Crónicas de Lecturas - 82
Lecturas Prohibidas - I
I
El Acto de Prohibir, para Dummies (Parte Uno)
Iba a titular esta Crónica
“Libros Prohibidos”, pero pensando pensando me tropecé con que lo que le
interesa prohibir a quienes poseen el poder de prohibir no es el libro, que
suena feísimo en un mundo orientado a la democracia liberal o cuando menos donde
mucha gente se cree el cuentazo. Lo que interesa prohibir o cuando menos
dificultar es el acto de leer. El genial Bradbury
comentando su Fahrenheit 451 decía
con donaire que no se necesita quemar bibliotecas, sino despoblarlas. Parece que
viene a cuento describir algunos de tales modus
operandi para prohibir la lectura en tiempo real, porque el pasado no está
tan muerto como usualmente se cree. Una decena y pico de años atrás, por
ejemplo, se publicaba en el Perú el Informe
de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (in extenso, acá: http://www.cverdad.org.pe/ifinal/),
y dada la inexistencia de relatos del tiempo de la Lucha contra el Terrorismo
la fuente parecía inatacable. Pero se visibilizó clarito el interés por
invisibilizar una buena mitad de ese período: el de la violación masiva y
descarada de los Derechos Humanos. Los que trataban de esconder el sol con un
dedo no nos daban nada a cambio, pretendían ni más ni menos que no leamos ni
averigüemos ni aprendamos, y de preferencia que tampoco pensemos. Toda la
alternativa que presentaron era creerles a ellos y a su versión limitada,
desaprensiva, atrabiliaria, parcial y sesgada. En varias polémicas que sostuve en
espacios virtuales – relativamente fáciles de encontrar por poco que se busquen
– respetables oficiales en retiro de ciertos Institutos Armados demostraban
seguir estacionados mental y emocionalmente en la Guerra Fría, y decían con
todas sus letras que el Informe podía ser elaborado y almacenado en Archivos y Bibliotecas
para su consulta por los futuros historiadores del siglo XXX, suponemos, pero
que era inadmisible que fuera leído libremente por la gente. Tal censura
disimulada está de moda cuando un texto le pisa los callos al poder.
En 1440 se produjo la diabólica
invención de la Imprenta de Tipos Móviles por el conocido radical y subversivo
comunista Johann Gutenberg. La
Iglesia y el Estado, desde premisas diferentes, estaban bien advertidos de los
riesgos que envuelve que la gente lea y, Dios no lo permita, piense con libertad.
Es común asociar Libre Examen con Imprenta, pero las primeras normas para
regular la Imprenta y proteger los grandes capitales vinculados a la empresa en
Italia y Europa son muy anteriores a Martín
Lutero. El Imprimátur al que me
he referido en otras Crónicas fue establecido por Inocencio VIII (Papa de raras habilidad y astucia, nada “Inocencio”,
por cierto) en 1487, y duró casi medio milenio. Entretanto, las primeras normas
de la República de Venecia de 1469 salvaguardaban los intereses comerciales de
los impresores. Se evidencia así desde temprano la unidad de intereses entre el
poder económico y el poder político en los medios de comunicación, que se
potencia hacia 1540 gracias a la aparición de un enemigo común: La Reforma y su
indeseable Libre Examen. Como es obvio, hay dos maneras de lograr que la gente
no lea, una es no imprimiendo libros y la otra prohibir leerlos. Pero como la
Imprenta es un negocio y los intereses comerciales terminan por imponerse, el
paso de la prohibición de leer a la de imprimir se vio como signo de
civilización, y de bárbaro se tildó al que reprimiera el ejercicio de la
lectura. El malhadado Humanismo fue el culpable de esta vuelta de tuerca, que dio
alas a los pensadores y utilizó artera e insidiosamente la Imprenta para
difundir su material atentatorio contra la autoridad divina y humana, atreviéndose
incluso a aspirar a la peligrosa utopía de la societas litteratorum, apoyada en los libros y en la libertad de
ejercer el llamado ars scribendi
artificialiter.
II
El Acto de Prohibir, para Dummies (Parte Dos)
A principios del siglo XV la
situación estaba inclinada a favor de los scribendi.
Quemar prójimos como Jan Huss o Giordano Bruno estaba muy mal visto y la naciente opinión pública
no lo consideraba cristiano. Parecía momento de hablar, y de hablar alto: Martín Lutero clava sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia de
Wittenberg en 1517 porque sabe que se las van a leer y sabe que tendrán
impacto, y desde entonces ya no habrá vuelta atrás. Pese a excomuniones,
represiones y prohibiciones, la Iglesia Católica no consiguió detener la
progresión de las ideas de Lutero y otros reformadores, igual como no puede
detener hoy a fuerza de represiones que sus fieles usen anticonceptivos o
practiquen el aborto, y de entonces acá continúa en retirada. La unidad del
cristianismo se hizo trizas cuando por vez primera en Occidente el Pueblo hizo
saber que no cumpliría otra ley que la que ellos mismos aceptaran. La Lectura había
derrotado a la Autoridad: En 1519 el editor y librero Giovanni Froben informaba a Lutero
que sus escritos aparecían en toda Europa como los hongos después de la lluvia
y que incluso ilustres caballeros italianos “devotos de las musas” compraban
ediciones populares y las repartían por miles gratuitamente en las ciudades: No lo hacen por hacer dinero sino para
ofrecer apoyo al renacimiento de la piedad cristiana. La Iglesia no toleró
esto por mucho tiempo, y acusó a los editores de materialismo y corrupción (Algunas
estrategias no cambian aunque pasen los siglos). Pero como suele ocurrir el mal
había contaminado a los de adentro también: católicos sinceros conformaban una resistencia
interna, creando tendencias espirituales de retorno a las enseñanzas del Cristo
de los evangelios, y rechazaban la opulencia y el decaimiento moral en los
prelados. En 1515 el papa León X establecía
la censura previa para Occidente, según lo
acordado en el V Concilio Lateranense, que prohibió imprimir libros
sin autorización episcopal. La orden se aplicó ipso facto con la ruptura de la cristiandad por la Reforma. En
1523 Carlos V prohíbe difundir la obra luterana en España y
Alemania, y en 1524 Clemente VII extenderá
la prohibición al resto del mundo. Pero en el annus horribilis de 1527 la soldadesca germana de lansquenetes
protestantes de Carlos V saqueó
Roma, lo que se interpretó urbi et orbi
como castigo de Dios sobre la impiedad de la Iglesia Católica. El trauma trajo
un efecto aún visible en la estructura eclesial: Reforma hacia adentro, Contrarreforma
hacia afuera.
En 1538 el Papa Pablo III (Alejandro Farnesio) delineaba los primeros rasgos de una Reforma
interna en profundidad, y esa Reforma ya incluía en su primera fase ese enojoso
asunto del control de los Libros. Dos posiciones entraron en conflicto durante
el decisivo Concilio de Trento (1542 – 1564): Los “renacentistas”, con el Papa Farnesio, apoyaban los esfuerzos
conciliadores y unificadores del Emperador Carlos
V, y esto significaba dar pasos concretos hacia la tolerancia y la
convivencia, y quien sabe así podría ser posible la reunificación de la Iglesia
de Cristo. Por el otro lado, los “contrarreformistas”, con el Papa Caraffa (Pablo IV), uno de los autores del primer intento de censura,
representaban la posición dura del no compromiso y no aceptación de nada que
viniera del protestantismo, con los que se asociaba los libros y la lectura,
incluso en su variable humanista católica. En el Concilio las posiciones
terminaron por unirse en la formulación de estándares morales conservadores que
proporcionarían la base para la censura y prohibición de lecturas. La Iglesia sólo
era autoridad en los Estados Pontificios, y necesitó organizarse para ejercer
el control moral que permitiera censurar la lectura. Así se fundó en 1542 la Congregación para el Santo Oficio de la Inquisición (o
deberíamos decir refundó, había habido antes otra), y en 1572 la Sagrada Congregación para el Index Librorum
Prohibitorum. Pareciera que tenemos que encontrar la motivación de todo
esto en el miedo a que las bases de la autoridad se desvanecieran, el miedo a
la desorganización del mundo, el miedo a perder el poder.
III
La Prohibición por las Iglesias
Retrocedamos un poco en busca de tendencias
generales: El Concilio de Nicea, en 325 d.C. no se limitó a establecer el Credo
de la Fe Cristiana, también inició la seguidilla de condenas, prohibiciones y
quemazones de escritos considerados paganos, herejes y/o cismáticos. La
prohibición se extendía a los discípulos y seguidores del condenado en
cuestión, tal vez la más famosa sea la condena a Arrio en la misma Nicea, pues el arrianismo casi desplazó a la
doctrina ortodoxa, y para desplazarla a ella los prelados recurrieron a la manu militari del emperador Constantino. La lista de herejías y
escritos relacionados a lo largo de los siglos es tan grande que me libero de
la obligación de mencionarlas una por una, quizá le dedique en su momento
alguna otra Crónica. Que baste con señalar que las Biblias en las que basaban sus ideas más sus escritos propios eran
sacados de la circulación para evitar que sus pestíferas ideas influyeran sobre
la masa de los creyentes: Tal era el objetivo final, relativamente sencillo de
alcanzar pues nunca había demasiados ejemplares de dichas obras, que debían ser
copiadas a mano, y cuya posesión era casi indicio seguro de pecado. Por ello la
quemazón de libros era más bien simbólica, a veces junto a la quemazón de los
cuerpos vivos de sus autores, ya mencionamos a Bruno y Huss. Este
simbolismo lo heredarían algunos sucesores en la historia, como el Partido Nazi
de Alemania, también entusiasta en esto de quemar libros para sentar
posiciones. En todo caso, la imprenta lo cambiaba todo, ya no se podía
pretender que una quemazón de libros eliminara el problema; y más aún, matar al
autor podía convertirlo en mártir. Por ello el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, dentro de la
vigilancia general a que sometía a los fieles, observaba con suma atención qué
decían o escribían, lo que indicaba con bastante seguridad qué pensaban y sobre
todo qué leían. En Los Anales de la
Inquisición en Lima (1863), de Ricardo
Palma, se describe con sabor criollo y librepensador el cómo la Inquisición
vigilaba a la sociedad del Virreinato del Perú, encuéntrala aquí: https://archive.org/details/analesdelainqui00palmgoog.
La novela histórica La Gesta del Marrano
(1991) de Marcos Aguinis mira el
asunto desde la perspectiva mucho más dramática del heroico perseguido Francisco Maldonado da Silva, bájala desde
aquí: http://inabima.gob.do/descargas/biblioteca/Autores%20Extranjeros/A/Aguinis,%20Marcos/Aguinis,%20Marcos%20-%20La%20gesta%20del%20marrano.pdf
Las prohibiciones y controles
“invisibles” fueron así más rastreras e insidiosas, “prevenían” el problema.
Las restricciones aplicadas a la producción de libros implicaban vigilar las
Imprentas. Y por cierto, cualquier parecido con circunstancias análogas
actuales NO es coincidencia y tiene exactamente el mismo propósito. Ahora bien,
vale la pena dejar claro que este asunto no puede achacarse a una sola iglesia
con preferencia a las demás, ni yo ni nadie conocemos Iglesia tan tolerante que
acepte las obras que la atacan, o atacan alguno de los dogmas en los que se
sostienen. Y donde la censura resulta peor es donde se junta el Estado con la
Iglesia. Pruebas al canto hay miles, señalemos sólo algunas de las
contemporáneas: Los Versos Satánicos
de Salman Rushdie desataron una ola
de histeria colectiva y prohibiciones en los países musulmanes al tocar el Corán. Leer Jinnah de Pakistán, de Stanley
Volpert se prohíbe en dicho país desde 1982 pues el musulmán Mohamed Alí Jinnah, padre de dicha
nación, disfrutaba su chicharroncito de chancho acompañado de algún vinito aloque, menú que para el Islam parece inadmisible.
La relación del Islam jurídico con la mujer se critica en No sin mi hija de Betty
Mahmoody, y fue prohibida en el Irán de los Ayatollahs desde 1990. No se crea que por acá en el Occidente
cristiano o en América Latina estamos mejor, sólo la hacemos distinta: Tendemos
no a la censura directa y escueta, sino a la vergonzante y medio escondida
adoctrinación y manipulación de ciertos sectores sociales a través del control de
la Educación, o al empleo del aparato del estado para la censura disimulada – o
no tanto - de las lecturas consideradas peligrosas. Las Peregrinaciones de una Paria de Flora Tristán y las obras de Clorinda
Matto de Turner fueron quemadas en plazas públicas y a sus autoras les
hicieron cuadritos la vida, eso solamente por mencionar dos casos del Perú
republicano. Durante decenios ser liberal, librepensador, anarquista, socialista,
o a veces sencillamente humano, pasaba por denunciar y combatir la connivencia de
la Iglesia con el estado para la censura, connivencia que en diversos aspectos
aún subsiste, y que fue extremadamente marcada en el mundo hispano, en particular
durante el régimen franquista en España.
Por cierto, y para los que crean
que le pego demasiado a las Iglesias, espérense a la segunda parte de esta
Crónica, donde le pego al Estado.
IV
El Índex
El Índex librorum prohibitorum,
Índex Expurgatorius o Índice de libros prohibidos es la
lista de publicaciones que la Iglesia Católica entendía como perniciosas para
la fe, sea porque la atacaran, la ofendieran, la criticaran o la minaran
actuando sobre la Moral de los fieles. Lo primero fue las normas y criterios
para censurar libros, con el efecto buscado declarado de evitar que los tales
textos y libros se leyeran, es decir que su contenido actuara sobre la
conciencia de los fieles dificultando así su “salvación”. En la práctica el Índex
servía para elaborar pruebas contra los autores o poseedores de libros
perniciosos. Lo pernicioso no abarcaba únicamente el protestantismo en sus diversas
variantes, sino también a la superstición, la magia, la alquimia, la necromancia
y la astrología. Sin embargo, se observa en las listas de libros y autores censurados
una cierta i-lógica, basada tanto en las necesidades políticas del momento como
en los procesos en que una obra o autor llegaba a alcanzar el honor de ser prohibida. Alguna vez esperamos hallar una historia
de estos procesos que arroje luz sobre el tema. El Índex constaba de tres
listas que agrupaban: Uno - Todas las obras y escritos de un autor prohibido. Dos
- Libros específicos de un autor prohibido. Tres - Escritos específicos de un
autor incierto, como el caso del Lazarillo
de Tormes, cuyo autor parece prefirió prudentemente pasar desapercibido.
Con estas tres listas se abarcaba un Universo de prohibiciones cuya progresiva acumulación
ponía a los intelectuales y fieles en general frente a un dilema insoluble: Para
ser un buen católico debías renunciar a ciertos saberes. Me permito opinar que
nunca estuvo tan amenazada la libertad de
los hijos de Dios por la propia Iglesia.
Entre 1564 y 1571 las listas fueron
elaboradas - a petición del Papa y los
Obispos - por las Universidades, lo que verdaderamente escandaliza, pues las
dichas Universidades no solamente no se negaron sino que fueron incluso entusiastas
en demostrar su adscripción a la fe. Y precisamente por lo complejo de la
situación es que el papa Pío V crea una Congregación al efecto, la que
operó entre 1564 y 1966, en que fue suprimida por el Papa Paulo VI. En sus cuatro siglos de existencia emitió cuarenta
ediciones del Índex, la última en 1948. Para los curiosos, acá la edición de
1612, donde consta la prohibición de toda la obra del sumamente peligroso Desiderio Erasmo de Rotterdam, en el Índex
desde 1500, que amenaza con poner en riesgo la salvación de los lectores del Elogio de la Locura: http://www.uco.es/humcor/behisp/informacion/documentacion/indice_censorio_expurgatorio.pdf.
En la primera versión del Index
Librorum Prohibitorum se prohibía toda versión de la Biblia escrita o autorizada por Martín Lutero, así como las que se
parecieran a ellas o estuvieran escritas en lengua vernácula, con detalle incluso
de la lista de los tipógrafos o impresores vetados por reproducirla. Puede que el
caso que describa mejor el modus operandi
de la Censura sea el de Galileo
Galilei, a quién convocó el Santo Oficio en 1633 para conversar
amigablemente sobre su Diálogo sobre los
principales sistemas del mundo. La obra había pasado la censura, pero tuvo demasiado éxito al ser interpretada como
heliocentrista y a favor de Copérnico.
Galileo parece pensaba que pasaría la
censura por su superior inteligencia y prestigio, y ser protegido del Papa Urbano VIII. Pero la Censura carece
de escrúpulos tanto como de sentido del humor, e igual lo llevó a juicio. Finalmente
el anciano Galileo decidió no
complicarse, pasó por el aro y pronunció la famosa abjuración, tras la que no
pudo evitar murmurar el mítico Eppur
si muove (y sin embargo se mueve).
Si será verdad eso.
Que en el transcurso de los
siglos el asunto no debió ser muy cuidadoso se nota por las inconsistencias, puede
que por la diversidad de políticas aplicadas o los distintos contextos
históricos. Hay autores cuya no-presencia en el Índex extraña, como Arthur
Schopenhauer, Karl Marx o Friedrich
Nietzsche, amplísimamente conocidos por su ateísmo o su hostilidad hacia
la Iglesia Católica. Están, sin embargo, aparte del mencionado Erasmo, Nicolás Copérnico, François
Rabelais, Michel de Montaigne, Giordano Bruno, René Descartes, Blas Pascal,
Thomas Hobbes, Samuel Richardson, Francis
Bacon, David Hume, Denise Diderot, Jean Jacques Rousseau, Heinrich
Heine, George Sand, Honoré de Balzac, Émile Zolá, Anatole France,
Alejandro Dumas, Edward Gibbon, Henri Bergson, Leopold von
Ranke, Auguste Comte, Claude Henri de Saint Simon, Emilio Castelar, Gabrielle D´Annunzio, John
Stuart Mill, Víctor Hugo, Maurice Maeterlinck, Gustave Flaubert, Emanuel Kant, André Gide,
Pierre Larousse, Jean Paul Sartre, y un sumamente largo etcétera.
La elección que el católico tendría que hacer entre la salvación de su alma y el
saber del siglo podría de alguna manera considerarse cuestión de conciencia, si
bien jalando muchísimo la pita, pues parecería que lo que no estaba explícitamente
permitido estaba totalmente prohibido. Pero la sociedad hispanoamericana estaba
tan dominada por la Censura Católica que el precio pagado por no leer ni imprimir
a estos autores fue el retraso, el fracaso y/o la aceptación de la estupidez
como elemento de la salvación personal. Y yo no sabo qué opinará el Buen Dios al respecto.
V
Colofón
En este colofón deseo rendir
homenaje a Sobre el infinito Universo y
los mundos, libro que fue quemado junto con su autor: Giordano Bruno. El crimen cometido fue decir que el Sol era una
estrella, que hay en el Universo un infinito número de mundos habitados por
seres inteligentes. La emoción del descubrimiento llevó a Bruno a proponer una
forma de panteísmo. Estoy seguro que el Buen Dios no va a castigar una visión
portentosa y emocionada de la inmensidad del Universo con las llamas. Hasta
otro día y otra Crónica.
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