CRÓNICAS DE LECTURAS – 68
Historiadores Romanos
I
La Historia y la Roma de la Edad de Oro
Se supone que el Imperio Romano
epitomiza y resume toda la Edad Antigua en un solo estado universal que
terminará por abarcar políticamente la mayor parte de la Geografía de las
civilizaciones del mundo. Y esto que acabo de decir, que es la creencia que
todo el mundo tiene hoy en Occidente, corrobora una idea que me ronda
hace mucho y que refiero a la letra de una canción de moda: Johnny, la gente está muy loca. Si
yuxtaponemos el mapa del Imperio Romano al del Imperio de Alejandro Magno, vemos que fuera del Imperio Romano hay inmensos
territorios, como Persia (actual Irán) que fue Imperio mucho antes que Roma y
que los romanos nunca conquistaron, sólo Alejandro
Magno lo retuvo completo y no por mucho tiempo. Mesopotamia fue ocupada un rato. Y más allá la India, Tibet, Ceilán, Camboja, Viet, Sillá, China y
Japón indican que Roma no jugaba sola entonces, ni hoy los Estados Unidos. Pero
tanto romanos como estadounidenses presentan una exagerada autoestima que
conduce a la xenófoba tendencia a contemplar el propio ombligo como eje del
mundo, dejando al resto de comparsa de su “destino manifiesto”. La historia de la cultura artística y literaria de Roma suele
dividirse extrañamente en edades de oro, plata y hierro, presentando así una cierta imperial obsesión
con la Decadencia. Obras de ficción como El
Señor de los Anillos dejan un análogo tufillo a Nostalgia del Apogeo muy Edad Media, y que en el Renacimiento y la Reforma estallarán en
antipatías religiosas y culturales.
En todo caso, la Roma que el Emperador Adriano calificó de Eterna no se quedó
en Roma. Como un espíritu acosado por los bárbaros, Roma se fugó con las familias y grupos que abandonaban los bienes y dejaban
atrás la permanencia. Mediolanum (Milán) y Rávena le robaron el mando
político, en el arte y la literatura la fuga fue hacia Bizancio /
Constantinopla. Cuando en las últimas décadas del siglo V d.C. los Hérulos
se levantaron lo poco que dejaron godos y vándalos, el analfabeto Odoacro remite las insignias imperiales
a Constantinopla. El Imperio del mundo le quedaba grande a la desastrada urbe, Constantinopla devino Segunda Roma, aunque eventualmente también decayó. Estoy seguro
que los historiadores cargan las tintas a la derrota de 1453 porque ganó el Turco musulmán, que haría de la Ciudad de Constantino la Sublime Puerta (Estambul) a Oriente. Se barrió bajo la alfombra el saqueo de 1204 por los cristianísimos cruzados, cuyo
entusiasmo y sapiencia devastadora dio lecciones a Godos, Vándalos, Hérulos, Mongoles y Otomanos. Tal vez
por ello el Espíritu de Roma no fugó a París, Londres, Berlín, Nueva York, o a la Roma Católica revivida; sino hacia un Moscú quizá más
primitivo pero más seguro.
Así perduró el espíritu de Roma,
y si a Grecia se le debe la Ciencia, la Lógica y la Democracia; a Roma se le debe el estado, las
leyes y el orden jurídico. En frase feliz de Marguerite Yourcenar, Roma veló sobre el Dios desarmado, mientras
pudo. Una idea sustancial romana es la del Poder, para entenderla hay que ir hasta el momento en que los dos gemelos ahítos de leche de loba
marcaron el destino del mundo sobre las Siete Colinas. Guste o no, hay que reconocer a Numa Pompilio y Evandro, a Virgilio y Lucano y al griego romanizado Polibio; a Catón el Censor y Marco Tulio Cicerón; a Lucrecio, Catulo y los historiadores Tito
Livio y Cayo Crispo Salustio, a Publio Virgilio Marón, a Suetonio y Tácito; y a Cayo Julio César,
Octavio César Augusto y Cayo Petronio, cuando menos. Los romanos copiaron
los modelos de Grecia en Filosofía, Retórica, Oratoria, Literatura, Poesía e
Historia, y al adaptarlos los universalizaron sin saberlo. Tito Livio
inicia la cosa, y es tal vez el “menos griego” de todos, pero asume el
viaje de Eneas – tal como lo narrará
Publio Virgilio Marón - como inicio mítico de la Historia Romana, con lo que empata a Roma con la Troya Heroica de Príamo, Eneas y Héctor. Cayo Julio César es historiador de sí
mismo, talentoso y excelente manipulador del idioma y del pueblo, salvando las
distancias parece un Herodoto
romano. Y Salustio resiste bien la comparación con Tucídides,
aunque sea un partisano y la objetividad no signifique gran cosa para él.
II
Tito Livio y Las Décadas (Ab Urbe
Condita libri)
A mí siempre me ha gustado Tito Livio (59 a C – 17 d C), porque lo
que él hace en las Décadas es lo que
la Historia debería ser siempre cuando uno es niño: Un conjunto de cuentitos
dirigido a mejorar nuestra autoestima como comunidad, y ojo que sirvió así no
solamente en la Roma Imperial sino en la Italia del Quattrocento y hasta la del Risorgimento.
Cine Cittá se apropió de sus relatos para filmar decenas de películas de bajo
presupuesto en blanco y negro o a todo color. Todo esto para estatuir que
aunque Roma no fue como Tito Livio
dijo que fue, lo importante no es la fidelidad a los hechos (a quien le importa
eso), sino que todos se creyeron los cuentos edificantes de Tito Livio, hasta el propio Tito Livio. Ab urbe conditia libri (“Desde
la fundación de la ciudad”) es el nombre con que se conoce a esta obra
monumental, de la que se conservan solo 35 de sus 142 libros. Empieza con el
desembarco del príncipe troyano Eneas en la desembocadura del Tíber,
y la fundación de la ciudad de Roma por los gemelos de la loba, Rómulo
y Remo. La calidad literaria de la obra y su fiabilidad en las
partes claramente no legendarias están corroboradas con otras fuentes - grandes
secciones de la obra pueden ser utilizadas como fuente histórica sin remordimientos, por claro que sea que la intención del autor es glorificar a Roma y a los
romanos. No otra función tienen las historias que conocemos
básicamente por él, aunque las tome de Polibio,
Catón el Viejo y otros: La leyenda
de Rómulo
y Remo,
el rapto de las sabinas, el combate de los Tres Horacios y los Tres Curiacios,
la defensa del puente por Horacio Cocles, la mano quemada de Mucio
Escévola, el Vae Victis! de Breno,
la violación de Lucrecia, la instauración de la República, etcétera.
Lo más interesante de Ab Urbe Condita Libri no es entonces la
información histórica que conforme va más atrás basa en fuentes cada vez
más legendarias, sino la pretensión y la intención de Tito
Livio al escribirla. Tito Livio
empieza su gran obra aproximadamente donde la deja su contemporáneo –
igual de protegido por el estado - el poeta Publio Virgilio Marón en La
Eneida. La historia científica es relativamente nueva, la narrativa
histórica a veces simplemente continúa el relato de los mitos, erigiendo una sencilla
superestructura ideológica para consumo de las masas que las clases dirigentes
fomentan e imponen a toda la sociedad, en función de sus objetivos. Se plantea un cierto deber ser a través de la Historia, los
historiadores son siempre moralistas, gústeles o no, sépanlo o no. Los
personajes y los hechos del pasado se narran como paradigmas para consumo
de los contemporáneos. Presentan y representan opinión, estado mental,
corriente o ideología; antes que dirigirla. Tito Livio la tenía muy clara, pues cuando llega a tiempos
históricos de los que cuenta con fuentes, empleará un libro para contar lo que
pasó en un año, y eso aunque en los primeros diez libros abarque más de cinco
siglos de “historia romana”. En sus frases de tono moralista se nota la
intención de plantear un ser-romano particular, funcional al Estado Imperial
que asoma en el horizonte: La ley es sorda e inexorable, incapaz de
ablandamiento ni de benignidad; La verdad puede
eclipsarse pero no extinguirse;
Ningún favor produce una gratitud menos permanente que el don de
la libertad especialmente entre aquellos pueblos que están dispuestos a
hacer mal uso de ella (Dardo contra los
no romanos); Para un buen general,
la muerte no tiene importancia;
Por los hechos, no por las palabras, se han de apreciar los amigos. Nótese
como se va marcando un estereotipo del carácter romano deseable para el Imperio
en ciernes, sostenido en las virtudes republicanas más convenientes, y
morigerando otras para prevenirle problemas al recientemente advenido princeps. No fue Tito Livio, por otra parte, incondicional del César Augusto, más bien un crítico benévolo y amistoso. Es decir más útil todavía, porque los sobones abundan, no así los críticos equilibrados e inteligentes.
Puedes encontrar esta obra capital de Tito Livio en el enlace: https://sites.google.com/site/adduartes/tito-livio
III
Cayo Julio César y Comentarios de
la Guerra de las Galias (De Bello Gallico)
Pasa con Julio César lo que pasa con todos los grandes personajes
históricos, que además de ser escriturados son elevados a leyenda, y llegan
así a ser no solamente conocidos, sino ad-mirados,
es decir, presentados como ejemplo o paradigma de un cierto deber-ser. Los
juicios apreciativos de la Historia tienden a ser lapidarios en positivo: Julio César, dícese, es uno de los Tres
Grandes Capitanes de la historia, con Alejandro
Magno y Napoleón Bonaparte, lo
que parece ser muy importante. Yo discrepo en la valoración moral de este
hecho: Me parece a mí – escandalizaré con esta opinión y me importa un comino –
que el desconocido inventor del papel
higiénico (¿Dónde andará su monumento?) o el Capitán US Army Doctor Walter Reed y
los valientes soldados que se inocularon gérmenes en interés de la ciencia y por el bien de la humanidad hicieron
muchísimo más que los tales Grandes Capitanes y para el caso todos los otros que queramos juntar. Asesinar más gente durante más tiempo, con mayor
eficiencia y a menor costo, no me parece sea un logro como para
enorgullecerse y registrarlo con bombos y platillos en los anales de la Historia. Juicios de mejor equilibrio aprecian la obra positiva de estos Tres y colocan el tema militar en
su contexto: La Gran Biblioteca de Alejandría, la pax romana y el Código Napoleónico me resultan más potables que las
montañas de cadáveres de Arbela, Alesia o Austerlitz. Pero por alguna razón
genética, los seres humanos encontramos satisfacción en la conducta guerrera, y
en glorificar a los mayores carniceros. Sorprende un tanto que estos
Tres Grandes Capitanes formen un club del que se excluye a Genghis
Khan, Timur Lenk, Tchaka, José Stalin o Adolfo Hitler. Puede atribuirse al
hecho de que Occidente se ve a sí mismo con cierta complacencia y
está dispuesto a perdonar los cadáveres que no le perdona a esos otros, hijos extraños o rechazados. Que Napoleón sea igualado a Hitler
como Anticristo
en la hechiza y mítica Historiografía de Nostradamus,
por ejemplo, indica el origen reaccionario y nostálgico de esa historiografía.
Hecha la crítica al concepto,
vayamos al hombre: La dominante y extraordinaria personalidad de Cayo Julio César, historiador de sí
mismo como el heleno Jenofonte;
excepcional estadista por donde se le vea; magnífico general – he de decir que para mí un buen general
es el que economiza la sangre, no el que la derrocha; el que combate a pesar
suyo para obtener resultados tangibles y no por prurito; el que protege a sus muchachos -; y gran escritor en los géneros lírico, dramático y
científico, aunque mucho de su obra se haya perdido. Tal como el Académico Napoleón Bonaparte o el aristotélico Alejandro Magno, no despreciaba las
Bellas Artes ni las Ciencias Exactas, y eso habla del hombre. Su estilo es intencionadamente sobrio, le basta mostrar lo que quiere y no extrema demasiado la
expresión, trata siempre de ser preciso en lo que dice, en eso es maestro
de historiadores, no le faltan ni le sobran palabras: …
aunque nadie dudaba que se trataba de tomar las armas contra César, con todo
eso determinó éste sufrirlo todo mientras le quedaba alguna esperanza de
disputar sus derechos en justicia antes que romper la guerra. Pidió César al
Senado que Pompeyo renunciase al poder, prometiendo imitarle; de lo contrario,
añadió, César sabrá mantenerse digno de él y defenderá a su patria. Así
terminan los Comentarios de la Guerra de
las Galias, casi como prometiendo que ya llega y ya viene la Segunda parte
del cuento en los Comentarios de la
Guerra Civil (De Bello Civile), que empiezan en donde se quedó en las Galias. Posee talento en el
ejercicio del agudo sentido teatral de los políticos, como además un proverbial
dominio del latín, por lo que su obra se ha empleado muchísimo a lo
largo de los siglos para enseñarlo.
Encontrarás el libro en: http://www.ricardocosta.com/sites/default/files/pdfs/julio_cesar_-_la_guerra_de_las_galias_0.pdf
Encontrarás el libro en: http://www.ricardocosta.com/sites/default/files/pdfs/julio_cesar_-_la_guerra_de_las_galias_0.pdf
IV
Cayo Crispo Salustio y La Guerra
de Yugurta
La primera pregunta que me harían
los expertos, y con razón, es por qué elijo a Salustio cuando andan por ahí sueltos Suetonio y Tácito e
incluso Polibio. A mí me gustan más
aquellos que Salustio, pero como
trato de mantener un criterio más o menos objetivo, no basado en exclusiva en
mi preferencia, acudo al criterio de lo contemporáneo:. Cayo Crispo Salustio (86 – 34 a.C.) corresponde más o menos a la
llamada Edad de Oro inmediatamente pre-imperial, con Julio César y Tito Livio,
y eso tiene alguna significancia. Además Suetonio
y Tácito están centrados en lo que
ven como decadencia imperial, no en la expansión y apogeo que la agresiva Roma
republicana está obteniendo. Y en cuanto a Polibio,
narra lo mismo que el mencionado Tito
Livio, y toda repetición es una ofensa. Tiene Salustio en común con los mencionados la crítica acerba de las
costumbres, en cuya descomposición ve la causa del colapso de la República,
particularmente en el tema de la corrupción. Uno se lee la interesante Guerra de Yugurta y por momentos parece
que debería titularse: De cómo Yugurta casi derrotó a Roma sobornando senadores y funcionarios. Da la sensación que Roma era una inmensa casa de pignoración
donde todo se compraba y se vendía al mejor postor y cada cual
tenía su precio publicado en catálogo. Ni más ni menos que ahora. Por lo que sabemos Salustio algo debía saber del asunto,
pues parece que participaba con grande y activo entusiasmo de la debacle moral
imperante, de la que se queja amargamente pero de la que se beneficia a
manos llenas. Es posible que en su obra tratara de sembrar, como hacen los corruptos a modo de estrategia, un bosque en donde esconder su propio árbol de sí mismo y del resto. Todos creemos actuar con la mejor de las intenciones, o por lo menos
sabemos cubrir con mayor o menor talento nuestras huellas. Salustio fue experto en las técnicas del saqueo organizado que los
romanos llamaban “gobernar una provincia”, y precisamente le tocó la Numidia sobre la que escribe. Desde antes había practicado el
arte de la malversación de fondos públicos como cuestor, pretor y tribuno de la
plebe, no se explica de otro modo esa furia moralizadora que en verdad plantea de modo tan vociferante como inconsistente. Tal vez habían prescrito sus delitos de corrupción, y el
único tribunal ante el que le faltaba descargarse era el Tribunal de la
Historia, y no es el primero ni será el último que despotricará contra la
corrupción habiendo sido él mismo un ejemplo vivo de ella.
Claro que nada de esto tiene que
ver con su desempeño como historiador, en donde alcanza calidad en la expresión
de ideas y la exposición de hechos. Su manera de expresarse se basa en una
cortante y algo nerviosa concisión y el empleo arcaizante de los tiempos de
verbo en latín, que en la traducción castellana es un a veces angustioso tiempo
presente. Este calculado estilo no fue constante en su producción, en su
anterior Conjuración de Catilina había sentido de cuando en cuando la necesidad de largas
digresiones para explicar hechos de la historia romana que supone sus lectores
no tienen presente, o transcribir largas secciones de discursos para remachar ideas. Pero ya tiene oficio al
escribir la Guerra de Yugurta, en especial en el detalle con que describe la
geografía africana, la física como la climática y la humana, que como
hemos dicho conocía de primera mano al haber gobernado aquella provincia Senatus populusque romanus, en nombre
del Senado y del Pueblo de Roma. Aprovechó bien su estancia en recoger la
información necesaria que luego convertiría en Historia. Desfilan por sus páginas el propio Yugurta y los romanos Metelo, Mario, Sila, Catón y otros; y el desempeño de cada
cual en la guerra de Yugurta termina en el anuncio que Yugurta era traído a Roma encadenado, y Mario celebró su triunfo con gran solemnidad en las calendas de Enero. Y
desde entonces todo el poder, toda la esperanza de la República parecían
vinculados a su persona.
Podemos hallar La Guerra de Yugurta y también La Conjuración de Catilina en: http://www.dominiopublico.gov.br/pesquisa/PesquisaObraForm.do?select_action=&co_autor=2068
V
Colofón
Y hasta aquí Roma. Podremos
eventualmente hacer una o dos Crónicas más sobre Roma, pero ya no serán
inmediatas, pues sentimos que en esto vamos cumpliendo. Trataremos luego de acercarnos algo más a la literatura romana en su conjunto. Entre tanto,
punto.
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