CRÓNICAS DE LECTURAS – 28
Leer y Ver a William
Shakespeare (I)
I
Leer, Ver y Representar
Leer Teatro es una experiencia
interesante y curiosa. Se lee teatro poco más o menos como se lee narrativa, la
diferencia es que uno sabe que lo que se está leyendo está destinado a ser
representado en un proscenio, por gentes de carne y hueso que dirán el texto
que estás leyendo, y le darán entonación, volumen y actitud, y le harán cosas
desconcertantes. Eso lo cambia todo, en especial cuando has vivido eso de
pararte en un escenario, confrontarte con las luces, y saber que hay un público
ahí que mira lo que haces y escucha lo que dices. Entre mis más entrañables
experiencias de aprendizaje estuvo la incursión a las tablas, allá en mi
remota, excesiva y extraordinariamente intensa juventud. Rodeado además de
queridos amigos de toda la vida, y de la mano de competentes directores como Luis Durand Arp-Nissen y Roberto Fois Coniglio. Perdí la
virginidad escénica a los catorce años de edad con una obra de las que se
estilaban entonces, de “creación colectiva”. Y no la he olvidado nunca, ni
podré hacerlo mientras viva, y aunque tratara, que no trato. Como cuestión de
hecho, todo lo teatral era muy mal visto por la familia, y una consecuencia
colateral de ello fue el aprendizaje de algunas elaboradas técnicas de
clandestinidad, lo que junto al Teatro dieron forma al resto de mi vida. Y así
continué hasta que la vida me alcanzó, y me resigné a dejar las tablas en la
ruta, entre tantas cosas queridas que uno abandona con tristeza y nostalgia. Sin
embargo, nada se aprende en vano, la experiencia y sus resultados ahí están, lo
bailado no te lo quita nadie. En unos cinco clandestinos años de teatro, hice
coreografías de canciones de Víctor Jara
y otros, y conseguí de uno u otro modo llegar a diversos escenarios, gracias a
los dichos directores y otros, en puestas de Bertold Brecht, Enrique
Jardiel Poncela, Alejandro Casona,
e incluso una comedia de Anton Chéjov.
Y para reírnos un poco de estas juveniles veleidades, digamos que las críticas
fueron buenas.
Cuando veo Teatro, en
consecuencia, no veo solamente lo que ven los espectadores. De uno u otro modo
sé lo que pasa ahí, lo fácil o no que es hacerlo, y por eso me molesta un poco
que se vea Teatro como se ve cine o televisión. Deberíamos enseñar que una cosa
es la imagen ensayada y emitida como producto final, y otra muy diferente ver
gente “en vivo” interpretando. El Teatro es algo que se desarrolla en el
momento que se ve, en “tiempo real”, y aunque haya un texto referencial e
instrucciones del autor, lo cierto es que el Director y los actores hacen
chichirimico el texto y las indicaciones, perpetrando eso que se llama
“interpretación”. Y no solamente no está mal, sino que interpretar está en la
misma esencia del teatro. Y en eso la pieza teatral se parece más a un
Concierto de Rock, donde el público está allí, aunque las reglas sean otras.
Pero nuestra sociedad no posee tradición teatral, y aunque nuestros actores
mucho hacen y bien, la mayor parte de las veces nos acercamos al teatro
leyéndolo. Mutatis mutandi, las
preocupaciones puristas sobre la fidelidad al texto están de más cuando llevas
una obra a la escena. Y como leer teatro no es lo mismo que verlo representado,
hay diferencias muy notables en las dos operaciones vistas desde lo cognitivo.
Yo he leído obras que he visto representadas después, como La muerte de un Viajante de Arthur
Miller; o Edipo, Rey de Sófocles, y puedo decir que hay
diferencia. Y el asunto puede empeorar cuando la obra teatral se lleva al cine,
inclusive si es el mismo autor quien lo hace. La vieja película El zoológico de cristal de Tennessee Williams, por ejemplo, tiene
de guionista al propio escritor, y es muy pero que muy floja en comparación con
la obra escrita. Y vi hace un tiempo una representación combinada de las tres
obras de Esquilo, Agamenón / Orestes / Las Euménides, de
primera, en la que la actriz que representaba a la infortunada Casandra
recitaba su parlamento en castellano con mote andino, potenciando así su
cualidad de extraña y distinta de los otros personajes, matiz que no se
distingue cuando lees la obra.
II
Shakespeare
Para un actor aficionado y a la
vez avezado lector, William Shakespeare
es un reto y un hito. Dos momentos liminares marcan mi relación con el Cisne
de Avon. El primero fue culpa y responsabilidad de Lucho de los Heros, quien en cabal cumplimiento de sus deberes de
tío, y advertido de mi inmoderado y ecléctico gusto por la lectura, hace casi
diez lustros trató de mejorar la calidad de éstas a través del obsequio de
cuatro obras de Shakespeare, tres de ellas de la Editorial de la Universidad de
San Marcos: El mercader de Venecia, Hamlet y Romeo y Julieta; y una de Plaza & Janés, de bolsillo, Macbeth. Nunca he recibido regalos de
cumpleaños más trascendentales: Están frente a mí cuando escribo estas líneas y
sus ajadas esquinas y amarillentas páginas testimonian los múltiples lugares y
circunstancias donde me han acompañado. Me introdujeron al mundo shakesperiano,
de la mano del magnífico traductor Marcelino
Menéndez y Pelayo, cuyo trabajo respeta el espíritu del escritor y de la
lengua en que estas obras fueron escritas, así como el espíritu del otro
poderoso idioma en que las vierte. La primera lectura que emprendí fue la de El mercader de Venecia, y me
conquistaron para siempre los dichos y hechos de Porcia, Shylock, Basanio, Antonio, Lanzarote, Graziano y Jéssica. La complejidad de la trama no
resultó de ninguna dificultad, aún atendiendo al hecho que yo no tenía diez
años cuando estos libros llegaron a mis manos, aunque reúne episodios como los
de los tres cofres, el de la libra de carne y el de la apasionadamente
monetizada relación de Lorenzo y Jéssica. El segundo momento liminar se lo debo
a mi pareja, que conocedora de mi pasión por Shakespeare, me regaló por mi cumpleaños la representación de El mercader de Venecia del Teatro
Británico de Lima. Cuando se conoce y disfruta una obra hasta la saciedad, y
esta obra es teatral, y tras muchos años la puedes ver en el Teatro, que fue
para lo que se hizo, el hechizo es especial, y está así marcada a fuego como
recuerdo imperecedero. Y eso que había visto antes una excelente versión en
cable en el nunca bien ponderado Canal Film
and Arts, por el Teatro Nacional Británico, y luego vería en el cine la
película de Michael Radford, con Jeremy Irons, Al Pacino y Lynn Collins.
Pero no existe nada en el mundo como ver tu obra desarrollándose ahí, delante
de tus ojos. Gracias, Ulla.
Luego fue Macbeth, también traducida por Menéndez
y Pelayo. Drama de ambición descomedida y descontrolada, donde fair is foul and foul is fair (que
traduzco como bondad es maldad y maldad
es bondad) como salmodian las brujas al principio. Macbeth es la víctima de su propia pasión por el poder, verdugo de
sí mismo, trastocado en su alma a pesar de sí mismo y en connivencia consigo
mismo y para el mal. En cierto modo el Gollum
del Señor de los Anillos de Tolkien se inspira en él. Además, conocí
un personaje femenino completamente diferente de cualquier mujer que hubiera
conocido, en real o en ficción: Lady
Macbeth. Claro que por entonces no tenía muy clara del todo aún la petite différence entre mujeres y
varones, pero aún así me parece que empecé a entender algo bastante mejor por entonces,
el que ambos no son tan diferentes, después de todo. Me pregunto a estas
alturas si algo así debería ser leído por un niño de diez años, y mi respuesta
es afirmativa, no creo que “proteger” a los niños de la Literatura Universal
sea rentable, y si se trata de introducir en las durezas de la vida a los
párvulos, pues los cuentos infantiles no son precisamente más protectores.
Además si vamos a enterarlos que el asesinato, la ambición, la tiranía y la
muerte existen y son moneda corriente en el mundo, es mejor hacerlo de la mano
de los que lo han planteado de modo insuperable. Me dejó tremenda impresión por
entonces la escena aquella en que Lady
Macduff apostrofa de cobarde y traidor a su marido por abandonarlos a ella
y a su hijo en manos de los esbirros de Macbeth.
Léanse esa parte, el diálogo entre madre e hijo. Rememoro el shock que me
produjo ver al niño asesinado por los asalariados del tirano, lo que me hizo
pensar como nunca a los diez años sobre lo horrorosa que puede ser la
condición humana. Otra distinción personal del Macbeth es que es la única de todas las obras del Bardo que me he atrevido a emprender en
su inglés original, cuya dificultad para los anglolectores de hoy es análoga a
la que presenta El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha para los castellanolectores de la actualidad. Y más
aún para mí, pues mi inglés no es de locutor de BBC, y para esas lecturas no te
preparan. Aunque la dificultad es grande, me pasa como con El Poema del Cid en su castellano bárbaro y original, que así como
le encuentro el gusto de saber qué dijo el desconocido poeta, así me pasa con
lo que quiso decir William, y que se
pierde en el inglés moderno y en la traducción castellana. Y el esfuerzo vale
la pena.
Un link para bajarse a Macbeth:
http://escuelahistoria.fcs.ucr.ac.cr/contenidos/biblioteca/esociales/Shakespeare_Macbeth.pdf
Un link para bajarse a Macbeth:
http://escuelahistoria.fcs.ucr.ac.cr/contenidos/biblioteca/esociales/Shakespeare_Macbeth.pdf
III
Double, double, toil and trouble
La fascinación que la obra de William Shakespeare me despierta
solamente puede compararse con la que me produce El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, aunque la verdad Shakespeare me resulta más interesante
que Cervantes, cuya obra es bastante
más irregular, pues al lado de las Novelas
Ejemplares y El Ingenioso Hidalgo …
hay bodrios realmente imposibles de trasegar ni con la mejor buena voluntad,
como Los Trabajos de Persiles y
Sigismunda, que tengo en versión digital, y tanto mejor así, porque no
pienso gastarme un céntimo en adquirirlo, discúlpenme los filólogos y demás fans de Cervantes. William Shakespeare
presentará altos y bajos en su obra, pero no es por ninguna parte aburrido o
intragable, incluso cuando se le da por poner en boca de sus personajes
parlamentos larguísimos. Un buen autor teatral equilibra circunstancias y
tramas con los personajes que fabrica, de modo que la cosa sea verosímil, pero
a la vez suficientemente imaginativa como para interesar y conmover. Eso se
llama oficio, y lo tienen hasta los autores menores, si se han esforzado y
hecho su tarea a conciencia. Pero si además del oficio consiguen reflejar en su
proceso creativo los temas universales del corazón humano, de manera que
nosotros – actores, espectadores, lectores - nos metamos en ello y quedemos
metidos e inmersos ahí, que se nos arrebate y se nos haga uno con lo que pasa
en la obra, ahí creo que podemos decir que estamos ante la genialidad. Al
principio la sensación es inefable, porque el autor ya dijo lo que dijo, te
dejó sin palabras, y sabes que no hay manera de decirlo mejor. Y lo sé porque
ahora puedo decir con mis palabras aquello que en mi temprana edad apenas podía
intuir en la oscuridad. Shakespeare no
es cualquier escritor, y según parece es así que se forma el gusto estético,
cuando se te expone a obras de calidad indiscutible. Y una vez más debo rendir
homenaje a Don Marcelino Menéndez y
Pelayo, pues, y esto hay que decirlo, ciertas traducciones pueden ser
consideradas mejores que otras, según el auditorio.
Ilustraré este tema de las
traducciones y su mayor o menor comprensión y presentación del espíritu de la
obra para diversos públicos con el ejemplo del aterrador aquelarre de las
Brujas en Macbeth, en el Cuarto Acto,
Escena Primera, donde éstas trabajan la caldera hirviente del hechizo cuya
tremenda fuerza llevará a Macbeth a
su perdición. Mientras las brujas preparan el caldero en el que arrojan
inmundicias para dar forma a su hechizo, salmodian el siguiente par de versos,
cuyo original (Macbeth, New Penguin) dice así: Double,
double, toil and trouble / Fire burn, and cauldron bubble. Estos versos
tienen carácter de hechizo mágico, cuya repetición salmodiada por las Brujas es
de extrema importancia para la correcta elaboración de la horrible pócima en la
que entran las peores características de plantas, animales y hombres: raíz de
cicuta, piel de víbora, lana del murciélago amigo de lo oscuro, dardo del
escorpión, colmillos de lobo, brazo de un sacrílego, dedo de un niño arrojado
al pozo por su infanticida madre… . Y todos estos ingredientes y más, unen sus
diabólicas fuerzas mientras las brujas recitan lo que en castellano se ha
traducido como No descansemos hasta que
espese la mezcla y hierva como en el infierno (Obras Completas,
Ediciones Castell, Traducción de Ramiro
Pinilla); o como ¡No cese, no
cese el trabajo, aunque pese! / ¡Que hierva el caldero y la mezcla se espese!
(Obras Completas, Editorial Aguilar, Traducción de Luis Astrana Marín), o como Aumente
el trabajo: crezca la labor; hierva la caldera. (Marcelino Menéndez y Pelayo para el Macbeth de
Plaza & Janés). Nótese que Astrana
y Menéndez conservan el ritmo del
verso, en tanto que a Pinilla se le
escapa. Los tres tratan de encontrar las mejores palabras para trasladar la
sensación del aquelarre, y mientras que Pinilla
alude en prosa al infierno en curiosa hipérbole del fuego, Astrana conserva los dos versos con rima consonante, mientras que Menéndez usa en cambio tres períodos
rítmicos. Al lector dejo el juzgar cuál le puede parecer mejor y por qué. Yo
veo dos grandes respuestas y una regular.
IV
Mares y Océanos Shakespearianos
Tras El mercader de Venecia y Macbeth,
ataqué a Hamlet y a Romeo y Julieta. Y, la verdad, no las
entendí cabalmente entonces, era demasiado temprano aún para mí. Tras la orgía
de acción física y mental que se leía entre líneas en las primeras obras que
leí, las dudas del príncipe de Dinamarca y las vicisitudes de los amantes de
Verona no se me hacían tan bacanes, porque al fin y al cabo, cuando eres niño
la acción te gana por sobre las profundidades psicológicas, que recién se está
aprendiendo a captar y apreciar. Pero fue a partir de entonces que empecé mi
navegación por mares y océanos shakespearianos, maravillándome con las
diferentes obras a las que iba accediendo, y asimismo, conforme pasaron los
años, la vida me aclaró los libros y particularmente los personajes de Shakespeare. Porque lo que a mí me
conquista de Shakespeare son sus
personajes, empezando por supuesto, por aquellos que conocí primero: Macbeth, Banquo, Lady Macbeth, Shylock,
Basanio, Antonio y Porcia, en Macbeth y en el Mercader de Venecia. Pero hay más, y para mí ese es el sello
shakespeariano por excelencia, el haber traído a la vida a muchísimos
personajes, tanto que hasta los secundarios tienen existencia propia, ni más ni
menos que en nuestra vida cotidiana. Y es de ahí que salieron mis paradigmas,
que de un modo u otro son lo que aquellos que los entienden nos devuelven una
vez que los procesaron: En nuestra vida nos asumimos, somos o vemos y
escuchamos a Hamlet y sus dudas sobre
aquello que nos es sustancial. O somos Romeo
encontrando a nuestra Julieta en una
fiesta de máscaras. O Benedicto y Beatriz en Mucho Ruido y Pocas Nueces, opuestos enemigos enredados en
cortesanos amores de conveniencia. O el
vital, ingenioso y bebedor Falstaff.
O el joven Rey Hal en Enrique V, que tiene que evolucionar a
la prepo de joven calavera a maduro y maquiavélico estadista tratando a la vez
de seguir siendo él mismo. O simplemente nos lleva el diablo, como al Calibán de La Tempestad.
Si la vida es una tragicomedia, llena de sonido y de furia, y que nada significa, es porque estamos
metidos en ella hasta el cuello, y vivos de ahí no saldremos. No hay más modo
de vivir que viviendo, aunque mi pequeño
cuerpo está ya bien harto de este inmenso mundo. William Shakespeare está entre aquellos que, como Cervantes, Homero o Tolstoi,
entienden cómo es eso de vivir y estar vivo, que puede presentar una
perspectiva del ser humano que lo considere tanto en lo que le es propio y
permanente como en lo que cambia y evoluciona. Se es uno mismo también cuando
se cambia, como el Quijote que a la
hora de su muerte quiere ser otra vez Alonso
Quijano el Bueno. Y se vive siempre, como dice Benedetti, dentro de las
esclusas de la vida, y eso se ve claro cuando estás obligado al cambio
aunque no lo quieras, como Pierre
Besukhoff en La Guerra y la Paz, cuando
las circunstancias exteriores se nos vienen encima al margen de nuestra
voluntad. Pienso que el gran mérito de un escritor - visto desde la perspectiva
de un enamorado de los libros -, es el poder presentarnos reflejos de uno
mismo, es decir, mostrarnos como en un espejo nuestra propia humanidad en
nuestras propias circunstancias. William
Shakespeare nos muestra todo el tiempo en su obra esos espejos de
humanidad, curiosamente quintaesenciados y a la vez particularizados en
circunstancias concretas. Si como en La
Vida es Sueño de Pedro Calderón de
la Barca, resulta que somos más parecidos a lo que soñamos ser que a lo que
somos, sin podernos diferenciar, es tal vez porque estamos hechos del tejido de nuestros sueños. Pienso en tantas
gentes que he conocido en mis andanzas por la vida, y también cómo me he comportado
yo mismo en innúmeras ocasiones en las más diversas circunstancias, y me
encuentro allá y aquí, a derecha e izquierda, adentro y afuera, arriba y abajo;
que soy a veces el Yago de Otelo, el Mercucio de Romeo y Julieta,
la Cordelia de El Rey Lear, el Falconbridge
de El Rey Juan; el Marco Antonio de Julio César; que quisiera conocer y enamorarme de la incomparable Rosalinda, a la que jamás encontraré de
nuevo; y honestamente ya no sé si es Shakespeare
quien ha retratado este mundo o es este mundo el que se esfuerza por
auto-retratarse lo más parecido posible a imagen y semejanza de William Shakespeare.
Y si aún lo dudas, mira esto: http://www.youtube.com/watch?v=999mLuLm32E
V
Colofón
Y así, dado que nada de lo humano
nos es ajeno, podemos abordar a Shakespeare
sabiendo que además de entretenernos a ultranza, lo haremos en nuestra propia
salsa. Y claro, para encontrarle todo eso al hombre, hay que leerlo, así que lee lo que quieras de Shakespeare, como
quieras y donde quieras, y créeme que no te arrepentirás. Pero puede que te
convenga primero verlo representado. Tú escoges.
El gran y múltiple Shakespeare, hasta su émulo chespirito y menos múltiple por cierto. Ojalá sepamas si el mayor fue real y uno solo, como el menor.
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