CRÓNICAS DE LECTURAS – 29
Leer la Biblia: Los Apócrifos
I
Las Otras Versiones
Aprovechando de la pasada Semana Santa me disparé algunas
Crónicas sobre la Biblia. De alguna
manera yo sentía que las debía, era un bicho que me andaba picando hacía muy
buen rato, y conseguí sacarme el clavo con más o menos éxito, pues he notado
que alguna gente le ha prestado alguna atención, y eso, después de todo, es lo
que quiero que ocurra. Dígase lo que se diga uno escribe para que lo lean. Pero
algunas cosas se me quedaron de las otras Crónicas y eso hay que repararlo. Es
que la Biblia no es un texto
normalizado para todas las religiones, hay Biblias
Católicas, Evangélicas, Ortodoxas y de otras confesiones cristianas, en
especial las orientales, en las que el número de libros considerados parte del
Canon Sagrado aumenta o disminuye. Es el caso de la Epístola de Santiago con las Iglesias luteranas, o de los libros Tercero y Cuarto de Macabeos con la Iglesia Ortodoxa. El orden de los Libros
suele ser también muy diferente, destacando por su sencillez el original judío,
que los cristianos llaman el Antiguo
Testamento: La Ley, los Profetas y los Demás Escritos (Torah, Neviím y Ketuvim). Las traducciones y su
mayor o menor fidelidad a los textos originales han producido discusiones
acerbas y a veces bastante abstrusas: Algunas confesiones hacen cuestión de
estado de la manera de pronunciar la transliteración castellana (que aquí
transcribimos de izquierda a derecha, al revés de como debe ser) del
Tetragrámaton יהוה, que son las cuatro consonantes hebreas Y(od) H(ei) V(av) H(ei). Estas
equivalen al Nombre de Dios, el Yo Soy
de la zarza ardiente de Moisés, que
en hebreo se escribía y se escribe sin vocales, porque en esa lengua, como en
árabe, simplemente no hay vocales que escribir y por lo tanto el problema de
cómo pronunciar el Nombre de Dios se resolvía simple y llanamente prohibiendo
pronunciar el Nombre de Dios, lo que en buena cuenta resulta no solamente más
práctico sinio muchísimo más arcano y solemne.
Por ende, que unos entiendan se
deba pronunciar el Tetragrámaton Y(od)
H(ei) V(av) H(ei) como Yahvéh, en tanto que otros señalen,
exijan e impongan el término Jehováh como único que debe
emplearse, implica que hay quienes colocan el empleo de esta pronunciación como
suerte de lindero entre aquellos que después del Universal Ajuste de Cuentas
gozarán de la eterna Pachanga Celestial, mientras los pecadores que
pronunciaron mal se rostizarán al spiedo con carácter permanente. Y esto constituye
a nuestro humildísimo y peculiar modo de ver una de las más estúpidas y bizantinas
discusiones que se puedan sostener, y yo supongo que el Buen Dios debe estarse
lamentando de que al tarado de Moisés
se le olvidara el glosario al lado de la zarza, que contenía la pronunciación
fonética canónica. No se puede confiar en estos seres humanos. Lo que sí me
queda patente es que las gentes parecemos necesitar más de fórmulas mágicas
antes que de verdades éticas y morales que guíen nuestras conductas. No sé
ustedes, pero para mí eso no es más que una elaboración del infantil miedo al
castigo. En fin, si esto se presenta con el Tetragrámaton, imaginemos lo que
pasa cuando se trata de exégesis y hermenéuticas de textos mucho más extensos.
Ya nomás entenderse con la gente es bastante difícil, porque aunque digamos lo
mismo (y a veces hasta con las mismas palabras) a veces se te juzga por tu
intención, por la intención del que te habla; por tu tono, por la interpretación
de tu tono; por la expresión de tu cara o por el que habla contigo cree que es tu
expresión. Si algo es difícil en la convivencia humana es ponerse de acuerdo. Viéndolo
desde acá es comprensible la dificultad que hay para entenderse en términos de Verdad
Divina
II
Lo de los Unos y lo de los Otros
Por siglos la Iglesia Católica se
irrogó la interpretación única y oficial del texto sagrado, oponiéndose así a las
Sociedades Bíblicas fomentadas por las Iglesias Reformadas. Conviene repasar
algunos acontecimientos al respecto: La Católica Congregación de Propaganda Fide criticó acerbamente la
falta de comentarios y notas en los textos bíblicos, en buena cuenta el exceso
de confianza en que el Espíritu Santo asista al fiel según el Libre Examen. Por
otra parte es muy cierto que hay serias dificultades para traducir el espíritu
de las lenguas bíblicas, el hebreo y el griego, a otras lenguas. El Concilio de Trento (1545-1563) exigía
de los fieles ciertas condiciones para leer la Biblia en lengua vernácula, como someter la traducción a la
aprobación de Obispos e Inquisidores, tarea que luego se confió a la Congregación
para la Doctrina de la fe, que entre
otras brillantes ideas instituyó el Índex,
en el que por cierto jamás estuvo la Biblia.
Estas limitaciones fueron liberalizándose poco a poco, aunque se mantuvo la
prohibición absoluta de toda traducción de procedencia “hereje”. Una importante
Comisión Católica fue fundada por el Papa León
XIII con el fin de cuidar de la exposición y conservación del verdadero
sentido de la Palabra. La existencia de esta Comisión y sus sucesoras puede
leerse de dos maneras diferentes y complementarias: Por una parte atiende a la
modernidad – por ejemplo los descubrimientos científicos, mejorando la
transmisión del Mensaje; por otra puede verse como encargada de ajustar la
Palabra a la Ortodoxia Católica. Las Sociedades
Bíblicas nacieron en Inglaterra hacia 1662, y en 1777 inician la edición de
Biblias en Norteamérica. En 1946 se
fundan las Sociedades Bíblicas Unidas,
que hoy combinan los esfuerzos de más de 150 organizaciones y probablemente son
la principal editora de Biblias en la
actualidad.
Presenta mucho más interés, por más
que no se ajuste a la Ortodoxia, observar la existencia de ciertos libros
asociados a la Biblia que comparten
con ésta algo de su importancia y/o su sacralidad, aunque por lo general
siempre se reconoce a la Biblia como
la fuente religiosa más sagrada e importante, la que le da soporte a todas los
demás. Es el caso, nos parece, de los libros judíos Talmud y Mishná. Estos
textos son desarrollos posteriores, añadidos si se quiere, a la Torah. El Talmud, en sus dos versiones – de Jerusalén y de Babilonia – recoge
viejas tradiciones judaicas y muchísimos comentarios. La Mishná (“Enseñanza”) es una codificación de leyes orales y
comentarios de mucha antigüedad. Su importancia relativa se evidencia en la profunda
tradición rabínica de “construir un muro alrededor de la Toráh”, que ha permitido mantener la esencia de la religión judía
sin demasiadas infiltraciones heterodoxas, inclusive del Talmud y la Mishná. La Qábbalah o Cábala es definitivamente otra
cosa, y el que estas líneas escribe declara no saber nada de ella, así que no
hay comentario posible. Hay diferencias entre la Iglesia Católica y las
Evangélicas en cuanto al número de libros de la Biblia, que fluctúa entre 66 y 73. Y está el caso de los llamados apócrifos,
es decir, libros no canónicos y en ocasiones considerados falsos, en especial
cuando se utilizan para sostener desviaciones pensadas como heréticas. No
confundamos estos libros con los llamados deutero-canónicos,
que son tan canónicos como los protocanónicos, cuando menos para los Católicos,
pues para los Protestantes son apócrifos, y no los incluyen en sus
Biblias.
III
Los Libros Apócrifos
Existe una cantidad de libros
considerados apócrifos sumamente grande, tan grande como la necesidad de
afirmar ciertas ortodoxias sobre otras, o tratar de imponer ciertas creencias
en el imaginario de las gentes, y cada confesión tiene sus propios apócrifos.
No pretendemos dar cuenta de todos, de hecho nuestra ignorancia en este terreno
seguro supera ampliamente a nuestro conocimiento. Entre los apócrifos
hay algunos libros mencionados en la Biblia,
recordamos específicamente un par en la Epístola
de Pedro, en el Nuevo Testamento,
que son la Asunción de Moisés, y el Libro de Enoc, de carácter apocalíptico,
y que me parece mencionamos en otra Crónica. Otros que corresponderían al Antiguo Testamento pero no se incluyen
en las Biblias Católicas por no ser
considerados parte del Canon - aunque sí los encontraremos en las de otras
denominaciones, principalmente la Iglesia Ortodoxa - son los Salmos 151 al 155, el Libro Tercero de Esdras, los Libros Tercero y Cuarto de los Macabeos, el Libro
de las Odas, el Libro de los Salmos
de Salomón, el Apocalipsis de Baruc,
el Libro de los Jubileos, y algunos
trozos sueltos que constituirían diversos añadidos a Libros considerados
Canónicos. Al revés de lo que se cree, la lectura de los apócrifos no está
prohibida, y en ciertos casos se les ha incluido en ediciones históricas de la
Biblia, puesto que mayormente no parecen opuestas a la doctrina, y se
consideran como lecturas edificantes, aunque es obligatorio señalar que no son
inspiradas por Dios.
Es curiosa la aparición de
algunos Apócrifos de creación
aparentemente reciente, siempre amparados en problemáticos indicios de
antigüedad, como es el caso del Evangelio
Secreto de Marcos, nombre sugestivo por lo de “secreto”, pero cuya fuente
es dos fragmentos de una carta del Padre de la Iglesia Clemente de Alejandría, carta que también presenta dudas sobre su
autenticidad, y que casi seguramente es una falsificación. En los primeros
siglos del cristianismo, el interés debe haber sido justificar el cuerpo de
pensamiento gnóstico con textos a los que se les adjudicaba carácter sagrado.
En nuestras épocas el interés parece ser más bien crematístico. Por lo demás,
aparte los evangelios, ha habido
muchísimos otros escritos del Nuevo
Testamento considerados apócrifos. Hay Hechos de diversos apóstoles y para todos los gustos. Las Actas de Pedro, por ejemplo, contienen
la leyenda de Jesús saliendo al
encuentro de Pedro cuando abandona
Roma, que Henryk Sienkiewicz retomó y modificó en su obra Quo Vadís?. Asimismo hay Epístolas que se atribuyen al Apóstol Pablo, como la Carta a los Laodicenses, la Tercera
a los Corintios, la Carta a los
Alejandrinos y un curioso y problemático intercambio epistolar entre Pablo y el filósofo romano Séneca. Abundan las versiones apócrifas
inspiradas en el Apocalipsis o Revelación del Apóstol Juan: Ascensión de Isaías, Apocalipsis
de Pedro, Apocalipsis de Pablo y
el Pastor de Hermas. Quizá en esta parte quepa mencionar al Libro de Mormón y la Perla de Gran Precio, libros sagrados de
la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, considerados tan
sagrados como la Biblia, y que serían
supuestamente traducciones hechas por el profeta Joseph Smith de viejos papiros,
realizada en la primera mitad del Siglo XIX.
IV
Los Apócrifos y su
importancia económica
Cada cierto tiempo aparecen
novelas – con su contrato para la película incorporado - que especulan con un
conjunto de creencias “ocultas” o “escondidas” a propósito y culpablemente por
diversas instituciones, en especial la Iglesia Católica, con el fin aparente de
mantener su poder. La tradicional y secular antipatía de las confesiones
evangélicas por el “papismo” tendría alguna parte en ello. Desde la Reforma los
países anglosajones han asimilado a la Iglesia Católica con el oscurantismo, la
prohibición y la culpa, y ello se constituye en adecuado sustrato para escribir
cierto tipo de narrativa. Aunque en la actualidad el laicismo y el agnosticismo
ganan terreno constante, existe un sustrato anticatólico para ser explotado. Se
venden argumentos basados en teorías de complot donde la Iglesia Católica tiene
parte activa. Los códigos novelísticos permiten la mezcla desigual entre
realidad y ficción, y así un autor contemporáneo de dudosa calidad pero de
mucho oficio como Dan Brown aplica
los protocolos literarios que mantienen enganchados a los lectores. Entre estos
esquemas está jugar con un limitado concepto del Bien y el Mal, asignando el
Mal a la Iglesia Católica, como en Ángeles
y Demonios, o a un sector de ella con muy mala prensa (El Opus Dei) en El Código Da Vinci; y el Bien al erudito individualista que
representa la crítica, la razón y la ciencia. Vale señalar que el que estas
líneas escribe no siente simpatía alguna por el Opus Dei, pero si lo que hace Brown
es crítica del Opus Dei, yo soy un
marciano. Este asunto tiene su importancia, porque para poder sostener el complot
se necesita plausibilidad, es decir tienes que presentar motivos y argumentos
para que te crean. Y así se recogen textos como el protoevangelio de Santiago (fuente para la vida de María, Madre de Jesús), o el muy breve y gnóstico Evangelio de María Magdalena, se les sacan dos o tres ideas, que se
estiran, lavan, percuden y malcocinan con sal, pimienta, comino y hasta lejía,
y se las sirve en tapa dura y edición de millón de ejemplares.
Y ese es todo el acercamiento que
las gentes tienen con los Apócrifos
del Nuevo Testamento. Hay, claro
está, cierta base histórica. En el transcurso de 2,000 largos años la Iglesia
Católica en diversas instancias y Concilios se pronunció sobre la veracidad
doctrinal de muchos de estos libros, populares en ciertos lugares y épocas, y algunos
resultaron prohibidos. He tenido entre mis manos la excelente edición de
Nácar-Colunga de los Evangelios Apócrifos,
así como otras, lo que demuestra que mientras no se les considere ortodoxamente
palabra de Dios, su lectura es posible si bien tampoco la fomentan. Los Evangelios Apócrifos son versiones más o
menos complementarias de la Vida de Jesús
narrada en los canónicos Evangelios de
Mateo, Marcos, Lucas y Juan. El problema para determinar la canonicidad de un texto
sagrado se puede resumir esquemáticamente en si la fuente es anterior a la
Doctrina que defiende, o la Doctrina anterior a la fuente. Resulta evidente que
el tal Evangelio es “falso” – es
decir, hecho por encargo - si es que es posterior a la Doctrina que defiende,
como parece haber ocurrido con la doctrina gnóstica, de alrededor del Siglo II
d.C., que se habría tratado de incorporar a la ortodoxia cristiana. El tema es
complejo y no lo resolveremos aquí, limitándonos a presentar algunos títulos que
se han conservado en todo, en parte o en fragmento: El Evangelio del Pseudo-Tomás resulta poco creíble, el Niño Jesús hace pajaritos de barro a los que
insufla vida, y causa la muerte de otros niños por travesura. El Evangelio árabe del Pseudo-Juan, el Evangelio de Bernabé, o el Evangelio de la Infancia según San Pedro,
fueron escritos en árabe y no se consideran canónicos. El Evangelio de los Hebreos podría haber sido fuente para los Evangelios de Mateo y Lucas, pero está
perdido, y sólo se le conocen citas hechas por San Ireneo, Eusebio de
Alejandría, San Jerónimo y Clemente de Alejandría. El Evangelio de Judas, claramente gnóstico,
defiende la acción de Judas Iscariote
como secuaz, auxiliar o cómplice del plan de Jesús. Desde perspectivas coptas y/o gnósticas otros evangelios apócrifos, como los de Bartolomé, Nicodemo y Pedro, narran
la Anastasis, o descenso de Jesús a los Infiernos. Interesantes son
los evangelios apócrifos de Tomás y Felipe, que reúnen supuestos dichos de Jesucristo. La lista, por cierto, es inmensa, y como dijimos, no la
agotaremos, pero tengamos por seguro que hay apócrifos para todos los
gustos, y para justificar cualquier creencia que pueda reportar algún tipo de ganancia.
V
Colofón
Si de algo estoy completamente
seguro después de haber buceado por más de media docena de Crónicas inspiradas
de una u otra manera por la Biblia,
es que en realidad casi no sé nada de ella. Haberla leído completa no es
garantía de nada, la Biblia es un conjunto que se merece su estudio, y recomiendo
su lectura, siempre y cuando esté presidida por la sensatez, y en esto estoy
seguro las confesiones religiosas nos acompañan. Punto por hoy.
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