierra de donde
vino, y el espíritu sube a Dios que lo dio (Ecl. 12, 6-7). Y así el Qohelet aconseja mesura y equilibrio, a
diferencia de Khayyam, que quiere la
orgía, el vino y el amor: Sin amor y sin
vino la vida es nada. Nada / es sin el dulce canto de la flauta de Irán. / Sólo
dos cosas valen en ella, según veo: / la fiesta y el placer, y lo demás es nada
(Rubaiyat 113). Ascetismo y Desenfreno responden a la misma pregunta, son más
cercanos de lo que parece, aunque donde el uno se resigna a no saber, el otro
trata de avanzar. Como que el Qohelet
no quiere dejar la cosa en veremos, y deja sembrada la idea de la Resurrección,
única solución a la vista de la sangrante contradicción mostrada en Job. El Qohelet y Khayyam se
parecen también, donde uno dice Goza de
la vida con la mujer que amas, todos los días de tu vida fugaz (Ecl. 9, 9);
el otro Olvida la sapiencia de los
sabios, y enrédate / en el sedoso pelo de una mujer bonita (Rubaiyat 121).
Pero si me preguntan, prefiero un Qohelet
que se adentra en el vacío con coraje a un Khayyam
que no se atreve a rozarlo, escondido tras una copa de buen vino. O ambos
tienen razón, porque hay un tiempo para
cada cosa, y un momento para hacerla bajo el cielo. (Ecl. 3,1).
IV
Rey, Guerrero y Poeta: David y los Salmos
David fue Rey de Israel en Jerusalén, poeta y místico de primer
orden. Su vida se narra en los Libros de Samuel,
de Reyes y en las Crónicas o Paralipómenos., que repiten la misma Historia de los Reinos de
Israel y Judá, pero desde distintas perspectivas. Las Crónicas son relato oficial disfrazado de registro objetivo; en
cambio el elohista – hagiógrafo
probable de Samuel y Reyes – es un crítico que cuenta lo que
el oficialismo calla, y juzga y valora desde la Religión, no desde la Política,
al modo de un historiador independiente. En Segundo
de Samuel y en Primero de Reyes hay la mejor biografía del poderoso David, Rey de Israel en Hebrón y en Jerusalén, en sus triunfos como
en sus debilidades: Lo vemos así permitiendo al intrigante Joab – Montesinos de la época, poder detrás del trono - que asesine
al leal Abner; mandando matar a Urías por satisfacer su lujuria con la
guapa Betsabé; dejando sin castigo
la violación de su hija Tamar por su
hijito consentido Amnón; derrotado
por último por otro consentido, Absalón.
David como Gobernante muestra
astucia y ausencia de escrúpulos, lo que el elohista refleja en el amargo Discurso de Semeí dirigido al propio David
en huida: Vete, vete, hombre sanguinario
y perverso. / Yavé hace recaer sobre tu cabeza toda la sangre de la familia de
Saúl, que masacraste. Así como tú le quitaste el trono a Saúl, así también Yavé
se lo ha dado a tu hijo Absalón. Tú eres un criminal, por eso te persigue la
desgracia (2 Samuel, 16, 7-8). David
acepta el designio de Yavé, y cuando los cortesanos quieren cortarle la
cabeza al incómodo Semeí, David apunta: Déjenlo que me maldiga si Yavé se lo ha mandado (2 Samuel 16, 11).
El elohista presenta así no a un David oficial, héroe de cartón, sino al
ser humano en sus complejidades y circunstancias. David, juzgado por los parámetros actuales, es un político
marrullero y veleta, con un evidente interés por el poder y un maquiavelismo que
roza la traición. Pero ahí lo tenemos igual de paradigma, porque son los
vencedores los que escriben la historia.
Pero yo se lo perdono, porque el
poeta David es magnífico en lo
épico, lo místico y lo lírico. Su poesía se alimenta de su experiencia, es un
poeta natural, que recita sin saberlo, empezando por su magnífica respuesta al
reto del gigante filisteo Goliat: ¿Quién es ese filisteo incircunciso que
insulta así a los batallones del Dios Vivo?
(1 Samuel, 17, 26). Tras vencer a los filisteos, David se mete de costado en la familia real al casar con Micol, hija del Rey Saúl, pero su afecto se dirige más
bien a su cuñado Jonatán. El Rey Saúl le envidia y le odia, mas David y Jonatán son hermanos de armas y
comparten espíritu y temple: Vete en paz
(David), ya que nos hemos comprometido en nombre de Yavé, que Yavé esté entre
tú y yo, entre mi descendencia y la tuya, para siempre. (1 Samuel 20, 42). David escapa así del odio de Saúl y se
interna en la precaria existencia del guerrillero y soldado de fortuna. Pero
cuando Saúl y Jonatán mueren en Gelboé a manos filisteas, David recita su doloroso Canto Fúnebre: Ay, la gloria de Israel pereció en los montes / ¿Cómo cayeron los
héroes? / (…) / El arco de Jonatán no retrocedió jamás ni la espada de Saúl se
blandía en vano / (…) / Eran más ligeros que águilas, más fuertes que leones /
Por ti estoy apenado, Jonatán, hermano mío, por ti, a quien tanto yo quería. Tu
amistad era para mí más maravillosa que el amor de las mujeres … (2 Samuel 1, 19-26). Se ha especulado
homosexualidad, olvidando la hipérbole tan común en Oriente, y el contexto
fúnebre. Algunas interpretaciones se acercan más a nuestras ideas preconcebidas
que a los hechos. Otros poemas de David
son de tema religioso, como el de 2 Samuel, 22, 2-51: Yavé es mi roca y mi fortaleza, mi libertador y mi Dios, e inspiran
los hermosos y sentidos Salmos. La
experiencia de vivir a salto de mata se refleja en las súplicas a Yavé en el peligro, al ruego de su
fortaleza y guía en medio de la tribulación, en la confianza que está con
nosotros: Los cielos cuentan la gloria de
Dios, / la obra de su mano anuncia el firmamento (Salmo 19, 1); Dios mío, de día clamo, y no respondes, /
también de noche, no hay silencio para mí / Más tú eres el Santo, / que mora en
los laúdes de Israel / En Ti esperaron nuestros padres, / esperaron y tú los
liberaste … (Salmo 22, 3-4); El
Salmo 23 es popular en los países anglosajones: Yavé es mi pastor, nada me falta / (…) /Aunque pase por valle
tenebroso, / ningún mal temeré, porque Tú vas conmigo / tu vara y tu cayado,
ellos me sosiegan (Sal 23, 1, 4). El Salmo 51, el Miserere, lamenta el peso
de los pecados, ruega el perdón en la última hora (Ténme piedad, oh Dios, según tu Amor, / por tu inmensa ternura borra mi
delito, / lávame a fondo de mi culpa, de mi pecado purifícame. – Sal 51,
3-4) y se ha rezado innúmeras veces a lo largo de los siglos por todos los que
sólo a Dios pueden recurrir en su desesperanza, en especial los moribundos (Retira tu faz de mis pecados / borra todas
mis culpas / (…) / El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; / un corazón
contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias. Sal 51, 17, 19). David no fue el único Salmista, están Asaf, los hijos de Coré – posiblemente un Coro permanente -, y el Maestro de Coro, aunque muchos Salmos
aparecen sin autor y serían creación colectiva, como el Salmo 137, de la
Deportación a Babilonia, la famosa Balada del Desterrado: A orillas de los ríos de Babilonia /
estábamos sentados y llorábamos, / acordándonos de Sión. / (…) / ¿Cómo podríamos cantar / un canto de Yahveh /
en una tierra extraña? / ¡Jerusalén, si yo de ti me olvido, / que se seque mi
diestra! / ¡mi lengua se pegue al paladar / si de ti no me acuerdo! (Sal 137, 1, 4-6). En la larga historia de
desarraigos y persecuciones del Pueblo Elegido, este Salmo debe haberse cantado
en Sinagogas y hogares, musitado con fervor por los rabís, exultado por
aquellos que retornaron a la Tierra Prometida y vieron nuevamente la Colina de
Sión. La historia del Sionismo que ocurrió después, disculpen, no tiene
demasiado que ver con la Biblia.
IV
Colofón
Termino así esta segunda Crónica
sobre Leer la Biblia. En las siguientes seguiremos en el mismo estilo, picando de
aquí y allá. Como decimos siempre: Lee
lo que quieras, como quieras, donde quieras. No te prives.
Viene de LEER LA BIBLIA Parte 1: http://memoriasdeorfeo.blogspot.com/2013/03/cronicas-de-lecturas-18-leer-la-biblia-i.html
Ir a LEER LA BIBLIA Parte 3: http://memoriasdeorfeo.blogspot.com/2013/03/cronicas-de-lecturas-22-leer-la-biblia.html
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