martes, 10 de junio de 2014

CRÓNICA DE LECTURAS 83 - LITERATURA INFANTIL (IV) - El Siglo XIX y más allá


CRÓNICAS DE LECTURAS – 83
Literatura Infantil (IV) – El Siglo XIX y más allá

I
El Siglo XIX, y más allá

En el Siglo XIX la Literatura Infantil fija las características que le dan personalidad hasta el día de hoy, los autores se profesionalizan y consideran los intereses y vivencias del niño en su obra, y en definitiva superan la recopilación folklórica y la creación tradicional para escribir historias originales. Entre otros, en 1904 aparece como obra teatral Peter Pan o el niño que no quería crecer, de J. M. Barrie (1860 - 1937). Con Peter Pan el cuento infantil y sus personajes son ya productos comerciales, y por ello aquí empezaría el sancochado de las diferentes versiones, secuelas, precuelas y profuso merchandising asociado. En 1935 Pamela Travers publica Mary Poppins; en 1943 Antoine de Saint-Exupéry saca El principito; en 1945, Astrid Lindgren pone en circulación Pippi Longstockings (Calzaslargas en castellano); en los ´60 Gianni Rodari sale con sus Cuentos por Teléfono y Maurice Sendak con Donde viven los Monstruos. Otros autores como Michael Ende, Leo Leonni y Roald Dahl producen obras de excelente factura e indudable calidad, muchas se llevan a las pantallas de cine y televisión, e invaden hogares y mentes. Ya señalé antes que los cuentos infantiles no son inocuos, es obvio que los Cuentos producen efectos duraderos y profundos en la mente y el corazón de niñas y niños, y en nosotros mismos por poco que los leamos. Eso es lo que se supone debe hacer la buena Literatura, pero la Literatura infantil se debate todo el tiempo entre el ser y el deber ser, trata de mostrar lo que está bien y lo que está mal, y es un problema de fondo que reflejen Valores y expectativas de la época en que se escribieron. Por ello sus estereotipos y personajes suelen ser demasiado estereotipados y unidimensionales para nuestro gusto, por ejemplo insufrible e irrealmente “buenos”, o “malos” hasta para avergonzar a la maldad más malvada.

Los cuentos tradicionales no tuvieron nunca por objeto fomentar la equidad de género, y esto fue empleado en los Cuentos de Princesas de Disney, Barbie y otras empresas. Al margen de la modernidad democrática se utilizan en la segmentación marquetera para favorecer prejuicios y estereotipos destinados a reproducir un mercado. El profuso merchandising asociado no tiene por lo general ningún valor pedagógico, y eso simplemente no me parece. No tengo nada contra el valor fundamental de la ganancia económica, en especial si hacen plata manipulando a sus hijos y no a los míos. A los chicos de toda edad no hay que esconderles la realidad, y hay que comunicarse con el debido cuidado in extenso sobre todos los temas. Esto no es tan fácil hoy como antes, cuando no se hacía nada al respecto, que los padres le dejaban a la realidad el cuidado de mostrarse a sí misma, y se dedicaban a lo creían conveniente. El marcado carácter moralizador más o menos tosco de la primera Literatura Infantil de Charles Perrault, los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, tal como vimos en sus Crónicas, cede a la sustitución de sus literarios estereotipos por otros mucho más comerciales y “modernos”. Menos mal nadie nos prohíbe cambiar los cuentos de modo que se adapten un tanto mejor a algunos valores que consideremos deseables: Podemos inventarnos un Ceniciento y una Sastrecilla Valiente, pueden cambiarse los roles de las hermanastras y las brujas, echándoles miel o acíbar según el caso; y siempre está disponible sin necesidad de cambiarlos el magnífico Hans Christian Andersen y otros buenos clásicos como Oscar Wilde y otros, incluyendo los cuentos folklóricos de todos los países. En esto hay, afortunadamente, amplia libertad. Examinaremos ahora algunos de los cuentos clásicos “sucesores”, algunos que superan a punta de talento a los comerciantes: 

II
Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo (Lewis Carroll)

Ser un buen escritor de literatura infantil y juvenil no es nada fácil, más fácil es escribir para adultos, pues que supuestamente lo somos, y creemos que es más fácil escribir para nuestros iguales. A fuer de adultos nos identificamos con las necesidades adultas, en particular la de ser decisores de compra de cuentos y películas infantiles, y a partir de ello nos lanzamos a escribir “para niños”, algo más falso que un billete de doce dólares de Ruritania, y así los guiones de las películas “infantiles” se diseñan para atraer a los adultos más que a los niños (porque hoy nadie deja ir a los niños solos al cine, como antes sí se solía hacer). Y ello por la sencilla razón que de esos bolsillos salen los dineros para las entradas, y es cosa que se aburran mientras los niños se la pasan bomba. En los libros para niños, los adultos que escriben para adultos tratan con un igual a través de un protocolo previo, y eso francamente lo puede hacer cualquier mono. Otro cantar es ponerse en el lugar de un niño conservando el propio sitio, ser didáctico y divertido, reglado y libre a la vez, y al final conseguir ese inestable y delicioso equilibrio que hace que el libro sea fabuloso y no la insoportable ñoñez que algunos creen literatura infantil. Hay escritores que hacen literatura demasiado didáctica, porque así creen que las editoriales los contratarán más y que los adultos los comprarán más, pero eso no quiere decir que los niños los leerán más. Para hacer una buena novela infantil y/o juvenil es preciso ser políticamente incorrecto y en cierta medida friki. Y eso lo era vastamente Lewis Carroll (seudónimo del reverendo Charles Dodgson, 1832 – 1898), por quien siento la penosa identificación de aquellos que siendo zurdos o ambidiestros de nacimiento fueron forzados a ser diestros manu militari. Para remate Carroll estaba adornado de tartamudez, sordera parcial y epilepsia; aparte una posible opiomanía y un intelecto brillante. Todo eso le complicaba relacionarse con el mundo, y lo licuaba, como tantos trataron antes y después, cultivando el humor y la aceptación de las propias taras.

La soledad interior de una persona así es más para ser imaginada que descrita. Es verdad que la tartamudez y la zurdera fue una suerte de carácter familiar y tal vez por ello el daño no fue muy notable ni permanente, y ello tal vez explique que en 1854 superara los miedos y publicara algunas obritas reconocidas. En 1856 llega a su vida el reverendo Henry Liddell, su joven esposa y sus hijas Lorina, Alice y Edith. Carroll se convierte en amigo, confidente y niñero honorario de las niñas, por las que sentía un afecto al que hoy se tilda, con razón o sin ella, de enfermizo. Nosotros, que no sabemos nada de nada, concederemos el beneficio de la duda basados en la pacata contención emocional de la Inglaterra Victoriana. El 4 de julio de 1862 todos se fueron de picnic, y el reverendo Lewis Carroll se inventó una narración que entusiasma a Alice, que la quiere escrita para Navidad. Los que leen el manuscrito lo elogian sin reservas, y eso lo conduce en 1865 hasta el Editor MacMillan, que nombra al relato como Alice's Adventures in Wonderland, y contrata a John Tenniel para ilustrarlo. El éxito llega ipso facto, y se reedita en la secuela: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Through the Looking-Glass and what Alice Found There). Yo tuve la mala suerte de acceder a Alicia a través de Disney, mala suerte que padecen ya tres o cuatro generaciones seguidas. No creo que la tal versión sea mala per se, pero se impone como algo que ha perdido su perspectiva literaria en función del lenguaje visual y de los códigos de una industria cuyo valor fundamental es la ganancia. Me temo que eso ha pasado en casi todo donde Disney puso la mano. Y una de las tantas cosas que se le perdió a Disney fue el insigne sin sentido de varios poemas, del que el más bonito es quizá el poema Jabberwocky. Y no continuaré con ello, léanlo ustedes, amables lectores, que aquí está uno de los libros: http://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Carroll.AliciaEnElPaisDeLasMaravillas.pdf, mientras que el otro anda por acá: http://www.biblioteca.org.ar/libros/11391.pdf

III
El SuperZorro (Roald Dahl)

Probablemente no tenga yo mejor recuerdo de la Literatura Infantil “profesional” que esta deliciosa historia del habilidoso y muy profesional narrador Roald Dahl (1916 – 1990). Mi experiencia con este cuento fue casual como ella sola, lo he conocido en mi cincuentena por culpa de mi hija, con la que compartimos el gusto por el cuento de antes de dormir. No sé yo si Roald Dalh trató conscientemente de hacer de este librito un “pageturner”, es decir un objeto libresco devorado en pocos días por encarnizados lectores que tratan desaforadamente de llegar al final sin perderse nada de en medio. Un autor puede conseguir ello haciendo uso inteligente de los recursos literarios en función de las características neurológicas-psicológicas de su grupo objetivo de lectores, pero también puede pasar – y suele pasar - cuando el libro es realmente bueno, porque se lamenta uno que se acabe pese a la compulsión de leerlo a la mala y terminarlo a lo bestia. Conseguir que eso pase siempre ha de ser lo más cerca del paraíso que vive el escritor, y es curioso que ello haya sido incluso tema para un cuento de Ciencia Ficción del mismo Roald Dahl, El Gran Gramatizador Automático, publicado en la antología Strange Orbits de 1976. En dicho cuento, Dahl inventa una máquina en la que el escritor introduce ciertos valores que configuran ciertas variables, y voilá, saca por el otro extremo un relato listo: Una perfecta fábrica de cuentos que aunque no exista aún, que sepamos, sería el sueño dorado de los fabricantes de best-sellers. Y a la vez haría banal la ética del escritor: Señor, danos fuerzas para dejar que nuestros hijos mueran de hambre. Pero a estas alturas ya aburro. Lo que cuenta es que sin maquinitas ni pases mágicos, El Superzorro es un perfecto libro de 125 páginas (edición Alfaguara Infantil), que a mi hija y a mí nos dio un par de horas indescriptibles, gracias a que mamá se quedó dormida esa noche. Y ya que estamos en esto, y aunque tenga la horrible sensación de estar faltando a la ley al colocar este vínculo que alguien cargó en scribd, se me importa tres pepinos el asunto, y ahí va: http://es.scribd.com/doc/81359364/El-Super-Zorro-de-Roald-Dahl

Roald Dahl fue un escritor prolífico y lo conocemos mucho más de lo que creemos, por poco que hayamos ido al cine: Los Gremlins, relato de 1943 dedicado a los duendecillos que producían averías desastrosas en los aviones de la Royal Air Force, fue adaptada por Disney en un par de películas con sus más y sus menos. Su novela Charlie y la Fábrica de Chocolate (1964) se llevó dos veces al cine, una como Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate (1971), y otra reciente (2005) de Tim Burton con el mismo título del libro, con un genial Johnny Depp. Matilda (Libro de 1988, y Película) le encantó a mi hija, y yo le creo que uno y otra deben ser muy buenos. Por motivos estrictamente pecuniarios –todos tenemos nuestras malas épocas – Dahl adaptó a destajo para el cine dos disímiles novelas de Ian Fleming, una de la serie de James Bond (Sólo se vive dos veces), y la otra Chitty Chitty Bang Bang, dirigida al público infantil. Algunas de sus novelas para adultos alcanzaron también a ser adaptadas al cine, me parece, por Hitchcock y Tarantino, nada menos. Así que sí, le hemos visto en acción varias veces. También tiene libros que no han sido llevados al cine y que son famosos por mérito propio: James y el melocotón gigante parece recoger alguna inspiración de la Alicia de Lewis Carroll, con sello original de Dahl: el tema de niños u otros seres mde Tim Burton da eparte de las tramasbida en algunos lugares por el claro estado de esclavituyd de dan o a comparecer el 7 de juás o menos indefensos, como el zorro y su familia en Superzorro frente a adultos malvados, profesores autoritarios u otros abusadores, en Dahl hallaremos siempre un acerbo crítico de la educación impositiva y déspota, que desprecia y destruye las emociones que nos hacen humanos. Por eso disfruta (y nos hace disfrutar) de cómo niños y demás seres “indefensos” se las arreglan para no serlo tanto y conseguir derrotar y burlarse de estos malvados (Los tres granjeros, muy serios, esperaban sentados la salida del zorro … y esperaron … y esperaron … ¡y todavía esperan!), en ocasiones con la ayuda de adultos que están “de este lado”. El gran gigante bonachón es un excelente ejemplo, personaje que le da el torniquete al Gigante Egoísta de Oscar Wilde, y que parece antecedente del buen y algo despistado Hagrid de J.K. Rowling. Por otro lado, Dahl no diferencia demasiado sus textos para niños y adultos, y se pasea entre géneros manteniendo a sus obras en medio de varios. La ironía - a veces el sarcasmo – y la violencia suelen estar presentes como hechos más o menos normales de la vida, y suelen formar parte de las tramas: Charlie y la Fábrica de Chocolates fue muy cuestionada e incluso prohibida en algunos lugares por el racismo y el estado de explotación rayana en la esclavitud en los que se presentaba a los Oompa Loompas. Al final tuvo que cambiar el relato para evitar el escándalo, y en la segunda parte (Charlie y el Gran ascensor de Cristal de 1973) apenas hay mención al tema. Otras obras para niños son El dedo mágico, Las Brujas, Los Cretinos, Danny y el campeón del mundo, El enorme cocodrilo, La maravillosa medicina de Jorge y otras más que no me acuerdo. 

IV
Mujercitas (Louisa May Alcott)

Trato de hacerme disculpar de la madre de mi hija la subversiva rebelión narrada líneas arriba – y de la que me parece no sabe nada aún – dando cuenta de la relación de mi hija con la novela Mujercitas, que proviene en línea recta de una costumbre que tiene sus más y sus menos, la de traerle a nuestros hijos lo que hizo nuestras delicias a la edad de ellos. Tal costumbre es seguramente cuestionable porque los tiempos cambian, pero es extremadamente fácil de perdonar, porque no hay mayor ternura que la compartida. Por lo demás, no hay que olvidar las gracias de las editoriales ni el hecho que las versiones de los libros para niños traen variantes espectaculares y eliminan aquello que los editores – o los obispos – creían perjudicial. Y cuando se trata de mujercitas el asunto es bastante peor, porque por alguna razón que sí puedo entender pero que por motivos retóricos haré como que no, los varones de las diversas épocas se creían – y en ciertos casos aún se creen - en el derecho de “proteger” la castidad, inocencia, ingenuidad y ceguera de las mujeres, y así hasta a la mismísima Louise May Alcott (1832 – 1888) sus editores (varones ellos, qué duda cabe) le enmendaron la plana desde la mismísima primera edición de Mujercitas. Habrá que esperar hasta 2004 para que aparezca, por fin, una edición que reflejara lo que su autora verdaderamente tratara de narrar. No es extraño, ni sería el primero ni el último caso en el que una mujer talentosa y dotada tuviera que emplear un seudónimo masculino (A.M. Barnard) para que más de la mitad de su obra pudiera ser escrita, publicada y tomada en serio, pues ciertos géneros y estilos les estaban aún vedados a las mujeres. Dicho sea de paso, éste no era el caso con Mujercitas, donde ser mujer y autora constituía más bien una ventaja de cara a las ventas, existía un magnífico mercado en los Estados Unidos para los géneros que se suponían femeninos, y porque mientras se  escribiera como se esperaba lo hiciera una decente dama de Nueva Inglaterra del siglo XIX, todo iba sobre ruedas. De este modo fue que Mujercitas fue un gran éxito, incluyendo todas sus largas secuelas, que aseguraron a la autora notables ingresos.

Como yo soy niño no se supone que haya leído Mujercitas. Pero sucede que Louise May Alcott trató de hacer potable la serie para los varones también, y así se mandó con secuelas y continuaciones: Pequeñas Mujercitas pone a las protagonistas de Mujercitas en el trance matrimonial, mientras que Hombrecitos y Los muchachos de Jo trataban de presentar lo mismo que Mujercitas, pero al revés. En realidad y mirando el asunto con la debida cordura y perspectiva, las vicisitudes de las hermanas March contadas en Mujercitas son mucho más interesante que el bodrio contrario ese llamado Hombrecitos. Cuestión de opiniones, supongo, siempre he estado más interesado en el sexo opuesto que en el propio. Y la cosa es que sí que me leí Mujercitas a temprana edad, que esa es la ventaja de tener primas, de las de a de veras y las de cariño. Por lo demás la Alcott culmina las aventuras de la familia March acá, pero continuará en – para decirlo con parámetros actuales – el mismo Universo con Una chica a la antigua, La bolsa de retazos de la Tía Jo (seis volúmenes de lo mismo) y La Rosa que florece. Y el éxito que la acompañó fue siempre inmenso, y parecía que sus lectores simplemente no se cansaban de ella ni de sus historias. Posiblemente Little House in the Prairie (La familia Ingalls en el mundo hispano) de Laura Ingalls, haya gozado de la misma popularidad por haber tratado de temas análogos. Mujercitas posee probablemente uno de los personajes más paradigmáticos y con los que las niñas suelen identificarse más: Jo. Aunque la vetustez de los principios morales sostenidos y los rápidos cambios de la modernidad y postmodernidad arrojan dudas sobre la posibilidad de que Mujercitas y sus secuelas pasen otra prueba generacional más, y se sigan leyendo, a mí me tinca que seguirán leyéndose igualito. Probablemente será más útil para des-contextualizar a nuestras niñas y niños hacia tiempos más estables y quien sabe más felices. Las partes menos potables – las del didactismo moralista y algo fundamentalista en lo religioso, tan diferente del alegre desasimiento de Mark Twain por ejemplo, se pasarán alegremente por alto, como pasa con los anacronismos de Salgari, Verne, Stevenson y de los cuentos infantiles. Encuentra Mujercitas y bájalas desde acá: http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/a/Alcott,%20Louisa%20May%20-%20Mujercitas.pdf, y bueno, ya, si quieres dale a Hombrecitos también, imagino que de repente te gustará:  http://biblio3.url.edu.gt/Libros/homb.pdf

V
Colofón


Los tiempos cambian y los temas, estilos y géneros se renuevan, la preponderancia de la imagen y la necesidad de ser comercialmente rentable atenta a veces contra la creatividad, pero la literatura infantil siguen versando sobre los mismos eternos temas: La amistad, el amor, las aventuras, la pandilla y el buen humor. Debo decir que me encanta releerlos ahora de viejo, y me dan más de lo que nunca pensé. Haz la prueba, y lee lo que quieras. 

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