martes, 10 de diciembre de 2013

CRÓNICAS DE LECTURAS 68 - HISTORIADORES ROMANOS

CRÓNICAS DE LECTURAS – 68
Historiadores Romanos

I
La Historia y la Roma de la Edad de Oro

Se supone que el Imperio Romano epitomiza y resume toda la Edad Antigua en un solo estado universal que terminará por abarcar políticamente la mayor parte de la Geografía de las civilizaciones del mundo. Y esto que acabo de decir, que es la creencia que todo el mundo tiene hoy en Occidente, corrobora una idea que me ronda hace mucho y que refiero a la letra de una canción de moda: Johnny, la gente está muy loca. Si yuxtaponemos el mapa del Imperio Romano al del Imperio de Alejandro Magno, vemos que fuera del Imperio Romano hay inmensos territorios, como Persia (actual Irán) que fue Imperio mucho antes que Roma y que los romanos nunca conquistaron, sólo Alejandro Magno lo retuvo completo y no por mucho tiempo. Mesopotamia fue ocupada un rato. Y más allá la India, Tibet, Ceilán, Camboja, Viet, Sillá, China y Japón indican que Roma no jugaba sola entonces, ni hoy los Estados Unidos. Pero tanto romanos como estadounidenses presentan una exagerada autoestima que conduce a la xenófoba tendencia a contemplar el propio ombligo como eje del mundo, dejando al resto de comparsa de su “destino manifiesto”. La historia de la cultura artística y literaria de Roma suele dividirse extrañamente en edades de oro, plata y hierro, presentando así una cierta imperial obsesión con la Decadencia. Obras de ficción como El Señor de los Anillos dejan un análogo tufillo a Nostalgia del Apogeo muy Edad Media, y que en el Renacimiento y la Reforma estallarán en antipatías religiosas y culturales.

En todo caso, la Roma que el Emperador Adriano calificó de Eterna no se quedó en Roma. Como un espíritu acosado por los bárbaros, Roma se fugó con las familias y grupos que abandonaban los bienes  y dejaban atrás la permanencia. Mediolanum (Milán) y Rávena le robaron el mando político, en el arte y la literatura la fuga fue hacia Bizancio / Constantinopla. Cuando en las últimas décadas del siglo V d.C. los Hérulos se levantaron lo poco que dejaron godos y vándalos, el analfabeto Odoacro remite las insignias imperiales a Constantinopla. El Imperio del mundo le quedaba grande a la desastrada urbe, Constantinopla devino Segunda Roma, aunque eventualmente también decayó. Estoy seguro que los historiadores cargan las tintas a la derrota de 1453 porque ganó el Turco musulmán, que haría de la Ciudad de Constantino la Sublime Puerta (Estambul) a Oriente. Se barrió bajo la alfombra el saqueo de 1204 por los cristianísimos cruzados, cuyo entusiasmo y sapiencia devastadora dio lecciones a Godos, Vándalos, Hérulos, Mongoles y Otomanos. Tal vez por ello el Espíritu de Roma no fugó a París, Londres, Berlín, Nueva York, o a la Roma Católica revivida; sino hacia un Moscú quizá más primitivo pero más seguro.

Así perduró el espíritu de Roma, y si a Grecia se le debe la Ciencia, la Lógica y la  Democracia; a Roma se le debe el estado, las leyes y el orden jurídico. En frase feliz de Marguerite Yourcenar, Roma veló sobre el Dios desarmado, mientras pudo. Una idea sustancial romana es la del Poder, para entenderla hay que ir hasta el momento en que los dos gemelos ahítos de leche de loba marcaron el destino del mundo sobre las Siete Colinas. Guste o no, hay que reconocer a Numa Pompilio y Evandro, a Virgilio y Lucano y al griego romanizado Polibio; a Catón el Censor y Marco Tulio Cicerón; a Lucrecio, Catulo y los historiadores Tito Livio y Cayo Crispo Salustio, a Publio Virgilio Marón, a Suetonio y Tácito; y a Cayo Julio César, Octavio César Augusto y Cayo Petronio, cuando menos. Los romanos copiaron los modelos de Grecia en Filosofía, Retórica, Oratoria, Literatura, Poesía e Historia, y al adaptarlos los universalizaron sin saberlo. Tito Livio inicia la cosa, y es tal vez el “menos griego” de todos, pero asume el viaje de Eneas – tal como lo narrará Publio Virgilio Marón - como inicio mítico de la Historia Romana, con lo que empata a Roma con la Troya Heroica de Príamo, Eneas y Héctor. Cayo Julio César es historiador de sí mismo, talentoso y excelente manipulador del idioma y del pueblo, salvando las distancias parece un Herodoto romano. Y Salustio resiste bien la comparación con Tucídides, aunque sea un partisano y la objetividad no signifique gran cosa para él.                 

II
Tito Livio y Las Décadas (Ab Urbe Condita libri)

A mí siempre me ha gustado Tito Livio (59 a C – 17 d C), porque lo que él hace en las Décadas es lo que la Historia debería ser siempre cuando uno es niño: Un conjunto de cuentitos dirigido a mejorar nuestra autoestima como comunidad, y ojo que sirvió así no solamente en la Roma Imperial sino en la Italia del Quattrocento y hasta la del Risorgimento. Cine Cittá se apropió de sus relatos para filmar decenas de películas de bajo presupuesto en blanco y negro o a todo color. Todo esto para estatuir que aunque Roma no fue como Tito Livio dijo que fue, lo importante no es la fidelidad a los hechos (a quien le importa eso), sino que todos se creyeron los cuentos edificantes de Tito Livio, hasta el propio Tito Livio. Ab urbe conditia libri (“Desde la fundación de la ciudad”) es el nombre con que se conoce a esta obra monumental, de la que se conservan solo 35 de sus 142 libros. Empieza con el desembarco del príncipe troyano Eneas en la desembocadura del Tíber, y la fundación de la ciudad de Roma por los gemelos de la loba, Rómulo y Remo. La calidad literaria de la obra y su fiabilidad en las partes claramente no legendarias están corroboradas con otras fuentes - grandes secciones de la obra pueden ser utilizadas como fuente histórica sin remordimientos, por claro que sea que la intención del autor es glorificar a Roma y a los romanos. No otra función tienen las historias que conocemos básicamente por él, aunque las tome de Polibio, Catón el Viejo y otros: La leyenda de Rómulo y Remo, el rapto de las sabinas, el combate de los Tres Horacios y los Tres Curiacios, la defensa del puente por Horacio Cocles, la mano quemada de Mucio Escévola, el Vae Victis! de Breno, la violación de Lucrecia, la instauración de la República, etcétera.

Lo más interesante de Ab Urbe Condita Libri no es entonces la información histórica que conforme va más atrás basa en fuentes cada vez más legendarias, sino la pretensión y la intención de Tito Livio al escribirla. Tito Livio empieza su gran obra aproximadamente donde la deja su contemporáneo – igual de protegido por el estado - el poeta Publio Virgilio Marón en La Eneida. La historia científica es relativamente nueva, la narrativa histórica a veces simplemente continúa el relato de los mitos, erigiendo una sencilla superestructura ideológica para consumo de las masas que las clases dirigentes fomentan e imponen a toda la sociedad, en función de sus objetivos. Se plantea un cierto deber ser a través de la Historia, los historiadores son siempre moralistas, gústeles o no, sépanlo o no. Los personajes y los hechos del pasado se narran como paradigmas para consumo de los contemporáneos. Presentan y representan opinión, estado mental, corriente o ideología; antes que dirigirla. Tito Livio la tenía muy clara, pues cuando llega a tiempos históricos de los que cuenta con fuentes, empleará un libro para contar lo que pasó en un año, y eso aunque en los primeros diez libros abarque más de cinco siglos de “historia romana”. En sus frases de tono moralista se nota la intención de plantear un ser-romano particular, funcional al Estado Imperial que asoma en el horizonte: La ley es sorda e inexorable, incapaz de ablandamiento ni de benignidad; La verdad puede eclipsarse pero no extinguirse; Ningún favor produce una gratitud menos permanente que el don de la libertad especialmente entre aquellos pueblos que están dispuestos a hacer mal uso de ella (Dardo contra los no romanos); Para un buen general, la  muerte no tiene importancia; Por los hechos, no por las palabras, se han de apreciar los amigos. Nótese como se va marcando un estereotipo del carácter romano deseable para el Imperio en ciernes, sostenido en las virtudes republicanas más convenientes, y morigerando otras para prevenirle problemas al recientemente advenido princeps. No fue Tito Livio, por otra parte, incondicional del César Augusto, más bien un crítico benévolo y amistoso. Es decir más útil todavía, porque los sobones abundan, no así los críticos equilibrados e inteligentes.  

Puedes encontrar esta obra capital de Tito Livio en el enlace: https://sites.google.com/site/adduartes/tito-livio

III
Cayo Julio César y Comentarios de la Guerra de las Galias (De Bello Gallico)

Pasa con Julio César lo que pasa con todos los grandes personajes históricos, que además de ser escriturados son elevados a leyenda, y llegan así a ser no solamente conocidos, sino ad-mirados, es decir, presentados como ejemplo o paradigma de un cierto deber-ser. Los juicios apreciativos de la Historia tienden a ser lapidarios en positivo: Julio César, dícese, es uno de los Tres Grandes Capitanes de la historia, con Alejandro Magno y Napoleón Bonaparte, lo que parece ser muy importante. Yo discrepo en la valoración moral de este hecho: Me parece a mí – escandalizaré con esta opinión y me importa un comino – que el desconocido inventor del papel higiénico (¿Dónde andará su monumento?) o el Capitán US Army Doctor Walter Reed y los valientes soldados que se inocularon gérmenes en interés de la ciencia y por el bien de la humanidad hicieron muchísimo más que los tales Grandes Capitanes y para el caso todos los otros que queramos juntar. Asesinar más gente durante más tiempo, con mayor eficiencia y a menor costo, no me parece sea un logro como para enorgullecerse y registrarlo con bombos y platillos en los anales de la Historia. Juicios de mejor equilibrio aprecian la obra positiva de estos Tres y colocan el tema militar en su contexto: La Gran Biblioteca de Alejandría, la pax romana y el Código Napoleónico me resultan más potables que las montañas de cadáveres de Arbela, Alesia o Austerlitz. Pero por alguna razón genética, los seres humanos encontramos satisfacción en la conducta guerrera, y en glorificar a los mayores carniceros. Sorprende un tanto que estos Tres Grandes Capitanes formen un club del que se excluye a Genghis Khan, Timur Lenk, Tchaka, José Stalin o Adolfo Hitler. Puede atribuirse al hecho de que Occidente se ve a sí mismo con cierta complacencia y está dispuesto a perdonar los cadáveres que no le perdona a esos otros, hijos extraños o rechazados. Que Napoleón sea igualado a Hitler como Anticristo en la hechiza y mítica Historiografía de Nostradamus, por ejemplo, indica el origen reaccionario y nostálgico de esa historiografía.

Hecha la crítica al concepto, vayamos al hombre: La dominante y extraordinaria personalidad de Cayo Julio César, historiador de sí mismo como el heleno Jenofonte; excepcional estadista por donde se le vea; magnífico general – he de decir que para mí un buen general es el que economiza la sangre, no el que la derrocha; el que combate a pesar suyo para obtener resultados tangibles y no por prurito; el que protege a sus muchachos -; y gran escritor en los géneros lírico, dramático y científico, aunque mucho de su obra se haya perdido. Tal como el Académico Napoleón Bonaparte o el aristotélico Alejandro Magno, no despreciaba las Bellas Artes ni las Ciencias Exactas, y eso habla del hombre. Su estilo es intencionadamente sobrio, le basta mostrar lo que quiere y no extrema demasiado la expresión, trata siempre de ser preciso en lo que dice, en eso es maestro de historiadores, no le faltan ni le sobran palabras:  … aunque nadie dudaba que se trataba de tomar las armas contra César, con todo eso determinó éste sufrirlo todo mientras le quedaba alguna esperanza de disputar sus derechos en justicia antes que romper la guerra. Pidió César al Senado que Pompeyo renunciase al poder, prometiendo imitarle; de lo contrario, añadió, César sabrá mantenerse digno de él y defenderá a su patria. Así terminan los Comentarios de la Guerra de las Galias, casi como prometiendo que ya llega y ya viene la Segunda parte del cuento en los Comentarios de la Guerra Civil (De Bello Civile), que empiezan en donde se quedó en las Galias. Posee talento en el ejercicio del agudo sentido teatral de los políticos, como además un proverbial dominio del latín, por lo que su obra se ha empleado muchísimo a lo largo de los siglos para enseñarlo.
Encontrarás el libro en: http://www.ricardocosta.com/sites/default/files/pdfs/julio_cesar_-_la_guerra_de_las_galias_0.pdf

IV
Cayo Crispo Salustio y La Guerra de Yugurta

La primera pregunta que me harían los expertos, y con razón, es por qué elijo a Salustio cuando andan por ahí sueltos Suetonio y Tácito e incluso Polibio. A mí me gustan más aquellos que Salustio, pero como trato de mantener un criterio más o menos objetivo, no basado en exclusiva en mi preferencia, acudo al criterio de lo contemporáneo:. Cayo Crispo Salustio (86 – 34 a.C.) corresponde más o menos a la llamada Edad de Oro inmediatamente pre-imperial, con Julio César y Tito Livio, y eso tiene alguna significancia. Además Suetonio y Tácito están centrados en lo que ven como decadencia imperial, no en la expansión y apogeo que la agresiva Roma republicana está obteniendo. Y en cuanto a Polibio, narra lo mismo que el mencionado Tito Livio, y toda repetición es una ofensa. Tiene Salustio en común con los mencionados la crítica acerba de las costumbres, en cuya descomposición ve la causa del colapso de la República, particularmente en el tema de la corrupción. Uno se lee la interesante Guerra de Yugurta y por momentos parece que debería titularse: De cómo Yugurta casi derrotó a Roma sobornando senadores y funcionarios. Da la sensación que Roma era una inmensa casa de pignoración donde todo se compraba y se vendía al mejor postor y cada cual tenía su precio publicado en catálogo. Ni más ni menos que ahora. Por lo que sabemos Salustio algo debía saber del asunto, pues parece que participaba con grande y activo entusiasmo de la debacle moral imperante, de la que se queja amargamente pero de la que se beneficia a manos llenas. Es posible que en su obra tratara de sembrar, como hacen los corruptos a modo de estrategia, un bosque en donde esconder su propio árbol de sí mismo y del resto. Todos creemos actuar con la mejor de las intenciones, o por lo menos sabemos cubrir con mayor o menor talento nuestras huellas. Salustio fue experto en las técnicas del saqueo organizado que los romanos llamaban “gobernar una provincia”, y precisamente le tocó la Numidia sobre la que escribe. Desde antes había practicado el arte de la malversación de fondos públicos como cuestor, pretor y tribuno de la plebe, no se explica de otro modo esa furia moralizadora que en verdad plantea de modo tan vociferante como inconsistente. Tal vez habían prescrito sus delitos de corrupción, y el único tribunal ante el que le faltaba descargarse era el Tribunal de la Historia, y no es el primero ni será el último que despotricará contra la corrupción habiendo sido él mismo un ejemplo vivo de ella.

Claro que nada de esto tiene que ver con su desempeño como historiador, en donde alcanza calidad en la expresión de ideas y la exposición de hechos. Su manera de expresarse se basa en una cortante y algo nerviosa concisión y el empleo arcaizante de los tiempos de verbo en latín, que en la traducción castellana es un a veces angustioso tiempo presente. Este calculado estilo no fue constante en su producción, en su anterior Conjuración de Catilina había sentido de cuando en cuando la necesidad de largas digresiones para explicar hechos de la historia romana que supone sus lectores no tienen presente, o transcribir largas secciones de discursos para remachar ideas. Pero ya tiene oficio al escribir la Guerra de Yugurta, en especial en el detalle con que describe la geografía africana, la física como la climática y la humana, que como hemos dicho conocía de primera mano al haber gobernado aquella provincia Senatus populusque romanus, en nombre del Senado y del Pueblo de Roma. Aprovechó bien su estancia en recoger la información necesaria que luego convertiría en Historia. Desfilan por sus páginas el propio Yugurta y los romanos Metelo, Mario, Sila, Catón y otros; y el desempeño de cada cual en la guerra de Yugurta termina en el anuncio que Yugurta era traído a Roma encadenado, y Mario celebró su triunfo con gran solemnidad en las calendas de Enero. Y desde entonces todo el poder, toda la esperanza de la República parecían vinculados a su persona.

Podemos hallar La Guerra de Yugurta y también La Conjuración de Catilina en:   http://www.dominiopublico.gov.br/pesquisa/PesquisaObraForm.do?select_action=&co_autor=2068

V
Colofón

Y hasta aquí Roma. Podremos eventualmente hacer una o dos Crónicas más sobre Roma, pero ya no serán inmediatas, pues sentimos que en esto vamos cumpliendo. Trataremos luego de acercarnos algo más a la literatura romana en su conjunto. Entre tanto, punto.

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