CRÓNICAS DE LECTURAS – 84
La Primera Guerra Mundial
¿Qué era eso por lo que nosotros, los soldados, nos apuñalábamos unos a
otros, nos estrangulábamos, nos cazábamos como perros rabiosos? ¿Qué es eso por
lo que combatimos hasta la muerte sin tener nada en contra los unos de los
otros personalmente?
(Stefan Westmann, veterano,
entrevista de 1964)
I
Cien Años de la Hecatombe
En este Anno Domini 2014 se cumple un Siglo del estallido de la Primera
Guerra Mundial y del Fin de la Inocencia.
No fue la primera vez que la humanidad - o Europa como supuesto centro de
la humanidad - perdieron la virginidad. Las invasiones bárbaras que pusieron fin
al Imperio Romano, la invasión mongola, la Guerra de los Treinta Años y las
Guerras Napoleónicas no fueron precisamente caramelos de limón. Pero en cada
una de estas situaciones hubo al parecer argumentos que justificaban cumplir con el penoso y horrible deber de combatir: Defender la civilización
grecorromana, el cristianismo o la Libertad Religiosa; o la Liberté, Egalité, Fraternité. Nada de
ello hay en la Primera Guerra Mundial, que a pesar de su falsa aureola de guerra que terminaría con todas las guerras,
fue probablemente la más estúpida e incoherente de todas, donde un medio dedo
de frente bastaba para no encontrarle ninguna razón para meterse, donde
cualquier tipo medianamente equilibrado vería la deserción como un deber. Claro
que desde acá es bien fácil ser profeta. A veces leo los calificativos que le
endilgan a la Gran Guerra, y pienso que nada aprendimos: “Demencial”,
“psicópata”, “insana” son palabras que parecen más destinadas a ocultar las culpas de los
responsables que a rescatar algo, ¿o soy el único que se percata que declarar
locura o alienación es liberar de culpa? Una argumentación tan vacua da paso a la
banalidad del mal tal como la plantea Hannah Arendt, que como explicación del porqué la humanidad tenía
que hundirse en semejante baño de sangre no solamente no convence al intelecto,
sino que desespera a la voluntad.
Los argumentos de dis-culpa son
para los bebés; para los adultos - en especial para los que disfrutan jugando a
la guerra – hay algo peor todavía: la responsabilidad. Porque hubo quienes
vendieron la Gran Guerra como la que acabaría con todas las guerras,
y resultó que dio inicio a una escalada militar de vesanía sin precedentes, que
continúa a la fecha. Con esto levantaré polémica, pero qué me importa: Los
únicos que en verdad se opusieron a la Guerra, los únicos que objetivamente
unieron el sentimiento humanista y la necesidad racional, los únicos que
levantaron la cabeza para protestar contra el baño de sangre en medio del
nacionalismo trasnochado de la Union
Sacrée y la locura de las trincheras, fueron los socialistas de la Conferencia de Zimmerwald, con Vladimir Ilitch Lenin a la cabeza a
falta del asesinado Jean Jaurés. Y
ellos le sacarían el mayor y revolucionario provecho a la amargura de la
postguerra y a los millones de huesos sembrados en la Tierra de Nadie, porque
tras tanta sangre demarrada a quién le importaba que se derramara más. Mirando
desde acá, un siglo más tarde, se distingue el principio del fin de la Europa
como Centro del mundo, el colapso de la razón y la ilustración, el fin de los
Valores de la Burguesía. Entre las pocas lecciones aprendidas de esta Guerra
y de la siguiente Guerra Mundial, más la amenaza de las
bombas nucleares durante la Guerra Fría, estuvo el surgimiento de la Sociedad de Naciones, las
Naciones Unidas, la Unión Europea y otras organizaciones diseñados teniendo a la vista millones de sepulturas y con el temor que se abrieran más.
El historiador británico Eric Hobsbawm motejó de corto al siglo
XX, lo inicia en 1914 y finaliza en 1989 (Puedes bajar la Historia del Siglo XX del susodicho Hobsbawm acá: http://uhphistoria.files.wordpress.com/2011/02/hobsbawn-historia-del-siglo-xx.pdf). Si algún rasgo tiene este corto siglo
sería a mi modesto entender, el de la Ceguera de la elite: Ceguera Cognitiva para no ver y Emocional para no sentir. La
brecha entre ricos y pobres era cuestión de ingresos y de derechos, desde
1814-1815 y el Congreso de Viena la historia era la expansión del dominio de la
Burguesía, las guerras eran encontronazos coloniales entre ellas o sus
súbditos, y el proletariado recién se empezaba a organizar tras el Socialismo y
el Manifiesto Comunista. Mandar a los
proletarios a masacrarse parecía una forma de solucionar por la fácil el problema social, los
campesinos proporcionaban abundante carne de cañón, y los oficiales siempre
podían reunirse en los clubes a brindar por la victoria mientras los poilús franceses, los pickelhaube alemanes y los tommies ingleses se rebelaban contra el inútil sacrificio de sus vidas al capricho de soldaditos de salón, y para hacerlo relevante para la patrie,
la mutterland y el King and Country. Porque la Derecha
Bruta y Achorada que gobernaba allí entonces como ahora acá, veía los
Valores como su propiedad y los expropiaban del resto a cambio del “honor” de
morir en el campo de batalla. Elite
ignorante de la tecnología y la política, abocada al reparto del mundo, que declara
la guerra antes de levantar cosecha, indiferentes a la suerte de los que enviarán al matadero. Si la democracia sirve para algo debería ser para que
los que estamos en el mismo barco seamos solidarios de los demás pasajeros, y
si esta fraternité no aparece, a lo
mejor habrá que cerrar el quiosco y probar otra cosa. Porque este asunto no se
ha terminado.
II
En el Testimonio: Algo de la Poesía de la Gran Guerra, y las Memorias
de Guerra - Los Siete Pilares de la Sabiduría, de Thomas Edward Lawrence
Antes que cualquier reformulación
estilística, histórica o literaria, y frente a hechos como las máscaras antigás,
las trincheras encenagadas y los piojos que martirizan a los soldados con el
tifus, está el Testimonio, el Recuerdo Necesario, la Memoria conservada sin la que
no se puede licuar el trauma, porque hay cosas que no se pueden dejar atrás. La
poesía es una de las maneras en que el corazón le opone resistencia al mundo, y
la Guerra obliga a crecer, como saben todos los que han pasado por ella. Para
el soldado Wilfred Owen, muerto en
1918, morir por la patria es el revés de Horacio:
Ni dulce ni honroso (Si pudieras oír (…)
la sangre / vomitada por pulmones de espuma corrompidos, / obsceno como el
cáncer, amargo como pus / (…) no contarías con tanto entusiasmo / a los niños
que arden ansiosos de gloria / esta mentira: Dulce et decorum est / pro patria
mori). Robert Graves (1895 –
1985), oficial herido en la Batalla del Somme al que se recuerda por sus
novelas, escribe poemas en las trincheras porque en la poesía yace una esperanza de cordura. El dolor de Vera Brittain (1893 – 1970) la hizo aguerrida
enfermera, feminista y pacifista, mientras pierde en la Guerra a su prometido Ronald
A. Leighton, su hermano Edward y
sus amigos Victor Richardson y Geoffrey Thurlow: (...) Quizá algún día no me venza la pena / Al ver otro nuevo año
pasar. / Y oír las canciones de Navidad de nuevo, / Que tú nunca podrás
escuchar (...). - "Para R. A. L., muerto a causa de las heridas
recibidas en Francia, 23 de diciembre, 1915." Diecinueve días antes, el 6
de diciembre, el cirujano de campaña canadiense John McCrae, publica En los
Campos de Flandes, el poema más famoso de la Primera Guerra Mundial: En los campos de Flandes soplan las amapolas
/ entre las cruces, hileras sobre hileras, / que marcan nuestro territorio; y
en el cielo / las alondras, que aún siguen cantando con bravura, vuelan / y
apenas se las escucha bajo el clamor de los cañones. // Somos los Muertos. Hace
pocos días / vivíamos, sentíamos el amanecer, veíamos el resplandor de la
puesta del sol, / amábamos y éramos amados, y ahora yacemos / en los campos de
Flandes. La Poesía de esta absurda Guerra no canta el patriotismo absurdo de
los emboscados que mandan a morir a los pobres y excluidos, sino que expresa
hasta el paroxismo la melancolía bélica, mitad horror y
mitad fatalismo.
Los abundantes Libros de Memorias
sobre la Guerra incluyen de todo: Robert
Graves escribe su Adiós a Todo Eso,
expresión de profundo asco y valeroso aguante. El italiano Gianni Stuparich escribe La
Guerra del 15, descripción de su participación como voluntario. El germano Ernst Jünger (1895 – 1998) está al otro
lado, pues sobrevivir con el cuerpo cosido a tiros de ametralladora y con la
Cruz de Hierro cuajó en unas Tempestades
de Acero de exaltación guerrera que preludiaría la venganza de 1939 – 1945.
Al otro lado está Parte de guerra, de
Edlef Köppen, artillero del ejército
alemán, irreverente y antibelicista. Otros autores como Louis Barthas, Gerald
Brennan, Ludwig Renn, Charles Woolley y otros suelen quedar
obliterados por el hecho de haber ganado o perdido la guerra. Cuando hay
leyenda incorporada, peor para las Memorias, como las del militar, arqueólogo y
escritor Thomas Edward Lawrence
(1888 – 1935), más conocido como Lawrence de Arabia y su libro de
1926 Los siete pilares de la sabiduría,
ambicioso y realmente muy poco descriptivo título para un mamotreto de casi un
millar de páginas. A pesar de ello fue un éxito de librería en los años ´20,
pese a la pesadez de su estilo, que trata de combinar el relato histórico, las
memorias y la novela de aventuras exóticas. Tan grande le salió el librito a T. E. Lawrence, que los editores le
pidieron una versión más manejable, y de ahí surgió Rebelión en el desierto, base de la versión cinematográfica de David Lean de los años ´60, Lawrence de Arabia. A pesar que la
película lo soslaya, es conocido el episodio en el que la ciudadela de mi integridad se había perdido irrevocablemente,
terrible secuela de guerra dejada de lado por lo masiva. Sin embargo vale la
pena recordar esta otra frase del libro: Existen
dos clases de hombres: aquellos que duermen y sueñan de noche y aquellos que
sueñan despiertos y de día... esos son peligrosos, porque no cederán hasta ver
sus sueños convertidos en realidad. Aparte, Louis Ferdinand Céline escribe en 1932 la muy desencantada,
desenfadada e irrespetuosa y genial Viaje
al Fin de la Noche, de la que ignoramos si es biográfica o novelesca, es
decir si es testimonial o literaria. En situación análoga está El buen soldado Svejk, del checo Jaroslav Hasek, casi una novela
picaresca.
III
En la Literatura: Sin novedad en
el Frente, de Erich Maria Remarque / Nick
Adams y Adiós a las Armas, de
Ernest Hemingway / Stefan Zweig y bastantes más
La cantidad de expresión
artística – en particular la literaria – generada por la Guerra Estúpida que dice Emil
Ludwig (1881 – 1948), es ingente, tanto que se quedará muchísimo por decir,
porque una Crónica no me basta, pero dos me parecen demasiado, así que correré
el riesgo del abigarramiento. Toda expresión literaria y artística fue traumatizada a fondo por la Gran Guerra, y por ello la línea que divide el
testimonio de la creación literaria es realmente tenue: El austriaco Stefan Zweig (1881 – 1942) fue en buena
medida un emboscado, no pisó el frente de guerra ni de casualidad, por ser de
buena familia. Su obra El Mundo de Ayer.
Memorias de un Europeo es testimonio de cordura en medio de la insanía
guerrera. El más clásico ejemplo literario de relato de guerra es el del alemán
Erich Maria Remarque (1898 – 1970) en
su novela Sin novedad en el frente (1929),
obra antibelicista por antonomasia, alegato sólido y rudo contra la guerra, que cuenta
la historia del soldado Paul Bäumer, joven alemán alistado con toda su
clase por instigación de sus profesores, y al fin último sobreviviente de ésta.
Su intención es claramente la denuncia de las falacias y mentiras del patriotismo
y la guerra. Dos veces se llevó al cine y una o más a la TV. Recuerdo en
particular el papel de un Ernest
Borgnine maduro, que manifiesta en su actuación cómo la humanidad termina
destruida por lo nauseabundo de la guerra. En 1929 se publicó el libro en
Alemania, y se ha traducido desde entonces a 50 idiomas, con más de 20 millones
de copias vendidas. En 1933 los nazis lo prohibieron, lo que es indicio de
humanidad y recomendación suficiente para que sea leído.
Ernest Hemingway (1899 -1961) es otro escritor al que se le puede
rastrear la inspiración. Los cuentos de juventud que conforman su Nick Adams tienen fuerte carácter
autobiográfico, y por ende incluyen diversos aspectos del servicio militar
voluntario del propio Hemingway,
realizado en Italia durante la Guerra como conductor de ambulancias. De este
conocimiento y experiencia de primera mano es que proviene Adiós a las armas (1929), novela fundamental que consagra a su
autor y mantiene su carácter autobiográfico. Cuenta una historia de amor entre el
voluntario Frederick Henry y la enfermera Catherine Barkley. El
título lo tomó de un verso del poeta George
Peele, y sus descripciones y realismo muestran las dificultades reales del
veterano que no sabe ni puede decir adiós a las armas. Entre otras obras que presentan de diverso modo diversos aspectos de la Primera Guerra Mundial están Memorias
de África (1937) de Isak Dinesen (1885
– 1962), que recuerdan el frente
olvidado del África Oriental Británica y la Tangañica alemana en la vida de Karen Blixen; La iniciación de un hombre de John
Dos Passos (1896 -1970), que describe la tensión del joven médico
voluntario Martin Howe al quedar inmerso en la barbarie de la guerra total;
la pro-francesa Los Cuatro Jinetes del
Apocalipsis del español Vicente
Blasco Ibáñez (1867 – 1928), novela que alcanzó gran éxito. Senderos de Gloria (1935) de Humphrey
Cobb (1899 - 1944) narra la rebelión del ejército francés contra la masacre
inútil, que puso en jaque a Francia, y que fue resuelta por el General Henri Petain con una combinación de
fusilamientos y trato humano, y que produjo una extraordinaria adaptación
cinematográfica de Stanley Kubrick y
Kirk Douglas. El miedo, de Gabriel Chevallier
(1895 – 1969) es la contraparte francesa de Sin
Novedad en el Frente. Mención
especial merece el ruso Aleksandr Solzhenytsin
(1918 – 2008), que en sus novelas históricas Agosto de 1914, Noviembre de
1916, Marzo de 1917 y Abril de 1917, narra no sólo la Guerra
Mundial sino el proceso de la Revolución Rusa, en un conjunto formado por estas
novelas y otras que llamó La Rueda Roja.
IV
En la Historia: Los Cañones de
Agosto y El Telegrama Zimmerman,
de Barbara Tuchman / La Gran Guerra,
de Marc Ferro, y bastantes más.
Lo chocante entre
la situación previa a la guerra y al más o menos repentino estallido de ésta se
refleja muy bien en Los cañones de agosto (1962),
el clásico de la periodista e historiadora Barbara
W. Tuchman (1912 – 1989). Es uno de los libros de Historia mejor escritos
que he tenido oportunidad de leer, incluyendo el hecho que lo leí en su idioma
original (el inglés). El detalle, orden y profesionalismo con que trata de los
antecedentes de la Guerra es insuperable dada la doble calidad de periodista e
historiadora, pero se interrumpe en el resultado de la Primera Batalla del
Marne, con lo que nos deja con la desagradable sensación de lo interrumpido e
incompleto, aunque en realidad no lo sea. Es todo un clásico, comparable tanto con
la obra de Max Hastings, 1914, El Año de la Catástrofe, como con Sonámbulos – Cómo Europa fue a la Guerra en
1914, de Christopher Clark; y 1914, De la Paz a la Guerra, de Margaret MacMillan, que se centra menos
en las grandes fuerzas de la Historia cuanto en la importancia de las decisiones
de los individuos, haciendo una suerte de Historia Moral de la época. Otra obra
importante de la Tuchman es El Telegrama Zimmerman, que se centra en
los acontecimientos de 1917 que llevaron a Estados Unidos a participar en la
Guerra. En todo caso, es probable que el libro más leído, editado, reimpreso y
traducido sobre el tema sea La Gran Guerra, 1914-1918, de
1968, del historiador Marc Ferro
(París, 1924). Es probable que su popularidad provenga del hecho que hace una
selección de hechos e interpretaciones de éstos que arrojan verdadera luz sobre
las causas y acontecimientos, es decir que se lanza a algo que suena fácil pero
que en realidad es lo más difícil que existe, en especial en Historia: Explicar
– dar razón por la que existió como fue – la Guerra. Cualquiera puede presentar
listas de batallas, campañas y generales o contar anécdotas que mantengan el
interés de los lectores y permitan vender libros. La capacidad de síntesis de Ferro permite el análisis conjunto de los
rasgos esenciales militares, económicos, geopolíticos y sicológicos. Como introducción al tema vale su peso en oro,
y no exagero.
La primera parte de esta
recomendable obra está aquí, discúlpenme pero no he encontrado la segunda: http://www.fcp.uncu.edu.ar/upload/Ferro,_Marc_La_Gran_Guerra_(Primera_Parte).pdf.
Ahora veamos someramente de otros autores importantes. Uno centrado en los
aspectos propiamente militares de la Guerra es John Keegan (The First World
War – 1998). En cambio, Paul Fussell
produce el clásico La Gran Guerra y la
Memoria Moderna (1975), en que mueve el tema de la interacción entre guerra
y literatura desde la perspectiva inglesa, en una aproximación de gran interés
y que hemos empleado en parte para esta Crónica. Un libro interesante es Los soldados de la vergüenza, de Jean-Yves Le Naour sobre los soldados
franceses que sufrieron neurosis de guerra (o shell-shock), hoy llamado Trastorno por Estrés Postraumático, y
denominado entonces simple e injustamente cobardía, y castigada como tal. David Stevenson en su Historia de la Primera Guerra Mundial la
examina con atención aunque con inevitable superficialidad dada la limitada
extensión de la obra. Winston Churchill
(1974 – 1965), protagonista de esta Primera Guerra incluso más directamente de
lo que lo fue en la Segunda – preparamos una Crónica con su obra al respecto – es
autor de La Crisis Mundial 1911 – 1918,
en la que como vemos hace un recuento histórico desde el año 1911, que
considera importante como inicio de la crisis militar y política desde el punto
de vista británico, e inevitablemente centrándose en buena medida en su propia
acción como Primer Lord del Almirantazgo y cerebro del ataque a Gallipoli. Martin
Gilbert es un importante historiador británico que produce una obra
exhaustiva, La Primera Guerra Mundial.
Una perspectiva posiblemente más integral del siglo XX europeo y la importancia
de la Primera Guerra Mundial en un contexto amplio estaría expresada en el libro
de Julián Casanova Europa contra Europa, 1914- 1945, en el
que el concepto de Guerra Civil europea parece importante. Asimismo, John Morrow observa el conflicto desde
la perspectiva de los Imperialismos enfrentados, saliéndose de la tradicional
visión europea en su obra La Gran Guerra,
obra reciente que según parece debería estar aportando una historiografía algo
diferente de la tradicional.
V
Colofón
A veces los procesos creativos
son especiales: La Guerra y el riesgo de muerte parece que obligaron a muchos a ir rápido con su creatividad, sea por temor a no poder decir todo lo que querían decir,
sea por evadir la realidad constante de la guerra. Así tenemos a Ludwig Wittgenstein con sus Diarios Filosóficos, escritos entre
incursión e incursión en Tierra de Nadie, o en la nutrida correspondencia entre
el escultor Gaudier-Brzeska y Ezra Pound. Como colofón vale la pena
preguntarse ¿Ha cambiado algo realmente? ¿Será que desde la “Gran Guerra”
estamos en un estado constante de conflicto que sólo varía en intensidad? ¿Bastará
una muchas veces hipócrita condena, sin intentos de comprender? Durante muchos
años de Segunda Guerra Mundial y de Guerra Fría se pensó que sí, y solamente se
esperaban los cómos y los cuándos, como en la novela La Hora 25, de Constantin
Gheorghiu. La cosa es que aún no podemos entender el Hoy sin este ayer ya
centenario. Por cierto, una excelente página para consultar es http://www.firstworldwar.com/ . Hasta la siguiente Crónica.
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